ASCENSION

En la última aparición de Cristo a los discí­pulos fue llevado al cielo Lc 24, 50-51; Mc 16, 19-20, para retornar al Padre de donde habí­a venido Jn 7, 33, tal como lo habí­a anunciado el propio Jesús a sus discí­pulos, Mt 26, 64; Jn 6, 62 y 12, 32. Este hecho histórico se dio en unas circunstancias muy precisas, como consta en algunos pasajes del N. T., cuarenta dí­as después de resucitar Hch 1, 3, en el monte de los Olivos Hch 1, 12, en las proximidades de Betania Lc 24, 50, habiendo dado a sus discí­pulos las últimas instrucciones y enseñanzas, Jesús fue levantado delante de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos Hch 1, 9. Tras la a., es anunciada la segunda venida de Cristo Hch 1, 11. Sin embargo, al subir al cielo, Jesús va a prepararnos un lugar junto al Padre Jn 14, 2-3 y 17, 24; Hb 9, 24.

Con la ascensión de Jesús termina su presencia fí­sica en la tierra, y se inicia su glorificación y todas las cosas le son sometidas Hch 2, 36; Ef 1, 20-23; 4, 10; Flp 2, 9-11; Col 2, 15; 1 Tm 3, 16; Hb 1, 3-4; 4,14; 1 P 3, 22.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Término que no aparece en la Biblia, pero que se utiliza para hacer referen-cia al hecho de que el Señor Jesús ascendió a los cielos cuarenta dí­as después de su resurrección. Lucas escribió sobre †œtodas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el dí­a en que fue recibido arriba† (Hch 1:2). Narra que estando en el monte de los Olivos, después de ratificar a sus discí­pulos la promesa del Espí­ritu Santo, †œviéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos† (Hch 1:9).

Muchas personas han levantado crí­ticas a la crónica de Lucas, que es el único que da detalles sobre el suceso. La mayor dificultad surge del intento de compatibilizar las ideas que se hacen del cielo, considerándolo como fuera del espacio y el tiempo, una esfera totalmente espiritual, con el hecho de que un hombre de carne y hueso penetró en ella. No encontrando una explicación lógica, prefieren acusar al texto de tener carácter legendario. Las Escrituras, sin embargo, hablan de que †œhay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual† (1Co 15:44). Cuando el Señor resucitó tení­a verdadero cuerpo, no era una aparición ni un ente etéreo (†œPalpad y ved; porque un espí­ritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo† [Luc 24:39]). En ese cuerpo el Señor Jesús ascendió a los cielos.
A. se menciona también en Luc 24:51 (†œY aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo†) y Mar 16:19 (†œY el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios†). Algunos códices antiguos no incluyen estos versí­culos, lo cual llevó a que se sugiriera que se trata de interpolaciones, pero la mayorí­a piensa que el relato de Hch. 1 debe ser considerado como una ampliación de Luc 24:51 en correspondencia con Mar 16:19.
mismo Señor Jesús habí­a hablado a sus discí­pulos de que irí­a †œadonde estaba primero† (Jua 6:62). Se habla de él como †œel que de arriba viene … el que viene del cielo† (Jua 3:31). Habí­a dicho: †œTodaví­a un poco de tiempo estaré con vosotros, e iré al que me envió† (Jua 7:33). El que lo envió fue el Padre (†œTambién el Padre que me envió ha dado testimonio de mí­† [Jua 5:37]). Y ese es el †œPadre nuestro† que está †œen los cielos† (Mat 6:9). Esto era necesario para que Cristo fuera glorificado †œcon aquella gloria† que tuvo con el Padre †œantes que el mundo fuese† (Jua 17:5).
NT presenta al Señor Jesús †œen los lugares celestiales† (Efe 1:3), pues el poder de Dios †œoperó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra† (Efe 1:20; Efe 2:6). él †œsubió por encima de todos los cielos† (Efe 4:8-10). Pedro dice que el Señor Jesús †œhabiendo subido al cielo está a la diestra de Dios† (1Pe 3:22). Es desde allí­ que regresará a la tierra (†œPorque el Señor mismo … descenderá del cielo…† [1Te 4:16]). él se manifestará †œdesde el cielo con los ángeles de su poder† (2Te 1:7).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, CALE DOCT ESCA 40 dí­as después de la Pascua, Cristo ascendió al cielo en medio de Sus discí­pulos, volviendo a Su Padre para ser glorificado a Su diestra (Mr. 16:19; Lc. 24:50-51; Hch. 1:9-12). Este coronamiento de Su obra redentora estaba previsto en el AT (Sal. 68:19; 110:1). Jesús mismo la habí­a anunciado en repetidas ocasiones (Lc. 9:31, 51; 19:12; Jn. 6:62; 7:33; 12:32; 14:12, 28; 16:5, 10, 17, 28; 17:5, 13; 20:17) y Su predicho retorno sobre las nubes del cielo implicaba Su ascensión previa (Mt. 24:30; 26:64). Los apóstoles insisten mucho en lo sucedido aquel dí­a: Pedro (Hch. 2:33-36; 3:21; 1 P. 3:22). Pablo (Ef. 1:20-22; 2:6; 4:8, 10; Fil. 3:20; 1 Ts. 4:16; 2 Ts. 1:7; 1 Ti. 3:16). En Hebreos (He. 1:3, 13; 2:9; 6:20; 9:11-12, 24, 28). Y Juan (en su evangelio ya citado y en Ap. 3:21; 5:6, 13). La Ascensión es el sello y la consecuencia necesaria de la resurrección de Jesucristo Después de su humillación El ha sido ahora soberanamente exaltado (Fil. 2:5-11) Sentado desde entonces a la diestra de Dios ha recibido todo poder en el cielo y sobre la tierra (Mt. 28:18, He. 12:2). Habiendo penetrado en el Santí­simo, esto es, ante la misma presencia de Dios, cumple en nuestro favor Su oficio de intercesor y de sumo sacerdote (Ro. 8:34; He. 7:25; 9:24). Ha recibido del Padre el Espí­ritu Santo que prometió, y lo ha dado a la Iglesia con todos Sus dones (Hch. 2:33). Es nuestro abogado ante Dios, siempre presto a acogernos ante el trono de la gracia (1 Jn. 2:1; He. 4:14-16). Allí­ en lo alto está preparándonos lugar (Jn. 14:2), esperando El mismo el definitivo triunfo sobre todos Sus enemigos (He. 10:12-13). La Ascensión de Cristo está estrechamente relacionada con Su retorno. El Señor volverá de la misma manera que subió al cielo (Hch. 1:9-12), esto es: personalmente (Jn. 14:3), corporal y visiblemente (Mt. 24:30; Ap. 1:7), sobre y con las nubes (Ap. 1:7; Dn. 7:13), repentinamente (1 Ts. 5:2-3), en gloria y con Sus ángeles (Mt. 16:27; 24:30), sobre el monte de los Olivos (Zac. 14:3-4).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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La Resurrección de Jesús implica la culminación de su anuncio del Reino de Dios en la tierra. Con su vuelta a la vida, el triunfo del bien sobre el mal quedaba asegurado. Su autoridad divina resultaba humanamente deslumbrante y, para los creyentes en su mensaje, también era espiritualmente reconfortante.

Seguirá habiendo males sobre la tierra. Pero siempre serán mí­nimos en comparación con la gran esperanza del triunfo final que la fe en Jesús resucitado imprime en el corazón del hombre que la acepta.

Ese misterio de la Resurrección encuentra su plenitud en el hecho de su “Ascensión a los cielos”.

1. La Ascensión del Señor
Es una doctrina de fe, repetida en todas las fórmulas y credos cristianos. Jesús subió a los cielos por su propio poder divino.

Ese acontecimiento sucedió cuando llegó la hora en los planes de Dios. En ese momento, a los “cuarenta dí­as de su resurrección”, su presencia entre sus seguidores dejó de ofrecer signos visibles de apariciones. Su “subida” o ascensión a los cielos implicaba que Jesús glorificado, con su cuerpo y alma, dejó de hacerse presente a sus seguidores y, por voluntad divina, se situó en el “el lugar” de glorificación que habí­an prometido los profetas y que era la expresión del estado pleno al que habí­a de llegar después de su muerte.

El cambio de la vida terrena por la celeste en Jesús se presentó en la doctrina cristiana como el modelo de la glorificación que esperan los seguidores de Jesús, cuando los dí­as de su vida se terminen.

Los modos de hablar: glorificación, ascensión, estar sentado a la derecha, el poder y la majestad, hay que entenderlos como expresiones catequí­sticas y antropológicas. En la realidad, para Jesús resucitado, ni hay espacio, ni se está sentado, ni se sufre ni se resplandece. Esos conceptos o término, en sí­ mismos, están más allá de toda interpretación fí­sica.

Pero son expresiones correctas y necesarias para comprender y transmitir el mensaje de la glorificación de Jesús hombre, en cuanto unido hipostáticamente al Verbo Divino o Segunda Persona de la Stma. Trinidad, y en concordancia con los planes del Padre.

2. Acontecimiento
El misterio cristiano de la Ascensión, inseparable del de la Resurrección, debe ser entendido y explicado con lenguaje claro, real y evangélico.

No puede ser igualado con otros hechos o referencias bí­blicas, como la “subida” de Elí­as, arrebatado en un carro de fuego (2 Rey. 2.11), o como la “desaparición” del Patriarca Enoc, arrebatado por Dios (5. 5.24), ambos figuras que estaban muy latentes en la mentalidad judí­a del siglo I.

La Ascensión de Jesús fue otra cosa diferente, reflejo de una creencia cristiana sobre su glorificación como hombre, unido a Dios, pero hombre perfecto y cumplidor de una plan divino en la tierra.

2.1. Sentido de la “Subida al Cielo”

Cuando llegó el momento, según los planes de Dios, Jesús debí­a dejar de hacerse visible a sus seguidores. Entonces se realizó por su parte el gesto de la subida a los cielos, lo cual implicó que dejaron de verle en sus Apariciones y que entendieron su deber de anunciar en adelante su mensaje.

El Evangelista Lucas, también autor del libro de los Hechos Apostólicos, nos lo relata así­: “En una comida les ordenó: No os marchéis ya de Jerusalén. Esperad a que el Padre cumpla la promesa de que os hablé. Juan bautizaba con agua. Vosotros vais a ser bautizados con el Espí­ritu Santo dentro de pocos dí­as.

Los que estaban con él preguntaron: Señor, ¿es que vas a restablecer ahora el Reino de Israel?
El contestó: No os corresponde a vosotros saber de tiempos que el Padre se ha reservado, sino de recibir la fuerza del Espí­ritu Santo que os va a capacitar para que deis testimonio de mí­ en Judea, en Samaria, hasta en el último rincón de la tierra.

Después de esto, le vieron elevarse, hasta que una nube le ocultó a sus ojos. Estaban todaví­a mirando al cielo, sin moverse, cuando dos personajes vestidos de blanco se presentaron y les dijeron: Varones de Galilea, ¿qué miráis al cielo? Ese Jesús que acabáis de ver subir de vuestro lado, vendrá con toda seguridad de la misma forma que le habéis visto partir”. (Hch. 1. 4-9)

Así­ pues, llegó el momento de apartarse visiblemente de los suyos, de “subir a los cielos”, para recibir del Padre el honor de la perpetua glorificación. Y llegó el momento de mantenerse sólo por la fe, invisible, en su peregrinar y en su evangelizar por la tierra, según el mandato del mismo Señor.

2.2. Alcance y significado

Llamamos Ascensión, pues, al fenómeno visible y comprobable para los seguidores de Jesús de trasladarse a la gloria de Dios Padre. Fí­sicamente implicaba “subir más allá de las nubes”. Espiritualmente significaba que su ciclo de presencia terrena habí­a terminado y comenzaba su presencia invisible a lo largo de la Historia. Superando condicionamientos de tiempo y lugar, Jesús se marchó de la vista cotidiana de los discí­pulos. Les dejó con nitidez un mensaje y sus consignas de fe. Y les dejó claro el mandato de anunciar su Reino a todas las naciones de la tierra.

Los seguidores de Jesús, fortalecidos con su recuerdo, y ya sin la presencia de su figura viva e invencible, se dispusieron a cumplir con su voluntad salvadora, considerando su testamento como el gran desafí­o que deberí­a ser llevado a los largo de la tierra y de la historia.

3. La Ascensión preanunciada

Los seguidores de Jesús también recordaron, tras su “ascensión”, que él mismo se lo habí­a anunciado. Les habí­a hablado de su partida y no lo habí­an entendido. Luego recapacitaron, recordaron y entendieron que él lo sabí­a todo y lo tení­a todo previsto.

“Os escandalizáis por lo que he dicho. Pues ¿qué será cuando veáis al Hijo del hombre subir donde antes estaba?” (Jn. 6. 63) “No os angustiéis. Fiaros de Dios y fiaros de mí­. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Yo voy a prepararos lugar. Cuando vaya y os lo prepare, volveré para llevaron conmigo. Porque donde esté yo, allí­ estaréis vosotros”. (Jn. 14. 1-2). “Salí­ del Padre y vine al mundo. Ahora, dejo el mundo y me vuelvo al Padre.” (Jn. 16. 27)

4. Sentido de la glorificación

La Ascensión culmina las jornadas pascuales. Jesús deja de estar en contacto directo, y hasta visual, con sus seguidores.

Ellos han quedado confirmados en la fe que deben anunciar a los hombres. Para ello han recibido sus comunicaciones durante un tiempo, que ha sido limitado, según los planes de Dios.

Con su partida, comienza una nueva etapa en el anuncio del Reino de Dios, tal como lo entendieron los Apóstoles y sus seguidores.

Sólo quedaba el cumplimiento de la promesa de Jesús de la inmediata llegada del Espí­ritu Santo.

Al marchar, Jesús dejó a sus Apóstoles el mensaje, el mandato y el Espí­ritu.

4.1. El mensaje.

Queda en su memoria, pues ellos han oí­do y han visto qué es lo que el Maestro ha hecho en favor del Reino de Dios que ha anunciado.

No es una doctrina teológica ni filosófica. Es un mensaje de vida y de conversión. Es el mensaje del amor y de la paz, de la salvación y de la vida.

El último testimonio sobre el Reino de Dios ha sido el de su muerte.

4.2. El mandato.

Lo reciben al marchar Jesús. Les dice que vayan por todo el mundo, que anuncien el Reino a todos los hombres, que hagan discí­pulos nada menos que en favor de un crucificado, que abran el sendero de Dios a todos los hombres de buena voluntad. Es un mandato gratuito, universal, gozoso, transformador, proyectado hacia la salvación última.

4.3. El Espí­ritu

Es el que recibirán con abundancia al llegar el consolador tantas veces prometidos. Entonces se terminarán todas las dudas y se superarán todas las debilidades. Se entenderá del todo que “Jesús era el Señor” Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero” según el Sí­mbolo de Nicea. Su fuerza interior se comunicará a todos los que con ellos se pongan en contacto y muchos irán entrando poco a poco en el Reino de Dios y seguirán a lo largo de los siglos y en toda la extensión de la tierra, sembrando la fe y la verdad.

5. Sentado a la derecha del Padre

Jesús subió a los cielos, donde está sentado a la derecha del Padre, con total honor y majestad. Esos conceptos de “derecha del Padre,” que equivalen el de “glorificación”, de “poder y de majestad”, “dignidad”, “honor”, son referencias a los Profetas, de modo especial a Isaí­as (Is. 40. 12; 44, 24; 45. 17; 63. 1; etc.) o a Daniel (Dn. 7. 14). Aparece la expresión en los Salmos (Sal. 109.1). Y es usada reiteradamente por San Pablo: Ef. 4. 8; Hebr. 4. 14; y por otros autores: Lc. 24 .51; Hech. 1. 9 y 1 Petr. 3. 22.

Aunque a nosotros nos recuerda las dignidades y poderes humanos, no cabe duda de que en los oí­dos de los inmediatos seguidores de Jesús, como en los oí­dos judí­os ilustrados, el sentido era más profundo y misterioso. Indicaba el poder glorioso de Dios Señor, el triunfo apoteósico del Hijo del hombre.

Por eso la “Ascensión a los cielos”, en el lenguaje cristiano, equivale al reconocimiento de dignidad divina de Jesús. Ese es el sentido cristiano de la glorificación de Jesús “a la derecha del Padre”, al llegar a la plenitud de su Reino. Al margen de las metáforas o sí­mbolos triunfales, significa el reconocimiento de la obra salvadora.

Y de esa forma, Jesús se convierte en el gran Intercesor de los hombres ante Dios y en el fiel Mediador para que la salvación se realice. Por eso, en la tierra le miramos como “camino, como verdad, y como vida”. Pero en el cielo se presenta como esperanza de los hombres y como garantí­a de nuestra eterna vida de resucitados.

La presencia de Jesús en el cielo es compatible con su permanencia real entre los hombres. El creyente tiene la fe firme de que Jesús vive entre los hombres en la tierra. Y pone como fundamento de esa fe el hecho cierto y claro de que Jesús ha resucitado y ha subido a los cielos, desde donde vendrá a juzgar con poder y majestad. Sin la fe firme en la Resurrección, todo el resto de las creencias cristianas quedarí­an totalmente vací­as de contenido. Pero la “resurrección” no quedarí­a lógicamente completa, si no se habla de la “glorificación”, es decir si Jesús no llega a su Reino, si no hay “Ascensión” a los cielos.

5. Expresiones escatológicas
En referencia a la Ascensión, el mensaje cristiano multiplica sus alusiones escatológicas, cuyo sentido es muy profundo y misterioso, pero cuya formulación apenas si puede realizarse si no es por medio de metáforas.

El texto bí­blico y, por lo tanto la relgión cristiana, usa frecuentemente expresiones y conceptos necesarios para explicar el mensaje de Jesús. A veces esas expresiones precisan aclaraciones que se mueven entre el simbolismo del lenguaje y la abstracción de los conceptos.

Debemos hacer un esfuerzo para entender lenguaje y conceptos, sobre todo cuando se trata de formar las conciencias y las inteligencias de los niños y jóvenes. Y debemos ponernos a igual distancia de los relatos ingenuos y de las explicaciones mí­sticas, simbólicas o esotéricas.

Debemos hablar con terminologí­as plenamente evangélicas.

– Que Jesús “subió a los cielos”, hay que entenderlo como un modo de decir que llegó a la gloria y al honor que, por ser Dios, merece de todas las criaturas.

El concepto “astronómico” de firmamento, o de cosmos, debe ser identificado con el de “patria eterna, gloria, paraí­so, estado de unión con Dios”. Es preciso superar la simple idea de elevación fí­sica por encima de las nubes.

Hemos de hacer un esfuerzo para no quedarnos en interpretaciones ingenuas, como si, por encima de los montes y de las nubes, existiera otro mundo en el cual se puede calcular la distancia o el tiempo.

– La expresión “derecha del Padre”, y no “izquierda”, expresa la idea de preferencia, de supremací­a, de plenitud, y no alude a la simple posición material,
Jesús se encuentra desde su Ascensión en la dignidad divina que le corresponde. En ella estaba antes de su venida al mundo, cuando se encarnó en el seno de Marí­a Santí­sima, y en ella vuelve al resucitar de entre los muertos y volver al lugar de donde ha salido.

En esa situación se halla como Dios, pero también como hombre glorificado que sigue unido a la divinidad.

– El que esté “sentado”, implica la permanencia definitiva, es decir la situación de estabilidad, de estabilidad absoluta, que da la seguridad a sus seguidores de su fidelidad, de su perseverancia, de su inmutabilidad divina.

– El término mismo de “juzgar a los vivos y a los muertos” por parte de Cristo en su gloria, se halla por encima de cualquier dimensión material, jurí­dica o reivindicativa.

Cristo en su Reino se convierte en la referencia de todo ser humano, por el cual el dio la vida y luego la recuperó para poseerla para siempre.

Esa referencia con Jesús en su Reino es la cumbre de las otras referencias: en el trabajo, en el sufrimiento, en la solidaridad, en la confianza, en las alegrí­as del mundo, etc. Cristo es modelo en su vida terrena. Pero la cumbre de esa “ejemplaridad” se halla en su vida glorificada, paradigma y anhelo de todo cristiano.

– Y que juzgará “con poder y majestad” quiere decir que no se ha terminado la Historia de la salvación, sino que continua mientras sus seguidores caminan por la tierra en espera de su venida, para dar culminación a la vida de los hombres.

– Su “poder y su majestad” no expresan fortaleza fí­sica o predominio social, sino plenitud divina en referencia a los hombres a los que amó hasta el final. Hay en Jesús, subido a los cielos, una cierta tonalidad de espera serena e indefinida, en la cual no cuentan los años, las razas o los anhelos, sino las actitudes salvadoras. Jesús subió a los cielos para volver, no sólo para quedarse allí­. Los seguidores del Señor reclaman de cuando en cuando en cuando su venida y claman “Ven Señor Jesús

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DJN
 
La Ascensión de Jesús narrada sólo en Hch 1,4-12, (las alusiones en Lc 24,51 y Mc 16,19 no son narraciones de la Ascensión) no debe considerarse un hecho histórico. Además de razones hoy dí­a claras como por ejemplo que el cielo no está realmente “arriba”, ni de que una subida fí­sica de Jesús no es comparable a la de un cohete espacial ni le acercarí­a más a Dios, etc., está la más básica, de carácter teológico, de que el Resucitado no está, realmente, en nuestro espacio y tiempo de manera que en un momento dado haya de trasladarse de este mundo a otro lugar. La terminologí­a de “subir”, igual que su paralelo “bajar”, es uno de los tantos lenguajes metafóricos para hablar de lo divino y en concreto de la Encarnación en todos sus aspectos.

La narración lucana es fundamentalmente simbólica, lo mismo que otros relatos evangélicos, de los cuales unos contienen elementos históricos en mayor o menor grado y otros, como éste, prácticamente ningún dato fáctico, a excepción de que las experiencias postpascuales de los discí­pulos de Jesús, pasado un cierto tiempo, cesaron.

El significado principal de la Ascensión es poner de relieve la total exaltación y glorificación de Jesús. El triunfo de Jesús sobre la muerte y todos los poderes que lo condujeron a ella tiene, sobre todo, lugar en la Resurrección. La Ascensión prolonga ese triunfo añadiendo dimensiones supraterrenas y cósmicas. Es un modo de representar, por un lado, la falta de presencia fí­sica y perceptible de Jesús en este mundo y, por otro, su elevación sobre todo lo mundano y su total asimilación a Dios, expresada también con las palabras que siguen a la afirmación de la Ascensión en la confesión de fe: “está sentado a la derecha del Padre”
El relato de la Ascensión no tiene ninguna conexión soteriológica explí­cita, es decir, no se relaciona directamente con la salvación de los seres humanos, sino parece referirse únicamente a Jesús. Pero, si se tiene en cuenta que la toda la persona de Jesús, solidaria con el ser humano, tiene como función básica nuestra salvación, también este relato habrá de entenderse en ese sentido. Desde esta perspectiva la Ascensión de Jesús es un adelanto del destino humano según los planes divinos perfectamente realizados en su Hijo Jesús. Todos los demás esperamos seguir ese camino y tenemos la seguridad de lograrlo, puesto que nuestra cabeza ya ha llegado al final. ->; resurrección.

Pastor

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> resurrección, exaltación, sentado a la derecha del Padre). La tradición más antigua de la Iglesia relaciona pascua y glorificación: Jesús ha nacido (rena cido) como Hijo de Dios, en poder, por la resurrección de entre los muertos (Rom 1,1-3); Dios le ha exaltado, dándole el Poder supremo, de manera que al nombre de Jesús se postren todos los poderes del cielo y de la tierra (Flp 2,9-11). En esta concepción triunfal del Cristo ha jugado un papel muy importante el Salmo 110, que la Iglesia ha interpretado en clave cristológica: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies” (Sal 110; cf. Hch 2,34-35; Mt 22,44 par). El mismo Dios Yahvé, que ahora se viene a desvelar como Padre, ha entronizado a su derecha al Hijo, que es Señor y Cristo de los cielos y la tierra (cf. Mc 14,62 par).

(1) El tema en Lucas-Hechos. En esta lí­nea ha dado un paso más el autor de Lucas-Hechos, interpretando la victoria mesiánica del Cristo en forma de Ascensión. En sentido estricto, el sí­mbolo de la Ascensión constituye una forma de expresar la resurrección y glorificación de Jesús y, en ese sentido, está latente en el conjunto del Nuevo Testamento, pero Lucas lo ha desarrollado de forma explí­cita, al final de su Evangelio (Lc 24,50-53) y al comienzo de los Hechos (Hch 1,1-11), para culminar de esa manera las apariciones de la pascua y para señalar que el Cristo no sigue actuando en la forma antigua sobre el mundo. Por representar las cosas de esa forma, Lucas ha tenido que poner un lí­mite temporal a las apariciones pascuales. En un primer momento no era necesario trazar unas fronteras entre el tiempo de pascua y el comienzo de la vida de la Iglesia (cf. 1 Cor 15). Por eso, lo mismo que se habí­a mostrado en el principio a las mujeres y a Pedro con los discí­pulos, Jesús podí­a seguirse revelando para abrir nuevos caminos y experiencias dentro de la Iglesia. Pero, en un determinado momento, una vez que los creyentes fueron tomando distancia en relación con los principios de la Iglesia, resultaba necesario precisar las fronteras del primer tiempo de pascua, para distinguirlo de las etapas posteriores.

(2) Tiempo de Pascua y Ascensión. Así­ lo ha hecho Lucas-Hechos de una forma canónica, ofreciendo el esquema de la liturgia posterior de la Iglesia, (a) Hubo un tiempo de pascua, centrado en los cuarenta dí­as de las apariciones de Jesús a los apóstoles. Aquéllos fueron dí­as de nacimiento: tiempo de gran recreación y de enseñanza final para los discí­pulos antiguos, como un idilio de comunicación entre Jesús y sus discí­pulos. Los que tuvieron la fortuna de vivir aquellos dí­as participaron de un acontecimiento único que ya no volverá a repetirse nunca más dentro de la historia (cf. Hch 1,1-5). (b) Este tiempo ha culminado y terminado en la Ascensión. Terminó el tiempo fundante y Jesús tuvo que dejar su antigua forma de presencia. Así­ aparece claramente en el gesto solemne del ascenso al cielo, desde el monte de los Olivos (Lc 24,50-53; Hch 1,6-11). De ahora en adelante los cristianos ya no pueden apelar a nuevas formas de revelación fundante de Jesús. El tiempo de pascua ha terminado. Ya no pueden darse más apariciones normativas del Señor resucitado, porque la época pascual ha pasado.

(3) Relato de la Ascensión. Posiblemente, el autor de Lucas-Hechos ha reelaborado tradiciones anteriores que hablaban de una aparición de Jesús en la montaña, en la lí­nea de Mt 28,16-20. Pero no ha situado esa montaña en Galilea (en un lugar desconocido), sino al lado de Jerusalén, en el monte de los Olivos, lugar por donde pasan y paran gran parte de los peregrinos para ver la Ciudad Santa (cf. Mc 13,3). Pues bien, Jesús sube con sus discí­pulos a esa montaña, pero no para quedarse allí­ o volver a Galilea, sino para Ascender al misterio de Dios, a la plenitud de la gloria, para sentarse a la derecha de Dios Padre (cf. Hch 2,33). De esa forma, la aparición en la montaña se convierte en última aparición, la visión pascual se vuelve experiencia de despedida: “Jesús les dirigió fuera (de la ciudad), hacia Betania, y levantando las manos les bendijo. Y sucedió que al bendecirles se separó de ellos y se elevaba hacia el cielo” (Lc 24,50-51).

(4) Ascensión y reino de Dios. El libro de los Hechos ha precisado el tema, introduciendo una última conversación de Jesús con sus discí­pulos: “Los discí­pulos le preguntaron diciendo: ¿Es éste el tiempo en que debes restablecer el reino de Israel? Jesús les dijo: no os es dado conocer los tiempos y señales, pues el Padre los ha puesto bajo su dominio; pero recibiréis la fuerza del Espí­ritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samarí­a y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,6-8). Los discí­pulos comienzan situándose en un plano de triunfo nacional judí­o. Quieren la victoria de Israel sobre los pueblos. Jesús no ha rechazado ese deseo, no les ha negado lo que piden. Pero pone su camino y la verdad de su reinado a la luz del poder y del amor del Padre. Desde ese mismo fondo ofrece su promesa: la venida del Espí­ritu, el camino de la Iglesia. Eso significa que el poder del Reino debe traducirse en forma de mensaje universal de salvación. Jesús no viene a imponer su ley por fuerza, sino a ofrecer su salvación gratuita a todos los que buscan gracia sobre el mundo. Este ha sido su mensaje, éste el sentido de su vida. Así­ lo muestra a sus discí­pulos, mientras “retorna” hacia el Padre. “Y diciendo estas cosas, mientras ellos le miraban, fue elevado y una nube lo arrebató de su mirada. Y miraban hacia el cielo, viendo cómo se elevaba; y he aquí­ que aparecieron ante ellos dos varones, vestidos de blanco. Y les dijeron: varones galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido elevado de vosotros al cielo volverá de nuevo, en la forma en que le habéis visto subir hacia los cielos” (Hch 1,9-11). Este es el texto básico de la Ascensión de Jesús, que significa plenitud y cumplimiento: ha terminado su misión; por eso tiene que marchar, dejando espacio a sus discí­pulos. La Ascensión aparece así­ como Despedida (fin del tiempo pascual), como Elevación (queda acogido en el misterio de Dios) y como Promesa (enví­a el Espí­ritu a los suyos y volverá al fin de los tiempos). Jesús ha subido hacia la altura de Dios, desbordando el plano de historia y geografí­a de la tierra, para culminar el despliegue de su vida (evangelio de Le) de manera que puede comenzar el tiempo de la Iglesia (Hechos). Literariamente, la Ascensión marca el fin de la historia de Jesús y se expande como promesa de retorno. El mismo Jesús que ha subido volverá. De esa forma, entre ascenso y retorno del Cristo se abre un tiempo nuevo, propio de la misión y tarea de la Iglesia. En una lí­nea convergente se sitúa el testamento de Juan (Jn 14-16), donde Jesús afirma que conviene que él se vaya, para culminar su tarea y enviarnos su Espí­ritu. Esta es la experiencia que está en la base de los primeros discursos pascuales de Hechos: “Dios ha resucitado a este Jesús, de lo cual todos nosotros damos testimonio. Pues bien, elevado a la derecha de Dios, (Jesús) ha recibido del Padre el Espí­ritu Santo prometido y lo ha derramado (sobre la comunidad, sobre los hombres). Esto es lo que vosotros observáis y escucháis” (Hch 2,32-33).

(5) Ascensión de Cristo, asunción humana. Entre ascenso y retorno del Cristo se abre un tiempo de acción para los hombres. Jesús se eleva al cielo y así­ deja un hueco para que los hombres puedan ser plenamente humanos, haciéndose cristianos. Ellos ya no pueden andar buscando sin fin el ser de Cristo, en una especie de experiencia mí­stica ansiosa. De esa manera, la elevación de Cristo abre para los creyentes un tiempo y espacio nuevo de creatividad universal en el Espí­ritu. Al celebrar la fiesta de Jesús que culmina su revelación pascual en el principio de la Iglesia y sube al cielo, nuestro texto lo vincula a todos los creyentes que recorren su camino, completan su tarea y suben igualmente a su gloria. Desde este contexto se suelen distinguir dos palabras, (a) Ascensión: ha quedado reservada para Jesús y resalta el carácter activo de su gesto: sube o se eleva por sí­ mismo. (b) Asunción: se emplea para la madre de Jesús y puede utilizarse también para el resto de los fieles. La Madre de Jesús y todos los creyentes pueden subir y suben también como Jesús, siendo ascendidos a la gloria de la plena humanidad. Jesús no ha subido simplemente al lugar o estado anterior (como si fuera un ser divino que simplemente baja para volver luego a la altura donde estaba previamente); a través de su ascensión, elevación o cumplimiento pascual, Jesús ha venido a ocupar (a suscitar) un lugar (estado, forma de ser) que previamente no existí­a, culminando así­ la creación. En ese sentido decimos que vuelve (está volviendo) para ofrecer su lugar a los creyentes, como supone Jn 14,1-10.

Cf. M.-E. BOISMARD, ¿Es necesario aún hablar de Resurrección?, Desclée de Brouwer, Bilbao 1996; X. LEON-DUFOUR, Resurrección de Jesils y mensaje pascual. Sí­gueme, Salamanca 1973; V. LARRAí‘AGA, La Ascensión del Señor en el Nuevo Testamento, CSIC, Madrid 1943; G. LOHFINK, Die Himmelfalirt Jesu, SANT 16, Múnich 1971.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

La ascensión de Cristo a los cielos designa la exaltación de la humanidad de Jesucristo a la gloria de la vida divina. Es uno de los misterios de Cristo, estrechamente relacionado con el de la resurrección y el del enví­o del Espí­ritu Santo, pero éon una significación teo16gica propia.

Este término se deriva del latí­n ascendere, que significa subir, dirigirse hacia arriba. En el original griego se usan varias palabras que captan este % acontecimiento desde perspectivas diversas. En las fuentes del Nuevo Testamento se encuentran las siguientes expresiones: fue “exaltado” junto a Dios (cf Flp 2,9; Hch 2,33. Jn 12,32.34); fue (,glorificado” (cf. Jn 39. 17 1); ‘(entró en su gloria” (Lc 24,26); “voy – (poreúomai) al Padre” (Jn 16,28); “subo (anabaí­no) al Padre” (Jn 20,17); “fue llevado (anelémñhe) al cielo y se sentó a la derecha de Dios” (Mc 16,19); “habita en el cielo” (Ef 2,20); ‘(penetró en los cielos y está sentado a la derecha del Padre” (Heb 12,2). Hav . que señalar la doble narración de Lucas: al final del evangelio se dice que el Resucitado ” se separó (diéste) de ellos y fue llevado (aneféreto) hacia el cielo (Lc 24,5051); al comienzo de los hechos se afirma que “fue tomado (anelemfyheí­s) de entre vosotros hacia el cielo (y) volverá algún dí­a” (Hch 1,11). Mateo no habla expresamente de la ascensión; la supone y subraya la continua presencia del Señor resucitado en medio de los suyos hasta el final del mundo (cf. Mt 28,20).

Del conjunto de estos pasajes se deduce lo siguiente: se habla de un acontecimiento que no se identifica formalmente con la resurrección como victoria de Jesús sobre la muerte; la exaltación junto a Dios, a la derecha del Padre, se atribuye algunas veces directa y activamente a Jesús (“subo”, “voy”, “entró”), mientras que otras veces, en la forma pasiva, se le atribuye a Dios por la fuerza de su Espí­ritu (†œfue levantado”, “fue llevado hacia el cielo”, etc.). La mayor parte de los exegetas ven en la ascensión una dimensión del paso de Jesús desde este mundo hasta la vida eterna de Dios a través de la resurrección y consideran el texto de Hch 1,3- 11, donde se habla de la ascensión después de cuarenta dí­as de haber resucitado, como un pasaje en el que Lucas desea relacionar el tiempo de Cristo con el de la Iglesia y habla del último encuentro sensible del resucitado con los discí­pulos.

La predicación cristiana ha incluido siempre en su anuncio de Cristo la ascensión. Hay muchos textos del Magisterio que récuerdan este contenido de fe (cf. especialmente DS 11; 30; 72; 150; etc.). Desde el s. 1V la Iglesia cele bra además una solemnidad litúrgica dedicada a la misma.

La teologí­a de los Padres ha valora do este misterio de Cristo en perspectiva: a) cristológica: con la ascensión se alcanzó la cima de la encarnación (cf., sobre esto, especialmente Hilario de Poitiers, De rrin. XI); b) antropológica: el hombre ha sido glorificado en él y ha sido llevado a la dignidad más subíime (cf. especialmente León 1, Serm. de ascensione, 73ss); c) antignóstica: la carne, la corporeidad, se ha salvado y ha sido introducida plena y definitivamente en la vida eterna del Dios incorruptible e inmortal (sobre esto cf. especialmente Ireneo, Adv. Haer. 1, lO, 1).

Entre los teólogos escolásticos se distingue santo Tomás de Aquino por el hecho de atribuir con claridad un valor salví­fico al acontecimiento de la ascensión de Jesús a los cielos; este acontecimiento es causa de salvación para el hombre, porque alimenta la fe y la esperanza en Cristo, fundamento y meta de la salvación plena, escatológica (cf. 5. rh. III, 57, 1 y 6).

La teologí­a contemporánea dedica una especial atención al contenido teológico de la ascensión. Algunos teólogos, sobre todo del área de la Reforma, tienden a ver en los textos neotestamentarios unas narraciones mitológicas que intentan “explicar” la resurrección (W. Elert, P. Althaus, W Joest, etc.). Sin embargo, la mavor parte de ellos ve allí­ el testimonio de un elemento particular del acontecimiento de la glorificación de Cristo y pone de relieve lo que significa la ascensión para la esperanza cristiana.

Podemos recoger los resultados más significativos de la reflexión teológica más reciente:

1. El cambio de la imagen del mundo en la época moderna y la problemática de la desmitificación de los textos bí­blicos y de las afirmaciones de la predicación cristiana tradicional, que de aquí­ se ha derivado, han estimulado a la teologí­a a centrarse únicamente en el contenido de fe del acontecimiento de la ascensión y a relativizar las imágenes y las categorí­as culturales con que se ha revestido. Esto se refiere tanto al “traslado” espacial y temporal del Cristo glorioso como también a las imágenes con que se ha representado la realidad de la salvación expresada en él: por ejemplo, en el “cielo” se ve a Dios y la esfera de su vida divina gloriosa y beatificante, no ya el estrato superior del edificio cosmológico del mundo; la ((derecha de Dios” es la vida, la dignidad y el honor divino, etc.

2. La ascensión tiene que relacionarse í­ntimamente con la resurrección como paso de Jesús de la situación de existencia de este mundo (kata sarka) a la del mundo nuevo, escatológico, impregnada de la fuerza vivificante y glorificante del Espí­ritu (kata pnéÚma).

Sin embargo, expresa un momento y un aspecto especí­fico de la glorificación de la humanidad de Cristo, es decir, su colocación junto a Dios, su elevación a la participación de la vida de Dios en comunión eterna con él, su exaltación por encima de todas las criaturas.

3. La ascensión no es un ” alejamiento” de Jesucristo de su Iglesia, de su Cuerpo, de la historia humana y del mundo, sino más bien su entrada y su permanencia en una condición nueva de existencia, gracias a las cuales, por la fuerza del Espí­ritu divino del que está totalmente impregnada su humanidad, puede estar realmente presente a ellos a lo largo de los tiempos, aunque de una forma misteriosa, en la espera de su luminosa manifestación a todos los hombres con su venida gloriosa (cf. Flp 3,21).

4. La valoración de las diversas perspectivas resaltadas por la tradición cristiana, especialmente por los Padres, ha estimulado a la teologí­a actual a ilustrar el contenido doctrinal de la ascensión en la óptica eclesiológica, antropológica y cósmica. Por lo que se refiere a la perspectiva antropológica, la reflexión teológica actual muestra que la corporeidad del hombre, que tanto se exalta y hasta se idolatra hoy bajo algunos aspectos, mientras que en otros aspectos se la profana y se la vive con tanta superficialidad, recibe de la verdad de fe de la ascensión una poderosa inyección de sentido y de esperanza. Y por lo que se refiere a la perspectiva cósmica, indica que la inserción del hombre en el cosmos, que hoy tanto se siente, incluso a nivel de conciencia ecológica, encuentra una motivación profunda en la perspectiva de salvación garantizada y prometida por Dios en la corporeidad humana de Jesús, lí­mite de este mundo.

G.lammarrone

Bibl.: P Benoit. L’Ascension, en RB 56 (1949) 1~1-203: E, Schillebeeckx, Ascension and Pentecost, Worship 35 (1960- 196 1 ) 336ss; J A, Fitzmeyer The Ascension of Christ and Pentecost, en ‘ThSt 45 (1984) 409440; G. Lohfink, Die Himmelf~hrt Jesu. Múnich 1971; Y Szaxer, Ascensión, en DPAC, 1, 239-240.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Regreso de Jesucristo al cielo cuarenta dí­as después de su resurrección.
El escenario de la ascensión de Jesús fue el monte de los Olivos (Hch 1:9, 12), cerca de Betania (Lu 24:50), localidad que se hallaba en la ladera oriental de ese monte. Solo fueron testigos de la ascensión un grupo limitado, sus apóstoles fieles. (Hch 1:2, 11-13.) El testimonio bí­blico dice que †œestando ellos mirando, fue elevado, y una nube se lo llevó† de su vista. Continuaron mirando hacia lo alto hasta que los ángeles les advirtieron: †œEste Jesús que fue recibido de entre ustedes arriba al cielo, vendrá así­ de la misma manera como lo han contemplado irse al cielo†. (Hch 1:9-11.)
Debe señalarse que los ángeles se refirieron a la †œmanera† de marchar Jesús (gr. tró·pos), no a la forma (gr. mor·fe). Cuando lo alcanzó una nube, se hizo invisible al ojo humano. A este respecto, el libro de Hechos muestra que su ascensión no fue un acontecimiento ostentoso, acompañado de gran bullicio, sino que solo la vieron un puñado de seguidores fieles, sus apóstoles, que únicamente presenciaron el comienzo. De ese modo, solo observaron cómo ascendió Jesús, lo que les permitirí­a ser testigos de ese hecho, como lo eran de su resurrección. (Hch 1:3.) En consecuencia, él no †˜desapareció†™ simplemente de delante de ellos, como lo habí­a hecho antes con dos de sus discí­pulos en Emaús o como lo habí­a hecho el ángel que se le apareció a Gedeón y que †œdesapareció de su vista†. (Lu 24:31; Jue 6:21, 22.) En cierto modo, su ascensión se asemejó más a la del ángel que se le apareció a Manóah y a su esposa. Este hizo que ellos prepararan un sacrificio, y †œal ascender la llama de sobre el altar hacia el cielo, entonces el ángel de Jehová ascendió en la llama del altar mientras Manóah y su esposa estaban mirando†. (Jue 13:20.)
Según Hechos 1:3-9, la ascensión de Jesús aconteció cuarenta dí­as después de su resurrección, de modo que hubo un lapso de tiempo entre los hechos citados en Lucas 24:1-49, acaecidos el dí­a de su resurrección, y el momento de la ascensión, referido en el versí­culo 51 de ese mismo capí­tulo. También ha de mencionarse que las palabras †œcomenzó a ser llevado arriba al cielo†, que aparecen en ese versí­culo, no se incluyen en algunos manuscritos antiguos, de modo que algunas traducciones modernas las han puesto entre corchetes (GR, SA). No obstante, sí­ aparecen en el Papiro Bodmer (P75), en el Manuscrito Alejandrino y en el Manuscrito Vaticano núm. 1209, así­ como en otros manuscritos antiguos.

Qué efecto tuvo en los discí­pulos. Hasta el dí­a de la ascensión de Jesús los discí­pulos todaví­a pensaban en un reino terrestre en manos de él, como se desprende de sus palabras de Hechos 1:6. Al iniciar su ascensión y permitir que sus discí­pulos fuesen testigos de los primeros momentos, Jesús les dejó constancia de que su reino era celestial y de que, a diferencia de David, que †œno ascendió a los cielos†, su posición a partir de entonces estarí­a a †œla diestra de Dios†, como Pedro testificó valerosamente en el dí­a del Pentecostés. (Hch 2:32-36.)
Asimismo, dicha acción les harí­a recordar y comprender muchas de las declaraciones previas de Jesús que aludí­an a tal posición celestial. El habí­a escandalizado a algunos con las palabras: †œ¿Qué hay, pues, si contemplaran al Hijo del hombre ascender a donde estaba antes?† (Jn 6:62); igualmente habí­a dicho a los judí­os: †œUstedes son de las regiones de abajo; yo soy de las regiones de arriba†. (Jn 8:23.) En la noche de su postrera reunión con los apóstoles, les habí­a comentado que †˜seguí­a su camino al Padre para prepararles un lugar†™ (Jn 14:2, 28); mientras estaba con ellos en su última noche de vida como humano, le informó a su Padre que habí­a †˜terminado la obra sobre la tierra†™ que se le habí­a asignado, y oró: †œGlorifí­came al lado de ti mismo con la gloria que tení­a al lado de ti antes que el mundo fuera†, para luego añadir: †œYo voy a ti†. (Jn 17:4, 5, 11.) Al ser detenido, hizo un comentario similar ante el Sanedrí­n. (Mt 26:64.) Después de su resurrección, dijo a Marí­a Magdalena: †œDeja de colgarte de mí­. Porque todaví­a no he ascendido al Padre. Pero ponte en camino a mis hermanos y diles: †˜Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes†™†. (Jn 20:17.) No obstante, pese a todo, está claro que los apóstoles no llegaron a entender con claridad el significado de estas manifestaciones hasta el momento de la ascensión. Más tarde, Esteban tuvo una visión de Jesús a la diestra de Dios (Hch 7:55, 56) y Pablo, por su parte, experimentó el efecto de la gloria celestial de Jesús. (Hch 9:3-5.)

La inauguración de un †œcamino nuevo y vivo†. Si bien Jesús inició su ascenso en forma fí­sica —lo que hizo posible que sus apóstoles le vieran—, no hay base para suponer que retuviera la misma forma después de interponerse la nube. El apóstol Pedro afirma que Jesús murió en la carne, pero que fue resucitado †œen el espí­ritu†. (1Pe 3:18.) Pablo expone la siguiente regla: †œCarne y sangre no pueden heredar el reino de Dios†. (1Co 15:50; compárese también la declaración de Jesús en Jn 12:23, 24 con 1Co 15:35-45.) Pablo asemeja la ascensión de Jesús ante la presencia de Dios en los cielos a la entrada del sumo sacerdote en el compartimiento Santí­simo del tabernáculo en el Dí­a de Expiación, y especifica que en tal ocasión el sumo sacerdote solo llevaba la sangre (no la carne) de las ví­ctimas sacrificadas. (Heb 9:7, 11, 12, 24-26.) Entonces compara la cortina —que separaba el primer compartimiento del siguiente, el Santí­simo— a la carne de Cristo. El sumo sacerdote no se llevaba la cortina consigo cuando entraba en el Santí­simo ante la presencia tí­pica de Dios, sino que pasaba a través de esa barrera, de manera que esta quedaba a sus espaldas. Por eso, Pablo manifiesta que †œtenemos denuedo respecto al camino de entrada al lugar santo por la sangre de Jesús, el cual él nos inauguró como camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne†. (Heb 9:3, 24; 10:10, 19, 20; compárese con Jn 6:51; Heb 6:19, 20.)
La ascensión de Jesús al cielo para presentar ante Jehová el valor redentor de su sangre derramada inauguró un †œcamino nuevo y vivo† de acceso a Dios en oración, pero también abrió el camino a la vida celestial, lo que armoniza con lo que Jesús habí­a dicho a este respecto con anterioridad: †œNingún hombre ha ascendido al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre†. (Jn 3:13.) Por consiguiente, nadie, ni Enoc ni Elí­as, ni siquiera David, habí­a inaugurado ese camino. (Gé 5:24; 2Re 2:11; Hch 2:34.) Como dijo Pablo: †œEl espí­ritu santo aclara que el camino al lugar santo todaví­a no se habí­a puesto de manifiesto entre tanto que estaba en pie la primera tienda†. (Heb 9:8; véanse ELíAS núm. 1; ENOC núm. 2.)

Exactitud de la expresión. Hay quien objeta que el relato de la ascensión transmite el concepto primitivo de que el cielo está encima de la Tierra, lo que manifestarí­a ignorancia en cuanto a la estructura del universo y la rotación terrestre. Ahora bien, si hubiese que satisfacer a esos crí­ticos, se deberí­an eliminar del lenguaje las palabras †œarriba†, †œencima† y otras semejantes. Sin embargo, aun en esta era del espacio se puede decir que, por ejemplo, un transbordador espacial tripulado por astronautas ha realizado un †œascenso† de más de 900.000 pies de altura para entrar en órbita, cuando en realidad sabemos que, técnicamente, se separó o alejó de la superficie de la Tierra esa distancia. Es interesante notar que sobre el grupo de ángeles que anunció a coro el nacimiento de Jesús se dijo que una vez que concluyeron su misión, †˜partieron de ellos al cielo†™. (Lu 2:15; compárese con Hch 12:10.) De modo que si bien la partida de Jesús comenzó con un movimiento ascendente desde el lugar donde se hallaban sus discí­pulos, pudo haber tomado después cualquier dirección que le condujese ante la presencia de su Padre celestial. Fue una ascensión no solo en sentido direccional, sino, y esto es más importante, en lo que respecta al campo de actividad y al nivel de existencia que a partir de entonces tendrí­a Jesús en la región espiritual y ante la elevada presencia del Dios Altí­simo, un dominio que no se rige por el sentido de dirección y dimensión humanos. (Compárese con Heb 2:7, 9.)

Por qué fue esencial. La ascensión de Jesús al reino celestial fue esencial por diversas razones o propósitos. El habí­a declarado que debí­a †˜seguir su camino†™ a fin de poder enviar el espí­ritu santo de Dios como ayudante para sus discí­pulos. (Jn 16:7-14.) El que Jesús derramara ese espí­ritu en el dí­a de Pentecostés suministró a los discí­pulos una prueba rotunda de que habí­a alcanzado la presencia de Dios y habí­a presentado ante El su sacrificio de rescate. (Hch 2:33, 38.) Esta presentación del valor de su sangre también hizo que la ascensión fuera vital, pues dicha presentación no habrí­a de hacerse sobre la Tierra en el Santí­simo del templo de Jerusalén, sino únicamente en †œel cielo mismo, […] delante de la persona de Dios†. (Heb 9:24.) De igual manera, fue necesaria debido a que a Jesús se le asignó y glorificó como el †œgran sumo sacerdote que ha pasado por los cielos†. (Heb 4:14; 5:1-6.) Pablo explica que †œsi estuviera sobre la tierra, no serí­a sacerdote†, pero que habiéndose †œsentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos†, Jesús ahora †œha obtenido un servicio público más admirable, de modo que también es mediador de un pacto correspondientemente mejor†. (Heb 8:1-6.) Debido a esto, como los cristianos están sujetos al pecado heredado, se sienten consolados al saber que tienen †œun ayudante para con el Padre, a Jesucristo, uno que es justo†. (1Jn 2:1; Ro 8:34; Heb 7:25.)
Finalmente, la ascensión fue necesaria para que Jesús administrara el reino del que llegó a ser heredero, †œy ángeles y autoridades y poderes fueron sujetados a él†. (1Pe 3:22; Flp 2:6-11; 1Co 15:25; Heb 10:12, 13; compárese con Da 7:14.) Habiendo †œvencido al mundo† (Jn 16:33), participó en el cumplimiento de la profecí­a registrada en el Salmo 68:18 al †˜ascender a lo alto y llevarse cautivos†™, profecí­a cuyo significado explica Pablo en Efesios 4:8-12.

Fuente: Diccionario de la Biblia

analempsis (ajnavlhmyi”, 354), que significa “ser recibido arriba”, se traduce como “ascensión” en la LBA, y también en la Nácar Colunga. Véase en ARRIBA, Nº 3, Nota 4, y en RECIBIR.¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

Es de fe que Cristo resucitado entró en la gloria, pero esto es un misterio que trasciende la experiencia sensible y no puede circunscribirse, a lo que parece, a la sola escena del monte de los Olivos, donde los apóstoles vieron como su maestro los abandonaba para retornar a Dios. De hecho los textos sagrados se expresan sobre el sentido, el momento, el modo de la exaltación celestial de Cristo, con una variedad, cuya riqueza es instructiva. A la luz de estos textos vamos a tratar de percibir la realidad profunda del misterio a través de la génesis de su expresión literaria.

I EL TRAYECTO ENTRE CIELO Y TIERRA
Según una concepción espontánea y universal adoptada también por la Biblia, el *cielo es la morada de la divinidad, hasta tal punto que este término sirve de metáfora para significar a *Dios. La *tierra, su escabel (Is 66,1), es la residencia de los hombres (Sal 115,16; Ecl 5,1). Así­ pues, para visitar a éstos “desciende” Dios del cielo (Gén 11 ,5; Ex 19, 11ss; Miq 1,3; Sal 144.5) y “asciende” de nuevo a él (Gén 17.22). La *nube es su vehí­culo (Núm 11. 25; Sal 18.10; Is 19.1). El *Espiritu enviado por Dios debe también descender (Is 32.15; Mt 3.16; IPe 1.12); asimismo la *palabra, la cual vuelve a él una vez realizada su obra (Is 55,10s; Sab 18,15). Los *ángeles por su parte, que habitan el cielo con Dios (IRe 22,19; Job 1,6; Tob 12,15; Mt 18,10), descienden para desempeñar sus misiones (Dan 4,10; Mt 28,2; Lc 22,43) y luego vuelven a ascender (Jue 13,20; Tob 12,20); subida y bajada que establecen el enlace entre cielo y tierra (Gén 28. 12; Jn 1,51).

Para los hombres, el trayecto es en sí­ imposible. Hablar de subir al cielo equivale a expresar la búsqueda de lo inaccesible (Dt 30,12; Sal 139.8; Prov 30,4; Bar 3,29), cuando no es ya la pretensión de una soberbia insensata (Gén 11,4; Is 14, 14; Jer 51,53; Job 20,6; Mt 11,23). Ya es mucho que las oraciones suban al cielo (Tob 12,12; Eclo 35,16s; Act 10,4) y que Dios dé cita a los hombres en la cima de *montañas, a las que él desciende, mientras ellos suben, como el Sinaí­ (Ex 19,20) o el monte Sión (Is 2.3 y 4,5). Sólo elegidos, como Henoc (Gén 5,24; Eclo 44,16; 49,14) o Elí­as (2Re 2.11; Eclo 48,9-12; I Mac 2,58) tuvieron el privilegio de ser arrebatados al cielo por el poder divino. En Dan 7,13 la venida del *Hijo del hombre se efectúa hacia el anciano de dias, lo cual sugiere también una subida, si bien su punto de partida es misterioso y las nubes del cielo son quizá aquí­, no un vehí­culo, sino únicamente la decoración de la morada divina.

Il. LA SUBIDA DE CRISTO AL CIELO.

Según esta cosmologí­a bí­blica, Jesús exaltado por la *resurrección a la *diestra de Dios (Act 2,34; Rom 8.34; Ef 1.20s; IPe 3.22; cf. Mc 12.35ss p; 14,62 p), donde señorea como *rey (Ap I,5: 3.21: 5,6; 7. 17), debió “subir” al cielo. De hecho, su ascensión aparece en las primeras afirmaciones de la fc, no tanto como un fenómeno considerado por si mismo cuanto como la expresión indispensable de la exaltación celestial de Cristo (cf. Act 2,34; Mc 16,19; IPe 3,22). Pero, con el progreso de la revelación y la explicitación de la fe, ha ido adquiriendo una individualidad teológica e histórica cada vez más marcada.

1. Bajada y vuelta a subir. La preexistencia de Cristo, implí­cita en los albores de la fe, se fue explicitando, en cuanto que la preexistencia escrituristica ayudó a percibir la preexistencia ontológica. Jesús, antes de vivir en la tierra, estaba junto a Dios como hijo, verbo, sabidurí­a. Consiguientemente, su exaltación celestial no fue sólo el triunfo de un hombre elevado al rango divino, como podia sugerirlo una cristologí­a primitiva (Act 2,22-36; 10,36-42), sino el retorno al mundo celestial, de donde habí­a venido. Fue Juan quien expresó en la forma más clara esta bajada del cielo (Jn 6,33.38.41s.50s. 58) y puso en relación con ella la nueva subida de la ascensión (Jn 3, 13; 6,62). Aquí­ no se puede invocar a Rom 10,6s, pues el movimiento que allí­ sigue a la bajada de la encarnación es el resurgimiento del mundo de los muertos más bien que la subida al cielo. En cambio, Ef 4,9s expone una trayectoria más amplia, en la que la bajada a las regiones inferiores de la tierra va seguida de una nueva subida que lleva a Cristo por encima de todos los cielos. Es también la misma trayectoria supuesta en el himno de Flp 2,6-11.

2. Triunfo de orden cósmico. Otro motivo debí­a concurrir a especificar la ascensión como etapa glorificadora distinta de la *resurrección y de la sesión celeste: la solicitud por expresar mejor la supremací­a cósmica de Cristo. Como la herejí­a colosense habí­a amenazado con rebajar a Cristo a un rango subalterno entre las jerarquí­as angélicas, Pablo reitera en forma más categórica lo que habí­a dicho ya sobre su triunfo sobre los poderes celestiales (ICor 15, 24), afirmando que este triunfo ha sido ya adquirido por la *cruz (Col 2,15), que desde ahora ya Cristo señorea en los cielos por encima de los poderes, cualesquiera que sean (Ef 1,20s); y entonces es cuando utiliza el Sal 68,19 para mostrar que la subida de Cristo por encima de todos los cielos fue su toma de posesión del universo, al que él “llena” (Ef 4.10), como lo “recapitula” (Ef 1, 10) en calidad de cabeza. El mismo horizonte cósmico aparece en el himno de ITim 3,16: la elevación a la gloria viene aquí­ después de la manifestación a los ángeles y al mundo. La epí­stola a los Hebreos vuelve a su vez a pensar la subida de Cristo en función de su perspectiva de un mundo celestial, en el que se hallan las realidades de la salvación y hacia el que peregrinan los humanos. Para estar allí­ sentado a la diestra de Dios (Heb 1,3; 8,1; 10,12s; 12,2) por encima de los ángeles (1,4-13; 2,7ss), el sumo sacerdote subió el primero, atravesando los cielos (4,14) y penetrando detrás del velo (6,19s) en el santuario, donde intercede en presencia de Dios (9,24).

3. Momento de la ascensión. La subida de Cristo al cielo, distinguida de la salida del sepulcro a titulo de manifestación cósmica, debí­a todavia distanciarse de ella por la necesidad pedagógica de contar en el tiempo de los hombres un acontecimiento que lo trasciende y también para tener cuenta con el periodo de las apariciones. Ciertamente nada impide, y todo más bien lo postula, que al manifestarse Jesús a sus discipulos volviese para ello del mundo de la *gloria, en el que habí­a entrado desde el instante de su resurrección; en efecto, es difí­cil ver dónde hubiera podido hallarse en el intervalo de estas manifestaciones, y, sin duda alguna, lo que les muestra es su estado ya glorificado. De hecho, Mt parece concebir así­ las cosas: no habla de la ascensión, pero da a entender por la declaración de Jesús acerca del poder de que dispone en el cielo y en la tierra (Mt 28,18), que la toma de posesión del trono celestial habí­a tenido ya lugar al momento de la aparición en la montaña de Galilea: si Jesús advierte a sus discí­pulos por medio de Maria Magdalena que sube al Padre (Jn 20,17), esto indica que habrá ya subido y vuelto a bajar cuando les aparezca la tarde misma (20,19). Esta dilación de algunas horas entre resurrección y ascensión es absolutamente pedagógica y da a Jesús la oportunidad de inculcar a Maria Magdalena que entra en un estado nuevo, en el que quedarán espiritualizados (6,58 y 62) los contactos de otro tiempo (comp. 20,17 y 11,2; 12,3).

En otros textos el momento de la ascensión se distingue todaví­a más del de la resurrección: Lc 24,50s, que viene después de los vv. 13.33. 36.44, da la sensación de que la ascensión se sitúa la tarde del domingo de pascua, después de diversas conversaciones de Jesús con sus discipulos. En el final de Mc 16,19, que depende en gran parte de Lc, se cuenta la ascensión después de las manifestaciones sucesivas, que no se ve si ocuparon sólo un dí­a o varios. Finalmente, según Act 1,3-11, fue al final de cuarenta dí­as de apariciones y conversaciones cuardo Jesús abandonó a los suyos para subir al cielo. La ascensión contada por esos tres textos pretende evidentemente clausurar el periodo de las apariciones; no quiere describir, después de una dilación variable e inexplicable, la primera entrada de Cristo en la gloria, sino más bien la última partida que pone fin a su manifestación en la tierra. La incertidumbre misma de la dilación se explica mejor en razón de este término contingente; en los Hechos, el *número de 40 se escogió sin duda en función de los 50 dí­as de *pentecostés: si Jesús regresa definitivamente al cielo, es para enviar su Espiritu, que en adelante le reemplazará cerca de sus discipulos.

En una palabra, la enseñanza variada de los textos sagrados invita a reconocer en este misterio dos aspectos conexos, pero distintos: por una parte, la glorificación celestial de Cristo que coincidió con su resurrección y, por otra parte, su última partida después de un periodo de apariciones, partida y retorno a Dios, de que fueron testigos en el monte de los Olivos y que se celebra más particularmente la fiesta de la Ascensión.

4 Modo de la ascensión. Act 1,9 es el único texto canónico que da alguna descripción de la subida de Jesús al cielo, y su extremada discreción muestra que no pretende diseñar la primera entrada de Cristo en la gloria. Este cuadro tan sobrio no se parece en nada a las apoteosis de héroes paganos, como Rómulo o Mitra, ni siquiera al precedente biblico de *Elí­as. Hace intervenir la nube estereotipada de las teofaní­as y una palabra angélica que explica la escena, renunciando a dar una descripción del misterio, realista y de dudoso gusto, como la inventarán algunos apócrifos, y limitándose a los datos esenciales que evocan su significado. No es que esta escena localizada en forma precisa en el monte de los Olivos no represente un recuerdo histórico, ni que Jesús no pudiera conceder a sus discí­pulos cierta experiencia sensible de su retorno cerca de Dios; pero la intención del relato no es ciertamente describir un triunfo que de hecho tuvo lugar ya en el instante de la resurrección, sino únicamente enseñar que después de un cierto periodo de coloquios familiares con los discí­pulos, el resucitado retiró del mundo su *presencia manifiesta para no restituirla hasta el fin de los tiempos.

lll. LA ASCENSIí“N, PRELUDIO DE LA PARUSíA.

“Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo vendrá así­ como le habéis visto ir al cielo” (Act 1,11). Esta palabra angélica, además de explicar la economia del relato de la ascensión, establece un vinculo profundo entre la subida de Cristo al cielo y su retorno al final de los tiempos. Como éste se hace esperar, la permanencia de Cristo en el cielo, de suyo definitiva por lo que a él respecta, resulta como una etapa transitoria en la economia general de la salvación: Cristo se mantiene allí­ oculto a los hombres en espera de su manifestación última (Col 3,1-4), en el momento de la restauración universal (Act 3, 21; I Tes 1,10). Entonces retornará de la manera que partió (Act 1,11), bajando del cielo (ITes 4,16; 2Tes 1,7) sobre las nubes (Ap 1,7; cf: 14,14ss), mientras que sus escogidos subirán a su encuentro, también sobre nubes (ITes 4,17), como los dos testigos del Apocalipsis (Ap 11,12). Es siempre la misma presentación cosmológica, inherente a nuestra imaginación humana, aunque, por otra parte, reducida a su mí­nima expresión.

La afirmación profunda que se desprende de todos estos temas es que Cristo, triunfando de la muerte, inauguró un nuevo modo de vida cerca de Dios. EI penetró el primero para preparar un puesto a sus elegidos; luego retornará y los introducirá para que estén siempre con él (Jn 14,2s).

IV. ESPIRITUALIDAD CRISTIANA DE LA ASCENSIí“N.

Los cristianos, mientras esperan este término, deben mantenerse unidos por la fe y los sacramentos con su Señor glorificado. Ya desde ahora *resucitados y hasta sentados en los cielos con él (Ef 2,6) buscan “las cosas de arriba”, pues su verdadera *vida está “escondida con Cristo en Dios” (Col 3,1ss). Su ciudad se halla en los cielos (Flp 3,20), la casa celestial que los espera y de la que aspiran a revestirse (2Cor 5,1ss), no es sino el mismo Cristo glorioso (Flp 3.21), el “hombre celestial” (ICor 15,45-49).

De ahí­ brota toda una espiritualidad de ascensión a base de *esperanza, pues desde ahora hace vivir al cristiano en la realidad del mundo nuevo en que reina Cristo. Pero no por eso es arrancado del mundo antiguo, que todaví­a le retiene, sino, por el contrario, tiene misión y poder de vivir en él en forma nueva, que eleva a este mundo a la transformación de gloria a que Dios lo llama. -> Cielo – Gloria – Montaña – Nube – Resurrección – Rey

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Con el término «ascensión» se quiere señalar a aquel acto del Dios-hombre por medio del cual puso fin a sus apariciones en las que se presentó a sus discípulos después de su resurrección, y por la que también partió dejándoles sin su presencia física y pasó al otro mundo, a fin de quedarse allí hasta su segunda venida (Hch. 3:21). Lucas describe este hecho con pocas palabras en Lc. 24:51 y más extensamente en Hch. 1:9. Aun si las palabras «y fue llevado arriba al cielo» no fueran parte del texto verdadero de Lc. 24:51 tenemos buenas razones para decir, a la luz de las claras e inequívocas palabras del segundo tratado de Lucas, que las palabras dudosas de Lc. 24:51 expresan lo que él tenía en mente. En conformidad con el testimonio oral de los apóstoles, Lucas lleva su historia de la vida de Jesús «hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba» (Hch. 1:22).

Según el Cuarto Evangelio, el Señor habló en tres oportunidades de su ascensión al cielo (Jn. 3:13; 6:62; 20:17). Pablo habla de que Cristo ascendió por sobre todos los cielos para llenar todo el universo con su presencia y poder (Ef. 4:10). Frases tales como «recibido arriba en gloria» (1 Ti. 3:16), «subió al cielo» (1 P. 3:22) y «traspasó los cielos» (Heb. 4:14) apuntan al mismo acontecimiento. Pablo exhorta a los colosenses a buscar «las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col. 3:1), y ésta como todas las numerosas referencias que el NT hace al hecho de que Cristo está sentado a la diestra de Dios, presuponen la ascensión.

En Ef. 1:20ss., Pablo pasa directamente de la resurrección a la exaltación de Cristo, al lugar de poder y autoridad supremos sobre el universo. En pasajes como Ro. 8:34 y Col. 3:1 parece que el sentarse fuera un resultado inmediato de su resurrección de los muertos, sin dejar espacio (tal como algunos han argumentado) para la ascensión como un acontecimiento distinto; pero es difícil encontrarle alguna fuerza a cualquier argumento que se derive del silencio de Pablo en estos pasajes, cuando en Ef. 4:10 él afirma tan enfáticamente su creencia en la ascensión. Todas la veces que el Señor se apareció después de su resurrección mostraron sin duda alguna que él ya pertenecía al otro mundo de luz y gloria; pero con su ascensión, las cortas visitas que hizo a sus discípulos desde ese mundo llegaron a su fin, y los cielos lo recibieron ocultándolo de la mirada de ellos. Sin embargo, mediante la morada del Espíritu Santo llegarían a estar mucho más cerca de él que nunca antes, y él estaría con ellos para siempre (Jn. 14:16–18).

Objetar el relato de la ascensión de Cristo al cielo que implica un concepto infantil y anticuado del universo, es, en el mejor de los casos, una bagatela frívola. Aunque debemos concordar con Westcott cuando dice que «el cambio que Cristo dio a conocer no era un cambio de lugar sino de estado, no local sino espiritual» (Westcott, The Revelation of the Risen Lord, Macmillan & Co., London, 1898, p. 180); por otro lado, no somos poco científicos cuando pensamos en la tierra donde «el Rey es visto en toda su gloria sin velo alguno» como aquel mundo superior de luz y gloria, muy por encima de nosotros, así como el bien está sobre el mal y la bendición está sobre la miseria.

El Catecismo de Heidelberg habla de tres beneficios que nosotros recibimos de la ascensión. (1) Que él es nuestro intercesor o abogado en el cielo delante del Padre (Ro. 8:34; 1 Jn. 2:1; Heb. 7:25). Como nuestro Sumo Sacerdote él ofreció en la cruz el único sacrificio perfecto y final por los pecados una vez para siempre (Heb. 10:12), y ahora, habiéndose sentado a la diestra de Dios, entró en su ministerio sacerdotal en el cielo. Como nuestro Rey-Sacerdote comunica, por medio del Espíritu Santo, a todos los creyentes los dones y bendiciones que él ganó para ellos con su muerte. Un predicador escocés llamado Traill, dijo así: «La intercesión de Cristo en el cielo es un recordar a su pueblo en una forma bondadosa y poderosa, y un recordar de todo lo que les conviene, administrando con grandeza y majestad; no como aquél que suplica postrado en el escañuelo, sino como un príncipe coronado que se sienta en su trono, a la diestra del Padre». (2) Tenemos nuestra carne en el cielo, de tal forma que, como dijo el penetrante pensador escocés, «Rabí» Duncan, «el polvo de la tierra está en el trono de la majestad en lo alto». Y como el Catecismo de Heidelberg lo ha dicho, para que por ellos, como una garantía, estemos seguros de que, siendo El nuestra cabeza, nos atraerá a sí como miembros suyos». (3) Nos envía su Espíritu como prenda de la herencia prometida.

El tercer beneficio que mencionamos es de suma importancia. El Espíritu Santo no se dio, en la plenitud de su obra de gracia en las almas de los hombres, hasta que Jesús fue glorificado (Jn. 7:39). «Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos». (Hch. 2:33, 34a). Como Zahn lo ha expresado, de esta forma se demostró al universo que «el Señor resucitado vive en una comunión celestial con su Padre y el nuestro, y que tomó parte activa en el ejercicio del poder y la gracia de Dios en este mundo» (Zahn, The Apostles´ Creed, trad. ingl.; Hodder & Stoughton, London, 1899, p. 162). James Denney escribió, «no puede haber duda de que en este pasaje Pedro contempla a Jesús en su exaltación como formando junto con Dios su Padre una sola causalidad divina que opera a través del Espíritu para la salvación de los hombres» (Denney, Jesus and the Gospel, Hodder & Houghton, London 1913, p. 19).

El Señor exaltado está presente con nosotros aquí en la batalla (Mr. 16:19–20), y sabemos que ha subido al cielo «para asegurar nuestra entrada y prepararnos morada» (Jn. 14:2; Heb. 6:20).

BIBLIOGRAFÍA

HDAC; HDB; HDCG; W. Milligan, The Ascension and Heavenly Priesthood of Our Lord; Swete y Zahn en The Apostles’ Creed; A.M. Ramsey en Studiorum Novi Testamenti Societas, Bulletin II, (1951).

Alexander Ross

HDAC Hastings’ Dictionary of the Apostolic Church

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

HDCG Hastings’ Dictionary of Christ and the Gospels

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (61). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

El relato de la ascensión del Señor Jesucristo aparece en Hch. 1.4–11. En Lc. 24.51 las palabras “y fue llevado arriba al cielo” no están tan bien confirmadas, y lo mismo vale para la descripción en Mr. 16.19. No hay sugerencia alternativa en el NT de ninguna otra finalización de las apariciones posteriores a la resurrección, y el hecho de la ascensión siempre se da por sentado en las frecuentes referencias a Cristo a la diestra de Dios, y a su regreso del cielo. No sería razonable suponer que Lucas estaba crasamente equivocado en cuanto a un hecho tan importante, o que estaba inventando, cuando todavía había apóstoles que podían enterarse de lo que había escrito. Para otras alusiones a la ascensión véase Jn. 6.62; Hch. 2.33–34; 3.21; Ef. 4.8–10; 1 Ts. 1.10; He. 4.14; 9.24; 1 P. 3.22; Ap. 5.6.

Se hacen objeciones al relato tomando como base el hecho de que se apoya en ideas anticuadas sobre el cielo como un lugar por encima de nuestras cabezas. Estas objeciones no tienen peso por las siguientes razones:

1. El acto de la ascensión podría haber sido una parábola actuada para los discípulos que tenían dicha idea del cielo. De este modo Jesús indicaba concluyentemente que el período de las apariciones posteriores a la resurrección habían terminado, y que su regreso al cielo había de inaugurar la era de la presencia del Espíritu Santo en la iglesia. Un simbolismo actuado de este modo resulta perfectamente natural.

2. El término “cielo” y la expresión “la diestra del Padre” tienen cierto significado necesariamente relacionado con esta tierra, y dicho significado puede expresarse mejor con referencia a “arriba”. Así, Jesús levantaba los ojos al cielo cuando oraba (Jn. 17.1; cf. 1 Ti. 2.8), y nos enseñó a orar diciendo, “Padre nuestro que estás en los cielos … Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. En un sentido el cielo está lejos de esta tierra, cualquiera sea su naturaleza en términos de una dimensión diferente. Al pasar del estado terrenal de espacio y tiempo al estado celestial, pudo observarse que Jesús se alejaba de la tierra, así como cuando se produzca su segunda venida se lo podrá observar acercándose a la tierra. Esta doctrina de la ausencia corporal se equilibra en el NT con la doctrina de la presencia espiritual (* Espíritu Santo). Así, la Cena del Señor es en memoria de aquel que está corporalmente ausente, “hasta que él venga” (1 Co. 11.26), mas, como en todas las reuniones de cristianos, el Señor resucitado está presente espiritualmente (Mt. 18.20).

El concepto de que Dios está arriba, sentado en el trono, alude en forma especial a la diferencia entre Dios y el hombre, y a la forma en que el pecador se acerca a Dios, ya que su pecado le impide el acceso a la presencia del Rey. De modo que podemos considerar el propósito de la ascensión como sigue:

1. “Voy a preparar lugar para vosotros” (Jn. 14.2).

2. Jesucristo está sentado, señal de que su obra de expiación está completa y es definitiva. Los que creen que como sacerdote Cristo sigue ofreciéndose al Padre dicen que no debemos mezclar las dos metáforas del rey y el sacerdote. Sin embargo esto es justamente lo que se hace en He. 10.11–14 para demostrar el carácter definitivo del sacrificio de Cristo.

3. Cristo intercede por los suyos (Ro. 8.34; He. 7.25), aunque en ninguna parte del NT se dice que se sigue ofreciendo a sí mismo en el cielo. La palabra gr. que significa interceder, entynjanō, denota la idea de ocuparse de los intereses de alguien.

4. Cristo está esperando que sus enemigos sean sometidos, y ha de volver como acto final en el establecimiento del reino de Dios (1 Co. 15.24–26).

Bibliografía.W. Milligan, The Ascension and Heavenly Priesthood of our Lord, 1891; H. B. Swete, The Ascended Christ, 1910; C. S. Lewis, Miracles, cap(s). 16, 1947; M. L. Loane, Our Risen Lord, cap(s). 9, 1965.

J.S.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Ver también: Fiesta de la Ascensión.

La elevación de Cristo al cielo por su propio poder en presencia de sus discípulos el cuadragésimo día después de Su Resurrección. Es narrado en Mc. 16,19, Lucas 24,51, y en el primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles.

Aunque el lugar de la Ascensión no se establece claramente, parecería según los Hechos que fue en el Monte de los Olivos; ya que se describe que después de la Ascensión los discípulos regresaron a Jerusalén desde el monte llamado Olivet, que está cerca a Jerusalén, el espacio de un camino sabático. La Tradición ha consagrado este sitio como el Monte de la Ascensión y la piedad cristiana ha conmemorado el evento erigiendo allí una basílica. Santa Helena construyó el primer monumento, el cual fue destruido por los persas en el año 614, reconstruido en el siglo VIII, y fue destruido de nuevo, pero reconstruido por segunda vez por los cruzados. Los musulmanes destruyeron ésta también también, dejando sólo la estructura octagonal que rodea la piedra que se dice tiene la huella de los pies de Cristo y que se usa ahora como oratorio.

El hecho de la Ascensión es relatado no solamente en los pasajes de la Escritura citados arriba, sino también es predicho y mencionado en otros lugares como un hecho establecido. Por ejemplo, en Juan 6,62, Cristo pregunta a los judíos: “¿Y cuando veáis al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes?” y en 20,17, dice a María Magdalena: “No me toques, porque aún no he subido al Padre, pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.” Además en Efesios 4,8-10, y en Tm. 3,16, se habla de la Ascensión de Cristo como un hecho aceptado.

El lenguaje empleado por los Evangelistas para describir la Ascensión debe ser interpretado de acuerdo al uso. Decir que fue elevado o que ascendió, no necesariamente implica que localizan el cielo directamente encima de la tierra; de la misma manera que las palabras “sentado a la derecha del Padre” no significan que esa sea realmente su postura. Al desaparecer de su vista “Fue arrebatado a vista de ellos y una nube lo sustrajo de sus ojos” (Hch. 1,9), y entrando en la gloria permanece con el Padre en el honor y poder denotado en la frase de la Escritura.

Fuente: Wynne, John. “Ascension.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/01767a.htm

Traducido por Javier L. Ochoa M. L H M

Fuente: Enciclopedia Católica