Usemos la rueda y perfeccionémosla, pero no queramos reinventarla.
por Enrique Zapata
En vista de los lamentables defectos de la vida moderna, una religión, cualquiera, ciertamente no debería de ser alabada simplemente por ser moderna, como tampoco debería de ser condenada por el solo hecho de ser antigua. Por el contrario, la condición de la humanidad es tal, que uno llega a preguntarse qué es lo que contribuyó para que los hombres de las generaciones pasadas fuesen tan grandes y los de la generación actual, tan pequeños.»
Mientras los jóvenes se muestran impacientes por cambiar el mundo, los ancianos se sienten atemorizados ante los cambios que están sucediendo. Unos desean acelerar el cambio; otros frenarlo. El joven está en la búsqueda de los valores de la vida, mientras que el anciano intenta recuperarlos del pasado. El joven mira hacia adelante; el anciano hacia atrás. Sin embargo, los dos sienten la falta del presente. Tal vez sea allí donde necesitamos ponemos de acuerdo. Sólo en el presente podemos vivir, amar y hacer. El pasado, es pasado y realizado ya. Comemos su fruto, pero es incambiable. Por su parte, el futuro es futuro, intocable aunque edificable.
La respuesta de muchos es la crítica; criticar la situación y especialmente a los su apuestamente responsables. Tanto el joven como el anciano comienzan a ser críticos. «Sabe usted, las críticas en sino tienen mucho valor. El primer imbécil que aparezca puede hacerlas, y la mayor parte lo hace… Creo que los hombres del porvenir son aquellos que, junto con la crítica, aportan el remedio… Todos dicen que el mundo debería cambiar, pero muy pocos saben cómo lograrlo» (Pedro Howard).
Lograr el cambio positivo es lo difícil. Es fácil matar al zorzal, pero no tan fácil rehacer y mejorar su canto. Muchos quieren tirar abajo lo que no les gusta, pero no saben qué positivo hacer en su lugar. Más importante aun es el hecho de que en la iglesia no trabajamos con objetos que pueden ser deshechos o pisados, sino con personas. Ellas son frágiles. tienen sentimientos, tienen su historia, han sufrido carencias, tienen necesidades y, a la vez, son pecadores. Nuestra responsabilidad cristiana es la de respetar y amar a nuestros enemigos. Puedo estar en desacuerdo con una persona, pero no puedo, o más bien no debo, dejar de amarla y tratarla bien.
Todo cambio lleva tiempo, porque el hecho es que las personas requieren tiempo: tiempo para entender, para ganar confianza en que el cambio va a ser para bien, para comprender el nuevo rol que el cambio exige de ellos; tiempo también para descansar de la fatiga de la batalla en que han estado. La maleza crece rápido, el roble crece lento, pero el segundo es el más sólido. Así también las personas requieren tiempo, si han de crecer sólidamente. «Quien tiene un corazón dispuesto para brindar ayuda tiene derecho a criticar» (Abraham Lincoln). Las personas reaccionan contra la crítica cuando no disciernen el deseo profundo de ayudar. Sin embargo, cuando se siente el amor profundo de quien está preocupándose por el bien del prójimo, la reacción puede ser muy diferente. Tampoco hay que ser tan egoísta y creer que uno es el que sabe exactamente cómo los otros deben ser. Muchos «renovadores» creen en su propia «infalibilidad papal»; de un plumazo descartan las ideas y experiencias de otros, sin reconocer lo que tal vez otros sepan sobre el tema.
Todo cambio requiere un patrón, una autoridad que lo rija. Necesitamos escudriñar las Escrituras para tener patrones verdaderos, no ficticios. Me canso de ver a la gente hablando de la «iglesia primitiva» como modelo, sin mirar a ésta con las luchas reales de sus seres humanos, tales como las que experimentamos hoy. Vemos a la iglesia de Corinto con su carnalidad carismatizada, a la de Jerusalén, prejuiciado contra los gentiles, a Pedro, con hipocresías, a Diótrefes… Como podemos apreciar, ¡el trabajo es con personas! Sin embargo, todo conflicto debe tener como finalidad la sanidad espiritual de las mismas y no su destrucción.
Por todas estas razones, «el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se le oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad…»
¡Sigamos adelante, edificando a personas con paciencia y perseverancia!
Apuntes PastoralesVolumen VI Número 5