Un solo deseo
por Juan Stam
El Nuevo Testamento contiene dos frases que resultan muy fáciles de malentender: «pureza de corazón» y «sencillez de corazón».
Cuando oímos «sencillez de corazón», lo más corriente es pensar en una persona humilde, poco complicada, y quizás hasta no demasiado inteligente. Y aunque ya no seguimos las antiguas reglas de pureza espiritual, sin embargo, cuando oímos o leemos la frase «pureza de corazón», es casi seguro que la entenderemos en sentido moralista, sobre todo sexual.Es muy natural y lógico que esta frase nos lleve a pensar en diferentes conductas prohibidas, o, aun, actitudes, pensamientos y deseos que sabemos que no son correctos. Mucho de esto es legítimo e importante. Se trata de aspectos esenciales de la santidad que Dios espera de nosotros, pero el sentido bíblico de «un corazón puro» es muy diferente y mucho más que eso. De hecho, sería posible cumplir sin tacha todo ese esquema de moralidad, al estilo de los fariseos o los puritanos (según el concepto popular de ambos), y no poseer, en absoluto la «pureza» o la «sencillez de corazón» que Dios espera de nosotros como requisito para estar en comunión con él. Unidad absoluta
Ronald Youngblood, respetado biblista del Seminario Bethel, apunta el sorprendente dato de que más de la mitad de las veces que aparece la palabra «puro» en el Antiguo Testamento, se refiere al oro refinado, sin mezcla de otros metales (ISBE III:1054). En la misma forma, «sal pura» significa sal bien refinada (Éx 30.35); igual sentido llevan frases como «aceite puro» (Éx 27.20; Lv 24.2) e «incienso puro» (Éx 30.34; Lv 24.7). En todos estos casos, el significado básico es «sin mezcla». Según el mismo autor, para casi todo el uso del conjunto semántico de «pureza», resulta básico el concepto de unidad indivisa como «completa homogeneidad composicional» (p. 1055). Este sentido puede entenderse como definitivo también para «pureza de corazón»; significa «un corazón no dividido».
A partir de ese análisis de la palabra «puro», importantes pensadores cristianos, comenzando por Sören Kierkegaard, han interpretado «pureza de corazón» (Mt 5.8) como poseer un corazón «simple», no dividido; un corazón entregado totalemnte a Dios y solo a Dios. Mounce (1993:40), citando a Tasker (p.92), afirma que esta pureza de corazón nos libera «de la tiranía del yo dividido». Hauck interpreta «pureza» en la bienaventuranza (Mt 6.8) como «la entrega total de sí mismo, sin reserva alguna, a Dios, que renueva el corazón y excluye todo lo que es contra Dios» (Kittel III:425). Para otros, pureza de corazón se refiere a «aquel amor que se entrega totalmente a Dios» (Coenen II:451). Algunos rabinos definían a los «puros de corazón» como «aquellos cuyo corazón está firme en el cumplimiento de los mandamientos» (LvR 16:116; StrB I:205-206). Ese corazón permanece «puro», no mezclado ni dividido, en sus intenciones y acciones.
Entre lealtades
Muchos textos bíblicos exhortan a la integridad en lo más profundo (hebreo: TaM, Jos 24.14; 1Re 9.4; Sal 7.8; cf. Sal 51.6; Pr 10.9) y condenan la «doblez de corazón». Esta frase, muy frecuente en el Antiguo Testamento y la LXX («sin doblez de corazón», 1Cr 12.33), se enuncia en los idiomas originales con la descriptiva formulación: «en un corazón y en un corazón». Oseas denuncia que «está dividido el corazón» de los israelitas (10.2, JaLaQ LiBaM, emerisan kardias auton). El Salmo 12 expresa con enorme fuerza el juicio de Dios contra tal duplicidad:
Ya no queda gente sincera en este mundo.
No hacen sino mentirse unos a otros;
Sus labios lisonjeros hablan con doble corazón [en un corazón y en un corazón].
El Señor cortará todo labio lisonjero y toda lengua jactanciosa que dice:
«Venceremos con la lengua; en nuestros labios confiamos.
¿Quién puede dominarnos a nosotros?»
Dice el Señor: «Voy ahora a levantarme,
Y pondré a salvo a los oprimidos».
Salmo 12.1–5
Según Eclesiástico 1.28 (=1.36), tales personas se acercan a Dios con corazón partido (en kardia disse), por lo que exclama: «Ay del pecador que va por senda doble» (Eclo 2.12, epi duo tribous). El autor de la Epístola de Enoc (1En 91–104), exhorta a sus hijos: «Amad a la justicia, y solo a ella. No os acerquéis a ella con corazón doble y no os mezcléis con los que tienen dos corazones» (91.4).
Lo contrario de este «corazón doble», según las escrituras hebreas, es «buscar a Dios con todo tu corazón y toda tu alma» (Dt 4.29, 6.5; cf. 1Cr 28.9; 29.17; Sal 119.2, 10). Bajo el Rey Asa, el pueblo contrajo el pacto de «buscar de todo corazón y con toda el alma al Señor» (2Cr 15.12). En su carta a los exiliados, Jeremías exhorta de nuevo al pueblo a buscar al Señor de todo corazón (Jer 29.13; cf. Qumrán CD 1.10). Es siempre el mismo mensaje con el mismo énfasis: la persona totalmente unificada en Dios, sin nada de dobleces.
Escoger posiciones
Podemos afirmar, con toda propiedad, que los nicolaítas en las congregaciones de Asia Menor, a finales del primer siglo, no poseían la pureza de corazón que Dios espera de nosotros, sin la que nadie verá a Dios (Mt 5.8). No buscaban a Dios con todo su ser. Su actitud era torcida y «duplex», corroída por duplicidad. Juan los llama a definirse, a ser una cosa u otra, pero que dejen de pretender adorar a César y a Cristo a la vez. Querían llevar ambos signos, la marca de la bestia y el sello del Cordero, cosa de por sí totalmente imposible.
Esta integridad, sin doblez, se llama también «sencillez de corazón», la del corazón que es «de una sola pieza», con total entereza ante Dios en pensamiento, palabra y acción, sin doblez. La palabra clave para este concepto es haplotes, tanto en la LXX como en el Nuevo Testamento. Según 1 Macabeos 2.37, los judíos fieles desafiaron las tropas de Antíoco Epífanes: «No saldremos ni obedeceremos la orden del rey de violar el día del sábado … Muramos todos en nuestra integridad» (sencillez; en te haploteti hemon). Sabiduría 1:1 exhorta a «buscar [al Señor] con sencillez de corazón».
En el Nuevo Testamento, haplotes es el opuesto directo de diplous (Spicq 1:169). Se emplea en diversos contextos, pero la idea central es siempre «simple, íntegro». A veces se refiere a la integridad de los empleados, al trabajar de corazón como para el Señor (Ef 6.5; Col 3.22). En otros pasajes significa «simplicidad» al dar con generosidad, sin reservas ni segundas intenciones (Ro 12.8; 2Co 8.9; 9.11, 13). Dios mismo da con «simplicidad» (Stg 1.5, haplos), en contraste directo con la persona que pide a Dios con doble alma (1:8, dipsujoi). Por todo eso, Pablo puede describir la vida cristiana como «la simplicidad que está en Cristo» (2Co 11.3; tes haplotetos … tes eis ton Jrison).
Visión nítida
Un caso muy curioso de estos términos, y a la vez esclarecedor, es Mateo 6.22: «si tu ojo es simple (haplous), todo tu cuerpo estará luminoso (foteinon), pero si tu ojo es malvado (poneros), todo el cuerpo estará oscuro (skoteinon; Mt 6.22–23 – griego). Sigue inmediatamente el dicho de Jesús, que «nadie puede servir a dos señores» (dusi kuriois). Es un error entender el contraste aquí como el de un ojo sano y otro enfermo de la vista, ya que haplous siempre significa «simple» y nunca «sano», mientras ofthalmos poneros nunca significa ojo enfermo. El siguiente apotegma aclara el sentido: el «ojo simple» se concentra totalmente en servir a Dios; la persona de «ojo malo» es bizca, por decirlo así. Mira en dos direcciones; con un «ojo» busca la voluntad de Dios, pero con el otro busca cualquier otra deseo. No logra enfocar una visión integrada. Quiere servir a Dios y a las riquezas a la vez.
Spicq (1994:170-171) desglosa con gran acierto el significado de haplotes en este pasaje como:
Un propósito firme y profundo, una condición del alma. En contraste con las personas de duplicidad, las de corazón dividido, los simples no abrigan otro deseo que hacer la voluntad de Dios … Toda su existencia es expresión de esta disposición de corazón, esta rectitud … El significado aquí [Mt 6.22] es probablemente el de una lealtad sin nubes … El sentido más confuso es el del alma sencilla, no fraccionada, como la de un niñito, orientada exclusivamente hacia Dios. Esta integridad, esta rigurosidad de propósito definido, lo introduce a uno a la luz, al mundo de Dios. La luz es total y perfecta, pero si tu mirada es perversa, deficiente porque el corazón se deja arrastrar por un lado y otro, toda tu persona permanece en oscuridad (¿el mundo de Satanás?). La simplicidad es así, el involucramiento total y la entrega irrestricta de la persona.
En el contexto de Apocalipsis, es evidente que tal cuadro es un retrato en vivo de los nicolaítas.
Coquetear con opciones
La Espístola de Santiago enfoca el mismo contraste cuando contrapone la haplotes de Dios (1.5; simplicidad, generosidad) con la dipsujia de los que viven con doblez en vez de sencillez de corazón (1.8; 4.8; dos psiques, alma dividida entre dos inclinaciones). El destacado biblista Richard Bauckham describe a estas personas como sigue: «Las personas «de doble ánimo» viven con móviles mixtos y lealtades divididadas. Porque quieren ser amigos del mundo como también de Dios (4.4), no desean con sinceridad la sabiduría que le piden a Dios» (EerdBibDict p. 1485). Más gráficamente, Otto Knoch llama a eso un «mariposear entre Dios y el mundo» (Carta de Santiago, Barcelona, Herder, p. 95). «Para Santiago», escribe Elsa Tamez, «no se puede vivir en la ambigüedad … o se hace amistad con Dios o con el mundo injusto; o se está en la comunidad o fuera de ella. En la praxis se tiene que mostrar claridad de opción» (1985:78, 80).
El tema es especialmente frecuente en los Testamentos de los Doce Patriarcas (TestXII), «No seáis de doble faz» (diprosopoi), exhorta el Testamento de Aser, «los hombres buenos son de una sola faz (monoprosopoi); aunque parezcan errados a los ojos de los dobles, son justos ante Dios» (3.1; 4.1; 6.1). «Los que tienen dos caras serán castigados doblemente» (6.1). Según el Testamento de Benjamín, «la mente buena no tiene dos lenguas, una para la bendicón y otra para la maldición … sino que mantiene respecto a todos una única disposición, sencilla y pura. Tampoco tiene una visión o audición doble … Mantiene pura su mente … Pero todas las obras de Beliar son dobles y no conocen la sencillez» (T. Benj 6.6). Como bien señalan Díez Macho (V:93), C. Spicq (I:170) y T. Schramm (BalzSch I:369), el Testamento de Isacar es toda una larga exposición de la haplots, en que el autor no solo exhorta a la sencillez sino se identifica con ella en su propio ejemplo. «Preceded con sencillez de corazón —escribe el autor— porque sé que en ella reside toda la complacencia del Señor» (T. Iss 4:1; cf. 3.8, 7.7; 4.6).
La imporancia de Santiago 1.8, y de las palabras dipsujoi y haplotes, se observa en su gran impacto sobre los padres apostólicos, sucesores inmediatos de la iglesia primitiva. La frecuencia de este lenguaje, especialmente en Pastor de Hermas, es extraordinria. Estos autores emplean un riquísimo vocabulario para «doble ánimo» y su opuesto, «sencillez de corazón», a veces inventado por ellos. Entre otros términos podemos mencionar dignomon («doble intención») y diglossa («doble lengua», Bern 19:7; Did 2:4). También aparece dipokardia («dos corazones», Did 5:1 Bern 20:1) y dilogoi (Policarpo a Filipenses 5:2), que podríamos llamar «personas con un doble discurso». Contra ellos, Hermas escribe «los enteros en la fe» (holoteleis en te pistei), un equivalente de «sencillez de corazón». Esa concentración tan abrumadora, casi obsesiva, en la fidelidad y la integridad, refleja sin duda la condición de la comunidad a principios y mediados del segundo siglo, cuando la persecución había arreciado aún más que en los tiempos del Apocalipsis.
Llamado a la fidelidad
Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que en tiempos de Juan los nicolaítas sufrían de esa dipsujia, la peor de todas las esquizofrenias. La terapia que Juan propone para esa enfermedad no es nada fácil y el precio es muy alto. A esos «medio cristianos», titubeantes y vacilantes, Juan los llama a definirse, a purificar sus corazones de tantas motivaciones confusas y contradictorias, y entonces a «ser fieles hasta la muerte» (Ap 2.10).
A la luz de esta exhortación alcanzamos a descubrir lo que Juan busca comunicar en todo este bloque textual (Ap 13.1–14.4). Quiere explicar a sus primeros receptores, como también a nosotros hoy, que ser cristiano es mucho más que solo creer ciertas doctrinas, o solo asitir a cultos o solo cumplir ciertos deberes menores de la religiosidad. Quiere dejarnos claro que ser cristiano exige un compromiso radical, que implica grandes riesgos y posiblemente sufrimientos. Y específicamente, bajo la idolatría de un sistema imperial, eso significa resistencia al sistema, perseverancia inclaudicable y una fe inconmovible en el Dios de amor y de la justicia. En esas luchas, nos señala Eugene Peterson, los primeros cristianos habían aprendido que «la perseverancia y la fe son fuerzas agresivas en la batalla que ruge entre Dios y el diablo» (1988:125). También habían aprendido que al sufrir ellos por la fe, participaban directamente en los mismos sufrimientos de su Señor y de su martirio, como también de su resurrección.
Podemos ver este pasaje (Ap 13.1–14.4) también como un comentario sobre lo dicho en el canto de victoria de los mártires, que «no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte» (12:11, «no amaron sus vidas». Ouk egapesan ten psujen auton ajri thanatou). Se trata de la perseverancia y la fe de los que prefieren mil veces morir que traicionar la verdad y la justicia. Es el espíritu de los mártires, cuya sangre fecundó el suelo de la misión de la iglesia. En otro nivel, es el grito que resuena en muchos países latinoamericanos: «Patria libre o muerte». Para parafrasear una versión revisada de unas palabras de Dietrich Bonhoeffer, la gran mayoría de los cistianos parece creer que «cuando Cristo nos llama, nos llama a cantar coros, asitir a cultos, diezmar y prosperar».
En su sentido más profundo, ese es el significado de la «pureza» de los 144 000 vírgenes del Apocalipsis 14.4 y que Cristo espera de nosotos hoy. ¿Qué valdría hoy ser virgen biológicamente pero no poseer esa verdadera «pureza de corazón»?
Se tomó de Comentario Bíblico Iberoamericano, Apocalipsis Tomo III, por Juan Stam, Ediciones KAIRÓS, 2009, pp. 400 a 404. Se usa con permiso del autor.
El autor, costarricense por adopción, se doctoró en teología por la Universidad de Basilea, Suiza. Ha ejercido la docencia en varias instituciones teológicas y universidades de América Central y de otros lugares del mundo. Es miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) y ha escrito varios libros y numerosos artículos.