¿Y las denominaciones?

por Lorenzo Moyer

Un amigo al que le testifiqué me preguntó: «¿Por qué es que hay tantas denominaciones?». ¿Qué debería decirte? En realidad esto sonaba como una piedra de tropiezo en su camino hacia hacia la salvación. Cristo mismo también se encontró en situación semejante, cuando habló con la mujer samaritana…

Cuando Jesús confrontó a la Samaritana con su necesidad espiritual, ella comenzó a hablar acerca de la antigua controversia existente entre judíos y samaritanos. «Nuestros padres adoraron en este monte», dijo ella, «y vosotros decís que es en Jerusalén el lugar donde se debe adorar» (ver Juan 4) Cristo volvió a llevar la conversación hacia el tema inicial, recordándole que lo que importaba en la adoración era la persona y no el lugar. El punto no es el lugar de adoración sino a quién adoramos. En aquella ocasión Cristo concluyó: «Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (v. 24).

Cuando hablo con una persona incrédula, le digo que no debe importarnos en sobremanera aquello que a Cristo no le interesó. Lo que a El sí le interesa es que nosotros lo adoremos en espíritu y en verdad, y no dónde lo hacemos ni con cuál denominación. Eso nos dará la oportunidad de explicarle por qué es que Cristo desea y merece nuestra adoración: El es Aquel que tomó nuestro lugar en la cruz.

Luego explico que, aunque tos creyentes saben que van al cielo, aún siguen siendo pecadores que no siempre se comportan como deben. De esa manera no disculpo algunas de las cosas que los creyentes hacen. Simplemente explico lo que ha pasado. En su conversación, trate de volver siempre al tema de Cristo y la cruz. Desafíelo a examinar al cristianismo a través de Jesús y no por los creyentes. Tenga presente que estos cuestionamientos pueden ser simplemente una pantalla detrás de la cual el inconverso se esconde. Sea paciente y comprensivo, pero no tenga reparos en decirle que está desviándose del problema real.

Un hombre inconverso que concurrió a cierta campaña evangelística en nuestra iglesia me dijo que había entendido claramente lo que el predicador había dicho y que lo había hecho pensar. Me contó que su esposa era miembro de una secta pero que a él no le convencía lo que estos enseñaban. Luego me hizo la pregunta sobre las muchas denominaciones, a la cual respondí de la manera como acabo de explicarle, señalando en particular que debía estudiar personalmente el asunto, formando sus propias convicciones. Conversamos por un rato, le entregué un folleto para leer, pidiéndole que leyera algunos capítulos en el Evangelio de Juan. Así quedamos en encontrarnos la noche siguiente. Volvió por segunda vez, esta vez menos abierto y más cuestionado. Aunque no lo admitió claramente, creo que su esposa lo había presionado para que siguiera su propio camino. Se sentía dividido.

Mientras conversamos le dije que lo importante no era lo que cualquier persona, iglesia, o denominación dijera, sino las conclusiones a las que uno llega luego de examinar el mensaje de Jesucristo. Le aseguré que cuando estemos delante del Señor, no podremos responder por otros, así como tampoco otros podrán responder por nosotros. Minutos más tarde reconoció que las muchas denominaciones no eran el problema real. Lo que le molestaba en verdad eran las burlas de sus compañeros cuando mencionaba algo sobre la iglesia. Muchas veces las personas se valen de pretextos para encubrir su problema real.



Apuntes Pastorales, Volumen VIII Número 5