Biblia

Un nacimiento único, Parte III

Un nacimiento único, Parte III

por G. Campbell Morgan

¿Cómo pueden unirse en una sola persona la perfecta y completa deidad y la perfecta y completa humanidad? El autor reflexiona acerca del nacimiento de Jesús y las consecuencias que tuvo tanto para Dios como para los hombres. En esta tercera entrega se estudia el misterio de los secretos.

«El misterio de los secretos»Un nacimiento único en la historia, Parte III Un análisis del gran misterio de la encarnación de Cristo


¿Cómo pueden unirse en una sola persona la perfecta y completa deidad y la perfecta y completa humanidad? Es imposible dar la respuesta al «cómo». En este punto, surge la tentación de formular varias preguntas como estas. Pueden hacerse, pero no pueden ser contestadas. Esta es la esfera donde empieza a operar la fe, pues aquí vemos el misterio con los secretos que le pertenecen a Dios.


¿No habrá, sin embargo, una contradicción tal entre estas dos naturalezas que las haga imposibles? La única respuesta es que no se contradijeron, y que a través de toda la vida de Jesús se manifestaron constantemente la esencial y absoluta naturaleza de la deidad, y los ciertísimos hechos de la humanidad. No hay puntos esenciales de la naturaleza humana que no puedan descubrirse en la historia de esta Persona. Su incesante reconocimiento de Dios evidencia su naturaleza espiritual está evidenciada. Su capacidad mental se manifiesta en la maravillosa majestad de su proceder frente a todos los problemas. Se ve su vida física desarrollándose según lo puramente humano en su hambre, su cansancio, su método de sustento y sus períodos de reposo. Se ve la voluntad humana, pero siempre escogiendo, como principio de actividad, la voluntad divina. La naturaleza emocional se manifiesta en las lágrimas y la ternura, la reprensión y el enojo, brilla con luz suave, y flamea como el relámpago. La naturaleza intelectual se la ve tan perfectamente equilibrada y tan maravillosamente equipada, que los hombres quedaban asombrados por su sabiduría, ya que, como decían, él nunca había estudiado.

Sin embargo, se ven además, las características esenciales de la deidad. Sabiduría tal que las generaciones no han podido entender perfectamente el profundo significado de su enseñanza. Poder tal que a través de la debilidad operó hacia la realización de obras que solo Dios podía hacer. Amor tal que cuantas tentativas se han hecho para describirlo solo le quitan su más hermosa gloria.

Sin embargo, nuevamente, en esta persona se encuentra la combinación de lo divino y lo humano, hasta que uno se pregunta dónde termina lo uno y empieza lo otro. Al denunciar y proclamar juicio sobre la culpable Jerusalén; no obstante, la emoción ahoga su voz y las lágrimas bañan su rostro. Esto es ciertamente humano y con todo es esencialmente divino. Si bien la expresión de la emoción es humana, como lo son las lágrimas, la emoción expresada es divina, porque solo Dios puede mezclar la condena del culpable con las lágrimas de una gran pena.

Parecería que no hubiese ningún nombre adecuado para esta personalidad, exceptuando el creado por la unión de las dos palabras en una. Era del Dios-hombre. No era que Dios estaba habitando en un hombre, de este tipo ha habido muchos. Tampoco era un hombre deificado, de los tales no ha habido ninguno salvo en los mitos de los sistemas paganos de pensamiento. Era Dios y hombre que unía en una personalidad las dos naturalezas, un perpetuo enigma y misterio que impidiendo la posibilidad de alguna explicación. Podría preguntarse: Si de veras era Dios, ¿cómo podía ser tentado en la esfera de la humanidad, como los otros hombres? Podrá aducirse que, de haber sido Dios, no podía haber hablado de la limitación de su propio conocimiento acerca de lo que iba a ocurrir en el futuro. Cuando se procura explicar estos hechos, la única respuesta posible es que no admiten ninguna explicación. Sin embargo, siguen siendo hechos que prueban su humanidad esencial. Por otro lado, son pruebas incontrovertibles de su deidad, en la actividad de resucitar a los muertos y en la incomparable sabiduría de su enseñanza. Además, son pruebas de su deidad en la revelación de Dios, que ha cautivado e influido sobre todo el concepto de la deidad durante el curso de los siglos desde su vida en la tierra.

Este misterio y esta revelación que unen a Dios con el hombre en una persona son el centro del cristianismo, y no se pueden explicar por analogía.

Se ha objetado que todo esto es creación de la imaginación del hombre. Esto, empero, es presuponer que la imaginación puede realizar algo para lo cual está imposibilitada. La imaginación sólo puede cambiar el arreglo de hechos. Los poemas del poeta pueden ser nuevos, y también puede serlo el cuadro del artista. Sin embargo, en cada caso al examinarlos se verá que son nuevos en su combinación y representación de hechos antiguos. La unión entre Dios y un hombre nunca se había soñado, era algo desconocido, hasta que sorprendió al mundo como un hecho en la historia humana.

Le invitamos a consultar los otros artículos de esta serie:


  • Parte I: El misterio de Dios
  • Parte II: El misterio testificado en las Escrituras

Tomado y adaptado del libro Las crisis de Cristo, G. Campbell Morgan, Ediciones Hebrón – Desarrollo Cristiano.