JOSUE

Derrota a los amalecitas, Exo 17:8-13; permanece en el tabernáculo, Exo 33:11; enviado con los espías, Num 14:6-9; escogido como sucesor de Moisés, Num 27:18-23; Deu 3:28; investido por Moisés, Dt: 3


Josué (heb. Yehôshûa, “Yahweh es [su] liberación [ayuda; salva]”, “Yahweh es salvación” o “el Salvador”; aram. Yeshûâ; gr. I’sóus). El nombre aparece en un antiguo sello hebreo y también en un osario (receptáculo de huesos) descubiertos en Palestina, que datan del tiempo de Cristo o un poco después. 1. Hijo de Nun, de la tribu de Efraí­n (Num 13:8, 16). Con excepción de Jocabed, la madre de Moisés, Josué es el 1er personaje del AT que lleva un nombre compuesto con el de Yahweh. Fue el comandante militar de Moisés durante la peregrinación por el desierto, y se lo menciona por 1ª vez en conexión con la victoria sobre los amalecitas unos pocos dí­as antes de llegar al monte Sinaí­ (Exo 17:8-16). Como asistente o “servidor” de Moisés, lo acompañó en el ascenso al monte Sinaí­ (24:13). En Cades-barnea, 2 años después del éxodo, Josué representó a la tribu de Efraí­n en la expedición enviada para espiar la tierra prometida. Junto con Caleb, al regreso dieron un informe favorable (Num 13:8; 14:6-9; cf 14:7) y se les otorgó el privilegio de entrar en Canaán 38 años más tarde (14:30-38). Poco antes de su muerte, Moisés consagró públicamente a Josué como su sucesor (Num 27:18-23; Deu 1:38; 31:23). Cuando Moisés murió, Josué comenzó de inmediato los preparativos para entrar en Canaán (Jos 1:10, 11). Envió 2 espí­as para obtener un informe de la situación en Jericó (2:1), y cuando los preparativos estuvieron terminados dirigió al pueblo en el cruce del Jordán (Jos 4:10-19). Después de la captura de Jericó y de Hai, enfrentó y derrotó una coalición de reyes cananeos en Gabaa, cerca de Jerusalén, y otra en Hazor en la parte norte del paí­s (cps 6-11). Luego de esas conquistas preliminares (cf Act 7:45), se puso a la tarea de dividir la tierra de Canaán entre las tribus (cps 13-21), y su herencia, por pedido de él mismo, fue Timnat-sera en el monte de Efraí­n (19:50). A la edad de 110 años reunió a todo Israel, les aconsejó ser fieles a Dios (24:1-28; cf Heb 4:8) y murió (vs 29, 30). Véanse Jesús; Oseas. 2. Dueño de un campo en Bet-semes al que las vacas llevaron el arca al volver de Filistea (1Sa 6:14). 3. Gobernador de Jerusalén durante el reinado del rey Josí­as (2Ki 23:8). 4. Puerta de la ciudad de Jerusalén donde se erigieron los altares paganos que Josí­as destruyó (2Ki 23:8). 5. Sumo sacerdote bajo Zorobabel, después del regreso de la cautividad babilónica (Hab 1:12-14; 2:24; Zec 3:1-9). 6. Descendiente de Judá cuyo nombre aparece en la genealogí­a de Jesucristo que registra Lucas (Luk 3:29). Josué, Libro de. Informe de la conquista y del establecimiento del pueblo hebreo en la tierra de Canaán bajo la conducción de Josué. En las Escrituras hebreas, Josué es el 1er libro de la sección titulada los Profetas Anteriores -que es la 2ª división del AT llamada “Profetas”- seguido por Jueces, Samuel y Reyes. I. Autor. Los comentadores y crí­ticos están divididos acerca de si el tí­tulo del libro designa a su autor o sencillamente al personaje principal de la narración. Los crí­ticos insisten en que el libro es una obra mixta de varios autores, compilados más tarde por un editor. Sin embargo, la obvia unidad interna hace que esta 666 conjetura no tenga mayor fundamento. El argumento de que la repetida aparición de la expresión “hasta hoy” (Jos 5:9; etc.) necesariamente indica un tiempo de escritura muy posterior a los hechos registrados en el libro, queda desvirtuada por el contexto del cp 6:25. El uso de los nombres de lugares que no fueron usados hasta más tarde (cf Jos 19:27 con 1Ki 9:13; Jos 15:38 con 2Ki 14:7; etc.) se puede atribuir al hecho de que copistas posteriores sustituyeron los nombres corrientes en sus dí­as para beneficio de los lectores que no conocí­an los nombres antiguos que habí­an llegado a ser obsoletos. Generalmente hay acuerdo en que el informe de la muerte de Josué (24:29-33) fue escrito por otra persona. El Talmud lo atribuye a Eleazar, el hijo de Aarón; Finees añadió el v 33 (Baba Bathra 15a, 15b). Hasta los tiempos modernos, judí­os y cristianos por igual han reconocido a Josué como el autor (Baba Bathra 14b). El libro de Josué retoma la narración de la historia hebrea donde la dejó Deuteronomio. Esta í­ntima relación con el Pentateuco ha llevado a la práctica común de considerar a Josué como una unidad con él, y a los 6 libros se los ha llamado Hexateuco (véase CBA 2:173-178). II. Ambientación. El libro comienza con la entrada de Israel en la tierra prometida, c 1405 a.C. Josué condujo con éxito a los israelitas en la conquista de Canaán o, más bien, las porciones de ella que eran suficientes para hacer posible una distribución de su herencia a cada tribu, de modo que todos pudieran encontrar un lugar permanente de habitación. La tierra estaba gobernada por numerosos pequeños reinos. En 2 ó 3 ocasiones diversos reyes cananeos unieron sus ejércitos para detener el progreso de los hebreos, pero cada vez Dios dio a su pueblo una victoria sobre sus enemigos. Este perí­odo de conquista ocupó unos 6 ó 7 años (Jos 14:7-11; cf Deu 2:14), y para el fin de ese tiempo la ocupación básica del territorio se consideraba completa (Jos 11:23; 14:5). Esto no significa que cada porción de la tierra estuviera bajo control israelita, sino que se habí­a dominado una superficie suficientemente grande para las necesidades corrientes de las tribus. Véase Cronologí­a (III). III. Bosquejo. El libro se puede dividir en 3 partes: 1. Conquista de Canaán (Jos 1:1-12:24). 2. División de la tierra (13:1-22:34). 3. Discurso de despedida de Josué (23:1-24:33). IV. Contenido. El cruce del Jordán, incluyendo los preparativos para el gran acontecimiento, ocupa los primeros 4 capí­tulos. Los cps 5 y 6 tratan de la caí­da de Jericó. Los preparativos incluyeron la circuncisión de los varones y la celebración de la Pascua (ninguna de las 2 cosas se habí­an observado desde la salida de Sinaí­; véase 5:2-10). Los cps 7 y 8 registran la derrota preliminar en Hai, el pecado de Acán y la posterior conquista de la ciudad. Los cps 9 y 10 hablan del tratado con los gabaonitas, de la confederación cananea contra éstos por causa de su alianza con los hebreos, y de la dramática victoria de Josué sobre ellos, dejando a Israel con el control efectivo de la región montañosa central. Una expedición militar que puso a la mayor parte del sur bajo el dominio hebreo se registra en el cp 10:28-43. La coalición de los reyes del norte de Canaán y la conquista del territorio del norte están relatadas en el cp 11:1-15. Otras hazañas militares llenan el cp 12. Habiendo completado la conquista preliminar de la tierra, Josué asigna los territorios a las tribus (Jos_13-19), y separa algunas ciudades como refugio (cp 20) y otras para los levitas (cp 21). El cp 22 describe el regreso de los ejércitos de las 2 1/2 tribus a sus hogares en Transjordania y el malentendido que surgió entre ellos y sus hermanos del oeste, que fue resuelto amigablemente. El libro se cierra con el discurso de despedida de Josué a Israel, la renovación del pacto del pueblo con Yahweh y un informe de la muerte de Josué (cps 23 y 24 ).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hebreo Yehôshuah, Yahvéh es salvación. Nombre de varón y de un libro del A. T. 1. Hijo de Nun, de la tribu de Efraí­m, desde muy joven fue el ayudante de Moisés, quien le cambió su nombre de Hosea, que significa liberación, por el de J., Ex 33, 11; Nm 11, 28; 13, 8 y 16. En la travesí­a por el desierto, Amalec atacó a Israel, en Refidí­n, y Moisés le encomendó a J. la escogencia de los hombres y combatirlo, Ex 17, 8-16. J. subió con Moisés al monte Sinaí­, donde Dios entregó las tablas de la Ley, Ex 24, 13; 32, 17; Nm 11, 28. Josué formó parte del grupo de hombres, uno por cada tribu, enviado por Moisés, desde el desierto de Parán, a explorar la tierra de Canaán. Vueltos de la exploración, todos desacreditaron esa tierra, y el pueblo se rebeló, excepto Caleb, de Judá, y J., de Efraí­m, quienes por mantenerse fieles a Yahvéh recibieron la promesa de entrar en la Tierra Prometida, la que los demás no verí­an, Nm 13, 16; 14. Cuando se llevó a cabo el segundo censo de los israelitas, en las estepas de Moab, cerca del rí­o Jordán, frente a Jericó, antes de entrar en la Tierra Prometida, de los hombres que se contaron en el primer censo en el desierto del Sinaí­, sólo sobrevivieron J. y Caleb, según habí­a dicho Yahvéh, Nm 26, 63-65.

Yahvéh entonces, le mandó a Moisés subir al monte Abarí­n para ver la Tierra Prometida, ya que no podí­a entrar en ella, por la rebelión en el desierto de Sin, después de lo cual morirí­a. Por esto Moisés, según lo mandó Yahvéh, debió imponerle las manos a J. y nombrarlo su sucesor en la conducción del pueblo de Israel para la conquista de la Tierra Prometida, Nm 27, 12-23; Dt 34, 9. J. también fue escogido para repartir a los israelitas, junto con el sacerdote Eleazar y un representante por cada tribu, la tierra de Canaán, Nm 34, 17-18.

En cuanto al libro de J. comprende unos veinticinco años, desde la muerte de Moisés hasta la de J., describe la entrada y conquista de la tierra de Canán y su distribución entre las tribus, bajo el mando de J., con las siguientes partes y temas: Preparativos para conquista de Canaán. J. recibe la orden de Dios de entrar en el paí­s de Canaán, y comunica al pueblo que se debe cruzar el rí­o Jordán; da al pueblo las instrucciones necesarias y todos juran fidelidad a la Ley; J. enví­a espí­as a Jericó, 1; 2.

Paso del Jordán tras la separación milagrosa de las aguas; erección de las doce piedras conmemorativas en Guilgal, lugar de la primera reunión del pueblo, tras haber pasado el Jordán; primera circuncisión de los hebreos en Guilgal, desde la salida de Egipto; celebración de la Pascua, 3; 4; 5.

Conquista de Jericó y destrucción de la ciudad de Ay; sacrificio y lectura de la Ley sobre el monte Ebal, 6; 7; 8.

Tratado entre Israel y los gabaonitas 9.

Victoria sobre los cinco reyes amorreos en la batalla de Gabaón y conquista del sur de Palestina, 10.

Victoria sobre los reyes del Norte en la batalla de las aguas de Merom 11.

Distribución de la tierra a las tribus 13 a 21.

Últimas disposiciones de J. y gran Asamblea de Siquem. J. da a los israelitas sus últimas recomendaciones, y en la asamblea de Siquem, donde se juntan todas las tribus, se les hace un recuento de toda la historia, desde Abraham hasta la conquista de Canaán, y se renueva la Alianza, el pueblo reconoce la realización de las promesas hechas por Dios a sus padres y promete fidelidad a Yahvéh y a la Ley, 22; 23; 24. J. murió de ciento diez años de edad, y fue sepultado en el término de su heredad, en Timnat Séraj, en la montaña de Efraí­m, al norte del monte Gaás. 2. J. de Bet Semes, quien tení­a un campo donde estuvo el Arca, devuelta por los filisteos, camino de Israel, y donde se ofrecieron holocaustos a Yahvéh, 1 S 6, 13-15. 3. Gobernador de Jerusalén, en época de Josí­as, rey de Judá, 640-609 a.C., cuando éste llevó a cabo la reforma religiosa en Judá, 2 R 23, 8. 4. Sacerdote, hijo de Yosadaq, colaboró en la reanudación del culto, tras la vuelta del destierro en Babilonia, ayudando en la reconstrucción del altar, Esd 3, 1-13.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Un hijo de Nun, descendiente de Efraí­n (1Ch 7:22-27).

Aunque nació bajo la esclavitud egipcia cerca de 1.500 a. de J.C., fue llamado Oseas, salvación (Num 13:8; Deu 32:44). Dos meses después del éxodo de Israel, fue nombrado como ayudante de Moisés y salió victorioso en un ataque de los amalequitas (Deu 17:9). Moisés le cambió el nombre de Oseas a Josué, yehoshua†™, Jehovah es salvación (Num 13:16; 1Ch 7:27). Otras variaciones del nombre se encuentran en Neh 8:17 y también en gr., Jesús (Iesous, Act 7:45; Heb 4:8; comparar Mat 1:21). Josué asistió a Moisés en Sinaí­ (Exo 24:13; Exo 32:17) y cuidaba su tienda (Exo 33:11) y posición (Num 11:28). Luego, como representante de Efraí­n exploró la tierra de Canaán. Josué se opuso al informe de la mayorí­a de los espí­as insistiendo que, si Israel era fiel a Dios, podrí­a conquistar Canaán. Casi lo apedrearon por su confianza en Dios (Num 14:7-10). Por haber seguido a Jehovah con integridad (Num 32:12), no solamente escapó a la destrucción sino que recibió, junto con Caleb, una certeza única de entrar a la Tierra Prometida (Num 14:30; Num 26:65).

Como 40 años más tarde, Dios designó a Josué como sucesor de Moisés (Num 27:18). Después de la muerte de Moisés, las actividades de Josué incluyen hacer preparativos de guerra (Jos 1:10-18), mandar espí­as a Jericó (Jos 2:1, Jos 2:23-24) y mandar a Israel a cruzar el Jordán (Jos 3:1). La aparición del Jefe del Ejército de Jehovah (Jos 5:13-15) fue confirmación visible del llamado divino de Josué. De modo que Josué dirigió el asedio mandado por Dios (Jos 6:2-6). El destruyó Jericó (Jos 6:17), pronunció una maldición sobre la reconstrucción de la ciudad (Jos 6:26; 1Ki 16:34) y obtuvo una extensa fama (Jos 6:27).

Realmente fue el Señor quien le dio las victorias a Israel. En un perí­odo de seis años (Jos 14:10), Josué tomó toda la tierra (Jos 11:15, Jos 11:23).

Moisés habí­a anticipado tomar posesión poco a poco (Exo 23:28-30).

Dios habí­a dejado en Canaán muchas naciones, si bién subyugadas todaví­a poderosas para probar a su pueblo (Jos 13:2-6; Jdg 2:21—Jdg 3:4); de modo que Josué no pudo obtener el reposo final de Israel (Heb 4:8). Debido a su avanzada edad, Josué dividió Canaán entre las tribus (Jos 13:6-7; Jos 14:1; Jos 19:51).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Yahweh es salvación).

Sus derivaciones son “Jesús” y “Jesua”. Ayudante de Moisés, que le sucedió en el mando: (Deut.31, Jos.l). Entró, conquistó y se apoderó de Canaán: (Libro de Josué).

Es “tipo” del caudillaje de Cristo, con la gran diferencia que Jesús nos mete en la tierra prometida, y nos da “descanso”, Heb 4:8.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

El lí­der del pueblo de Israel a quien Dios usó para dirigir el inicio de la conquista de la tierra de Canaán. Era efraimita, hijo de Nun. Fue †œayudante de Moisés, uno de sus jóvenes† (Num 11:28). Luego fue su sucesor. Originalmente su nombre era †¢Oseas (Salvado, Salvación), pero Moisés se lo cambió a J. (Yehoshua, el Señor es salvación. Equivalente al castellano †œJesús†) (Num 13:16).

J. fue escogido para dirigir la pelea contra †¢Amalec en †¢Refidim, que terminó con una victoria (Exo 17:8-15). Cuando Moisés partí­a para subir al monte Sinaí­, J. le acompañaba (Exo 24:13). Y cuando descendí­an de allí­, J. escuchó los gritos en el campamento, y creyó que se trataba de alguna pelea, pero Moisés le corrigió, diciéndole: †œ… voz de cantar oigo yo† (Num 32:17-18). Más tarde, cuando Moisés volvió a subir al monte, J. †œnunca se apartaba de en medio del tabernáculo† (Exo 33:11). El celo de J. se manifestó en su deseo de impedir que †¢Eldad y †¢Medad profetizaran, porque lo hací­an en el campamento y no en el †¢tabernáculo (Num 11:28).
entre el grupo enviado a reconocer la tierra, J. y Caleb fueron los únicos que animaron al pueblo a entrar (Num 13:1-33; Num 14:6-10). Como el pueblo fue incrédulo, la sentencia de Dios fue que todos perecerí­an en el desierto y que los únicos de esa generación que entrarí­an en Canaán serí­an J. y Caleb (Num 14:30). Cuando Dios decidió que habí­a llegado la hora para la muerte de Moisés, le dio órdenes a éste para que invistiera a J. como su sucesor (Num 27:18-23). Moisés dijo a J.: †œEsfuérzate y aní­mate†, y le prometió que Dios harí­a entrar a los israelitas en la tierra para heredarla (Deu 31:7-9). Para ese fin Dios le llenó de †œespí­ritu de sabidurí­a† (Deu 34:9).

J. despachó espí­as para explorar la tierra, los cuales llegaron hasta Jericó y regresaron con la noticia de que los pueblos estaban llenos de miedo por la llegada de los israelitas. Siguiendo las instrucciones divinas, J. guió al pueblo y cruzó el Jordán, comenzando entonces la conquista de Canaán. Puede notarse una inteligente planificación del proceso, pues J. dirigió su primera campaña a conseguir un asentamiento en el centro de Canaán. Después, dirigió su atención hacia el S y el N de la tierra.
el inicio fue auspicioso, con la victoria sobre †¢Jericó, luego hubo problemas porque fueron derrotados al atacar a †¢Hai. La causa fue la prevaricación de †¢Acán. Pero se hizo el juicio correspondiente, y Hai también fue tomada. Después continuó una serie de luchas en las cuales los israelitas, guiados por J., fueron tomando las principales ciudades de Canaán. Una vez logrado esto, J. realizó la distribución de la tierra (†œPor suerte … les dio su heredad† [Jos 14:2]). Cada tribu recibió su heredad, se designaron las ciudades en las cuales habrí­an de habitar los levitas y las ciudades de refugio.

†œJ., siendo ya viejo y avanzado en años† (Jos 23:1), se despidió del pueblo con un discurso en el cual les animaba a servir a Dios (†œAhora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad† [Jos 24:14]). Murió a la edad de ciento diez años, y fue enterrado †œen su heredad en Timnat-sera, que está en el monte Efraí­n, al norte del monte de Gaas† (Jos 24:30).
de los eventos relacionados con su vida se mencionan en el NT (Heb 11:30-31). Esteban hace referencia a J. en su discurso (Hch 7:45). El autor de Hebreos también lo menciona (†œPorque si J. les hubiera dado el reposo, no hablarí­a después de otro dí­a† [Heb 4:8]).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG SACE HOMB HOAT

ver, CANAíN, ARCA DEL PACTO, JESÚA

vet, (Heb. “Y’hõshû’a”: “Jehová es salvación”.) (a) Colaborador y sucesor de Moisés; su nombre era al principio Oseas, salvación (Nm. 13:8, 16). Era descendiente de Efraí­n e hijo de Nun (Nm. 13:8, 16). Condujo a los israelitas a la victoria sobre Amalec en Refidim (Ex. 17:8-16). Estuvo con Moisés en el Sinaí­, mientras que al pie del monte el pueblo se hací­a el becerro de oro. Josué tomó los gritos de orgí­a en el campamento por clamor de lucha (Ex. 24:13; 32:17, 18). Fue encargado del cuidado del primer tabernáculo de reunión (Ex. 33:11). A los 40 años de edad, Josué, como representante de Efraí­n, fue señalado con otros once israelitas para que fuera a espiar los puntos débiles de Canaán. Josué y Caleb se esforzaron en persuadir al pueblo que habí­a que avanzar y apoderarse del paí­s, fiados en Dios (Jos. 14:7; Nm. 13:8; 14:6-9). A causa de su actitud, sus oyentes casi los apedrearon (Nm. 14:10). Dios los recompensó por su lealtad y fe, prolongando sus vidas, y permitiéndoles la entrada en la Tierra Prometida (Nm. 14:20-28). Al final de los cuarenta años en el desierto, Moisés, por orden de Dios, puso a Josué ante el sumo sacerdote y delante de toda la asamblea, en Sitim, para conferirle públicamente la sucesión (Nm. 27:18-23; Dt. 1:38). Justo antes de la muerte de Moisés, los dos hombres entraron en el tabernáculo, a fin de que Josué fuera consagrado por el Señor mismo al puesto de caudillo del pueblo (Dt. 31:14, 23). Inmediatamente después, Josué empezó los preparativos para pasar el Jordán. El pueblo tení­a tres dí­as para reunir las provisiones (Jos. 1:10-11). Josué recordó a las dos tribus y media ya establecidas al este del Jordán que tení­an que apoyar a sus hermanos en la empresa militar (Jos. 1:12-18), y envió a espí­as a explorar Jericó (Jos. 2:1). El campamento fue instalado a la orilla del Jordán, y el pueblo recibió una orden de marcha minuciosamente preparada (Jos. 3:1-6). El plan militar que Josué preparó para la conquista de Canaán demuestra sus capacidades militares. Entre sus previsiones se hallaban: un campamento central con una ventajosa situación; la toma de las ciudades en las cercaní­as del campamento; grandes ofensivas que deberí­an seguir de inmediato a estas victorias. Pero Josué cometió el error de hacer un pacto con los gabaonitas y de no dejar una guarnición en la ciudad de los jebuseos después de su conquista. Estos dos fallos contribuyeron decisivamente al aislamiento de Judá de las tribus del norte (Jos. 9). Siguiendo las órdenes de Moisés, Josué condujo al pueblo sobre los montes Ebal y Gerizim para que oyeran las bendiciones y las maldiciones (Jos. 8:30-35). Las expediciones militares de Josué quebrantaron el poder de los cananeos, pero no llegaron a exterminarlos (véase CANAíN, La tierra y su conquista). A pesar de la perspectiva de nuevas campañas, habí­a llegado el momento de establecerse en el paí­s. Ayudado por el sumo sacerdote y por una comisión, Josué presidió el reparto de las tierras conquistadas. La distribución comenzó durante la estancia del campamento en Gilgal (Jos. 14:6-17:18). Josué acabó esta obra, creó ciudades de refugio, dio ciudades a los levitas, y dispuso que el Arca del Pacto se quedara en Silo (Jos. 18-21). Obtuvo para sí­ mismo la ciudad de Timnat-sera en el monte de Efraí­n (Jos. 19:50). Cuando ya era muy anciano, Josué convocó la asamblea en Siquem, el lugar donde Abraham, entrado en Canaán, habí­a erigido el primer altar a Jehová; allí­ era donde las tribus iban a invocar sobre sí­ mismas las bendiciones y las maldiciones de Jehová. Josué pronunció un enérgico discurso, exhortando al pueblo a no abandonar a Jehová (Jos. 24:1-28). Murió poco después, a la edad de 110 años. Fue sepultado en el lugar que habí­a elegido, en Timnat-sera (Jos. 24:29, 30). (b) Morador de Bet-semes, propietario del campo adonde llegó el arca en un carro tirado por vacas, que los filisteos habí­an enviado (1 S. 6:14) (Véase ARCA DEL PACTO). (c) Gobernador de Jerusalén bajo el reinado de Josí­as (2 R. 23:8) (d) El sumo sacerdote hijo de Josadac que volvió a Babilonia con Zorobabel (Esd. 2:2; Neh. 7:7). Erigió el altar de los holocaustos, alentó a los artesanos y a la asamblea del pueblo a reconstruir el Templo (Esd. 3:2-9; Hag. 1:1,12, 14; 2:2-4). Es llamado Jesúa en Esdras y Nehemí­as. Como sumo sacerdote, representaba ante Dios a los deportados retornados del exilio, y recibió la seguridad del socorro divino (Zac. 3:1-9; 6:11-13). Su nombre, su obra de restauración del Templo y las dos profecí­as de Zacarí­as acerca de él le hacen un tipo de Cristo (véase JESÚA).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[012]

El gran caudillo e Israel que introdujo por orden de Dios al pueblo en la tierra prometida después de la muerte de Moisés. Sus hazañas y guerra están en el libro bí­blico que lleva su nombre.

Fue un libro muy considerado en la Historia, que le igualó en autoridad a los cinco atribuidos a Moisés (Pentateuco), por lo que diversos autores hablaron del Hexateuco.

Los biblistas consideran el libro muy antiguo, con fuentes del siglo X a. C., lo que le sitúa al par que los documentos que sirvieron para la elaboración del Pentateuco. Pero resaltan sus rasgos originales y de simple crónica guerrera.

Por eso el libro tiene cuatro partes muy bien ordenadas:

– Narración de la entrada (Caps. 1 a 6)

– Conquista de ciudades (Caps. 7 a 12)

– Distribución de la tierra (Caps. 13 a 23)

– Asamblea final y alianza. (Cap. 24)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> conquista, federación de tribus, guerra, sol). Personaje y libro del Antiguo Testamento. La historia deuteronomista (Pentateuco*) le ha presentado como el primer soldado israelita.

(1) Personaje. Debió de existir un personaje de ese nombre (Yoshua o Jesús), aunque el hecho de que el nombre signifique “Dios salva” puede ser un signo de que se trata de una figura creada para expresar la salvación de Dios, vinculada a la conquista de la tierra de Palestina. Sea como fuere, su fi gura ha sido recreada por la tradición teológica, que le presenta como el guerrero al que Dios mismo ha dado su poder, en una teofaní­a miliar básica para interpretar la historia israelita (Jos 5,13-15). Habí­a habido previamente guerreros y batallas, pero no habí­an sido aún decisivas: el pueblo de Israel no habí­a surgido a la existencia nacional por medio de una guerra, sino a través de la elección-bendición divina (patriarcas: Gn) y de la liberación del éxodo, con el pacto y el paso por el desierto (Ex, Lv, Nm, Dt). La guerra estrictamente dicha empezó con Josué, a quien Moisés impuso sus manos para que le sucediera como jefe militar, con la tarea de conquistar según Ley la tierra prometida (cf. Dt 34,9-10): “Y tras la muerte de Moisés, siervo de Yahvé, Yahvé habló a Josué, hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo: Moisés, mi siervo, ha muerto. Levántate pues y atraviesa ese Jordán, tú y todo este pueblo, hacia la tierra que yo doy a los hijos de Israel. Todo lugar sobre el que pise la planta de vuestros pies os lo doy, como dije a Moisés… Nadie resistirá ante ti todos los dí­as de tu vida… Cobra ánimo y sé fuerte, porque tú has de hacer que este pueblo tome en heredad la tierra que juré dar a sus padres. Solamente ten ánimo y esfuérzate mucho, actuando de acuerdo con toda la Ley que Moisés, mi siervo, te ordenó. No te apartes de ella ni a derecha ni a izquierda… No se aparte de tu boca este libro de la Ley, antes medita en ese libro dí­a y noche, para que procures obrar conforme a cuanto en él está escrito, pues entonces prosperarás en todas tus empresas y tendrás éxito…” (Jos 1,1-10). La Ley se vuelve así­ manual de guerra. Según ella, los israelitas no triunfan ni conquistan la tierra por su fuerza militar, ni a través de una estrategia bélica, sino como soldados de un Dios que les protege, haciéndoles triunfar sobre todos los enemigos. Partiendo de esa base, todo el libro de Josué viene a entenderse como crónica de una victoria anunciada y conseguida por el Dios de la Ley.

(2) Libro. Este Josué (Yoshua, Jesús = Dios salva) puede haber existido, pero el libro de su nombre borra (o deja en muy segundo plano) su recuerdo histórico, pues ha sido concebido y redactado por la escuela Deuteronomista, después del exilio (Exodo*), como manual utópico de conquista religiosa de la tierra. Es ciertamente un libro del pasado (cuenta cosas que nos sitúan en un tiempo antiguo). Pero, al mismo tiempo, puede interpretarse como libro del futuro: es modelo de aquello que se espera a la llegada de los tiempos mesiánicos, cuando se dividan de nuevo las aguas del Jordán y caigan las murallas de las ciudades enemigas al toque de las trompetas de Dios, como habrí­a sucedido en Jericó al principio. Más que un soldado autónomo, inmerso en la complejidad de la historia, Josué aparece como testigo de la protección militar de Dios. Por eso, a diferencia del libro de los Jueces, el libro de Josué es una especie de novela ejemplar donde los israelitas van experimentando la intervención de Dios que ha guiado y guí­a a su pueblo: los israelitas atraviesan litúrgicamente el Jordán, llevando en procesión el arca de la alianza (Jos 3), litúrgicamente conquistan Jericó, destruyendo sus murallas al toque de las trompetas (Jos 6). Dios ayuda y ayudará a los suyos en la medida en que ellos se mantengan fieles y cumplan los mandatos de la Ley, conforme a los principios de una guerra* santa, que tiene un sentido más teológico que histórico (cf. Jos 7-8).

Cf. G. Auzou, El Don de una Conquista: Estudio del libro de Josué, Fax, Madrid 1967; M. NAVARRO, Los libros de Josué, Jueces, Rut, Ciudad Nueva, Madrid 1995; G. PEREZ, Josué en la historia de la salvación, La Casa de la Biblia, Madrid 1972; J. L. SICRE, Josué, Verbo Divino, Estella 2002.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

El tí­tulo de este libro se debe a su protagonista Josué, hijo de Nun, de la tribu de Efraí­n: “y Moisés dio a Oseas (hOSua’, salva), hijo de Nun, el nombre de Josué (yehOSua’ Yahveh salva)” (Nm 13,8.16; cf. Jos í­949.50), un cambio de nombre que en la Biblia alude a una misión especial.

Ministro de Moisés, Josué sobrevive a la generación infiel del desierto. La investidura que recibe al morir el legislador se ve confirmada por la bajada sobre él de un “espí­ritu de sabidurí­a” (Dt 34,9). Una vez asumido el poder, conquista la tierra y se la asigna a las doce tribus. Son éstas las dos empresas que se narran en el libro, que por tanto puede dividirse fácilmente en dos partes: cc. 1-12: la conquista; cc. 13-24: el reparto de la tierra.

En la primera parte (cc. 1-12), después de los preparativos adecuados (c, 1) y del enví­o de unos exploradores a la ciudad de Jericó (c. 2), las doce tribus guiadas por Josué y precedidas por el arca atraviesan el Jordán, que se divide en dos partes para que pase el pueblo (c. 3); erigen doce piedras en el lecho del Jordán y acampan en Guilgal, cerca de Jericó (c. 4). Aquí­ Josué ordena circuncidar a todos los hombres que habí­an nacido durante la peregrinación en el desierto; celebra la pascua el 14 de Nisán; ordena comer -por primera vez desde el éxodo- la carne de los corderos y los panes ázimos, y el maná deja de caer del cielo (c. 5). Viene luego la conquista de Jericó (c. 6), un primer intento de apoderarse de Ay, que falló por el sacrilegio de Acán, que es lapidado (c. 7); a continuación Josué conquista la ciudad con una hábil estratagema y mata a sus doce mil habitantes. Tomadas estas dos plazas fuertes de la frontera de Canaán, Josué llega a Siquén, erige un altar en el monte Ebal y proclama la ley (c. 8). Después del truco de la alianza con los gabaonitas (c.9), Josué derrota a la liga de cinco reyes cananeos, gracias a la intervención de Yahveh, que hace llover piedras del cielo y detiene el sol; procede a continuación a la conquista de la zona del sur de Canaán (c. 10) y ataca luego a las ciudades cananeas del norte (c. 11). El c. 12 nos ofrece una lista de los 31 reyes vencidos en la campaña militar de Josué.

Una vez terminada la conquista, Josué, ya anciano, piensa en la distribución de las tierras, echándolas a suerte (cc. 13-21). A las dos tribus de Rubén y de Gad y a la mitad de Manasés les asigna la Transjordania (c. 13), Luego, al oeste del Jordán, coloca a Judá, con una atención especial a Caleb (cc. 1415). Efraí­n y la otra mitad de Manasés ocupan también la parte occidental del Jordán (cc. 16-17). En la gran asamblea de Siló, Josué asigna el restante territorio de la Cisjordania a las otras siete tribus: Benjamí­n, con la que se tiene también una consideración especial (c. 18); luego Simeón, Zabulón, Isacar, Aser, Neftalí­ y Dan (c. 19). Josué piensa además en asignar algunas ciudades-refugio (c. 20), así­ como 48 ciudades para los levitas dispersos por los territorios de las otras tribus. Una vez terminada la solemne ceremonia de la distribución de tierras, Rubén, Gad y la mitad de Manasés vuelven al otro lado del Jordán a tomar posesión de sus territorios (c. 22). En sus últimos años Josué reúne a los jefes de 1srael y les dirige su último mensaje (c.23). Finalmente, en Siquén, convoca a las tribus, empeña a su pueblo en un nuevo pacto de fidelidad con Yahveh, dicta nuevas leyes y erige una estela como testimonio pérenne. Muere a la edad de 110 años.

El cuadro descrito en el libro de Josué es fruto de una simplificación e idealización de los datos históricos, así­ como de una prolongación de la función del protagonista. El libro de los Jueces (,7, ) mostrará ya en el capí­tulo 1 que la conquista de la tierra no fue una empresa homogénea y lineal, realizada de común acuerdo entre las tribus. En efecto, la crí­tica literaria capta no pocas oscuridades, contradicciones, lagunas y duplicados. A la hipótesis documental, que une a Josué con el Pentateuco para formar el Hexateuco (7,), encontrando los mismos documentos en los dos conjuntos, Noth contrapone la tesis del Deuteronomista (7,) y de su obra histórica, que abarca Deuteronomio-2 Reyes. En este marco el libro recoge tradiciones orales y documentos J escritos de género, procedencia y épocas distintas. El conjunto más antiguo son los cc. 2- 1 1, con una serie de etiologí­as (especialmente en los capí­tulos 2-9) y episodios de guerra (10,1-15; 1 1, 1 -14), que tuvieron lugar en el territorio de Benjamí­n. Muy pronto, por el año 900 a.C. se recogieron estas tradiciones y documentos para ser incorporados más tarde a la gran obra histórica deuteronomista, con el añadido del c. 1 como introducción. En la base de los capí­tulos 12-21 hay documentos sobre posesiones tribales y listas de fronteras, que se remontan a la época monárquica y premonárquica, revisados en el momento de su inserción en la historia deuteronomista.

Y Gatti

Bibl.: G. Auzou, El don de una conquista, Estudio del libro de Josué, F AX, Madrid 1967; G. Pérez Rodrí­guez, Josué en la historia de salvación, Casa de la Biblia, Madrid 1972; J. Sanmartin Ascaso, Las guerras de Josué. Estudio de semiótica narrativa, Institución San Jerónimo, Valencia 1982.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. El hombre. II. El libro. III. Análisis del libro: 1. Preparación de la conquista: capí­tulos 1-2; 2. Penetración al otro lado del Jordán: capí­tulos 3-5; 3. La conquista de Jericó y de Ay: 6,1-8,27; 4. Desde el altar sobre el monte Ebal hasta la conquista de toda la tierra: 8,30-12,24; 5. Distribución de la tierra: capí­tulos 13-21; 6. Últimas disposiciones de Josué: capí­tulos 22-24. IV. Aspecto religioso del libro de Josué.

I. EL HOMBRE. Josué (en he-breo, Yehósua`: Yhwh es salvación) es el gran personaje bí­blico con el que está ligada la conquista hebrea de la tierra de Canaán y del que toma su nombre este libro (=Jos) que la narra. Parece ser que Josué, hijo de Nun, de la tribu de Efraí­n, antes de ser elegido por Moisés como su sucesor, se llamaba Hósea` (= liberación) (Núm 13:8.16; Deu 32:44), nombre que luego hizo teóforo probablemente el mismo Moisés. Josué se distinguió en la lucha contra Amalec (Exo 17:9-14); acompañó a Moisés al monte de la revelación (Exo 23:13; Exo 32:17); dirigió junto con Caleb la misión de exploración de la tierra de Canaán (Núm 14:6.38); tuvo un papel decisivo en la superación del desánimo que cundió entre el pueblo después de aquella exploración, y, finalmente, fue elegido por Dios como representante y luego sucesor de Moisés, por el cual fue investido en su nueva tarea mediante un rito especial y solemne (Núm 27:15-23). Recibió más tarde la seguridad de que entrarí­a en la tierra prometida (Deu 1:38), mientras que se vio excluida de ella toda la generación de la peregrinación por el desierto, con excepción de Caleb. Finalmente, fue testigo de los últimos instantes de la vida de Moisés, sucediéndole plenamente en la dirección del pueblo por las estepas de Moab, frente a Jericó: “Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espí­ritu de sabidurí­a, porque Moisés le habí­a impuesto las manos. A él obedecieron los israelitas, como lo habí­a ordenado Moisés” (Deu 34:9). Así­ pues, su misión habí­a sido largamente preparada por Dios al lado del gran legislador, cuyo espí­ritu habí­a heredado.

La prudencia, la voluntad, el tesón fueron las dotes naturales que más brillaron en la vida de Josué. Su nuevo oficio es presentado en la Biblia con acentos exquisitamente religiosos: “Moisés, mi siervo, ha muerto; ahora comienzas a actuar tú. Pasa el Jordán… Yo estaré contigo como estuve con Moisés; no te dejaré ni te abandonaré. Sé fuerte y ten ánimo, porque tú deberás dar a este pueblo la posesión de la tierra que a sus padres juré dar” (Jos 1:2-6). Josué murió a la edad de ciento diez años (como José), tras la epopeya de la conquista y de la división de la tierra prometida, y fue sepultado en Timná Séraj, en las colinas de Efraí­n, en el territorio que le habí­an asignado los hijos de Israel (Jos 24:29-30). La versión griega de los LXX añade aquí­ una observación curiosa: “Junto a él, en la tumba donde lo sepultaron, depositaron los cuchillos de sí­lex con que habí­a circuncidado a los israelitas en Guilgal…; todaví­a están allí­”. Un testimonio de la admiración que en la época posterior al destierro la tradición judí­a demostraba todaví­a por la persona y la obra de Josué es el largo pasaje que le dedica el Sirácida: “Josué, hijo de Nun, fue guerrero valiente, sucesor de Moisés en la misión profética; él fue -según su nombre- grande para la salvación de los elegidos de Dios, para tomar venganza de sus enemigos y dar posesión a Israel de su heredad. ¡Qué magní­fico era al elevar sus manos y al blandir su espada contra las ciudades!… ¿No se detuvo el sol al extender su mano, y un solo dí­a fue como dos? Invocó al altí­simo y poderoso al presionarle por todas partes sus enemigos, y el Señor, que es grande, lo escuchó, haciendo llover piedras de granizo de gran potencia…” (Sir 46:1-5).

Hasta aquí­ las noticias biográficas sacadas de la Biblia, pero de las cuales sólo es posible verificar el ambiente general, e incluso esto parcialmente, sin que se pueda esperar otra cosa. Todas las noticias encuentran un encuadramiento histórico general plausible, si se piensa -según la sentencia hoy más común- que el establecimiento en Palestina tuvo lugar por los años 1250-1225.

II. EL LIBRO. Desde el punto de vista literario, hasta hace pocos años (por el 1945) los crí­ticos preferí­an ver en Jos el libro sexto de un ideal “Hexateuco”: señalaban en él las mismas fuentes literarias del / Pentateuco (es decir, las fuentes yahvista, elohí­sta, sacerdotal, deuteronomista), movidos sobre todo por la idea de que Jos representaba el cumplimiento de la promesa tan destacada en los cinco libros anteriores. Además, parecí­a impensable que el Pentateuco terminase con la conquista de las regiones de Trasjordania, sin decir una sola palabra de la conquista, mucho más importante y significativa, de Cisjordania.

Pero en 1945 apareció un estudio de M. Noth que llamó la atención de todos los autores y los puso ante una perspectiva muy distinta: todos los que acostumbramos llamar “libros históricos” de la Biblia, y que en el canon hebreo son llamados más bien los “profetas anteriores”, son elementos individuales de una gran obra de recopilación, que en su redacción definitiva podemos considerar (desde el punto de vista literario) como una “obra historiográfica deuteronomista”; esta obra comienza en el libro de Jos y sigue hasta el segundo libro de los Reyes. La obra del deuteronomista es un trabajo de ordenación y de conservación de materiales diversos, a veces paralelos, a veces contradictorios, dispuestos según un plan dotado de una í­ndole orgánica sustancial aceptable.

Es inútil preguntarse si la obra que nos ocupa se debe a una sola persona; se trata del trabajo de una escuela, que actuó durante el perí­odo del destierro e inmediatamente después. Esta es, por tanto, la ubicación cronológica de Jos.

Desde el punto de vista de la autenticidad histórica, la cuestión consiste ante todo en ver si las diversas narraciones corresponden o no a la tradición que tení­a delante de sí­ el deuteronomista; en este sentido (de enorme interés para todos los autores) cada vez se acepta con mayor convicción que el deuteronomista no hizo opciones arbitrarias ni introdujo distorsiones de ningún tipo. Por otra parte, se trata de un material que un historiador tiene que manejar con atención y con mucho respeto, incluso en el aspecto histórico, evitando racionalizar a toda costa todo lo que el editor no quiso especificar ulteriormente o bien escribió inspirándose en su fe. Desde que se han perfeccionado los medios de la investigación exegética, tenemos la posibilidad de insertar la narración de la conquista en el cuadro topográfico, geográfico y polí­tico de la historia general, y esto es ya algo positivo. Sin embargo, no podemos llegar a determinar con precisión el tiempo, la sucesión y la fecha de cada uno de los sucesos.

Hay una cierta generalización seguida por los redactores; aunque no da motivo para negar cada uno de los sucesos, nos avisa de hasta qué punto el marco de conjunto es inadecuado para expresar la cualidad especí­fica de cada suceso. Esto se verifica cuando el colorido épico sirve de base a un formulario enfático y a unas cifras exageradas; cuando se acentúa preferentemente lo maravilloso, de forma que resulta a veces laborioso comprender cómo se desarrollaron concretamente los hechos. Cuando leemos desde el principio las palabras: “Vuestro territorio abarcará desde el desierto y el Lí­bano hasta el gran rí­o, el Eufrates, y por el oeste, hasta el mar Mediterráneo” (Jos 1:4), no se puede menos de recordar las palabras de san Jerónimo: “Haec tibi promissa, non tradita” (“Estas cosas se te prometieron, pero no se te dieron”: PL 22,1105). Al final de la vida de Josué se dice: “La tierra que queda por conquistar es mucha” (Jos 13:1); por tanto, es importante corregir la impresión que se deriva de una primera lectura del libro y que fue la causa del escepticismo tan difundido en los pasados años, pero que ahora finalmente ha vuelto a entrar en unos lí­mites racionales.

III. ANíLISIS DEL LIBRO. 1. PREPARACIí“N DE LA CONQUISTA: CAPíTULOS 1-2. Preparativos inmediatos para la penetración en el paí­s de Canaán: Josué, investido de la autoridad de jefe, recibe órdenes de Dios y comunica al pueblo la decisión de atravesar el Jordán; da las disposiciones debidas para la marcha, y el pueblo le presta juramento de absoluta fidelidad; decide enviar espí­as a la ciudad de Jericó, donde se encuentran con la prostituta Rajab y trazan con ella planes para el futuro.

2. PENETRACIí“N AL OTRO LADO DEL JORDíN: CAPíTULOS 3-5. Resulta singular el rito de aproximación al rí­o: abren paso los sacerdotes llevando el arca; apenas tocan el agua sus pies, el rí­o se detiene; los sacerdotes se paran en mitad del Jordán hasta que pasa todo el pueblo; cuando, finalmente, los sacerdotes ponen también el pie en la tierra de Canaán, el rí­o reanuda su curso normal. Entretanto, Josué habí­a ordenado que doce hombres, uno por cada tribu, tomasen cada uno una piedra para erigir luego un monumento en el lugar de la primera reunión: Guilgal; parece ser que se erigieron otras doce piedras como monumento en medio del cauce del rí­o, en el lugar donde se habí­an detenido los sacerdotes con el arca. Toda esta narración representa la famosa cruz interpretum de nuestro libro, ya que son muchas las cosas que no se comprenden.

Hay una cosa cierta: el redactor quiso elevar la entrada en la / tierra por encima incluso del maravilloso éxodo de Egipto, sacando de las tradiciones cualquier dato que creyó interesante para su objetivo.

Grandiosa epopeya, a la que faltan todaví­a dos actos para que sea completa: la circuncisión de todo el pueblo (testimonio de la realización de la promesa a Abrahán: Gén 17:25-27) y la celebración solemní­sima de la pascua, dado que el perí­odo en que los israelitas llegaron a la tierra prometida (el dí­a décimo del mes de Nisán, marzo-abril) correspondí­a a la fecha de la pascua. Así­ pues, primero la circuncisión y luego la pascua (Gén 5:2-11), que celebraron por primera vez con los frutos de la tierra prometida. Estos sucesos extraordinarios -que escapan también a un examen literario serio- deben juzgarse más con la medida de la fe y de la reflexión religiosa posterior que con el ojo severo del historiador, aunque serí­a demasiado simplista e injusto eliminarlos como no históricos. Otro suceso que se olvida con frecuencia, pero profundamente arraigado en el ánimo y en la historia hebrea, está í­ntimamente relacionado con estos dí­as de la llegada a la tierra prometida y que preceden al comienzo de la conquista: la aparición del “jefe del ejército del Señor” (Gén 5:13-15).

3. LA CONQUISTA DE JERICí“ Y DE AY:Gén 6:1-8, 27. Comienza la conquista de la tierra prometida, pero el procedimiento narrativo sigue siendo el que hemos visto hasta ahora, es decir, la relación de unas guerras muy originales. La caí­da de Jericó se narra con gran abundancia de detalles. La exploración de los espí­as habí­a servido de preparación; ahora se narra la táctica de ataque y destrucción.

Una procesión compuesta de siete sacerdotes con siete trompetas; otros sacerdotes llevan el arca de la alianza, y el ejército de Israel tiene la orden de dar cada dí­a seis vueltas en silencio en torno a las murallas de la ciudad. El séptimo dí­a las vueltas son siete. En un momento determinado (al sonido de un cuerno de carnero) la procesión se detiene y todo el pueblo se pone a dar gritos fuertes; las murallas de Jericó se derrumban por sí­ solas; se concede sólo un momento para cumplir la promesa hecha por los espí­as a la prostituta Rajab y a su familia (Gén 6:1-23). Luego tiene lugar la destrucción total de Jericó. Siguen el caso ejemplar de Acán (c. 7) -para demostrar cómo hay que respetar la ley del exterminio (o entredicho)- y la conquista de la ciudad de Ay, ya plenamente enclavada en tierras de Canaán (Gén 8:1-27).

4. DESDE EL ALTAR EN EL MONTE EBAL HASTA LA CONQUISTA DE TODA LA TIERRA:,24. Queda así­ abierta la puerta hacia el centro de Palestina para ejecutar lo que habí­a ordenado Moisés: “Cuando hayáis pasado el Jordán, levantaréis estas piedras sobre el monte Ebal… Alzarás allí­ al Señor, tu Dios, un altar de piedras que no hayan sido labradas…” (Deu 27:4ss). Israel fue conducido al valle de Siquén, subió al monte Ebal y aquí­ Josué escribió la ley (“Sobre las piedras escribirás con caracteres bien claros todas las palabras de esta ley”: Deu 27:8). Después de ofrecer sacrificios sobre el monte, bajaron al valle entre los dos montes, Garizí­n por una parte y Ebal por otra: Josué leyó la ley y el pueblo se comprometió a observarla [/ Ley/ Derecho II, 2], consciente de las bendiciones y de las maldiciones que suponí­a la observancia o la no observancia de la misma (Jos 8:30-35). Como no está claro que la región de Siquén hubiera sido ya ocupada por los israelitas, independientemente de las diversas hipótesis que se han formulado, es muy oportuno recordar lo que dijimos antes [/ supra II] sobre el modo de escribir la historia de la conquista.

Los conquistadores establecen una alianza con los gabaonitas: “Desde aquel dí­a Josué los destinó a cortar leña y a llevar el agua, hasta el dí­a de hoy, para toda la comunidad y para el altar del Señor en el lugar que el Señor eligiera” (Jos 9:26); más tarde tiene lugar la célebre batalla de Gabaón, localidad en la que se habí­an llegado a reunir cinco reyes “amorreos”, es decir, cananeos. Fue en aquella ocasión, ciertamente memorable, cuando se habrí­a acuñado la célebre expresión de Josué: “Sol, detente sobre Gabaón, y tú, luna, sobre el valle de Ayalón…” (10,12-13). Para la explicación de este suceso se han ofrecido varias soluciones, pero cada una suscita más problemas de los que resuelve. La postura más razonable es aceptar esta narración en su presentación milagrosa. Tras esta victoriosa batalla los israelitas se ponen a perseguir a los derrotados y conquistan todo el sector meridional de Palestina: “Josué se apoderó de todos estos reyes y de sus territorios en una sola expedición… Después Josué y todos los israelitas volvieron al campamento de Guilgal” (10,42-43).

Respondiendo a una coalición de reyes del norte, Israel, bajo la dirección de Josué, conquista en la batalla de Merón todo el sector septentrional de Palestina (11,1-20); “Josué conquistó toda la tierra, como el Señor le habí­a dicho a Moisés, y la repartió eI: heredad entre las tribus de Israel. Y el paí­s gozó de paz” (11,23). Viene a continuación la lista de los reyes vencidos (12,1-24). El material que contienen los anteriores capí­tulos ofrece tema abundante de discusión, tanto a los historiadores como a los aficionados a la topografí­a y a la onomástica de Palestina, pero también a las crí­ticas textual y literaria.

5. DISTRIBUCIí“N DE LA TIERRA: CAPíTULOS 13-21. Josué se ha hecho viejo, “la tierra que queda por conquistar es mucha… Ahora reparte por suerte esta tierra a los israelitas, como yo te he ordenado” (13,1.6). La primera distribución tiene lugar en Guilgal. En primer lugar se recuerda la distribución de la Trasjordania, realizada ya por Moisés: la región habí­a quedado subdividida entre las tribus de Rubén, de Gad y la mitad de la numerosa tribu de Manasés (13,8-14). Luego Josué, el sumo sacerdote Eleazar y los jefes de tribu proceden a la asignación de las diversas regiones a las restantes tribus sobre la base de dos principios: sacar a suertes, pero, al hacer el sorteo, tener también en cuenta la entidad de la tribu que habrí­a de ocupar una región determinada. Puesto que era bastante difí­cil que coincidieran los dos principios, es probable que la comisión eligiera un distrito sin delimitar bien sus fronteras y que luego, tras la elección de la tribu, se asignasen en conformidad con ella los lí­mites del territorio (cc. 14-19). La única tribu excluida del reparto del territorio conquistado fue la de Leví­: “Moisés no dio heredad alguna a la tribu de Leví­, porque el Señor, Dios de Israel, es su heredad, según él les habí­a dicho” (13,33; 13,14).

Las últimas distribuciones se refieren a dos instituciones singulares en todo el antiguo Oriente. En primer lugar, las ciudades leví­ticas para los miembros de la tribu de Leví­. Siguiendo las disposiciones de Núm 35:1-87, habí­a que asignarles algunas ciudades en las que pudiesen vivir, dentro del territorio de varias tribus; aquí­ (Jos 21) se señalan estas ciudades, distribuidas según las tres gran-des ramas de la tribu de Leví­ (cf Exo 6:16-18 y Núm 3:1-39). Todaví­a es más original socialmente la institución de las ciudades refugio, que protegí­an a los homicidas preterintencionales del vengador de la sangre, es decir, de aquel que según la ley del talión tení­a la obligación de hacer justicia sumaria vengando al muerto [/ Ley/ Derecho VI]. El libro tiene un final triunfante, en consonancia con todo lo anterior: “El Señor dio a Israel toda la tierra que habí­a jurado dar a sus padres. Se posesionaron de ella y vivieron en ella… Ninguna de las promesas que el Señor habí­a hecho a la casa de Israel cayó en el vací­o; todas se cumplieron” (Núm 21:43-45).

6. ULTIMAS DISPOSICIONES DE JOSUE: CAPíTULOS 22-24. Con menos propiedad, estos últimos capí­tulos son llamados también “apéndices”. En efecto, tanto la narración como el estilo y la finalidad que pretenden demuestran que se trata de una parte integrante de la obra.

* Josué despide a las tribus de Trasjordania después de haber elogiado su comportamiento en la tierra conquistada; ellas, al partir de Cisjordania, erigen un altar a orillas del Jordán; las otras tribus interpretan este hecho como una amenaza a la unidad (c. 22).

* Josué da al pueblo sus últimas recomendaciones (c. 23) y, en una gran asamblea, reunión ideal de todas las tribus, se le repiten todos los puntos importantes de la historia anterior -desde Abrahán hasta toda la conquista- y se renueva la alianza en el valle de Siquén (c. 24): el pueblo reconoce la realización de las promesas por parte de Dios y promete fidelidad a la ley: “Aquel dí­a Josué hizo un pacto con el pueblo, le impuso leyes y preceptos en Siquén” (Núm 24:25).

IV. ASPECTO RELIGIOSO DEL LIBRO DE JOSUE. El mensaje de esperanza que la escuela deuteronomista supo recoger de las antiguas tradiciones y exponer a los desterrados está en la raí­z de esta epopeya de la conquista, de forma que es posible trazar una reconstrucción de la nación en el pequeño fragmento que es el territorio de la tribu de Judá. Pero como el punto de apoyo de esta esperanza era, por una parte, el retorno a la propia conciencia de deportados por motivos eminentemente religiosos y, por otra, la profunda fe de los padres en el Dios de la alianza, el carácter religioso es el que domina todo el libro. Las etapas principales están marcadas por intervenciones divinas: todo está organizado en torno a los cuatro grandes acontecimientos religiosos: la primera pascua en Palestina, la circuncisión (sello de la alianza), la relectura de la ley en el monte Ebal y la explí­cita renovación de la alianza en la asamblea de Siquén.

El libro nos presenta unos sucesos dotados de un significado que llega profundamente al ánimo del lector atento, como el paso del Jordán, la función del arca (emblema de Israel), la caí­da de Jericó. La tierra y su conquista se consideran bajo una perspectiva que podemos calificar de “mesiánica” (cf Sal 105-106). El paso del Jordán se pone en paralelo con el tránsito del mar Rojo; también el maná cesa cuando se saborean los frutos de la tierra (Núm 5:12). Orí­genes observaba que el apóstol (lCor 10,1) habrí­a podido escribir también así­: “Nuestros padres pasaron todos el Jordán y todos fueron bautizados en Josué en el espí­ritu y en el rí­o” (PG 12,847).

De forma viva y casi dramática se vislumbra en Jos el régimen de la alianza entre Dios e Israel. El que da el paí­s a Israel es su Dios; es él el que combate a su lado y el que le guí­a en todos sus pasos; el pueblo tiene que responder observando las leyes de la alianza (1,8). Por eso el perí­odo de la conquista será considerado como un tiempo de religiosa fidelidad (Ose 2:14-17; Jer 2:2). La solidaridad del pueblo, la responsabilidad del jefe y su obligación de estar en contacto continuo con Dios son objeto de especial insistencia.

El nombre de Jesús, que en hebreo es idéntico al de Josué, no es el único motivo de paralelismo entre los dos; baste recordar el paso del Jordán, la circuncisión del corazón, la nueva pascua, la verdadera tierra prometida, la lucha espiritual por cada conquista, la nueva alianza.

BIBL.: ABEL F.M., Josué, Parí­s 19582; ALONSO SCHOKEL L., Josué y Jueces, Ed. Cristiandad, Madrid 1973; Auzou G., El don de una conquista. Estudio del libro de Josué, Fax, Madrid 1967; BALDI D., Giosué, Marietti, Turí­n 1952; GARSTANG, Joshua-Judges, Oxford 1930; NOTH M., Das Buch Josua, Tubinga 1953; PEREZ RODRIGUEZ G., Josué en la historia de la salvación, Ed. Casa de la Biblia, Madrid 1972; SOGGIN J. A., Le livre de Josué, Neuchátel 1970; STELLINI A., Giosué, Ed. Paoline, Roma 19813.

L. Moraldi

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

(forma abreviada de Jehosúa, que significa: †œJehová Es Salvación†).

1. Hijo de Nun; efraimita que sirvió a Moisés y más tarde fue nombrado su sucesor. (Ex 33:11; Dt 34:9; Jos 1:1, 2.) Las Escrituras describen a Josué como un caudillo denodado e impávido, convencido de la veracidad de las promesas de Jehová, obediente a la dirección divina y resuelto a servir fielmente a Jehová. Originalmente su nombre era Hosea, pero Moisés le llamó Josué o Jehosúa. (Nú 13:8, 16.) Sin embargo, el registro bí­blico no revela exactamente cuándo se le cambió el nombre a Josué.

Lidera la lucha contra los amalequitas. En 1513 a. E.C., cuando los israelitas estaban acampados en Refidim, poco después de ser liberados milagrosamente de la fuerza militar egipcia en el mar Rojo, los amalequitas los atacaron sin que hubiese mediado provocación alguna. Moisés nombró a Josué comandante en la lucha contra ese pueblo. Con la buena dirección de Josué y el apoyo divino, los israelitas vencieron al enemigo. Después Jehová decretó que a su debido tiempo los amalequitas deberí­an ser completamente aniquilados y dio orden a Moisés de que lo pusiera por escrito y se lo informara a Josué. (Ex 17:8-16.)

Servidor de Moisés. Después, en el monte Sinaí­, es probable que Josué, como servidor de Moisés, fuese uno de los setenta hombres de mayor edad que tuvieron el privilegio de presenciar una visión magní­fica de la gloria de Jehová. Más tarde, acompañó a Moisés parte del camino hacia el monte Sinaí­, pero no parece que entrara en la nube, ya que solo se le mandó a Moisés que lo hiciese. (Ex 24:9-18.) Tanto él como Moisés permanecieron en el monte Sinaí­ cuarenta dí­as y cuarenta noches. Al final de este perí­odo, mientras descendí­a del monte Sinaí­ con Moisés, Josué tomó por un †œruido de batalla† el canto de Israel relacionado con su adoración idolátrica del becerro. Sin duda compartió la indignación de Moisés cuando vio el becerro de oro y quizás hasta le ayudó a destruirlo. (Ex 32:15-20.)
Al participar en el culto de becerros, los israelitas quebrantaron el pacto solemne que habí­an hecho con Jehová Dios. Este pudo ser el motivo por el que Moisés sacó su tienda (la †œtienda de reunión†) de la zona donde acampaba el pueblo, ya que Jehová todaví­a no les habí­a perdonado su pecado y por lo tanto ya no estaba en medio de Israel. Quizás para evitar que los israelitas entraran en la tienda de reunión en condición inmunda, Josué permanecí­a allí­ cada vez que Moisés iba al campamento israelita. (Ex 33:7-11; 34:9.)
Posteriormente, cuando debido a las murmuraciones del pueblo Moisés sintió que su carga era demasiado pesada, Jehová le mandó que escogiese 70 ancianos para ayudarle. Estos ancianos tení­an que ir a la tienda de reunión, pero dos de ellos, Eldad y Medad, debieron tener alguna razón para quedarse en el campamento. Cuando el espí­ritu de Dios vino sobre las 68 personas congregadas en la tienda de reunión, Eldad y Medad también empezaron a comportarse como profetas en el campamento. Rápidamente se lo informaron a Moisés. Josué, sintiendo celos por su señor, instó a Moisés a que los detuviera. Ya que Eldad y Medad al parecer habí­an recibido el espí­ritu sin la mediación de Moisés, Josué debió pensar que esto restaba autoridad a su señor. Pero Moisés corrigió a Josué diciéndole: †œÂ¡Quisiera yo que todo el pueblo de Jehová fueran profetas, porque Jehová pondrí­a su espí­ritu sobre ellos!†. (Nú 11:10-29; compárese con Mr 9:38, 39.)

Espí­a la Tierra Prometida. Cierto tiempo después, los israelitas acamparon en el desierto de Parán. Desde allí­ Moisés envió a doce hombres a espiar la Tierra Prometida, entre los que se hallaba Josué (Hosea o Jehosúa). Cuarenta dí­as más tarde, únicamente Josué y Caleb presentaron un buen informe. Los otros diez espí­as descorazonaron al pueblo, aduciendo que Israel nunca podrí­a derrotar a los poderosos habitantes de Canaán, lo que dio lugar a toda clase de murmuraciones en el campamento. Josué y Caleb rasgaron sus vestiduras e intentaron aquietar los temores del pueblo, advirtiéndole que no se rebelase. Pero sus valerosas palabras, que reflejaban completa confianza en el poder de Jehová para cumplir su palabra, fueron en vano. De hecho, †œtoda la asamblea habló de lapidarlos†. (Nú 13:2, 3, 8, 16, 25–14:10.)
Debido a su rebelión, Jehová sentenció a los israelitas a vagar por el desierto cuarenta años, hasta que murieran todos los varones registrados de veinte años de edad para arriba (sin incluir a los levitas, que no fueron registrados para deberes militares como los otros israelitas; Nú 1:2, 3, 47). Los únicos varones registrados que entrarí­an en la Tierra Prometida serí­an Josué y Caleb, mientras que los diez espí­as infieles morirí­an por un azote de parte de Jehová. (Nú 14:27-38; compárese con Nú 26:65; 32:11, 12.)

Nombrado sucesor de Moisés. Hacia el fin del perí­odo durante el que Israel anduvo errante por el desierto, Moisés y Aarón también perdieron el privilegio de entrar en la Tierra Prometida por no santificar a Jehová cuando proveyó agua milagrosamente en Qadés. (Nú 20:1-13.) Por lo tanto, Jehová mandó a Moisés que nombrara a Josué como su sucesor. Delante del nuevo sumo sacerdote, Eleazar, el hijo de Aarón, y ante la asamblea de Israel, Moisés colocó sus manos sobre Josué. Aunque se le nombró sucesor de Moisés, Josué no serí­a semejante a él en el aspecto de conocer a Jehová †œcara a cara†. No se pasó a Josué toda la dignidad de Moisés, sino solo la que necesitarí­a para tener el respeto de la nación. En lugar de la comunicación tan directa de la que Moisés habí­a podido disfrutar con Jehová, como si fuera †œcara a cara†, Josué tení­a que consultar al sumo sacerdote, a quien se le habí­a confiado el Urim y el Tumim, mediante los cuales se podí­a averiguar la voluntad divina. (Nú 27:18-23; Dt 1:37, 38; 31:3; 34:9, 10.)
Por mandato divino, Moisés le dio ciertas instrucciones y estí­mulo a Josué para que desempeñase su comisión con toda fidelidad. (Dt 3:21, 22, 28; 31:7, 8.) Cuando estuviese cerca el tiempo de su muerte, Moisés tendrí­a que colocarse junto con Josué en la tienda de reunión. Allí­ Jehová comisionarí­a a Josué y confirmarí­a el nombramiento que con anterioridad habí­a hecho Moisés cuando le habí­a impuesto las manos. (Dt 31:14, 15, 23.) Más tarde, Josué participó de algún modo en escribir y enseñar a los israelitas la canción que Moisés habí­a recibido por inspiración. (Dt 31:19; 32:44.)

Las actividades del sucesor de Moisés. Después de la muerte de Moisés, Josué se preparó para entrar en la Tierra Prometida. Mandó oficiales con el fin de que dieran instrucciones a los israelitas de que se prepararan para cruzar el Jordán al cabo de tres dí­as; a los gaditas, los rubenitas y la media tribu de Manasés les recordó su obligación de ayudar en la conquista de la tierra, y envió dos hombres a explorar Jericó y las cercaní­as. (Jos 1:1–2:1.)
Cuando los dos espí­as regresaron, los israelitas partieron de Sitim y acamparon cerca del Jordán. Al dí­a siguiente, Jehová detuvo milagrosamente el Jordán, lo que permitió que la nación cruzase en terreno seco. Para conmemorar este suceso, Josué colocó doce piedras en medio del lecho del rí­o y doce en Guilgal, el primer campamento de Israel al O. del Jordán. También hizo cuchillos de pedernal para circuncidar a todos los varones israelitas que nacieron en el desierto. De ese modo, unos cuatro dí­as después ya estaban en condición apta para observar la Pascua. (Jos 2:23–5:11.)
Después, mientras estaban cerca de Jericó, Josué se encontró con un prí­ncipe angélico, de quien recibió instrucciones en cuanto al procedimiento que debí­an seguir para tomar aquella ciudad. Josué actuó en consecuencia, y después de dar a Jericó por entero a la destrucción, pronunció una maldición profética sobre su futuro reedificador, predicción que se cumplió más de quinientos años después. (Jos 5:13–6:26; 1Re 16:34.) Luego subió contra Hai. Al principio las fuerzas israelitas, compuestas por unos 3.000 hombres, fueron derrotadas, pues Jehová habí­a retirado su ayuda debido a la desobediencia de Acán al apropiarse de parte del despojo de Jericó. Después que el pueblo lapidó a Acán y su casa por su pecado, Josué tendió una emboscada a las fuerzas de Hai y redujo la ciudad a un montí­culo desolado. (Jos 7:1–8:29.)
Hecho esto, toda la congregación de Israel, sus mujeres, niños y residentes forasteros, fueron a las cercaní­as del monte Ebal. Josué edificó allí­ un altar según las especificaciones de la Ley. La mitad de la congregación se puso de pie enfrente del monte Guerizim y la otra mitad enfrente del monte Ebal, y Josué les leyó la †œley, la bendición y la invocación de mal†. †œResultó que no hubo ni una sola palabra de todo lo que Moisés habí­a mandado que Josué no leyera en voz alta.† (Jos 8:30-35.)
Cuando volvieron a su campamento en Guilgal, Josué y los principales de Israel recibieron la visita de unos mensajeros gabaonitas. Como reconocieron que Jehová luchaba por los israelitas, los gabaonitas se valieron de un ardid para conseguir celebrar un pacto de paz con Josué. Sin embargo, una vez que se descubrió el engaño, Josué los hizo esclavos. La noticia de lo que habí­an hecho los gabaonitas llegó hasta Adoni-zédeq, el rey de Jerusalén, quien, junto con otros cuatro reyes cananeos, emprendió una expedición punitiva contra ellos. En respuesta al llamamiento por ayuda de los gabaonitas, Josué partió de Guilgal y anduvo toda la noche. Jehová luchó a favor de Israel en defensa de los gabaonitas, y así­ demostró que no desaprobaba el pacto que se habí­a hecho anteriormente con ellos. Una granizada milagrosa ocasionó más bajas enemigas que la propia guerra. Jehová incluso escuchó la voz de Josué y prolongó las horas de luz de ese dí­a para completar la victoria. (Jos 9:3–10:14.)
Después de esta victoria concedida por Dios, Josué prosiguió con la captura de Maquedá, Libná, Lakí­s, Eglón, Hebrón y Debir, y así­ quebrantó el poder de los cananeos en las regiones meridionales. Luego, los reyes cananeos del N., acaudillados por Jabí­n, el rey de Hazor, reunieron sus fuerzas en las aguas de Merom para luchar contra Israel. Aunque Josué se enfrentaba con caballos y carros, Dios le animó para que no cediera al temor. Jehová volvió a conceder la victoria a los israelitas. Josué, siguiendo instrucciones, desjarretó los caballos, quemó los carros del enemigo e incendió la ciudad de Hazor. (Jos 10:16–11:23.) De este modo, en un perí­odo de unos seis años (compárese con Nú 10:11; 13:2, 6; 14:34-38; Jos 14:6-10), derrotó a treinta y un reyes y subyugó grandes secciones de la Tierra Prometida. (Jos 12:7-24; MAPA, vol. 1, pág. 737.)
Habí­a llegado el tiempo para distribuir a cada tribu una parte de la tierra. La distribución empezó en Guilgal bajo la supervisión de Josué, del sumo sacerdote Eleazar y de otros diez representantes nombrados por Dios. (Jos 13:7; 14:1, 2, 6; Nú 34:17-29.) Cuando se situó el tabernáculo en Siló, se continuó repartiendo la tierra por suertes desde allí­. (Jos 18:1, 8-10.) Josué recibió la ciudad de Timnat-sérah, en la región montañosa de Efraí­n. (Jos 19:49, 50.)

Advertencia final a los israelitas y muerte. Hacia el final de su vida, Josué reunió a los ancianos de Israel, cabezas, jueces y oficiales, para aconsejarles que sirvieran a Jehová fielmente y prevenirles de las consecuencias de la desobediencia. (Jos 23:1-16.) También reunió a toda la congregación de Israel, repasó la relación que Jehová habí­a mantenido con sus antepasados y con la nación, y les instó a que sirvieran a Jehová. Josué dijo: †œAhora, si es malo a sus ojos servir a Jehová, escójanse hoy a quién quieren servir, si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados que estaban al otro lado del Rí­o, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra están morando. Pero en cuanto a mí­ y a mi casa, nosotros serviremos a Jehovᆝ. (Jos 24:1-15.) A continuación los israelitas reafirmaron su pacto de obediencia a Jehová. (Jos 24:16-28.)
Josué murió a la edad de ciento diez años, y fue enterrado en Timnat-sérah. Su lealtad inquebrantable a Jehová tuvo un buen efecto, pues †œIsrael continuó sirviendo a Jehová todos los dí­as de Josué y todos los dí­as de los ancianos que extendieron sus dí­as después de Josu醝. (Jos 24:29-31; Jue 2:7-9.)

2. Propietario de un campo en Bet-semes donde se depositó y expuso el Arca sagrada después que los filisteos la devolvieron. (1Sa 6:14, 18.)

3. Jefe de Jerusalén del tiempo del rey Josí­as. Parece que los lugares altos de adoración falsa estaban ubicados cerca de la residencia de Josué, pero Josí­as los demolió. (2Re 23:8.)

4. Hijo de Jehozadaq. El primer sumo sacerdote que sirvió a los israelitas repatriados después de su regreso del exilio en Babilonia. (Ag 1:1, 12, 14; 2:2-4; Zac 3:1-9; 6:11.) En los libros bí­blicos de Esdras y Nehemí­as se le llama Jesúa. (Véase JESÚA núm. 4.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Jos 1-24
Sumario: 1. El hombre. II. El libro. III. Análisis del libro: 1. Preparación de la conquista: capí­tulos 1-2; 2. Penetración al otro lado del Jordán: capí­tulos 3-5; 3. La conquista de Jericó y de Ay: 6,1-8,27; 4. Desde el altar sobre el monte Ebal hasta la conquista de toda la tierra: 8,30-12,24; 5. Distribución de la tierra:
capí­tulos 13-21; 6. Ultimas disposiciones de Josué: capí­tulos 22-24;- IV. Aspecto religioso del libro de Josué.
1. EL HOMBRE.
Josué (en hebreo, Yehósua†™: Yhwh es salvación) es el gran personaje bí­blico con el que está ligada la conquista hebrea de la tierra de Canaán y del que toma su nombre este libro (=Jos) que la narra. Parece ser que Josué, hijo de Nun, de la tribu de Efraí­n, antes de ser elegido por Moisés como su sucesor, se llamaba Hósea†™(= liberación) (Nm 13,8; Nm l6Dt 32,44Ex 17,9-l4Ex 23,13 Ex 32,l7Nb 14,6.38); tuvo un papel decisivo en la superación del desánimo que cundió entre el pueblo después de aquella exploración, y, finalmente, fue elegido por Dios como representante y luego sucesor de Moisés, por el cual fue investido en su nueva tarea mediante un rito especial y solemne (Nm 27,15-23). Recibió más tarde la seguridad de que entrarí­a en la tierra prometida (Dt 1,38), mientras que se vio excluida de ella toda la generación de la peregrinación por el desierto, con excepción de Caleb. Finalmente, fue testigo de los últimos instantes de la vida de Moisés, suce-diéndole plenamente en la dirección del pueblo por las estepas de Moab, frente a Jericó: †œJosué, hijo de Nun, estaba lleno del espí­ritu de sabidurí­a, porque Moisés le habí­a impuesto las manos. A él obedecieron los israelitas, como lo habí­a ordenado Moisés† Dt 34,9). Así­ pues, su misión habí­a sido largamente preparada por Dios al lado del gran legislador, cuyo espí­ritu habí­a heredado.
La prudencia, la voluntad, el tesón fueron las dotes naturales que más brillaron en la vida de Josué. Su nuevo oficio es presentado en la Biblia con acentos exquisitamente religiosos: †œMoisés, mi siervo, ha muerto; ahora comienzas a actuar tú. Pasa el Jordán… Yo estaré contigo como estuve con Moisés; no te dejaré ni te abandonaré. Sé fuerte y ten ánimo, porque tú deberás dar a este pueblo la posesión de la tierra que a sus padres juré dar† (Jos 1,2-6). Josué murió a la edad de ciento diez años (como José), tras la epopeya de la conquista y de la división de la tierra prometida, y fue sepultado en Timná Séraj, en las colinas de Efraí­n, en el territorio que le habí­an asignado los hijos de Israel (Jos 24,29-30). La versión griega de los LXX añade aquí­ una observación curiosa: †œJunto a él, en la tumba donde lo sepultaron, depositaron los cuchillos de sí­lex con que habí­a circuncidado a los israelitas en Guilgal…; todaví­a están allí­†™. Un testimonio de la admiración que en la época posterior al destierro la tradición judí­a demostraba todaví­a por la persona y la obra de Josué es el largo pasaje que le dedica el Sirá-cida: †œJosué, hijo de Nun, fue guerrero valiente, sucesor de Moisés en la misión profética; él fue -según su nombre- grande para la salvación de los elegidos de Dios, para tomar venganza de sus enemigos y dar posesión a Israel de su heredad. ¡Qué magní­fico era al elevar sus manos y al blandir su espada contra las ciudades!… ¿No se detuvo el sol al extender su mano, y un solo dí­a fue como dos? Invocó al altí­simo y poderoso al presionarle por todas partes sus enemigos, y el Señor, que es grande, lo escuchó, haciendo Üover piedras de granizo de gran potencia…† (Si 46,1-5). Hasta aquí­ las noticias biográficas sacadas de la Biblia, pero de las cuales sólo es posible verificar el ambiente general, e incluso esto parcialmente, sin que se pueda esperar otra cosa. Todas las noticias encuentran un encuadramiento histórico general plausible, si se piensa -según la sentencia hoy más común- que el establecimiento en Palestina tuyo lugar por los años
1250-1 225.
1532
II. EL LIBRO.
Desde el punto de vista literario, hasta hace pocos años (por el 1945) los crí­ticos preferí­an ver en Jos el libro sexto de un ideal,†™Hexateuco†™: señalaban en él las mismas fuentes literarias del ¡Pentateuco (es decir, las fuentes yahvista, elohí­sta, sacerdotal, deute-ronomista), movidos sobre todo por la idea de que Jos representaba el cumplimiento de la promesa tan destacada en los cinco libros anteriores. Además, parecí­a impensable que el Pentateuco terminase con la conquista de las regiones de Trasjordania, sin decir una sola palabra de la conquista, mucho más importante y significativa, de Cisjordania.
Pero en 1945 apareció un estudio de M. Noth que llamó la atención de todos los autores y los puso ante una perspectiva muy distinta: todos los que acostumbramos llamar †œlibros históricos†™ de la Biblia, y que en el canon hebreo son llamados más bien los †œprofetas anteriores†™, son elementos individuales de una gran obra de recopilación, que en su redacción definitiva podemos considerar (desde el punto de vista literario) como una †œobra historiográfica deuteronomis-ta†™; esta obra comienza en el libro de Jos y sigue hasta el segundo libro de los Reyes. La obra del deuterono-mista es un trabajo de. ordenación y de conservación de materiales diversos, a veces paralelos, a veces contradictorios, dispuestos según un plan dotado de una í­ndole orgánica sustancial aceptable.
Es inútil preguntarse si la obra que nos ocupa se debe a una sola persona; se trata del trabajo de una escuela, que actuó durante el perí­odo del destierro e inmediatamente después.
1533
Esta es, por tanto, la ubicación cronológica de Jos.
Desde el punto de vista de la autenticidad histórica, la cuestión consiste ante todo en ver si las diversas narraciones corresponden o no a la tradición que tení­a delante de sí­ el deute-ronomista; en este sentido (de enorme interés para todos los autores) cada vez se acepta con mayor convicción que el deuteronomista no hizo opciones arbitrarias ni introdujo distorsiones de ningún tipo. Por otra parte, se trata de un material que un historiador tiene que manejar con atención y con mucho respeto, incluso en el aspecto histórico, evitando racionalizar a toda costa todo lo que el editor no quiso especificar ulteriormente o bien escribió inspirándose en su fe. Desde que se han perfeccionado los medios de la investigación exegética, tenemos la posibilidad de insertar la narración de la conquista en el cuadro topográfico, geográfico y polí­tico de la historia general, y esto es ya algo positivo. Sin embargo, no podemos llegar a determinar con precisión el tiempo, la sucesión y la fecha de cada uno de los sucesos.
Hay una cierta generalización seguida por los redactores; aunque no da motivo para negar cada uno de los sucesos, nos avisa de hasta qué punto el marco de conjunto es inadecuado para expresar la cualidad especí­fica de cada suceso. Esto se verifica cuando, el colorido épico sirve de base a un formulario enfático y a unas cifras exageradas; cuando se acentúa preferentemente lo maravilloso, de forma que resulta a veces laborioso comprender cómo se desarrollaron concretamente los hechos. Cuando leemos desde el principio las palabras: †œVuestro territorio abarcará desde el desierto y el Lí­bano hasta el gran rí­o, el Eufrates, y por el oeste, hasta el mar Mediterráneo† (Jos 1,4), no se puede menos de recordar las palabras de san Jerónimo: †œHaec tibí­ promissa, non tradita† (†˜Estas cosas se te prometieron, pero no se te dieron†™: PL 22,1105). Al final de la vida de Josué se dice: †œLa tierra que queda por conquistar es mucha† Jos 13,1); por tanto, es importante corregir la impresión que se deriva de una primera lectura del libro y que fue la causa del escepticismo tan difundido en los pasados años, pero que ahora finalmente ha vuelto a entrar en unos lí­mites racionales.
1534
III. ANALISIS DEL LIBRO.
1535
1. Preparación de la conquista: Jos 1-2.
Preparativos inmediatos para la penetración en el paí­s de Canaán: Josué, investido de la autoridad de jefe, recibe órdenes de Dios y comunica al pueblo la decisión de atravesar el Jordán; da las disposiciones debidas para la marcha, y el pueblo le presta juramento de absoluta fidelidad; decide enviar espí­as a la ciudad de Jericó, donde se encuentran con la prostituta Rajab y trazan con ella planes para el futuro.
1536
2. Penetración al otro lado del Jordán: Jos 3-5.
Resulta singular el rito de aproximación al rí­o: abren paso los sacerdotes lle-varido el arca; apenas tocan el agua sus pies, el rí­o se detiene; los sacerdotes se paran en mitad del Jordán hasta que pasa todo el pueblo; cuando, finalmente, los sacerdotes ponen también el pie en la tierra de Canaán, el rí­o fí­anuda su curso normal. Entretanto, Josué habí­a ordenado que doce hombrea, uno por cada tribu, tomasen cada uno una piedra para erigir luego un monumento en el lugar de la primera reunión: Guilgal; parece ser que se erigieron otras doce piedras como monumento en medio del cauce del rí­o, en el lugar donde se habí­an detenido los sacerdotes con el arca. Toda esta narración representa la famosa crux interpretum de nuestro libro, ya que son muchas las cosas que no se comprenden.
Hay una cosa cierta: el redactor quiso elevar la entrada en la ¡tierra por encima incluso del maravilloso éxodo de Egipto, sacando de las tradiciones cualquier dato que creyó interesante para su objetivo.
Grandiosa epopeya, a la que faltan todaví­a dos actos para que sea completa: la circuncisión de todo el pueblo (testimonio de la realización de la promesa a Abrahán: Gn 17,25-27) y la celebración solemní­sima de la pascua, dado que el perí­odo en que los israelitas llegaron a la tierra prometida (el dí­a décimo del mes de Nisán, marzo-abril) correspondí­a a la fecha de la pascua. Así­ pues, primero la circuncisión y luego la pascua (5,2-1 1), que celebraron por primera vez con los frutos de la tierra prometida. Estos sucesos extraordinarios -que escapan también a un examen literario serio- deben juzgarse más con la medida de la fe y de la reflexión religiosa posterior que con el ojo severo del historiador, aunque serí­a demasiado simplista e injusto eliminarlos como no históricos. Otro suceso que se olvida con frecuencia, pero profundamente arraigado en el ánimo y en la historia hebrea, está í­ntimamente relacionado con estos dí­as de la llegada a la tierra prometida y que preceden al comienzo de la conquista: la aparición del jefe del ejército del Señor† (5,13-1 5).
1537
3. La conquista de Jericó y de AY: Jos 6,1-8; Jos 1,27.
Comienza la conquista de la tierra prometida, pero el procedimiento narrativo sigue siendo el que hemos visto hasta ahora, es decir, la relación de unas guerras muy originales. La caí­da de Jericó se narra con gran abundancia de detalles. La exploración de los espí­as habí­a servido de preparación; ahora se narra la táctica de ataque y destrucción.
Una procesión compuesta de siete sacerdotes con siete trompetas; otros sacerdotes llevan el arca de la alianza, y el ejército de Israel tiene la orden de dar cada dí­a seis vueltas en silencio en torno a las murallas de la ciudad. El séptimo dí­a las vueltas son siete. En un momento determinado (al sonido de un cuerno de carnero) la procesión se detiene y todo el pueblo se pone a dar gritos fuertes; las murallas de Jericó se derrumban por sí­ sDIAS; se concede sólo un momento para cumplir la promesa hecha por los espí­as a la prostituta Rajab y a su familia (6,1-23). Luego tiene lugar la destrucción total de Jericó. Siguen el caso ejemplar de Acán (c. 7) -para demostrar cómo hay que respetar la ley del exterminio (o entredicho)- y la conquista de la ciudad de Ay, ya plenamente enclavada en tierras de Canaán (8,1-27).
1538
4. Desde el altar en el monte Ebal hasta la conquista de toda la tierra: Jos 8,30-12; Jos 8,24.
Queda así­ abierta la puerta hacia el centro de Palestina para ejecutar lo que habí­a ordenado Moisés:
†œCuando hayáis pasado el Jordán, levantaréis estas piedras sobre el monte Ebal… Alzarás allí­ al Señor, tu Dios, un altar de piedras que no hayan sido labradas… (Dt 27,4ss). Israel fue conducido al valle de Siquén, subió al monte Ebal y aquí­ Josué escribió la ley (Sobre las piedras escribirás con caracteres bien claros todas las palabras de esta ley†™: Dt 27,8). Después de ofrecer sacrificios sobre el monte, bajaron al valle entre los dos montes, Garizí­n por una parte y Ebal por otra: Josué leyó la ley y el pueblo se comprometió a observarla [!Ley! Derecho II, 2], consciente de las bendiciones y de las maldiciones que suponí­a la observancia o la no observancia de la misma (Jos 8,30-35). Como no está claro que la región de Siquén hubiera sido ya ocupada por los israelitas, independientemente de las diversas hipótesis que se han formulado, es muy oportuno recordar lo que dijimos antes [1 supra II] sobre el modo de escribir la historia de la conquista.
Los conquistadores establecen una alianza con los gabaonitas: †œDesde aquel dí­a Josué los destinó a cortar leña y a llevar el agua, hasta el dí­a de hoy, para toda la comunidad y para el altar del Señor en el lugar que el Señor eligiera†™ (9,26); más tarde tiene lugar la célebre batalla de Gabaón, localidad en la que se habí­an llegado a reunir cinco reyes †œamorreos†™, es decir, cananeos. Fue en aquella ocasión, ciertamente memorable, cuando se habrí­a acuñado la célebre expresión de Josué: †œSol, detente sobre Gabaón, y tú, luna, sobre el valle de Ayalón… (10,12-1 3). Para la explicación de este suceso se han ofrecido varias soluciones, pero cada una suscita más problemas de los que resuelve. La postura más razonable es aceptar esta narración en su presentación milagrosa. Tras esta victoriosa batalla los israelitas se ponen a perseguir a los derrotados y conquistan todo el sector meridional de Palestina: †œJosué se apoderó de todos estos reyes y de sus territorios en una sola expedición… Después Josué y todos los israelitas volvieron al campamento de Guilgal† (10,42-43).
Respondiendo a una coalición de reyes del norte, Israel, bajo la dirección de Josué, conquista en la batalla de Merón todo el sector septentrional de Palestina (11,1-20); †œJosué conquistó toda la tierra, como el Señor le habí­a dicho a Moisés, y la repartió en heredad entre las tribus de Israel. Y el paí­s gozó de paz† (11,23). Viene a continuación la lista de los reyes vencidos (12,1-24). El material que contienen los anteriores capí­tulos ofrece tema abundante de discusión, tanto a los historiadores como a los aficionados a la topografí­a y a la onomástica de Palestina, pero también a las crí­ticas textual y literaria.
1539
5. Distribución de la tierra: Jos 13-21.

Josué se ha hecho viejo, †œla tierra que queda por conquistar es mucha… Ahora reparte por suerte esta tierra a los israelitas, como yo te he ordenado† (13,1.6). La primera distribución tiene lugar en Guilgal. En primer lugar se recuerda la distribución de la Trasjordania, realizada ya por Moisés: la región habí­a quedado subdividida entre las tribus de Rubén, de Gad y la mitad de la numerosa tribu de Manases (13,8- 14). Luego Josué,.el sumo sacerdote Eleazar y los jefes de tribu proceden a la asignación de las diversas regiones a las restantes tribus sobre la base de dos principios: sacar a suertes, pero, al hacer el sorteo, tener también en cuenta la entidad de la tribu que habrí­a de ocupar una región determinada. Puesto que era bastante difí­cil que coincidieran los dos principios, es probable que la comisión eligiera un distrito sin delimitar bien sus fronteras y que luego, tras la elección de la tribu, se asignasen en conformidad con ella los lí­mites del territorio (cc. 14-19). La única tribu excluida del reparto del territorio conquistado fue la de Leví­: †œMoisés no dio heredad alguna a la tribu de Leví­, porque el Señor, Dios de Israel, es su heredad, según él les habí­a dicho† (13,33; 13,14).
Las últimas distribuciones se refieren a dos instituciones singulares en todo el antiguo Oriente. En primer lugar, las ciudades leví­ticas para los miembros de la tribu de Leví­. Siguiendo las disposiciones de Núm 35,1-87, habí­a que asignarles algunas ciudades en las que pudiesen vivir, dentro del territorio de varias tribus; aquí­ (Jos 21) se señalan estas ciudades, distribuidas según las tres grandes ramas de la tribu de Leví­ (Ex 6,16-18 y Núm 3,1-39). Todaví­a es más original socialmente la institución de las ciudades refugio, que protegí­an a los homicidas preterinten-cionales del vengador de la sangre, es decir, de aquel que según la ley del talión tení­a la obligación de hacer justicia sumaria vengando ál muerto [/Ley/Derecho VI]. El libro tiene un final triunfante, en consonancia con todo lo anterior: †œEl Señor dio a Israel toda la tierra que habí­a jurado dar a sus padres. Se posesionaron de ella y vivieron en ella… Ninguna de las promesas que el Señor habí­a hecho a la casa de Israel cayó en el vací­o; todas se cumplieron† (21 43-45).
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6. Últimas disposiciones de Josué: Jos 22-24.
Con menos propiedad, estos últimos capí­tulos son llamados también †œapéndices†. En efecto, tanto la narración como el estilo y la finalidad que pretenden demuestran que se trata de una parte integrante de la obra.
– Josué despide a las tribus de Trasjordania después de haber elogiado su comportamiento en la tierra conquistada; ellas, al partir de Cis-jordania, erigen un altar a orillas del Jordán; las otras tribus interpretan este hecho como una amenaza a la unidad (c. 22).
– Josué da al pueblo sus últimas recomendaciones (c. 23) y, en una gran asamblea, reunión ideal de todas las.tribus, se le repiten todos los puntos importantes de la historia anterior -desde Abrahán hasta toda la conquistaA y se renueva la alianza en el valle de Siquén (c. 24): el pueblo reconoce la realización de las promesas por parte de Dios y promete fidelidad a la ley: †œAquel dí­a Josué hizo un pacto con el pueblo, le impuso leyes y preceptos en Siquén† (24,25).
IV. ASPECTO RELIGIOSO DEL LIBRO DE JOSUE.
El mensaje de esperanza que la escuela deuteronomista supo recoger de las antiguas tradiciones y exponer a los desterrados está en la raí­z de esta epopeya de la conquista, de forma que es posible trazar una reconstrucción de la nación en el pequeño fragmento que es el territorio de la tribu de Judá. Pero como el punto de apoyo de esta esperanza era, por una parte, el retorno a la propia conciencia de deportados por motivos eminentemente religiosos y, por otra, la profunda fe de los padres en.el Dios de la alianza, el carácter religioso es el que domina todo el libro. Las etapas principales están marcadas por intervenciones divinas: todo está organizado en torno a los cuatro grandes acontecimientos religiosos: la primera pascua en Palestina, la circuncisión (sello de la alianza), la relectura de la ley en el monte Ebal y la explí­cita renovación de la alianza en la asamblea de Siquén.
El libro nos presenta unos sucesos dotados de un significado que llega profundamente al ánimo del lector atento, como el paso del Jordán, la función del arca (emblema de Israel), la caí­da de Jericó. La tierra y su conquista se consideran bajo una perspectiva que podemos calificar de †œmesiánica†™ (SaI 105-106). El paso del Jordán se pone en paralelo con el tránsito del mar Rojo; también el maná cesa cuando se saborean los frutos de la tierra (5,12). Orí­genes observaba que el apóstol (1Co 10,1) habrí­a podido escribir también así­: †œNuestros padres pasaron todos el Jordán y todos fueron bautizados en Josué en el espí­ritu y en el rí­o† (PG 12,847).
De forma viva y casi dramática se vislumbra en Jos el régimen de la alianza entre Dios e Israel. El que da el paí­s a Israel es su Dios; es él el que combate a su lado y el que le guí­a en todos sus pasos; el pueblo tiene que responder observando las leyes de la alianza (1,8). Por eso el perí­odo de la conquista será considerado como un tiempo de religiosa fidelidad (Os 2,14-17; Jr2,2). La solidaridad del pueblo, la responsabilidad del jefe y su obligación de estar en contacto continuo con Dios son objeto de especial insistencia.
El nombre de Jesús, que en hebreo es idéntico al de Josué, no es el único motivo de paralelismo entre los dos; baste recordar el paso del Jordán, la circuncisión del corazón, la nueva pascua, la verdadera tierra prometida, la lucha espiritual por cada conquista, la nueva alianza.
BIBL: Abel F.M., Josué, Parí­s 19582; Alonso Schokel L., Josué yJueces, Ed. Cristiandad, Madrid 1973;
Auzoü G., El don de una conquista. Estudio del libro de Josué, Fax, Madrid 1967; Baldi D., Giosue,
Marietti, Turí­n 1952; Garstang, Joshua-Judges, Oxford 1930; Noth M., Das Buch Josua, Tubinga 1953;
Pérez Rodrí­guez G., Josué en la historia de la salvación, Ed. Casa de la Biblia, Madrid 1972; Soggin J. ?.,
Le Iivre de Josué, Neuchátel 1970; Stellini ?., Giosue, Ed. Paoline, Roma 19813.
L. Moraldi
1541
JUAN (Cartas de)
1Jn 1-5; 2Jn 1
Sumario: 1. Origen histórico: 1. Canonicidad; 2. Autor, tiempo y lugar de composición. II. Origen literario:
1. Situación vital; 2. Ambiente religioso-cultural; 3. Género literario, anidad y estructura. III. Mensaje teológico-espiri-tual: 1. La iniciativa salví­fica, eficaz y fiel de Dios; 2. Creer en Jesucristo, Hijo de Dios; 3. Actuación de la fe en la caridad.
En el grupo de las siete cartas †œcatólicas del NT se insertan también las tres cartas atribuidas a Juan. De éstas, la primera, la más amplia, ha ejercido en todas las épocas una fascinación particular por la esencialidad y la fuerza de su mensaje teológico y espiritual, centrado en el amor.
A partir de Dios Padre el amor se revela y se comunica históricamente en Jesucristo, el Hijo y la palabra de vida hecha carne, y se prolonga en la experiencia vital de la comunidad que acoge la palabra y participa en la comunión de amor con Dios. Las otras dos cartas son en realidad dos misivas de circunstancias, emparentadas entre sí­ por su estilo y su vocabulario. Para una correcta y fructuosa lectura de estos textos, que se sitúan en la tradición joanea, hay que afrontar algunos problemas previos sobre su origen histórico y literario.
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1. ORIGEN HISTORico.
La cuestión de la autenticidad joanea o apostólica de la primera carta está relacionada en parte con la de su autoridad canónica. Pero este problema afecta también al de las relaciones mutuas de las tres cartas, puestas bajo el nombre de Juan, así­ como a la determinación del tiempo y del lugar de composición.
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1. Canonicidad.
La primera carta de Juan es conocida y citada por los escritores cristianos del siglo II, que son los portavoces de sus respectivas comunidades cristianas: Poli-carpo de Esmirna, Papí­as de Hiera-polis, Ireneo de Lyon. Para la Iglesia de Roma podemos referirnos a las citas de Justino y a la presencia de al menos dos cartas joaneas en el canon de Muratori. En el siglo II? la primera carta es conocida y acogida por Tertuliano y Cipriano (Africa), y en la Iglesia de Alejandrí­a por Clemente (del que se conoce un comentario traducido al latí­n), Orí­genes y Dionisio. Es singular el testimonio de este último, obispo de Alejandrí­a, el cual mientras que considera la primera carta de Juan †œcatólica, atribuye, por el contrario, el Apocalipsis a un autor distinto del apóstol (cf Eusebio de Cesarea,<í­ffisí­. EccI. VII, 25,7-26). En el siglo iv las tres cartas de Juan son reconocidas como apostólicas y canónicas, aunque Jerónimo sabe que hay algunas dudas sobre las 2-3Jn, atribuidas por algunos a un †œpresbí­tero† distinto del apóstol. Por el contrario, las tres cartas están ausentes del canon sirio (Antioquí­a), probablemente por influjo de Teodoro de Mopsuestia, que rechaza las cartas no paulinas. En resumen, se puede decir que existe para la primera carta de Jn un consenso muy antiguo sobre su autoridad canónica, mientras que para las 2-3Jn se tiene un progresivo reconocimiento de su apostolicidad y consiguiente canonicidad. 1545 2. Autor, tiempo y lugar de composición. La que ha sido llamada hasta ahora la †œprimera carta de Juan† se presenta como un escrito anónimo -el autor se esconde tras un grupo de cristianos autorizados-, enviado a otros creyentes para ponerlos en guardia contra la amenaza de los disidentes, llamados †œfalsos profetas† y †œfalsos cristos†. En la segunda y tercera carta, por el contrario, el autor se presenta como el †œpresbí­tero†, que escribe a una comunidad o a otro cristiano, llamado Gayo (2Jn 1; 3Jn 1). Aunque en el primer escrito el †œnosotros† colegial aparece varias veces a lo largo de las páginas después del prólogo, se trata en realidad de un personaje individual, que se dirige a otros cristianos * mediante el escrito-carta (cf Un 2,12. 13.14; 5,13). Del conjunto del escrito no es posible deducir otros detalles que permitan señalar a este misterioso personaje que se identifica con el grupo †œnosotros† o dicta la carta -†œos escribo†, †œos he escrito†- en primera persona. De su afinidad de lenguaje y de estilo con las otras dos cartas cabe deducir que se trata del mismo autor, concretamente el †œpresbí­tero†, representante del mismo ambiente o cí­rculo teológico-espiritual que suele designarse como tradición o escuela joanea. Se presenta como el intérprete autorizado y legí­timo de esta tradición. En efecto, puede dirigirse a otros responsables de la comunidad anunciándoles su visita o inspección para establecer lo que en varias ocasiones se designa como †œla verdad† o †œla doctrina de Cristo†, el evangelio anunciado desde el principio. Este autor, intérprete autorizado de la tradición evangélica, no puede ser el apóstol por dos motivos: porque serí­a incomprensible el silencio sobre este tí­tulo en el texto, y porque su autoridad es discutida por un dirigente de la Iglesia a la que ha enviado, una carta (3Jn 9-10). ¿Se trata del mismo autor o redactor del cuarto evangelio? A este interrogante sólo es posible dar una respuesta después de haber examinado la relación de las tres cartas con el evangelio, puesto también bajo la autoridad de Juan. Con la hipótesis sobre el autor está relacionada también la determinación del tiempo y lugar de origen. Las tres cartas, probablemente en el orden de sucesión tal como está ahora en el canon, existí­an ya a comienzos del siglo II, ya que escritores como Papí­as y Policarpo las conocen y las citan. Esto vale de forma expresa para la primera carta. Sobre la base del mismo testimonio se puede buscar el lugar de origen de nuestros escritos en el Asia Menor, y más concretamente en la Iglesia de Efeso, donde se formó y se conservó laí­radición que arranca de Juan. 1546 II. ORIGEN LITERARIO. El debate en torno a los escritos de Juan afecta más directamente a algunas cuestiones de carácter literario, como el ambiente vital en que surgieron estos escritos. El tono francamente polémico de la primera carta, distinto del de las otras dos, plantea el problema de cuál es el frente adversario. La relación con el cuarto evangelio es otro punto candente de la investigación. Finalmente, la determinación del género literario implica la solución de otro enigma de la primera carta: las tensiones y contradicciones dentro de ella, que han sugerido la hipótesis de diversos niveles de composición o de una utilización de fuentes y material preexistente. 1547 1. Situación vital. Para reconstruir el ambiente en que surgieron los tres escritos joaneos -finalidad y destinatarios-, se puede partir de las dos cartas o misivas, respectivamente la segunda y la tercera del grupo. En este caso el presbí­tero se dirige a una Iglesia local, a una †œseñora elegida y a sus hijoᆝ (2Jn 1,5), o bien a un cristiano estimado y ejemplar, Gayo. En el primer caso el autor pone en guardia a los destinatarios en relación con una crisis interna: †œPorque han irrumpido en el mundo muchos seductores, que no confiesan a Jesús como el mesí­as hecho hombre. Ese es el seductor, el anticristo† (2Jn 7). Frente a estos disidentes, que amenazan la integridad de la fe tradicional, el autor invita a sus cristianos a practicar una ruptura completa, negándose a acogerlos en casa y a ofrecerles el saludo eclesial, por no confesar la fe í­ntegra en Jesucristo (2Jn 10-11). En la tercera carta, por su parte, la crisis se refiere a las relaciones entre las Iglesias o los grupos cristianos. Se da el caso de un tal Diotrefes, personaje distinguido en la comunidad cristiana, que no quiere acoger a los hermanos -cristianos- misioneros itinerantes e impide que lo hagan los que desean acogerlos y los expulsa de la Iglesia (3Jn 9-10). Más complejo se presenta el cuadro de la primera carta. También en este escrito, mucho más amplio y rico teológicamente, se advierte el acento polémico de fondo, aunque la preocupación inmediata del autor es la de exhortar y animar a los destinatarios cristianos a la perseverancia en la fe tradicional y ortodoxa: †œOs escribo esto para que sepáis que vosotros, que creéis en el nombre del Hijo de Dios, tenéis la vida eterna† (1Jn 5,13). La urgencia de esta cálida exhortación, que se apoya en una renovada exposición de la fe cristológica, se debe a la amenaza de aquellos que én la carta son llamados los †œanti-cristos†(Un 2,18.22; 4,3) o los †œmentirosos† (1Jn 2,22). Actualmente están separadosde la comunidad; pero siguen representando un peligro, ya que con su propaganda ejercen cierta influencia sobre los fieles a los que va dirigida la carta. Es difí­cil hacerse una imagen precisa de estos †œadversarios†, dado que la carta los supone ya conocidos de sus propios interlocutores, y evoca sus rasgos salientes tan sólo mediante alusiones y referencias, para poderlos desenmascarar y combatir. Teniendo en cuenta las rápidas referencias dispersas por este escrito, puede trazarse este cuadro de las posiciones teórico-prácti-cas de los disidentes: niegan a Jesús, el Cristo e Hijo de Dios, puesto que separan al Jesús histórico, el de la †œcarne†, del Cristo de la fe (1Jn 2,22; 1Jn 2,23; 1Jn 4,3; 1Jn 4,5-6). En el plano de la ética, como consecuencia de esta cristologí­a y soteriologí­a reductiva y basándose en sus pretensiones de †œiluminados† y perfectos -†œsin pecado†-, descuidan la observancia de los mandamientos. Esto se revela de forma particular en las relaciones con los †œhermanos†, que son objeto de odio (cf Un 1,6-8.10; 2,9-1 1; 3,18-20; 4,20). Esta autoconciencia del perfeccionismo espiritual, que considera irrelevante la vida ética para la salvación final o vida eterna, debe relacionarse con el papel que se atribuye al Espí­ritu. Estos profetas o maestros se consideran guí­as autorizadas, apelando al papel carismático e interior del Espí­ritu y descuidando la tradición histórica (1Jn 4,1-6). Finalmente, como consecuencia del relativismo ético y de la exaltación caris-mática, los disidentes acentúan el aspecto actual de la escatologí­a: ellos ya han llegado y tienen la garantí­a de la salvación final. Teniendo en cuenta todo este conjunto de datos ofrecidos por nuestra carta, es difí­cil identificar a los adversarios con los grupos †œgnósticos†, conocidos por los escritos del siglo?, o bien con los de tendencias docetis-tas que nos revelan también los textos cristianos sucesivos (cartas de Ignacio de Antioquí­a). Ciertamente, los disidentes que combate Juan privilegian en la experiencia religiosa el †œconocimiento† de Dios (1Jn 2,4) y tienden a marginar en sus efectos salví­ficos la humanidad y la muerte de Jesús. Pero los que en el siglo II habrí­an de ser grupos †œheréticos† bien definidos no pueden identificarse todaví­a en el ámbito de las cartas de Juan. El autor apela a la tradición joanea, tal como se conoce en el cuarto evangelio, para poner de relieve los riesgos de una cristologí­a red uctiva y de sus consecuencias en el plano ético y eclesial. 1548 2. Ambiente religioso-cultural. La impresión que suscita la lectura del texto de la primera carta de Juan es la de un escrito que se sitúa en una zona fronteriza entre el ambiente bí­blico-judí­o por un lado y la cultura greco-helenista por otro. Efectivamente, el estilo, por la manera de coordinar las frases y la disposición sintáctica, la sitúan más bien en el ambiente bí­blico-semí­tico. Las declaraciones axiomáticas, la forma de argumentar jurí­dica, el gusto por la antí­tesis recuerdan el mundo judí­o. Por otra parte, el autor demuestra tener un buen conocimiento de la lengua griega, koiné. Por lo que se refiere a las relaciones con el AT, se observa la ausencia de citas explí­citas de textos bí­blicos. Pero no faltan algunas alusiones y recuerdos de frases, imágenes y concepciones de la tradición bí­blica, particularmente la profética. Además, el escrito muestra tener conocimiento de la lectura haggádi-ca de la historia de Caí­n en los ambientes judí­os antiguos (cf Un 3,12). También son interesantes las afinidades de vocabulario y temáticas con los documentos de Qumrán, de modo particular la antí­tesis luz/tinieblas, la contraposición entre los dos †œespí­ritus† y la insistencia en la †œcomunión†, que recuerda el yáhadqumrá-nico. Esta afinidad ha sugerido incluso la hipótesis de que los destinatarios de la carta fueran algunos ex esenios, emigrados al ambiente de Efeso. Pero las diferencias entre los escritos de Qumrán y nuestra carta están determinadas por el papel central y único de Cristo y del correspondiente mandamiento nuevo del amor, que ocupa el puesto de la †œley†. Como se ha indicado anteriormente, la primera carta de Juan plantea el problema de la relación literaria e histórica con el cuarto evangelio. También en este caso se tiene una situación ambivalente, en el sentido de que son notables las convergencias y al mismo tiempo se observan algunas diferencias. En lo que se refiere a las afinidades entre los dos escritos, hay que señalar los contactos a nivel de vocabulario, de fraseologí­a y de contenidos: las antí­tesis luz/tinieblas, el amor! odio, el carácter central del mandamiento del amor. Pero lo que es más notable es la convergencia en algunas ideas matrices, como la de la †œpalabra†, griego lagos, hecha carne. Las divergencias se refieren también al vocabulario (al menos 39 palabras o expresiones de la 1Jn no aparecen en el evangelio), a las fórmulas y a los contenidos: el apelativo †œparáclito† se aplica a Cristo en la Un, mientras que en el evangelio se refiere al Espí­ritu. Pero también en este caso llama la atención la ausencia de algunos vocablos-clave del cuarto evangelio, como †œley†™, †œgloria†, †œjuicio†™. La conclusión que se puede sacar de esta confrontación es que la carta se coloca en la tradición o escuela joanea, pero con otra perspectiva o preocupación, determinada por la situación nueva y distinta en la Iglesia debido a las disensiones internas. 1549 3. Género literario, unidad y estructura. Mientras que es relativamente fácil determinar la forma literaria de los dos pequeños escritos puestos bajo la autoridad de Jn -auténticas cartas, aunque breves, en forma de misivas ocasionales-, sigue siendo problemático y discutido el género literario de la llamada primera †œcarta† de Juan. Efectivamente falta en ella la forma protocolaria de la carta-epí­stola, en cuanto que el remitente al principio aparece como un grupo, †œnosotros†; los destinatarios no se dice quiénes son; falta propiamente el saludo final. También la situación del intercambio epistolar queda muy indeterminada, aun cuando a lo largo del escrito el autor aluda varias veces al hecho de que †œescribe† o †œha escrito†. Pero esto es más bien una forma de establecer un contacto con los destinatarios que una señal concreta del género literario epistolar. La hipótesis de que se trata de un sermón enviado en forma de carta a un grupo de cristianos o a diversas comunidades podrí­a satisfacer al conjunto de los datos del texto: un vago encuadramiento epistolar y una forma de proceder propia de una homilí­a de carácter catequé-tico o parenético. También es incierta y discutida la unidad del texto, dentro del cual se observan ciertas tensiones, por no decir contradicciones, por ejemplo entre la pecabilidad del creyente, que se afirma en 1 Jn 1,8, y su impecabilidad en virtud del germen divino y del nacimiento de Dios (1Jn 3,6; 1Jn 3,9). Basándoseen esto, se ha presentado la hipótesis de que el autor o redactor final habrí­a compuesto la carta a partir de un material tradicional más o menos armonizado dentro de la perspectiva del conjunto. Pero habida cuenta del contexto polémico en que el autor tiene que aclarar y rectificar su pensamiento frente a sus adversarios, por una parte, y, por otra, el modo de proceder tí­pico del ambiente bí­blico-judí­o -acercamiento progresivo y concéntrico al mismo tema-, se puede considerar este escrito como un producto unitario, aunque construido sobre la base de tradiciones y aportaciones diversas. En efecto, el desarrollo del texto se articula en dos momentos: el de la exposición de tipo catequí­stico, que remite a la tradición -lo cual explicarí­a en parte el tenor arcaico de ciertas frases-, y el de la aplicación parené-tica, que se apoya en el momento actual e inmediato. Las pequeñas unidades literarias se unen entre sí­ y se delimitan mediante frases o sentencias repetidas al comienzo y al final. La entonación temática se debe a unas expresiones-clave -como la del mandamiento nuevo/antiguo (1Jn 2,7-8), la del pecado/justicia 1Jn 3,4-10)- o a ciertas palabras evocativas: †œamar†, †œodiar† (1Jn 3,13-24). Es caracterí­stico de este procedimiento literario el gusto por el paralelismo antitético, las breves declaraciones repetidas varias veces para inculcar una idea o un tema considerados desde diversos ángulos de vista. Si se entra en esta original perspectiva literaria, es posible trazar incluso un cierto plan temático que dé coherencia al escrito actual. La estructura literaria y temática no permite imponer al texto de Juan esquemas rí­gidos, como han hecho varios autores. Por otra parte, tampoco es correcto fragmentario en un montón de sentencias yuxtapuestas unas a otras. El punto de partida para encontrar la unidad literaria y temática de Un nos lo ofrece el llamado prólogo, que sirve de encabezamiento a la carta. En este pequeño párrafo inicial se pone el acento en la comunión (griego, koindní­a) con Dios Padre, por medio de su Hijo Jesucristo, la palabra de vida hecha visible, que los testigos han †œcontemplado† y †œtocado†; por eso ellos pueden anunciarla a los creyentes, a fin de realizar aquella comunión eclesial en la que se vive ahora la comunión salví­fica con Dios (1Jn 1,1-4). Sobre la base de este tema, el discurso catequí­stico-pare-nético se desarrolla en tres partes, en las que se indican los criterios o condiciones para vivir en la comunión. 1 .a Dios es luz (1Jn 1,5-2,28). En esta primera parte alternan de forma dialéctica los momentos exhortativos y las exposiciones breves, en un juego de contrapunto: tesis! antí­tesis-exhortaciones. Se pueden señalar cuatro antí­tesis sucesivas: a) caminar en la luz - romper con el pecado (1 Jn 1,5-2,2); b) observarel mandamiento del amor (1Jn 2,3-11); c) no amar al mundo (1Jn 2,12-17); A/permanecerfieles - huir de los falsos maestros (1Jn 2,18-28). 1550 2.a Vivir como hijos de Dios (1Jn 2,29-4,6). Sugiere este tema la expresión ocho veces repetida †œhijos de Dios†, y se articula en torno a la exhortación a vivir y practicar la †œjusticia†™//†caridad†™ (agapS). Esta justiciacaridad supone, en su aspecto negativo, el rechazo del pecado. La reflexión se desarrolla en tres momentos: a) practicar la justicia - romper con el pecado (1 Jn 2,29-3,10); b) practicar la caridad (1Jn 3,11-24); c) discernir el Espí­ritu por medio de la fe auténtica (1Jn 4,1-6). 1551 3.a Dios es amor (1Jn 4,7-5,12). El anuncio temático, que aparece en dos ocasiones, presenta la realidad profunda y salví­fica de Dios (1Jn 4,8; 1Jn 4,16). En esta última sección se pueden reconocer dos momentos: a)el amor viene de Dios (1Jn 4,7-21); oj late como respuesta al testimonio de Dios que ha de actuarse en el amor (1Jn 5,1-12). La insistencia en algunos términos: †œcreer† (cinco veces), †œatestiguar† (cuatro veces) y †œtestimonio† (seis veces), da el tono a esta parte final. La carta se cierra con un epí­logo en forma áepost scriptum, en el que se indica su finalidad (1Jn 5,13), con algunas instrucciones sobre la oración, en particular por el hermano pecador distinto del †œapóstata† -pecado que conduce a la muerte- (1Jn 5,14-15; 1Jn 5,16-17), y una sí­ntesis temática, que termina con una última recomendación (1Jn 5,18-20). 1552 III. MENSAJE TEOLOGico-ESPIRITUAL. El escrito puesto bajo la autoridad de Juan comunica un mensaje esencial, centrado en el descubrimiento y en la profundiza-ción de la cristologí­a. Partiendo de la fuerte concentración cristológica del mensaje joaneo, se pueden señalar las estructuras básicas de este pequeño tratado teológico, en el que se traza un proyecto espiritual original. 1553 1. LA INICIATIVA SALVIFICA, EFICAZ Y fiel de Dios. A pesar de la preocupación cristológica y del objetivo eclesial y parenético del autor, la carta de Juan se distingue ante todo por su planteamiento sólidamente teológico. El punto de partida de todo el proceso salví­fico, que ha hecho posible la mediación histórica de Jesús y que se prolonga en la comunidad cristiana, es Dios, el Padre. †œDios es luz† (1Jn 1,5); †œDios es amor† (1Jn 4,8; 1Jn 4,16): son estas dos presentaciones de Dios, el cual se opone a las tinieblas del odio disolvente y mortal, las que dan el tono teológico y dinámico a la teologí­a de nuestro escrito. Dios Padre está en el origen de la generación de los creyentes, que acogen la palabra como germen o semilla interior y que viven en la dimensión de la alianza. Esta se expresa con las fórmulas tí­picas de Juan: †œpermanecer† en Dios, †œconocer† a Dios. Esta reflexión sobre la iniciativa salví­fica de Dios aparece en el texto central, donde se precisa la naturaleza del amor (griego, ágape, agapari). Dios es amor en el sentido de que él revela y manifiesta su compromiso gratuito y eficaz en Jesucristo, el Hijo unigénito y el enviado. En su autodonación en la cruz se tiene el perdón de los pecados y la raí­z de la comunión con Dios. El amor de Dios, revelado y comunicado históricamente en Jesús, está en la raí­z y es el modelo de amor entre los creyentes: †œQueridos mí­os, arriémonos los unos a los otros, porque el amor es de Dios; y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros: en que ha mandado a su Hijo único al mundo para que nosotros vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos ha amado a nosotros y ha enviado a su Hijo como ví­ctima expiatoria por nuestros pecados. Queridos mí­os, si Dios nos ha amado de este modo, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Jamás ha visto nadie a Dios. Si nos amamos los unos a los otros, Dios está con nosotros, y su amor en nosotros es perfecto. Por esto conocemos que estamos con él y él en nosotros; porque él nos ha dado su Espí­ritu† (1Jn 4,7-13). Es notable en este texto no sólo el subrayado de la iniciativa radical de Dios-amor, sino también la dimensión trinitaria: desde Dios, por medio de Jesucristo, el enviado y el Hijo, el amor pasa a los creyentes a través del don de su Espí­ritu. También el amor de los creyentes a Dios y entre ellos como respuesta a la iniciativa de Dios tiene su fuente última en Dios. 1554 2. Creer en Jesucristo, Hijo de Dios. El acento que se pone en la acogida de la iniciativa de Dios como condición de salvación aparece en el escrito joaneo gracias a la frecuencia del verbo †œcreer† (nueve veces), y más aún de los verbos †œconocer† (25 veces) y †œsaber† (15 veces). La fe cristológica es la que reconoce en Jesús al Cristo, al Hijo de Dios, reconocido y acogido en las fórmulas de fe tradicionales. Esta es la condición para obtener el perdón de los pecados, que tiene su fuente histórica en la muerte en cruz. En oposición a la cristologí­a y a la soteriologí­a reductivas de los adversarios, el autor insiste en la fe tradicional, declarando ya desde las primeras lí­neas: †œSi andamos en la luz, como él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado† (1Jn 1,7). Vuelve sobre este tema inmediatamente después en estos términos: †œPero si alguno peca, tenemos junto al Padre un defensor (parákletos), Jesucristo, el justo. El se ofrece en expiación (hi-lasmós) por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo† (1Jn 2,1-2 cf 1Jn 4,10). Esta fe cristológica, genuina, basada en la tradición, es la que se presenta como fe combatiente y perseverante; una fe victoriosa contra el maligno (1Jn 2,13-14), sobre los falsos maestros (1Jn 2,19; 1Jn 4,4) y también contra el mundo (1 Jn 5>4). Esta insistencia cristológica es el eje y el corazón de la exhortación joanea. Efectivamente, la manifestación histórica y salví­fica del amor de Dios en Jesús es el fundamento de la forma de obrar de los creyentes: †œEn esto hemos conocido el amor: en que él ha dado su vida por nosotros; y nosotros debemos dar también la vida por nuestros hermanos† (1Jn 3,16). Entonces se comprenden las consecuencias que se derivan de la auténtica cristologí­a, tanto en el plano salví­fico como en el de la vida cristiana y eclesial. Por eso se justifica la decidida toma de posición frente a los falsos maestros. El autor no sólo pone en guardia contra ellos, sino que recuerda la profesión de fe tradicional: †œEn esto distinguiréis si son de Dios; el que confiesa que Jesús es el mesí­as hecho hombre es de Dios; y el que no confiesa a Jesús no es de Dios† (1Jn 4,23). Y todaví­a al final de la carta propone de nuevo la cristologí­a tradicional en polémica con la de los disidentes: †œEl que cree que Jesús es el mesí­as, ha nacido de Dios†(1Jn 5,1). Y con una terminologí­a que hace eco a la del cuarto evangelio, nuestro autor vuelve a hablar del valor histórico y salví­fico de la vida de Jesús, que culminó en su muerte y en su glorificación: †œ,Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Es él, Jesucristo, el que ha venido con agua y sangre; no sólo con agua, sino con agua y sangre. Y es el Espí­ritu el que da testimonio, porque el Espí­ritu es la verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Espí­ritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo† (1Jn 5,5-8). El testimonio que sirve de base a la fe cristiana es el que abraza toda la existencia de Jesús: desde el bautismo -agua y Espí­ritu- hasta su muerte en la cruz -sangre-. Y se prolonga en la experiencia eclesial, en donde se manifiesta su eficacia en el Espí­ritu comunicado a los creyentes.
1555
3. Actuación de la fe en la caridad.
El amor salví­fico, que tiene su fuente en Dios y se manifiesta en Jesucristo, el Hijo entregado en la forma extrema de la muerte, se convierte en la razón profunda de la vida de los cristianos y está en la base de la comunión eclesial. Por una parte con un velado acento polémico, pero por otra con la preocupación continua de trazar el camino seguro a los cristianos, el autor los pone en guardia contra el riesgo de separar la fe auténtica de sus consecuencias prácticas y eclesiales: †œSabemos que le conocemos (a Dios) en que guardamos sus mandamientos. El que afirma que le conoce, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero el que guarda su palabra, verdaderamente es perfecto en él. En esto sabemos que estamos unidos a él: el que afirma que está unido debe comportarse como él se comportó† (1Jn 2,3-6). Los llamados †œmandamientos† que hay que observar y realizar, como consecuencia de la adhesión de fe, se resumen en el único mandamiento, que es †œantiguo†, por estar propuesto desde el principio y en la base de la comunidad, y al mismo tiempo †œnuevo†, por ser la revelación plena y definitiva de la voluntad de Dios: †œQueridos mí­os, no os escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio; el mandamiento antiguo es la palabra que habéis recibido† 1Jn 2,7-8). La fuente y el modelo de este estilo de vida, centrado en el amor, se definen por el acontecimiento salví­fico: †œPorque éste es el mensaje que habéis oí­do desde el principio: que nos amemos los unos a los otros† (1Jn 3,11). Y precisa este mismo pensamiento con otras fórmulas corrientes: †œEste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros, según el mandamiento que nos ha dado. El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por esto conocemos que él permanece en nosotros: por el Espí­ritu que nos ha dado† (1Jn 3,23-24). En esta última declaración, que remite a la estructura trinitaria de la existencia cristiana, el centro se pone en el acontecimiento histórico-salví­fico, en el que aparece el amor de Dios, fuente y modelo de las relaciones entre los creyentes.
En resumen, la carta primera de Juan es un pequeño tratado del amor como nuevo rostro de Dios, revelado y hecho accesible por Jesucristo. Esta carta se impone por su actualidad e inmediatez, a pesar de la distancia cultural e histórica, a los lectores cristianos de todos los tiempos. Este pequeño escrito, con una capacidad de sí­ntesis excepcional, muestra la coherencia y unidad del mensaje cristiano, en el que se conjugan armónicamente la más elevada reflexión sobre Dios, revelado en Jesucristo, el Hijo único, y las consecuencias para la vida espiritual y práctica de los individuos y de las comunidades cristianas.
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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

1. Josué ben Nun, nieto de Elisama, jefe de Efraín (1 Cr. 7.27; Nm. 1.10); su familia lo llamó hôšea˒, “sálvación”, Nm. 13.8; Dt. 32.44, heb.; este nombre aparece frecuentemente en la tribu de Efraín (1 Cr. 27.20; 2 R. 17.1; Os. 1.1). Moisés añadió el nombre divino, y lo llamó yehôšua˒, normalmente traducido en cast. “Josué”. El gr. Iēsous refleja la contracción arm. yešu˓ (cf. Neh. 3.19, etc.).

Josué era joven todavía en la época del éxodo (Ex. 33.11). Moisés lo eligió como su ayudante personal, y le dio el mando de un destacamento de las tribus aun no organizadas para rechazar a los amalecitas incursionadores (Ex. 17). Como representante efraimita en el reconocimiento iniciado en Cades (Nm. 13–14), apoyó la recomendación de Caleb de que debía invadirse la tierra. *Caleb, la figura principal y de mayor edad, se menciona sólo a veces en relación con esto; pero es poco probable que hubiera una versión del episodio que excluyera a Josué, o que algún historiador posterior haya negado, o no haya estado al tanto, de que también él se libró de la maldición que pesaba sobre el pueblo incrédulo.

Mientras Moisés estaba solo con Dios en el mte. Sinaí, Josué hacía guardia; en la tienda del tabernáculo también aprendió a servir al Señor; y en los años siguientes, algo de la paciencia y a mansedumbre de Moisés inevitablemente se añadieron a su valor (Ex. 24.13; 32.17; 33.11; Nm. 11.28). En las llanuras al lado del Jordán fue consagrado como sucesor de Moisés en la jerarquía militar, a la par de *Eleazar, el sacerdote (Nm. 27.18ss; 34.17; cf. Dt. 3 y 31, donde naturalmente se hace resaltar la posición de Josué). En aquella época tenía probablemente alrededor de 70 años; Caleb era extraordinariamente vigoroso a los 85, cuando empezó a ocupar los montes de Judea (Jos. 15.13–15).

Josué ocupó y consolidó la región de Gilgal, llevó a cabo con éxito campañas contra la confederación cananea, y dirigió otras operaciones mientras lo requirieron los esfuerzos unidos de Israel. La colonización de la tierra dependía de la iniciativa de cada tribu; Josué trató de estimularla por medio de una ocupación formal de Silo, donde se estableció el santuario nacional. Había llegado el momento de dejar el mando para dar el ejemplo retirándose a su tierra en Timnat-sera, en el mte. Efraín. Quizás fue en esta época que llamó a Israel al pacto nacional en Siquem (Jos. 24). Es posible que el cap(s). 23, su despedida, se refiera a la misma ocasión; pero el contenido es diferente, y parecería referirse a un período posterior. Josué murió a los 110 años, y fue sepultado cerca de su casa en Timnat-sera.

Para * Josué, Libro de, véase el art. que sigue, en el que también se analizan algunas teorías modernas acerca de la invasión de Canaán y el papel que desempeñó Josué.

2. Josué ben Josadac fue el sumo sacerdote de la restauración en 537 a.C., bajo cuyos oficios se reconstruyó el altar y se dedicó el templo. Hubo oposición al progreso de esas obras, sin embargo, hasta que en el 520 a.C. fue ayudado por las profecías de Hageo y Zacarías, que incluían un notable esquema de justificación por la gracia de Dios (Zac. 3). Proféticamente se lo denominó “Renuevo” (ṣemaḥ, Zac. 6.12). Véase J. Stafford Wright, The Building of the Second Temple, 1958, para un análisis de los problemas en Esdras y Hageo.

3. Josué de Bet-semes, propietario de los campos en los que se colocó el arca cuando los filisteos la devolvieron a Israel (1 S. 6.14).

J.P.U.L.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Contenido

  • 1 Ocho Personas Llamadas Josué
  • 2 El Libro de Josué
    • 2.1 Contenido
    • 2.2 Canon
    • 2.3 Unidad
    • 2.4 Autoría
    • 2.5 Historicidad
    • 2.6 Texto

Ocho Personas Llamadas Josué

(Joshua) Es el nombre de ocho personas del Antiguo Testamento, y uno de los Libros Sagrados.

  • 1. (‘Oseé), un betsemita en cuyos campos el arca se detuvo en su camino de regreso desde la tierra de los filisteos hacia Judá (1 Sam. 6,14.18).
  • 2. (‘Iesoûs), gobernador de Jerusalén cuyos altares idólatras fueron destruidos por el rey Josías, durante los intentos de éste por destruir el mal obrado por su padre Amón y su abuelo Manasés (2 Rey. 23,8).
  • 3. (‘Iesoûs), hijo de Yosadac y sumo sacerdote que regresó a Jerusalén con Zorobabel del Cautiverio en Babilonia (Esd. 2,2; Neh. 7,7; 12,1). En Esdras y Nehemías la Vulgata lo llama Josué; en Ageo y Zacarías, Jesús. Ayudó a Zorobabel en la reconstrucción del Templo, y fue muy celoso de la restauración de la religión de Israel (Esd.3,2.8; 4,3; 5,2). Fue a él a quien Zacarías vio en visiones despojado de sus ropas harapientas y vestido con túnicas limpias y mitra, mientras el ángel del Señor proclamaba al sumo sacerdote el tipo del Mesías venidero (Zac. 3).
  • 4. (‘Iesoué, ‘Iesoû), un cabeza de la familia de Pajat Moab, una de las familias nombradas en la lista de los israelitas que regresaron del Exilio Babilónico. (Esd. 2,6; Neh. 7,11).
  • 5. (‘Iesoî ‘Iesoû), jefe de la familia de sacerdotes de Yedaías, tal vez, el sumo sacerdote Josué mencionado antes. (Esd. 2,36; Neh. 7,39).
  • 6.(‘Iesoûs, ‘Iesoû), el nombre de la familia sacerdotal descendiente de Hodavías, como también de varias cabezas de esa familia luego del Exilio (Esd. 2,40; 3,9; 8,33; Neh. 3,19; 7,43; 8,7; 9,4-5; 12,8, vulg. Jesua; 12,24).
  • 7. (‘Iesía), uno de los hijos de Herem a quienes se les ordenó despedir a sus esposas tomadas de una tierra extranjera (Neh. 10,18).
  • 8. (Primero llamado Osías; Setenta ‘Iesoûs, primero Aúsé), el hijo de Nun; la genealogía de la familia es señalada en I Crón. 7,20-27; pertenecía a la tribu de Efraín. Josué comandaba el ejército de Israel, luego del Éxodo, en su batalla con Amalec (Ex. 17,9-13), fue llamado el ayudante de Moisés (24,13), acompañó al gran legislador hacia y desde el Monte Sinaí (32,17) y en la Tienda del Encuentro (33,11), y actuó como uno de los doce espías que Moisés enviara para avistar la tierra de Canaán (Num. 13,8). En esta ocasión, Moisés cambió el nombre de su servidor de Hosea a Josué (Num. 13,17). Es muy probable que el nuevo nombre significara “Yahveh es salvación”. Sólo Josué y Caleb hablaron bien de la tierra, aunque la gente deseaba apedrearlos por no murmurar, ellos dos sobrevivieron (Num. 14,38). Josué fue elegido por Dios para suceder a Moisés. Las palabras de la elección muestran el carácter del escogido (Num. 27,17-18). Ante Eleazar y toda la asamblea del pueblo, Moisés le impuso sus manos a Josué. Luego Moisés le propuso al pueblo este soldado para que los dirigiera a la tierra más allá del Jordán (Deut. 31,3), y el Señor le ordenó hacerlo (31,23). Luego de la muerte de Moisés, Josué estaba lleno del espíritu de sabiduría y los israelitas le obedecían (Deut. 34,9). El resto de la historia de Josué es relatada en el Libro de Josué.

El Libro de Josué

El sexto libro del Antiguo Testamento; en el plan de los críticos, el último libro del Hexateuco (Ver Pentateuco). En los Padres, el libro es llamado a menudo “La Nave de Jesús”. El nombre data de los tiempos de Orígenes, quien tradujo el hebreo “hijo de Nun” por uìòs Nauê e insistió que Nave era un tipo de barcaza; de ahí en el nombre Jesus Nave muchos de los Padres ven el tipo de Jesús, el Barco en el que el mundo es salvado.

Contenido

El libro de Josué contiene dos partes: la conquista de la tierra prometida y la subsiguiente división.

a. Capítulos 1 a 12: La Conquista

  • Caps. 1-3: Josué entra a la tierra prometida, luego de que sus espías le aseguraran de que el camino era seguro. Era el décimo día del primer mes, cuarenta y un años luego del Éxodo. El canal del Jordán estaba seco durante el paso de Israel
  • Cap. 4: Se erigió un monumento en medio del Jordán y uno en Guilgal, pára conmemorar el milagro. Josué acampa en Guilgal.
  • Cap. 5: Los israelitas nacidos durante el viaje fueron circuncidados; se celebra la pascua por primera vez en la tierra prometida; el maná deja de caer; Josué es fortalecido por la visión de un ángel.
  • Cap. 6. Los muros de Jericó caen sin un solo golpe; la ciudad es saqueada; sus habitantes son ejecutados; sólo la familia de Rahab es perdonada.
  • Caps. 7-8,29: Israel sube contra Ay. El crimen de Akán les causa la derrota. Josué castiga dicho crimen y toma a Ay.
  • Caps. 8,30-9: Erige un altar en el Monte Ebal; subyuga a los gabaonitas.
  • Caps. 10-12: derrota a los reyes de [[Jerusalén, Hebrón, Yarmut, Lakis y Eglón; captura y destruye a Maquedá, Libná, Lakis, Egrón, Hebrón, Dabir y el sur hasta Gaza; marcha hacia el norte y derrota las fuerzas combinadas de los reyes de los torrentes de Merón.

(b) Caps. 13-22: La División de la Tierra entre las tribus de Israel
Caps. 23-24: Epílogo: último mensaje y muerte de Josué.

Canon

a. En el canon judío, Josué está entre los primeros profetas Josué, Jueces y los cuatro Libros de los Reyes. No fue agrupado con el Pentateuco, principalmente porque, a diferencia de Éxodo y Levítico, no contenía la Torah o ley; también porque los cinco libros de la Torah fueron adjudicados a Moisés (ver Pentateuco).

b. En el canon cristiano, Josué siempre ha tenido el mismo lugar que en el canon judío.

Unidad

Casi todos los no católicos han seguido las críticas sobre el tema del “Hexateuco”; inclusive el conservador Hastings, “Diccionario de la Biblia” ed. 1909, daba por sentado que Josué es una obra compuesta de fragmentos después del Exilio. La primera parte, (1-12) está constituida por dos documentos, probablemente J y E (elementos yahvistas y elohistas) reunidos por J E y luego revisados por el editor deuterocanónico (D); a éste último se le adjudica todo el primer capítulo. Muy poco de este trabajo es obra de P (el compilador del código sacerdotal). En la segunda parte (13-22) los críticos no están seguros si la última edición fue trabajo del deuteronómico o del editor sacerdotal; concuerdan en que las mismas manos de J, E, D y P trabajan en ambas partes, y que las porciones que deben ser adjudicadas a P tienen características que no todas se encuentran en su trabajo en el Pentateuco. La redacción final es post-exílica, un trabajo realizado cerca del 440-400 a.C. En resumen, ésa es la teoría de los críticos, que difieren aquí como dondequiera en materia de los detalles asignados a los varios escritores y en el orden de las ediciones, la cual todos asumen como ciertamente hecha. (Ver G.A. Smith y Welch en Hastings “Diccionario de la Biblia” ediciones grandes y pequeñas respectivamente, s.v. “Josué”; Morre en Cheyne “Encyclopedia Biblica”; Wellhausen, “Die Composition des Hexateuchs und der historischen Bücher des A. T.”, Berlín, 1889; Driver, “Introducción a la Literatura del Antiguo Testamento”, Nueva York, 1892, 96.)

Los judíos no conocían tal Hexateuco, ni los seis libros puestos juntos por un editor final; siempre mantuvieron una distinción clara entre el Pentateuco y Josué, y más bien relacionaron a Josué con Jueces que con el Deuteronomio. El bien conocido prefacio al Eclesiástico (Septuaginta) separa la “Ley” de los “Profetas”. Los samaritanos tienen la Torah completamente separado del recién descubierto Josué samaritano.

Los católicos, casi universalmente defienden la unidad de Josué. Es verdad que, antes del decreto de la Comisión Bíblica sobre el asunto de la autoría múltiple del Pentateuco, algunos católicos asignaban Josué, así como los cinco libros mosaicos, a J, E, D y P. Los eruditos bíblicos católicos están a favor de la unidad pre-exílica de la composición de Josué y su independencia editorial del Pentateuco. Esta independencia se muestra en la integridad y originalidad del plan del libro. Hemos visto la unidad de este plan en la conquista de Josué y la división de la tierra prometida. Está claro el propósito de llevar adelante la historia del pueblo escogido luego de la muerte de Moisés. El propósito del Pentateuco era muy distinto, el codificar las leyes del pueblo escogido; así como darle continuidad a su historia primitiva. En Josué no hay codificación de leyes. Los críticos argumentan que la muerte de Moisés dejó un vacío a ser llenado, es decir, la conquista de la tierra prometida y, por lo tanto, postulan esta conquista para la integridad histórica, si no para la legal, del Pentateuco. Tal hipótesis podría justificar el postulado también de que la historia de la conquista luego de la muerte de Josué era necesaria para la integridad histórica del Pentateuco. Nuevamente, la integridad de la narrativa de Josué sobre la conquista de la tierra prometida está clara desde el hecho que repite información que ya había sido dada en el Pentateuco y son detalles de la conquista. Las órdenes de Moisés a los hijos de Rubén y Gad están claramente planteadas en el Pentateuco (Núm. 32,20ss.); así también, en la ejecución de estas órdenes por los rubenitas y gaditas en las tierras de los amorreos y de Basán (Num., 32,33-38). Si Josué es parte de un compuesto y posterior composición tardía con los cuales los críticos hicieron los libros mosaicos, ¿cómo es posible que estos mismos datos en relación a los hijos de Rubén y de Gad se repitan por los supuestos Deuteronómicos D1 o D2 cuando él unificó el J y E y P de Josué? ¿Por qué interrumpe su narrativa continua (ver Jos. 1,12; 13,15-28)? ¿Por qué esta inútil repetición de los mismos nombres, si no fuera por la unidad de composición de Josué? ¿Por qué se repiten los nombres de las ciudades de refugio (cf. 20,8; Deut. 4,41ss.)? Para responder éstas y otras dificultades similares, los críticos han recurrido a un subterfugio no crítico: D1 o D2 no se traen a discusión en la escuela del criticismo moderno; de ahí, sus desatinos. No podemos aceptar tan poco críticamente y exento de trabas a un escritor como el inspirado y escogido por Dios editor del Pentateuco y Josué. Para una refutación total de los críticos, vea a Cornely “Introd. Specialis in Hist. V. t. Libros”, II (París, 1887,177).

Autoría

a. El Libro de Josué fue ciertamente escrito antes del tiempo de David, pues los cananeos todavía habitaban en Guézer (16,10), los jebuseos en Jerusalén (15,63), y Sidón mantenía la supremacía sobre Fenicia (16,28); mientras que antes del tiempo de Salomón, los egipcios habían expulsado a los cananeos fuera de Guézer (1 Rey. 9,16), David había capturado Jerusalén en el octavo año de su reinado (2 Sam. 5,5), y Tiro (siglo XII a.C.) había suplantado a Sidón en la supremacía de Fenicia. Más aún, durante el tiempo de David ningún escritor pudo haber establecido a sus aliados, los fenicios, entre los pueblos a ser destruidos (13,6).

b. Evidencia interna favorece la opinión de que el autor vivió no mucho tiempo después de la muerte de Josué. El territorio asignado a cada tribu está descrito con bastante exactitud. Solo se establece la tierra asignada a Efraín (16,5) porque la ocupación fue demorada (17,16). Por otro lado, se nos cuenta no sólo de la porción de tierra asignada a Judá y Benjamín, sino también de las ciudades que capturaron (15,1ss.; 18,11ss.); en cuanto a las otras tribus, el progreso hecho en ganar las ciudades de su lote se nos narra con una precisión que no se podría explicar si fuésemos a admitir que la narrativa es post-exílica en su redacción final. Sólo el inadmisible centón de poco críticos D1 o D2 servirán para explicar este argumento.

c. El problema persiste: ¿Acaso Josué escribió todo excepto el epílogo? Los católicos están divididos. Muchos de los Padres parecen haber dado por sentado que el autor es Josué; incluso ha habido católicos que han atribuido la obra a alguien poco después de la muerte del gran líder. Teodoreto (In Jos., q. XIV), Pseudo-Atanasio (Synopsis Sacr. Scrip.), Tostato (En Jos. I, q. XIII; VII) Maes (“Josue Imperatoris Historia”, Amberes, 1574), Haneberg (“Gesch. der bibl. Offenbarung”, Ratisbon, 1863, 202), Danko (“Hist. Rev. Div. V. T.”, Viena, 1862, 200), Meignan (“De Moïse à David”, Paris, 1896, 335), y muchos otros autores católicos admiten que el Libro de Josué contiene signos de edición posterior; aunque todos insisten que esta edición fue hecha antes del Exilio.

Historicidad

La Comisión Bíblica (15 de febrero de 1909) ha decretado la historicidad de la narrativa primitiva del Génesis 1-3; a fortiori no tolerará que un Católico niegue la historicidad de Josué. La principal objeción de los racionalistas al valor histórico del libro es la casi sobrecogedora fuerza de los milagros que se encuentran en él; esta objeción no tiene valor para el exegeta católico. Otras objeciones se anticipan en el tratamiento de la autenticidad del trabajo. Una respuesta completa a las objeciones racionalistas puede ser encontrada en los trabajos estándares de católicos en las introducciones. Los santos Pablo (Heb. 11,30-31; 13,5) Santiago (2,25), y Esteban (Hch. 7,45), la tradición de la sinagoga y la de la Iglesia aceptan el Libro de Josué como histórico. Para los Padres, Josué fue una persona histórica y una figura del Mesías. Como un antídoto a las acusaciones de que Josué fue cruel y homicida, etc, se deben leer los relatos asirios y egipcios del casi contemporáneo tratamiento al derrotado. San Agustín resolvió la dificultad racionalista diciendo que las abominaciones de los cananeos merecían el castigo que Dios, como Amo del mundo, impartido por la mano de Israel (en Hept., III, 56; P.L., XXXIV, 702, 816). Estas abominaciones de culto fálico y sacrificio de infantes han sido comprobadas por las excavaciones del Fondo para la Exploración Palestina en Guézer.

Texto

La Versión de los Setenta está conservada en dos textos revisados diferentes, el Alejandrino (A) y el Vaticano (B) y varía considerablemente del Masora; la Vulgata a menudo difiere de estos tres. (III, 4; IV, 3, 13; V, 6). El Josué samaritano recientemente descubierto se asemeja más al de la Septuaginta que al de Masora.

Bibliografía: Padres: ORÍGENES, Eclectum in Jesum Nave in P. G., XII, 819-825); Agustín, Quæstiones in Heptateuchum in P.L., XXXIV, 547). Escritores Modernos: MAES, op. cit.; CALMET, Comm. Lit. in Omnes Libros N. et V. Test. (Würzburg, 1788); SERARIUS, Josue, etc. (Mainz, 1610); BONFRÈRE, Josue, Judices, Ruth (Paris, 1733); también las obras mencionadas en el cuerpo del artículo.

Protestantes: SPEAKER’s Bible, II (Londres, 1872); KÖNIG, Alttest Studien, i. Authentie des Buches Josua (1836).

Fuente: Drum, Walter. “Josue (Joshua).” The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/08524a.htm

Traducido por Carolina Eyzaguirre Arroyo.
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Fuente: Enciclopedia Católica