HECHOS DE LOS APOSTOLES

quinto libro del N. T., segunda parte del Evangelio de Lucas, puesto que originalmente formaban una sola obra, que después fue dividida. Se le dio el nombre, al estilo helení­stico, y en el canon aparece después del Evangelio de Juan, separado del de Lucas.

No hay duda de que son del mismo autor. En el prólogo del Evangelio Lucas se dirige a Teófilo, Lc 1, 3, y en el versí­culo 1 de H. vuelve a mencionar al mismo personaje y cita el primer libro, el Evangelio. Los últimos hechos narrados en el Evangelio, las apariciones de Jesús a sus discí­pulos después de la resurrección, la ascensión, son brevemente recordados en H., para hilar y seguir el relato. Por otra parte, desde el punto de vista literario hay unidad, tanto el vocabulario como la sintaxis y el estilo en ambos libros son los mismos. Lucas es de origen gentil, según la tradición de Antioquí­a de Siria, médico, lo que indica que debí­a gozar de una cultura muy amplia, conocedor del helenismo y de la Biblia griega. No se ha podido establecer con seguridad la fecha de redacción de esta obra, seguramente después de prisión del apóstol Pablo en Roma, ca. 61-63, hecho con el que culmina el libro, posiblemente antes del año 70. El libro de los H. relata los primeros tiempos de la Iglesia cristiana, su crecimiento y expansión desde Jerusalén bajo el influjo del Espí­ritu Santo a pesar de la oposiciones y obstáculos.

Los siguientes son los temas y capí­tulos de H.: Prólogo, 1, 1-5. La Ascensión, 1, 6-11. I. La Iglesia de Jerusalén, 1, 12-26; 2; 3; 4; 5. II. Primeras misiones, 6; 7; 8; 9; 10: 11; 12. III. Misión de Bernabé y Pablo. Concilio de Jerusalén. 13; 14; 15, 35. IV. Misiones de Pablo, 15, 36-41; 16; 17; 18; 19, 20. V. Fin de las misiones. El prisionero de Cristo. 19, 21-40; 20; 21; 22; 23; 24; 25; 26; 27; 28, 29.

Epí­logo 28, 30-31.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

El libro que narra selectivamente la historia del cristianismo primitivo desde la ascensión de Jesús hasta el final de dos años de encarcelamiento de Pablo en Roma.

I. Tí­tulo del libro. Un mss. antiguo lleva el tí­tulo Hechos (gr., praxeis, hechos realizados, logros, tratos). Otros tí­tulos antiguos son Hechos de Apóstoles, Los Hechos de los Apóstoles, Hechos de los Santos Apóstoles. Hechos narra acciones y discursos principalmente de Pedro y Pablo. Da algo de información sobre Judas (Act 1:16-20), el hombre escogido para reemplazarlo (Act 1:21-26), Juan (Act 3:1—Act 4:31; Act 8:14-17), y Santiago (Act 12:12). Los 12, con excepción del traidor, se nombran en Act 1:13. Con frecuencia se ha sugerido el tí­tulo Hechos del Espí­ritu Santo.

II. Autor. Las afirmaciones positivas sobre la autorí­a de Hechos aparecieron hacia 160-200 d. de J.C. Desde entonces en adelante, todos los que mencionan el tema concuerdan que los dos libros dedicados a Teófilo (Lucas y Hechos) fueron escritos por Lucas, el médico amado. Es hasta tiempos recientes que se ha intentado adjudicar ambos libros a Tito o algún otro autor.

III. Lugar. El lugar donde fue escrito Hechos no se identifica, aunque el final abrupto del libro, mientras Pablo residí­a en Roma esperando su juicio, hace que Roma sea una elección apropiada.

IV. Fecha. Hechos debe haberse completado después de la última fecha mencionada en el libro, en Act 28:30. El final abrupto indica que fue escrito en esa ocasión, c. 61 o 62. El Evangelio de Lucas tiene un final apropiado; en cambio, Hechos no. No hay ningún indicio de que Pablo fuera liberado o de su muerte (ni de cómo resultó el juicio).

V. Los discursos en Hechos. El estilo de los discursos en Hechos no es el de Lucas, sino lo que es apropiado para cada orador: Pedro, Esteban, Pablo y aun los personajes menores; p. ej., Gamaliel (Act 5:35 ss.), el magistrado de Efeso (Act 19:35 ss.) y Tértulo (Act 24:2 ss.).

Las similitudes entre los discursos de Pedro y Pablo se explican por el hecho de que Pablo predicaba explí­citamente el mismo evangelio que Pedro. Los discursos de una misma persona varí­an en estilo, cada uno adecuado a la ocasión.

VI. Resumen de los contenidos.
Introducción, Act 1:1-26.
1. El dí­a de Pentecostés, nacimiento de la iglesia, Act 2:1-47.
2. Retratos de la primera iglesia en Jerusalén, 3—7.
3. La extensión del evangelio a toda Judea y Samaria,Act 8:1-25.
4. Tres conversiones continentales, 9—10.
5. La misión judí­a a los gentiles y encarcelamiento de Pedro, 11—12.
6. Primer viaje misionero de Pablo, Act 12:24—Act 14:28.
7. El concilio eclesiástico en Jerusalén,Act 15:1-29.
8. Segundo viaje misionero de Pablo, Act 15:30—Act 18:23.
9. Tercer viaje misionero de Pablo, Act 18:24—Act 21:16.
10.Arresto de Pablo y viaje a Roma, Act 21:17—Act 28:31.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Libro del N.T., llamado también “Actas de los Apóstoles”. Nos cuenta la historia de la primitiva Iglesia, plagada de “hechos” milagrosos, prodigios y maravillas, producidas por obra del Espí­ritu Santo, por lo que se le ha llamado también “Evangelio del Espí­ritu Santo”. Escrito por el médico San Lucas, como continuación de la historia de su Evangelio, nos expone cómo el cristianismo se expandió en 32 años desde Jerusalén hasta los confines de la tierra entonces conocida, hasta Siria, Grecia y la misma Roma.

Seria un libro “inconcluso”, porque tú y yo seguimos siendo los “hechos” de la Iglesia de Cristo, ¡hasta el fin de los tiempos!

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, LIBR LINT

ver, CANON, MANUSCRITOS BíBLICOS, LUCAS, PABLO, PEDRO

vet, Quinto libro del NT. Este tí­tulo general, que data del siglo II, no significa que este libro narre todos los hechos y gestas de los apóstoles. El objeto del libro es el de mostrar la expansión del cristianismo entre los paganos, expansión en la que los apóstoles fueron los instrumentos bajo la dirección del Espí­ritu Santo. En vanguardia se hallan al principio Pedro, y después Pablo. Pero los apóstoles son frecuentemente presentados como un cuerpo ejecutivo (Hch. 1:23-26; 2:42; 4:33; 5:12, 29; 6:2; 8:1, 14; 15:6-23). El libro va dedicado a un hombre llamado Teófilo, evidentemente un prominente cristiano procedente de la gentilidad. El autor cita una relación que habí­a escrito anteriormente de la vida y de las enseñanzas de Cristo. No puede referirse a otra cosa más que al tercer Evangelio. Razones: (a) Este Evangelio se dirige también a Teófilo. (b) Tiene como tema la vida y doctrina de Cristo hasta su ascensión (Lc. 24:51). (c) Al presentar el ministerio de Cristo, insiste en su misión universal, que también ocupa la perspectiva del autor de Hechos. (d) El vocabulario de ambos libros presenta numerosas analogí­as. Aunque el autor no da su nombre en ninguna de ambas obras, emplea la primera persona plural en ciertos pasajes que relatan los viajes de Pablo (Hch. 16:10- 17; 20:5-21:18; 27:1-28:16). Ello indica asimismo que fue su acompañante. Durante el segundo viaje del apóstol, se reunió con él en Troas y lo acompañó hasta Filipos. Y fue en esta misma ciudad que volvió a unirse a él en su tercer viaje. Fue con él a Jerusalén, y lo acompañó de Cesarea a Roma. Las tradiciones más antiguas de la época inmediatamente posterior a la de los apóstoles atribuyen el tercer Evangelio y Hechos a Lucas. Las alusiones a Lucas en las epí­stolas de Pablo concuerdan con lo que se dice en Hechos de sus viajes. No podemos decir de ningún amigo de Pablo que lo acompañara con tanta fidelidad. Col. 4:14 y Flm. 24 nos hacen ver que Lucas estaba con Pablo en Roma. Las epí­stolas redactadas en las épocas en las que, según Hechos, Lucas no estaba con Pablo, no lo mencionan. Además, la utilización de términos médicos (cfr. Hobart, “La langue médicale de St. Luc”), el estilo clásico, todo ello junto al manifiesto conocimiento que se evidencia del mundo grecorromano, tanto en su organización polí­tica como legislativa, militar y cultural, dan evidencia de que el autor estaba bien instruido, como corresponde a un médico. Así­, se puede aceptar sin dudas de ninguna especie que Lucas fue el autor del tercer Evangelio y de Hechos. El objeto del libro de los Hechos ya ha sido mencionado. El cap. 1 relata los últimos encuentros del Señor Jesús con sus discí­pulos durante los cuarenta dí­as, su promesa del Espí­ritu Santo, su orden de anunciar el Evangelio a todo el mundo (Hch. 1:8), su ascensión, y los hechos de sus discí­pulos hasta Pentecostés. Tenemos a continuación la historia de la iglesia de Jerusalén con posterioridad a Pentecostés, describiéndose ciertos hechos caracterí­sticos (Hch. 2:1-8:3): las primeras conversiones, la primera oposición, el primer acto de disciplina eclesiástica, el primer mártir. Cada uno de estos relatos es seguido de una breve exposición de la situación de la iglesia posterior a estos hechos (cfr. Hch. 2:41-47; 4:23-37; 5:11-16, 41, 42; 6:7; 8:1-3). En estos episodios, Pedro tiene un papel destacado, hasta el primer mártir, Esteban, que introduce el siguiente perí­odo. Después tenemos un relato de la transformación de la iglesia en iglesia misionera, ofreciendo la salvación a todos los hombres, únicamente por la fe en Jesucristo (Hch. 8:4-12:25). Esta sección de Hechos describe cinco acontecimientos importantes: (a) La obra de Felipe en Samaria y la conversión del funcionario etí­ope (Hch. 8:4-40). (b) La conversión de Saulo y sus primeras predicaciones (Hch. 9:1-30). (c) La actividad misionera de Pedro, en Siria, que llevó a la conversión de Cornelio dando a la iglesia la certidumbre de que el Evangelio era también para los gentiles (Hch. 9:31-11:18). (d) La fundación de un nuevo centro de expansión entre los gentiles, la Iglesia de Antioquí­a compuesta mayormente de cristianos surgidos de la gentilidad (Hch. 11:19-30). (e) La persecución desatada por Herodes, por la cual las autoridades polí­ticas rechazan el cristianismo de una manera definitiva (Hch. 12). A continuación se da el relato del establecimiento de la fe cristiana en los principales centros del imperio, sobre todo por acción de Pablo (Hch. 13), hasta el final del libro de los Hechos. Esto tiene lugar en el curso de tres grandes viajes. El primero a Chipre y al interior de Asia Menor (Hch. 13-14), que lleva al Concilio de Jerusalén, en el que reconoce de manera formal la posición de los gentiles procedentes del paganismo en el seno de la iglesia, no sometidos ni a la circuncisión ni a la observancia de la Ley, fuera de unas cosas necesarias que sí­ están obligados a guardar (Hch. 15:19, 20, 23-29). El segundo viaje llevó a Pablo a Macedonia y a Grecia (Hch. 18:23-20:3), finalizando en la última visita de Pablo a Jerusalén (Hch. 20:4-21:26), donde fue arrestado. Sigue su propia defensa ante los judí­os, ante Félix, Festo, Agripa, y sus dos años de cautiverio en Cesarea (Hch. 21:27-26:32), después de lo cual fue enviado a Roma, a causa de haber apelado a César (Hch. 27:1-28:16). Anunció el Evangelio durante dos años en la ciudad imperial (Hch. 28:17-31). Muchos piensan que Hechos fue escrito al final de estos “dos años”, esto es, en el año 63 d.C. Otros opinan que Lucas se detiene aquí­ porque éste habí­a cumplido su propósito al escribir este libro: mostrar al apóstol llevando el Evangelio hasta Roma. O quizá porque tuviera la intención de escribir otro libro en el que relatar los sucesos acontecidos con posterioridad. En este caso se podrí­a situar la redacción de Hechos algunos años más tarde. Las investigaciones modernas han dado evidencia de la notable exactitud histórica de Hechos. La concordancia, que habí­a sido muy debatida, entre Hechos y las Epí­stolas de Pablo ha sido vindicada con éxito. El libro de Hechos ha sido escrito por un literato de gran talento, que provee los datos que explican la rápida expansión del cristianismo durante los treinta y tres años que siguieron a la comisión de Cristo a los apóstoles. Véanse CANON, MANUSCRITOS BíBLICOS, LUCAS, PABLO, PEDRO y las respectivas bibliografí­as. Bibliografí­a: Hester, H. I.: “Introducción al estudio del Nuevo Testamento” (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1974); Ladd, G. E.: “Hechos”, en El comentario bí­blico Moody del Nuevo Testamento (Ed. Moody, Chicago, 1965/71); Tenney, M. C.: “Nuestro Nuevo Testamento” (Ed. Moody, Chicago, 1973); Ryrie, C. C.: “Los Hechos de los Apóstoles” (Pub. Portavoz Evangélico, Barcelona, 1981).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(v. cenáculo, Espí­ritu Santo, historia de la evangelización, mandato misionero, Pablo)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(-> Lucas, Iglesia). Ninguno de los evangelistas habí­a sentido la necesidad de “completar” el evangelio de Jesús con una obra autónoma sobre el despliegue de la Iglesia, pues en Jesús se hallaba contenido ese despliegue. Lucas, en cambio, lo ha hecho. No ha escrito dos obras, como actualmente parece, sino una obra en dos partes. Pero la Iglesia posterior las ha separado, de manera que el evangelio (Le) aparece al lado de los otros evangelios y el libro de los Hechos ocupa un lugar distinto, después de los cuatro evangelios. Sobre el sentido general de su obra doble hemos hablado en Lucas*, poniendo de relieve su interés por lo que suele llamarse la historia de la salvación, al menos en un sentido extenso. Son muchos los investigadores modernos que han tomado a Lucas como primer representante del “catolicismo primitivo”: serí­a el primero que ha convertido el evangelio en una religión organizada y el cristianismo en una estructura eclesial. Pero eso no es del todo cierto. Lo que a Lucas le importa en el libro de los Hechos es la marcha y camino de la Iglesia, entendida como portadora de un Evangelio universal, que llega al centro del Imperio romano, para enriquecer desde allí­ al conjunto de la humanidad, como habí­a dicho Jesús: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samarí­a, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). El viaje fundamental del evangelio era para Lucas la subida de Jesús a Jerusalén, donde pone su vida en manos de Dios, a favor de todos los humanos. Pues bien, el libro de los Hechos está centrado en la experiencia del camino o viaje de la Iglesia, que tiene que salir de Jerusalén, hasta llegar a Roma, entendida como centro del mundo antiguo. Desde esa perspectiva se entienden los diversos momentos del libro.

(1) Jerusalén y los Doce (Hch 1-5). La comunidad de Jerusalén aparece en Hechos como la comunidad ideal. En ella se dan las señales del cambio de los tiempos, de la transformación de la humanidad (milagros). Los cristianos reparten los bienes y empiezan a acoger a personas de otras naciones y grupos (aunque de hecho luego se centren sólo en los judí­os). Ciertamente, en esa iglesia hay ya creyentes que quieren “engañar” al Espí­ritu, pero no logran su objetivo.

(2) Los helenistas y la misión a los paganos (Hch 6-12). A pesar de la tentación de encerrarse en sí­ misma, la primera comunidad se ve forzada a expandirse, a partir del testimonio de los llamados helenistas. Hay tensiones internas entre hebreos y helenistas, pero se superan. Viene la persecución que obliga a los helenistas a dejar Jerusalén. Y así­ actúa el Espí­ritu que se manifiesta fuera de la comunidad constituida: el episodio del centurión Comelio es, en este momento, decisivo, abriendo el camino de la Iglesia de los paganos. Por otra parte, Pablo se convierte a Cristo y Pedro tiene que dejar Jerusalén, para realizar su tarea en otros lugares, en gesto de apertura universal.

(3) Pablo y Bernabé. La primera misión organizada (Hch 13-15) desemboca en la crisis del Concilio de Jerusalén (Hch 15). La misión de Bernabé y de Pablo, como expansión de la Iglesia en el mundo pagano (que según Lucas se produce por impulso del Espí­ritu), obliga a plantear nuevos temas en la Iglesia. Hay cristianos de Jerusalén que siguen exigiendo la circuncisión a todos los creyentes (que se hagan de hecho judí­os antes de convertirse a Cristo). Pablo y Bernabé se niegan. El Concilio de Jerusalén asume la misión de Pablo y ratifica la libertad de los cristianos que vienen de la gentilidad. Aun teniendo consideraciones con los judeocristianos, la Iglesia se desprende de un elemento anterior, que se vincula desde entonces al particularismo judí­o.

(4) Las misiones de Pablo (Hch 16-20). La Iglesia se expande, como nueva comunidad mesiánica, liberada de la Ley, en los diversos paí­ses del entorno oriental: desde Efeso hasta Macedonia y Acaya (Atenas y Corinto). El mundo, preparado ya por el Espí­ritu, parece dispuesto a escuchar la voz de Pablo, la misión cristiana. De esta manera, este segundo libro de Lucas podrí­a titularse Los Hechos del Espí­ritu. (5) De Jerusalén a Roma (Hch 21-28). El final del libro de los Hechos cuenta el camino que lleva a Pablo a Roma, pasando por Jerusalén, donde le toman prisionero. Va a Roma para ser juzgado, porque, como ciudadano romano, ha podido apelar y apela al tribunal del césar, para exponer allí­, en el centro del mundo entonces conocido, el mensaje de Jesús. Pablo ha llegado a Roma y anuncia allí­ la Palabra. En este momento, Lucas puede acabar su relato. Sabe, sin duda, que la historia no ha terminado. Pero lo que ha contado es suficiente: una parábola del camino universal de la iglesia de Jesús, que se abre en Roma al ancho mundo de los gentiles que allí­ confluyen (cf. Hch 28,25-31).

(6) Conclusión. Jesús, centro y fin del tiempo. Este es el mensaje de la doble obra de Lucas, que se abre desde las promesas de Israel, a través de Jesús, por medio de Roma, a todas las naciones. Hay otros caminos, otras formas de entender y de contar el despliegue de la Iglesia, centrada en Galilea (cf. Mc 16,8) o abierta hacia oriente (Mt 2,1-11). Pero este camino de Lucas ha sido, y sigue siendo, el más significativo, en la lí­nea del evangelio paulino.

Cf. J. GONZíLEZ ECHEGARAY, Los hechos de los apóstoles y el mundo romano, Agora 9, Verbo Divino, Estella 2002; J. RIUS-‘CAMPS, De Jerusalén a Antioquí­a. Génesis de la Iglesia cristiana. Comentario lingüí­stico y exegético a Hch 1-12, El Almendro, Córdoba 1989; Del camino de Pablo a la misión a los paganos. Comentario lingüí­stico y exegético a Hch 13-28, Cristiandad, Madrid 1984; L. SCHENKE, La comunidad primitiva. Sí­gueme, Salamanca 1999; F. VOUGA, Los primeros pasos del cristianismo. Escritos, protagonistas, debates, Verbo Divino, Estella 2001.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Los Hechos de los Apóstoles son la continuación del Evangelio según Lucas (cf. Lc 1,1-4; Hch 1,1-2) y deben atribuirse al mismo autor (sea o no el que indica la tradición); se piensa generalmente que fueron compuestos después del Evangelio dentro de los últimos treinta años del siglo 1.

El mensaje de los Hechos no debe separarse del mensaje del Evangelio: se trata una vez más de la acción de Dios en Jesucristo dentro de la historia, de la continuidad y tensión entre el pueblo de Israel y la comunidad de los que creen en Cristo: aparecen en primer plano la energí­a del Espí­ritu y de la Palabra de Dios.

Se discute sobre los objetivos de los Hechos. Precisamente el rechazo de Jesús por parte del pueblo de Israel y – la tensión entre los cristianos de origen judí­o y los de origen pagano podrí­an constituir una motivación decisiva para el autor. No hay que olvidar tampoco los objetivos señalados en Lc 1,1-4; lo cierto es que el autor no intentaba solamente escribir una historia de los orí­genes de la Iglesia (según la historiografí­a de la época), sino dirigirse a los creyentes presentando su mensaje a través del relato. Parece improbable que los Hechos se dirigieran principalmente al mundo pagano, como una apologí­a del cristianismo (o de Pablo en particular).

Sin entrar en discusión sobre el plan de la obra, se puede señalar la sucesión de algunos bloques del relato, en donde se van alternando diversos módulos (escenas, sumarios, discursos…); como tema unitario se puede indicar (cf. 1,8: 23,11) el testimonio, que se prolonga según una lí­nea geográfica (cf. ya en el evangelio el viaje de Jesús a Jerusalén). Como protagonistas destacan Pedro y Pablo.

El esquema es el siguiente: proemio y presentación del grupo de los apóstoles (c. 1); en Jerusalén (cc. 2-5: los apóstoles y la primera comunidad; 6,1 8,3: los diáconos y Esteban); Felipe en Judea y Samarí­a (8,4-40); “conversión” de Pablo (9,1 -30); viajes de Pedro y comienzo de la misión a los paganos (9,31-11,18); Antioquí­a (1 1,19-30); persecución bajo Herodes Agripa (c. 12); viaje de Pablo y Bernabé (cc. 13-14); el “concilio” de Jerusalén (15,1-35); segundo y tercer viaje de Pablo (15,3621,14); Pablo prisionero de los romanos en Jerusalén (21,15-23,35), en Cesarea (cc. 24-26) y en Roma (cc. 27-28; en 27 1-28,16, narración del viaje).

F Manini

Bibl.: Equipo “Cahiers Evangile”, Los He C~OS de los Apóstoles, Verbo Divino” Estella 91993; J Rius-Camps, De Jerusalén a Antioquí­a. Génesis de la Iglesia cristiana, Comentario lingaistico y exegético a Hc~ 1-12, El Almendro, Córdóba 1989; í­d, ” El camino de Pablo a la misión de los paganos, Comentario lingüí­stico y exegético a Hch 13-28, Cristiandad, Madríd 1984; M. Gourgues, Misión y comunidad (Hch 1-12l, Verbo Divino, Estella 21990; í­d., El evangelio a los paganos (Hch 13-28l, Verbo Divino, Estella 21991; Casa de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1995; R. Aguirre – A, Rodrí­guez Carmona. Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles, Verbo Divino, Estella 21993.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Notas sobre la historia de la interpretación: 1. La obra lucana en la vida de la Iglesia; 2. La obra lucana en la discusión exegética moderna. II. Estructura y temasfundamentales de los Hechos: 1. Desde pentecostés hasta el concilio de Jerusalén (1,1-15,35); 2. Desde el concilio de Jerusalén hasta la llegada de Pablo a Roma (15,36-28,31). III. Conclusiones de conjunto.

Los problemas de la obra lucana parten sobre todo del segundo volumen, el más caracterí­stico y sin paralelo en los otros evangelistas, los Hechos de los Apóstoles. Así­ pues, bajo esta voz tratamos toda la problemática general de Lucas-Hechos, remitiendo a t Lucas II sólo para la estructura y los temas fundamentales del evangelio lucano, recomendando la lectura unitaria de las dos voces.

I. NOTAS SOBRE LA HISTORIA DE LA INTERPRETACIí“N. Para Lucas-Hechos, más quizá que para cualquier otro escrito de la Biblia, la forma de ver del cristiano común y la de los especialistas presentan una desconcertante divergencia.

1. LA OBRA LUCANA EN LA VIDA DE LA IGLESIA. Entre los cristianos comunes, los dos volúmenes de Lucas viven hoy un momento de gran popularidad, superior aun a la ya notable popularidad de que gozaron en la Iglesia antigua. El Jesús que fascina a muchos de nuestros contemporáneos por su humanidad, en la que se revela la misericordia del Padre, es en gran parte el Jesús lucano; los temas espirituales predilectos de Lucas (la alegrí­a y la alabanza, pero también la renuncia y la perseverancia; la dimensión “horizontal”, la pobreza vista sobre todo como compartir, y al mismo tiempo la dimensión “vertical”, primací­a de la oración…), todo esto es capaz de señalar todo un itinerario de vida cristiana; además, de los Hechos se deduce una imagen de t Iglesia que no está ciertamente libre de dificultades y de tensiones, pero que es lo suficientemente viva y estimulante para ofrecer a través de los siglos un punto de referencia para cualquier esfuerzo de renovación eclesial.

El cristiano común, hoy como en el pasado, se siente inclinado espontáneamente a contar a Lucas-Hechos entre las partes “fáciles” de la Biblia, las menos “teológicas”, las que más se prestan a una aproximación fructuosa por parte de todos, sin exigir demasiados presupuestos; en resumen, una simple narración de sucesos históricos, aunque capaces de encerrar numerosas riquezas teológicas y espirituales (cf Jerónimo: CSEL 54,463,2-6; Juan Crisóstomo: PG 60,13s).

Sin embargo, el exponente más propiamente teológico de la obra, quizá precisamente por no haber sido tan advertido, ha sido más fuerte de lo que se cree, y en algunos momentos históricos se ha manifestado con mayor claridad. Después de haber ofrecido el “arco de bóveda” del canon neotestamentario en torno al cual agrupar unitariamente los evangelios junto al corpus paulinum y los demás escritos, la obra lucana prestó una ayuda eficaz para la salvaguardia de la unidad de los dos Testamentos cuando dicha unidad fue negada por los gnósticos (cf, p.ej., Ireneo, Adv. Haer. 111, 10,1-5; 12,1-14; 14,1-4); por algo Marción, que habí­a optado, sin embargo, por el evangelio de Lucas gracias a su insistencia en la misericordia del Padre, tuvo que mutilarlo en algunos puntos, interpolados según él por cristianos demasiado favorables al judaí­smo (y correcciones dictadas por temores análogos afloran también a veces dentro de la Iglesia en la tradición textual), y rechazar de plano los Hechos en donde la fuerte insistencia en la identidad entre el Dios de Jesucristo y el Dios de Israel (3,13; 5,30; 13,17; 22,14; 24,14) habrí­a comprometido, a su juicio, la novedad cristiana (cf Tertuliano, Adv. Marcionem IV, 2,4: CCL I,548,26s; IV, 4,4: 550,20-25; V, 2,7: 667,27-30; De praescriptione haereticorum 22,11; 23,3: 204,6,31-35; Epifanio, Haer. XLII: PG 41,708-773).

Pero tras estos momentos de dura tensión, Lucas volvió a ocupar tranquilamente, sin disonancias de quejas o de excesivas alabanzas, su posición de “historiador” concienzudo y de “artista” elegante (cf Jerónimo, Ep. XIX, 4). No se sospechaba de un Lucas “teólogo”; el problema de la finalidad especí­fica de la obra apenas se trataba, y siempre en términos muy genéricos: por ejemplo, cuando se señalaba la impropiedad del tí­tulo “Hechos de los Apóstoles”, ya que en realidad sólo se habla allí­ dé Pedro y de Pablo, mientras que su verdadero protagonista, para el que sepa ver las cosas como es debido, es el Espí­ritu Santo (Crisóstomo: PG 60,21).

2. LA OBRA LUCANA EN LA DISCUSIí“N EXEGETICA MODERNA. Detrás de esta aparente facilidad, detrás de la superficie tranquila de esta narración en la que todo se desarrolla de manera tan lineal y fluida, los ojos recelosos dedos modernos descubren toda una madeja de problemas.

Del puesto de “historiador” que habí­a ocupado honrosamente durante tantos siglos, Lucas se ha visto trasladado al rango de “teólogo”; con esta promoción, sin embargo, se le vení­a encima no sólo una nueva gloria, sino también la desagradable sorpresa de ser blanco de los ataques de sus nuevos colegas, los teólogos. En el mismo momento en que se le reconocí­a a Lucas la capacidad de desarrollar su visión personal de las cosas y no se presentaba ya como un simple repetidor de Jesús y de Pablo, en una parte del protestantismo contemporáneo esta aportación teológica lucana era considerada como una involución más que como una evolución y suscitaba juicios bastante severos, que culminaron en la calificación de “(proto)catolicismo”, término que para algunos autores (Kásemann, Schultz…) no sólo serví­a para describir en el terreno histórico la aparición de una eclesiologí­a de tipo católico, sino también para expresar una valoración teológica sumamente negativa, casi sinónimo de alteración del evangelio.

Por más discutibles que puedan ser, estas posiciones radicales tienen el mérito de llamar la atención, incluso entre los católicos, sobre los peligros de una teologí­a o de una espiritualidad unilateralmente sacada de Lucas-Hechos, olvidando los grandes temas paulinos del pecado, de la gracia y de la cruz. Peligros que no tienen nada de hipotéticos si se piensa en el “jesuanismo” liberal (Harnack) que parece asomar Ie nuevo en nuestros dí­as en ciertas tendencias horizontalistas; o también en ciertas notas de moralismo o de triunfalismo en el terreno de la eclesiologí­a, de la que no se ha visto libre la predicación y la teologí­a católica. Hay ciertamente peligros en el “optimismo” lucano, lo mismo que los hay en el “pesimismo” apocalí­ptico o joaneo, aun cuando tanto el uno como el otro expresen aspectos irrenunciables de la fe cristiana; se trata más bien, sin embargo, de una lectura nuestra, unilateral y deformante, que siendo infiel a Pablo resulta también infiel a la auténtica intención del propio Lucas.

Prescindiendo de estos diversos juicios de valor, no todos han aceptado la modificación de Lucas introducida por los teólogos. Incluso en nuestros dí­as, los estudios sobre Lucas reflejan esta dualidad de posiciones, “Lucas historiador”/ “Lucas teólogo”, con dominio alterno de la una o de la otra. En efecto, nunca ha faltado, sobre todo en el área angloamericana (cf el balance que de ella ha trazado Gasque, no sin cierta unilateralidad), la posición más tradicional, que atribuye a Lucas-Hechos una finalidad esencialmente historiográfica (conseguida, en definitiva, con buenos resultados, al menos en relación con el nivel de aquella época), ignorando a veces el problema del objetivo de Lucas-Hechos o, en el mejor de los casos, limitándose a añadir a la finalidad historiográfica una ulterior finalidad religiosa, de tipo más práctico (evangelización, edificación…) o más teológico, pero siempre en términos muy generales (confirmar la resurrección y el señorí­o de Jesús, subrayar el papel del Espí­ritu Santo, el poder de la “palabra”, etc.), y no una finalidad más especí­fica; si acaso, de forma ecléctica, una pluralidad de centros de interés dentro del historiográfico o al lado del mismo.

Estos autores se complacen en subrayar los contactos de Lucas con los historiadores grecorromanos, empezando por el célebre prólogo (Luc 1:1-4), pero olvidándose de que para los antiguos la historiografí­a no era nunca un fin de sí­ misma. La dimensión historiográfica innegable de la obra lucana no tiene que marginar, por consiguiente, la búsqueda de una finalidad especí­fica, que se impone con evidencia gracias al carácter selectivo y a la trama bien estructurada de la narración.

En el frente contrario las posturas se presentan más diferenciadas: “Lucas teólogo” ha asumido en los diversos momentos de la investigación rostros bastante diferentes. Esquematizando todo lo posible, los grandes problemas a los que se ha intentado reducir toda la reflexión teológica lucana son esencialmente dos, anticipados ambos de manera genial, aunque distorsionados, en el siglo xlx y surgidos de nuevo en nuestro siglo: por un lado, el problema del retraso de la parusí­a; por otro, el de la relación Israel-Iglesia-paganos (han sido minoritarias otras hipótesis, como la de una finalidd apologética frente a las autoridades romanas, o bien la de una finalidad polémica contra las herejí­as nacientes).

El primer problema, el del retraso de la parusí­a, vislumbrado ya por Franz Overbeck (1837-1905), quien colocó la obra lucana en la trayectoria de la “mundanización” de un cristianismo originariamente del todo escatológico y antimundano, relanzado luego en nuestro siglo por los discí­pulos de Dibelius y de Bultmann (Vielhauer, Haenchen, Kásemann, Conzelmann, Grásser…), dominó en toda la primera fase de la Redaktionsgeschichte lucana [/ Evangelios II].

El otro problema, señalado ya por Ferdinand Christian Baur (1792-1860), fundador de la escuela de Tubinga, con su célebre interpretación de la teologí­a lucana como sí­ntesis entre el judeo-cristianismo (o “petrinismo”) y el “étnico-cristianismo” (o “paulinismo”), que quedó luego completamente arrinconado, ha ido surgiendo de forma más equilibrada y convincente en nuestros dí­as (Dupont, Jerwell, Ldning, Lohfink…).

Efectivamente, el interés se va desplazando hoy de nuevo de Lc a los Hechos, y, dentro de éstos, de la primera parte a la segunda, del Pablo misionero al Pablo prisionero, que defiende apasionadamente la continuidad entre la fe cristiana y la fe de Israel. Es éste el verdadero problema fundamental de Lucas-Hechos, demasiado ignorado tanto por las interpretaciones de tipo puramente historiográfico, como por la overbeckiano-bultmanniana. Esta última, que ha sido predominante por mucho tiempo, da hoy señales de retroceso y es discutida prácticamente en todos sus puntos. Queda tan sólo el hecho evidente de que en Lucas-Hechos la prolongación del tiempo es valorada positivamente, como “tiempo de la Iglesia”, dentro del proyecto salví­fico de Dios (He f,6-8). Sin embargo, desde un punto de vista sincrónico, elproblema central de Lucas-Hechos no es el del futuro, el del retraso de la parusí­a, sino más bien el del pasado, el de la continuidad con Israel; y, en todo caso, la exigencia de dar una respuesta al problema del retraso de la parusí­a no llevó a sacrificar ni el “ya” de la salvación (Conzelmann) ni el “todaví­a no” (Kásemann); ambos quedan salvaguardados: el Espí­ritu derramado en pentecostés y la Iglesia animada por él no sustituyen ni al Jesús que ya ha venido ni al Jesús que ha de venir, sino que son la forma actual de su señorí­o salví­fico. Desde un punto de vista diacrónico, esta valoración positiva del “tiempo de la Iglesia” no es una respuesta nueva, lucana, sino que es sustancialmente la que encontramos, ya antes de Lucas, en Marcos y en el mismo Pablo, que relacionaba ya el retraso de la parusí­a con la necesidad de alcanzar con la evangelización los últimos confines de la tierra (Mar 13:10; Rom 10:18; Rom 11:15.25-27; Rom 15:14-32). Además, no se trata de una construcción teológica que se haya hecho necesaria en un punto determinado como “sustitutivo” de la esperanza a corto plazo que hubiera empezado a fallar; en realidad, hay buenos motivos para pensar que la esperanza a corto plazo es compartida todaví­a por Lucas (cf Luc 10:9.11; Luc 18:7s; Luc 21:32); la valoración positiva del tiempo de la Iglesia se basa en factores mucho más positivos, presentes ya desde el principio (Cullmann): la toma de conciencia de la necesidad de evangelizar a los judí­os y luego también a los paganos, la experiencia viva del don del Espí­ritu, la presencia simultánea del “ya” y del “todaví­a no” desde la predicación prepascual de Jesús.

Todo esto, a nuestro juicio, es lo que se deduce del análisis de la dinámica interna de toda la obra lucana.

II. ESTRUCTURA Y TEMAS FUNDAMENTALES DE LOS HECHOS. La estructura de los Hechos [para Lc, / Lucas] se percibe -aunque sólo en sus lí­neas generales- en la distribución geográfica, que calca las palabras programáticas de Jesús: “Seréis mis testigos en Jerusalén, / en toda Judea, en Samaria / y hasta los confines de la tierra” (1,8). Está señalada además por los llamados “estribillos”, que van poniendo ritmo y subrayando continuamente la difusión de la “palabra”, el incremento de la comunidad (algunos de ellos parecen asumir mayor importancia estructural al estar colocados como conclusión de toda una fase de la evangelización: 5,42 y 6,7; 8,4; 9,31; 12,24; 15,35 y 16,5; 19,20; 28,30s). Pero, sobre todo, se indica la estructura por el progresivo entramado de varios hilos narrativos inicialmente separados (cf 8,4 con 11,19; 9,30 con 11,25s; 10,1-11,18 con 15,7-11). El “nudo” en que llegan todos a enlazarse es el concilio de Jerusalén (15,1-35), que señala el punto de llegada de toda la primera parte del relato y el punto de partida de la segunda.

1. DESDE PENTECOSTES HASTA EL CONCILIO DE JERUSALEN (1,1-15, 35). En los capí­tulos 1-5 la escena se sitúa en Jerusalén. Con pentecostés nació la primera comunidad cristiana, que reúne a los antiguos discí­pulos de Jesús y a los nuevos convertidos, todos ellos judí­os tanto de Palestina como de la diáspora; para los paganos tan sólo se formulan en futuro algunas vagas alusiones (2,39; 3,25s). Su vida santa les granjea el aprecio del ambiente (2,42-47; 4,32-35; 5,12-16); la predicación -de la que tenemos una prueba en los tres discursos de Pedro: 2,14-41; 3,12-26; 4,8-12- provoca algunos choques con las autoridades judí­as, pero acaba siendo tolerada y obtiene cierta difusión. Nótense los párrafos conclusivos de 5,42 y 6,7.

Sin embargo, con Esteban y su grupo de judeo-cristianos de lengua griega empieza a dibujarse un giro cargado de consecuencias, aun cuando la escena siga desarrollándose todaví­a en Jerusalén (6,1-8,1a). Su predicación, bastante crí­tica respecto al templo y al pueblo, ya no resulta tolerable; Esteban es lapidado -con la aprobación del joven rabino fariseo Saulo de Tarso- y el grupo se ve obligado a dispersarse (8,1b-4); pero precisamente esta dispersión llevará a los fugitivos a evangelizar sus ambientes judeo-helenistas y hasta cierto punto a entrar también en contacto con los paganos (cf 11-19,26). Pero antes Lucas narra otros sucesos que se relacionan con la persecución de Esteban: la evangelización en Judea y en Samaria (8,1b-49) y la conversión del perseguidor Saulo. Este comienza inmediatamente a proclamar a Jesús en el ambiente judí­o de lengua griega en Damasco y luego en Jerusalén, pero en ambos casos provoca tal oposición que se ve obligado a retirarse a su ciudad natal (9,1-30; obsérvese la nota de recapitulación en 9,31). Así­ pues, también este nuevo desarrollo tan prometedor se queda casi en suspenso, en espera de que venga algo a desbloquear la situación.

En efecto, los sucesos volverán a ponerse en movimiento gracias a una nueva y contundente intervención divina, que llevará al mismo Pedro, a pesar de sus recelos de judí­o piadoso, a encontrarse con el incircunciso Cornelio y a concederle el bautismo (9,32-11,18). Así­ pues, queda superada la barrera que separaba a los judí­os de los paganos, al menos como principio (cf 10,34 y 11,18). Sin embargo, en la práctica es como si no hubiera ocurrido nada: se tiene la impresión de que para los cristianos de Jerusalén, difí­cilmente tranquilizados por el informe de Pedro, el caso de Cornelio se reducí­a a un episodio aislado, a una excepción expresamente querida por Dios para recompensar la gran devoción de aquel pagano; pero no da ni mucho menos luz verde a una acción misionera a gran escala entre los paganos. De nuevo parece bloqueada la marcha de los acontecimientos.

Pero en este punto el objetivo vuelve a desplazarse hacia los fugitivos del grupo de Esteban, que han llegado entretanto a Antioquí­a de Siria, la tercera metrópoli del imperio. En este ambiente urbano cosmopolita comienzan a darse algunas conversiones incluso entre los paganos. Nace así­ la primera comunidad que comprendí­a también algunos cristianos procedentes del paganismo (11,19-26). Lucas se preocupa enseguida de subrayar la plena comunión con Jerusalén a través de la presencia de Bernabé (que ve abrirse también aquí­ el campo de trabajo adecuado para Pablo y lo llama a colaborar) y a través del enví­o de recursos para ayudar a la comunidad de Jerusalén. Entretanto, Pedro, después de ser liberado de la cárcel, deja la dirección de la comunidad local a Santiago y a un colegio de ancianos (11,27-12,25).

Pero pronto se verá amenazada la comunion: el aumento de los paganos que entran en la Iglesia provocará tensiones. En efecto, a través de Pablo y de Bernabé la comunidad antioquena comienza a realizar auténticas expediciones misioneras; un primer viaje los lleva a la isla de Creta y a las costas de Asia Menor, con una breve incursión en el interior (cc. 13-14). En cada una de las paradas Lucas sigue el mismo esquema, subrayando sobre todo la relación con los judí­os. Pablo comienza siempre su predicación por la sinagoga y procura quedarse en ella hasta que lo echan; provoca sistemáticamente la división del auditorio judí­o, con oposiciones y a veces persecuciones. Suena por primera vez la amenaza de abandonar a su destino a los judí­osincrédulos y de dirigirse exclusivamente a los paganos (13,44-47), que por el momento, sin embargo, no llega a realizarse.

El aumento de los étnico-cristianos provoca tensión en la Iglesia. Una corriente de los judeo-cristianos de Jerusalén sostiene que hay que imponerles también a ellos la circuncisión y la observancia de la ley mosaica. Una vez más todo corre el peligro de quedar bloqueado. Se hace necesario el concilio de Jerusalén (15,1-35). Aquí­, además de las experiencias misioneras referidas por Pablo y Bernabé, resulta decisiva la intervención de Pedro, centrada en el precedente de Cornelio, que asume valor de principio. La controversia se resuelve ratificando la praxis de no imponer la circuncisión a los convertidos del paganismo; pero, por sugerencia de Santiago, se acepta la necesidad de vincularlos a la observancia de algunas cláusulas rituales (o mejor dicho, ético-rituales) que la ley mosaica extendí­a a los extranjeros inmigrados entre los judí­os (Lev 17-18).

En este punto la apertura a los incircuncisos puede decirse que es un hecho plenamente adquirido; no es ya sólo una iniciativa emprendida por algunas personas o por algunas comunidades, sino que ha sido aprobada también en el máximo nivel jurí­dico eclesial. El objetivo se dirige ahora hacia el área antioquena, en donde la acción misionera puede reanudarse con un nuevo impulso (nótese la nota conclusiva de 15,35 y 16,5).

2. DESDE EL CONCILIO DE JERUSALEN HASTA LA LLEGADA DE PABLO A ROMA (15,36-28,31). El relato continúa, y con una extensión no inferior a la anterior. Tan sólo una pequeña parte del mismo se dedica a completar el cuadro de la actividad misionera de Pablo (15,36-19,20). Se desplaza a la cuenca del Egeo; primero, en el segundo viaje misionero (15,36-18,22), en suelo europeo: Macedonia y Grecia, con una prolongada estancia en Corinto; posteriormente, en el tercer viaje (18,23-19,20), también en terreno asiático, con una larga estancia en Efeso. Siempre se señala la división sistemática de los judí­os frente a la predicación cristiana, resonando por segunda vez la amenaza de dirigirse a los paganos (18,6). La predicación a estos últimos está representada ejemplarmente por el discurso en el Areópago de Atenas (17,22-31).

Tras la conclusión de esta fase, señalada con las acostumbradas notas finales sobre la difusión de la “palabra” (19,10 y 19,20), este tercer viaje no se cierra, como los anteriores, con el regreso a Antioquí­a para volver a partir hacia nuevos territorios. En 19,21 se anuncia solemnemente un nuevo programa: Pablo considera ya terminado su trabajo en el Mediterráneo oriental; quiere concluirlo con un gesto de comunión entre las jóvenes Iglesias y Jerusalén, dirigiéndose él mismo a llevar personalmente la colecta; luego será necesario que él llegue a Roma (cf Rom 15:22-32).

A este nuevo programa corresponden las tres secciones restantes: la despedida de Pablo de sus comunidades (,38); la llegada a Jerusalén, el arresto y las largas peripecias de su proceso (cc. 21-26); finalmente, tras la apelación al César, el arriesgado viaje por mar, el naufragio y la llegada a Roma (cc. 27-28). Es importante prestar atención sobre todo a las partes conclusivas y culminantes de las tres secciones.

La de la despedida de Pablo de sus Iglesias culmina en el discurso a los presbí­teros efesinos en Mileto (Rom 20:17-38); pero teniendo también en cuenta que en las otras etapas se alude a las enseñanzas prolongadas de Pablo (Rom 20:1.2.7.11), este discurso asume un valor más general de “testamento” de Pablo a todas sus comunidades y a sus pastores; el punto en que recae el acento es que el evangelio al que Pablo ha dedicado su vida se ha de seguir anunciando con fidelidad, enfrentándose con las herejí­as incipientes (vv. 28-31).

En la sección de las peripecias del proceso de Pablo destacan los tres largos discursos de autodefensa: ante el sanedrí­n (Rom 22:1-21), ante el gobernador romano Félix (Rom 24:10-21) y finalmente, momento culminante, ante su sucesor Festo y el rey Agripa II con sus cortesanos (Rom 26:1-23). La tonalidad es “apologética” (Rom 22:1; Rom 24:10; Rom 25:8; Rom 26:1.2.24); pero no se trata de una defensa jurí­dico-polí­tica, sino teológica. La acusación es la de apostasí­a de la fe de Israel (Rom 21:21-24.28; Rom 24:5-8; Rom 28:17); el acusado no es ni el cristianismo en abstracto, del que Pablo serí­a sólo un sí­mbolo, ni Pablo como persona en sentido puramente biográfico; está en juego algo que va más allá de Pablo, pero que históricamente pasa a través de su persona y de su obra: no ya la Iglesia en abstracto, sino la Iglesia en cuanto que se ha abierto a los paganos, sobre todo por obra de Pablo. Por eso se vuelve a evocar con todos sus pelos y señales por dos veces, a pesar de que lo conoce ya el lector (cf 9,1-19), el relato de la conversión de Pablo (22,1-21; 26,1-23), mencionando siempre la misión recibida en favor de los paganos (22,15.21; 26, 17s. 20.23; cf 9,15). Más allá de las otras acusaciones ficticias, es éste el punto que hace saltar la hostilidad de los adversarios (22,22; 26,21), como habí­a ocurrido ya con Jesús en la sinagoga de Nazaret (Luc 4:28).

A la acusación de apostasí­a se replica apasionadamente recalcando continuamente que en la resurrección de Jesús la esperanza de Israel ha encontrado no ya su destrucción, sino su cumplimiento (Luc 22:1-3; Luc 23:6; Luc 24:14s.21; Luc 26:4-8; cf 28,20). El rey Agripa interrumpe a Pablo: “Por poco me persuades a hacerme cristiano” (26,28). La apologí­a termina con el anuncio y la proclamación de la resurrección de Jesús y de su mesianidad (23,6; 24,10-21; 26,6-8.22s).

También es significativa la conclusión de la última sección, la página que cierra toda la obra. El relato de la llegada de Pablo a la capital del imperio termina, no con la comparecencia ante César, sino con el encuentro con la comunidad local judí­a, que se prolonga bastante tiempo, y ve una vez más cómo la apologí­a se mezcla con el anuncio (28,17-23). También en Roma, como en todas las etapas anteriores de su actividad, a pesar de la adhesión de algunos, Pablo no tiene más remedio que reconocer la incredulidad de Israel (v. 24), interpretándola como esa misteriosa “obcecación” permitida por Dios mismo entre su pueblo, de la que ya habí­an hablado los profetas (vv. 25-27; cf Isa 6:9s). Esto no excluye la iluminación futura (Luc 13:34s; Luc 21:24; Heb 1:6-8; Heb 3:19-21; cf Rom 9-11); pero de momento no podrá impedir que se realice la amenaza anunciada de antemano (Heb 13:44-47; Heb 18:6): la predicación cristiana se dirigirá a los paganos y será escuchada (v. 28). También es significativa la conclusión narrativa (vv. 30-31): Pablo se aprovecha de su régimen de semi-libertad domiciliar para recibir visitas, “… predicando el reino de Dios y enseñando las cosas referentes al Señor Jesucristo con toda libertad y sin obstáculo alguno”. Se recuerda así­ el comienzo del libro, en el que el resucitado se entretení­a con los discí­pulos hablando del reino de Dios (Heb 1:3), alusión que a su vez remití­a más atrás, a la predicación prepascual de Jesús. Como en el caso de Jesús, también pasa lo mismo en el caso de la predicación pospascual: ninguna oposición humana, ninguna incredulidad, ni siquiera la del pueblo elegido,pueden impedir que prosiga su camino en la historia el anuncio del reino, que ahora es una sola cosa con el anuncio del señorí­o de Jesús. La obra lucana termina con esta nota de confianza, que una vez más -como en las notas finales que van jalonando todo el relato- evoca la fuerza victoriosa de la “palabra”.

III. CONCLUSIONES DE CONJUNTO. Así­ pues, resulta insuficiente una finalidad genéricamente historiográfica o genéricamente religiosa. Lucas no escribió ni para componer la primera “historia de la Iglesia” ni para hacer simplemente una obra de edificación o de evangelización. También resulta demasiado genérica la interpretación centrada en el retraso de la parusí­a (Conzelmann); este problema constituye solamente el horizonte general, el presupuesto, trazado ya desde el principio (Heb 1:11), pero no la finalidad especí­fica que indujo a Lucas a proseguir el relato hasta la llegada de Pablo a Roma.

Por el contrario, son demasiado restringidas las hipótesis de una finalidad jurí­dico-polí­tica o antiherética; pueden explicar algunos textos, pero no toda la obra en su construcción de conjunto.

El gran tema de Lucas-Hechos es el que resuena ya al principio del evangelio en las palabras de Simeón (Luc 2:29-35) y en la cita de Isaí­as: “… Para que todos vean la salvación de Dios” (Luc 3:4-6; cf Isa 40:3-5); el que vincula la conclusión del evangelio (Luc 24:44-49) con el comienzo de los Hechos (Luc 1:6-8); el que resuena finalmente en las palabras de Pablo a los judí­os de Roma (Luc 28:2-28). No ya un “universalismo” genérico; para ver el problema en su totalidad hay que añadir una precisión importante: el tema de Lucas-Hechos es ciertamente el de la apertura a los paganos, pero dentro de la continuidad con la historia de la salvación que ha vivido ya Israel.

El problema de la relación Iglesia/paganos, para Lucas, no puede resolverse si se prescinde del otro aspecto, la relación Iglesia/ Israel; no es una relación bipolar, sino tripolar. No ya en el sentido de que la llamada a los paganos sea una consecuencia de la incredulidad de Israel (estaba ya en curso desde hací­a tiempo, en paralelismo con la evangelización de los judí­os), sino en el sentido de que esta incredulidad obliga a la Iglesia a dirigir su predicación exclusiva o principalmente a los paganos. El problema que preocupaba a Lucas y a sus lectores parece ser el de la legitimidad de una Iglesia que se proclama heredera de las esperanzas de Israel, pero en la que de hecho entran los paganos y quedan fuera los judí­os.

Esta interpretación, entre otras cosas, nos permite comprender la unidad entre “Lucas teólogo” y “Lucas historiador”. En efecto, el problema en cuestión era de tal categorí­a que sólo podí­a arrostrarse reconstruyendo los acontecimientos que habí­an llevado a aquella situación; era una finalidad que no podí­a alcanzarse exclusivamente a través de una reconstrucción histórica, pero tampoco sin ella; se alcanzaba narrando y al mismo tiempo interpretando teológicamente a la luz de las Escrituras y del acontecimiento pascual, sobre todo en los discursos, dichos sucesos. Hay que señalar aquí­ el núcleo de la “teologización” de Lucas, que confiere dimensión teológica a su narración e impide atribuirle una intención puramente historiográfica, pero al mismo tiempo nos pone en guardia frente al peligro de infravaluar la dimensión historiográfica de Lucas-Hechos, buscando en ellos una teologí­a completa que toque todos los puntos de la doctrina cristiana (de aquí­ lo inadmisible de tantas confrontaciones con Pablo en menoscabo de Lucas), una teologí­a abstracta que no pase a través del relato.

Al atribuir a la obra lucana esta finalidad especí­fica que podemos llamar apologético-eclesiológica, no hay que olvidar, sin embargo, que la misma apologí­a, como ya indicamos a propósito del último discurso de Pablo (Heb 26:1-23) y luego a propósito de la página final del libro (Heb 28:17-31), desemboca en el anuncio, en la proclamación de Jesús. En efecto, el material de tipo kerigmático -en el evangelio el anuncio del reino, en los Hechos el anuncio de Cristo muerto y resucitado-, es aducido en abundancia. Y lo mismo ocurre con el material parenético. Lucas no quiere solamente corroborar la fe del lector (Luc 1:4), sino también moverlo al compromiso personal, presentarle todo un itinerario de vida cristiana.

Pero todos estos aspectos (escatologí­a, cristologí­a, eclesiologí­a, parénesis…) no hay que verlos por separado, como una multiplicidad de centros heterogéneos de interés, sino en el entramado profundo que los vincula. El mesí­as rechazado por Israel y crucificado; el mesí­as resucitado y constituido Señor, pero sin un triunfo visible inmediato; el mesí­as que ni siquiera después de pentecostés logró reunir en torno a sí­ a todo el pueblo; ese mesí­as que cumple las esperanzas veterotestamentarias, pero de una manera desconcertante e imprevisi ble, es también el mesí­as al que hay que seguir “cada dí­a” (Luc 9:23) en el camino que se prolonga entre el ya y el todaví­a no, en la alegrí­a de la salvación y en la alabanza, pero también en la perseverancia, en la pobreza, en la oración. El evangelista de los grandes horizontes -desde Adán hasta el reino, desde Jerusalén hasta los confines de la tierra- es también el evangelista de lo cotidiano.

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V. Fusco

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Hch 1-28
Sumario: 1. Notas sobre la historia de la interpretación: 1. La obra lucana en la vida de la Iglesia; 2. La obra lucana en la discusión exegé-tica moderna. II. Estructura y temas fundamentales de los Hechos: 1. Desde pentecostés hasta el concilio de Jerusalén (1,1-15,35); 2. Desde el concilio de Jerusalén hasta la llegada de Pablo a Roma (15,36-28,31). III. Conclusiones de conjunto
Los problemas de la obra lucana parten sobre todo del segundo volumen, el más caracterí­stico y sin paralelo en los otros evangelistas, los Hechos de los Apóstoles. Así­ pues, bajo esta voz tratamos toda la problemática general de Lucas-Hechos, remitiendo a / Lucas II sólo para la estructura y los temas fundamentales del evangelio lucano, recomendando la lectura unitaria de las dos voces.
1243
1. NOTAS SOBRE LA HISTORIA DE LA INTERPRETACION.
Para Lucas-Hechos, más quizá que para cualquier otro escrito de la Biblia, la forma de ver del cristiano común y la de los especialistas presentan una desconcertante divergencia.
1244
1. La obra lucana en la vida de la Iglesia.
Entre los cristianos comunes, los dos volúmenes de Lucas viven hoy un momento de gran popularidad, superior aun a la ya notable popularidad de que gozaron en la Iglesia antigua. El Jesús que fascina a muchos de nuestros contemporáneos por su humanidad, en la que se revela la misericordia del Padre, es en gran parte el Jesús lucano; los temas espirituales predilectos de Lucas (la alegrí­a y la alabanza, pero también la renuncia y la perseverancia; la dimensión †œhorizontal†, la pobreza vista sobre todo como compartir, y al mismo tiempo la dimensión †œvertical†, primací­a de la oración…), todo esto es capaz de señalar todo un itinerario de vida cristiana; además, de los Hechos se deduce una imagen de ¡Iglesia que no está ciertamente libre de dificultades y de tensiones, pero que es lo suficientemente viva y estimulante para ofrecer a través de los siglos un punto de referencia para cualquier esfuerzo de renovación eclesial.
El cristiano común, hoy como en el pasado, se siente inclinado espontáneamente a contar a Lucas- Hechos entre las partes †œfáciles† de la Biblia, las menos †œteológicas†, las que más se prestan a una aproximación fructuosa por parte de todos, sin exigir demasiados presupuestos; en resumen, una simple narración de sucesos históricos, aunque capaces de encerrar numerosas riquezas teológicas y espirituales (cf Jerónimo: CSEL 54,463,2-6; Juan Crisóstomo: PG 60,13s).
Sin embargo, el exponente más propiamente teológico de la obra, quizá precisamente por no haber sido tan advertido, ha sido más fuerte de lo que se cree, y en algunos momentos históricos se ha manifestado con mayor claridad. Después de haber ofrecido el †œarco de bóveda† del canon neotestamentario en torno al cual agrupar unitariamente los evangelios junto al corpus paulinum y los demás escritos, la obra lucana prestó una ayuda eficaz para la salvaguardia de la unidad de los dos Testamentos cuando dicha unidad fue negada por los gnósticos (cf, p.ej., Ireneo, Adv. Haer. III, 10,1-5; 12,1-14; 14,1-4); por algo Marción, que habí­a optado, sin embargo, por el evangelio de Lucas gracias a su insistencia en la misericordia del Padre, tuvo que mutilarlo en algunos puntos, interpolados según él por cristianos demasiado favorables al judaismo (y correcciones dictadas por temores análogos afloran también a veces dentro de la Iglesia en la tradición textual), y rechazar de plano los Hechos en donde la fuerte insistencia en la identidad entre el Dios de Jesucristo y el Dios de Israel (3,13; 5,30; 13,17; 22,14; 24,14) habrí­a comprometido, a su juicio, la novedad cristiana (cf Tertuliano, Adv. Marcionem IV, 2,4: CCL 1, 548,26s; IV, 4,4: 550,20-25; V, 2,7:
667,27-30; Depraescriptionehaere-ticorwn22,11; 23,3: 204,6,31-35; Epi-fanio, Haer. XLII: PG 41,708-
773). Pero tras estos momentos de dura tensión, Lucas volvió a ocupar tranquilamente, sin disonancias de quejas o de excesivas alabanzas, su posición de †œhistoriador† concienzudo y de †œartista† elegante (cf Jerónimo, Ep. XIX, 4). No se sospechaba de un Lucas †œteólogo†; el problema de la finalidad especí­fica de la obra apenas se trataba, y siempre en términos muy genéricos: por ejemplo, cuando se señalaba la impropiedad del tí­tulo †œHechos de los Apóstoles†, ya que en realidad sólo se habla allí­ dé Pedro y de Pablo, mientras que su verdadero protagonista, para el que sepa ver las cosas como es debido, es el Espí­ritu Santo (Crisóstomo: PG 60,21).
1245

2. LA OBRA LUCANA EN LA DISCUSION EXEGETICA MODERNA,
Detrás de esta aparente facilidad, detrás de la superficie tranquila de esta narración en la que todo se desarrolla de manera tan lineal y fluida, los ojos recelosos deios modernos descubren toda una madeja de problemas.
Del puesto de †œhistoriador† que habí­a ocupado honrosamente durante tantos siglos, Lucas se ha visto trasladado al rango de †œteólogo†; con esta promoción, sin embargo, se le vení­a encima no sólo una nueva gloria, sino también la desagradable sorpresa de ser blanco de los ataques de sus nuevos colegas, los teólogos. En el mismo momento en que se le reconocí­a a Lucas la capacidad de desarrollar su visión personal de las cosas y no se presentaba ya como un simple repetidor de Jesús y de Pablo, en una parte del protestantismo contemporáneo esta aportación teológica lucana era considerada como una involución más que como una evolución y suscitaba juicios bastante severos, que culminaron en la calificación de †œ(proto-)catolicismo†, término que para algunos autores (Kásemann, Schultz…) no sólo serví­a para describir en el terreno histórico la aparición de una eclesiologí­a de tipo católico, sino también para expresar una valoración teológica sumamente negativa, casi sinónimo de alteración del evangelio.
Por más discutibles que puedan ser, estas posiciones radicales tienen el mérito de llamar la atención, incluso entre los católicos, sobre los peligros de una teologí­a o de una espiritualidad unilateralmente sacada de Lucas-Hechos, olvidando los grandes temas paulinos del pecado, de la gracia y de la cruz. Peligros que no tienen nada de hipotéticos si se piensa en el †œjesuanismo† liberal (Harnack) que parece asomar de nuevo en nuestros dí­as en ciertas tendencias hori-zontalistas; o también en ciertas notas de moralismo o de triunfalismo en el terreno de la eclesiologí­a, de la que no se ha visto libre la predicación y la teologí­a católica. Hay ciertamente peligros en el †œoptimismo† lucano, lo mismo que los hay en el †œpesimismo† apocalí­ptico o joaneo, aun cuando tanto el uno como el otro expresen aspectos irrenunciables de la fe cristiana; se trata más bien, sin embargo, de una lectura nuestra, unilateral y deformante, que siendo infiel a Pablo resulta también infiel a la auténtica intención del propio Lucas.
Prescindiendo de estos diversos juicios de,valor, no todos han aceptado la modificación de Lucas introducida por los teólogos. Incluso en nuestros dí­as, los estudios sobre Lucas reflejan esta dualidad de posiciones, †œLucas historiador/Lucas teólogo†, con dominio alterno de la una o de la otra. En efecto, nunca ha faltado, sobre todo en el área angloamericana (cf el balance que de ella ha trazado Gasque, no sin cierta uni-lateralidad), la posición más tradicional, qué atribuye a Lucas-Hechos una finalidad esencialmente historio-gráfica (conseguida, en definitiva, con buenos resultados, al menos en relación con el nivel de aquella época), ignorando a veces el problema del objetivo de Lucas-Hechos o, en el mejor de los casos, limitándose a añadir a la finalidad historiográfica una ulterior finalidad religiosa, de tipo más práctico (evangelización, edificación…) o más teológico, pero siempre en términos muy generales (confirmar la resurrección y el señorí­o de Jesús, subrayar el papel del Espí­ritu Santo, el poder de la †œpalabra†, etc.), y no una finalidad más especí­fica; si acaso, de forma ecléctica, una pluralidad de centros de interés dentro del historiográfico o al lado del mismo.
Estos autores se complacen en subrayar los contactos de Lucas con los historiadores grecorromanos, empezando por el célebre prólogo (Lc 1,1-4), pero olvidándose de que para los antiguos la historiografí­a no era nunca un fin de sí­ misma. La dimensión historiográfica innegable de la obra lucana no tiene que marginar, por consiguiente, la búsqueda de una finalidad especí­fica, que se impone con evidencia gracias al carácter selectivo y a la trama bien estructurada de la narración.
En el frente contrario las posturas se presentan más diferenciadas: †œLucas teólogo† ha asumido en los diversos momentos de la investigación rostros bastante diferentes. Esquematizando todo lo posible, los grandes problemas a los que se ha intentado reducir toda la reflexión teológica lucana son esencialmente dos, anticipados ambos de manera genial, aunque distorsionados, en el siglo XIX y surgidos de nuevo en nuestro siglo: por un lado, el problema del retraso de la parusí­a; por otro, el de la relación Israel-Iglesia- paganos (han sido minoritarias otras hipótesis, como la de una finalidd apologética frente a las autoridades romanas, o bien la de una finalidad polémica contra las herejí­as nacientes).
1246
El primer problema, el del retraso de la parusí­a†™, vislumbrado ya por Franz Overbeck (1837-1 905), quien colocó la obra lucana en la trayectoria de la †œmundanización† de un cristianismo originariamente del todo escatológico y antimundano, relanzado luego en nuestro siglo por los discí­pulos de Dibelius y de Bultmann (Vielhauer, Haenchen, Kásemann, Conzelmann, Grásser…), dominó en toda la primera fase de la Redaktionsgeschichte lucana [1 Evangelios II].
El otro problema, señalado ya por Ferdinand Christian Baur (1792-1 860), fundador de la escuela de Tubinga, con su célebre interpretación de la teologí­a lucana como sí­ntesis entre el judeo-cristianismo (o †œpetri-nismo†) y el †œétnico-cristianismo† (o †œpaulinismo†), que quedó luego completamente arrinconado, ha ido surgiendo de forma más equilibrada y convincente en nuestros dí­as (Du-pont, Jerwell, Lóning, Lohfink…).
Efectivamente, el interés se va desplazando hoy de nuevo de Lc a los Hechos, y, dentro de éstos, de la primera parte a la segunda, del Pablo misionero al Pablo prisionero, que defiende apasionadamente la continuidad entre la fe cristiana y la fe de Israel. Es éste el verdadero problema fundamental de Lucas- Hechos, demasiado ignorado tanto por las interpretaciones de tipo puramente his-toriográfico, como por la overbe-ckiano-bultmanniana. Esta última, que ha sido predominante por mucho tiempo, da hoy señales de retroceso y es discutida prácticamente en todos sus puntos. Queda tan sólo el hecho evidente de que en Lucas-Hechos la prolongación del tiempo es valorada positivamente, como †œtiempo de la Iglesia†™, dentro del proyecto salví­fico de Dios (Ac G,6-8). Sin embargo, desde un- punto de vista sincrónico, el problema central de Lucas-Hechos no es el del futuro, el del retraso de la parusí­a, sino más bien el del pasado, el de la continuidad con Israel; y, en todo caso, la exigencia de dar una respuesta al problema del retraso de la parusí­a no llevó a sacrificar ni el †œya† de la salvación (Conzelmann) ni el †œtodaví­a no† (Kásemann); ambos quedan salvaguardados: el Espí­ritu derramado en pentecostés y la Iglesia animada por él no sustituyen ni al Jesús que ya ha venido ni al Jesús que hade venir, sino que son la forma actual de su señorí­o salví­fico. Desde un punto de vista diacrónico, esta valoración positiva del †œtiempo de la Iglesia†™ no es una respuesta nueva, lucana, sino que es sustancialmente la que encontramos, ya antes de Lucas, en Marcos y en el mismo Pablo, que relacionaba ya el retraso de la parusí­a con la necesidad de alcanzar con la evangelización los últimos confines de la tierra (Mc 13,10; Rm 10,18; Rm 11,15; Rm 11,25-27; Rm 15,14-32). Además, no se trata de una construcción teológica que se haya hecho necesaria en un punto determinado como †œsus-titutivo†™ de la esperanza a corto plazo que hubiera empezado a fallar; en realidad, hay buenos motivos para pensar que la esperanza a corto plazo es compartida todaví­a por Lucas (Lc 10,9; Lc 10,11 18,7s; Lc 21,32); lávalo-ración positiva del tiempo de la Iglesia se basa en factores mucho más positivos, presentes ya desde el principio (Gullmann): la toma de conciencia de la necesidad de evangelizar a los judí­os y luego también a los paganos, la experiencia viva del don del Espí­ritu, la presencia simultánea del †œya† y del †œtodaví­a no† desde la predicación prepascual de Jesús.
Todo esto, a nuestro juicio, es lo que.se deduce del análisis de la dinámica interna de toda la obra lucana.
1247
II. ESTRUCTURA Y TEMAS FUNDAMENTALES DE LOS HECHOS.
La estructura de los Hechos [para Lc, / Lucas] se percibe -aunque sólo en sus lí­neas generales- en la distribución geográfica, que calca las palabras programáticas de Jesús: †œSeréis mis testigos en Jerusalén, / en toda Judea, en Samarí­a / y hasta los confines de la tierra† (1,8). Está señalada además por los llamados †œestribillos, que van poniendo ritmo y subrayando continuamente la difusión de la †œpalabra, el incremento de la comunidad (algunos de ellos parecen asumir mayor importancia estructural al estar colocados como conclusión de toda una fase de la evangelización: 5,42 y 6,7; 8,4; 9,31; 12,24; 15,35 y 16,5; 19,20; 28,30s). Pero, sobretodo, se indica la estructura por el progresivo entramado de varios hilos narrativos inicialmente separados(cf 8,4 con 11,19; 9,30 con ll,25s; 10,1-11,18 con 15,7-11). El †˜nudo†™ en que llegan todos a enlazarse es el concilio de Jerusalén (15,1-35), que señala el punto de llegada de toda la primera parte del relato y el punto de partida de la segunda.
1248
1. Desde Pentecostés hasta el concilio de jerusalén (Hch 1-15,35).
En los capí­tulos 1-5 la escena se sitúa en Jerusalén. Con pentecostés nació la primera comunidad cristiana, que reúne a los antiguos discí­pulos de Jesús y a los nuevos convertidos, todos ellos judí­os tanto de Palestina como de la diáspora; para los paganos tan sólo se formulan en futuro algunas vagas alusiones (2,39; 3,25s). Su vida santa les granjea el aprecio del ambiente (2,42-47; 4,32-35; 5,12-1 6); la predicación Ade la que tenemos una prueba en los tres discursos de Pedro: 2,14-41; 3,12-26; 4,8-12- provoca algunos choques con las autoridades judí­as, pero acaba siendo tolerada y obtiene cierta difusión. Nótense los párrafos conclusivos de 5,42 y 6,7.
Sin embargo, con Esteban y su grupo de judeo-cristianos de lengua-griega empieza a dibujarse un giro cargado de consecuencias, aun cuando la escena siga desarrollándose todaví­a en Jerusalén (6,1-8,la). Su predicación, bastante crí­tica respecto al templo y al pueblo, ya no resulta tolerable; Esteban es lapidado
-con la aprobación del joven rabino fariseo Saulo de Tarso- y el grupo se ve obligado a dispersarse (8,1 b4); pero precisamente esta dispersión llevará a los fugitivos a evangelizar sus ambientes judeo-helenistas y hasta cierto punto a entrar también en contacto con los paganos (cf 11-19,26). Pero antes Lucas narra otros sucesos que se relacionan con la persecución de Esteban: laevangelización en Judea y en Samarí­a (8,1 b-49) y la conversión del perseguidor Saulo. Este comienza inmediatamente a proclamar a Jesús en el ambiente judí­o de lengua griega en Damasco y luego en Jerusalén, pero en ambos casos provoca tal oposición que se ve obligado a retirarse a su ciudad natal (9,1-30; obsérvese la nota de recapitulación en 9,31). Así­ pues, también este nuevo desarrollo tan prometedor se queda casi en suspenso, en espera de que venga algo a desbloquear la situación.
En efecto, los sucesos volverán a ponerse en movimiento gracias a una nueva y contundente intervención divina, que llevará al mismo Pedro, a pesar de sus recelos de judí­o piadoso, a encontrarse con el incircunciso Cornelio y a concederle el bautismo (9,32-11,18). Así­ pues, queda superada la barrera qué separaba a los judí­os de los paganos, al menos como principio (cf 10,34 y 11,18). Sin embargo, en la práctica es como si no hubiera ocurrido nada: se tiene la impresión de que para los cristianos de Jerusalén, difí­cilmente tranquilizados por el informe de Pedro, el caso de Cornelio sé reducí­a a un episodio aislado, a una excepción expresamente querida por Dios para recompensar la gran devoción de aquel pagano; pero no da ni mucho menos luz verde a una acción misionera a gran escala entre los paganos. De nuevo parece bloqueada la marcha de los acontecimientos.
Pero en este punto el objetivo vuelve a desplazarse hacia los fugitivos del grupo de Esteban, que han llegado entretanto a Antioquí­a de Siria, la tercera metrópoli del imperio. En este ambiente urbano cosmopolita comienzan a darse algunas conversiones incluso entre los paganos. Nace así­ la primera comunidad que comprendí­a también algunos cristianos procedentes del paganismo (11,19-26). Lucas se preocupa enseguida de subrayar la plena comunión con Je-rusalén a través de la presencia de Bernabé (que ve abrirse también aquí­ el campo de trabajo adecuado para Pablo y lo llama a colaborar) y a través del enví­o de recursos para ayudar a la comunidad de Jerusalén. Entretanto, Pedro, después de ser liberado de la cárcel, deja la dirección de la comunidad local a Santiago y a un colegio de ancianos (11,27-
12,25).
Pero pronto se verá amenazada la comunión: el aumento de los paganos que entran en la Iglesia provocará tensiones. En efecto, a través de Pablo y de Bernabé la comunidad antipquena comienza a realizar auténticas expediciones misioneras; un primer viaje los lleva a la isla de Creta y a las costas de Asia Menor, con una breve incursión en el interior (cc. 13-14). En cada una de las paradas Lucas sigue el mismo esquema, subrayando sobre todo la relación con los judí­os. Pablo comienza siempre su predicación por la sinagoga y procura quedarse en ella hasta que lo echan; provoca sistemáticamente la división del auditorio judí­o, con oposiciones y a veces persecuciones. Suena por primera vez la amenaza de abandonara su destino a los judí­os incrédulos y de dirigirse exclusivamente a los paganos (13,44-47), que por el momento, sin embargo, no llega a realizarse.
1249
El aumento de los étnico-cristianos provoca tensión en la Iglesia. Una corriente de los judeo-cristianos de Jerusalén sostiene que hay que imponerles también a ellos la circuncisión y la observancia de la ley mosaica. Una vez más todo corre el peligro de quedar bloqueado. Se hace necesario el concilio de Jerusalén (15,1-35). Aquí­, además de las experiencias misioneras referidas por Pablo y Bernabé, resulta decisiva la intervención de Pedro, centrada en el precedente de Cornelio, que asume valor de principio. La controversia se resuelve ratificando la praxis de no imponer la circuncisión a los convertidos del paganismo; pero, por sugerencia de Santiago, se acepta la necesidad de vincularlos a la observancia de algunas cláusulas rituales (o mejor dicho, ético-rituales) que la ley mosaica extendí­a a los extranjeros inmigrados entre los judí­os (Lv 17-18).
En este punto la apertura a los incircuncisos puede decirse que es un hecho plenamente adquirido; no es ya sólo una iniciativa emprendida por algunas personas o por algunas comunidades, sino que ha sido aprobada también en el máximo nivel jurí­dico eclesial. El objetivo se dirige ahora hacia el área antioquena, en donde la acción misionera puede reanudarse con un nuevo impulso (nótese la nota conclusiva de 15,35 y 16,5).
1250
2. Desde el concilio de Jerusalén HASTA LA LLEGADA DE PABLO a Roma (Hch 15,36-28,31).
El relato continúa, y con una extensión no inferior a la anterior. Tan sólo una pequeña parte del mismo se dedica a completar el cuadro de la actividad misionera de Pablo (15,36-19,20). Se desplaza a la cuenca del Egeo; primero, en el segundo viaje misionero (15,36-18,22), en suelo europeo: Macedonia y Grecia, con una prolongada estancia en Corinto; posteriormente, en el tercer viaje (18,23-19,20), también en terreno asiático, con una larga estancia en Efeso. Siempre se señala la división sistemática de los judí­os frente a la predicación cristiana, resonando por segunda vez la amenaza de dirigirse a los paganos (18,6). La predicación a estos últimos está representada ejemplarmente por el discurso en el Areópago de Atenas
(17,22-31).
Tras la conclusión de esta fase, señalada con las acostumbradas notas finales sobre la difusión de la †œpalabra† (19,10 y 19,20), este tercer viaje no se cierra, como los anteriores, con el regreso a Antioquí­a para volver a partir hacia nuevos territorios. En 19,21 se anuncia solemnemente un nuevo programa:
Pablo considera ya terminado su trabajo en el Mediterráneo oriental; quiere concluirlo con un gesto de comunión entre las jóvenes Iglesias y Jerusalén, dirigiéndose él mismo a llevar personalmente la colecta; luego será necesario que él llegue a Roma (Rm 15,22-32).
A este nuevo programa corresponden las tres secciones restantes: la despedida de Pablo de sus comunidades (19,21-20,38); la llegada a Jerusalén, el arresto y las largas peripecias de su proceso (cc. 21- 26); finalmente, tras la apelación al César, el arriesgado viaje por mar, el naufragio y la llegada a Roma (cc. 27-28). Es importante prestar atención sobre todo a las partes conclusivas y culminantes de las tres secciones.
La de la despedida de Pablo de sus Iglesias culmina en el discurso a los presbí­teros efesinos en Mileto (20,17-38); pero teniendo también en cuenta que en las otras etapas sé alude a las enseñanzas prolongadas de Pablo (20,1.2.7.11), este discurso asume un valor más general de †œtestamento† de Pablo a todas sus comunidades y a sus pastores; el punto en que recae el acento es que el evangelio al que Pablo ha dedicado su vida se ha de seguir anunciando con fidelidad, enfrentándose con las herejí­as incipientes (vv. 28-31).
En la sección de las peripecias del proceso de Pablo destacan los tres largos discursos de autodefensa:
ante el sanedrí­n (22,1-21), ante el gobernadorromano Félix (24,10-21) y finalmente, momento culminante, ante su sucesor Festo y el rey Agripa II con sus cortesanos (26,1-23). La tonalidad es †œapologética† (22,1; 24,10; 25,8; 26,1.2.24); pero no se trata de una defensa jurí­dico-polí­tica, sino teológica. La acusación es la de apostasí­a de la fe de Israel (21,21-24.28; 24,5-8; 28,17); el acusado no es ni el cristianismo en abstracto, del que Pablo serí­a sólo un sí­mbolo, ni Pablo como persona en sentido puramente biográfico; está en juego algo que va más allá de Pablo, pero que históricamente pasa a través de su persona y de su obra: no ya la Iglesia en abstracto, sino la Iglesia en cuanto que se ha abierto a los paganos, sobre todo por obra de Pablo. Por eso se vuelve a evocar con todos sus pelos y señales por dos veces, a pesar de que lo conoce ya el lector (cf 9,1-19), el relato de la conversión de Pablo (22,1-21; 26,1-23), mencionando siempre la misión recibida en favor de los paganos (22,15.21; 26, 17s. 20.23; cf 9,15). Más allá de las otras acusaciones ficticias, es éste el punto que hace saltar la hostilidad de los adversarios (22,22; 26,21), como habí­a ocurrido ya con Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,28).
1251
A la acusación de apostasí­a se replica apasionadamente recalcando continuamente que en la resurrección de Jesús la esperanza de Israel ha encontrado no ya su destrucción, sino su cumplimiento (22,1-3; 23,6; 24,14s.21; 26,4-8; cf 28,20). El rey Agripa interrumpe a Pablo: †œPor poco me persuades a hacerme cristiano†™ (26,28). La apologí­a termina con el anuncio y la proclamación de la resurrección de Jesúsyde su mesia-nidad (23,6; 24,10-21; 26,6-8.22s).
También es significativa la conclusión de la última sección, la página que cierra toda la obra. El relato de lá llegada de Pablo a la capital del imperio termina, no con la comparecencia ante César, sino con el encuentro con la comunidad local ju-dí­a,:que se prolonga bastante tiempo, y ve una vez más cómo la apologí­a se mezcla con el anuncio (28,17-23). También en Roma, como en todas las etapas anteriores de su actividad, a pesar de la adhesión de algunos, Pablo no tiene más remedio que reconocer la incredulidad de Israel (y. 24), interpretándola como esa misteriosa †œobcecación†™ permitida por Dios mismo entre su pueblo, de la que ya habí­an hablado los profetas (vv. 25-27; cf Is 6,9s). Esto no excluye la iluminación futura (Lc 13,34s; 21,24; Hch 1,6-8; Hch 3,19-21; Rm 9-11); pero de momento no podrá impedir que se realice la amenaza anunciada de antemano (13,44-47; 18,6): la predicación cristiana se dirigirá a los paganos y será escuchada (y. 28). También es significativa la conclusión narrativa (Vv. 30- 31): Pablo se aprovecha de su régimen de semi-libertad domiciliar para recibir visitas, †œ… predicando el reino de Dios y enseñando las cosas referentes al Señor Jesucristo con toda libertad y sin obstáculo alguno. Se recuerda así­ el comienzo del libro, en el que el resucitado se entretení­a con los discí­pulos hablando del reino de Dios (Hch 1,3), alusión que a su vez remití­a más atrás, a la predicación prepascual de Jesús. Como en el caso de Jesús, también pasa lo mismo en el caso de la predicación pospascual:
ninguna oposición humana, ninguna incredulidad, ni siquierala del pueblo elegido, pueden impedir que prosiga su camino en la historia el anuncio del reino, que ahora es una sola cosa con el anuncio del señorí­o de Jesús. La obra lucana termina con esta nota de confianza, que una vez más -como en las notas finales que van jalonando todo el relato- evoca la fuerza victoriosa de la †œpalabra.
1252
III: CONCLUSIONES DE CONJUNTO.
Así­ pues, resulta insuficiente una finalidad genéricamente histo-riográfica o genéricamente religiosa.

Lucas no escribió ni para componer la primera †œhistoria de la Iglesia†™ ni para hacer simplemente una obra de edificación o de evangelización. También resulta demasiado genérica la interpretación centrada en el retraso de la parusí­a (Conzelmann); este problema constituye solamente el horizonte general, el presupuesto, trazado ya desde el principio (Hch 1,11), pero no la finalidad especí­fica que indujo a Lucas a proseguir el relato hasta la llegada de Pablo a Roma.
Por el contrario, son demasiado restringidas las hipótesis de una finalidad jurí­dico-polí­tica o antiherética; pueden explicar algunos textos, pero no toda la obra en su construcción de conjunto.
El gran tema de Lucas-Hechos es el que resuena ya al principio del evangelio en las palabras de Simeón Lc 2,29-35) y en la cita de Isaí­as:†… Para que todos vean la salvación de Dios† (Lc 3,4-6; Is 40,3-5); el que vincula la conclusión del evangelio (Lc 24,44-49) con el comienzo de los Hechos (1,6-8); el que resuena finalmente en las palabras de Pablo a los judí­os de Roma (28,2-28). No ya un †œuniversalismo† genérico; para ver el problema en su totalidad hay que añadir una precisión importante: el tema de Lucas- Hechos es ciertamente el de la apertura a los paganos, pero dentro de la continuidad con la historia de la salvación que ha vivido ya Israel.
El problema de la relación Iglesia/paganos, para Lucas, no puede resolverse si se prescinde del otro aspecto, la relación Iglesia/Israel; no es una relación bipolar, sino tripolar. No ya en el sentido de que la llamada a los paganos sea una consecuencia de< la incredulidad de Israel (estaba ya en curso desde hací­a tiempo, en paralelismo con la evangelización de los judí­os), sino en el sentido de que esta incredulidad obliga a la Iglesia a dirigir su predicación exclusiva o principalmente a los paganos. El problema que preocupaba a Lucas y a sus lectores parece ser el de la legitimidad de una Iglesia que se proclama heredera de las esperanzas de Israel, pero en la que de hecho entran los paganos y quedan fuera ios judí­os. Esta interpretación, entre otras cosas, nos permite comprender la unidad entre †œLucas teólogo† y †œLucas historiador†. En efecto, el problema†™ en cuestión era dé tal categorí­a que sólo podí­a arrostrarse reconstruyendo los acontecimientos que habí­an llevado a aquella situación; era una finalidad que no podí­a alcanzarse exclusivamente a través de una reconstrucción, histórica, pero tampoco sin ella; se alcanzaba narrando y al mismo tiempo interpretando teológicamente ala luz de las Escrituras y del acontecimiento pascual, sobre todo en los discursos, dichos sucesos. Hay que señalar aquí­ el núcleo déla †œteo-logización† de Lucas, que confiere dimensión teológica a su narración e impide atribuirle una intención puramente historiográfica, pero al mismo tiempo nos pone en guardia frente al peligro de infravaluar la dimensión, historiográfica de Lucas-Hechos, buscando en ellos una teologí­a completa que toque todos los puntos de la doctrina cristiana (de aquí­ lo inadmisible de tantas confrontaciones con Pablo en menoscabo de Lucas), una teologí­a abstracta que no pase a través del relato. Al atribuir a la obra lucana esta finalidad especí­fica que podemos llamar apologético-eclesiológica, no hay que olvidar, sin embargo, que la misma apologí­a, como ya indicamos a propósito del último discurso de Pablo (Hch 26,1-23) y luego a propósito de la página final del libro (28,17-31), desemboca en el anuncio, en la proclamación de Jesús. En efecto, el material de tipo kerigmático -en el evangelio el anuncio del reino, en los Hechos el anuncio de Cristo muerto y resucitado-, es aducido en abundancia. Y lo mismo ocurre con el material parenético. Lucas no quiere solamente corroborar la fe del lector (Lc 1,4), sino también moverlo al compromiso personal, presentarle todo un itinerario de vida cristiana. Pero todos estos aspectos (escato-logí­a, cristologí­a, eclesiologí­a, parénesis...) no hay que verlos por separado, como una multiplicidad de centros heterogéneos de interés, sino en el entramado profundo que los vincula. El mesí­as rechazado por Israel y crucificado; el mesí­as resucitado y constituido Señor, pero sin un triunfo visible inmediato; el mesí­as que ni siquiera después de pentecostés logró reunir en torno a sí­ a todo el pueblo; ese mesí­as que cumple las esperanzas veterotestamentarias, pero de una manera desconcertante e imprevisi-" ble, es también el mesí­as al que hay que seguir †œcada dí­a† (Lc 9,23) en el camino que se prolonga entre el ya y el todaví­a no, en la alegrí­a de la salvación y en la alabanza, pero también en la perseverancia, en la pobreza, en la oración. El evangelista de los grandes horizontes -desde Adán hasta el reino, desde Jerusalén hasta los confines de la tierra- es también el evangelista de lo cotidiano. 1253 BIBL.: AA.W., La parole de gráce. 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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

I. Contenido
Los H. de los a. son como la segunda parte de una obra Ad Theophilum, cuya primera parte es el Evangelio de Lucas. Los tí­tulos actuales datan sin duda del siglo II. El propósito del libro está indicado en 1, 8: referir el testimonio que los apóstoles, después de haber recibido el Espí­ritu Santo, dan primeramente en Jerusalén, luego en Judea y en Samarí­a y hasta los extremos de la tierra. La obra se divide en dos grandes partes.

1. a) El ministerio de los apóstoles en Jerusalén (1-5). b) El movimiento misionero se desencadena con el grupo helenista y sus jefes, Esteban (6-7) y Felipe (8); sus miembros irán a fundar la Iglesia en Antioquí­a (11, 19ss). Entre tanto Saulo es llamado al apostolado (9, 1-30). En ese tiempo Pedro visita Samarí­a (8, 14ss), evangeliza la llanura costera (9, 32-43) y bautiza a un centurión romano (10, 1-11, 18). c) El primer viaje misionero de Pablo en compañí­a de Bernabé (13-14); su éxito con los paganos obliga a la Iglesia a pronunciarse oficialmente sobre el estatuto de los gentiles dentro de ella (15, 1-35).

2. a) Las grandes misiones de Pablo, que funda la Iglesia de Macedonia, Corinto y Efeso (15, 36-19, 20); en el centro del relato está el discurso de Atenas (17, 22-31). b) Fin de esta actividad: Pablo se despide de sus fundaciones para dirigirse a Jerusalén (19, 21-21, 14); en el centro del relato se halla el discurso de Mileto (20, 18-35). c) Arresto de Pablo y peripecias de su proceso, jalonado por tres grandes apologí­as (22, 1-21; 24, 1021; 26, 2-23), que termina con un accidentado viaje a Roma. El libro acaba con un resumen de la predicación de Pablo en Roma (21, 15-28, 32).

II. Autor y tiempo de composición
El autor de los H. es el mismo que el del tercer Evangelio; la prueba es no sólo la referencia explí­cita en Act 1, 1-2, sino la estrecha afinidad literaria y espiritual que une a ambos libros. El primero recibió muy pronto el tí­tulo de Evangelio según Lucas; la tradición antigua acepta la atribución de la obra a Lucas, médico de origen judí­o, que fue discí­pulo de Pablo (Col 4, 14; Flm 24; 2 Tim 4, 11). El “nosotros” de algunas secciones de Act (16, 10-17; 20, 5-21.18; 27, 1-28.16) parece señalar discretamente su presencia junto al Apóstol. Una tradición que se remonta a fines del siglo xx cree saber que el libro Ad Theophilum fue compuesto en Grecia después de la muerte de Pedro y de Pablo. Eusebio, juzgando incompleto el relato de los H. supone que Lucas lo escribió antes del desenlace del proceso de Pablo; esa suposición es discutible, ya que Lc no compone una vida de Pablo, sino una historia de la primera expansión cristiana. De Lc 19, 43s; 21, 20.24 se deduce con frecuencia que Lc escribió después del 70; pero este argumento es discutido. En todo caso, no serí­a prudente retardar la fecha de composición hasta más acá del año 80.

III. El texto
El texto de los H. nos ha llegado bajo dos formas notablemente diferentes: la forma “neutral” (sobre todo de los masoretas alejandrinos), que representa un texto bastante puro, pero corregido; y la forma “occidental”, que a menudo está glosada, pero conserva lecturas muy antiguas.

IV. Las fuentes
El empleo de fuentes se observa: en que los H. dan a ciertas piezas un alcance que no coincide con su orientación primera; en la presencia de ciertas inconexiones que revelan la yuxtaposición de informes independientes y dan la sensación de un texto sobrecargado; en la inserción de discursos que suponen una documentación especial. Pero Lc impone su estilo a los materiales que utiliza, poniéndolos al servicio de su finalidad particular. Las tentativas hechas para precisar el tenor y la extensión de las fuentes no han llevado todaví­a a resultados firmes.

V. El fin
El fin de los H. no puede comprenderse si no se tiene en cuenta que la obra es un complemento del Evangelio. Lc subraya que, según la Escritura, Cristo debí­a llevar la salvación a las naciones paganas: “Estaba escrito que el Mesí­as tení­a que padecer, que al tercer dí­a habí­a de resucitar de entre los muertos, y que en su nombre habí­a de predicarse la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén” (Lc 24, 46s; cf. Act 26, 22s). Isaí­as habí­a anunciado que el mensaje de la salvación mesiánica llegarí­a “hasta los extremos de la tierra” (Is 49, 6; Act 1, 8; 13, 47) y que “toda carne verí­a la salvación de Dios” (Is 40, 5; Lc 3, 6; Act 28, 28). Era, pues, importante mostrar cómo en la época apostólica se habí­an realizado las profecí­as que anunciaban esta misión universal de Cristo. Tal parece ser la intención principal de los H., la cual por lo demás no excluye preocupaciones apostólicas secundarias.

VI. Valor histórico
Escritos por un autor cuya probidad en el trabajo conocemos por el Evangelio, un autor que dispone de una documentación abundante y que vivió en el medio que rodeaba a Pablo, los Hechos merecen nuestra confianza. Las fuentes literarias, epigráficas y topográficas permiten con frecuencia verificar su excelente información. Las epí­stolas confirman el cuadro que traza Lc de las misiones paulinas, aunque mostrando que simplifica un tanto la complejidad de los acontecimientos, que son relatados en forma esquemática o aproximativa (compárense, p. ej., los tres relatos de la vocación de Pablo: 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 9-20), con el fin de que resalte mejor su significado, y con el de poner en claro el sentido general de la historia narrada.

VII. La teologí­a
La teologí­a de los H. es particularmente rica en el terreno de la cristologí­a y de la eclesiologí­a. Compuestos para manifestar la universal misión salvadora de Jesús, la enfocan a partir del misterio de la resurrección. Los apóstoles, testigos de la realidad del hecho, lo interpretan a la luz de las profecí­as que se referí­an al Servidor de Dios, Cristo, el Señor cuyo nombre es el único capaz de procurar la salvación a todos los hombres. A este testimonio tributado a Cristo deben responder la -i fe y la –) conversión; gracias al bautismo recibido para la remisión de los pecados y gracias al don del Espí­ritu Santo, el hombre se halla ya dentro de la “ví­a” de la salvación. En ella los creyentes, bajo la dirección de los apóstoles, están estrechamente unidos por los ví­nculos de la caridad, de la oración, de la “fracción del pan” y de la práctica gozosa de la vida cristiana en medio de las pruebas. Sus comunidades, animadas por el Espí­ritu, constituyen la Iglesia de Dios, en la que se continúa y consuma la historia de la -> salvación preparada e iniciada por la elección de Israel.

Jacques Dupon

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

Siguiendo el orden aceptado de los libros del Nuevo Testamento, el quinto libro es llamado Hechos de los Apóstoles (praxeis Apostolon). Algunos han pensado que el título del libro fue diseñado personalmente por el autor. Tal es la opinión de Cornely en su “Introduction to the Books of the New Testament” (Segunda edición, página 315). Pero parece más probable que el título haya sido añadido posteriormente, del mismo modo como fueron añadidos los encabezados de varios evangelios. Basta pensar que el nombre “Hechos de los Apóstoles” no da una idea precisa acerca del contenido del libro y que difícilmente el autor hubiera utilizado tal título.

Contenido

  • 1 Contenido
  • 2 Los orígenes de la Iglesia
  • 3 División del Libro
  • 4 Objeto
  • 5 Autenticidad
  • 6 Objeciones contra la autenticidad
  • 7 Fecha de composición
  • 8 Textos de los Hechos
  • 9 La Comisión Bíblica

Contenido

El libro no contiene los hechos de todos los apóstoles, ni tampoco todos los hechos de algún apóstol en particular. El texto comienza aportando una breve información de los cuarenta días que sucedieron a la resurrección de Cristo y durante los cuales Él se apareció a los apóstoles “hablándoles del Reino de Dios”. Enseguida se mencionan brevemente la promesa del Espíritu Santo y la Ascensión de Cristo. San Pedro aconseja que se elija a un sucesor para que tome el lugar de Judas Iscariote; Matías es seleccionado a base de echar suertes. En Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles y les da el don de lenguas. San Pedro explica el gran milagro a los asombrados testigos, probándoles que es por el poder de Jesucristo que dicho milagro se realiza. Como resultado de ese maravilloso discurso muchos se convirtieron a la religión de Cristo y fueron bautizados, “y aquel día se les unieron unas tres mil personas”. Esto marcó el comienzo de la Iglesia Judeo-cristiana. “Y el Señor agregaba al grupo a los que cada día se iban salvando”. Junto a la puerta del templo que llamaban “la Hermosa”, Pedro y Juan sanan a un hombre que era paralítico desde el vientre de su madre. La población estaba llena de azoro y admiración ante el milagro y corrieron tras Pedro y Juan en el pórtico llamado de Salomón. De nueva cuenta, Pedro predica a Jesucristo, afirmando que la fe en el nombre de Jesús era la que había sanado al tullido. “Muchos de los que habían oído el discurso creyeron y el número, contando sólo a los hombres, llegó a unos cinco mil”. Pero “se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos, indignados porque enseñaban al pueblo y anunciaban en la persona de Jesús la resurrección de los muertos. Les echaron mano y los pusieron bajo custodia hasta el día siguiente”. A la mañana siguiente Pedro y Juan fueron llamados ante los gobernantes, los ancianos y los escribas, entre los que se encontraban Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, y todos los parientes del Sumo Sacerdote. Habiendoles puesto en medio de ellos, les preguntaron: “¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?”. A lo cual, Pedro, lleno del Espíritu Santo, respondió pronunciando una de las más sublimes profesiones de fe cristiana que haya hecho persona alguna: “Sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros. Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular (Is . 28; Mt 21, 42) y no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos”. Los miembros del Consejo hubieron de enfrentar directamente la evidencia más positiva de la verdad de la religión cristiana. Ordenaron a los dos apóstoles que abandonaran el salón y entonces el Consejo deliberó, diciendo: “¿Qué haremos con estos hombres?. Es evidente para todos los habitantes de Jerusalén que ellos han realizado un milagro manifiesto y no podemos negarlo”. He aquí uno de los grandes cumulus de evidencia sobre los que descansa la fe cristiana. El consejo de los jefes judíos de Jerusalén, amargamente hostil, se ve obligado a declarar que ha sucedió un notable milagro, innegable y manifiesto a los habitantes de esa ciudad.

Con toda astucia, el Consejo intenta frenar el gran movimiento del cristianismo. Amenazan a los apóstoles y les ordenan que no hablen ni enseñen a nadie en el nombre de Jesús. Pedro y Juan cuestionan la orden, invitando al Consejo a que juzgue si es correcto obedecer a éste antes que obedecer a Dios. Por temor a la población, que estaba glorificando a Dios por el gran milagro, los miembros del Consejo no pudieron imponer ningún castigo a los dos apóstoles. Puestos en libertad, Pedro y Juan volvieron a donde estaban los otros apóstoles. Todos alabaron a Dios y le pidieron fortaleza para anunciar su palabra. Después de la oración, el lugar tembló y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. En aquella época, el fervor de los cristianos era muy grande. Todos tenían un solo espíritu y un solo corazón. Todo lo tenían en común. Los que tenían tierras o casas las vendían y daban el precio a los apóstoles para que éstos lo distribuyeran entre los que tenían necesidad. Pero un cierto Ananías, en complicidad con su esposa Safira, vendió una posesión y guardó parte del dinero. El Espíritu Santo reveló a San Pedro la verdad del engaño por lo que el apóstol regañó a Ananías por mentir al Espíritu Santo. Enseguida el hombre cayó muerto. Poco después llegó Safira, sin conocer aún la muerte de su esposo, y fue interrogada por San Pedro acerca del negocio. También ella había guardado una parte del dinero y mentirosamente afirmó que ya se había entregado la cantidad completa a los apóstoles. San Pedro la amonestó y también ella murió ahí mismo. La multitud vio en la muerte de Ananías y Safira un castigo de Dios y el temor se apoderó de todos. Este milagro del castigo de Dios también confirmó la fe de los creyentes y atrajo más discípulos. Los milagros eran necesarios en esta etapa de la vida de la Iglesia para dar testimonio de la verdad de su enseñanza, por lo que el poder de los milagros fue abundantemente derramado sobre los apóstoles. Tales milagros no son detallados minuciosamente en los Hechos, pero sí se afirma: “Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en el pueblo…” (Hech 5, 12). Multitudes de hombres y mujeres se añadían a la comunidad cristiana. La población de Jerusalén llevaba a los enfermos y los ponía en literas y camillas a lo largo de las calles para que la sombra de San Pedro pudiera cubrirlos. Traían incluso a los enfermos de las ciudades vecinas de Jerusalén, y todos quedaban curados.

La secta más poderosa entre los judíos de esa época era la de los saduceos. Ellos se oponían duramente a la religión cristiana a causa de la doctrina sobre la resurrección de los muertos. La verdad cardinal de la enseñanza de los apóstoles era: la vida eterna a través de Jesús, crucificado por nuestros pecados y resucitado de entre los muertos. El Sumo Sacerdote Anás favorecía a los saduceos y su hijo Anano, quien después se convertiría en Sumo Sacerdote, era un saduceo (Josefo, Antigüedades de los Judíos, XX, 8). Estos terribles sectarios hicieron causa común con Anás y Caifás en contra de los apóstoles de Cristo y los metieron a la cárcel. El libro de los Hechos no deja duda alguna respecto al motivo- “Llenos de envidia”- que inspiró al Sumo Sacerdote y sus sectarios. Los líderes religiosos de la antigua Ley veían cómo disminuía su influencia entre el pueblo ante el poder que actuaba a través de los apóstoles de Cristo. Por la noche, un ángel del Señor abrió las puertas de la prisión, liberó a los apóstoles y les ordenó ir a predicar en el Templo. El Consejo de los judíos, a no encontrar en la cárcel a Pedro y a Juan, y habiendo oído de su milagrosa liberación, se quedaron perplejos. Al saber que estaban en el Templo, enseñando, enviaron a los soldados a que los trajeran ante ellos, sin violencia, por temor a pueblo. Queda evidente que la gente común estaba dispuesta a seguir a los apóstoles; la oposición venía de los sacerdotes y de las clases dirigentes, mayormente configuradas por los saduceos. El Consejo acusó a los apóstoles de que, lejos de obedecer la prohibición de predicar en nombre de Cristo, habían llenado a Jerusalén con sus enseñanzas. La respuesta de Pedro fue que ellos debían obedecer a Dios antes que a los hombres. Y valientemente reiteró la doctrina de la redención y de la resurrección. El Consejo, desde entonces, andaba buscando cómo matar a los apóstoles. En ese punto, Gamaliel, un doctor de la Ley judía, tenido en mucho por todo el pueblo, se levantó en medio del Consejo para defender a los apóstoles. Argumentó que si la nueva enseñanza era de los hombres, terminaría cayendo por si misma, pero si fuera de Dios, sería imposible de aniquilar. Prevaleció la opinión de Gamaliel y el Consejo, habiendo llamado a los apóstoles, luego de tortirarlos, los dejó ir, ordenándoles que no hablasen más en nombre de Jesús. Al partir los apóstoles, lo hacen llenos de regocijo de saberse dignos de sufrir afrentas a causa del Nombre. Y diariamente, en el Templo o en privado, no cesaban de enseñar y predicar a Jesús el Cristo.

Habiéndose levantado un rumor entre los judíos griegos de que sus viudas eran menospreciadas en el reparto diario, los apóstoles considerando indigno que ellos se tuvieran que ocupar del servicio a las mesas y descuidar con ello la palabra de Dios, nombraron a siete diáconos para ocuparse de ello. Entre ellos hacía cabeza Esteban, un hombre lleno del Espíritu Santo. El realizó muchas señales maravillosas entre la gente. Los judíos anti cristianos trataron de resistirle, pero no podían ante su sabiduría y el espíritu con el que hablaba. Entonces recurrieron al soborno de algunas gentes para que afirmaran que él había hablado en contra de Moisés y del Templo. Esteban fue aprehendido y llevado ante el Consejo. Los falsos testigos afirmaron que ellos habían escuchado a Esteban decir que “Jesús, ese Nazoreo, destruiría este lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos transmitió”. Los que estaban en el Consejo vieron el rostro de Esteban que parecía el de un ángel. Esteban se defiende, repasando los eventos de la primera alianza y su relación a la nueva Ley. Es después arrastrado fuera de la ciudad, donde es apedreado a muerte. Antes de morir, de rodillas, ora: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. A partir del martirio de Esteban se desató una gran persecución en contra de la Iglesia de Jerusalén. Excepción hecha de los apóstoles, los fieles hubieron de dispersarse en Samaria y Judea. El líder de la persecución era Saulo, quien después se convertiría en el gran San Pablo, el Apóstol de los Gentiles. El diácono Felipe primero predicó exitosamente en Samaria. Como todos los predicadores de los primeros días de la Iglesia, Felipe confirmaba su predicación con milagros. Pedro y Juan subieron a Samaria para confirmar a los convertidos por Felipe. Este, guiado por un ángel, va de Jerusalén a Gaza, y en el camino convierte al eunuco de Candace, la reina de Etiopía. Enseguida es conducido Felipe por la fuerza de Dios a Azoto desde donde comenzó a predicar en todas las ciudades costeras hasta llegar a Cesárea.

Saulo, respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, parte para Damasco a arrestar a cuanto cristiano pudiera encontrar ahí. Ya cerca de Damasco, el Señor Jesús le habla desde el cielo y lo convierte. San Pablo es bautizado en Damasco por Ananías y continúa viviendo en esa ciudad durante un tiempo, predicando en la sinagoga que Jesucristo es el Hijo de Dios. Se retiró posteriormente a Arabia, para retornar a Damasco y, tres años después, viajar a Jerusalén. Ahí, Pablo fue originalmente recibido con desconfianza por los discípulos de Jesús. Pero, luego que Bernabé describió cómo Pablo había sido maravillosamente convertido, aquellos terminaron por aceptralo. Enseguida se dedicó a predicar valientemente en el nombre de Jesús, disputando especialmente con los judíos helenistas. Ellos planeaban matar a Pablo, pero los cristianos lo llevaron a Cesárea y de ahí a Tarso, su ciudad natal.

Los Hechos describen la Iglesia de esta época en Judea, Samaria y Galilea diciendo que “gozaban de paz…; se edificaban y progresaban en el temor del Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo”. Pedro va entonces a todas partes para confortar a los fieles. En Lida curó al paralítico Eneas y en Joppe levantó de entre los muertos a la piadosa viuda Tabitá (Dorcás, en griego). Tales milagros confirmaban aún más la fe en Jesucristo. En Jope, Pedro tuvo la gran visión de la sábana que era bajada del cielo conteniendo toda clase de animales a los que, en trance, se le ordenó matar y comer. Pedro se rehusó, basado en que era ilícito comer lo que era impuro. Como respuesta Dios lo hizo saber que Él había purificado lo que para los judíos era impuro. Tal visión, repetida en tres ocasiones, era la manifestación de la voluntad celestial de que debía terminarse la ley ritual de los judíos y que la salvación debía ser ofrecida a judíos y gentiles sin distinción. El significado de esa visión le fue explicada a Pedro cuando un ángel le ordena ir a Cesárea a visitar al centurión Cornelio, cuyos enviados ya estaban en camino para llevarlo a casa de este último. Pedro obedece y, llegado a casa de Cornelio, escucha de éste su propia visión. Pedro le predica a él y a cuantos se reunieron allí. El Espíritu Santo desciende sobre ellos y Pedro ordena que sean bautizados. De regreso en Jerusalén, los judíos alegaban que Pedro había ido a los incircuncisos y comido con ellos. Pedro les explicó la visión de Jope y la Cornelio, y cómo éste había recibido órdenes de un ángel para que enviara a recoger a Pedro a Jope, y para que él y su familia recibieran de Pedro el Evangelio. Los judíos reconocieron la obra de Dios y lo glorificaban declarando que “también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida”. Quienes se habían dispersado saliendo de Jerusalén en tiempos del martirio de Esteban habían llegado a lugares tan lejanos como Fenicia, Chipre y Antioquía, pero exclusivamente predicaban a los judíos. No habían entendido aún la llamada a los gentiles. Pero luego algunos conversos de Chipre y Cirene llegaron a Antioquía y comenzaron a predicar a los gentiles. Muchos creyeron y se convirtieron al Señor. Los informes del trabajo en Antioquía llegaron a oídos de la Iglesia en Jerusalén y entonces se decidió enviar allá a Bernabé, “un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe”. Él se llevó consigo a Pablo de Tarso y ambos permanecieron en Antioquía un año enseñando a muchas personas. Los discípulos de Cristo comenzaron a ser llamados cristianos en Antioquía.

El resto de los Hechos narra la persecución sufrida por los cristianos a manos de Herodes Agripa; la misión encomendada por el Espíritu Santo a Pablo y Bernabé de salir de Antioquía e ir a predicar en las naciones gentiles; los trabajos de Pablo y Bernabé en Chipre y Asia Menor; su retorno a Antioquía; la disusión en Antioquía en torno a la circuncisión; el viaje de Pablo y Bernabé a Jerusalén; la decisión del Concilio Apostólico de Jerusalén; la separación de Pablo y Bernabé, a quien suplió Silas o Silvano; la visita de Pablo a las iglesias de Asia; la fundación de la iglesia de Filipo; los sufrimientos de Pablo en nombre de Jesucristo; la visita de Pablo a Atenas; la fundación de las iglesias de Corinto y Éfeso; la vuelta de Pablo a Jerusalén; la persecución de los judíos en contra de Pablo; la prisión de Pablo en Cesárea; la apelación al Cesar por parte de Pablo; su viaje a Roma; el naufragio; la llegada de Pablo a Roma; su vida en esa ciudad. Por lo dicho, pensamos que un nombre más apropiado para este libro hubiera sido “Los comienzos de la Religión Cristiana”. Se trata de una totalidad, artística, la historia más completa que poseemos de la manera en que se desarrolló la Iglesia.

Los orígenes de la Iglesia

En los Hechos vemos el cumplimiento de las promesas de Cristo. Jesús, en Hech 1,8, había prometido que los apóstoles serían investidos de poder cuando el Espíritu Santo descendiera sobre ellos, y que serían sus testigos tanto en Jerusalén como en Samaria, Judea y en los fines más remotos de la Tierra. Jesús había declarado, en Jn 14, 12: “El que crea en mi, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”. En esos pasajes se encuentra la clave del origen de la Iglesia. La Iglesia se desarrolló según el plan trazado por Cristo. Indudablemente que en la narración se nota el desarrollo de un plan maestro. El autor detalla el desenvolvimiento del gran plan de Cristo, elaborado por su infinita sabiduría y llevado a cabo con un poder omnipotente. A lo largo de la obra se percibe, a través de su orden sistemático de narración, una precisa descripción de los detalles. Luego de la vocación de los primeros doce apóstoles, no hay otro evento de tanta importancia en la Iglesia que la conversión de San Pablo y el mandato de enseñar en nombre de Cristo. Hasta el momento de la conversión de San Pablo, el historiador inspirado de los Hechos nos había dado una versión condensada del crecimiento de la Iglesia entre los judíos. Pedro y Juan eran los actores más destacados. Pero el gran mensaje debería salir de los confines del judaísmo; toda carne deberá ver la salvación de Dios. Y San Pablo será el gran instrumento por el que Cristo será predicado a los gentiles. En términos de desarrollo de la Iglesia Cristiana, San Pabló aportó más que todos los demás apóstoles y es por ello que en los Hechos él brilla como el agente más prominente de Dios para la conversión del mundo. Su designación como Apóstol de los Gentiles no impedía que él predicara a los judíos, pero sus frutos más abundantes saldrán de entre los gentiles. Él llena con el Evangelio de Cristo el Asia Proconsular, Macedonia, Grecia y Roma, y la mayor parte de los Hechos está dedicada a describir su trabajo.

División del Libro

El autor no visualizó divisiones en la narración de los Hechos. La división la hacemos nosotros según vemos necesario. Sin embargo, la naturaleza de la historia ahí narrada fácilmente sugiere una división general de los Hechos en dos partes:

  • El comienzo y propagación de la religión cristiana entre los judíos (1-9)
  • El comienzo y la propagación de la religión cristiana entre los gentiles (10-28). San Pedro es el protagonista de la primera parte; San Pablo, de la segunda.

Objeto

Los Hechos de los Apóstoles no deben ser vistos como un escrito aislado, sino como una parte integral dentro de una serie bien ordenada. Los Hechos presuponen que sus lectores ya conocen los Evangelios; es una continuación de los mismos. Los cuatro evangelistas concluyen con la narración de la resurrección y ascensión de Jesucristo. San Marcos es el único que trata de sugerir la continuación de la historia y resume su narración en una breve frase: “Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 20). Los Hechos toman la narración en ese punto y registra sucintamente los eventos que fueron realizados por el Espíritu Santo a través de los agentes humanos que Él eligió. Es el registro condensado del cumplimiento de las promesas de Jesucristo. Los evangelistas reportan las promesas que Cristo hizo a sus discípulos referentes a la institución de la Iglesia y a su misión (Mt 16, 15-20); el don del Espíritu Santo (Lc 24, 49; Jn 14, 16-17); la vocación de los gentiles (Mt 28, 18-20; Lc 24, 46-47). Los Hechos reportan su cumplimiento. La historia comienza en Jerusalén y termina en Roma. Con una simplicidad que se antoja divina, los Hechos nos muestran el crecimiento de la religión de Cristo entre las naciones. La revelación hecha a San Pedro elimina la distinción entre judíos y gentiles; Pablo es llamado para dedicarse especialmente al ministerio de los gentiles; el Espíritu Santo opera maravillas para confirmar las enseñanzas de Cristo; los hombres sufren y mueren pero la Iglesia crece, y de esa manera todo el mundo llega a ver la salvación de Dios. En ninguna otra parte de la Sagrada Escritura se ve al Espíritu Santo actuando con tanta fuerza como en los Hechos de los Apóstoles. Él llena a los apóstoles de conocimiento y poder en Pentecostés. Ellos dicen lo que el Espíritu Santo les indica. El Espíritu Santo impulsa a Felipe el diácono para que se dirija al eunuco de Candace. El mismo Espíritu toma a Felipe, después del bautismo del eunuco, y lo lleva a Azoto. El Espíritu Santo le dice a Pedro que vaya a casa de Cornelio y cuando le está predicando a este último y a su familia, es el Espíritu Santo quien desciende sobre ellos. El Espíritu Santo directamente ordena que Pablo y Bernabé sean destinados al ministerio de los gentiles. Es el Espíritu Santo quien prohíbe a Pablo y a Silas que prediquen en Asia. Por la imposición de manos, el Espíritu Santo constantemente viene a los fieles. En todos los asuntos Pablo es dirigido por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo le advierte que le esperan cadenas y aflicciones en cada ciudad. Cuando Agabo profetiza el martirio de Pablo, le dice: “Así dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles”. Los Hechos afirman que la gracia del Espíritu Santo es derramada sobre los gentiles. En la espléndida narración del martirio de Esteban, se dice de él que estaba lleno del Espíritu Santo. Frecuentemente se afirma que los apóstoles están llenos del Espíritu Santo. Cuando Pedro hace su defensa ante los gobernantes, escribas y ancianos, él está lleno del Espíritu Santo. Felipe es elegido como diácono porque está lleno de fe y del Espíritu Santo. Al ser enviado Ananías a Pablo en Damasco, dice que el motivo es que Pablo recobre la vista y sea lleno del Espíritu Santo. De Jesucristo se dice que fue ungido por el Espíritu Santo. Bernabé también es descrito como lleno del Espíritu Santo. Los samaritanos reciben el Espíritu Santo por la imposición de las manos de Pedro y Juan. Esta historia revela el verdadero carácter de la religión cristiana: sus miembros son bautizados en el Espíritu Santo y sostenidos por su poder. El Espíritu Santo es la fuente de la infalibilidad en la enseñanza de la Iglesia, de la gracia, y del poder que resiste las puertas del infierno. Fue por la fuerza del Espíritu Santo que los apóstoles establecieron la Iglesia en los grandes centros del orbe: Jerusalén, Antioquía, Chipre, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe, Filipo, Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto, Efeso y Roma. Desde esos lugares partió el mensaje a las naciones vecinas. Vemos en los Hechos el cumplimiento de las promesas hechas por Cristo justo antes de la ascensión: “Vosotros recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”. En el Nuevo Testamento los Hechos actúan como vínculo entre los evangelios y las epístolas de San Pablo; proveen la información necesaria acerca de la conversión de San Pablo y su apostolado, y acerca de la formación de las grandes iglesias a las que Pablo dirigió sus cartas.

Autenticidad

La autenticidad de los Hechos de los Apóstoles queda probada por su evidencia intrínseca y es atestiguada por la voz concordante de la tradición. La unidad de estilo y la perfección artística de los Hechos nos llevan a aceptar que se trata de la obra de un solo autor. Tal cosa no sucedería si se tratara de una colección de obras de diferentes autores. El autor escribe dejando ver que es un testigo presencial y compañero de San pablo. Los pasajes 16,10.17; 20, 5-15; 21, 1-8; 27, 1; 28, 16 son conocidos como los pasajes nosotros. En ellos el autor siempre utiliza la primera persona de plural, identificándose como alguien muy cercano a San Pablo. Ello excluye la teoría de que Hechos es obra de un redactor. Como bien dice Renan, el uso del pronombre de primera persona de plural es incompatible con cualquier teoría de redacción. Sabemos por muchas fuentes que Lucas fue compañero y colaborador de Pablo. En el saludo de su escrito a los Colosenses, Pablo asocia consigo a “Lucas, el médico querido” (4, 14). En II Tim 4, 11 Pablo declara “El único que está conmigo es Lucas”. A Filemón (24) Pablo le menciona a Lucas entre sus su colaboradores. En este artículo podemos suponer como probada la autoría lucana del tercer evangelio. En su frase inicial el autor de los Hechos implícitamente se confiesa como el autor de ese evangelio. Dirige su trabajo a Teófilo, destinatario del tercer evangelio; menciona su trabajo anterior y substancialmente da a conocer su intención de continuar la historia que, en su anterior trabajo, había dejado en el momento en que el Señor Jesús había sido recibido en el Cielo. Hay identidad de estilo entre los Hechos y el tercer evangelio. Si se examinan los textos griegos de ambas obras se percibe una notable identidad en la manera de pensar y escribir. En ambas existe la misma mirada tierna hacia los gentiles, el mismo respeto respecto al Imperio Romano, el mismo tratamiento de los rituales judíos, y la misma concepción amplia de que el Evangelio es para todos los hombres. También se nota la identidad de autoría al examinar las formas de expresión del tercer evangelio y de los Hechos. Muchas expresiones comunes en ambas obras rara vez son usadas en el resto del Nuevo Testamento. Otras incluso únicamente aparecen en esas dos obras. Comparemos las siguientes expresiones griegas; nos convenceremos que ambas son del mismo autor:

  • Lc 1,1 y Hech 15, 24-25
  • Lc 15 y Hech 1, 5; 27, 14; 19, 11
  • Lc 1, 20, 80 y Hech 1, 2, 22; 2, 29; 7, 45
  • Lc 4,34 y Hech 2, 27; 4, 27, 30
  • Lc 23, 5 y Hech 10, 37
  • Lc 1, 9 y Hech 1, 17
  • Lc 12, 56; 21, 35 y Hech 17, 26

La última de las expresiones paralelas citadas, to prosopon tes ges, solamente es usada en el tercer evangelio y en los Hechos. La evidencia de la autoría de los Hechos es acumulativa. La evidencia intrínseca queda corroborada por los testimonios de muchos testigos. Debe reconocerse, sí, que en los Padres Apostólicos apenas se menciona el libro de los Hechos de los Apóstoles. Los Padres de ese tiempo escribieron muy poco, y los efectos del paso del tiempo nos han robado de mucho de lo que escribieron. Los evangelios eran más importantes en la enseñanza de aquellos días y consecuentemente poseen testigos más abundantes. El canon de Muratori contiene el canon de las Escrituras de la Iglesia de Roma del siglo II. De los Hechos dice: “Pero los hechos de todos los Apóstoles fueron escritos en un libro, escrito por Lucas para el excelente Teófilo, porque él fue testigo ocular de todo”. En “La Doctrina de Addai”, que contiene la antigua tradición de la Iglesia de Edesa, se reconocen los Hechos como parte de las Sagradas Escrituras (Doctrina de Addai, ed. Phillips, 1876, 46). Los capítulos 12, 13, 14 y 15 del tercer libro de San Ireneo, “Contra los herejes”, están basados en los Hechos de los Apóstoles. Ireneo defiende convincentemente la autoría lucana del tercer evangelio y los Hechos de los Apóstoles diciendo: “Que Lucas fue inseparable de Pablo, y su colaborador en el Evangelio, él mismo lo señala claramente, no para presumir sino como obligado por la verdad misma… Y narra el resto de los acontecimientos en los que estuvo con Pablo… Como Lucas hubiese estado presente en todos ellos, él los anota cuidadosamente en sus escritos, de modo que no se le puede acusar de falsedad o presunción, etc.”. Ireneo unifica en si mismo ser testigo de la Iglesia Cristiana del Este y del Oeste del segundo siglo. Él da inalterada continuidad a las enseñanzas de los Padres Apostólicos. En su tratado “Del ayuno”, Tertuliano acepta los Hechos como escritura sagrada y los apoda “Comentarios de Lucas”. En su tratado “Sobre las normas acerca de los herejes”, XXII, Tertuliano defiende fuertemente la canonicidad de los Hechos: “Definitivamente Dios cumplió su promesa, pues en los Hechos de los Apóstoles se prueba que el Espíritu Santo había descendido. Aquellos que rechazan las Escrituras no pueden pertenecer al Espíritu Santo, pues no pueden reconocer que el Espíritu Santo ya fue enviado a los discípulos, ni pueden presumir que son una iglesia quienes no tienen forma de probar positivamente cuándo y con cuáles cuidados maternales fue establecido este cuerpo”. En el capítulo XXIII del mismo tratado Tertuliano lanza un reto a aquellos que rechazan los Hechos: “Puedo decir aquí a quienes rechazan los Hechos de los Apóstoles: Hace falta que primeramente nos demuestren quién era Pablo, tanto antes de convertirse en apóstol como después de su conversión, y cómo llegó a ser apóstol”, etc. Clemente de Alejandría es otro claro testigo. En “Stromata”, V, 11, afirma: “Muy instructivamente, pues, dice Pablo en los Hechos de los Apóstoles: `El Dios que hizo el mundo y todo cuanto hay en él, que es el Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos de hombres`” (Hech 17, 24-25). Y en el capítulo 12 sentencia: “Como Lucas en los Hechos de los Apóstoles relata que Pablo dijo: `Varones de Atenas, yo percibo que ustedes son muy supersticiosos en todo`”. En su Homilía XIII, sobre el capítulo 2 del Génesis, Orígenes afirma que la autoría lucana de los Hechos de los Apóstoles es una verdad aceptada mundialmente. Eusebio (Historia Ecclesiastica III, XXV) ubica los Hechos entre los ta homologoumena, los libros de los que nadie ha dudado. La autenticidad de los Hechos ha quedado tan bien demostrada que aún el escéptico Renan se vio forzado a declarar: “Algo fuera de duda es que los Hechos tienen el mismo autor del tercer evangelio y son una continuación del mismo. No es necesario probar ese hecho, que nunca ha sido cuestionado seriamente. Los prefacios de ambas obras, su dedicación a Teófilo, la similitud perfecta entre sus ideas y maneras de expresión proveen una demostración convincente de esa realidad” (Les Apôtres, Introduction, p. x). Y agrega: “El tercer evangelio y los Hechos forman una obra bien ordenada, escrita reflexivamente y aún con arte, por la misma mano y con un plan bien definido. Las dos obras forma una totalidad, teniendo el mismo estilo, presentando las mismas expresiones características y citando las escrituras de la misma manera” (ibid. p. XI).

Objeciones contra la autenticidad

A pesar de todo, hay quien contradice esta bien probada verdad. Baur, Schwanbeck, De Wette, Davidson, Mayerhoff, Schleiermacher, Bleek, Krenkel y otros han objetado la autenticidad de los Hechos. Una de las objeciones se debe a la discrepancia entre Hech 9, 19-28 y Gal 1, 17-19. En la Epístola a los Gálatas, 1, 17-18, San Pablo declara que, inmediatamente después de su conversión, él se fue a Arabia y luego volvió a Damasco. “”Luego, de ahí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas”. En los Hechos no se hace mención del viaje de Pablo a Arabia, y el viaje a Jerusalén se ubica inmediatamente después de la noticia sobre la predicación de Pablo en las sinagogas. Hilgenfeld, Wendt, Weizäcker, Weiss y otros alegan que existe ahí una contradicción entre el autor de los Hechos y San Pablo. Es una acusación insostenible. Lo que queda patente ahí es lo que frecuentemente pasa entre dos autores inspirados que narran eventos sincrónicos. Ningún autor, en cualquiera de los dos testamentos, tuvo nunca en mente escribir una historia completa. Simplemente buscaban entresacar de entre un cúmulo de palabras y acciones aquellas cosas que ellos consideraban importantes y agruparlas según sus necesidades. La concordancia entre ellos se da en las grandes líneas doctrinales y en los acontecimientos importantes, aunque alguien omita lo que otro narra. Los escritores del Nuevo Testamento escriben convencidos de que el mundo ya ha recibido el mensaje por medio de la transmisión oral. No todos podían tener a su alcance un manuscrito con la palabra escrita, pero todos habían escuchado las palabras de quienes predicaban a Cristo. La intensa actividad de los primeros maestros de la Nueva Ley hizo de ella una realidad nueva en cada nación. Los pocos escritos que llegaron a ver la luz eran considerados como suplementos de la gran economía de la predicación. De ahí que encontremos notables omisiones en todos los escritores del Nuevo Testamento y cosas que son propias y únicas de cada escritor. En el caso que nos ocupa, el autor de los hechos omitió el viaje y la estancia de Pablo en Arabia. La evidencia de que se trata de una omisión está el texto mismo. En Hech 9, 19 el autor habla de la estancia del Apóstol en Damasco como algo que duró “algunos días”. Esta es una expresión indefinida utilizada para indicar un período muy breve de tiempo. En Hech 9, 23 él conecta el siguiente evento con el precedente al decir que aquél sucedió “al cabo de bastante tiempo”. Es evidente que una serie de acontecimientos debió haber tenido lugar entre los “algunos días” del verso 19 y el “bastante tiempo” del verso 23. Esos hechos debieron incluir el viaje de Pablo a Arabia, su estancia ahí y su retorno a Damasco. Otra objeción nace a raíz de la comparación del texto de I Tes 3, 1-2 con Hech 17, 14-15 y 18, 5. En Hech 17, 14-15 Pablo deja a Silas en Berea con la orden de seguirlo después a Atenas. En Hech 18, 5 Timoteo y Silas salen de Macedonia para encontrarse con Pablo en Corinto. Mas en I Tes 3, 1-2 Pablo ordena a Timoteo que viaje de Atenas a Tesalónica, sin mencionar a Silas. Debemos apelar al principio de que cuando un escritor omite uno o más miembros de una serie de acontecimientos no necesariamente intenta contradecir a otro autor que haya narrado lo que él omitió. Habiendo viajado desde Berea, Timoteo y Silas se encontraron con Pablo en Atenas. En su celo por las iglesias de Macedonia Pablo envió a Timoteo de regreso a Tesalónica desde Atenas, y Silas a algún otro sitio de Macedonia. Al regresar de Macedonia ellos se encuentran con Pablo en Corinto. Los hechos omiten su viaje a Atenas y su retorno a Macedonia. En Hechos muchos acontecimientos están resumidos en un espacio muy breve. Un ejemplo de ello es el apostolado paulino en Galacia, al que debe haber dedicado un tiempo considerable, y que Hechos condensa en una frase: “Pasaron a través de la región de Frigia y Galacia” (Hech 16, 6). El cuarto viaje de San Pablo es descrito en un versículo (Hech 18, 22). La objeción nace de que, de acuerdo a Hech 16, 12, queda claro que el autor de los Hechos estaba junto con Pablo durante la fundación de la iglesia de Filipo. Por lo tanto, dicen los objetores, si Lucas estaba con Pablo en Roma cuando éste escribió su carta a los filipenses, Lucas no podría haber sido el autor de Hechos puesto que, de ser así, Pablo lo hubiera asociado consigo en el saludo que dirige a los filipenses en su carta a ellos. Y es todo lo contrario. No se halla mención alguna de Lucas en ese texto. Sin embargo, sí se menciona en el saludo a Timoteo como compañero de Pablo. Este es un argumento negativo e igualmente insostenible. Los varones apostólicos de esos días no buscaban ni otorgaban reconocimientos por sus trabajos. San Pablo, por ejemplo, escribió desde Roma sin mencionar a Pedro ni una sola vez. No había entre aquellos hombres luchas por los mejores sitios o por la fama. Pudo haber pasado que, aunque Lucas estuviera junto a San Pablo en Filipo, Timoteo era más conocido en esa iglesia. O que, al momento de escribir la carta, Lucas no estaba ahí físicamente. Los racionalistas argumentan que hay un error en el discurso de Gamaliel (Hech 5, 36). Gamaliel se refiere a la insurrección de Teudas como a un asunto que tuvo lugar antes de los días de los apóstoles, mientras que Josefo (Antigüedades Judaicas XX, V,1) ubica la rebelión de Teudas bajo el gobierno de Cayo Cuspio Fado (Procurador de Judea del 44 al 46 d.C., N.T.), 14 años después del discurso de Gamaliel. Como frecuentemente ocurre, aquí también sucede que los adversarios de las Sagradas Escrituras presuponen que quienquiera que esté en desacuerdo con ellas debe tener razón. Quien haya examinado a Josefo se habrá impresionado por su falta de precisión y descuido. Él escribió mayormente de memoria y con frecuencia se contradice a si mismo. En el caso que nos ocupa, algunos piensan que él confundió la insurrección de Teudas con la de un cierto Matías, del que habla en Antigüedades XVII, VI, 4. Theodas es una contracción de Theodoros, y tiene idéntica significación que el nombre hebreo Mathias, pues ambos quieren decir “Don de Dios”. Tal es la opinión de Corluy en Vigouroux, “Dictionnaire de la Bible”. Se puede correctamente decir en contra de esa opinión que Gamaliel claramente afirma que el autor de esa insurrección no actuó por motivos rectos. Es más, afirma que era un hombre sedicioso que engañó a sus seguidores, “que pretendía ser alguien”. Pero Josefo describe a Matías como un intérprete bastante elocuente de la ley judía, querido por el pueblo, y cuyas conferencias eran escuchadas por los amantes de la virtud. Añade que incitaba a los jóvenes a derribar el águila dorada que había sido erigida por el impío Herodes en el Templo de Dios. Nadie puede dudar que tales actos sean agradables a Dios; no así los de un impostor. El argumento de Gamaliel se basa en el hecho de que Teudas afirmaba ser alguien que no era en realidad. El carácter de Teudas, según lo describe Josefo, XX, V,1, es conforme al descrito respecto al Teudas de los Hechos. Si no fuera por la discrepancia de fechas, ambos testimonios estarían en total concordancia. Parece más probable, por tanto, que ambos escritores hablen del mismo personaje y que Josefo haya erróneamente ubicado su época con 30 años de retraso. Aunque también es posible que haya habido dos Teudas de igual temperamento: uno en los días de Herodes el Grande, a quien Josefo no nombra, pero que sí es aludido por Gamaliel, y otro, cuya insurrección sí es mencionada por Josefo, en los días de Cuspio Fado, el procurador de Judea. Debe haber habido muchas personas con carácter semejante en tiempos de Herodes el Grande, pues Josefo, al hablar de esa época, dice: “en ese tiempo hubo como 10,000 diversos desórdenes en Judea que fueron como tumultos” (Antigüedades, XVII, X, 4).

Se dice que las tres narraciones de la conversión de San Pablo (Hech 9, 7; 22, 9; 26, 14) no concuerdan entre si. En Hech 9, 7 el autor afirma que “los hombres que iban con él se habían detenido (según la versión española de la Biblia de Jerusalén; el original inglés de este artículo dice “de pie”, N.T.) mudos de espanto, pues oían la voz, pero no veían a nadie”. En 22, 9 Pablo dice: “Los que estaban vieron la luz pero no oyeron la voz del que me hablaba”. Y en 26, 14 Pablo afirma que todos cayeron a tierra, lo que parece contradecir la primera afirmación, de que “se habían detenido (Cfr. nota anterior del traductor) mudos de espanto”. Se trata aquí de un problema de detalle circunstancial, de poca trascendencia. Hay muchas soluciones a ese problema. Apoyados en otros precedentes, podemos afirmar que en varias narraciones del mismo evento la inspiración no exige una concordancia total en los detalles puramente extrínsecos, que para nada afectan la substancia de la narración. En la Biblia, cuando el mismo acontecimiento es narrado repetidas veces por el mismo autor, o por varios autores, siempre existe una ligera diferencia, lo cual es de esperarse en personas que escriben de memoria. La inspiración divina cubre la substancia de la narrativa. Para aquellos que insisten en que la inspiración divina se debe extender hasta los detalles existen varias respuestas. Pape y otros dan al eistekeisan el sentido de un enfático einai, que puede ser traducido: ”Los hombres que viajaban conmigo se quedaron sin habla”, en concordancia con 26, 14. Aún más, los tres relatos pueden ser vistos como coincidentes si suponemos que todos ellos contemplan el mismo incidente en diferentes momentos de su realización. Todos vieron una gran luz; todos oyeron un sonido celestial. Caen rostro en tierra llenos de miedo. Enseguida se levantan, se quedan quietos, sin poder pronunciar palabra alguna, mientras Pablo conversa con Jesús, cuya voz sólo es escuchada por él. Acerca de Hech 9, 7 debemos aceptar los comentarios marginales de la Edición Revisada de Oxford: “al escuchar el sonido”. El griego dice akoyontes tes phones. Cuando el autor menciona la voz articulada de Cristo, la que sólo Pablo escuchó, utiliza la frase ekousan phonen. De ese modo, el mismo término, phone, gracias a una construcción gramatical distinta, puede significar el sonido vago que todos escucharon o la voz articulada que únicamente Pablo oyó.

Se argumenta también que Hechos 16, 6 y 18, 23 representan a Pablo como meramente de paso por Galacia, mientras que la Epístola a los Gálatas evidencia que Pablo permaneció por largo tiempo en ese lugar. Cornely y otros responden a eso diciendo que se puede suponer que Pablo emplea el nombre Galatia en el sentido administrativo, como provincia, que abarcaba a Galacia propiamente dicha, Licaonia, Pisidia, Isauria y gran parte de Frigia, mientras que Lucas emplea el término para referirse a la localidad urbana de Galacia. Pero tampoco tenemos que limitarnos a esta explicación. Lucas frecuentemente condensa los eventos en su narración de Hechos. Únicamente dedica un versículo a describir el cuarto viaje de Pablo a Jerusalén; resume en unas cuantas líneas la narración de los dos años de prisión de Pablo en Cesárea. Puede haber también juzgado apropiado para su objetivo el reducir a una frase el ministerio de Pablo en Galacia.

Fecha de composición

En lo que toca a la fecha del libro de los Hechos solamente podemos asignarle una fecha tentativa a la finalización del escrito. Todo mundo sabe que Hechos termina abruptamente. El autor sólo dedica dos versículos a los dos años que Pablo pasó en Roma. Durante esos dos años, en cierto sentido, no pasó gran cosa. Pablo vivió tranquilamente en Roma y predicó el Reino de Dios a quienes se acercaban a él. Parece probable que Lucas compusiera el libro de los Hechos en ese período y que terminara súbitamente al fin de esos dos años, quizás a causa de alguna vicisitud inesperada y no descrita que lo alejó de su redacción. La fecha de su terminación, por tanto, depende de la fecha de la cautividad de Pablo en Roma. Los estudiosos concuerdan en ubicar la llegada de Pablo a Roma en el año 62, de modo que la fecha más probable de la terminación de Hechos sería el año 64.

Textos de los Hechos

En los códices greco-latinos D y E de Hechos encontramos un texto que varía substancialmente de los demás códices y del texto recibido. Este texto es llamado delta por Sanday y Headlam (Romanos, p. 21); beta, por Blass (Acta Apostolorum, p. 24). El famoso Códice Latino, ahora en Estocolmo, llamado Codex Gigas por su tamaño, también representa ese texto principalmente. El Dr. Bornemann (Acta Apostolorum) intentó probar que dicho texto era original de Lucas, pero su teoría no ha sido aceptada. El Dr. Blass (Acta Apostolorum, p. 7) se propuso probar que Lucas inició escribiendo un borrador de hechos y que es lo que está conservado en los códices D y E. Posteriormente Lucas revisó el borrador y se lo envió a Teófilo. El Dr. Blass supone que esa copia revisada es lo que constituye el original del texto recibido. Belser, Nestle, Zoeckler y otros han aceptado tal teoría. Pero muchos otros la han rechazado. Parece mucho más probable que D y E contengan un resumen, al que los copistas han añadido, parafraseado y cambiado el texto original, siguiendo las tendencias que prevalecían en la segunda mitad del siglo segundo de la era cristiana.

La Comisión Bíblica

En junio 12 de 1913 la Comisión Bíblica publicó las siguientes respuestas a varios cuestionamientos sobre los Hechos: El autor de los Hechos de los Apóstoles el evangelista Lucas, tal como queda claro por la tradición, la evidencia interna del texto mismo de los Hechos y en su relación con el tercer evangelio (Lc 1, 1-4; Hech 1, 1-2). La unidad de su autoría queda probada críticamente por su lenguaje, estilo y plan narrativo, y por la unidad de objetivo y doctrina. La substitución original de la primera persona de plural por la tercera, lejos de debilitar la unión de composición y autenticidad, la afirma más. La relación entre Lucas y los principales fundadores de la Iglesia en Palestina, y con Pablo, el Apóstol de los Gentiles; su dedicación y diligencia como testigo ocular y al examinar a otros testigos; la notable congruencia entre los Hechos de los Apóstoles y las epístolas de San Pablo y con los más genuinos documentos históricos, todo indica que Lucas tenía a la mano las fuentes más fidedignas y que las usó de tal modo que hizo de su escrito uno de gran autoridad histórica. Esa autoridad no queda disminuida por las dificultades presentadas en contra de los hechos sobrenaturales que él describe, ni por su manera de condensar los sucesos, ni por las diferencias aparentes con la historia bíblica o profana, ni por las aparentes inconsistencias con sus propios escritos o con otras obras escriturísticas.

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Fuente: Breen, A.E. “Acts of the Apostles.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/01117a.htm

Traducido por Javier Algara Cossío

Fuente: Enciclopedia Católica