Atrás había quedado la esclavitud oprobiosa de Egipto, la peregrinación calamitosa del desierto y aun el formidable río fronterizo cuyas aguas ya habían regresado “a su lugar, corriendo como antes sobre todos sus bordes” (Josué 4:18).
Atrás también habían quedado los importantes pasos de obediencia que confirmaban la dimensión espiritual de la empresa que iban a realizar. Los israelitas aceptaron circuncidarse en señal del pacto y el pueblo celebró la pascua. Había amanecido otro día, uno en el que había suficientes razones para alegrarse, animarse y también ¡para tener un colapso nervioso!
¿QUIÉN MANDA AQUÍ?
Josué 5:13–15
Es posible que aquella mañana Josué se sintiera bastante cómodo. Bajo su dirección, los hijos de Israel habían cruzado el río, estaban a la puerta de una tierra fructífera (la que fluía le che y miel), los habitantes de la tierra estaban en desorden por el miedo, y el pueblo había cumplido con sus responsabilidades espirituales. El líder sabía que la conquista no se llevaría a cabo sin problemas, pero confiaba en Dios porque hasta ese momento todo estaba bien y en orden.
Todo, menos algo muy importante, algo que Josué debió haber reconocido debido a “las escuelas” (lecciones) en que Dios le había enseñado durante su tiempo de preparación. Posiblemente Josué había pasado por alto esa lección, pero Jehová no iba a permitir que quedara en el olvido. Me refiero a “la escuelas” número dos, la de la batalla contra los amalecitas (Éxodo 17). Allí Dios le hizo ver que no obtendría la victoria por su talento, ni título oficial, sino sólo por Dios.
“NO CON EJÉRCITO, NI CON FUERZA, SINO CON MI
ESPÍRITU, HA DICHO JEHOVÁ DE LOS EJÉRCITOS”
(Zacarías 4:6).
Un encuentro sorprendente
El recordatorio le vino a Josué de improviso en Josué 5. Posiblemente estaba contemplando a lo lejos las defensas de Jericó, cuando de repente se dio cuenta de que a su lado había un ser con figura como de hombre:” …el cual tenía una espada desenvainada en su mano” (Josué 5:13). Puesto que no lo reconoció como uno de sus oficiales o soldados, sintió la responsabilidad de retar al desconocido. “¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?”
Cuál no sería la sorpresa del líder cuando escuchó la respuesta: “…como Príncipe del ejército de Jehová he venido” (Josué 5:14). Esa contestación sorprendente sin duda hizo que Josué recordara que él no era el comandante supremo, sino un subalterno Se había acercado al desconocido como el gran líder, el mandamás de los hijos de Israel. Pero la respuesta del que llevaba la espada ajustó su perspectiva: “Entonces, Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo?”(5:14)
Si todavía le quedara alguna duda de la identidad de quién le hablaba, la amonestación del versículo 15 debe haberla disipado: “Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo” (Josué 5:15). Es interesante notar que esa experiencia fue muy semejante a la de Moisés frente a la zarza ardiente (Éxodo 3).
EL TEMOR DE JEHOVÁ ES EL PRINCIPIO DE
LA SABIDURÍA, Y EL CONOCIMIENTO
DEL SANTÍSIMO ES LA INTELIGENCIA
(Proverbios 9:10).
¡PENSEMOS! |
La comunicación de Dios hizo recordar a Josué que la batalla dependía de él y que él estaba al mando. Y no solamente eso, sino que intervendría en la conquista con su “espada desenvainada”. La tendencia de algunos creyentes es pensar que son autosuficientes para realizar la tarea; que están bien preparados, que son capaces y confiables. Por otro lado, hay quienes se sienten totalmente incapaces, débiles y hasta inútiles. Para las dos clases de creyentes están las palabras de Dios, el comandante supremo: “Aquí estoy yo. Yo mando, y yo me encargo de la batalla”. El que se siente capaz tiene que poner su habilidad en manos del Señor y no confiar sino en él. El que se siente incapaz tiene que entre gar ese sentir al Señor y confiar en su capacidad suprema. |
COMUNICADOS DEL COMANDANTE SUPREMO
Josué 6:1–27
Una garantía 6:1–2b
El primero fue para asegurar al líder que la conquista de Jericó era un hecho consumado. No se había lanzado ni siquiera una sola flecha, ni se había acercado un soldado a los terraplenes, pero Jehová contemplaba la caída de esa ciudad como un hecho. Por supuesto que ese comentario se originó en el Dios omnisciente y omnipotente, no en un charlatán acostumbrado a engañar a la gente con sus adivinaciones.
Como el Dios de la Biblia es eterno, todos los mañanas y los ayeres están eternamente presentes con él. Por esa razón, consideraba que su plan era un hecho consumado. En su soberanía, se ha dignado hacer uso del tiempo y los eventos, tomando en cuenta las limitaciones del hombre, pero sin abandonar sus atributos eternos. ¡Qué consuelo para el pueblo de Israel, saber que pertenecía a ese Dios, con esos atributos maravillosos! Gozaba de una seguridad completa, porque él dijo: “He entregado en tu mano a Jericó”.
¡PENSEMOS! |
El Nuevo Testamento proporciona otra ilustración relacionada con esa misma característica divina. En Romanos 8:29–31, Dios contempla al creyente en su debida perspectiva y emplea various verbos para describir la obra que hace a su favor como ya terminadam, ¡incluyendo la glorificación! “Porque a los que antes conoció, también los predestinó, para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” ¡Ánimo, hermano! Dios nos ve desde el punto de vista de la enternidad, y todo será como él ha dicho! |
La ciudad de Jericó
En la época anterior a la conquista, Jericó era la ciudad fortificada más importante del valle del Jordán. Muchos historiadores y arqueólogos creen que fue la población más antigua de esa parte del mundo. Varios expertos apoyan la hipótesis de que ese sitio empezó a tener habitantes cerca de cuatro mil años antes de Cristo, y que posteriormente se edificaron varios poblados en el mismo lugar.
La investigación arqueológica moderna de las ruinas de Jericó no revela muchos detalles específicos de la ciudad tal como era en tiempos de Josué. Sin duda, esto se debe en parte a la destrucción tan completa que se realizó bajo su mando y a las múltiples ciudades posteriores que se edificaron sobre ella. Pero las investigaciones demuestran que era una ciudad enorme, bien fortificada y muy importante para la defensa de la zona.
El plan de ataque y su consecución 6:3–21
Dios reveló a Josué el método poco ortodoxo en que se realizaría el ataque. Obviamente sería el poder de Dios el que estaría en operación; para ello emplearía tanto al personal militar como al religioso, así como la filosofía y funciones que acostumbraban ambos grupos. Sin embergo es evidente que el aspecto religioso tendría mayor prominencia, y los sacerdotes tendrían el papel más importante.
Sin duda, ese plan dejó perplejos tanto a los hijos de Israel como a los habitantes de Jericó. Nunca se había visto maniobra semejante. Precisamente eso buscaba Dios. El sistema tan poco convencional de atacar provocaría que se reconociera que su mano era la que estaba obrando.
El plan funcionó a la perfección. Una vez terminadas las marchas alrededor de la ciudad, el toque de los cuernos de carnero, y los gritos del pueblo, “el muro se derrumbó” (Josué 6:20), exactamente como Dios había dicho (Josué 6:5).
¡PENSEMOS! |
No debemos buscar una razón física o material para explicar lo que pasó a la fortaleza de Jericó. Claro que Dios pudo haber usado algún medio, como un terremoto u otro fenómeno, y tal vez así lo hizo, pero el texto no lo dice. Lo que sí sabemos es que su plan fue muy poco ortodoxo, sabiamente calculado para que la gente de aquel entonces, al igual que la de hoy, reconociera que él logró la victoria empleando instrumentos aparentemente insignificantes. El estudiante del Nuevo Testamento se acordará de lo escrito por el apóstol Pablo: “…lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:27–29). |
Consecuencias y admoniciones 6:22–26
Rahab y sus familiares fueron rescatados. No se sabe exactamente cómo, porque su casa estaba sobre el muro y de acuerdo con el texto, éste también cayó junto con el resto. Sin embargo, Josué cumplió la promesa de los dos espías, y conforme a su plan eterno, la gracia de Dios incluyó en el linaje real a esa convertida expagana, que fue tatarabuela de David.
Generalmente se acepta que en la guerra, el botín corresponde al vencedor. Sin embargo, en el caso de la caída de Jericó no fue así. Más bien, se prohibió a los vencedores tomar los despojos. “Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis” (Josué 6:18). Esa fue una prohibición personal, ya que, sí se les permitió tomar la plata, el oro, los utensilios de bronce y de hierro para consagrarlos al Señor. Infortunadamente, hubo alguien que no obedeció la prohibición, factor que costó la vida al transgresor y afectó seriamente a la nación.
LA DERROTA, CONSECUENCIA DEL PECADO
Josué 7:1–16
La ciudad de Hai no podía compararse con Jericó, porque era más pequeña y de menor importancia. No obstante, estaba situada en el camino que los hijos de Israel tenían que seguir. Los espías que la reconocieron (parece que esa práctica ya se había hecho costumbre) dieron un informe verídico: “…son pocos” (Josué 7:3).
No obstante, nadie, ni Josué ni los espías, ni el pueblo, se habían dado cuenta de dos importantes factores. Uno fue consecuencia del otro. El primero era que alguien había cometido “una prevaricación en cuanto al anatema” (Josué 7:1a), y el segundo, que “la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel” (Josué 7:1c).
Los israelitas no se dieron cuenta de esto sino hasta que fueron derrotados en la primera batalla contra Hai. Era inevitable que sintieran gran pena y hasta vergüenza: “Entonces Josué rompió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas” (Josué 7:6).
En ese ambiente, Jehová comunicó a Josué que la nación había pecado (véase Josué 7:11–12). A continuación, le instruyó acerca de como debía investigar el asunto (Josué 7:13–14) y le especificó el castigo que debía sufrir el culpable. El resto del capítulo se dedica a narrar la forma en que se cumplió con lo que Jehová había dicho. Descubrieron el pecado de Acán (Josué 7:16–18), éste lo confesó (Josué 7:19–21), lo sentenciaron, y después llevaron a cabo el castigo (Josué 7:24–26).
¡PENSEMOS! |
El pecado de Acán no fue agradable ni aceptable, pero tampoco es raro que un ser humano codicie, desobedezca y en resumidas cuentas, peque. No se aprueba, pero se entiende. Además, Acán no fue el primer istaelita que desobedeció a Dios. Los judíos, aunque actualmente no lo quieran admitir, también pertenecen a la raza adánica con todo lo que ésta conlleva, principalmente la naturaleza propensa a pecar. El hombre peca porque es pecador. Por eso lo hizo Acán y tuvo que sufrir las consecuencias: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). Lo más notable de Josué 7:1 es que Jehová consideró que todo el pueblo era responsable del pecado de un solo hombre: “Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación…”. El pecado no se comete en un vacío, y lo que uno hace afecta a otros (Deuteronomio 5:9; Romanos 14:7), en este caso, a los hijos de Israel. Pero lo que es peor es que no sólo los afectó, sino que también los hizo culpables. Lógicamente, esto quiere decir que el pueblo de Dios tenía (¡y tiene!) la responsabilidad de cuidar, frenar, consolar y animar a los suyos. El apóstol Pablo ilustra este principio en 1 Corintios 5:6: “¿No sabéis que un poco de levadura leuda todo la masa?” “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:4). El pecado del creyente, aunque perdonado por toda la eternidad, repercute en y afecta al cuerpo de Cristo en forma adversa. |
VICTORIA EN HAI
Josué 8:1–29
¡Ahora, sí! Habiendo encontrado, juzgado y rectificado el problema del pecado, volvieron a atacar Hai. Esa vez usaron la estrategia de la emboscada (Josué 8:4–7) y con mucho éxito (Josué 8:21–26): “Y Josué quemó a Hai y la redujo a un montón de escombros, asolada para siempre hasta hoy” (Josué 8:28). Así que hicieron exactamente lo que Dios había mandado que hicieran.
EL ALTAR EN EBAL
Josué 8:30–35
Josué edificó un altar en gratitud a Dios por las victorias sobre Jericó y Hai. Pero también tenía otras razones. En primer lugar, era lo que Moisés hacía (Deuteronomio 27 y 28). Incluso, Josué escribió en piedra una copia de la ley que Dios había entregado por mano de Moisés, y la colocó en el monumento del altar. Además, leyó en su totalidad esa misma ley. Aquella fue una ocasión de mucha importancia para los hijos de Israel. No sólo habían obtenido grandes victorias, sino que aquel era el principio de la vida en su propia tierra y convenía que el pueblo escuchara la ley que los gobernaría. Así que lo celebraron con la lectura de la palabra de Dios.
Observaciones finales
- ¿Quién manda? “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11).
- El futuro es seguro: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejanates a él porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:2–3).
- El pecado es terriblemente desagradable, ya sea que lo cometa un incrédulo o un creyente: “Digo, pues: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gálatas 5:16). “Y manifiestas son las obras de la carne, que son…” (Gálatas 5:19–21).
Platt, A. T. (1999). Estudios Bı́blicos ELA: Promesas y proezas de Dios (Josué) (53). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.