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Un nacimiento único, Parte I

Un nacimiento único, Parte I

por G. Campbell Morgan

Dios nos ha revelado interesantes misterios por medio de su Palabra. Pero no hay duda que uno de los mayores misterios fue el nacimiento de su Hijo. ¿Qué pudo haber sentido Jesús cuando se despojó a sí mismo para tomar forma de siervo? ¿Qué significó tal manifestación?

«El misterio de Dios»Un nacimiento único en la historia, Parte I Un análisis del gran misterio de la encarnación de Cristo


El tema de la encarnación no solo es un misterio, sino que también es fundamental para lograr una cierta explicación a las crisis de Cristo. Es un hecho que nadie podrá comprender en su totalidad al Señor Jesucristo. No obstante, la Escritura declara ciertos eventos que explican su gloria y gracia, y sin ellos el Señor Jesucristo queda como un problema sin resolver que desafía cada intento de explicar Su persona. Primero debemos admitir que es imposible formular explicaciones concluyentes con respecto a Jesucristo. Sin embargo, es de extrema importancia reconocer todo aquello que ha sido revelado, a fin de comprender el verdadero significado de su misión.

En las epístolas que Pablo escribió a algunas iglesias hacia fines de su vida, especialmente la dirigida a los Colosenses, es evidente que el apóstol está sumamente ansioso porque los cristianos conozcan a Cristo. Esta ansiedad la expresa en el pensamiento: «A fin de conocer el misterio de Dios … de Cristo» (Col 2.2). Pablo se refiere a Cristo como «el misterio de Dios». Entendamos primero el uso y significado de la palabra «misterio» en el Nuevo Testamento. Con gran lucidez se ha dicho que ese misterio es «una verdad que no puede descubrirse sino por revelación: nunca significa (como podría sugerir nuestro uso popular de la palabra) algo ininteligible, o desconcertante en sí. En la Escritura, un misterio puede ser un hecho que, cuando es revelado, no podemos entender sus detalles, aunque podamos saberlo, y proceder de acuerdo con él… Es una verdad que sólo puede saberse cuando es revelada» (Obispo Handley Moule).

En este sentido, Cristo es el misterio de Dios. Es imposible obtener un análisis y una explicación perfecta de su persona. Conocemos su origen y características esenciales, hechos que debemos reconocer con el fin de comprender correctamente el gran tema de la redención humana.

Era un hecho que la sabiduría o el poder del hombre era incapaz de reconstruir lo que había sido destruido. Por eso, era de esperarse que el método divino de la redención estuviera más allá de una perfecta explicación a los hombres. Lo que la sabiduría humana no puede planear tiene necesariamente que estar fuera de su poder de perfecta comprensión. La inteligencia humana es capaz de apreciar cualquier conocimiento que se halle dentro del alcance de la operación de la sabiduría humana. La inteligencia de alguien podrá no ser suficiente para abarcar el descubrimiento del método de transmitir palabras por la electricidad sin usar alambres. Cuando, sin embargo, otra inteligencia humana ha examinado a fondo el asunto, esta persona puede comprender la explicación dada. Podría, por lo tanto, deducirse que si bien el hombre no era capaz en su propia sabiduría de idear un plan de redención, debería poder comprender completamente el plan de Dios. Sin embargo, esto no ocurre. En el primer caso, todo el movimiento está dentro del alcance de la inteligencia humana. En el segundo, toda sabiduría humana había fracasado en su tentativa de descubrir un método de salvación. El fracaso, además, tiene que haber continuado por todas las edades. La persona de Cristo y todo el plan de la redención humana son maravillosos en forma tan trascendente que demandan para su explicación el reconocimiento de su origen divino. Todo esto equivale a resaltar un hecho que no debemos perder de vista cuando decidimos contemplar este paso inicial de Dios hacia el hombre. Si bien grandes hechos han sido revelados, la razón humana no puede entenderlos perfectamente, por eso, debemos tener una actitud de fe.

Estas declaraciones se aplican, con igual fuerza, a todo el misterio de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Tenemos que abordar el tema, pues, con santa y sumisa reverencia. La actitud de la mente con respecto al tema se define en palabras que Moisés, siervo de Dios, dijo hace muchos siglos a los hijos de Israel: «Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre para que cumplamos todas las palabras de esta ley.» (Dt 29.29). Hay secretos que pertenecen al Señor. Hay revelaciones, que Dios ha dicho tan claramente, que pueden entenderse y estas «son para nosotros y para nuestros hijos». Todos los que desean conocer a Cristo deben estudiar diligentemente las revelaciones, y reverentemente confiar con respecto a los secretos divinos.

Los siguientes artículos de esta serie analizan principalmente el nacimiento de Cristo, como una crisis de la encarnación. Siempre existe el peligro de prestar más atención al nacimiento del humano que a ese nacimiento como la crisis por la cual Dios se encarnó. Abordaremos este tema primero según el testimonio de la Escritura; en segundo lugar, el misterio de los secretos; tercero, el misterio revelado.

Tomado y adaptado del libro Las crisis de Cristo, G. Campbell Morgan, Publicaciones Hebrón – Desarrollo Cristiano Internacional, todos los derechos reservados.