Vida, Muerte y Resurrección, Parte I
por Leonardo R. Hussey
El siguiente artículo es el primero de una serie que explica el paralelismo sugerido entre los milagros del profeta Eliseo y los milagros realizados por nuestro Señor Jesucristo. El autor nos lleva a un viaje hasta Sunem. En ese lugar una mujer recibió una hermosa bendición para su vida después experimentar una difícil prueba.
Promesa de vida: Primer artículo de la serie2 Reyes 4.1437
El Nuevo Testamento señala un notable paralelo entre el ministerio de Elías y el de Juan el Bautista. Además, aunque no se menciona en forma explícita, es también sugestivo el paralelo que existe entre la serie de milagros que realizó Eliseo con los hechos poderosos de nuestro Señor Jesucristo. En el pasaje que consideraremos ahora encontramos a Eliseo en primer lugar prometiendo vida, luego, enfrentando el triste drama de la muerte, y finalmente, realizando un notable milagro de resurrección.
Eliseo promete vida
Ante el primer ofrecimiento de Eliseo, la mujer de Sunem respondió: «Yo estoy bien aquí, entre mi propia gente» (v. 13 DHH). Era una manera de decir que no tenía necesidades y que vivía feliz con lo que tenía, en medio de la sencillez de la comarca y de su gente. Asimismo, demuestra que no había hecho construir la alcoba para Eliseo con el fin de recibir algo a cambio. Ya vivía la realidad de que «más bienaventurado es dar que recibir» (Hch 20.25).
Al retirarse ella, Eliseo no quedó conforme y sintió la necesidad de insistir en demostrar su gratitud. En una conversación con su criado dijo: «¡Qué, pues, haremos por ella?». Giezi, aunque sin ser un hombre espiritual, era bien despierto y había notado la ausencia de niños en el hogar. Contestó: «Por desgracia ella no tiene hijos y su marido es viejo» (v. 14 BJ). Para la mujer israelita el no tener hijos era considerado como un verdadero estigma, y aunque lo callara y ocultara, sin duda, era algo que sentía en lo profundo de su corazón. Es muy posible que al observar la cómoda
posición económica y social de esta mujer «importante» (distintas versiones traducen «rica», «pudiente», «principal»), otras la envidiaran sin saber que en su interior llevaba calladamente la carga de una desgracia que no podía compartir ni aliviar. El anhelo natural y el instinto maternal dado por Dios, no se había cristalizado en esta piadosa mujer que había llegado a ser una verdadera hija de Sara (1 Pe 3.6). Sin embargo, Dios se especializa en hacer «habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos» (Sal 113.9). La Biblia está llena de relatos de esta naturaleza y podemos señalar el de la anciana Sara (Gn 11.30), de Rebeca (Gn 25.21), de Raquel (Gn 29.31), de la esposa de Manoa (Jue 13.3), Ana (1 Sa 1) y Elisabet (Lc 1.7). En todos estos casos el Señor actuó en cumplimiento de una promesa suya, en respuesta a la oración y de manera sobrenatural. Permitió la procreación a pesar de la esterilidad del hombre, de la mujer o de ambos. Prometió vida y la impartió.
Enterado de la carga interior de la mujer, Eliseo volvió a llamarla y le formuló una promesa, sin duda, con la convicción interior de que provenía del mismo Señor: «El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo». La promesa de Eliseo la dejó desconcertada y su primera reacción fue pensar que Eliseo se estaba burlando de ella. «No, Señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva» (v. 16). Así también reaccionaron Abraham y Sara, con una mezcla de risa sarcástica y de incredulidad (Gn 17.17; 18.12) y también Zacarías, esposo de Elisabet (Lc 1.18,20).
¿Cuándo llegó a creer la Sunamita esta promesa? ¿En qué momento la compartió con su esposo? En Isaías 54.1, al expresar el amor eterno de Jehová para con su pueblo dice: «Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca estuvo de parto». En algún momento de ese año estas palabras fueron la experiencia del corazón de esta mujer. La Escritura guarda silencio sobre lo que ocurrió y tan sólo prosigue el relato diciendo: «La mujer concibió y dio a luz un hijo el año siguiente, en el tiempo que Eliseo le había dicho».
Podemos bien imaginar la emoción y alegría con que pasaron los meses de espera, y cuál la sorpresa de los vecinos de Sunem, al enterarse que la mujer «importante» (2 Re 4.8) estaba embarazada. ¿Cual habrá sido el júbilo de su anciano esposo cuando ella dio a luz un hijo varón que sería su heredero? ¿Se imaginaban acaso que por sólo dar sencilla y piadosa hospitalidad al hombre de Dios, recibirían tan inesperada e invalorable recompensa? Así también ocurrió con Abraham, que recibió la promesa del nacimiento de Isaac cuando, sin saberlo, hospedó ángeles (Gn 18.11,16).
Consulte los otros artículos de esta serie:
- Duelo al mediodía (segunda parte)
- Un nuevo soplo de vida (tercera parte)
Tomado y adaptado del libro El profeta Eliseo, Leonardo Hussey, Desarrollo Cristiano Internacional, 2002. Para obtener más información acerca de este libro haga click AQUÍ