Biblia

Una vida limpia Levítico 12:1–15:33

Una vida limpia Levítico 12:1–15:33

Según la enseñanza de Levítico, algunas formas en que se incurría en impureza no eran necesariamente pecaminosas. En los caps. 12–15, tenemos varios ejemplos de esto. El parto no es en ninguna forma algo pecaminoso. No obstante, Dios exigía que la mujer se purificara, pues mientras no lo hiciera, no podría participar en el culto israelita, ni acercarse al tabernáculo (cap. 12). La misma restricción se aplicaba a todo tipo de impurezas (15:31), así como a ciertas enfermedades contraídas involuntariamente, como la lepra (caps. 13–14) u otros trastornos físicos (cap. 15). Todos estos ejemplos nos dan una idea más clara y justa de lo que Dios considera puro o impuro.

PURIFICACIÓN POSNATAL DE HIJO 12:1–4

Según esta ley, después de dar a luz, la mujer quedaba impura por siete días (12:2). No se explica en qué consistía la impureza. Hay quienes creen que era un recordatorio de la transmisión del pecado al recién nacido. Otros, que el organismo de la mujer necesita cierto tiempo para desechar los restos de flujo, sangre o placenta que, alojados en el cuerpo, son impuros. Ambas cosas pueden ser ciertas, ya que la ley mosaica da mucha importancia a la pureza e integridad del cuerpo humano. Por eso, el creyente debe mantenerse puro.

Al octavo día después del período de impureza, el niño debía ser circuncidado. La circuncisión era la señal del pacto abrahámico (Génesis 17:1–2, 10–15) y la identificación de que un individuo pertenecía a la descendencia de Abraham y al pueblo escogido de Dios. Otros treinta y tres días debían transcurrir para completar la purificación. Durante ese tiempo, la mujer debía abstenerse de tocar toda cosa santa y de ir al santuario (12:4).

Hay que entender que todo el período de purificación de la mujer servía también como una especie de dieta o cuarentena para que convaleciera y se recuperara del parto. Es conveniente que la mujer guarde un período de reposo para ayudarla a restablecer su cuerpo y sus funciones normales antes de reintegrarse al trabajo.

Se advierte en toda esta enseñanza acerca del cuidado y purificación de la madre y su prole, el interés que Dios, en su infinita sabiduría, tiene de la salud reproductiva de la mujer. En estos días en que la maternidad se subestima tanto, ¡es maravilloso saber que el Señor diseñó todo esto para proteger a la madre! Dios es el experto más grande en el tema de la descendencia.

En tiempos antiguos, tener hijos era la realización máxima de la mujer y de toda la familia. El parto era visto como un acontecimiento feliz. Lo contrario, el no tener descendencia (Oseas 9:14) o ser estéril (Génesis 30:2), se consideraba señal segura de maldición divina. Obviamente esto no siempre fue así, porque algunas mujeres piadosas como Sara (Romanos 4:18–19), Ana (1 Samuel 1:2; 2:5), y Elisabet (Lucas 1:7) fueron estériles por largo tiempo. Con frecuencia, las promesas de bendición divina estaban relacionadas con la descendencia (Génesis 17:6–8; Oseas 1:10; Deuteronomio 30:9).

EL SEÑOR SE GOZA DE LA DESCENDENCIA

DE TODAS LAS FAMILIAS DE LA TIERRA,

ESPECIALMENTE LA

DE HOMBRES Y MUJERES PIADOSOS,

LIMPIOS DE CORAZÓN.

PURIFICACIÓN POSNATAL DE HIJA 12:5

Cuando la mujer paría una niña, el tiempo de impureza y de purificación era exactamente el doble, catorce y sesentaiseis días respectivamente. No se explica en el pasaje por qué era así. Pero todas las provisiones de Dios son perfectas y para el bien de la persona.

INSTRUCCIONES PARA PURIFICARSE 12:6–8

Los sacrificios requeridos para la purificación de la mujer eran el holocausto y la expiación (que era una ofrenda por el pecado). Este último no se exigía porque se considerase el parto pecado, sino porque era un sacrificio convencional de los pecados para todo el que se acercara al tabernáculo, incluso para los sacerdotes. Era menester ofrecer sacrificios expiatorios a menudo y el sacrificio expiatorio por excelencia que se hacía cada año se describe en Levítico 16.

Cuando la familia era pobre, podía presentar su ofrenda acogiéndose al privilegio de los que tenían recursos limitados (12:8). En tal situación se podían presentar dos tórtolas. Este fue el caso de María, la madre del Señor Jesús (Lucas 2:24).

¡PENSEMOS!
Es muy interesante notar el cuidado del Señor por la mujer y su maternidad. Los seres humanos debemos agradecerle la bendición y protección con que nos ha sustentado desde que nacimos. En estos tiempos en que se promueve el aborto, la violencia contra la mujer, el hogar y la sana doctrina, debemos recuperar los valores bíblicos que exaltan la maternidad, la pureza del matrimonio y la fe en Dios. El cristiano debe apoyar todo esfuerzo encaminado a conservar la vida y desalentar la práctica del aborto. Para los esposos cristianos, el cuidado adecuado de su mujer y su maternidad es prueba de su fiel mayordomía. Además, y por encima de todo, deben compartir la vida espiritual que poseen, evangelizando a los suyos y a los perdidos y discipulando a los hermanos.

LEYES ACERCA DE LA LEPRA CAPS. 13–14

Otra forma de impureza era la lepra. No debe pensarse que las reglas para el tratamiento de este problema se referían únicamente a lo que hoy se conoce como lepra (mal de Hansen). Más bien, abarcaban una gran variedad de enfermedades o erupciones de la piel (tales como el divieso [13:18]; la tiña [13:30]; hinchazón… erupción…mancha blanca [14:56]; las asociadas con quemaduras [13:24]; o ciertas formas de calvicie [13:42–44]).

La piel es uno de los órganos más resistentes del cuerpo, pero también el más expuesto a enfermedades, de allí la importancia de estas leyes. Recuérdese que para Dios es vital la salud e integridad tanto física como espiritual, de sus hijos.

La lepra era más que un padecimiento, era un estigma social que excluía a los que la padecían de la convivencia normal con el resto de la población (13:46; Números 5:2). Se consideraba también una maldición divina o símbolo de pecado o rebeldía contra Dios (Números 12; 2 Crónicas 26:16–21; Isaías 1:6; Salmos 51:7).

DIAGNÓSTICO DE LA LEPRA 13:1–59

Las erupciones cutáneas descritas no siempre eran consideradas trastornos que hacían impura a la persona, ya que algunas eran inmundas (vv. 3, 11, 15, 20, 25, 27, 30, 36, 44) y otras no (vv. 6, 13, 17, 23, 28, 34, 37, 40, 42). El sacerdote determinaba la diferencia inspeccionando la piel del afectado y, a veces, recluyéndolo temporalmente para luego volver a observarlo. A los que padecían de calvicie natural se les consideraba limpios (v. 40), así como a quienes sufrían de quemaduras que hubieren sanado bien aunque dejaran cicatriz (v. 28).

CONDICIÓN DEL LEPROSO 13:45–46

Una situación muy penosa para el enfermo de lepra era que tenía que pregonar su padecimiento para que nadie lo tocara e impedir que se contaminara. También se advierte que no podía mantenerse dentro del campamento, tenía que salir todo el tiempo que durara su enfermedad. Esta situación, desagradable pero necesaria, hacía del leproso el tipo de persona de menor estima en Israel. En la Biblia se relata que ciertas personas fueron curadas de lepra (2 Reyes 5:10–14; Lucas 17:11–19) y que también experimentaron una transformación espiritual.

Como la lepra, el pecado en cierta manera vuelve inmundo al cristiano. La Escritura nos exhorta a no mancharnos con el pecado (2 Corintios 6:17) y limpiarnos de la malicia y todo aquello que afecte nuestra vida espiritual (1 Corintios 5:7–8).

¿QUIÉN SUBIRÁ AL MONTE DE JEHOVÁ?

¿Y QUIÉN ESTARÁ EN SU LUGAR SANTO?

EL LIMPIO DE MANOS Y PURO DE CORAZÓN…

(SALMOS 24:3–4)

LIMPIEZA DE LA LEPRA 14:1–57

En esta sección vemos tres propósitos:

  1. Aprender a identificar a una persona inmunda debido a la lepra.
  2. Explicar cómo se purifica alguien que ha sanado de lepra.
  3. Enseñar al pueblo la diferencia entre lo inmundo y lo limpio. Este es el propósito de esta sección de Levítico (caps. 11–16; compárese con 10:10 y 11:47).

El ritual para purificarse era muy minucioso. Requería dos aves, una de las cuales se inmolaba como símbolo de la purificación y la otra se soltaba como símbolo de la nueva libertad que experimentaba la persona que había quedado limpia de la lepra (vv. 4–7); después, debía afeitarse y lavarse (vv. 8–9). Finalmente, era responsable de presentar una ofrenda expiatoria por la culpa, un holocausto y una oblación (vv. 12–13, 21, 31).

Un aspecto interesante de la enseñanza de este pasaje es que se podía diagnosticar lepra en una casa (algo parecido a una plaga v. 35; también en 13:47–59 se hace referencia a lepra en la ropa). En tal caso, el sacerdote podía mandar retirar las piedras o raspar las paredes interiores de la casa infectada (vv. 40–41) o hasta derribarla (vv. 43–45) si era necesario.

Lo anterior nos enseña cuán importante es para Dios la pureza e higiene de su pueblo, ya que tomaba en cuenta incluso el mantenimiento de las propiedades. ¡Cuánto más importante será para los cristianos mantener la pureza en nuestra vida física y espiritual!

Cualquier persona que entrare en alguna casa con lepra o que tuviere contacto con ella, quedaría inmundo y debía purificarse (vv. 46–49). La mayordomía del cristiano debe guiarle a mantener limpio su espíritu, su cuerpo, su casa y todo lo que Dios ha encomendado a su cuidado.

TEN PIEDAD DE MÍ, OH DIOS

CONFORME A TU MISERICORDIA;

CONFORME A LA MULTITUD

DE TUS PIEDADES

BORRA MIS REBELIONES.

LÁVAME MÁS Y MÁS DE MI

MALDAD, Y LÍMPIAME DE MI PECADO

(SALMOS 51:1–2).

Sin embargo, no todo terminaba allí, también era necesario ofrecer sacrificios por la purificación de la casa, pues no podía ser habitada a menos que estuviera limpia (vv. 49–53). Al leer estas líneas, no nos debe quedar la menor duda del interés que Dios tiene en su pueblo y de su exigencia de que éste ande en pureza.

¡PENSEMOS!
En el mundo antiguo, la lepra era quizá la manifestación más evidente de inmundicia de una persona. La gente simplemente evitaba el más mínimo contacto con cualquiera que la padeciera. El pecado es también la evidencia de un espíritu que no está limpio delante del Señor. Los creyentes debemos repudiarlo con la misma intensidad que la lepra. Y gozarnos de que el Señor nos limpia perfectamente cuando confesamos nuestro pecado (1 Juan 1:9).

PUREZA SEXUAL 15:1–33

Las indicaciones para la atención de trastornos e higiene de los órganos sexuales son muy importantes. En el caso de las secreciones del hombre, se divide en dos. El primer caso (vv. 2–15) se refiere a una enfermedad de los órganos sexuales. Después de restablecerse, la persona debía presentar un sacrificio por el pecado y un holocausto (v. 15).

El segundo se refiere a una emisión natural de semen que se diera en forma espontánea o por relación sexual con mujer (vv. 16–18). En tal caso, el hombre debía bañarse y lavar sus ropas o cualquier cosa sobre la que el semen hubiere caído. La esposa debía purificarse también. No se exige en ninguno de los dos casos la presentación de ofrendas, debido a que son actos naturales.

En la Biblia, el sexo dentro del matrimonio se considera como algo natural y como un deber de los cónyuges (1 Corintios 7:3); jamás se refiere a él como pecado. Más bien, puede ser factor de prevención de éste, cuando se practica dentro del matrimonio y como Dios manda (1 Corintios 7:2; 5).

Cuando la mujer tuviere flujo de sangre normal (“menstruo” vv. 19–24) debía purificarse junto con todas las cosas sobre las que se hubiere acostado o sentado (v. 20, 22). Quienes tocaran esas cosas también debían purificarse (vv. 21–23) así como el esposo si tuviere coito con ella (v. 24). Si se trataba de un flujo distinto, más prolongado de lo normal, o causado por enfermedad (vv. 25–33), entonces la mujer debía purificarse y además esperar siete días adicionales después de cesar el flujo (v. 28), para ofrecer los sacrificios requeridos (vv. 29–30).

El propósito de estos mandamientos tocante a los fluidos sexuales era estar limpios y aptos para acercarse a Dios a través del tabernáculo y procurar la pureza e higiene del cuerpo (vv. 31–33). Todas las indicaciones del Señor señalan progresivamente a la necesidad de alcanzar la pureza física y espiritual que permita a las personas que las cumplan, participar sin restricción alguna en el culto a Dios.

Un aspecto importante de la mayordomía cristiana es saber reconocer entre lo inmundo y lo limpio, lo bueno y lo malo, lo que promueve el crecimiento espiritual y lo que lo impide (pecado).

¡PENSEMOS!
Vivimos en una época en que la promiscuidad, el amor libre, la pornografía y el sexo fuera del matrimonio se practican indiscriminadamente. Dios creó el sexo para usarse limpiamente y de acuerdo a su plan. La falta de cuidado en la práctica e higiene sexuales ha provocado que proliferen muchos males como el SIDA. El creyente debe ser muy cuidadoso de practicar el sexo seguro, de acuerdo al plan de Dios y con limpieza. Asimismo, debemos enseñar a nuestros hijos y vivir de acuerdo con una educación sexual que exalte la higiene personal, limpieza espiritual y pureza del matrimonio.

EL CREYENTE DEBE ENCARNAR

LA PUREZA EN TODOS LOS

ASPECTOS DE SU VIDA, INCLUIDO EL SEXO

Vazquez, B. (1997). Estudios Bı́blicos ELA: Cómo vivir en santidad (Levı́tico) (61). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.