Una iglesia manchada por el pecado

por John White

Somos critaturas mezquinas, tentamos con el alcohol, el sexo y la ambición, pero eludimos el gozo infinito que se nos ofrece … somos demasiado fáciles de complacer. C.S. Lewis

El pecado sexual es una epidemia dentro de la iglesia. ¿Cómo comenzó esta situación? Surgió porque los poderes de las tinieblas tienen su propia agenda para la vida de la iglesia. El blanco primario de ataque de Satanás es el sexo. Su estrategia siempre ha consistido en ejercer un fuerte control sobre las costumbres sexuales de las personas. Ayudando a que Satanás tenga mejor puntería, se percibe la actitud de muchos cristianos que en lugar de buscar una vida cristiana acorde con los principios bíblicos, están más interesados en vivir una vida sexual más satisfactoria y en descubrir cómo experimentar más placer en la cama.El feminismo, la liberación homosexual y más recientemente el movimiento de la masculinidad han adquirido creciente influencia y poder. Lo anterior no significa que uno no esté de acuerdo con el placer. El placer fue idea de Dios. El fabricante siempre sabe de qué manera funciona mejor una máquina, y nuestro Hacedor ha provisto instrucciones al respecto. Dios planeó intenso gozo para todos nosotros. Pero, como dice Lewis, optamos por un placer escaso, en lugar de uno abundante. Se requiere cierto conocimiento y experiencia para ayudar a alguien con su pecado sexual. Las iglesias pueden obtener y usar ese conocimiento, y debieran cumplir un papel mucho más significativo en la restauración de los pecados sexuales que el que desempeñan en la actualidad. Hoy, Dios está dando luz a la iglesia para que tenga una comprensión más profunda del pecado sexual y de cómo debe ser encarado. En las últimas dos décadas, han ocurrido muchos cambios. El mundo ha cambiado, también en las iglesias ha habido cambios, una pendiente hacia abajo en los estándares de la moral sexual. Y yo mismo he cambiado. Entonces, permítame comentar en orden los cambios que han tenido lugar en el mundo, en la iglesia y en mí mismo, y añado cómo Dios está respondiendo con juicio a los cambios de la iglesia. El mundo ha cambiado El conocimiento, en todos los órdenes, ha tenido un crecimiento muy alto. Las corrientes filosóficas han cambiado. El mundo occidental y todas las ciudades del orbe han sido influenciadas por esos cambios y se muestran hoy abiertamente fanatizadas por el sexo. Tanto la moralidad pública como la privada han cambiado profundamente. El feminismo, la liberación homosexual y más recientemente el movimiento de la masculinidad han adquirido creciente influencia y poder. Los intereses comerciales que hay detrás de la literatura y de los videos pornográficos gozan de extraordinaria salud financiera, pese a muchos esfuerzos en contra de la pornografía. Los niveles de la moralidad social van rápidamente cuesta abajo hacia un precipicio. Los cambios legislativos están generando a nuestro alrededor un mundo cada vez más hostil hacia la perspectiva cristiana de la sexualidad. La batalla a favor de los derechos de la mujer y en contra de los derechos del niño por nacer está en pleno auge. Aumentan los crímenes sexuales, y este incremento es real, no un mero invento de los medios y de la publicidad. El optimismo inicial con que se encaró el SIDA se desvaneció rápidamente. En algunos lugares del mundo donde sólo se la tomó en serio cuando era demasiado tarde, ya es una epidemia. Ahora los congresos mundiales sobre el SIDA producen informes cada vez más preocupantes.Los cambios legislativos están generando a nuestro alrededor un mundo cada vez más hostil hacia la perspectiva cristiana de la sexualidad. Aumentan las violaciones. Este parece ser un crecimiento auténtico y no el mero resultado de la reciente tendencia de las mujeres a denunciar las violaciones ante la policía. Los crímenes violentos vinculados con el sexo son tan comunes que los pasamos por alto en las noticias —pero caminamos con desconfianza por la noche. Hace poco vi el video de la entrevista de James Dobson a Ted Bundy. Bundy era considerado, cuanto menos, un consumado embaucador, pero en esa ocasión me sentí impresionado por su sinceridad. La entrevista tuvo lugar apenas unas horas antes de su ejecución. Ya no quedaba nada del sereno y manipulador farsante que había jugado a su gusto con la prensa. Reconoció tener plena responsabilidad por los asesinatos que había cometido y total conciencia del sufrimiento que había causado. Con serenidad, analizó el camino que finalmente lo condujo a la violación y al crimen: una creciente adicción a la pornografía, hasta llegar a la más despreciable conducta pornográfica. Bundy creció en un hogar cristiano. Vivimos en una sociedad que muestra diversos síntomas de desintegración. El abuso contra las mujeres es cada vez mayor, al igual que el número de madres solteras. En particular, el cambio amenaza la vida de los niños. Abrumados, nos damos cuenta del hecho contundente de que los niños que fueron sexualmente abusados a menudo se transforman en adultos abusadores, con lo cual tenemos una nueva generación de abusadores que está creciendo ahora en un ambiente radicalmente modificado y cargado de sexo. Muchos niños están dañados y muchos otros destruidos como consecuencia de los abortos, la violencia doméstica, el abuso sexual, el abandono de los padres, los abusos en ritos satánicos, el horror de la vida callejera en las grandes ciudades o los escuadrones de la muerte en Río de Janeiro. La iglesia ha cambiado Desde hace algún tiempo, la iglesia ha marchado a la zaga del mundo, siguiéndolo a una distancia respetable (aunque cada vez menor). Con esto quiero decir que han estado ocurriendo cambios en la iglesia, tanto en su actitud como en su situación. En la iglesia se sabe más ahora acerca del sexo que antes, y hay una clara tendencia a hablar más sobre él, aunque no se llega a hablar lo suficiente. Las iglesias liberales posan como más iluminadas que el resto y reformulan las categorías de pecado bajo la engañosa pretensión de «avanzada teológica». Lamentablemente, muchas iglesias conservadoras y fudamentalistas se mantienen en silencio sobre el tema del sexo o condenan el pecado sexual en público mientras lo practican en secreto. Las iglesias carismáticas y las neocarismáticas parecen igualmente vulnerables. Nos peleamos sobre la existencia de los dones carismáticos, pero ninguno de los bandos da evidencia de la gracia santificadora en el área sexual. El mundo no se engaña. El abrumador destape de los tropiezos sexuales de cristianos prominentes sólo aumenta el cinismo del mundo; no sólo el cinismo hacia la iglesia de Dios —lo cual ya sería suficientemente malo— sino hacia el evangelio que esta predica, lo cual es peor. Por debajo de nuestras fallas subyace la sutil pero difundida aceptación, por parte de los miembros de las iglesias, de los puntos de vista y de las pautas morales que el mundo tiene sobre la sexualidad. Esto no significa que la iglesia está de acuerdo con el mundo. Pero la iglesia lee los periódicos y las revistas seculares y mira los programas de televisión del mundo; así, inevitablemente, las perspectivas mundanas producen impacto en las emocio-nes de los cristianos. Y son esos sentimientos secretos de los creyentes en general lo que determina su comportamiento, no las declaraciones públicas de los organismos oficiales. Con esa declaración y todo, más de una iglesia ya se ha vendido por completo al mundo. Tropezamos y zozo-bramos en un caos sexual. Dios nos dio la sexualidad como un lago de refrescante gozo. Nos ofrece comunión, y no sólo a los casados, ya que todos los seres humanos (y por lo tanto, todas las relaciones humanas) surgen de la realidad del sexo. La emoción de tomar la mano de uno de mis nietos entre las mías no tiene ni una pizca de erotismo; sin embargo, esa emoción proviene del aspecto procreador del sexo, que resultó en la existencia de mi nieto. Si yo nunca hubiese disfrutado del sexo con mi esposa y si tampoco mi hijo lo hubiese hecho con su mujer, este niño no estaría aquí. Y ahora, este asombroso acto de la creatividad divina está abrazado a mí. ¡Es una maravilla y un deleite! Desgraciadamente, desde la caída, este remanso de gozo quedó rodeado por un fétido pantano, surcado por senderos de disfrute lleno de culpa. En este sitio maloliente, en este lugar generador de oscuridad y de muerte, está hundiéndose hoy la iglesia. Cada vez más miembros de iglesia, aun líderes, caen atraídos por su maligna seducción. El pecado sexual entre los cristianos Unos años atrás, el departamento de investigación de la revista Christianity Today realizó dos encuestas entre sus lectores. Una de ellas tenía que ver con los hábitos sexuales de los pastores, y la otra, con las caídas sexuales de los lectores laicos. Se enviaron por correo aproximadamente dos mil cuestionarios, la mitad a cada grupo. Sólo treinta por ciento respondió. Uno se pregunta por qué. Los resultados de las encuestas confirman lo que algunos de nosotros ya sabíamos. Nos preguntamos en qué forma hubieran variado las cifras si todos hubieran respondido. Algunos quizás se negaron a responder porque estaban demasiado ocupados como para molestarse en responder cuestionarios. Muchos otros, estoy seguro, consideraron que el contenido de la encuesta era demasiado amenazador. Doce por ciento de los pastores que respondieron la encuesta admitieron haber tenido relaciones sexuales con personas a las que estaban vinculados por su trabajo pastoral. En las mismas circunstancias, dieciocho por ciento admitió besos apasionados, caricias, masturbación mutua, etc. Esos pastores lamentan lo ocurrido y se turban al confesarlo, pero por lo general, no tienen dónde recurrir para pedir ayuda y consejo. Las estadísticas de Christianity Today muestran que las caídas sexuales son aun más frecuentes entre los laicos. El informe continúa: «La incidencia de inmora-lidad entre los laicos era casi el doble: cuarenticinco por ciento reconoció haber hecho algo sexualmente incorrecto, ventitrés por ciento dijo haber tenido relaciones extramatrimoniales, y ventiocho por ciento admitió haber participado en otras formas de sexo fuera del matrimonio (Leadership 1, 1988, p. 20). Algunos que se dicen cristianos practican sexo por placer con quien les da la gana. Nuestros adolescentes son «sexualmente activos». Personas solitarias y necesitadas de afecto arrebatan consuelo de donde pueden. Al haber adquirido los valores que ofrece la psicología secular, pretendemos «tomar en serio nuestra sexualidad» y así nos hemos sumado a las filas de los engañados, con toda pompa y autojustificación. Poco a poco, miramos alrededor y empezamos a tomar conciencia de que por elegir esa ruta hemos perdido el camino. Cada vez son más los miembros de iglesias, los sacerdotes y los pastores a quienes vemos defendiéndose contra acusaciones de abuso que han sido llevadas a la justicia. Hoy, el mundo influye a la iglesia más de lo que la iglesia influye al mundo; y es por esa razón que caemos en el lodazal. Los tropiezos de los líderes cristianos, ya fueran a nivel local o nacional, solían resultarnos chocantes y abrumadores. Poco a poco, empezamos a tomar semejante situación como si fuera natural. Los hacemos a un lado para dedicarnos a temas más placenteros. Ya no queremos enterarnos qué líder ha caído en alguna forma retorcida de pecado sexual. Sin embargo, tenemos que enfrentarnos a nuestra condición cenagosa y preguntarnos cuál es la solución. Francis Frangipane, un líder carismático de los Estados Unidos, comenta: Hay hombres respetables que aman a Dios y procuran servirle; sin embargo, en lo íntimo de sus corazones son prisioneros de Jezabel. Se sienten profundamente avergonzados por su adicción a la pornografía, y apenas logran controlar sus deseos hacia las mujeres. Si se les pide que oren, su espíritu está inundado de culpa y de vergüenza. Sus plegarias no son sino los gimoteos de los eunucos de Jezabel. (Francis Frangipane: The Three battegrounds, 1989, p. 100). Yo también he cambiado Desde que escribí Eros y el pecado sexual, el mundo ha cambiado y, junto con los de mi generación, yo también he cambiado. Escribí entonces como psiquiatra, como pastor de una iglesia y como padre de una familia joven. Ahora escribo como abuelo y como pastor informal de numerosos jóvenes pastores. Desde que escribí aquel libro, he visto mucho más de la vida y a muchas más personas que luchan en forma denodada con su sexualidad. Aunque era muy consciente de que la conducta homosexual era un comportamiento errado, no sabía entonces que Dios tiene una gloriosa respuesta para la persona que lucha, una alternativa liberadora de la tortura que implica su inversión sexual. Al descubrir que Dios puede liberar a hombres y mujeres de la abrumadora atracción física hacia personas del mismo sexo, algunos homosexuales han encontrado nuevas alegrías y triunfos, en tanto otros cristianos homosexuales se oponen con amarga virulencia a la sola idea de que tal cambio sea posible. Mis puntos de vista sobre la masturbación también han pasado por una significativa modificación. Antes la describí como una conducta sexual subnormal. Ahora considero que la masturbación es a la vez pecaminosa y psicológicamente perjudicial. Lo más significativo es que percibo el pecado sexual como algo mucho más serio que antes. No había advertido plenamente su relación con lo que ahora los cristianos denominan guerra espiritual. Tampoco había visto su vínculo con la violencia en la sociedad. Tal vez el pecado sexual en la iglesia sea el mayor obstáculo individual que impide el impacto evangelístico en la sociedad. Sin duda, nuestra esclavitud sexual es una meta primordial para Satanás, una meta en la que actualmente goza de enorme éxito. Nuestra evangelización está debilitada porque estamos bajo juicio. La iglesia, lo creamos o no, ya está bajo juicio. No me refiero al juicio futuro; estoy convencido de que ahora mismo estamos en medio de un juicio. El juicio de Dios El hecho de que la iglesia esté empantanada en una ciénaga sexual, y que hombres y mujeres luchen desesperadamente contra el pecado sexual es, no sólo la evidencia, sino también una parte del juicio divino. Dios aplica los principios de juicio a su pueblo de la misma forma en que los aplica al mundo. Ananías y Safira no escaparon de su justicia. Tampoco la iglesia en Corinto. Cinco de las siete iglesias en Asia Menor fueron amenazadas de caer bajo el juicio divino si no se arrepentían de sus faltas. El juicio comienza mucho antes de la aparición de los terremotos y de las «guerras y rumores de guerras». Permítame expresar la esencia del argumento de Pablo en Romanos 1.18–32. El juicio de Dios tiene lugar en fases sucesivas. Primero viene la ceguera intelectual y espiritual; después, la idolatría y la superstición; le sigue la pérdida de protección de la tentación sexual en todas sus variedades; luego las enfermedades de origen sexual; y finalmente, el deterioro que conduce a la desintegración social. Sólo después de esas etapas sobreviene el juicio propiamente dicho. La ceguera espiritual Primera fase del juicio divino. – Cuando creemos una mentira, quedamos sometidos a su poder. Cuando no vivimos según la verdad, caemos bajo una «ceguera por juicio». Es una ceguera impuesta a la vez por nosotros mismos y por Dios. El juicio divino comienza con la entrega del hombre y de la mujer, sean creyentes o incrédulos, a la locura que ellos mismos eligieron. (Ro 1.21–22) ¿Cuál es el pecado? Conocer a Dios pero no darle la gloria que le corresponde. Conocerlo pero, a pesar de ello, vivir sin gratitud alguna por el don de la vida. Conocerlo pero aceptar pautas de vida ajenas a las Escrituras, honrarnos a nosotros mismos y satisfacer nuestros propios intereses en lugar de los de Dios. ¿El resultado? La consecuencia es la ceguera intelectual y espiritual, la ceguera de pensar que sabemos mucho cuando en realidad no sabemos nada. Jesús, citando a Isaías, da cuenta de este fenómeno de la «ceguera por juicio» (véase Mt 13.13–15). Lo terrible del juicio divino es que el ciego espiritual siempre da por sentado que puede ver. Nace la idolatría Segunda fase del juicio divino. – El próximo paso es la adoración de falsos dioses. Tal como los que pertenecen al mundo, el propio pueblo de Dios también se vuelve necio y cambia «la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (Ro 1.23). No somos supersticiosos y no nos postramos ante los ídolos. En lugar de ello, adoramos directamente a las fuerzas demoníacas que hay detrás de los ídolos. Nuestra conducta evidencia que adoramos el dinero, el sexo y el poder. En consecuencia, hemos llegado a ser juguetes de los dioses que adoramos. Las perversiones sexuales Tercera fase del juicio divino. – Rápidamente llega una tercera fase. Es una etapa de mayor sujeción a los poderes de las tinieblas. Somos «entregados» a la impureza sexual, a pasiones vergonzosas y a una mente depravada (véase Ro 1.24–27). Observe que la vulnerabilidad a diversas formas de lujuria y perversión sexual (y a los ataques de esa índole que provienen de los poderes de las tinieblas) se considera aquí como una parte del juicio divino. ¡Dios nos entrega, como comunidad, a la inmundicia; y lo hace porque hemos deshonrado nuestro cuerpo! Si usted está luchando sin éxito contra el pecado sexual, es porque está bajo el juicio de Dios. Para decirlo de otra manera, Dios le ha quitado su protección contra la perversión sexual. Permitió que usted tropezara ciegamente en su idolátrico andar pecaminoso, hasta que se extravió en el laberinto de la tentación sexual. Lejos de encontrar en esto una excusa para nuestras caídas sexuales, deberíamos abrir los ojos para percibir el pecado aun más profundo que hay en nosotros: el pecado de vivir de una manera que no honra a Dios como tal. Las enfermedades de origen sexual Cuarta fase del juicio divino. – El SIDA no es un juicio de Dios contra los homosexuales o los drogadictos. Después de todo, personas que no son homosexuales ni drogadictos contraen esta enfermedad. Las esposas y los hijos de hombres infectados lo han contraído. Dios no los protege del contagio. En África y en Asia, el SIDA es un síndrome que afecta predominantemente a la población heterosexual, y los inocentes sufren a la par de los culpables. El SIDA es un juicio de Dios contra la sociedad, una sociedad a la que Dios ha permitido arrastrarse en un torbellino. Esta enfermedad ya entró en la iglesia, demostrando también allí el juicio de Dios. Es el resultado del mismo pecado, el pecado de no haber honrado con nuestra vida a Dios como corresponde. La sociedad y la iglesia han sido entregadas a una secuencia ineludible: a la perversión del sexo le ha seguido la «retribución debida a su extravío» (Ro 1.27). Según hemos visto, el desarrollo del juicio divino pasa por la etapa de ceguera espiritual en primera instancia; luego viene la perversión sexual a la que nos condujo nuestra soberbia. El SIDA no es sino una consecuencia, un resultado circunstancial del juicio. El desafío satánico Quinta fase del juicio divino. – Los últimos cinco versículos de Romanos 1 describen la penúltima etapa del juicio terrenal y nos presentan un cuadro abrumador. Sin embargo, esa es la descripción de la conducta humana que nos rodea (Ro 1.28–32). Dos frases se pueden destacar en este pasaje: «Como ellos no quisieron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente depravada … aunque conocen el juicio de Dios, que los que practican tales cosa son dignos de muerte.» Ambas enfatizan el concepto en el que el apóstol Pablo hace hincapié. La ceguera a las cosas de Dios es una ceguera de la que todos los seres humanos del planeta son responsables. Llegados a este punto, Dios nos entrega a las consecuencia de nuestras decisiones. Luego vienen las guerras y las catástrofes, que hoy están alcanzando un ritmo cada vez más acelerado. Dios nunca deja de amar a los pecadores, sean culpables de promiscuidad sexual, de perversión o de cualquier otra conducta. Jesús dijo en una ocasión: «Id, pues, y aprended lo que significa: «Misericordia quiero y no sacrificios», porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (Mt 9.13). El verdadero arrepentimiento es fruto de una profunda obra de Dios. Comienza con la iluminación del Espíritu Santo cuando quita el velo de la ceguera, esa extraña enfermedad espiritual que constituye la primera fase del juicio. Este accionar afecta de manera radical las emociones, la conciencia y la voluntad. Es una nueva concepción, que cambia nuestras actitudes y nuestros sentimientos hacia Dios y el pecado . ¿Es inevitable la condenación? ¿Estamos sin esperanza? ¡No lo piense siquiera! Ha llegado el Día de la Liberación. Hoy Dios está haciendo cosas que me llenan de gozo y asombro. Escribo tanto acerca de la redención como acerca de la condenación: la redención de las cadenas, de la esclavitud. Si dedico tiempo a analizar el horror de nuestra condición, es porque de esa forma percibimos más claramente la gloriosa liberación que nos trae nuestro Libertador. Nuestro Dios tiene la victoria. Él triunfa tanto en el juicio que aplica como en la liberación que ofrece. Usted puede estar seguro de una cosa: la luz nunca será vencida por las tinieblas. El candil más pequeño expulsa la oscuridad del auditorio más grande. La única manera de vencer a las tinieblas es encender nuevamente la luz.

Adaptado del libro Hacia la sanidad sexual, Ediciones Certeza, Argentina. Usado con permiso. 2000

El autor es conocido en todo el mundo como orador y escritor. Se graduó como médico y psiquiatra, y durante varios años trabajó como misionero en Latinoamérica. Más tarde se radicó con su familia en Canadá, donde ejerció como profesor de psiquiatría en la Universidad de Manitoba y llevó a cabo un fructífero ministerio pastoral.