Un pic nic con Jesús; Primera Parte
por Miguel Wayne
«A la hora de la cena, esa noche, Matías comentó acerca de la última semana de clases y otros temas, pero en un momento la mamá detuvo la charla y le dijo: «Papá tiene algo que decirte»».
El Club del Descubrimiento, y las enseñanzas de un juego maravilloso, (¡Si existiera !)
Santiago Jiménez entró por la puerta del modo que casi siempre acostumbraba hacerlo, saludando a todos alegremente con un:
¡Hola familia! ¡Ya llegué! Colocó su maletín en el suelo, cerca de la mesa, se quitó la chaqueta y aflojó su corbata.
Hola querido, dijo Iris, la esposa. ¿Tuviste un buen día?
Antes de que pudiera contestar, Matías entró corriendo en la habitación.
¡Papá! ¿Puedes jugar a la pelota?
Santiago miró a su esposa y preguntó:
¿Está lista la cena?
No exactamente. Tal vez dentro de media hora, respondió ella.
Bien, Matías. Busca la pelota y espérame un momento que ya voy. Preciso hablar con tu mamá un momento y cambiarme de ropa.
El niño estaba haciéndose cada día más «experto» en fútbol y podía hacer muy buen papel en el arco, incluso cuando su padre le tiraba la pelota un poco más fuerte que al principio. Tal vez no había llegado al nivel de Cristóbal, quien se reía cuando le hacían un gol a Matías. Es por eso que le gustaba más jugar con su papá que con Cristóbal.
A la hora de la cena, esa noche, Matías comentó acerca de la última semana de clases y otros temas, pero en un momento la mamá detuvo la charla y le dijo:
Papá tiene algo que decirte.
Así es, dijo Santiago. En mi trabajo me dieron una noticia tremenda hoy. La empresa tiene intenciones de comenzar una nueva planta en Puerto Bueno y desean que yo vaya para allá para hacerme cargo de una sección. Si así fuera, deberíamos ir a vivir allí.
¿Puerto Bueno? ¿Dónde está ese parque con animales silvestres que me contaste? preguntó Matías.
Sí. El mismo Puerto Bueno.
Y ¿a qué distancia está de aquí?
Está lejos de aquí. Tendríamos que vender nuestra casa y mudarnos.
¿Cuándo?
Antes de que comiencen las clases.
¿Quieres mudarte, Papá?
No sé, hijo. Me gusta vivir aquí. Echaría de menos a mis amigos y a la iglesia. Sin embargo, al mismo tiempo pienso que me gustaría mi nuevo trabajo.
¿Y tú, Mamá?
No, Matías, me gustaría quedarme aquí. Este es nuestro hogar. ¿Y tú?
Matías se encogió de hombros.
¿No podría ver a Cristóbal y Elena, verdad?
Después de la cena, Santiago e Iris fueron a la habitación de su hijo para orar con él antes de dormir. Generalmente se turnaban para orar con Matías, pero esta vez fueron juntos.
Precisamos preguntarle a Dios acerca de lo que Él quiere que hagamos, dijo mamá. Pidámosle que guíe estos planes, las decisiones de la empresa en que trabaja papi y que nosotros podamos tener la actitud correcta pase lo que pase.
Luego de que los papás hubieran orado, Matías sólo tenía una cosa que agregar:
Querido Jesús, si debemos mudarnos, por favor dame algunos nuevos amigos como Elena y Cristóbal. Amén.
El sábado por la tarde, el Club del Descubrimiento se reunió en casa de Elena. Todos trajeron galletas para compartir.
¡Bien chicos, comenzamos!, anunció Elena. Entonces fueron a la sala de atrás, donde habían colocado el Discovery 3 en forma permanente y donde el grupo se juntaba todos los sábados.
Mamá preparó un refresco de ciruelas, así que saquen las galletas y los vasos y tome cada uno su lugar.
¿Cuál es la aventura de hoy?, preguntó Sara.
¡Veamos a aquel hombre pequeño en el árbol de nuevo!, gritó Elizabeth.
¡No! ¡Vayamos de nuevo al lago a verlos pescar!, dijo Cristóbal.
Esperen un momento, dijo Matías. Tengo algo para contar.
Los seis niños callaron y comenzaron a escuchar, mientras Matías les contaba de su posible mudanza a Puerto Bueno.
¿Qué pasará con nuestro club?, preguntó Juan.
Pueden continuar con el Club del Descubrimiento mientras Elena no se mude también y se lleve el Discovery 3, dijo Matías.
Todos permanecieron en silencio, y luego Elena dijo:
Espero que no tengas que mudarte. El Club del Descubrimiento no sería tan divertido.
Cristóbal cruzó sus brazos sobre la mesa e inclinó su cabeza.
Yo me voy del club si tú te vas, dijo suavemente.
¡Qué sucede que están tan callados!, dijo Rómulo Benitez, el papá de Elena, al aparecer en la puerta de repente.
Papá, Matías tal vez se mude a Puerto Bueno.
Sí, me enteré de ello en el trabajo ayer. ¿No es entusiasmante, Matías? Rómulo era compañero de trabajo de Santiago y estaba al corriente de la situación.
Supongo, Sr. Benítez. Pero no tengo ganas de mudarme.
Bueno, tal vez no te mudes, dijo Rómulo. Luego miró todas las caras tristes por un momento, antes de sonreírles con una sonrisa enorme y de dar unas palmadas con sus manos. ¿Y, muchachos? ¿Listos para otra aventura?
¡Sí!, dijo Elizabeth.
¡Tengo hambre! Comamos primero, dijo Cristóbal.
¿Por qué no comemos dentro de una imagen del Discovery, como si fuera un pic nic?, dijo Sara.
¡Sí! ¡Un pic nic del descubrimiento! , agregó Matías.
¿Podemos hacer eso, papá?, preguntó Elena.
La verdad, no veo por qué no, contestó él. Veamos lo que pasa.
¿A dónde podemos ir de pic nic?, preguntó Matías.
Rómulo Benítez pensó un momento, y luego subió apresuradamente. Un minuto más tarde regresó con su Biblia y fue directamente hasta el Discovery 3. Los niños miraban ansiosamente mientras escribía sobre la pantalla: M-A-T-E-O-14.13. Entonces presionó la tecla verde. Los rayos de luz de los proyectores comenzaron a brillar en el centro de la sala, y de repente una imagen apareció. Cientos de personas estaban reunidas a la orilla de un lago.
¡Qué bueno! ¡Hemos vuelto al lago!, gritó Cristóbal.
¿Todos tiene su almuerzo?, preguntó Rómulo. ¡Prepárense!
Los niños se pararon en semicírculo fuera de la imagen.
Uno, dos, tres, listos, ¡ya!, dijo Rómulo, y con eso cada niño dio un paso dentro del rayo.
¿Adónde vamos?, preguntó Sara.
Por ahí, cerca del barco, dijo Cristóbal. Comenzaron a correr hacia la orilla donde ya había mucha gente reunida.
La multitud estaba entusiasmada. Los niños oyeron a una madre exclamar: «¡Jesús tomó la mano de mi pequeño, y en el momento, paró la fiebre!». «¡No tengo más dolor! ¡Alabado sea Dios!», gritaba un anciano.
Matías iba adelante conduciendo al grupo de niños hacia la orilla. A Elizabeth le costaba recordar que eran invisibles a los demás, y trataba de esquivar a la gente, como para evitar que la pisaran.
Apúrate, Elizabeth. La gente no puede hacerte daño, dijo Sara.
¡Veo a Jesús!, gritó Matías.
¡Por aquí!
Todos trataron de acercarse más a Jesús. Muchas personas estaban tratando de avanzar y algunos cargaban niños.
Jesús estaba arrodillado cerca de una niña cuando nuestros amigos llegaron al frente. «María no puede oír», dijo la madre a Jesús.
«¿Señor, podrías abrirle sus oídos?»
Jesús miró a María con bondad en sus ojos. Suavemente tocó sus oídos. «Pequeña, ¿puedes oírme?», dijo él. Ella se cubrió los oídos.
«¿Puedes oír, María?», le preguntó su mamá. La pequeña asintió.
«Oh gracias, Señor. Gracias», dijo ella.
En ese momento, algunos hombres se acercaron hasta Jesús. «Señor, el lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer. Lentamente, Jesús se levantó. Parecía muy cansado. «No tienen necesidad de irse», dijo él. «Dadles vosotros de comer». «¡Pero mira toda la gente que hay!», dijo otro hombre. «Hay miles».
«Aquí hay un niño con cinco panes y dos peces», dijo otro, «pero, ¿cómo alcanzarán para tanta gente?»
¿Panes y peces? ¿Qué tipo de almuerzo es ese?, dijo Cristóbal.
¿No conoces los sandwiches de atún?, contestó Sara. ¡Son riquísimos!
Eah, ¿a dónde está yendo Elizabeth?, dijo Elena.
Elizabeth había pasado por donde estaba el muchacho con los panes y los peces, y estaba parada frente a Jesús.
Jesús, puedes tener mi merienda también, dijo ella, y le tendió sus galletas y el vaso con refresco de ciruelas.
Los niños pronto se detuvieron. No podían creer lo que ocurrió a continuación.
© Moody, 1987. Usado con permiso.
Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen II, número 6. Todos los derechos reservados