ESCLAVITUD

v. Servidumbre
Rom 8:15 no habéis recibido el espíritu de e para
Rom 8:21 será libertada de la e de corrupción, a la
Gal 4:3 estábamos en e bajo los rudimentos del
Gal 4:24 monte Sinaí .. da hijos para e .. es Agar
Gal 5:1 no estéis otra vez sujetos al yugo de e
1Ti 6:1 todos los que están bajo el yugo de e


†¢Esclavo.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Estado de dependencia de una persona o de un pueblo. El esclavo tiene libertad, porque la ha perdido (guerra, explotación o presión) o porque nunca la tuvo (nacimiento). Carece de todos los derechos humanos y hasta su vida es, o se actúa como si lo fuera, propiedad del dueño.

Históricamente a la esclavitud se llegaba en virtud del nacimiento de padres esclavos, en virtud de la ley de guerra y conquista, o por medio de la compra venta de personas. El amo se arroga la propiedad del esclavo.

La esclavitud humana se practicó siempre en la Historia, prácticamente en todos los pueblos. En Algunos lugares o momentos históricos fue masiva: a medida que se desarrolló la economí­a en los paí­ses mahometanos. Tal sucedió en los siglos XII, XIII y XIV, en las grandes expediciones de 20.000 esclavos anuales llevados a América en el siglo XVI o en las formas modernas del neocolonialismo moderno donde no se desarraiga a las personas, pero se las agota con trabajos extenuantes hasta la muerte.

La Iglesia siempre rechazó doctrinalmente la esclavitud como contraria a la dignidad del hombre, pero los Estados cristianos siguieron tolerando la situación de esclavitud por intereses materiales. Se abrogó y se rechazó a medida que los Estados modernos se hicieron más civilizados. En Francia se suprimió con la proclamación e la Revolución francesa. En los paí­ses americanos se prohibió a medida que las naciones accedieron a la independencia. En Norteamérica sólo después de la guerra de secesión en 1886 en que fueron declarados libres cinco millones de esclavos.

Pero todaví­a hoy existen paí­ses que la admiten en sus legislaciones, como acontece en algunas regiones Orientales de Africa o en Asia del Sur. Se calcula que todaví­a existen unos 20 millones de seres humanos “legalmente esclavos”, a pesar de los pronunciamiento internacionales: convención de Ginebra de 1926, Declaración de los Derechos humanos por la ONU en 1948.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> jubileo, [año] sabático). La Biblia es el testimonio de una historia de liberación, que comienza con la salida de los esclavos hebreos de Egipto (Exodo) y culmina con la superación de toda esclavitud (Apocalipsis). No es un libro espiritualista, que trata sólo de la salvación de un alma separada del cuerpo, sino un libro de liberación integral, donde resulta básico el tema de las diversas esclavitudes. Comenza remos hablando de los diversos códigos legales de Israel, para tratar después del pecado del robo de personas y para distinguir finalmente entre esclavos y cautivos. (1) El Código de la Alianza (Ex20,22-23,19) recoge normas tradicionales de las tribus, redactadas quizá en su forma actual en torno al siglo IX a.C. Está marcado por un fuerte sentido social y contiene leyes económicas, cultuales y criminales, propias de una sociedad austera, aunque bien organizada, entre ellas la ley sobre la esclavitud: “Cuando compres un esclavo hebreo, servirá seis años, y el séptimo quedará libre sin pagar rescate. Si entró solo, solo saldrá; si tení­a mujer, su mujer saldrá con él… Si el esclavo declara: Yo quiero a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, renuncio a la libertad, su amo le llevará ante Elohim y, arrimándolo a la puerta o a su jamba, le horadará la oreja con una lezna y quedará a su servicio para siempre. Si un hombre vende a su hija por esclava, ésta no saldrá de la esclavitud como salen los esclavos. Si no agrada al señor que la habí­a destinado para sí­, éste permitirá su rescate; y no podrá venderla a gente extraña, tratándola con engaño…” (Ex 21,2-7). El texto no habla de las causas que han llevado a la esclavitud de algunos israelitas, pero todo nos permite suponer que son las deudas. Los equilibrios agrí­colas en una economí­a de subsistencia resultan frágiles: la poca habilidad o suerte adversa, la injusticia o rapiña ajena, la mala cosecha, hacen que un hombre (un propietario) deba pedir préstamos a los vecinos fuertes o más ricos. Si no puede restituirlos a su tiempo, se convierte en esclavo de su acreedor, (a) Siete años. Conforme a la ley de la alianza, esa esclavitud del hebreo (que puede ser israelita o no) sólo puede durar siete años, que forman un todo sagrado o una semana de años, tiempo suficiente para depender de otro y pagarle con el trabajo las deudas contraí­das, (b) Los que desean seguir siendo esclavos. El segundo apartado de esta ley trata de aquellos que desean seguir siendo esclavos. Es evidente que en el fondo de ese deseo no debe suponerse, en general, un amor romántico hacia el buen amo, sino, más bien, la conveniencia del esclavo, que no tiene recursos para vivir en libertad, ni medios para recuperar su antigua tierra, ni más familia que la mujer e hijos que el amo le ha dado (y que él no puede llevar consigo, pues no son suyos). Lógicamente, ha de elegir entre hacerse libre sin propiedad y familia (condenado a la vida errante) o seguir esclavo con posibilidades de vida. La formulación del texto es arcaica, pues llevar al esclavo ante Elohim significa ponerle ante el Dios o dioses tutelares de la casa familiar (no ante Yahvé, Dios de la libertad israelita). Dejándose horadar sus orejas ante las jambas o puerta (lugar de los dioses lares), el esclavo queda inserto en el espacio sagrado de la casa, cuyos dioses le dominan (esclavizan) y protegen al mismo tiempo. La ley sobre la hija (o mujer) esclava se sitúa en el mismo contexto: el hombre cae esclavo cuando no puede pagar sus deudas; la mujer cuando es vendida por su padre o propietario, que tiene deudas o quiere sacar ganancia de la misma hija. Evidentemente, la norma sabática no se aplica a la mujer-esclava, pues en aquel contexto era impensable que ella alcance su libertad después de haber sido siete años esclava-concubina. Por otra parte, la diferencia entre mujer libre y esclava de la casa (entre vender o dar la hija en matrimonio) resulta a veces pequeña. Por eso es loable el esfuerzo de la ley por proteger a las mujeres así­ vendidas.

(2) El Deuteronomio, que es un texto legal posterior, ratifica la ley sabática de la liberación de los esclavos, vinculada al perdón de las deudas, que suelen ser la causa normal de la esclavitud: “Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se te vende, te servirá seis años y al séptimo lo dejarás ir libre de ti. Cuando lo dejes ir libre, no lo mandarás con las manos vací­as. Lc proveerás generosamente de tus ovejas, de tu era y de tu lagar, de aquello con que Yahvé tu Dios te haya bendecido. Recuerda que fuiste esclavo en la tierra de Egipto, y que Yahvé tu Dios te rescató. Por eso, te mando esto hoy. Pero si él te dice no quiero marcharme de tu lado, porque te ama, a ti y a tu casa, porque le va bien contigo, tomarás un punzón, le horadarás la oreja contra la puerta, y será tu siervo para siempre. Lo mismo harás con tu sierva. No se te haga demasiado duro el dejarle en libertad, porque el haberte servido seis años vale como salario de jornalero. Y Yahvé tu Dios te bendecirá en todo lo que hagas” (Dt 15,12-18). Esta ley rea sume, con variantes, la de Ex 21,20-22. Por el lugar que ocupa en el Año de Remisión, puede pensarse que esta ley de la liberación (como el perdón de las deudas) se cumple al mismo tiempo para todos los esclavos. Sin embargo, tomada en sí­, como unidad independiente, puede aplicarse de forma individualizada, como en Ex 21, de manera que los seis años de esclavitud empiezan a contarse para cada uno en el momento en que ha sido esclavizado. Seis años es un tiempo definitivo, expresión de máxima servidumbre. Por seis años se puede mantener a un hombre esclavo, utilizando sus servicios. Hacerlo por más tiempo significa destruirlo: una servidumbre de por vida es lo mismo que la muerte: destrucción total de la persona. Veamos ya el texto en concreto. Sorprende el carácter moderno de esta ley, que contrasta con muchas leyes actuales, que siguen imponiendo penas de cárcel perpetua, por razones que en el fondo siguen siendo económicas. De todas formas, debemos recordar que la antigua ley israelita admití­a y exigí­a la pena de muerte, como castigo por otro tipo de delitos (sexuales, sacrales, criminales), que hoy nos parecen menos graves. El texto iguala al varón y a la mujer y exige que el dueño les ofrezca provisiones al liberarles, dándoles las cosas necesarias, pues una libertad sin bienes básicos (sin posibilidades de realización personal y familiar) carece de sentido. Lógicamente, la ley pide al amo que sea generoso, reconociendo el valor de aquello que el/la esclavo/a le ha dado en los años de servicio. A pesar de eso, sigue siendo necesaria una excepción para aquellos que prefieran seguir siendo esclavos, pues son incapaces de vivir en libertad, por falta de patrimonio o de familia. La libertad formal no es un bien en sí­; ella sola resulta insuficiente.

(i) La ley de Leví­tico 25 (Código de la Santidad), centrada en el año del Jubileo*, constituye uno de los documentos jurí­dicos más notables de la historia humana. Pero debe ser releí­da y recreada desde una perspectiva de universalidad mesiánica, en la lí­nea de la tradición de Isaí­as y, sobre todo, del mensaje y vida de Jesús. Sólo así­ podrá superarse la división que establece entre judí­os y no judí­os: “Si tu hermano empobrece y se te vende, no le harás servir como esclavo. Como jornalero o extranjero estará contigo, y te servirá hasta el año del Jubileo. Entonces saldrá libre de tu casa, él y sus hijos con él, y volverá a su familia, a la propiedad de sus padres; porque son mis siervos, a quienes saqué de la tierra de Egipto. No serán vendidos como esclavos. No les tratarás con dureza, sino que temerás a tu Dios. Tus esclavos o esclavas provendrán de las naciones de alrededor. De ellas podréis comprar esclavos y esclavas. También podréis comprar esclavos de los hijos de los extranjeros que viven entre vosotros, y de sus familias que están entre vosotros, a los cuales engendraron en vuestra tierra. Estos podrán ser propiedad vuestra, y los podréis dejar en herencia a vuestros hijos después de vosotros, como posesión hereditaria. Podréis serviros de ellos para siempre; pero en cuanto a vuestros hermanos, los hijos de Israel, no os enseñorearéis unos de otros con dureza” (Lv 25,39-46). Esta doble moralidad la encontramos también en Dt 15,1-6, que prohí­be el cobro de intereses a los israelitas y lo permite a los extranjeros. Ella se aplica ahora a la esclavitud (cf. también Ex 21,20-22; Dt 15,12-18). Dos son las novedades básicas del Leví­tico. (a) El Leví­tico permite una esclavitud más larga, de hasta 49-50 años. Los códigos anteriores (Ex y Dt) suponí­an que la esclavitud sólo puede durar 7 años, aunque introducí­an excepciones. El nuevo texto indica que, no siendo posible el rescate (cf. Lv 25,47-55), la esclavitud puede durar 49-50 años, pues no tiene sentido liberar a un hombre si no tiene una tierra, un modo de vida estable, para él y su familia. Sólo el Jubileo, con la restitución universal y el nuevo comienzo económico, permite superar de hecho la esclavitud y así­ lo establece (supone) la ley. (b) El Leví­tico divide a los hombres en dos grupos: los israelitas sólo pueden ser esclavizados por un tiempo, y con suavidad, en gesto de servicio temporal; los no israelitas (y entre ellos se incluyen los habitantes no judí­os de la tierra de Israel) pueden ser esclavizados para siempre. De esta forma se ratifica una doble moralidad, que ha sido y sigue siendo uno de los problemas más graves de la historia, que Jesús ha condenado en el Sermón de la Montaña.

(4) Esclavitud y robo de personas (pena* de muerte, mandamientos*). El octavo mandamiento del Decálogo dice no robarás (Ex 20,15; Dt 5,19). La tradición normal de judí­os y cristianos aplica ese mandamiento al robo de cosas, pero la intención primera del texto va en contra del robo de personas, para esclavizarlas o venderlas como mercancí­a en las ferias de esclavos, sobre todo de Fenicia. En ese contexto se proclama la ley: “Quien robe a un hombre para venderlo o esclavizarlo es reo de muerte” (Ex 21,16). “Quien robe a un hermano israelita para explotarlo o venderlo morirá” (Dt 24,7). El pecado es tan grave que debe castigarse con la muerte del culpable. Estas leyes reflejan la vida de una sociedad donde empieza a extenderse el robo de personas, es decir, el tráfico de esclavos, canalizado por las ricas ciudades de Fenicia, en torno al siglo VIII y VII a.C. Por eso resulta necesaria esta ley que proteja la libertad de las personas: quien robe a un hombre para esclavizarle, quien oprima a los demás, de cualquier forma, destruye la misma raí­z de la vida humana. Esta ley contra el robo de personas está en el fondo de la voz más imperiosa de la profecí­a israelita, la de Amos, que elevó su condena contra aquellos que comercian con esclavos: “Así­ dice Yahvé a Gaza: por tres delitos y por cuatro no les perdonaré, porque hicieron prisioneros en masa y los vendieron a Edom… Así­ dice el Señor a Tiro: por tres delitos y por cuatro no les perdonaré, porque vendió innumerables prisioneros a Edom” (Am 1,6.9). Gaza y Tiro son ciudades ricas, que controlan el comercio, entre mar y tierra firme. Pues bien, el profeta considera que su riqueza, amasada en gran parte con el tráfico de esclavos, es pecado: el comercio que convierte al ser humano en mercancí­a resulta imperdonable. Pero éste no es sólo un pecado de pueblos extraños, sino que se ha introducido en el mismo tejido de la sociedad israelita: “Así­ dice el Señor a Israel: por tres delitos y por cuatro no les perdonaré, porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias, aplastan contra el polvo al desvalido y no respetan el derecho del indigente” (Am 1,6-7). Esto es para Amos el mayor de todos los pecados: oprimir al pobre (cf. Am 4,1), corromper la justicia al servicio de los podero sos (Am 5,12), convirtiendo así­ la vida en campo de batalla donde no existe más paz que la impuesta por los violentos vencedores, que justifican sus acciones apelando a su derecho, en nombre de una sacralidad (divinidad) del orden opresor establecido, que es pura injusticia. En contra de ese desorden y destrucción humana apela Amos y con él todos los grandes profetas (Miqueas, Isaí­as, Habacuc). Una sociedad que vende a los hombres, convirtiéndoles en mercancí­a al servicio del dinero o del poder, se destruye a sí­ misma, está muerta. El problema aquí­ no es la cárcel del sistema o de un Estado, sino un tipo de esclavitud económica, vinculada al comercio de hombres, que unos ricos pueden comprar y vender.

(5) En el principio surgió la esclavitud. La Escritura es básicamente un libro de Redención: cuenta la experiencia de unos hombres y mujeres que, rompiendo la atadura de esclavitud y/o cautiverio, se atrevieron a vivir en libertad, descubriendo en su camino la presencia de Dios que les redime y ofrece un futuro de reconciliación. En este contexto se sitúa la diferencia entre esclavos y cautivos. Los griegos han cultivado una conciencia mayor de libertad individual, propia de una minorí­a de ciudadanos autónomos que se sienten orgullosos de ser dueños de sí­ mismos y desprecian a los otros (bárbaros y/o esclavos). Lógicamente, como Platón ha señalado en el Mito de la Caverna, la libertad es para ellos una experiencia básicamente interior, ligada a la iluminación mental, a la superación de la cárcel del sentido (del conocimiento imperfecto). En contra de eso, los israelitas han acentuado el carácter de la esclavitud y libertad en un plano social y nacional: se han descubierto vinculados como pueblo, tanto en la opresión como en la búsqueda de realización humana. Más que la cárcel del sentido (mito de la caverna) les ha preocupado la opresión social o exilio. Así­ podemos presentarles como pueblo empeñado en el despliegue de su propia identidad. No se han especializado en el conocimiento teórico, como los griegos, ni en la conquista imperial, como persas o romanos. Pero han desarrollado una historia ejemplar de despliegue de su propia libertad, como cuentan sus textos fundantes: “Mi padre era un arameo errante; bajó a Egipto y residió allí­ en grupo pequeño; allí­ se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataron, nos humillaron y nos impusieron dura esclavitud” (Dt 26,5-6). Dios habló a Moisés diciendo “he visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oí­do sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado para liberarlos de los egipcios” (Ex 3,7-8). En el comienzo de su historia está el recuerdo de la esclavitud: eran simplemente apiru, hebreos, dominados y oprimidos por la oligarquí­a de Egipto o de la misma tierra de Palestina. Su historia en cuanto pueblo ha comenzado con la experiencia de liberación, entendida como éxodo, salida de la servidumbre y alianza (despliegue nacional, en forma de pacto). Todo israelita se concibe como hebreo (esclavo) liberado (cf. Dt 15,12-15): un hombre condenado humanamente a la opresión, pero rescatado por el Dios de la libertad. Desde ahí­ ha de entenderse la historia como proceso de redención: camino en el que Dios y sus representantes (Moisés, Josué, los jueces), que son básicamente redentores, hacen que el pueblo pueda alcanzar la libertad, viviendo en paz y concordia sobre una tierra concebida como don de Dios para todas las tribus y familias de la nación israelita.

(6) Esclavitud y cautiverio. Los esclavos (en hebreo †˜ebed, en griego doidos, en latí­n servus) formaban el nivel inferior de la estratificación social de un pueblo: no podí­an disponer de su vida, porque estaban al servicio de otros amos. Se supone que han nacido para eso y se encuentran oprimidos dentro de un conjunto social que parece sacralizado por los dioses. Por el contrario, los cautivos (sabali y galah en hebreo, aiklnnalotos en griego, captus en latí­n) padecen bajo un tipo de opresión más sutil, más extendida, que no se expresa sólo como dominio (en plano jurí­dico), sino en las varias formas de sometimiento económico, nacional, religioso o cultural de un pueblo. Cautivos son los prisioneros de guerra (sabah) y lo aquellos que han quedado bajo el poder de vencedores y enemigos, en la historia larga de luchas y revueltas del pueblo israelita. Han sido tomados por la fuerza y se mantienen, quizá en su propia tierra, bajo los imperios opresores más o menos benignos. No están sometidos por origen, sino por una historia adversa, en razón de los conflictos de una humanidad hecha de guerra y violencias. Algunos se aprovechan de la situación, consiguiendo una fuerte autonomí­a, bajo el dominio de persas y helenistas (entre el 539 y el 168 a.C.). Otros se sienten dominados y quieren alzarse en lucha militar contra la opresión de turno (en este caso romana), como los celotas en tiempo del Nuevo Testamento. Cautivos son también los exiliados (galah), arrancados de su tierra y sometidos, controlados, en paí­s extraño, entre gentes de otra lengua, religión, costumbres. El exilio ha marcado la vida israelita, a partir del cautiverio de las tribus del Norte (el 721 a.C.) y sobre todo después de la caí­da del reino de Judá (el 586 a.C.). Ciertamente, para algunos judí­os el mismo cautiverio, ampliado y expandido en forma de diáspora, ha sido ocasión de un más hondo desarrollo cultural y religioso. Muchos han salido voluntariamente de Palestina, como emigrantes, en busca de mejores condiciones económicas, de tal modo que gran parte de los israelitas en tiempos de Jesús viví­an en diáspora. A pesar de que algunos gozaban de una situación económica aceptable, la mayorí­a se sentí­an exiliados, cautivos, y esperaban el dí­a del retomo redentor, la liberación del exilio.

(7) Esclavitud, cautiverio, libertad. El ideal de redención ha sostenido la experiencia de los israelitas y se encuentra en la base de su identidad y de su vida como pueblo. Israel surgió al vencer la experiencia de la esclavitud. Aún no existí­a como pueblo y ya sufrí­a: nació del dolor, en camino abierto hacia la dicha. Por eso, los israelitas interpretaron a Dios como redentor, portador de libertad, en una historia en la que actúa a través de los grandes liberadores (Moisés, Josué, Jueces). Israel llegará a su plenitud superando el cautiverio, como han indicado los profetas. Desde este contexto han de entenderse las diversas teologí­as del judaismo en tiempo de Jesús y de un modo especial el mensaje y vida de Jesús, condensado por Lucas en Lc 4,18-19.

Cf. C. ALONSO, La esclavitud a través de la Biblia, CSIC, Madrid 1986; G. C. CHIRICHIGNO, Debt-Slaverv in Israel and the Ancient Near East, JSOT SuppSer 141, Sheffield 1993; X. PIKAZA, Dios preso, Sec. Trinitario, Salamanca 2005; Fiesta del pan, fiesta del vino, Verbo Divino, Estella 2000; cf. R. NORTH, Sociology of the Biblical Jubilee, AnBib 4, Roma 1954; R. DE VAUX, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985; M. ZAPELLA (ed.), Lc origini degli anni giubilari, Piemme, Casale Monferrato 1998.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

La esclavitud física que los israelitas sufrieron es vívidamente enfocada en dos importantes períodos de su historia. Las condiciones esclavizantes de Egipto, con la pérdida de la independencia y la pérdida legal de los derechos humanos normales era recuerdo constante de la situación de la cual habían sido redimidos (véase Ex. 1:14; 13:3, 14; 20:2; Dt. 5:6). La palabra «esclavitud» fue usada en forma similar para describir las condiciones depresivas que se dieron durante el exilio (cf. Esd. 9:8; Neh. 5:18).

Estos dos períodos de esclavitud proveyeron una metáfora natural para el desarrollo cristiano en el sentido espiritual. Los que estaban bajo la ley son descritos como «sujetos al yugo de esclavitud» (Gá. 5:1; cf. 4:3, 9, 24, 25). El formalismo estaba ejerciendo un poder sobre ellos comparable a aquel que esclavizó a sus antecesores hebreos. En Ro. 8:21 la palabra «esclavitud» (douleia) se usa para referirse a la creación, como sujeta al decaimiento físico, en fuerte contraste con la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Nuevamente, el cristiano no ha recibido el espíritu de esclavitud, lo que sólo puede producir temor, en forma particular temor a la muerte, que a veces esclaviza por toda la vida (He. 2:15), sino el Espíritu de adopción (Ro. 8:15). La paradoja de ser esclavo del libertinaje es una de las señales de aquellos que son engañados por los falsos maestros de 2 P. 2:19.

Donald Guthrie.

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (222). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología