Biblia

Una amonestación al pastor

Una amonestación al pastor

por Richard Baxter

El presente trabajo vio la luz en el siglo XVII. El autor había sido comisionado para presentar los estudios en un retiro pastoral en Inglaterra. El propósito de dicho retiro fue ayunar, orar y decidirse a pastorear con excelencia…

El presente trabajo vio la luz en el siglo XVII. El autor había sido comisionado para presentar los estudios en un retiro pastoral en Inglaterra. El propósito de dicho retiro fue ayunar, juntos pedir perdón a Dios por los pecados pastorales, y decidirse a pastorear con excelencia las congregaciones que se les habían confiado. Por razones de salud, Baxter no pudo asistir a dicho encuentro, pero sus estudios fueron usados para publicar un libro pastoral (The Reformed Pastor). Esta es una síntesis de la primera parte, donde la apelación apunta al pastor mismo.


Si me presentaran objeciones, diciéndome que no debería ser tan franco en hablar abiertamente contra los pecados de los pastores, o que no debería publicarlos y dejarlos al alcance de otros, argumentaría, entre otras cosas, lo siguiente:


1) Nos hemos puesto de acuerdo sobre la necesidad de una solemne humillación delante de Dios. Pero ¿cómo nos humillaremos si no confesamos nuestros pecados?


2) La confesión tiene que ver con nuestros propios pecados como pastores, y ¿quién puede sentirse ofendido de que confesemos nuestros pecados cuando nos culpamos y avergonzamos nosotros mismos?


3) Cuando el pecado se ha cometido a la vista del mundo, es inútil tratar de ocultarlo sin con ello agravar y aumentar la vergüenza.


4) La confesión plena es la condición para el perdón pleno; y cuando el pecado es público, la confesión debe ser pública. El pecado no perdonado no nos permitirá descansar ni prosperar. Nuestro pecado nos alcanzará aunque nosotros no lo alcancemos a descubrir. «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia» (Pr. 28:13). Dios forzará nuestras conciencias para que confesemos nuestros pecados. De lo contrario, mediante sus juicios, Dios los pondrá en evidencia ante el mundo.


5) Muchos de los que han optado por la tarea del ministerio proceden tan obstinadamente en buscar sus propios intereses, en ser negligentes y orgullosos, que es nuestro deber ineludible amonestarlos. Creo que cuando alguien se ofende más por la reprobación que por el pecado mismo, y antes de dejar de pecar preferiría que dejemos de amonestarlo, es el momento de aplicar la medicina. Contemporizar con los pecados de los pastores equivale a promover la ruina de la iglesia. No hay un camino más rápido para la corrupción del pueblo que la corrupción de sus pastores y líderes. ¿De qué mejor manera podemos promover la reforma del pueblo que promoviendo la reforma de los líderes de las iglesias?


Ojalá ustedes sientan tanto desagrado por sus pecados como pueden sentirlo por mis reprensiones. Si fueran solamente sus cuerpos los que están enfermos y ustedes no quisieran tomar el remedio, o fueran sólo sus casas las que se están quemando y ustedes siguieran cantando o peleando en las calles, tal vez podría soportarlos y dejarlos solos (lo que en realidad, por amor, no debería hacer); pero si usted fuera el médico de un hospital o de una ciudad que está afectada por una infección, o fuera el responsable de apagar los incendios de una población, no sería posible tolerar su indolencia por más que usted se enojara. Usted merecería ser observado; si no hiciera caso debería ser reprendido; y en caso de insistir, le correspondería ser desechado. No digo esto sino a los que son culpables en su conducta.


He dado las razones que me llevan a ser muy claro en cuanto a los pecados en el ministerio, y supongo que cuánto más sincero y humilde sea un pastor, y cuánto más anhele la reforma de su iglesia, más fácil le será aprobar y aceptar estas confesiones y reprensiones. Pero soy consciente también de cuán imposible será evitar ofender a aquellos que, siendo culpables, no quieren confesarlo. Sólo sería evitable por nuestro silencio o por la paciencia de ellos. Nuestro silencio no es posible debido a nuestra responsabilidad ante Dios, y no será posible obtener su paciencia a causa de su culpabilidad e impertinencia.


Mi principal tarea todavía está por delante. Necesito de audacia, hermano, para ser su guía en cuanto a algunos deberes necesarios. La necesidad del alma humana y mi deseo de su salvación y de la prosperidad de la iglesia, me fuerzan a esta arrogancia e inmodestia, si así se las puede llamar. Pues, ¿quién que tenga una lengua podrá permanecer callado cuando está en juego el honor de Dios, el bienestar de su iglesia y la felicidad eterna de tantas almas?

El deber incuestionable de todos los pastores es dedicarse a la tarea de catequizar1 e instruir individualmente a todos los que están bajo su cuidado.


1) La gente debe ser enseñada en las verdades de la fe que tienen que ver con la salvación.


2) La iglesia debe ser edificada de la manera más edificante y ventajosa.


3) La enseñanza, el examen y la instrucción personal tienen excelentes ventajas que redundan para bien.


4) La instrucción personal es recomendada en las Escrituras según la práctica de los siervos de Cristo, y ha sido aprobada por los santos de todos los tiempos.


5) Si en su distrito hay 500 o aun 1000 personas que no conocen la verdad, es un mal descargo para usted el predicarles una y otra vez a unos pocos y dejar al resto en su ignorancia, si usted pudiera ayudarlos.


6) Es cierto que esta tarea nos insumirá mucho tiempo, y que el resto de nuestros deberes deben hacerse de una forma ordenada y con el debido tiempo, pero yo les ruego a ustedes, fieles ministros de Jesucristo, que acometan seria y efectivamente esta labor. No hemos tomado el mejor camino para demoler el reino de las tinieblas. En mi caso (como puede ser el de ustedes) yo estaba convencido de la necesidad de esta tarea, pero mis temores eran demasiado grandes y mi decisión por cumplir el deber demasiado débil. Imaginaba que la gente se burlaría, que sólo muy pocos lo aceptarían; creí que mis fuerzas no me serían suficientes teniendo tantas cargas sobre mí, de manera que lo fui postergando, hasta que debí buscar la misericordia de Dios para ser perdonado.


Cuando por fin comencé a enfrentar el problema, vi que las dificultades eran como nada (excepto mi extraordinaria debilidad física), y noté que los beneficios de la tarea eran tales que no los cambiaría ni por todas las riquezas del mundo. Pasábamos los lunes y martes desde la mañana hasta casi la noche en esta tarea, tomando 15 ó 16 familias por semana, a fin de cubrir en un año un área de aproximadamente 800 familias. El resultado ha sido que muy pocas personas se han negado a escucharme, y el éxito logrado con la mayoría ha sido superior al de mis predicaciones en público.


En cuanto al método de hacer el trabajo, quiero mencionar que al enseñar el catecismo preparo un detalle de todas las personas del distrito que tienen un nivel adecuado de comprensión, y mi ayudante va una semana antes a cada familia a decirles qué día deben venir y a qué hora (una familia a las 8, la otra a las 9, la siguiente a las 10 y así todo el día). Debido a la cantidad, me veo obligado a tratar con toda la familia a la vez, pero no admito que haya presentes personas que no pertenezcan a esa familia en particular2.


¿Qué autoridad tengo para invitarlos a ustedes, hermanos, a hacer este trabajo de visitación? Lean y relean lo que dice la guía de la Asamblea de Westminster sobre esto: «Es deber del pastor, no sólo enseñar en público a la gente que está bajo su influencia, sino también hacerlo en forma privada y, particularmente, amonestarlos, exhortarlos, reprobarlos y confortarlos en toda ocasión propicia, tanto como su tiempo, fuerzas y seguridad personal se lo permitan. Debe advertirles en tiempo de salud para prepararlos para la muerte».


No puedo concebir que una persona que tenga una chispa de gracia divina, y que por lo tanto tenga amor a Dios, se deleite en cumplir su voluntad y sea contado entre los santificados, pueda oponerse o rehusarse a una tarea como ésta, excepto que se encuentre bajo el mismo poder que llevó a Pedro a negar a Cristo o a intentar disuadirle de ir a la cruz, lo que le valió una cuasi excomunión («¡Apártate de mi, Satanás!»).


Ustedes que son de los que han puesto sus manos sobre el arado, ¿se van a volver hacia atrás? ¿Mostrarán sus caras en una congregación cristiana como ministros del evangelio y orarán allí por avivamiento, por la conversión y salvación de sus oyentes y por la prosperidad de la iglesia, y después de lo que han hecho se rehusarán a utilizar los medios por los cuales todo esto se debe hacer?


Hermanos, les ruego en el nombre de Dios y por amor a las almas de su gente, que no hagan esta tarea descuidadamente sino en forma vigorosa, con todas sus fuerzas, y hagan de esto su más grande y seria ocupación. Se requiere mucho discernimiento para hacerla. Estudien de antemano cómo realizarla, con la misma diligencia que estudian para sus sermones. Estoy convencido de que la vigencia de este trabajo bajo la guía de Dios descansa en el manejo prudente y efectivo de la práctica de la catequesis, escudriñando los corazones de los hombres y llevando la verdad a sus conciencias.


Cuando hablen a su gente, háganlo con la mayor prudencia y seriedad, y sean tan sensibles como ellos en un asunto de vida o muerte.


Otra cosa que pido a los pastores es que se decidan a practicar la disciplina en la iglesia, dada su necesidad y el ser parte misma del trabajo. Les ruego que, si quieren rendir buena cuenta al Príncipe de los pastores y no ser hallados infieles en la casa de Dios, no la demoren voluntaria y negligentemente como si fuera una cosa innecesaria. No se retraigan de aplicar la disciplina por lo difícil que signifique para la carne el aceptarla, pues mientras que esto es una señal de triste hipocresía, también es cierto que los deberes más costosos son generalmente los más satisfactorios. Esté seguro de que Cristo le retribuirá el esfuerzo.


Mi último pedido es que todos los ministros fieles de Cristo se unan y asocien sin más demora para llevar adelante la tarea de cada uno en la obra del Señor, el mantenimiento de la unidad y la concordia en sus iglesias. No descuiden sus reuniones fraternales para estos fines, y no las gasten sin provecho. Antes bien, mejórenlas para su edificación y para llevar adelante la obra eficazmente.


1. Si bien el término catequizar en Latinoamérica ha sido de uso casi exclusivo de la Iglesia Católica, a nivel mundial y desde siempre ha sido propio de toda la iglesia cristiana. El significado que Baxter le da incluye la evangelización, el seguimiento y la formación en la vida cristiana.


2. Posiblemente hoy deberíamos cambiar la metodología, pero vale decir que varios pastores se han visto agradablemente sorprendidos al llevar a cabo esta forma de evangelismo y seguimiento. En Argentina muchos han sido ganados para Cristo de esta forma.


Richard Baxter (1615-1691), autor inglés, escritor de himnos y predicador; conocido como uno de los más destacados voceros del Puritanismo dentro de la Iglesia de Inglaterra. Traducido y comentado por Jorge Somoza.