JUAN

el apóstol. Su llamamiento, Mat 4:21; Mar 1:19-20; Luk 5:10; enviado con los doce, Mat 10:2; Mar 3:17; reprendido por su espíritu vengativo, Luk 9:51-56; Jesús rechaza su petición egoísta, Mat 20:20-24; Mar 10:35-41; sana y predica en el templo, Act 3:1-4:22.


Juan

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Juan (gr. Ií‡ánn’s, “gracia [don] de Dios”; probablemente del heb. Yôjânân o Yehôjânân “Yahweh es bondadoso [benigno]”; variante gr. es Ií‡nás, Jonás). 1. Juan el Bautista, el precursor de Jesucristo e hijo de Zacarí­as -sacerdote de la “clase de Abí­as”- y de Elisabet (Luk 1:5). Mientras Zacarí­as estaba cumpliendo sus funciones sacerdotales de quemar incienso en el templo, Gabriel lo informó del nacimiento de un hijo y le dio instrucciones de llamar su nombre Juan y criarlo como nazareo. El ángel predijo que el niño serí­a lleno del Espí­ritu Santo desde el vientre de su madre, y que saldrí­a con el espí­ritu y el poder de Elí­as para “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (vs 8-17). Al recordar su propia edad avanzada como también la de su esposa, Zacarí­as expresó dudas acerca de las palabra del ángel, y por ello quedó mudo (vs 18-22). A su debido tiempo nació el niño, y 8 dí­as más tarde fue circuncidado. Los vecinos y parientes supusieron que el niño se llamarí­a Zacarí­as, pero Elisabet, siguiendo las instrucciones del ángel (v 13), insistió en el nombre Juan. Cuando Zacarí­as fue consultado por señas, 668 escribió en una tableta que el nombre debí­a ser Juan; en ese momento recuperó el habla. Estos sucesos extraños asombraron a la gente de la región, de modo que se preguntaban qué clase de niño serí­a el que nació (vs 57-66). Su padre, lleno del Espí­ritu Santo, profetizó que su hijo serí­a llamado “profeta del Altí­simo” y que irí­a “delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos” (vs 67-79). Era primo de Jesús y unos 6 meses mayor que él (Luk 1:36), por lo que probablemente comenzó su ministerio unos 6 meses antes que Cristo, más o menos a los 30 años de su vida. Era la edad en la que los judí­os consideraban que el hombre habí­a alcanzado su madurez plena y, por tanto, podí­a aceptar las responsabilidades de la vida pública (cf 3:23). Aparentemente, Juan fue un hombre de aspecto y carácter rudo. No vaciló en hablar claramente cuando fue necesario (Mat 3:7-12; Luk 3:7-9). Era austero; hasta parecerí­a de hábitos casi antisociales (Mat 11:19; Luk 7:33): comí­a alimentos muy sencillos, -como langostas* y “miel silvestre”-, su ropa estaba tejida de pelo de camello y usaba un cinturón de cuero (Mat 3:4; Mar 1:6; cf Mat 11:8 ). Creció en el desierto, donde vivió hasta el comienzo de su ministerio. La Biblia no ofrece información con respecto a la vida y educación temprana de Juan, fuera de decir que “el niño crecí­a, y se fortalecí­a en espí­ritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el dí­a de su manifestación a Israel” (Luk 1:80). Parecerí­a que toda su predicación se realizó en el “desierto de Judea” (Mat 3:1), una región de cerros estériles entre el Mar Muerto y los montes más altos de la región central de Palestina (fig 161). Lucas afirma que trabajó en la “región contigua al Jordán”, y que su predicación en el desierto era el cumplimiento de la profecí­a de Isaí­as (Luk 3:3, 4). Una razón para predicar cerca del Jordán fue sin duda la presencia del rí­o para los bautismos (cf Joh 3:23). El poder de su mensaje queda demostrado en que salí­an multitudes de las ciudades y de los campos para escucharlo y ser bautizados por él (Mat 3:5, 6; Mar 1:4, 5; Luk 3:7). No sólo su palabra llevó frutos entre los judí­os de Judea, sino que los efectos de su mensaje se esparcieron por regiones más allá de Palestina (Act 18:25; 19:3). El clí­max y el comienzo de la declinación del ministerio de Juan llegó el dí­a del bautismo de Jesús (Joh 1:33). Cuando el Señor lo pidió, Juan puso objeciones, afirmando que él mismo necesitaba ser bautizado por Cristo, pero Jesús le instó a que realizara la ceremonia, “porque así­ conviene que cumplamos toda justicia” (Mat 3:13-15). Después del bautismo, Juan vio al Espí­ritu Santo en forma de paloma que descendí­a sobre Jesús, y oyó una voz del cielo que testificaba que era el Hijo de Dios (Mat 3:16, 17; Mar 1:9-11; Luk 3:21, 22; Joh 1:30-34). “El dí­a siguiente” Juan señaló a Cristo como el Cordero de Dios a quienes lo rodeaban (Joh 1:29). Más tarde, cuando repitió su declaración, 2 de sus discí­pulos que habí­an escuchado sus palabras comenzaron a seguir a Jesús (vs 36-42), sí­mbolo del cambio que se producirí­a en las multitudes que abandonarí­an a Juan para seguir al nuevo Maestro (3:26). En ningún momento fue mayor la grandeza de Juan que cuando algunos de sus discí­pulos vinieron a él con el mensaje de que todos los hombres seguí­an a Jesús. Su respuesta mostró la más completa abnegación y entrega a Dios: “No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo… Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Joh 3:2) . Algunos meses, o tal vez un año o más después del bautismo de Jesús, Herodes Antipas lo encarceló, porque lo habí­a reprendido valientemente por abandonar a su esposa y casarse con su sobrina Herodí­as, que era la esposa de su hermanastro Herodes Felipe (Mat 14:3, 4; Luk 3:19, 20). Algún tiempo después de su encarcelamiento Juan envió a 2 de sus discí­pulos a Jesús para preguntarle si era el Mesí­as o no. Jesús les pidió que le contaran a Juan lo que habí­an visto y oí­do: cómo los enfermos sanaban, los muertos resucitaban y el evangelio era predicado a los pobres (Mat 11:2-6; Luk 7:18-23). Después de la partida de los mensajeros, Jesús pronunció un maravilloso panegí­rico de su precursor: Juan no era vacilante ni indeciso, como un junco movido en la dirección en que sopla el viento; no era un hombre de vestimenta y maneras palaciegas, sino un profeta, y mucho más que un profeta, a quien se le dio la tarea de anunciar la venida del Mesí­as (Mat 11:7-18; Luk 7:24-35). Véase Herodes 3. Tal vez unos 6 meses después de este incidente Juan fue decapitado. Su muerte se debió a las intrigas de Herodí­as, que odiaba a Juan por haber reprendido los actos de Herodes en relación con ella (Mar 6:19). En ocasión del cumpleaños del gobernante, cuando éste atendí­a a algunos invitados importantes, Salomé, la hija de Herodí­as y Felipe, bailó ante ellos. Su actuación agradó tanto a Herodes que le ofreció lo que pidiera, hasta la mitad de su reino. Salomé consultó con su madre, que le indicó que pidiera la cabeza de Juan. Esto turbó a Herodes, porque lo respetaba y temí­a. 669 Sin embargo, consideró que no podí­a dejar de cumplir su promesa; de modo que ordenó que el profeta fuera decapitado. La orden se cumplió y la cabeza del Bautista fue presentada en una bandeja (Mat 14:3, 6-11; Mar 6:19-28). El cuerpo de Juan fue sepultado por sus discí­pulos (Mat 14:12; Mar 6:29). Cuando más tarde Herodes oyó acerca de Jesús y de sus obras maravillosas, pensó que era Juan resucitado de los muertos (Mat 14:1, 2; Mar 6:14, 16; Luk 9:7). De acuerdo con Josefo, el encarcelamiento y la muerte de Juan ocurrieron en la fortaleza de Machaeros (Maquero), en Perca, al este del Mar Muerto. 292. Lugar en el rí­o Jordán donde, de acuerdo con la tradición, Juan el Bautista bautizaba a sus conversos. Los Rollos del Mar Muerto, descubiertos desde 1947, y las excavaciones en Qumrán revelaron varios paralelos estrechos entre las costumbres y enseñanzas de la secta de Qumrán y las de Juan el Bautista. Como Juan, los miembros de la comunidad de Qumrán, probablemente esenios, viví­an en el desierto de Judá y se negaban la mayorí­a de las comodidades de la vida. Creí­an en la separación del mundo y en una vida de negación propia para “preparar el camino del Señor” citando, como lo hizo Juan, Isa 40:3 (1 QS viii.13-16; cf Mat 3:3). Practicaban lavamientos rituales en estanques, rí­os y en el mar, y los novicios parecen haber sido sometidos a una especie de bautismo. Sus creencias, reflejadas en sus libros, y sus expectativas del Mesí­as y otras enseñanzas también muestran paralelismos con las de Juan. Estos parecidos han sugerido que antes de su ministerio público Juan pudo haber sido miembro de la comunidad de Qumrán y que, como tal, compartí­a muchas de sus convicciones e ideales, pero que se habí­a separado de ellos y de su mundo cuando Dios lo llamó a la obra pública que prepararí­a el camino para el ministerio de Jesús. Bib.: FJ-AJ xviii.5.2; W. H. Brownlee, The Scrolls and the New Testament [Los rollos y el NT] (Nueva York, Harper, 1957), pp 33-35. 2. Juan el Amado, hermano de Jacobo y uno de los hijos de Zebedeo y aparentemente de Salomé* (Mat 4:21; 27:56; cf Mar 15:40; 16:1; Joh 19:25; Act 12:1, 2). El hecho de que 1o se mencione a Jacobo cuando aparecen juntos los nombres de los 2 discí­pulos implica que Juan era el menor de los dos. Zebedeo y sus 2 hijos eran pescadores, y, quizá, razonablemente prósperos (Mar 1:19, 20). Parece que Juan ingresa en la narración de los Evangelios en Joh 1:35-40 como un discí­pulo anónimo, entre la multitud que escuchaba a Juan el Bautista junto al Jordán. En ese caso, él y Andrés, el hermano de Simón Pedro, fueron los primeros discí­pulos de Juan el Bautista en seguir a Jesús. Aparentemente Juan fue con Jesús a Galilea, unos pocos dí­as más tarde, y asistió a la boda en Canaá (2:1-11). Juan estuvo con Jesús en forma intermitente durante el año siguiente, el perí­odo de su ministerio en Judea, pero también dedicó parte de su tiempo a la pesca; pero cuando Jesús comenzó su ministerio en Galilea, invitó a Juan y a su hermano, y también a Pedro y a Andrés, a ser discí­pulos permanentes (Luk 5:1-11). Algunos meses más tarde, se contó entre los 12 elegidos para ser apóstoles (Mat 10:2). De aquí­ en adelante, estuvo asociado í­ntimamente con Jesús en sus labores. Con Pedro y Jacobo fue miembro del cí­rculo í­ntimo de Cristo. Presenció la resurrección de la hija de Jairo (Mar 5:37), estuvo presente en la transfiguración (9:2) y también en el Getsemaní­ (14:33). Demostró un espí­ritu impetuoso en varias ocasiones, como cuando reprendió a algunos que trabajaban en nombre de Cristo pero no eran discí­pulos formales de Jesús (Luk 9:49), y cuando propuso pedir que bajara fuego del cielo para consumir a los habitantes de una aldea samaritana que no quiso recibir al Señor (vs 52-561). Reveló egoí­smo al solicitar con su hermano los lugares de honor junto a Jesús en su reino futuro, pero también demostró celo y lealtad al declararse listo para enfrentar la muerte con su Maestro (Mat 20:20-24; Mar 10:35-41). Durante su relación con Jesús, Juan parece haberse entregado plenamente a la influencia suavizante y subyugadora del Salvador, y como resultado su carácter fue transformado. Aparentemente, entró en un compañerismo mucho más profundo y rico con el Maestro que los demás apóstoles (Joh 21:20). En la última Cena ocupó un lugar junto a Cristo (13:23). Cuando Jesús fue arrestado en el Getsemaní­, lo siguió hasta el palacio del sumo sacerdote -donde parece que era conocido- y más tarde al Calvario (18:15; 19:26). En la cruz, Jesús le confió a su madre Marí­a para que la cuidara con amor (19:27). Temprano el domingo de mañana, al oí­r que la tumba de Jesús estaba vací­a, Juan y Pedro 670 corrieron al sepulcro para investigar y llegaron a ser testigos de que Jesús realmente habí­a resucitado por el orden de los paños mortuorios (20:1-10). Juan estuvo presente la tarde del dí­a de la resurrección, cuando Jesús se apareció a los discí­pulos en el aposento alto, y también una semana más tarde (Luk 24:33-43; Joh 20:19-30; 1Co 15:5). Formó parte del grupo que fue a pescar y a quienes Jesús se les apareció a orillas del Mar de Galilea (Joh 1:1-7). Después de la ascensión, Juan permaneció con los otros 10 discí­pulos en el aposento alto en Jerusalén (Act 1:13), y posteriormente se unió a Pedro en las actividades misioneras en la ciudad (3:1). A pesar de su encarcelamiento, ambos apóstoles testificaron valientemente de su fe en Jesús (4:19). Más tarde Juan y Pedro fueron a Samaria para ayudar a Felipe (8:14). Posiblemente estuvo entre los “apóstoles y los ancianos que vivieron en Jerusalén” por muchos años (Act 16:4; Gá. 2:9). La tradición, apoyada por la implicación de Rev 1:11 , sugiere que durante los últimos años de su vida Juan estuvo a cargo de las iglesias en la provincia romana del Asia Menor, con sede en Efeso. Desde allí­ fue exiliado por Domiciano a la isla de Patmos (v 9); según la tradición, Juan fue echado en un caldero de aceite hirviente, pero al no morir fue enviado a Patmos, aunque se cree que fue liberado cuando Nerva llegó a ser emperador en el 96 d.C. (véanse las figs 402 y 403 con panoramas de Patmos). De acuerdo con una tradición, Policarpo, Papí­as e Ignacio fueron discí­pulos de Juan. Después de su liberación, de acuerdo con la tradición, vivió en Efeso y murió de vejez durante el reinado de Trajano (98-117 d.C.). Hacia el fin de su vida, Juan escribió el Apocalipsis y también el Evangelio y las 3 epí­stolas que llevan su nombre. 3. Juan Marcos, el autor del 2º Evangelio, de acuerdo con el testimonio unánime y fundamentado de la tradición cristiana temprana. También se lo llama Marcos* a secas. Aparentemente, era ciudadano de Jerusalén, porque su madre Marí­a tení­a su hogar en esa ciudad, hogar al que concurrí­an los cristianos (Act 12:12; se ha conjeturado que el “aposento alto” donde Jesús celebró la Pascua con sus discí­pulos, y donde los creyentes se reunieron para esperar el Espí­ritu Santo, se encontraba en la casa de Juan Marcos; Mt, 26:18; Mar 14:15; Luk 22:12; Act 1:13). Como no se menciona a su padre, se supone que habí­a muerto; además, era primo de Bernabé (Col 4:10, BJ). Se piensa que el joven que “le seguí­a, cubierto el cuerpo con una sábana” durante el arresto de Jesús era Juan Marcos (Mar 14: 51), pero no se puede demostrar que sea así­. Por cuanto Pedro lo llama su “hijo” (1Pe 5:13), algunos sugieren que era un converso de ese apóstol. Véase Marí­a 9. Juan Marcos acompañó a Pablo y Bemabé hasta Antioquí­a al regresar de Jerusalén, adonde habí­an llevado una contribución para los pobres de la iglesia (Act 11:28-30; 12:25). Luego los acompañó como ayudante (Act 13:5) en su 1er viaje misionero. Este viaje los llevó a la isla de Chipre, donde predicaron el evangelio en las sinagogas judí­as. Después de su experiencia en Pafos con el hechicero Barjesús y Sergio Paulo, el procónsul romano (vs 6-12), los 3 navegaron hacia Perge, una ciudad en la parte continental del Asia Menor, en dirección noroeste desde Pafos. En esa ciudad, abrumado por las dificultades y los contratiempos ya soportados, y previendo otros mayores, abandonó a los hombres y regresó a su casa en Jerusalén (v 13). Cuando Pablo y Bemabé hací­an planes para un 2º viaje misionero, Bernabé insistió en que Juan Marcos los acompañara, pero Pablo no estuvo de acuerdo, sintiendo que, por cuanto los habí­a abandonado previamente, no podí­an depender de él (15:36-38). El resultado de esta diferencia de opinión fue que Pablo y Bemabé se separaron; Bernabé tomó a Marcos y fueron a la isla de Chipre (v 39). Juan Marcos no aparece otra vez en el relato bí­blico hasta que Pablo lo menciona en su carta a la iglesia de Colosas y en su carta a Filemón, escritas durante su 1er encarcelamiento en Roma. En ellas lo llama su “compañero de prisiones” y “colaborador” (Col 4:10; FLam_24); lo menciona otra vez durante su 2º encarcelamiento. Escribiendo a Timoteo, el apóstol dice: “Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio” (2 Tit 4:11). Estas palabras muestran que se habí­a vindicado ante Pablo, y que habí­a demostrado ser un digno ministro del evangelio. De acuerdo con una tradición, a Juan Marcos se lo envió más tarde a Egipto, donde fundó la iglesia de Alejandrí­a (de la cual fue su anciano dirigente), y sufrió el martirio en ese paí­s durante las persecuciones de Nerón. La tradición también indica que, en su Evangelio, sirvió como intérprete de Pedro. Papí­as de Hierápolis, escribiendo c 140 d.C., registró una tradición de Juan el presbí­tero de que “Marcos, intérprete de Pedro, escribí­a totalmente con diligencia cuantas cosas encomendaba a la memoria; pero, sin embargo, no exponí­a ordenadamente los dichos y hechos del Señor. Pues él nunca habí­a oí­do ni seguido al Señor. Sino que habí­a vivido después con 671 Pedro, como he dicho, el cual predicaba el evangelio para utilidad de los oyentes, no para tejer una historia de los discursos del Señor. Por ese motivo en nada faltó Marcos, que escribió algunas cosas tal como las sacaba de la memoria. Porque una sola cosa deseaba, a saber, no omitir nada de lo que habí­a oí­do, ni agregar a ello alguna falsedad”. Bib.: EC-HE iii.39.15. 4. Dirigente judí­o que participó en el juicio contra Pedro y Juan después de haber sanado al paralí­tico junto a la Puerta La Hermosa del templo (Act 4:6). Juan, Epí­stolas de. Tres epí­stolas que pertenecen a las 7 epí­stolas “generales” o “universales”. En vista de que no está dirigida a ninguna iglesia o persona especí­fica, 1 Jn. es llamada “epí­stola general”. Pero, siendo más precisos, 2 y 3 Jn. no son epí­stolas “generales”, sino cartas privadas a miembros individuales de las iglesias en las que habí­a servido como pastor. En los manuscritos griegos más antiguos existentes, los tí­tulos de las 3 epí­stolas son sencillamente Ioánnou A (“De Juan 1”), Ioánnou B (“De Juan 2”) y Ioánnou C (“De Juan 3”). I. Autor. El autor no se identifica en ninguna de las epí­stolas, pero la autorí­a juanina ha sido confirmada desde los tiempos más tempranos, y las epí­stolas son citadas por muchos de los padres de la iglesia. Policarpo, que se dice estuvo asociado con Juan, parece citar 1 Joh 4:3 en el cp 7 de su Epí­stola a los filipenses (escrita c 115 d.C.). De acuerdo con el historiador eclesiástico Eusebio, Papí­as (t c 163 d.C.) “usó testimonios de la primera epí­stola de Juan”. Escribiendo entre el 182 y el 188 d.C., Ireneo cita varios pasajes de las primeras 2 epí­stolas. El Fragmento Muratoriano (escrito c 170 d.C.) atribuye tanto 1 Jn. como 2 Jn. al apóstol Juan. Así­, desde los tiempos más antiguos, la autenticidad y derecho de estas epí­stolas a un lugar en el canon está firmemente fijado. La antigua tradición de la autorí­a juanina es fortalecida adicionalmente por el parecido existente entre 1 Jn. y el Evangelio de Jn. en estilo, vocabulario, orden de las palabras, construcción gramatical y el paralelismo de ideas opuestas. Por ejemplo, ambos comienzan con la designación singular que Juan da a Cristo, el “verbo” que procede del Padre (cf 1 Joh 1:1-3 con Joh 1:1-3, 14). Los 2 expresan el deseo de que el “gozo” de los receptores “sea cumplido” (cf 1 Joh 1:4 con Joh 16:24). Ambos hablan de un “mandamiento nuevo” (cf 1 Joh 2:8 con Joh 13:34) y se refieren a Jesucristo como “la luz verdadera” (cf 1 Joh 2:8 con Joh 1:9). Animan a los creyentes a que se amen “unos a otros” (cf 1 Joh 3:11 con Joh 15:12). Hablan de que los cristianos pasan “de muerte a vida” (cf 1 Joh 3:14 con Joh 5:24). Ambos se refieren al Espí­ritu Santo como al “Espí­ritu de verdad” (cf 1 Joh 4:6 con Joh 14:17). Hablan de Dios como que envió “a su hijo unigénito” al mundo (cf 1 Joh 4:9 con Joh 3:16), y declaran que la “vida” se encuentra en él (cf 1 Joh 5:11 con Joh 1:4). Otras similitudes verbales entre las epí­stolas y el Evangelio se encuentran comparando 1 Joh 2:1 con Joh 14:16; 1 Joh 2:3 con Joh 14:15; 1 Joh 2:11 con Joh 12:35; 1 Joh 2:17 con Joh 8:35; 1 Joh 2:23 con Joh 15:23; 1 Joh 2:27 con Joh 14:26; 1 Joh 3:22 con Joh 8:29 Para notar los pares de ideas opuestas compare 1 Joh 3:14 con Joh 1:5; 1 Joh 2:9, 10 con Joh 12:25; 1 Joh 2:8 con Joh 5:24 Las pocas diferencias que existen entre el Evangelio y las cartas pueden ser fácilmente atribuidas a la disparidad de contenido y de grado de organización. Las semejanzas, por lejos, son mayores que las diferencias, un hecho que da un testimonio silencioso, pero impresionante en favor de la identidad del autor del Evangelio con el de las epí­stolas. Este se identifica como uno de los apóstoles que personalmente vio y oyó a Cristo durante su ministerio terrenal (1 Joh 1:1; 2; 4:14; cf Joh 1:14), y afectuosamente se dirige a sus conversos como a “hijitos” (1 Joh 2:1, 12, 18, 28; 3:7, 18; 4:4; 5:21), lo que implica que tení­a una edad avanzada cuando escribió. El Evangelio y las epí­stolas dan evidencia de haber sido escritas aproximadamente al mismo tiempo. Aunque algunos crí­ticos del s XIX d.C. asignaban ambos documentos a la última parte del s II d.C., ahora casi todos concuerdan en que la evidencia de los manuscritos señalan en forma concluyente al fin del s I d.C. como la época en que escribió las epí­stolas. Véase Juan, Evangelio de. Bib.: EC-HE iii.24; I-AH iii.16.5, 8. A. Primera epí­stola. A pesar de que 1 Jn. no identifica en forma especí­fica a su autor, ni a su audiencia, ni el lugar en que se escribió, ni su destino ni el tiempo en que se escribió -con lo que le faltan las caracterí­sticas usuales de una carta griega-, evidencia una epí­stola. Aparentemente, fue dirigida a creyentes con quienes el autor habí­a estado estrechamente asociado (2:1, 12, 18, 28; 3:7, 18; 4:4; 5:21). Se sabe que el apóstol pasó los años finales de su ministerio en Efeso, como pastor de las iglesias cristianas de la provincia romana de Asia. Presumiblemente, esta epí­stola fue dirigida a esos creyentes. Temas. El autor escribe a sus hijos espirituales dando por sentado que están familiarizados 672 con los principios de la salvación, y los amonesta a ponerlos en práctica. Como un pastor, enfatiza el amor -la preocupación solí­cita por el bienestar y la felicidad de los demás- como la primera virtud cristiana. Tal amor es el atributo básico de Dios (1 Joh 4:8) y procede de Dios (v 7). Dios envió a su Hijo para revelar este amor (v 10), y los creyentes deberí­an amarse unos a otros (v 11). Al hacerlo, testifican al mundo que conocen a Dios (v 8) y que están verdaderamente convertidos (vs 16, 20). El amor al mundo y el amor al Padre son mutuamente excluyentes (2:15-17). Juan basa la urgencia de su llamado a poner en práctica el principio del amor en su convicción ferviente de la inminencia del regreso de Cristo (v 18). Ya es “el último tiempo”, como lo demuestra la aparición de muchos “anticristos” (v 18), que una vez fueron cristianos (v 19), pero que ahora niegan que Jesús de Nazaret es “el Cristo” (es decir, el Mesí­as predicho por los profetas antiguos). Niegan que Jesús es el Hijo de Dios (v 22-24) y que la verdadera divinidad y la verdadera humanidad estuvieron unidas en una Persona: Jesucristo (1:1-3; 4:2-5, 14; 5:5, 20; cf Joh 3:16). Estas enseñanzas heréticas son idénticas a las de los docetistas, que enseñaban que Cristo fue sólo un fantasma, sin un cuerpo real; y a las de los seguidores de Cerinto, un protognóstico judaizante que enseñaba que Jesús era hijo natural de José y Marí­a, y que el espí­ritu de Cristo habí­a entrado en su cuerpo en ocasión del bautismo y se retiró de él antes de su muerte en la cruz. Así­, la herejí­a docetista negaba la verdadera humanidad de Cristo, mientras que la de Cerinto negaba su verdadera divinidad. Por lo general se acepta que Juan escribió 1 Jn. pensando especí­ficamente en la herejí­a docetista. Contenido. Después de la introducción (1 Joh 1:1-4) en la que afirma la verdadera divinidad y humanidad de Cristo como la verdad central del evangelio, pasa a la importancia suprema de caminar en la luz, con lo que quiere decir la aplicación práctica de las verdades del evangelio a la vida diaria (1:5-2:6). Cuando el cristiano obedece los mandatos de Cristo puede saber si está “en él”. En 2:7-14 presenta como evidencia de la obediencia a Cristo un amor abnegado por los hermanos. Luego advierte contra los falsos maestros (2:15-28). La única seguridad del cristiano es aferrarse del evangelio que ha recibido para tener confianza cuando Cristo aparezca (v 28). Los que aspiran a ser hijos de Dios procurarán ser como Cristo en palabras y hechos, purificando así­ sus vidas, como Cristo es puro (2:28-3:24). El deber para con Dios, dice Juan, se resume en creer en Jesucristo como Hijo de Dios y en amarse unos a otros como él ordenó (3:23). En 4:1-5:12 explica los principios mediante los cuales los cristianos pueden diferenciar a los maestros que enseñan la verdad de los que enseñan el error. 1ª prueba: si reconocen o niegan que “Jesucristo ha venido en carne”. 2ª prueba: si adhieren al evangelio como fue proclamado originalmente por los apóstoles (4:6). 3ª prueba: si aman genuinamente a los miembros de la casa de Dios (vs 7, 8, 13, 20). La vida eterna que Dios ha prometido está en su Hijo, y a menos que los hombres acepten a Jesucristo como tal no tienen acceso a ese don incalculable (5:11, 12). En su conclusión (vs 13-21) Juan reafirma la importancia de aceptar a Jesús como el Hijo de Dios que vino a este mundo a dar vida eterna a los que creen en él (véase CBA 7:641-644). B. Segunda epí­stola. Esta epí­stola tiene la forma de una carta privada dirigida a la “señora elegida y a sus hijos ” (2 Joh_1). La semejanza del lenguaje y de las expresiones son evidencia de que 2 Jn. fue escrita por el mismo autor de 1 Jn. Nótese, por ejemplo, las siguientes expresiones: “anticristo” en el v 7 (cf 1 Joh 2:18, 22; 4:3); “andando en la verdad” (2 Joh_4; cf 1 Joh 1:6, 7); “un nuevo mandamiento” (2 Joh_5; cf 1 Joh 2:8); “que nos amemos unos a otros” (2 Joh_5; cf 1 Joh 3:11); “tiene al Padre y al Hijo” (2 Joh_9; cf 1 Joh 5:12). El pasaje de 2 Joh_5-7, 9, 12 puede estar basado en 1 Joh 1:4; 2:4, 5, 7, 18; 5:10-12; y si fuera así­, indicarí­a el orden en que fueron escritas las epí­stolas. El autor se identifica sencillamente como “el anciano”, un tí­tulo apropiado para el apóstol Juan, avanzado en años. Acerca de la longitud, la 2ª epí­stola es del largo acostumbrado para una hoja de papiro que entonces se usaba. En esta carta Juan habla del compañerismo que une a los creyentes cristianos entre sí­ (2 Joh_2), alaba a los receptores de la carta por su fidelidad y los exhorta a seguir en el amor de Cristo (vs 4-6). Les advierte contra los falsos maestros y sugiere cómo tratar a los herejes (vs 7-11). La epí­stola concluye con la esperanza de que el autor y los receptores puedan pronto encontrarse otra vez (vs 12, 13; véase CBA 7:701, 702). C. Tercera epí­stola. Una comparación entre esta epí­stola y la 2ª indica al mismo autor. Es una carta personal dirigida a cierto Gayo,* un desconocido pero fiel creyente a quien Juan felicita por su hospitalidad hacia los apóstoles y otros maestros viajeros. La carta trata acerca del deber cristiano de ser hospitalarios 673 con los verdaderos maestros y a cuidarse de los falsos. Como uno que se ha ditinguido por su hospitalidad hacia los predicadores itinerantes, Gayo apreciarí­a el consejo que le da Juan. Las tendencias cismáticas de Diótrefes deben ser firmemente rechazadas. Parece que fue un anciano en la iglesia o tuvo otro cargo importante que le daba la oportunidad de hablar contra Juan (vs 9, 10). Además, habí­a rehusado recibir a los predicadores visitantes y habí­a prohibido a los que estaban a su cargo hacerlo, llegando al punto de privarlos de la feligresí­a en la iglesia (v 10). Otras instrucciones que Juan recuerda tendrán que aguardar, pues espera visitar pronto la iglesia a la que Gayo pertenece (vs 13, 14; véase CBA 7: 711, 712). Juan, Evangelio de. Cuarto de los Evangelios (véase CBA 5:869-872). I. Autor y Ambientación. Como los autores de los otros Evangelios, el escritor no se identifica directamente. Se cree que “aquel discí­pulo” de Joh 21:23, que se identifica en el v 20 como “el discí­pulo a quien amaba Jesús” y en el v 24 como “el discí­pulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas”, se refiere a Juan el apóstol; desde tiempos muy remotos la tradición cristiana lo atribuye unánimemente a Juan. Sobre la base de ciertos términos caracterí­sticos del gnosticismo como lógos (“verbo”, 1:1) y plerí‡ma (“plenitud”, v 16), que aparecen en el Evangelio de Juan, algunos crí­ticos del s XIX d.C. afirmaron que el 4º Evangelio no podrí­a haber sido escrito hasta la 2ª, mitad del s II d.C., en vista de la teorí­a de que el gnosticismo no floreció hasta ese tiempo. En consecuencia, los crí­ticos llegaron a la conclusión de que el apóstol Juan, que murió hacia fines del s I d.C., no podrí­a haber sido su autor. Además, algunos crí­ticos sostuvieron anteriormente que Juan refleja un estado de desarrollo del pensamiento cristiano que no se alcanzó hasta mediados del s II o más tarde aún. 293. Ambos lados del papiro John Rylands que contiene un fragmento del Evangelio de Juan (de la 1ª mitad del s II d.C.). Sin embargo, desde 1935 en adelante, una serie de notables descubrimientos obligaron a los crí­ticos a abandonar su teorí­a de una fecha tardí­a para la composición del Evangelio de Juan. Ese año se publicó un trocito de papiro, más pequeño que la palma de una mano, que contení­a porciones de Joh_18 (vs 31-33, 37, 38), conocido como papiro John Rylands 457 (fig 293) y designado comúnmente como P52. Las principales autoridades en papirologí­a concordaron en que ese fragmento debió haber sido escrito c 125 d.C., con lo que resultó ser una porción del manuscrito del NT más antiguo que se conoce. El mismo año se descubrieron en Egipto fragmentos de una narración evangélica, desconocida hasta entonces, conocidos como papiro Egerton II. La narración conservada en estos fragmentos se parece tanto a los Evangelios canónicos que parece obvio que el escritor tomó de todos ellos para su trabajo. Hay varios paralelos muy estrechos con pasajes bien separados del 4º Evangelio como, por ejemplo, su versión de Jn 5:39: “Escudriñáis las Escrituras; en ellas pensáis que tenéis vida, y ellas son las que dan testimonio de mí­”. Los eruditos concuerdan en que estos fragmentos de un evangelio desconocido debieron haber sido escritos en Egipto antes de mediados del s II d.C., y que paralelos notables de los Evangelios canónicos indican que los 4 circulaban en Egipto durante la 1ª mitad del s II d.C. Además, en 1946 se encontró la gran biblioteca gnóstica de Nag Hamadí­* (Chenobosción*) en el Alto Egipto, con más de 40 obras diferentes en 13 tomos. Estos manuscritos demostraron concluyentemente que ciertas opiniones anteriores acerca de los gnósticos no son válidas, y que los términos supuestamente gnósticos del Evangelio de Juan eran de uso corriente en tiempos apostólicos. Con estos descubrimientos todos los argumentos de una composición tardí­a del Evangelio han desaparecido, y los eruditos crí­ticos admiten que debió haber sido escrito hacia fines del s I d.C., lo que cae dentro de la época en que vivió el apóstol. Algunos todaví­a vacilan en reconocer a Juan el apóstol como su autor, y prefieren atribuirlo al presbí­tero Juan o a alguna persona con ese nombre. Pero queda en pie que los argumentos, que antes se usaron para demostrar que Juan el apóstol no pudo haberlo escrito, fueron desacreditados. La publicación a partir de 674 1956 del papiro Bodmer II (designado como P66), que contiene casi todo el 4º Evangelio y que los eruditos asignan a los años finales del s II d.C. (es decir, sólo unos 100 años después de haberse escrito el Evangelio), revela un texto casi idéntico al que nos ha llegado, lo que es una evidencia adicional del cuidado con que se copiaron las Escrituras. II. Tema. Cuando Juan escribió su Evangelio, 3 grandes peligros acechaban la vida y la pureza de la iglesia. 1. La piedad decreciente (Rev 2:4). 2. La persecución. 3. Las enseñanzas heréticas acerca de la naturaleza de Cristo (1 Joh 2: 19, 26; véase Juan, Epí­stolas de [A Primera epí­stola], para una descripción de estas falsas enseñanzas). III. Estilo literatio. El 4º Evangelio difiere de los 3 primeros, comúnmente llamados sinópticos, por su manera de tratar la narración evangélica. Este Evangelio, que ha sido llamado: “El recuerdo amoroso del Amor encarnado”, es casi totalmente diferente en espectro y contenido de los Evangelios sinópticos, pues es mucho más teológico que histórico en su enfoque. Juan menciona sólo un poco más de la cuarta parte de los incidentes del ministerio de Cristo que los registrados por los 4 Evangelios; y de ellos, casi un tercio no son referidos por los escritores sinópticos. De este modo, para la información del primer año y medio del ministerio de Jesús dependemos casi exclusivamente del 4º Evangelio. La mención sucesiva de las Pascuas y otras fiestas judí­as implica con fuerza que sólo Juan, entre los evangelistas, sigue una secuencia estrictamente cronológica desde el principio al fin, por la cual es posible determinar con razonable exactitud la duración del ministerio de Jesús y la secuencia general de los acontecimientos. Hablando en general, los incidentes de la vida de Cristo que Juan seleccionó marcan puntos culminantes y crisis en el desarrollo de la misión divina, pero, en cada caso, muestra un mayor interés en la significación del evento que en el evento mismo. Esto se hace evidente en que, al informar de un incidente, dedica la mayor parte de sus comentarios a su significado, como se observa en los discursos del Salvador; informa de varios de ellos con considerable detalle (por ejemplo, Joh_6-8; 14-17). Estos discursos se ocupan casi exclusivamente de la identidad de Jesús como el encarnado Hijo de Dios y del propósito de su misión terrenal. Sobre este sólido marco histórico de la vida y del ministerio de Jesús, del cual elige incidentes apropiados para su objetivo, Juan construye una argumentación irrebatible destinada a demostrar que Jesús de Nazaret es en realidad el divino Hijo de Dios, el Mesí­as de los profetas del AT (1:1-3, 14; 3:13-17; 4:29; 5:17-39; 17:3-5; 19:7. etc.; y presumiblemente para refutar las enseñanzas heréticas con respecto a la naturaleza de Cristo que habí­an ganado aceptación durante las últimas décadas del s I d.C.). Juan declara francamente que el informe lo escribió para que sus lectores pudieran creer “que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo” tengan “vida en su nombre” (Joh 20:31). Podrí­a haber contado mucho más (v 30) si lo hubiera considerado deseable y útil. (Para un análisis del valor del 4º Evangelio al facilitar una cronologí­a de la vida de Cristo, véase Jesucristo III.) IV. Contenido. En su prólogo, Juan presenta a Cristo como el Verbo de Dios encarnado (Joh 1:1-18). Luego trata de los primeros dí­as del ministerio público de Jesús, desde su bautismo hasta la 1ª Pascua (1:19-2: 12). Juan trata más extensamente los eventos de este perí­odo del ministerio de Jesús (de la 1ª a la 2ª Pascuas; 2:13-5:47) que los eventos de su ministerio en Galilea (entre la 2ª y la 3ª Pascuas; cp 6); analiza, con cierto detenimiento, los incidentes de la 1ª Pascua (2:13-3:21) y de la 2ª Pascua (cp 5). No dice nada del ministerio en Galilea (que ha sido cubierto muy ampliamente por los escritores sinópticos), y sólo cuenta el incidente que señaló su fin (el milagro de los panes y los peces) y el consiguiente análisis de su misión a la tierra (cp 6). Otra vez Juan pasa por alto el perí­odo en que Jesús se retiró del ministerio público (que abarca los 6 meses después de la 3ª Pascua, al fin de su ministerio en Galilea), pero anota con gran detalle ciertos hechos que ocurrieron durante su labor en Samaria y Perea (cps 7-11; aunque no dice nada del ministerio en sí­ en esas provincias). Los incidentes que eligió sucedieron todos en Jerusalén o sus alrededores, y muestran a Jesús en conflicto con los dirigentes judí­os: en la fiesta de los Tabernáculos (7:2-10:21), la fiesta de la Dedicación (10:22-42) y la resurrección de Lázaro (cp 11). El propósito obvio es trazar con mucho detalle los pasos mediante los cuales los dirigentes judí­os llegaron a condenar a Jesús y a rechazarlo como el Mesí­as. Dedica casi la mitad de su Evangelio a la semana de la crucifixión (12:1-19:42) y al perí­odo posterior a la resurrección. La resurrección misma es analizada en 20:1-18, y ciertas apariciones posteriores con bastantes detalles en 20:19-21:23. Un breve epí­logo declara su objetivo al escribir el Evangelio (vs 24, 25). 675

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Yahvéh es favorable. Nombre de varón. 1. J., por sobrenombre Gaddí­, el Afortunado, hijo de Matatí­as, uno de los cinco hermanos macabeos, 1 M 2, 2. 2. J. ® Hircano. 3. J. Bautista, hijo del sacerdote Zacarí­as y de su esposa Isabel, descendientes de Aarón. Los esposos eran ancianos, e Isabel estéril, cuando a Zacarí­as se le apareció en el Templo el arcángel Gabriel, quien le dijo que sus ruegos habí­an sido oí­dos y le anunció que su esposa Isabel le darí­a un hijo al que debí­an poner por nombre J., el cual tendrí­a el don de profecí­a desde el seno de su madre. Como Zacarí­as pidió una señal, es decir, dudó de las palabras del ángel, quedó mudo hasta el dí­a en que niño fue circuncidado, a los ocho dí­as de nacido, cuando se cumplió todo lo anunciado por el ángel del Señor, Lc 1, 5-25 y 59-66. De la niñez de J. Bautista el Evangelio sólo dice: †œEl niño crecí­a y su espí­ritu se fortalecí­a; vivió en los desiertos hasta el dí­a de su manifestación a Israel†, Lc 1, 80.

Esta manifestación es decir, la predicación del Bautista comenzó, según Lucas, bajo Tiberio César, emperador romano, bajo las tretarquí­as de Herodes Antipas, Filipo y Lisanias, hijos de Herodes el Grande, y el pontificado de José, llamado Caifás, Lc 3, 1-2. Juan recibió la palabra de Dios en el desierto †œy se fue por toda la región del Jordán, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados†; las gentes de Judea y de Jerusalén, que acudí­an, eran bautizadas por él en el Jordán, confesando sus pecados, Mc 1, 4-5. J. se presentaba ante las gentes como el Precursor del Mesí­as, decí­a: †œDetrás de mí­ viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espí­ritu Santo†, Mt 3, 11; Mc 1, 6-8; Jn 1, 26; Hch 1, 5; 11, 16. A J. le fueron enviados, desde Jerusalén, sacerdotes y levitas para indagar quién era; J. respondió que no era ni el Cristo, ni Elí­as, ni ningún profeta, citó las palabras del profeta Isaí­as, dijo que era †œla voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor†, Is 40, 3; Mt 3, 3; Lc 3, 4-6; Jn 1, 19-23. Igualmente, se le acercaban los fariseos y los saduceos, a quienes calificó de †œraza de ví­boras†, Mt 3, 7; Lc 3, 7; expresión después usada por Jesús contra los miembros de estas sectas judí­as, Mt 12, 34; 23, 33.

Cuando Jesús se acercó a J. Bautista para ser bautizado éste dijo: †œHe ahí­ el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo†; y J. repite lo dicho antes, que Jesús es de quien habló que vení­a detrás de él, y da testimonio de Jesús: †œése es el Elegido de Dios†, Jn 1, 29-34. Tras el bautizo de Jesús, Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21; Herodes Antipas hizo prender a J., lo encarceló y fue decapitado, porque le recriminó el haber tomado para sí­ a Herodí­as, la mujer de su hermano Filipo, hijo de Herodes el Grande y la princesa asmonea Mariamne II, le decí­a: †œNo te es lí­cito tenerla†, Mt 14, 3-12; Mc 6, 17-29; Lc 3, 19-20. 4. Padre del apóstol Simón Pedro, Jn 1, 42; 21, 15-17. En Mt 16, 17, es llamado Jonás. 5. J. Evangelista, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, pescadores. En el mar de Galilea, estando en las faenas de pesca, J. fue uno de los primeros cuatro discí­pulos llamados por Jesús, Mc 1, 19-20.

Según algunas opiniones su madre podrí­a ser Salomé, una hermana de la Virgen Marí­a, mujer que le brindó sus recursos económicos a Jesús, junto con otras mujeres, Mc 15, 40-41; Lc 8, 3. J. y su hermano fueron llamados por Jesús †œBoanerges†, esto es, hijos de trueno, Mc 3, 17, tal vez por su temperamento fuerte, mostrado en aquel episodio en un pueblo samaritano donde fueron mal recibidos y los dos discí­pulos dijeron: †œSeñor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?†, Lc 9, 51-56.

Con Pedro y Santiago J. era del grupo í­ntimo de discí­pulos de Jesús que estuvo en la resurrección de la hija de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, el texto sagrado dice: †œY no permitió que nadie lo acompañara, a no ser Pedro, Santiago y J.†, Mc 5, 37. Igualmente estos tres discí­pulos tuvieron el privilegio de estar en la Transfiguración del Señor, Mt 17, 1; Mc 9, 2; como lo corrobora Pedro en su epí­stola, 1 P 1, 16. En Getsemaní­, cuando Jesús oraba en su agoní­a, también estaban los tres discí­pulos Pedro, Santiago y J., Mt 26, 36-37; Mc 14, 33. En la última Cena, en Jn 13, 22-23, se dice que J. estaba al lado de Jesús, literalmente †œen el seno de Jesús†, y es †œel que Jesús amaba†, expresión ésta que se repite cuando, ya en la cruz, Jesús se dirige a Marí­a y a J., †œal discí­pulo a quien amaba†, y les dice, respectivamente: †œMujer, ahí­ tienes a tu hijo†; †œAhí­ tienes a tu madre†; y desde ese momento J. acogió a Marí­a en su casa, Jn 19, 25-27. Cuando Marí­a Magdalena va de madrugada el domingo al sepulcro de Jesús, y ve que han quitado la piedra de la entrada, corre a avisar a Pedro y al otro discí­pulo, †œa quien Jesús querí­a†, quienes van hasta el sepulcro, pero Juan llega primero y lo encuentra vací­o, Jn 20, 1-10; cuando entró en el sepulcro, dice el texto, †œvio y creyó†. Después de la resurrección, cuando Jesús se aparece a sus discí­pulos a orillas del lago Tiberí­ades, también se dice de J. que es †œel discí­pulo a quien Jesús amaba†, Jn 21, 7 y 20. Pedro, en esta oportunidad, le preguntó a Jesús qué serí­a de J., y Jesús respondió: †œSi quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?†. Entre los hermanos esta respuesta de Jesús hizo correr la voz de que J. no morirí­a; pero Jesús no habí­a dicho a Pedro tal cosa, Jn 21, 22-23.

En los Hechos de los Apóstoles a J. se le nombra tres veces al lado de Pedro: cuando se habla de la estancia donde viví­an los discí­pulos en Jerusalén, Hch 1, 13; en los capí­tulos 3 y 4, cuando fueron al Templo, a la hora nona, donde encontraron un tullido al que curaron y Pedro dijo un discurso, tras el cual fueron detenidos y al dí­a siguiente liberados; Pedro y J. fueron enviados a Samarí­a, donde sus habitantes creyeron en el Señor y se bautizaron por la predicación de Felipe, para que recibieran el Espí­ritu Santo, tras lo cual volvieron a Jerusalén, habiendo evangelizado muchos pueblos de esta región, Hch 8, 14-25. Pablo, en Ga 2, 9, dice que Santiago, Cefas y J. son las columnas de la Iglesia en Jerusalén. Al apóstol J. se le considera como el autor del Evangelio que lleva su nombre, del Apocalipsis y de tres Epí­stolas. Al apóstol J. se le llama comúnmente el †œdiscí­pulo amado†, †œel discí­pulo predilecto†, por las razones ya anotadas antes; su sí­mbolo es el águila. 6. J., por sobrenombre ® Marcos, compañero de Pablo y de su primo Bernabé, en el primer viaje misionero del Apóstol, a quien la tradición considera como el autor del segundo Evangelio.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gr., Ioannes; heb., Yohanan, Jehovah ha sido misericordioso).
1. El padre de Simón Pedro, según BA (Joh 1:42; Joh 21:15, Joh 21:17. En la mayorí­a de las Biblias en castellano es Jonás, así­ en RVA).
2. Un familiar de Anás, uno de los sacerdotes que interrogaron a Pedro y a Juan sobre el porqué estaban predicando acerca de Jesús (Act 4:6). Ver JUAN EL APOSTOL; Ver JUAN EL BAUTISTA; Ver MARCOS, JUAN.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Yahweh ha sido propicio).

1- Juan el Apósto: Hijo de Zebedeo y de Salomé: (Mat 4:21, Mat 27:56, Mar 15:40, Hec 12:1).

– Escribió 3 Epí­stolas, el Apocalipsis, y el Cuarto Evangelio, el último Libro escrito de la Biblia, cuando tení­a unos 100 años, hacia el año 100.

– De Galilea, hermano de Santiago, era pescador, Mar 1:19-20.

– El Bautista lo mando a que fuera con Cristo, Jua 1:35.

– Llamado a ser Apóstol, Mar 1:19-20.

– Uno de los 3 í­ntimos de Jesús, con Pedro y Santiago; en la resurreción de la hija de Jairo: (Mar 5:37), en la Transfiguración: (Mt.17); en Getsemaní­: (Mat 26:37).

– Apoyó su cabeza sobre Jesós, en la última cena, Jua 13:25.

– Estuvo junto a la cruz, Jn.19.

– Recibió a Marí­a en su casa, después de muerto Jesús, Jua 19:27.

– Con Pedro, en Hec 3:1 a 4:22, 8:14.

2- Juan el Bautista: Hijo de Zacarí­as e Isabe: (Lc. 1).

– Fue el precursor de Jesús: (Is.40, Lc.3).

– El más grande de los profetas, Luc 7:38.

– Bautizó a Jesus, Mt.3, Mc.l, Lc.3.

– Anunció a Jesús como el Mesí­as, el Cordero de Dios, Jn.124-42.

– Encarcelado y ejecutado por Herodes Agripa, Mat 14:6-12, Mar 6:17-28.

3- Juan Marcos: San Marcos, el autor del segundo Evangelio: (Firmó Marcos en su Evangelio, porque era un nombre romano, y su Evangelio iba dirigido especialmente a los romanos).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(Derivado griego del hebreo Yohanan -†œJehová ha hecho gracia†). Nombre de personas del NT.

1. Juan el Bautista. El Señor Jesucristo evaluó la persona de J. el B. diciendo que †œentre los que nacen de mujer no se ha levantado otro profeta mayor† que él (Mat 11:11). Hijo del sacerdote †¢Zacarí­as y su mujer †¢Elisabet, J. el B. se crió †œen lugares desiertos hasta el dí­a de su manifestación a Israel† (Luc 1:80). Esto, junto con otros factores, hacen especular a muchos que quizás J. el B. fue criado por la secta de los †¢esenios, que floreció especialmente en el desierto de Judea. Su forma de vida posterior, sus enseñanzas y prácticas ascéticas y el uso que hizo del bautismo contribuyen a esta especulación.

Como sus padres eran de edad avanzada, algunos piensan que quizás sus padres murieron cuando J. el B. era todaví­a muy niño. Era de la lí­nea sacerdotal y eso le hací­a un candidato potencial para la secta, que tení­a la costumbre de criar niños huérfanos. No existe ninguna prueba para adoptar como definitiva esa teorí­a. Josefo, que conocí­a bien a los esenios porque anduvo entre ellos, da testimonio histórico de la vida de J. el B., pero no lo menciona especí­ficamente en relación con la secta. Sin embargo, cuando este historiador comenta los acontecimientos alrededor de la muerte de J. el B. dice de él: †œJuan era un hombre bueno y exhortaba a los judí­os a vivir vidas justas…. Juan enseñaba que el bautismo no debe ser empleado para obtener el perdón por los pecados cometidos, sino como una consagración del cuerpo, implicando que el alma ya quedaba purificada por una conducta apropiada…† Hay que entender que con estas palabras Josefo trata de interpretar la doctrina de J. el B. Y si tenemos en cuenta que quien habla es un historiador y no un teólogo debemos concluir que lo que Josefo entendió, aunque no exacto, fue una aproximación bastante buena a lo que realmente enseñó J. el B., quien se preocupaba por decir †œa las multitudes que salí­an para ser bautizadas por él† que lo importante era hacer †œfrutos dignos de arrepentimiento† (Luc 3:7-8). Esos frutos tení­an consecuencias sociales inmediatas: †œEl que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo†, decí­a a todos (Luc 3:11). A los empleados públicos requerí­a: †œNo exijáis más de lo que os está ordenado† (Luc 3:13). Y a los soldados: †œNo hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario† (Luc 3:14).

J. el B. andaba †œvestido de pelo de camello, y tení­a un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comí­a langostas y miel silvestre† (Mar 1:6). De su vida ascética el mismo Señor Jesús dio testimonio cuando dijo: †œPorque vino Juan, que ni comí­a ni bebí­a, y dicen: Demonio tiene† (Mat 11:18). Dijo también que la gente no habí­a salido al desierto para ver †œa un hombre cubierto de vestiduras delicadas† (Mat 11:8). Este ascetismo fue continuado por sus discí­pulos (Mar 2:18). Marí­a, la madre del Señor y la madre de J. el B. eran parientes (Luc 1:36), pero él no conoció al Señor Jesús hasta el momento en que se encuentran a orillas del Jordán cuando ya J. el B. tení­a algún tiempo ejerciendo su ministerio y el Señor Jesús estaba a punto de comenzar el suyo (Jua 1:33). Lo principal del ministerio de J. el B. no era el bautismo, sino el anuncio de aquel que vendrí­a detrás de él. No pretende en ningún momento saber todas las implicaciones espirituales de su ministerio. En efecto, cuando le preguntaron si él era †¢Elí­as, dijo que no. Sin embargo, más tarde el Señor dijo que J. el B. era el Elí­as cuyo advenimiento se habí­a prometido (Mar 9:11-13; Mal 4:5). Pero J. el B. anuncia que serví­a de heraldo al †œCordero de Dios que quita el pecado del mundo† (Jua 1:29), y que ése bautizarí­a †œen Espí­ritu Santo y fuego† (Mat 3:11). En ningún momento ofrece una explicación sobre una forma de conjunción de ambas cosas. La orden que habí­a recibido de Dios era que cuando viera descender el Espí­ritu †œy que permanece sobre él†, ese es †œel que bautiza con el Espí­ritu Santo†. Por eso, cuando el Señor Jesús viene a él y ve al Espí­ritu descender en forma de paloma, dio testimonio de que éste era †œel Hijo de Dios† (Jua 1:19-34). Pero J. el B. no tení­a toda la luz. No lo sabí­a todo. Y cuando Herodes lo hace preso, en un momento de confusión envió †œdos de sus discí­pulos† a preguntar al Señor: †œ¿Eres tú el que habí­a de venir, o esperaremos a otro?† (Luc 7:18-20).
Josefo dice que la prisión y muerte de J. el B. se debió a que Herodes se alarmó porque su elocuencia podrí­a llevar a una rebelión, los Evangelios dan testimonio de que la verdadera razón fue otra. Ciertamente †œ †¢Herodes temí­a a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le guardaba a salvo; y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana† (Mar 6:16-29). Lo habí­a encarcelado en la fortaleza de Macaronte para protegerle de la persecución de †¢Herodí­as. La causa del odio de ésta era que J. el B. le decí­a a Herodes: †œNo te es lí­cito tener la mujer de tu hermano† (Mar 6:18). Herodí­as se habí­a divorciado de †¢Felipe, para casarse con su medio hermano Herodes. J. el B. le decí­a que eso no estaba permitido, seguramente basándose en Lev 18:16 (†œLa desnudez de la mujer de tu hermano no descubrirás; es la desnudez de tu hermano†). Desafortunadamente, en medio de una fiesta Herodes prometió a la hija de Herodí­as complacerle en cualquier petición que hiciera. ésta, aconsejada por su madre, pidió la cabeza de J. el B. Herodes, †œse entristeció† (Mat 14:9), pero cumplió la promesa. Más tarde, cuando oyó la fama del Señor Jesús dijo: †œEste es J. el B.; ha resucitado de los muertos, y por eso actúan en él estos poderes† (Mat 14:2).

2. Juan, el apóstol. †œEl discí­pulo a quien [Jesús] amaba† (Jua 13:23; Jua 19:26) era natural de Betsaida. Hijo de †¢Zebedeo (Mat 4:21), un empresario de la pesca en el mar de Galilea. Su madre se llamaba †¢Salomé (Mat 27:55-56). Junto con su hermano †¢Jacobo y otros obreros trabajaba en el negocio de su padre (Mar 1:19-20). Pertenecí­a a una clase acomodada, pues su madre era una de las que, cuando el Señor Jesús †œestaba en Galilea, le seguí­an y le serví­an† (Mar 15:40-41), junto con †œotras muchas que le serví­an de sus bienes† (Luc 8:3). El hecho de que fuera un †œconocido del sumo sacerdote† y que pudiera entrar en el patio de su casa y hacer pasar a Pedro la noche del juicio del Señor, parece confirmar esa idea (Jua 18:15).

Antes de conocer al Señor Jesús, J. fue discí­pulo de †¢Juan el Bautista. El Señor le encontró, junto con Jacobo, en la barca de su padre, mientras †œremendaban las redes† y les llamó (Mar 1:19-20). De todos los discí­pulos de Cristo, tres eran los que formaban el cí­rculo í­ntimo: Pedro, Jacobo y J. A estos tres permitió el Señor que presenciaran la resurrección de la hija de Jairo (Mar 5:37-43). De igual manera, fueron ellos quienes le acompañaron en el monte de la transfiguración (Mar 9:2-9) y en el huerto de Getsemaní­ (Mar 14:33-40). Estos privilegios quizás llevaron a Salomé, la madre de J. y Jacobo, a quienes el Señor llamaba †œBoanerges, esto es, hijos del trueno† (Mar 3:17), a pedir al Señor que en su reino sus dos hijos se sentaran en lugares de honor (†œ… uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda†). El Señor respondió que eso no lo podí­a dar él, pues era decisión del Padre. Al oí­r las pretensiones de la familia de Zebedeo, los otros discí­pulos †œse enojaron contra los dos hermanos† ( Mat 20:20-24). El Señor encomendó a Pedro y a J. que prepararan el cordero de lo que serí­a la última pascua (Luc 22:8) y en la cena, J. †œestaba recostado cerca del pecho de Jesús†, por lo cual Pedro le hizo señas para que preguntara al Maestro quién era el que le iba a entregar. El Señor le dijo: †œA quien yo diere el pan mojado, aquél es†, y así­ señaló a †¢Judas (Jua 13:23-26).
la hora de la crucifixión, el único discí­pulo que se menciona como cerca de la cruz fue J., a quien Cristo encomendó que cuidara de su madre (†œHe ahí­ tu madre† [Jua 19:26-27]). Pedro y J., tras oí­r el testimonio de Marí­a Magdalena, que habí­a encontrado vací­o el sepulcro, se dirigieron allí­ corriendo. J. †œcorrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro† (Jua 20:1-8). También estuvo cuando el Señor se manifestó en el mar de Galilea con una pesca milagrosa (Jua 21:1-25). Nuevamente aparecen juntos Pedro y J. en Hch 3:1-11 cuando, subiendo al †¢templo a orar, curaron a un cojo de nacimiento. †œJacobo, Cefas y J…. eran considerados como columnas† de la iglesia de Jerusalén, según dice Pablo en Gal 2:9.
vivió una larga vida, y terminó sus dí­as en la ciudad de éfeso. Ireneo, que fue obispo de Lyon en el año 177 d.C., da testimonio de que escribió o hizo escribir su Evangelio durante su estancia en la mencionada ciudad asiática. En tiempos de Domiciano, fue deportado a la isla de †¢Patmos, donde escribió el †¢Apocalipsis. En la tradición cristiana se llama a J. †œel divino†, o †œel teólogo†.

3. Juan el sacerdote. Uno de los que interrogaron a Pedro y Juan después de Pentecostés (Hch 4:6).

. Juan Marcos. †¢Marcos.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG HOMB HONT

ver, ELíAS, SANTIAGO, MARCOS

vet, (gr. “‘loannes”, del heb. “Yõhãnãn”: “Jehová ha hecho gracia”). Dignatario judí­o. Junto con Anás, Caifás, Alejandro y todas las otras personalidades de la familia del sumo sacerdote, a la que posiblemente pertenecí­a, hizo comparecer a Pedro y Juan, que tuvieron que dar cuentas de su predicación (Hch. 4:6).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Del hebreo yohanan (Yahveh es -o ha dado- gracia) es el “evangelio espiritual” (Clemente de Alejandrí­a), representado en las artes figurativas por el águila (cf. Ez 1,10. 10,14 y – Ap 4,6b7), para expresar su peculiar penetración teológica y mí­stica del mensaje cristiano. El vocabulario es limitado, pero denso y eficaz. La lengua griega, correcta y de fácil lectura. El estilo, fluido y convincente, gracias entre otras cosas a sus numerosos diálogos. El texto del cuarto evangelio goza del testimonio manuscrito más antiguo que poseemos del Nuevo Testamento: el papiro Ryland (PS2 , conservado en la John Ryland’s Library de Manchester descubierto en Egipto y publicado por C. H. Roberts en 193-5); contiene Jn 18,31-33.37-38 y se remonta a los años 120- 130 de nuestra era. Esto permite datar la redacción definitiva de nuestro texto no más tarde del último decenio del siglo 1.

Según recientes estudios históricocrí­ticos, el libro se fue formando dentro de una “escuela joánea” (a la que pertenecen también 1 -3 Jn y Ap); en su origen estarí­a el apóstol Juan, uno de los dos hijos de Zebedeo y pescador del lago de Tiberí­ades, inspirador original y autorizado de la tradición joánea (más que su autor literario, como quiere la tesis tradicional que se remonta a Ireneo, en el siglo n). De esta escuela eran miembros tanto el evangelista como el redactor final (cc. 15-17 y 21; cf. 14,31c y 20,30-31), que trabajaron ordinariamente con un material propio.

Su ambiente cultural-teológico de origen parece estar ligado a una tradición cristiana más bien marginal (respecto a la petrina, 20,1-10), cerca de las corrientes gnóstico-bautistas del judaí­smo palestino y samaritano del finales del siglo 1. Escrito en Asia Menor (en Efeso, según la tradición), nuestro evangelio parece estar destinado a unos judeocristianos en crisis de identidad en medio de aquel ambiente (20,30-31), perseguidos además por el judaí­smo oficial (9,22; 16,2).

El cuarto evangelio se presenta inmediatamente como muy original respecto a los otros tres, los sinópticos: por su cronologí­a (tres fiestas pascua les, en vez de una; la crucifixión-muerte de Jesús el 14 de Nisán, en vez de la última cena), por la geografí­a (predominio del ambiente judeojerosolimitano, en lugar del galileo), por las obras (pocos milagros-signos en vez de muchos milagros-prodigios) y por la predicación de Jesús (revelación de sí­ mismo como Hijo de Dios, más bien que anuncio del Reino de Dios; largos discursos construidos en torno a imágenes, en vez de discursos generalmente breves y de parábolas). Los puntos en común con los sinópticos o con cada uno de ellos (en particular con Lucas), tanto por los relatos como por los dichos o las imágenes, se explican por contactos a nivel de tradición oral, así­ como porque el cuarto evangelista consigue a menudo insertar detalles inéditos.

La composición del cuarto evangelio ha sido elaborada de maneras distintas según los criterios que se han seguido : numéricos, simbólicos, temáticos, dramáticos, cronológicos, geográficos, estructuralistas… De todas formas parece imponerse una distribución global en dos partes, con un prólogo y un epí­logo. El Prólogo (11,1-18), un contrapunto rí­tmico entre las figuras de Jesús y del Bautista en beneficio de Jesús-Hijo, que da su vida a los creyentes haciéndoles participar de su filiación divina (cf. los versí­culos centrales 12-13; este tema se repite en forma de inclusión en 20,30-31). El Libro de los signos (1,1912,50), en donde Jesús lleva a cabo el juicio entre los que creen en él como Cristo e Hijo del Padre y reciben el don de la vida nueva (1,19-6,71) y los que se niegan a creer y se ponen de parte de la muerte (cc. 7-12). La Hora de Jesús (cc. 13-20) presenta su muerte como obediencia al Padre, obra redentora y fuente de amor para la vida de los discí­pulos (cc. 13- 17; los “discursos de despedida”) y narra la “muerte gloriosa” de Jesús, dador de su Espí­ritu vivificante (cc. 18-20). El Epí­logo (c. 21) habla de la misión en acto de los discí­pulos que pueden obrar eficazmente sólo gracias a la presencia en medio de ellos del Crucificado-Resucitado, modelo de servicio hasta el don de sí­. La reflexión teológica de conjunto gira de este modo en tomo a dos grandes temas: el misterio de la persona de Jesús y – el misterio de su muerte gloriosa. En su articulación
Jesús es el verdadero Cristo/Mesí­as Y el Hijo unigénito del Padre, que da a quienes creen en él su misma vida filial, fundamento de toda vida entre hermanos.

La teologí­a del cuarto evangelio se centra en la figura de Jesucristo, Hijo del Padre. Dios es el origen y el fin del ser Y del obrar de Jesús: el Padre lo envió al mundo y él vino a cumplir su voluntad hasta la muerte, para que el Padre fuera glorificado. Jesús es “una sola cosa con el Padre” (10,30); es “el Hijo” (14,13); en él es glorificado el Padre (13, 3 1 ; 14,13) y en él los discí­pulos encuentran al Padre (14,6). El Espí­ritu es la prolongación de la presencia salví­fica de Cristo después de su muerte (14,16). Se trata esencialmente de una cristologí­a filiológica, en función de la salvación universal (3,16). La única condición para acceder a esta salvación es la fe en Jesús-Hijo (3,18); para estimular esta opción Juan no tiene reparo alguno en usar un lenguaje dualista (3,19): un dualismo moral o decisional. La importancia de esta decisión siempre actual supone la necesidad de subrayar la dimensión crí­stica de la escatologí­a, privilegiando por tanto las expresiones en presente “”el que cree en el Hijo tiene la vida eterna”: 3,36: 5,24; 6,47. 11,26) más bien que las expresiones en futuro (5,28; 6,39. 12,48), También es cristocéntrica la dimensión eclesial de la vida cristiana: Jesús es el verdadero pastor del rebaño (c 10), la verdadera vid que alimenta a los sarmientos (15,1 -60; en los sacramentos (19,34; bautismo: 3,5. eucaristí­a: 6,51-58; perdón de los pecados: 20,2223); Jesús da el mandamiento nuevo del amor-entrega (13,34-35, 15,12-17), reza por la unidad de sus discí­pulos (1721-23) y convierte a Pedro en el fundamento de su Iglesia (21,15-23).

S. Migliasso

Bibl.: O. Tuñí­ – X. Alegre, Escritos joánicos y Cartas Católicas, Verbo Divino, Estella 1995: R. E, Brown, El evangelio según Juan, 2 vols.. Cristiandad, Madrid 1979: R Schnackenburg, El evangelio de Juan, 3 vols., Herder Barcelona 1980: J Mateos – J. Barreto, El evangelio de Juan, Análisis lingüí­stico y comentario exegético, Cristiandad, Madrid 1979: Ch. H. Dodd, Interpretación del cuarto evangelio, Cristiandad, Madrid 1978: íd” Tradición histórica del cuarto evangelio, Cristiandad, Madrid 1978; A. Jaubert, El evangelio según san Juan, Verbo Divino, Estella II 1993: X, Léon-Dufour Lectura del evangelio de Juan, 3 vols., Sí­gueme, Salamanca 1988-1994 (el cuarto y – último en preparación).

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

(equivalente en español del nombre Jehohanán, que significa: †œJehová Ha Mostrado Favor; Jehová Ha Sido Benévolo†).

1. Juan el Bautista, hijo de Zacarí­as y Elisabet; fue el precursor de Jesús. Tanto el padre como la madre de Juan pertenecí­an a la casa sacerdotal de Aarón. Zacarí­as era un sacerdote de la división de Abí­as. (Lu 1:5, 6.)

Nacimiento milagroso. En el año 3 a. E.C., durante el tiempo de servicio asignado a la división de Abí­as, le llegó el turno a Zacarí­as de disfrutar del excepcional privilegio de ofrecer incienso en el santuario. Mientras estaba de pie ante el altar de incienso, se le apareció el ángel Gabriel con el anuncio de que tendrí­a un hijo que se habrí­a de llamar Juan. Este hijo serí­a nazareo toda su vida, como Sansón. Llegarí­a a ser grande a los ojos de Jehová e irí­a delante de El †œpara alistar para Jehová un pueblo preparado†. El nacimiento de Juan se deberí­a a un milagro de Dios, ya que Zacarí­as y Elisabet eran de edad avanzada. (Lu 1:7-17.)
Mientras Elisabet estaba en su sexto mes de embarazo, recibió la visita de su parienta Marí­a, que para entonces se hallaba encinta por obra del espí­ritu santo. Tan pronto como Elisabet oyó el saludo de su parienta, el niño que estaba en su matriz saltó, y ella, llena de espí­ritu santo, reconoció al niño que nacerí­a de Marí­a como su †œSeñor†. (Lu 1:26, 36, 39-45.)
Cuando nació el hijo de Elisabet, los vecinos y parientes querí­an llamarlo por el nombre de su padre, pero ella dijo: †œÂ¡No, por cierto!, sino que será llamado Juan†. Luego le preguntaron a su padre cómo querí­a que se llamase el niño. Como habí­a dicho el ángel, Zacarí­as no habí­a podido hablar desde que Gabriel le hizo el anuncio, de modo que escribió en una tablilla: †œJuan es su nombre†. A continuación la boca de Zacarí­as se abrió y empezó a hablar. Al ver esto, todos reconocieron que la mano de Jehová estaba con el niño. (Lu 1:18-20, 57-66.)

Principio de su ministerio. Juan pasó los primeros años de su vida en la serraní­a de Judea, donde viví­an sus padres. †œSiguió creciendo y haciéndose fuerte en espí­ritu, y continuó en los desiertos áridos hasta el dí­a de mostrarse abiertamente a Israel.† (Lu 1:39, 80.) Según Lucas, Juan inició su ministerio en el año decimoquinto del reinado de Tiberio César. Para entonces, tendrí­a unos treinta años de edad. Aunque no hay registro de que participase en el servicio sacerdotal en el templo, esa era la edad en la que los sacerdotes emprendí­an de lleno sus deberes. (Nú 4:2, 3.) Augusto murió el 17 de agosto del año 14 E.C., y el senado romano nombró emperador a Tiberio el 15 de septiembre del mismo año. Por lo tanto, su decimoquinto año abarcarí­a desde finales del año 28 E.C. hasta agosto o septiembre del año 29 E.C. Dado que Jesús se presentó para bautizarse en el otoño (también hacia los treinta años de edad), Juan, que era seis meses mayor, debió comenzar su ministerio en la primavera de 29 E.C. (Lu 3:1-3, 23.)
Juan dio comienzo a su predicación en el desierto de Judea diciendo: †œArrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado†. (Mt 3:1, 2.) Llevaba ropa de pelo de camello y un cinturón de cuero alrededor de sus lomos, una vestidura semejante a la del profeta Elí­as. El alimento de Juan consistí­a en langostas (saltamontes) y miel silvestre. (2Re 1:8; Mt 3:4; Mr 1:6.) Era un maestro, de modo que sus discí­pulos le llamaban †œRabí­†. (Jn 3:26.)

Propósito de su obra. Juan predicó el bautismo para perdón de pecados para aquellos que se arrepintiesen, y limitó su bautismo a los judí­os y prosélitos de la religión judí­a. (Mr 1:1-5; Hch 13:24.) El que se enviase a Juan fue muestra de la bondad de Dios para con los judí­os. Ellos estaban en una relación de pacto con Jehová, pero eran culpables de pecados cometidos contra el pacto de la Ley. Juan les mostró que habí­an roto el pacto, e instó a los de corazón honrado a que se arrepintieran. Su bautismo en agua simbolizaba este arrepentimiento y fue el primer paso para que reconocieran al Mesí­as. (Hch 19:4.) A Juan acudieron toda clase de personas para ser bautizadas, entre ellas prostitutas y recaudadores de impuestos (Mt 21:32), así­ como fariseos y saduceos, contra quienes Juan dirigió un mensaje severí­simo del juicio que se avecinaba. No los perdonó, sino que les llamó †œprole de ví­boras† y les mostró que su confianza en que eran descendientes de Abrahán no tení­a ningún valor. (Mt 3:7-12.)
Juan enseñaba a los que acudí­an a él a que compartieran sus bienes, a no cometer extorsión, a estar satisfechos con lo que tení­an y a no hostigar a nadie. (Lu 3:10-14.) También enseñó a sus seguidores bautizados a orar a Dios. (Lu 11:1.) En aquel tiempo †œel pueblo [estaba] en expectación, y todos [razonaban] en sus corazones acerca de Juan: †˜¿Acaso será él el Cristo?†™†. Juan negó serlo, y declaró que el que llegarí­a después de él serí­a mucho mayor. (Lu 3:15-17.) Cuando los sacerdotes y los levitas hablaron con él en Betania, al otro lado del Jordán, y le preguntaron si era Elí­as o †œEl Profeta†, él confesó que no lo era. (Jn 1:19-28.)
Aunque Juan no hizo milagros como Elí­as (Jn 10:40-42), vino con el espí­ritu y poder de aquel profeta. Llevó a cabo una obra poderosa al †œvolver los corazones de padres a hijos, y los desobedientes a la sabidurí­a práctica de los justos†. Cumplió el propósito para el que se le habí­a enviado: †œAlistar para Jehová un pueblo preparado†. En efecto, a †˜muchos de los hijos de Israel los volvió a Jehová su Dios†™. (Lu 1:16, 17.) Fue el precursor del representante de Jehová: Jesucristo.

Juan presenta al †œCordero de Dios†. En el otoño de 29 E.C., Jesús fue a Juan para ser bautizado. Al principio, Juan objetó, consciente de que era pecador y de la justicia de Jesús, pero este insistió. Dios le habí­a prometido a Juan una señal que le permitiese identificar al Hijo de Dios. (Mt 3:13; Mr 1:9; Lu 3:21; Jn 1:33.) Cuando Jesús fue bautizado, se cumplió la señal: Juan vio el espí­ritu de Dios descender sobre Jesús y oyó la propia voz de Dios reconocerle como su Hijo. Por lo visto, nadie más estuvo presente en aquel acto. (Mt 3:16, 17; Mr 1:9-11; Jn 1:32-34; 5:31, 37.)
Jesús estuvo en el desierto durante unos cuarenta dí­as después de su bautismo. A su regreso, Juan señaló a Jesús ante sus discí­pulos como †œel Cordero de Dios que quita el pecado del mundo†. (Jn 1:29.) Al dí­a siguiente, Andrés y otro discí­pulo, probablemente Juan el hijo de Zebedeo, fueron presentados al Hijo de Dios. (Jn 1:35-40.) De ese modo, Juan el Bautista, como †œportero† fiel del †œaprisco† israelita, empezó a ceder sus discí­pulos al †œpastor excelente†. (Jn 10:1-3, 11.)
Mientras los discí­pulos de Jesús bautizaban en el paí­s de Judea, Juan bautizaba en Enón, cerca de Salim. (Jn 3:22-24.) Por entonces le informaron que Jesús estaba haciendo muchos discí­pulos, pero Juan no tuvo celos, sino que respondió: †œEste gozo mí­o se ha hecho pleno. Aquel tiene que seguir aumentando, pero yo tengo que seguir menguando†. (Jn 3:26-30.)

Últimos dí­as de su ministerio. Esta declaración de Juan quedarí­a confirmada. Después de un año o más de ministerio activo, fue apartado a la fuerza de su campo de actividad. Herodes Antipas lo encarceló porque Juan habí­a censurado su matrimonio adúltero con Herodí­as, la mujer que habí­a arrebatado a su hermano Filipo. Antipas, que era un judí­o prosélito nominal y estaba obligado a cumplir la Ley, temí­a a Juan, pues sabí­a que era un varón justo. (Mr 6:17-20; Lu 3:19, 20.)
Mientras se hallaba en prisión, Juan oyó de las obras poderosas de Jesús y que hasta habí­a resucitado al hijo de una viuda en Naí­n. Deseando que Jesús mismo se lo confirmase, envió a dos de sus discí­pulos para que le preguntaran: †œ¿Eres tú Aquel Que Viene, o hemos de esperar a uno diferente?†. Jesús no contestó directamente, sino que, ante los discí­pulos de Juan, sanó a muchas personas, e incluso expulsó demonios. Luego les dijo que le informasen que los ciegos, los sordos y los cojos eran sanados, y que las buenas nuevas se estaban predicando. Así­ que el testimonio de las obras de Jesús, no simples palabras, confortó a Juan y le dio la seguridad de que Jesús era verdaderamente el Mesí­as (Cristo). (Mt 11:2-6; Lu 7:18-23.) Después de que se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús reveló a las muchedumbres que Juan era más que un profeta; de hecho, era aquel de quien habí­a escrito Malaquí­as, el profeta de Jehová. También aplicó a Juan la profecí­a de Isaí­as 40:3, como previamente habí­a hecho Zacarí­as, el padre de Juan. (Mal 3:1; Mt 11:7-10; Lu 1:67, 76; 7:24-27.)
Jesucristo también explicó a sus discí­pulos que la venida de Juan cumplí­a la profecí­a de Malaquí­as 4:5, 6, en la que se anunciaba que Dios enviarí­a a Elí­as el profeta antes de la venida del dí­a de Jehová, grande e inspirador de temor. Sin embargo, a pesar de la importancia que tuvo Juan (†œEntre los nacidos de mujer no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista†), no llegarí­a a formar parte de la clase de la †œnovia† que participarí­a con Cristo en su Reino celestial (Rev 21:9-11; 22:3-5), pues Jesús dijo: †œEl que sea de los menores en el reino de los cielos es mayor que él†. (Mt 11:11-15; 17:10-13; Lu 7:28-30.) Jesús también implí­citamente defendió a Juan contra la acusación de que tení­a demonio. (Mt 11:16-19; Lu 7:31-35.)
Algún tiempo después, Herodí­as desató su furia contra Juan. Durante la celebración del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodí­as deleitó a Herodes con su danza, de tal modo que juró darle cualquier cosa que pidiese. Influida por su madre, pidió la cabeza de Juan. Herodes, obligado por su juramento y debido a los que estaban presentes, accedió a su petición. Juan fue decapitado en prisión y su cabeza le fue entregada a la muchacha en una bandeja, que llevó a su madre. Más tarde, los discí­pulos de Juan se llevaron su cuerpo y lo enterraron, e informaron del asunto a Jesús. (Mt 14:1-12; Mr 6:21-29.)
Tras la muerte de Juan, Herodes oyó del ministerio de Jesús: su predicación, curaciones y expulsión de demonios. Estaba asustado, pues temí­a que Jesús fuese realmente Juan resucitado. Por eso estaba muy interesado en verle, no para oí­r su predicación, sino para asegurarse de quién era. (Mt 14:1, 2; Mr 6:14-16; Lu 9:7-9.)

Termina el bautismo de Juan. El bautismo de Juan continuó hasta el dí­a del Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó el espí­ritu santo. A partir de entonces se predicó el bautismo †œen el nombre del Padre y del Hijo y del espí­ritu santo†. (Mt 28:19; Hch 2:21, 38.) Por tanto, los que después se bautizaron en el bautismo de Juan tení­an que volverse a bautizar en el nombre del Señor Jesús con el fin de recibir el espí­ritu santo. (Hch 19:1-7.)

2. Padre del apóstol Simón Pedro. En Juan 1:42 y 21:15-17 se le llama Juan según el Manuscrito Sinaí­tico y las versiones antiguas en latí­n, mientras que otros manuscritos y versiones le dan el nombre de †œJonᆝ. Jesús le llamó Jonás en Mateo 16:17.

3. El apóstol Juan, hijo de Zebedeo y Salomé (compárese con Mt 27:55, 56; Mr 15:40), y hermano del apóstol Santiago. Es probable que Juan fuese más joven que Santiago, ya que a este se le suele nombrar en primer lugar cuando se les menciona a los dos. (Mt 10:2; Mr 3:14, 16, 17; Lu 6:14; 8:51; 9:28; Hch 1:13.) Zebedeo se casó con Salomé, de la casa de David, que posiblemente era hermana carnal de Marí­a, la madre de Jesús.

Antecedentes. Parece que Juan provení­a de una familia acomodada. Su padre Zebedeo tení­a empleados en un negocio de pesca, del que Simón era socio. (Mr 1:19, 20; Lu 5:9, 10.) Salomé, la esposa de Zebedeo, estuvo entre las mujeres que acompañaron y sirvieron a Jesús mientras estaba en Galilea (compárese con Mt 27:55, 56; Mr 15:40, 41), y fue una de las que llevó especias con el fin de preparar el cuerpo de Jesús para su entierro. (Mr 16:1.) Del relato bí­blico se desprende que Juan debió tener casa propia. (Jn 19:26, 27.)
Zebedeo y Salomé eran hebreos fieles, y debieron criar a Juan en la enseñanza de las Escrituras. Por lo general, se da por sentado que Juan era el discí­pulo de Juan el Bautista que se hallaba con Andrés cuando aquel les anunció: †œÂ¡Miren, el Cordero de Dios!†. El hecho de que aceptase rápidamente a Jesús como el Cristo revela su conocimiento de las Escrituras Hebreas. (Jn 1:35, 36, 40-42.) Aunque no se dice que Zebedeo se hiciera discí­pulo de Juan el Bautista o de Cristo, no parece que se haya opuesto a que sus dos hijos fuesen predicadores de tiempo completo con Jesús.
Cuando Juan y Pedro fueron llevados ante los gobernantes judí­os, se les consideró †œiletrados y del vulgo†. Sin embargo, esta expresión no quiere decir que fuesen incultos o analfabetos, sino que no habí­an estudiado en las escuelas rabí­nicas. Se dice, más bien, que †œempezaron a reconocer, acerca de ellos, que solí­an estar con Jesús†. (Hch 4:13.)

Llega a ser discí­pulo de Cristo. Después de ser presentado a Jesucristo en el otoño de 29 E.C., Juan debió seguir a Jesús hasta Galilea y ser testigo ocular de su primer milagro en Caná. (Jn 2:1-11.) Puede que haya acompañado a Jesús desde Galilea a Jerusalén, y de nuevo cuando regresó a Galilea por Samaria; lo ví­vido del relato que escribió parece indicar que fue testigo ocular de los acontecimientos narrados. No obstante, el registro no lo especifica. (Jn 2–5.) Sin embargo, Juan continuó con su negocio de pesca durante algún tiempo después de conocer a Jesús. Al año siguiente, mientras Jesús caminaba junto al mar de Galilea, Santiago y Juan estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes. El los llamó a un servicio de tiempo completo para que fuesen †œpescadores de hombres†, y el relato de Lucas informa: †œDe modo que volvieron a traer las barcas a tierra, y abandonaron todo y le siguieron†. (Mt 4:18-22; Lu 5:10, 11; Mr 1:19, 20.) Más tarde, se les seleccionó para ser apóstoles del Señor Jesucristo. (Mt 10:2-4.)
Juan fue uno de los tres discí­pulos más allegados a Jesús. El se llevó a Pedro, Santiago y Juan a la montaña de la transfiguración. (Mt 17:1, 2; Mr 9:2; Lu 9:28, 29.) También fueron los únicos apóstoles a los que se permitió entrar con Jesús en la casa de Jairo. (Mr 5:37; Lu 8:51.) Los tres tuvieron el privilegio de ser aquellos con los que Jesús se adentró más en el jardí­n de Getsemaní­ durante la noche en que fue traicionado, aunque entonces no captaron el significado pleno de la ocasión, pues hasta se quedaron dormidos tres veces y Jesús tuvo que despertarlos. (Mt 26:37, 40-45; Mr 14:33, 37-41.) Juan ocupó el lugar que quedaba al lado de Jesús en su última Pascua, en la que instituyó la Cena del Señor (Jn 13:23), y fue el discí­pulo que recibió el honor excepcional de que se le confiara el cuidado de la madre de Jesús cuando este murió. (Jn 21:7, 20; 19:26, 27.)

Juan en su evangelio. En su evangelio, Juan nunca se refiere a sí­ mismo por nombre, sino como uno de los hijos de Zebedeo o como el discí­pulo a quien Jesús amaba. Cuando habla de Juan el Bautista, le llama simplemente †œJuan†, a diferencia de los otros evangelistas. Lo más natural es que esto lo hiciese alguien del mismo nombre, ya que no crearí­a ninguna confusión en cuanto a la persona de quien estaba hablando. Los demás tendrí­an que usar un sobrenombre, tí­tulo u otros términos descriptivos para distinguir a quién se referí­an, como hace el propio Juan cuando habla de una de las Marí­as. (Jn 11:1, 2; 19:25; 20:1.)
Al examinar el escrito de Juan desde este punto de vista, resulta evidente que él era quien estaba con Andrés cuando Juan el Bautista les presentó a Jesucristo, aunque su nombre no se menciona. (Jn 1:35-40.) Después de la resurrección de Jesús, Juan adelantó a Pedro mientras corrí­an hacia la tumba para investigar si efectivamente habí­a resucitado. (Jn 20:2-8.) Tuvo el privilegio de ver al resucitado Jesús aquella misma noche (Jn 20:19; Lu 24:36) y de nuevo a la semana siguiente. (Jn 20:26.) Fue uno de los siete que volvieron a la pesca y a quienes Jesús se apareció. (Jn 21:1-14.) Juan también estaba presente en la montaña de Galilea donde Jesús se apareció a los discí­pulos tras su resurrección y oyó personalmente el mandato: †œHagan discí­pulos de gente de todas las naciones†. (Mt 28:16-20.)

Historia posterior de Juan. Después de la ascensión de Jesús, Juan estaba en Jerusalén reunido con unos 120 discí­pulos cuando se escogió a Matí­as por sorteo y se le contó con los otros once apóstoles. (Hch 1:12-26.) También estaba presente cuando se derramó el espí­ritu en el dí­a del Pentecostés y vio cómo aquel dí­a se añadieron 3.000 personas a la congregación. (Hch 2:1-13, 41.) El y Pedro declararon ante los gobernantes judí­os el principio que siguió la congregación del pueblo de Dios: †œSi es justo a vista de Dios escucharles a ustedes más bien que a Dios, júzguenlo ustedes mismos. Pero en cuanto a nosotros, no podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oí­do†. (Hch 4:19, 20.) Y se unió a los apóstoles cuando dijeron al Sanedrí­n: †œTenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres†. (Hch 5:27-32.)
Tras la muerte de Esteban a manos de judí­os enfurecidos, surgió gran persecución contra la congregación en Jerusalén, y se esparció a los discí­pulos. Pero Juan y los demás apóstoles permanecieron en Jerusalén. Cuando la predicación de Felipe el evangelizador hizo que muchos aceptaran la palabra de Dios en Samaria, el cuerpo gobernante despachó a Pedro y a Juan para que ayudasen a estos nuevos discí­pulos a recibir el espí­ritu santo. (Hch 8:1-5, 14-17.) Pablo dijo posteriormente que Juan era uno de los †œque parecí­an ser columnas† de la congregación de Jerusalén. En su calidad de miembro del cuerpo gobernante, Juan dio a Pablo y Bernabé †œla mano derecha de la coparticipación† cuando se les envió con la misión de predicar a las naciones gentiles. (Gál 2:9.) Juan estaba presente en la conferencia del cuerpo gobernante sobre la cuestión de la circuncisión para los conversos gentiles celebrada en 49 E.C. (Hch 15:5, 6, 28, 29.)
Jesucristo, aún sobre la Tierra, habí­a dejado entrever que Juan sobrevivirí­a a los demás apóstoles. (Jn 21:20-22.) Y así­ fue, pues Juan sirvió fielmente a Jehová por unos setenta años. Hacia el fin de su vida, estuvo exiliado en la isla de Patmos †œpor hablar acerca de Dios y por dar testimonio de Jesús†. (Rev 1:9.) Este hecho demuestra que se mantení­a muy activo en predicar las buenas nuevas, incluso a una edad muy avanzada (alrededor del año 96 E.C.).
Mientras estuvo en Patmos, fue favorecido con la maravillosa visión de la Revelación, que puso por escrito con absoluta fidelidad. (Rev 1:1, 2.) Por lo general se cree que el emperador Domiciano lo exilió y que su sucesor, el emperador Nerva (96-98 E.C.), lo liberó. Según la tradición, Juan fue a Efeso, donde escribió su evangelio y sus tres cartas, llamadas la Primera, la Segunda y la Tercera de Juan, alrededor del año 98 E.C., y, también según la tradición, se cree que murió en Efeso cerca del año 100 E.C., durante la gobernación del emperador Trajano.

Su personalidad. Los eruditos suelen llegar a la conclusión de que Juan era una persona pasiva, sentimental e introspectiva. Cierto comentarista dice: †œJuan, con su mente contemplativa, majestuosa e idealista, pasó por la vida como un ángel†. (Commentary on the Holy Scriptures, de Lange, traducción y edición de P. Schaff, 1976, vol. 9, pág. 6) Basan su evaluación de la personalidad de Juan en el hecho de que habla mucho acerca del amor y que no se le da tanta importancia en Hechos de Apóstoles como a Pedro y Pablo. También indican que al parecer dejó a Pedro llevar la delantera al hablar cuando estaba con él.
Es verdad que cuando Pedro y Juan estaban juntos, Pedro siempre se destaca como el vocero. Pero los relatos no dicen que Juan se mantuviera en silencio. Al contrario, cuando estuvieron ante los gobernantes y los ancianos, tanto Pedro como Juan hablaron sin temor. (Hch 4:13, 19.) Asimismo, Juan habló con denuedo ante el Sanedrí­n, al igual que hicieron los demás apóstoles, aunque solo se menciona a Pedro por nombre. (Hch 5:29.) Y en cuanto a ser una persona activa y enérgica, ¿no demostró gran vitalidad al correr con más rapidez que Pedro para llegar a la tumba de Jesús? (Jn 20:2-8.)
Jesús les dio a Juan y a su hermano Santiago el sobrenombre Boanerges (que significa †œHijos del Trueno†) cuando comenzaron su ministerio como apóstoles. (Mr 3:17.) Este tí­tulo denota que Juan no era un sentimentalista blando o pasivo, sino, más bien, que tení­a una personalidad dinámica. Cuando una aldea samaritana rehusó recibir a Jesús, estos †œHijos del Trueno† estuvieron dispuestos a hacer bajar fuego del cielo para aniquilar a sus habitantes. Con anterioridad, Juan habí­a intentado impedir que un hombre expulsara demonios en el nombre de Jesús. En ambos casos, Jesús lo censuró y corrigió. (Lu 9:49-56.)
En esas ocasiones los dos hermanos mostraron falta de entendimiento y que aún estaban lejos de mostrar el equilibrio y el espí­ritu misericordioso y amoroso que desarrollaron más tarde. Sin embargo, en ambas ocasiones manifestaron su lealtad y una personalidad decidida y vigorosa, que, una vez bien encauzada, los convirtió en testigos fuertes, enérgicos y fieles. Santiago murió como mártir a manos de Herodes Agripa I (Hch 12:1, 2), y Juan, el último apóstol en morir, aguantó como una columna †œen la tribulación y reino y aguante en compañí­a con Jesús†. (Rev 1:9.)
La petición que la madre de Santiago y Juan le hizo a Cristo de que concediera a sus hijos sentarse junto a él en su Reino, provocó la indignación de los demás apóstoles por el espí­ritu ambicioso que ambos demostraron. No obstante, Jesús aprovechó la oportunidad para explicar que el mayor entre ellos serí­a el que sirviese a los demás. Luego señaló que incluso él habí­a venido a servir y a dar su vida como rescate por muchos. (Mt 20:20-28; Mr 10:35-45.) Sin embargo, aun cuando el deseo de ambos hermanos fuese egoí­sta, el incidente revela su fe en la realidad del Reino.
Por supuesto, si la personalidad de Juan hubiese sido como la pintan los comentaristas religiosos —débil, poco práctica, pusilánime, introvertida—, probablemente Jesucristo no lo hubiese escogido para escribir el conmovedor y poderoso libro de Revelación, en el que Cristo estimula repetidas veces a los cristianos a ser vencedores del mundo, habla de las buenas nuevas que se predicarí­an por todo el mundo y pronuncia los juicios atronadores de Dios.
Es verdad que Juan habla acerca del amor más que los otros evangelistas, pero esto no prueba que fuese un sentimentalista blando. Al contrario, el amor es una cualidad poderosa. Toda la Ley y los Profetas se basaban en el amor. (Mt 22:36-40.) †œEl amor nunca falla.† (1Co 13:8.) El amor †œes un ví­nculo perfecto de unión†. (Col 3:14.) La clase de amor que Juan recomendó se adhiere a los principios y es capaz de reprender con fuerza, corregir y disciplinar, así­ como de ejercer bondad y misericordia.
Dondequiera que aparece en los tres relatos sinópticos del Evangelio, así­ como en todos sus propios escritos, Juan siempre manifiesta el mismo amor y lealtad firmes a Jesucristo y su Padre, Jehová. Su lealtad y odio por lo que es malo se hacen patentes cuando menciona los malos motivos o rasgos que hay tras las acciones de otros. Solo él especifica que Judas fue quien se quejó y por qué lo hizo cuando Marí­a usó un ungüento caro para ungir los pies de Jesús: porque llevaba la caja del dinero y era ladrón. (Jn 12:4-6.) El señala que Nicodemo fue a Jesús †˜al amparo de la noche†™. (Jn 3:2.) También indica la seria falta de José de Arimatea: †œEra discí­pulo de Jesús, pero secreto por su temor a los judí­os†. (Jn 19:38.) Juan no podí­a aprobar el hecho de que alguien profesara ser un discí­pulo de su Maestro y, sin embargo, se avergonzara de ello.
Juan habí­a cultivado los frutos del espí­ritu a un grado mucho mayor cuando escribió su Evangelio y las cartas que cuando era un joven recién asociado con Jesús. Obviamente, ya no era la misma persona que habí­a pedido un puesto especial en el Reino. En sus escritos podemos hallar la expresión de su madurez y buen consejo para ayudarnos a imitar su proceder fiel, leal y enérgico.

4. Juan Marcos. Uno de los discí­pulos de Jesús y escritor de †œLas buenas nuevas según Marcos†. A menudo se le llama Marcos el evangelista, pero este era su sobrenombre. La casa que su madre, Marí­a, tení­a en Jerusalén fue un lugar de reunión para los discí­pulos. (Hch 12:12.) Marcos acompañó a Pablo y Bernabé en la primera gira misional de Pablo (Hch 12:25; 13:5), pero los dejó en Perga de Panfilia y regresó a Jerusalén. (Hch 13:13.) Por esta razón Pablo rehusó más tarde llevarlo en su siguiente viaje, de modo que Bernabé fue en otra dirección, llevándose a Marcos. (Hch 15:36-41.) No obstante, es obvio que con el tiempo Marcos demostró que era un trabajador confiable y diligente, porque cuando Pablo escribió a Timoteo desde Roma, donde estaba encarcelado, le dijo: †œToma a Marcos y tráelo contigo, porque me es útil para ministrar†. (2Ti 4:11; véase MARCOS.)

5. Gobernante judí­o (posiblemente emparentado con el sacerdote principal Anás) que junto con Anás y Caifás hizo detener a los apóstoles y que se les llevara a su presencia. Aunque tení­an la prueba de que Pedro habí­a efectuado un milagro al sanar a un cojo, ordenaron a Pedro y a Juan que dejaran de predicar y los amenazaron. Pero como no tení­an base para tomar acción contra los apóstoles y además temí­an al pueblo, los pusieron en libertad. (Hch 3:1-8; 4:5-22.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Introducción

PATERNIDAD LITERARIA

Ha habido mucha discusión sobre quién escribió este Evangelio. Aquí­ sólo hay espacio para un breve bosquejo de los principales puntos.
a) Hay una muy fuerte tradición, apoyada por evidencia temprana de fuentes patrí­sticas de que el autor fue el apóstol Juan. En el Evangelio mismo no hay referencias especí­ficas a la identidad del autor, de modo que la pregunta es hasta dónde es posible confiar en la tradición. Por lo menos en fecha tan temprana como Ireneo (c. 130–200) se creí­a en la autorí­a apostólica. Ireneo pudo haber tenido acceso a la tradición auténtica por medio de su relación previa con Policarpo (c. mediados del siglo II), quien conoció al Apóstol. El hecho de que Poli carpo no se refiera al cuarto Evangelio al escribir su carta a los filipenses no tiene por qué llevarnos a la conclusión de que lo desconocí­a. La única oposición a la autorí­a apostólica provino de un grupo conocido como los alogoi, que parece haber sido un pequeño grupo que se separó de Roma. Su criterio fue rechazado por Hipólito, quien escribió una defensa del Evangelio. La historia del libro antes de Ire neo no es fácil de determinar, pero debe haber sido considerado como una autoridad por algún tiempo considerable, como para haber sido colocado en un nivel sin discusión junto con los otros tres como parte de un Evangelio cuádruple.
b) Algunas consideraciones internas dirigen hacia la confiabilidad de la tradición (p. ej.p. ej. Por ejemplo 1:14; 19:35; 21:24). Aunque todas estas referencias han sido entendidas de otra manera por algunos estudiosos, lo más natural es verlas como evidencia del reclamo del autor mismo de haber sido testigo presencial.
En ninguna parte es mencionado por nombre Juan el hijo de Zebedeo, mientras que Juan el Bautista es mencionado simplemente como Juan, sin una descripción adicional. Esto serí­a más comprensible si el mismo autor fuese el otro Juan.
Otra consideración es la mención anónima del †œdiscí­pulo al cual Jesús amaba†, que bien puede ser una referencia a Juan el apóstol. Algunos han dudado de que Juan se hubiera descripto a sí­ mismo de esa manera y han llegado a la conclusión de que esto muestra que no era el autor. Es imposible estar seguros de quién era †œel discí­pulo a quien Jesús amaba†, pero su estrecha asociación con Pedro apoyarí­a el criterio de que era Juan. Su misma relación í­ntima con Jesús señala hacia la misma conclusión.
c) Pareciera que el autor tiene conocimiento detallado de Palestina y de las costumbres judí­as. Esto serí­a más comprensible si fuera un judí­o palestino.
d) Muchos detalles incidentales también sugieren un testigo ocular detrás del relato, como el número de tinajas en la boda de Caná y la cantidad de peces capturados en el mar de Galilea. Tales detalles no son esenciales en la narración, pero agregan cierta vivacidad al relato.
e) Los aspectos helení­sticos (griegos) de este Evangelio, sin embargo, se dice que militan contra lo correcto de la tradición primitiva, dado que Juan el apóstol no era un judí­o helenista. Más aun, los paralelos con los tratados filosóficos no cristianos conocidos como la Hermetica, se dice que sostienen ese argumento. Ciertamente hay paralelos en la terminologí­a tanto en Filón de Alejandrí­a como en Hermes, pero ese factor no muestra concluyentemente que el autor fuera un helenista. Algunos paralelos similares se encuentran en la literatura judí­a de Qumrán y esta evidencia tiende a disminuir la fuerza del argumento helenista.
f) La estrecha relación del autor con los métodos rabí­nicos de argumentación son otra razón por la cual algunos han rechazado la autorí­a apostólica, dado que Juan era sólo un pescador galileo. Pero de be darse cabida al hecho de que los argumentos rabí­nicos se encuentran en la enseñanza de Jesús y no en los comentarios del autor mismo. Sin embargo, debe admitirse que es difí­cil en este Evangelio diferenciar entre el estilo del autor y las palabras de Jesús.
g) Pareciera que el autor adopta una actitud casi hostil hacia algunos de los contemporáneos de Jesús, como si fueran de una raza distinta que la de él, refiriéndose a ellos como †œlos judí­os†. Esto pue de ser evidencia de un profundo sentimiento cristiano frente a la amarga hostilidad de su propio pueblo hacia Jesús.
h) Las teorí­as alternativas en cuanto a la paternidad literaria generalmente intentan retener alguna conexión entre el Evangelio y Juan el apóstol considerándolo como el testigo, aunque proponiendo a algún otro como autor. La teorí­a más difundida es que el autor era otro Juan, conocido como Juan el anciano. Si habí­a dos †œJuan† tan estrechamente asociados en la producción del Evangelio, no es imposible que haya surgido una confusión entre ellos en la tradición primitiva. Pero la existencia de Juan el anciano depende de una afirmación más bien ambigua de Papias, quien no hace mención alguna de que el Evangelio haya sido escrito por él.
i) Algunos niegan toda conexión entre Juan el apóstol y el Evangelio y suponen que se le atribuyó su autorí­a para dar autoridad a la obra.
Frente a todas estas opiniones diversas es difí­cil ser dogmático, pero es razonable sostener que las evidencias internas y externas señalan a Juan el apóstol como autor.

PROPOSITO

Lo mejor que podemos hacer es examinar la propia declaración del autor en 20:31, que era especí­ficamente evangelí­stica. El Evangelio tení­a la finalidad de producir la fe en Jesús como Cristo e Hijo de Dios. El registro de las varias señales tení­a por fin producir ese resultado y, con eso en mente, adquieren significado las muchas referencias que hay a lo largo del Evangelio para creyentes e incrédulos. Tanto los relatos históricos como los discursos de enseñanza fueron elegidos por su poder de enfocar la atención en los reclamos especí­ficos de Jesús. Por lo tanto, Juan no tení­a la intención de hacer una biografí­a o estudio psicológico. Por supuesto, un propósito evangelí­stico no debilita la base histórica. Juan puede haber considerado que parte de su material tení­a un significado simbólico, pero debe repetirse que eso no significa que no fuera histórico o auténtico.
Puede haber habido algunos propósitos subsidiarios, como la presentación de la verdadera relación entre Jesús y Juan el Bautista o una refutación de los conceptos docéticos sobre Jesús (o sea las teorí­as que hací­an una distinción entre el Cristo celestial y el Jesús humano).
Muchos creen que el Evangelio es una presentación del cristianismo en forma helenizada. El prólogo (1:1–18) parece dar apoyo a esa teorí­a. Pero el elemento crucial es el grado en el que el prólogo determina el propósito del Evangelio en su conjunto. Es mejor suponer que el cuerpo del Evangelio aporta la clave para la comprensión del prólogo y no viceversa. La enseñanza de Jesús fue suficientemente inclusiva como para ser entendida tanto por griegos como por judí­os.

RELACION CON LOS EVANGELIOS SINOPTICOS

Una comparación con los otros Evangelios muestra una marcada diferencia en Juan en cuanto a la esencia y el método de presentación. Una gran par te del material incluido en los otros falta en Juan, a la vez que un monto considerable del material juanino está ausente en los Sinópticos. De hecho, hay poco material común en los cuatro Evangelios, aparte del relato de la pasión. La mayor diferencia es que, mientras que los Sinópticos se concentran en el ministerio galileo, Juan fija su atención en el ministerio en Jerusalén. Este hecho podrí­a explicar la diferencia en el estilo de enseñanza de Jesús: el énfasis en parábolas en los Sinópticos cediendo al estilo de diálogo y discurso en Juan. Ciertas diferencias históricas también han sido señaladas, como la ubicación de la limpieza del templo, los he chos que llevaron al arresto de Jesús, la duración del ministerio y la fecha de la última cena. De allí­ algunos han deducido que Juan intenta corregir y reemplazar a los Sinópticos. Esto es difí­cil de sos tener, porque en muchas ocasiones da por sentado el conocimiento de la tradición sinóptica como base para la propia. Es mejor considerar a Juan como complemento de los Sinópticos. La diferencia más difí­cil entre ellos es la cronologí­a de los hechos de la pasión. La solución puede estar en el uso de diferentes calendarios, pero no sabemos lo suficiente como para llegar a una respuesta completamente satisfactoria.
Al principio, puede parecer que la presentación que Juan hace de Jesús difiere tan completamente de la de los Sinópticos que ambos retratos no pueden ser de la misma persona. Pero ésta serí­a una deducción errada. Cuando consideramos los diferentes propósitos de los Evangelios y los diferentes tipos de personas a los cuales Jesús habló, el contraste es más comprensible. Es como si Juan mis mo hubiera sido llevado a un estilo más reflexivo en los discursos.

FECHA Y LUGAR DE REDACCION

No es claro si se pueden encontrar rastros del Evangelio de Juan en autores antes del tiempo de Ireneo (c. 130–200). Pero hay buena base para suponer que Justino (c. 150) conocí­a y usaba el Evangelio, y una posibilidad de que Ignacio (c. 115) también lo conociera. Al margen de referencias en los Padres primitivos hay dos papiros de principios del siglo II que muestran la existencia y circulación de este Evangelio. Uno contiene un trozo del Evangelio de Juan, y el otro refleja el lenguaje de éste y de los demás Evangelios. Por lo tanto, es imposible datar a Juan más allá del fin del primer siglo. Si el Apóstol fue el autor, una fecha de unos años antes del fin del siglo serí­a ciertamente necesaria como la más tardí­a posible. Como el Evangelio debe haber sido posterior a los Sinópticos, una fecha relativamente tardí­a en el primer siglo es la preferida en general (c. 90) aunque algunos han sugerido una anterior. Sólo se puede ser aproximado.
En cuanto al lugar de origen, la tradición es que Juan vivió en Efeso y no parece haber base para negarlo. Algunos sugieren que esta tradición sobre Efeso no es confiable, y también que Juan no vivió hasta edad tan avanzada. La evidencia que pretende sostener este criterio consiste en menciones aisladas y no muy confiables de que Juan murió en el martirio mucho antes de que el Evangelio pudiera haber sido escrito. Pero la tradición de esta larga vida y de que él haya escrito el Evangelio es mucho más fuerte.

TEOLOGIA

El hecho más significativo de la teologí­a de Juan es su presentación de Cristo. Ya ha sido señalado que su propósito principal era teológico y ciertamente cristológico. El foco de atención está en el mesianismo de Jesús y su condición de Hijo. El carácter mesiánico de Jesús más de una vez fue el tema de discusión entre los judí­os (7:26, 27; 10:24). Además, tres veces en el Evangelio se registran confesiones del mesianismo de Jesús (1:41; 4:29; 11:27). Para el autor Jesús era el cumplimiento de todas las esperanzas mesiánicas del pueblo judí­o. En total armoní­a con esto se encuentra la frecuente apelación al testimonio del ATAT Antiguo Testamento.
Aun más caracterí­stico del Evangelio es Jesús como Hijo de Dios. Muchas veces Jesús presenta su propia relación filial con el Padre. Si bien este aspecto no está ausente en los Sinópticos, es especialmente notable en Juan por la frecuente aparición del término †œHijo† sin mayor descripción. El plan de salvación fue efectuado por el Padre por me dio del Hijo. Motivado por su amor al mundo, Dios envió a su Hijo (3:16). El Hijo es el agente por medio del cual el Padre se revela a sí­ mismo (1:18). El reclamo de Jesús de ser el Hijo de Dios fue la base para la acusación ante Pilato que, de acuerdo con la ley judí­a, él deberí­a morir (19:7).
El hecho más caracterí­stico de los Evangelios sinópticos es que Jesús era Hijo del Hombre. Aunque esto no es tan prominente en Juan, aún es algo básico en su presentación. Era el Hijo del Hombre que no sólo reveló al Padre sino que serí­a exaltado (3:13, 14). Este proceso de exaltación culminarí­a en la glorificación del Hijo del Hombre (12:23). Además, hay muchas indicaciones de la perfecta humanidad de Jesús en este Evangelio. Experimentó emociones humanas, hambre, sed y cansancio. Nunca la exaltada cristologí­a debe disminuir la perfecta humanidad de Jesús.
En el prólogo, la preexistencia y divinidad de Cristo están expresadas explí­citamente. El Verbo (gr. logos ), o †œPalabra†, no sólo estaba con Dios desde el principio, sino que era Dios (1:1) y fue es te Verbo el que se hizo carne y se identifica como el Cristo. Cualquiera que sea el origen de la idea del Verbo para el autor, su propia cristologí­a es clara. Su tema no es el de un simple hombre sino del Hijo preexistente que compartió con el Padre la creación del mundo (1:3).
Otro aspecto de la cristologí­a juanina es la cantidad de afirmaciones de Jesús que comienzan con la significativa frase †œYo soy†. De esa manera, él se describe a sí­ mismo como †œel camino†, †œla verdad†, †œla vida†, †œla resurrección†, †œel pan†, †œel pastor†, †œla puerta†, †œla vid†. Todos estos tí­tulos explican diferentes aspectos de lo que Jesús vino a ser y hacer por la humanidad.
Hay muchas figuras de lenguaje que se usan para describir la naturaleza de la obra de Cristo: el cor dero del sacrificio (1:29), el templo de su cuerpo (2:21), la serpiente en el desierto (3:14), el pastor dando su vida por las ovejas (10:11), el grano de trigo (12:24). La muerte de Jesús fue reconocida co mo inevitable aun por el sumo sacerdote, pero Juan ve un significado más profundo en ello que Caifás (11:51). A lo largo del Evangelio hay un sentido de lo inevitable de la †œhora† de Jesús que se iba acercando.
Otro factor importante en la teologí­a juanina es la frecuente mención del Espí­ritu Santo. Su obra de regeneración (3:5–8), su prometido derramamiento después de la glorificación de Jesús (7:37–39) y los cinco dichos sobre él en los discursos de despedida (cap. 14–16) se encuentran todos sólo en el Evangelio de Juan. Se describe como consejero, como quien mora en el creyente, como maestro, como testigo de Cristo, como quien convence al mundo y como guí­a a toda verdad de los seguidores del Señor. De entre todos los Evangelios, Juan muestra más claramente que la continuación del ministerio de Jesús serí­a por medio de la acción del Espí­ritu.
Además, podemos notar varios otros aspectos que aparecen en el pensamiento de Juan. Hay un fuerte fondo del ATAT Antiguo Testamento. No hay una referencia especí­fica a la cena del Señor, pero hay una enseñanza relacionada (cap. 6). También hay una combinación de énfasis en la acción de Dios al elegir y la responsabilidad humana al responder. Este Evangelio contribuye en forma muy rica a la teologí­a del NTNT Nuevo Testamento en su conjunto. Aunque a menudo su lenguaje es simple, su pensamiento es profundo. Su uso de un poderoso simbolismo y su carácter reflexivo hacen que el Evangelio de Juan apele a muchos cristianos modernos.
Ver también el artí­culo †œLeyendo los Evangelios†.

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1:1-18 El prólogo
1:1-5 El Verbo preexistente
1:6-8 El testimonio de Juan el Bautista
1:9-13 La luz que vino al mundo
1:14-18 La encarnación del Verbo

1:19—2:11 Hechos introductorios
1:19-34 El testimonio de Juan el Bautista referente a Jesús
1:35-51 El llamado de los primeros discí­pulos
2:1-11 Revelación por medio de una señal

2:12—4:54 Primeros encuentros en Jerusalén, Samaria y Galilea
2:12-25 La limpieza del templo
3:1-21 El nuevo nacimiento
3:22—4:3 Jesús y Juan el Bautista
4:4-42 Jesús en Samaria
4:43-54 Un segundo milagro en Galilea

5:1-47 Sanidad y discurso en Jerusalén
5:1-18 La curación de un paralí­tico
5:19-47 La revelación del Padre y el Hijo

6:1-71 Otras señales y discursos en Galilea
6:1-15 La alimentación de las multitudes
6:16-24 Jesús camina sobre el agua
6:25-59 La discusión sobre el pan de vida
6:60-71 La reacción de los discí­pulos a la enseñanza y obra de Jesús

7:1—8:59 Jesús en la fiesta de los tabernáculos
7:1-9 Jesús va de Galilea a Jerusalén
7:10-52 La enseñanza de Jesús en la fiesta
7:53—8:11 La mujer tomada en adulterio
8:12-59 Jesús como la luz del mundo

9:1—10:42 Más sanidades y enseñanzas
9:1-41 Jesús sana a un hombre que nació ciego
10:1-18 Jesús como el pastor
10:19-21 Los resultados de su enseñanza
10:22-42 El diálogo en la fiesta de la Dedicación

11:1-57 Muerte y resurrección de Lázaro
11:1-44 Jesús vencedor de la muerte
11:45-57 Los resultados del milagro

12:1-50 Clausura del ministerio público en Jerusalén
12:1-8 La devoción de Marí­a
12:9-11 Reacciones a la presencia de Jesús en Betania
12:12-19 La entrada a Jerusalén
12:20-26 La búsqueda de los griegos
12:27-36 Afirmación y retiro
12:37-50 Incredulidad persistente

13:1—17:26 Jesús con sus discí­pulos
13:1-38 Acción simbólica de Jesús lavando los pies y su secuela
14:1-31 Seguridades y mandamientos a los discí­pulos
15:1-17 La alegorí­a de la viña
15:18—16:33 Otras enseñanzas para los discí­pulos
17:1-26 La oración de Jesús

18:1—21:25 Relatos de la pasión y resurrección
18:1-11 La traición
18:12—19:16 El juicio
19:17-37 La crucifixión
19:38-42 La sepultura
20:1-29 La resurrección
20:30—21:25 El epí­logo
Comentario

1:1-18 EL PROLOGO

Este Evangelio, a diferencia de los otros, no comienza con el Jesús histórico. Al contrario, el lector es presentado de inmediato al Verbo (gr. logos) que no es identificado con Jesús hasta el fin del prólogo. Es de gran importancia considerar el significado del Verbo como clave para entender todo el Evangelio. El término era ampliamente usado en la literatura gr. y muchos eruditos han supuesto que su significado para Juan puede ser entendido sólo de acuerdo con ese trasfondo. Era usado entre los estoicos para describir el principio de la razón divi na que hizo crecer la creación natural. Esta idea fue mucho más desarrollada en los escritos de Filón de Alejandrí­a, que la usó como para hablar del instrumento por medio del cual fue creado el mundo. Aunque puede parecer que hay ciertos paralelos con el uso juanino del término, también hay diferencias cruciales. Filón nunca pensó en el Verbo como una persona, ni sostuvo su preexistencia con relación al mundo. Pero la diferencia más nota ble y significativa entre Filón y Juan es que el primero negaba la encarnación del Verbo, mientras que Juan mantení­a especí­ficamente que el Verbo se habí­a hecho carne. Algunos estudiosos han encontra do paralelos entre el uso de Juan y la literatura sincretista filosófica en los primeros siglos de la era cristiana conocida como Hermetica, pero el pensamiento esencial es totalmente distinto. El pen samiento gr. puede haber suplido alguna de la terminologí­a usada por Juan, pero las ideas básicas deben ser buscadas en otro lugar.
Se podrí­a decir mucho más sobre la similitud del pensamiento entre el uso de Juan y el de ciertas ideas del ATAT Antiguo Testamento. El pensamiento judí­o contribuyó con una mayor proporción para la idea del Verbo. En la literatura de sabidurí­a encontramos un énfasis en la actividad creadora de Dios por medio de su palabra de sabidurí­a (cf.cf. Confer (lat.), compare Prov. 8). Estrechamente ligado con ello está la práctica rabí­nica de atribuir a la Torah (la ley) alguna acción en la creación. El descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto ha llevado a una apreciación más cercana de la contribución del pensamiento judí­o para la comprensión del Evangelio de Juan.
Sin embargo, el prólogo debe ser considerado en base a sus méritos propios. Es esencialmente cristiano, destinado a preparar el camino para el registro de las actividades de una persona única. El Evan gelio mismo debe proveer la clave para la comprensión del prólogo y no viceversa. Un cuidadoso análisis del Evangelio mostrará la medida en que el prólogo es integral con los temas recurrentes del Evangelio.

1:1-5 El Verbo preexistente

Las palabras iniciales de este Evangelio tienen un notable paralelo con las iniciales de Gén. La contribución particular de Juan es para mostrar que el Verbo existí­a desde antes de la creación. Esto está implí­cito en las palabras iniciales: En el principio era el Verbo. Aunque se usa un tiempo verbal pasado, la idea es de continuidad. El Verbo que existe ahora es el que existí­a antes de que el mundo co menzara. De inmediato, introduce un tema profundo, que es hecho aun más profundo por las dos afirmaciones siguientes. La preposición gr. que se traduce con sugiere la idea de comunión. El pensamiento es lit.lit. Literalmente †œhacia Dios†, lo que requiere alguna distinción entre Dios y el Verbo. Pero la frase siguiente agrega un aspecto más, dado que afirma que el Verbo era Dios. Esto no puede ser entendido en sentido adjetival (que el Verbo era divino), lo que debilitarí­a la afirmación. Dado que en gr. no hay un artí­culo delante de Dios, el término debe ser tomado como estableciendo una caracterí­stica del Ver bo. Como Dios es un sustantivo, Juan debe estar afirmando la deidad del Verbo. No sólo implica divinidad sino deidad.
De inmediato Juan procede a declarar la actividad creativa del Verbo. En gr. se enfoca la atención en la acción del Verbo. Esta idea se subraya aun más por la exclusión de toda posibilidad de creación aparte del Verbo. La estrecha relación entre Dios y el Verbo en el v. 1 también se ve en su participación en la creación. La parte tomada por Cristo en la creación es un tema que se reitera muchas veces en el NTNT Nuevo Testamento. Tal énfasis excluye las ideas gnósticas de intermediarios en el proceso de la creación que hubieran sido designados para proteger a Dios de contaminación con un mundo esencialmente malo. La siguiente afirmación de Juan de que el Verbo era vida es una secuencia lógica de su actividad creadora. Esta idea es básica para este Evangelio y se destaca en la afirmación del propósito en 20:31, o sea que el lector puede tener vida por medio de él.
La estrecha relación entre vida y luz no es inesperada. En el mundo fí­sico la vida depende de la luz, y esta idea aquí­ es transferida al mundo espiritual. La afirmación del v. 5 debe ser interpretada por la mención de la luz en el v. 4. Hay una iluminación que llega a todos en general, lo que podrí­a referirse a la luz de la conciencia y la razón. En el v. 5, sin embargo, el foco recae en el ambiente que se describe como tinieblas. La luz, que está estrechamente ligada con el Verbo, debe ser vista como personal. Debe significar la iluminación espiritual que la humanidad ha recibido exclusivamente por la venida del Verbo. La siguiente afirmación, y las tinieblas no la vencieron, subraya la idea de que no pudieron contra ella. Algunas traducciones dicen †œno la comprendieron†. Ambas interpretaciones expresan una verdad y son ilustradas en el cuerpo del Evangelio. Pero la primera se adecua mejor al contexto, a la luz de los vv. 10, 11.

1:6-8 El testimonio de Juan el Bautista
La lí­nea de pensamiento se mueve ahora más cerca de los hechos históricos que rodearon la venida de la luz mencionando el ministerio de Juan el Bautista. De inmediato se nos asegura que este ministerio habí­a sido elegido divinamente (6). El verbo enviado es caracterí­stico en este Evangelio para describir el ministerio de Jesús. Es correcto que también se aplique al heraldo. Es posible que algunos de los lectores del Evangelio estuvieran poniendo un énfasis excesivo en la importancia de Juan el Bautista (cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 19:3, 4) y que Juan tení­a la intención de rectificar cualquier malentendido desde el comienzo (cf.cf. Confer (lat.), compare también vv. 15, 26, 27). No sólo se niega expresamente que Juan mismo sea la luz, sino que se afirma dos veces su función como testigo de la luz (7, 8). El propósito era dar testimonio de la luz, para que todos creyesen por medio de él, lo que expresa la función de todos los verdaderos testigos cristianos, desde ese dí­a hasta hoy.

1:9-13 La luz que vino al mundo

El autor cambia del testigo al tema de ese testigo como lo más importante. La luz verdadera (9) es el Verbo, que aún no ha sido identificado con Jesús. Cuando dice que vino, se refiere a su encarnación. Esto es más inteligible que otra posible traducción, que relaciona su venida a cada persona, lo que darí­a la impresión de que cada uno recibe esta luz al tiempo de su nacimiento. Antes de la venida de Cristo, ciertamente la luz existí­a, pero era luz derivada. Cristo es la principal fuente de luz como él mismo lo declaró (cf.cf. Confer (lat.), compare 8:12).
Debe notarse que cuando Juan usa la palabra mundo, está queriendo decir algo más que el mundo creado. El término es usado con amplitud para abarcar tanto a la gente como a los seres creados que se oponen a Dios. De hecho, en este Evangelio hay una distinción entre los que creen y el mundo que no cree. La afirmación de que el mundo no le conoció (10) muestra que en la mente de Juan no hay cuestión de dualismo. La responsabilidad moral recae en aquellos que rechazan la luz.
La traducción del v. 11 ha llevado a diversas ideas. Una es que el Verbo vino a lo que por derecho le pertenecí­a. Otra es que el Verbo vino a su propio hogar, o sea a su propio pueblo de Israel. Ambas son verdaderas pero, dado que las palabras son masculinas, lo más probable es que debe preferirse la segunda traducción. Para el autor, creer y recibir es idéntico.
Los vv. 12 y 13 deben verse como una modificación de los anteriores. Hay algunos que han recibido al Verbo y ahora Juan pone su mira en ellos. Los creyentes reciben el poder de llegar a ser hijos de Dios en el sentido de ser el pueblo del pacto de Dios. Juan no está hablando de la descendencia natural (13). Aquí­ hay una alusión al nuevo nacimiento, que aparece más explí­citamente en el cap. 3. Como el nacimiento espiritual es distinto del fí­sico, Juan excluye los medios sexuales (la decisión humana, la voluntad del esposo).

1:14-18 La encarnación del Verbo

Esta parte final del prólogo lleva al relato de la vida histórica de Jesús, por lo cual se dice que el Verbo se hizo carne. Lo más significativo sobre esta afirmación es el énfasis en la palabra carne, que se usa como sinónimo de humanidad. La afirmación, sin embargo, es más impactante que si Juan hubiera escrito †œel Verbo tomó la forma de humanidad†. Carne atrae la atención al ingreso del Verbo en el pleno devenir de los hechos humanos. El Verbo divino se convirtió en el Jesús humano. La frase habitó entre nosotros usa una palabra que está relacionada con el tabernáculo (algo así­ como †œtabernaculizó†) y trae reminiscencias de Dios morando entre su pueblo en el tabernáculo en el desierto. La idea de †œhabitar† es claramente algo que se considera temporario. Pero Juan se esfuerza para aclarar que la estupenda venida del Verbo a la vida humana tuvo una plena certificación testimonial. Juan habí­a sido testigo ocular de la gloria de la vida terrenal de Jesús (14b). Esto es más probable que suponer que nosotros se refiera a los cristianos en general y que la gloria sea la gloria de Jesús después de la resurrección. El contexto requiere que haya habido algunos que realmente vieron la gloria del Verbo encarnado. Puede suponerse una alusión a la transfiguración, pero lo más probable es que la gloria se refiera a todo el ministerio de Jesús. La particularidad de la gloria se ve en la descripción del único que ha recibido ese tipo de gloria que podrí­a ser otorgada sólo por un Padre amoroso a un Hijo amado. El carácter único de Cristo se ve así­ desde el comienzo del Evangelio. Pero no se trata sólo de su venida del Padre sino de que él es la fuente de gracia y de verdad que es lo más significativo. Juan quiere que veamos en el ministerio de Jesús una expresión de la gracia de Dios y una revelación de su verdad.
Aunque el v. 16 sigue naturalmente al 14, el que aparece en medio debe ser visto claramente como un paréntesis intencional. Las palabras sobre Juan el Bautista agregan gran fuerza a su testimonio sobre Jesús. Hay una alusión indirecta sobre la preexistencia de Jesús que ya ha sido afirmada en el v. 1. El v. 16 muestra claramente la importancia de la gracia que los cristianos (todos nosotros) hemos recibido. Una vez más, se subraya el pensamiento de una experiencia directa. La versión de la Biblia DHHDHH Dios Habla Hoy ha presentado bien el significado de la crí­ptica frase gracia sobre gracia, traduciendo †œbendición sobre bendición†. La plenitud no viene a todos nosotros de repente sino en una progresión de experiencia de gracia. Puede haber un contraste entre Moisés y Jesucristo en cuanto a un método diferente de acercarnos a Dios, porque las observancias legales son inferiores a la aceptación de un don de la gracia. Pero el texto no requiere un contraste. Es mejor ver una comparación entre la entrega divina de la ley por medio de Moisés y la gracia por medio de Jesús.
La culminación de este prólogo en el v. 18 tiene el propósito de recordar al lector el v. 1. No hay otra posibilidad de conocer a Dios sino por medio de Jesucristo, el Verbo. La afirmación a Dios nadie le ha visto jamás es un reflejo del ATAT Antiguo Testamento. Ni siquiera a Moisés se le permitió verlo. Por lo tanto, en esto la revelación de Jesús es infinitamente superior dado que él es el único que ha hecho conocer a Dios. La RVARVA Reina-Valera Actualizada sigue lo que es ciertamente la lectura más firmemente asegurada cuando traduce el Dios único, que es una afirmación de la deidad de Jesús. Pero teniendo en cuenta las palabras siguientes, que está en el seno del Padre, la lectura alternativa †œel unigénito Hijo† (RVR) o †œel Hijo único† (DHHDHH Dios Habla Hoy) se ajusta más al contexto.
1:19-2:11 HECHOS INTRODUCTORIOS

1:19-34 El testimonio de Juan el Bautista referente a Jesús

Las referencias a Juan el Bautista en el prólogo tienen la intención de llevarnos al registro histórico de la relación de Juan con Jesús. El tema es introducido por una investigación de los judí­os de Jerusalén. El término los judí­os aparece con frecuencia en este Evangelio pero no siempre de la misma manera. Algunas veces se usa para distinguir a los habitantes de Judea de los de Galilea; a veces se refiere a los judí­os que no creí­an en Jesús y más a menudo señala a los lí­deres judí­os en su oposición a Jesús. Aquí­ estos lí­deres están representados por los sacerdotes y levitas. El punto principal de este pasaje es el de distinguir entre el heraldo y la persona anunciada. El autor registra la pregunta sobre la identidad de Juan el Bautista porque esto tiene un peso claro sobre la validez de su testimonio. La pregunta sobre Elí­as es una alusión a Mal. 4:5. Algunos ven aquí­ una corrección de la tradición de los Sinópticos donde Jesús identificó al Elí­as que era esperado con Juan el Bautista (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 11:14; 17:12). Pero Juan mismo no tuvo esa pretensión. La pregunta sobre el profeta se refiere a Deut. 18:15–18, que generalmente era considerado como una referencia a una figura del fin de los tiempos. Este tí­tulo general no parece haber sido mesiánico (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:40, 41). El reclamo del mismo Juan era de ser la voz a que se refiere en Isa. 40:3 (23). En los Sinópticos, estas palabras se aplican a Juan el Bautista pero él mismo no se las aplica. Le bastaba ser la voz que anunciaba al Cristo.
En vista de las negativas de Juan el Bautista, la cuestión del porqué de sus bautismos surgió naturalmente (24–28), y así­ surgió una nueva oportunidad para distinguir entre su propio ministerio y el de Cristo. La forma de la pregunta sugiere que el rito estaba siendo entendido en el sentido de una señal oficial de autoridad. Juan no contestó la pregunta sino que señaló a Jesús de una manera que será ilustrada en el pasaje siguiente. El bautismo en agua de Juan se contrasta con el bautismo en Espí­ritu de Cristo en el v. 33, lo que muestra la superioridad del segundo. Pero aquí­ la humildad de Juan en relación con Jesús recibe una fuerte luz. La ubicación del bautismo de Juan es cuidadosamente diferenciada de la otra Betania mencionada en 11:1.
Nótese que en el v. 29 el autor introduce una secuencia de seis dí­as, que puede ser comparada con la conclusión del ministerio de Jesús, cuando se registran otros seis dí­as. La primera presentación por Juan el Bautista de Jesús como el Cordero de Dios es sorprendente. Para los oyentes originales, la idea de un cordero de inmediato debe haber sugerido el cordero de los sacrificios. La ofrenda de sacrificios en el templo era tan familiar a la mente judí­a que serí­a difí­cil pensar en el concepto de Cordero de Dios al margen de esto. Pero la verdadera dificultad se presenta en la transferencia de la imagen del cordero a una persona. Es dudoso si los oyentes habrán conectado la idea con Isa. 53, pero no es imposible que Juan el Bautista mismo pueda haberlo hecho. Por el otro lado, puede no haber entendido la afirmación siguiente de que quita el pecado del mundo en un contexto de sacrificio, sino de juicio. No hay razón por la cual Jesús no la haya entendido en el sentido de Exo. 29:38–46 e Isa. 53:4–12, aun cuando Juan el Bautista no comprendió todo su significado. Ciertamente, el evangelista habrí­a entendido la declaración en todo su significado en relación con los sacrificios. Hay cierta discusión sobre el significado del verbo traducido quita. Si hemos de interpretar esto a la luz de Isa. 53, la idea de un sufrimiento vicario es inescapable. Se ha objetado que la noción de quitar el pecado no podrí­a ser presentada aquí­ porque el cordero pascual no era una ofrenda por el pecado. Pero la declaración de Juan no necesita ser interpretada en términos rí­gidamente pascuales. En todo lo que concierne al autor, Jesús como cordero es una importante clave para su ministerio puesto que en este Evangelio ese ministerio comienza en este punto. El bautismo de Jesús, que Juan no relata, ya habí­a tenido lugar (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 32). Las palabras de Juan el Bautista expresan algo del alcance universal del ministerio de Jesús.
Algunos eruditos han encontrado difí­cil creer que Juan el Bautista dijera las palabras del v. 29, en especial porque en un momento posterior expresó dudas sobre el mesianismo de Jesús. Se sugiere que el concepto de Jesús como Cordero de Dios es la opinión del autor del Evangelio que estaba leyendo retrospectivamente la vida de Jesús. Pero hay mucho en este Evangelio que señala la obra de Cristo en bien de otros. En cuanto a Juan el Bautista y su posterior duda sobre la identidad de Jesús, no hay necesidad de suponer que en esta etapa tan temprana la comprensión de Juan fuera clara. La metáfora del cordero no lo reclama.
El v. 30 es una repetición del v. 15 y liga esta sección con el prólogo y vuelve a enfatizar la superioridad de Jesús sobre el Bautista. Cuando Juan dijo que no conocí­a a Jesús debe haber querido decir que no lo conocí­a como †œaquel que ha de venir†. En este Evangelio hay una distinción entre el uso de †œjudí­os† y de Israel, término éste que nunca se usa en sentido negativo. En gr., el verbo traducido le ha visto (32) tiene la idea de una convicción firme. La referencia al descenso del Espí­ritu sobre Jesús en este Evangelio difiere del relato de los Sinópticos. Aquí­ Juan mismo vio la forma fí­sica de una paloma, mientras que en los Sinópticos fue Jesús quien la vio. La paloma puede simbolizar un carácter grato y suave, o como un sí­mbolo del vuelo para mostrar la realidad del descenso del Espí­ritu. El contraste entre esto y la demostración visible en Pentecostés es llamativa (cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 2:2, 3). Es claro que ambos descensos tení­an el propósito de ser testimonios excepcionales sobre la misión de Jesús. Juan recibió alguna revelación especial (33) que le capacitaba para identificar a Jesús con aquel que bautiza en el Espí­ritu Santo. El bautismo en el Espí­ritu es contrastado ví­vidamente con el bautismo en agua y es superior a éste. Tenemos otro eco del prólogo en la afirmación de que Jesús es el Hijo de Dios y esto se relaciona con el propósito del Evangelio que se declara en 20:31.

1:35-51 El llamado de los primeros discí­pulos

La repetida afirmación sobre el Cordero de Dios (35) tiene el propósito de dar a entender que los dos discí­pulos que siguieron a Jesús habí­an captado algo del significado en cuanto a aquel a quien Juan habí­a señalado. No hay nada en la narración que sugiera que Juan el Bautista esperara que alguno de sus discí­pulos lo dejara; al contrario, lo que se deduce es que vio que esto era parte de su propia misión al anunciar a Jesús. El hecho de que se dé sólo el nombre de uno de los discí­pulos, puede significar que el otro era Juan el autor. La idea de siguieron en el v. 37 sin duda no tiene el sentido pleno que adquirirí­a después como discipulado. Su respuesta a la pregunta de Jesús y el que se hayan dirigido a él como rabí­ muestran sus serias intenciones al seguirle. El tí­tulo †œrabí­† era de respeto y no se refiere (como fue más adelante) a alguien que ha sido capacitado en una escuela rabí­nica. Se puede preguntar por qué en el v. 39 se menciona la hora décima. Si Juan estaba usando el método normal judí­o de calcular la hora, serí­a al atardecer y de eso se infiere que fue una visita hasta el fin del dí­a.
La forma en que se dice que Andrés encontró a su hermano Simón Pedro primero (DHHDHH Dios Habla Hoy: †œantes que nada†) sugiere que habí­a captado el gran significado del encuentro con Jesús. Juan da otros dos indicios sobre el carácter de Andrés en este Evangelio (cf.cf. Confer (lat.), compare 6:8; 12:22). El término Mesí­as (40) es traducido por Juan para beneficio de sus lectores no judí­os. Tanto el heb. Mesí­as como el gr. Cristo se derivan de una raí­z que significa †œel Ungido†. Aunque en el ATAT Antiguo Testamento la idea de ungir estaba principalmente relacionada con la elección de los reyes, en el NTNT Nuevo Testamento el concepto se aplica a Jesús en un sentido ampliado para incluir la idea de un profeta, un sacerdote y un rey ungidos. Se ha supuesto que hay una contradicción entre este anuncio y los relatos sinópticos que sugieren que Jesús no fue reconocido como Mesí­as hasta la confesión de Pedro en Cesarea de Filipos. Pero no hay necesidad de suponer que aquí­ los discí­pulos tení­an más que una idea muy general de lo que realmente significaba el mesianismo. En el v. 42 hay un marcado énfasis sobre las relaciones personales que abarcaban a Andrés, Simón y Jesús. Nuevamente hay una diferencia entre Juan y los Sinópticos sobre el momento en que el nombre Pedro fue dado a Simón. Aquí­ es dado al comienzo del ministerio, mientras que en Mat. 16:18 es confirmado después de la confesión de Pedro. Vale la pena notar que aquí­ Jesús usa el tiempo futuro que indica lo acontecido según Mat. 16:18. Tanto Pedro como Cefas significa †œroca†, lo que sugiere que Jesús estaba pensando en el carácter †œrocoso† que se proponí­a formar en Simón.
Hasta aquí­, se dice que por lo menos tres discí­pulos han seguido a Jesús. Pero Juan menciona a otros dos, antes de comenzar su relato del ministerio de Jesús en el cap. 2. En el caso de Felipe, Jesús tomó la iniciativa de decirle que lo siguiera. Felipe vuelve a ser mencionado varias veces en este Evangelio (6:5; 12:21; 14:8). Parece haber sido un hombre de mente práctica. Aunque se dice que Felipe, Andrés y Pedro eran de Betsaida, estaban viviendo en Capernaúm (Mar. 1:21, 29). Un nuevo ejemplo de testimonio personal que llevó a otro a Jesús se menciona aquí­ cuando Felipe buscó a Natanael. Como el tema del testimonio es tan importante en el Evangelio, el método por el cual Pedro y Natanael fueron llevados a Jesús es muy significativo. El testimonio personal siempre ha sido uno de los métodos más fructí­feros para llevar a quienes pueden ser discí­pulos de Jesús. Hay una diferencia en la forma en que Felipe presentó a Jesús en comparación con la de Andrés, ya que él no mencionó al Mesí­as, sino a aquel de quien Moisés escribió en la Ley, y también los Profetas. Es lo mismo. La referencia a Jesús de Nazaret dio lugar a una expresión escéptica de Natanael (46). Evidentemente Nazaret tení­a algún tipo de mala reputación y la forma en que sus habitantes rechazaron a Jesús concuerda con esa fama.
El encuentro entre Jesús y Natanael es muy instructivo. Primero, notamos la elevada opinión que Jesús expresó sobre él (47). El pensamiento de un verdadero israelita, en quien no hay engaño puede haber sido causado por la historia de Jacob que sin duda estaba en mente en el v. 51. Segundo, notamos su mente inquisitiva: ¿De dónde me conoces? Aquí­ hay un elemento de sorpresa que sugiere que Natanael no se habí­a encontrado antes con Jesús. Tercero, notamos el conocimiento previo de Jesús que habrá impresionado mucho a Natanael. No hay manera para saber qué hací­a Natanael debajo de la higuera, pero el punto principal aquí­ es la perspicacia poco común de Jesús, que fue reconocida claramente por Natanael. Su respuesta tení­a gran alcance. No sólo reconoció a Jesús como rabí­, sino también como Hijo de Dios y rey de Israel. Una vez más, aun en esta etapa temprana, habí­a una comprensión de Jesús como Hijo de Dios, aunque fuera rudimentaria. Juan habí­a presentado las referencias iniciales del carácter divino del Hijo del Hombre en el prólogo hasta llevarlo aquí­ al mismo núcleo del ministerio de Jesús que emergí­a. Las cosas mayores del v. 50 se explican en el 51, que habla del desarrollo de la visión espiritual. La idea de ver ángeles subiendo y descendiendo sobre el Hijo del Hombre parece ser un eco de la historia de Jacob (Gén. 28:12). El significado de la afirmación es que el cielo ahora está abierto para una comunicación continua con aquellos cuyo representante es Cristo mismo con el tí­tulo de Hijo del Hombre. Es notable que Natanael haya sustituido este tí­tulo por el de Hijo de Dios, porque esto muestra que el aspecto humano de Jesús es tan importante como el divino.

2:1-11 Revelación por medio de una señal

En este Evangelio hay un cierto número de señales y la transformación del agua en vino es la primera. La mayorí­a de las señales mencionadas por Juan lleva a un discurso sobre un tema relacionado. Estas señales son claramente una parte integral de la estructura del Evangelio. Como resultado de la primera, Juan menciona especialmente que la gloria de Cristo fue vista y esto señala el camino para una comprensión del resto. Debe notarse que tanto esta señal como la siguiente (4:54) fueron realizadas en Caná de Galilea. Esta población estaba a unos tres dí­as de camino desde donde Juan bautizaba. La referencia en el v. 1 al tercer dí­a es significativa porque junto con las demás referencias a dí­as en el cap. 1 es posible ver el milagro en Caná como algo que ocurrió al final de un perí­odo de siete dí­as. Quizá Juan está pensando en los hechos de la primera semana del ministerio de Jesús.
En la conversación entre Jesús y su madre (3, 4) debe recordarse que Marí­a vio el hecho de que se agotara la provisión de vino como un motivo serio de vergüenza para los dueños de la casa, mientras que Jesús se concentró en su principal misión, que aquí­ se indica en el término hora, o sea su tiempo. El tema de la †œhora† de Jesús corre a lo largo de todo el Evangelio, culminando en la historia de la pasión (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:30; 8:20; 12:23, 27; 13:1; 17:1). La forma en que Jesús habló a su madre puede parecer extraña, pero su intención fue claramente la de corregir cualquier malentendido de que él pudiera recibir órdenes de cualquiera que no fuera el Padre (cf.cf. Confer (lat.), compare 5:30; 8:29). La conexión entre la observación de Marí­a y el comentario de Jesús probablemente se encuentra en el concepto de que Jesús estaba mirando más allá del casamiento mismo y hacia la venidera fiesta mesiánica. Jesús también distinguió entre el concepto humano de tiempo y el de Dios. Las palabras sugieren una comprensión de la crisis y el clí­max que se acercaban. La intención es que, desde el primer momento, los lectores tengan un atisbo de esto aunque debí­an esperar hasta más adelante para captar todo su significado.
La descripción de las seis tinajas de piedra para agua en el v. 6 como usadas en los ritos de los judí­os para la purificación, sugiere que se quiere representar algún significado simbólico más bien que lit.lit. Literalmente para demostrar la superioridad del cristianismo sobre el judaí­smo, caso en el que el agua representa la Torah y el vino el evangelio. Pero es mejor ver el episodio como un tema de una boda doméstica con implicaciones de significado simbólico. Puede haber alguna alusión al hecho de que Jesús proveerá abundantemente para la fiesta mesiánica, pero no dejó de resolver las necesidades inmediatas del novio. La capacidad de las tinajas era de más de 450 litros. No se aclara si fue cambiada en vino toda el agua o sólo la que habí­a sido extraí­da para la fiesta. El encargado del banquete puede haber sido uno de los invitados que habí­a sido designado para actuar como maestro de ceremonias, pero que habrí­a sido la responsabilidad del novio de proveer el vino y la comida. Esto puede explicar por qué él no sabí­a el origen del vino (9). La costumbre general era servir primero el mejor vino. El texto sugiere que esta costumbre era debido a que algunos de los invitados podí­an embriagarse un tanto y no reconocerí­an el vino de menor calidad. Pero en este relato el punto principal parece ser la superioridad del vino que proveyó Jesús como precursor de lo que será provisto en la fiesta mesiánica. El episodio se concluye subrayando el hecho de que éste era el principio de señales (11). Nótese que Juan usa la palabra señales, mientras que los Evangelios sinópticos prefieren hablar de maravillas y obras poderosas. Una señal siempre apunta hacia alguna verdad más profunda que la trasciende. El comentario de que esta señal fue para que Jesús revelara su gloria sugiere que los seguidores de Jesús vieron en las señales más que los observadores en general, y los cristianos no han sido lerdos en ver el contraste entre el agua insí­pida de la vieja vida y la riqueza de la nueva vida en Cristo. Se necesita fe para discernir la gloria.
2:12-4:54 PRIMEROS ENCUENTROS EN JERUSALEN, SAMARIA Y GALILEA

2:12-25 La limpieza del templo

2:12–17 Jesús echa fuera a los mercaderes del templo. El v. 12 es un ví­nculo entre este episodio y el anterior. Capernaúm fue la ciudad que Jesús eligió para vivir durante su ministerio en Galilea. El hecho de que él se quedara allí­ sólo unos pocos dí­as muestra que la Pascua estaba cerca. Algunos ven en la mención de la Pascua de los judí­os (13) una distinción de ella con la fiesta cristiana. Pero lo más probable es que la expresión se use para indicar dónde fue celebrada la Pascua, eso es, en Judea, para beneficio de los lectores que no sabí­an por qué Jesús iba a Jerusalén. La expulsión de los animales del área del templo (el patio exterior) sirvió como un acto simbólico. Se implica así­ que los animales no deberí­an haber estado para nada en el templo y ése es el sentido en que debe ser entendida la denuncia sobre el ambiente de mercado que allí­ habí­a. El látigo (15) era necesario para controlar los animales más que para castigarlos. Los cambistas de dinero lo convertí­an en moneda tiria que era requerida para el impuesto del templo que todos los judí­os debí­an pagar. En sí­ misma la práctica no era mala pero se abusaba con tipos exorbitantes de cambio.
Ha habido mucha discusión de si hubo una o dos limpiezas, dado que los Sinópticos colocan el hecho al final del ministerio de Jesús. Generalmente se supone que Juan lo puso antes por motivos simbólicos. Pero no es imposible que haya habido otra limpieza después de dos o tres años. Las referencias especí­ficas al tiempo aquí­ favorecen eso. Pero Juan parece más preocupado con los significados profundos en los hechos del ministerio de Jesús y ordena su material para echar luz sobre ellos; en este caso, la misión de Jesús era limpiar los abusos del judaí­smo. El v. 17 muestra que sólo después los discí­pulos vieron la importancia del pasaje del Sal. 69:9 en relación con este episodio.
2:18–22 Un nuevo tipo de templo. La señal requerida (18) era de un tipo diferente de la que se menciona en el v. 11. Los judí­os querí­an algún tipo espectacular de milagros. No sorprende que hayan entendido mal la afirmación del v. 19, ya que el 22 sugiere que sólo después entendieron los mismos discí­pulos. Es claro que Jesús estaba hablando de sí­ mismo como el templo, un nuevo tipo de templo. Aunque el templo de aquella época habí­a estado en construcción cuarenta y seis años, no fue terminado sino treinta y seis años después. El contraste entre ese lapso y los tres dí­as debiera haber alertado a los judí­os sobre el hecho de que las palabras de Jesús no eran para ser tomadas lit.lit. Literalmente
La referencia al cuerpo de Jesús es una alusión a su resurrección si aquí­ cuerpo se entiende en sentido lit.lit. Literalmente Esto tendrí­a sentido por el hecho de que Jesús resucitó tres dí­as después de morir. Algunos interpretan que el cuerpo es la iglesia, pero esto hace más difí­cil ver el significado de los tres dí­as y en ningún caso la iglesia fue destruida antes de ser levantada. Una distorsión de esta declaración fue usada en el juicio de Jesús (cf.cf. Confer (lat.), compare Mar. 14:58). Juan admite (22) que fue sólo más tarde que los discí­pulos se acordaron de que Jesús habí­a dicho aquello y creyeron entonces. Es significativo que aquí­ la palabra de Jesús se coloca al mismo nivel que la Escritura. No parece que haya en mente ningún pasaje especí­fico, sino más bien varias alusiones.
2:23–25 La visión de Jesús. En la parte final de este capí­tulo, el énfasis recae en la estrecha relación entre las señales y la fe. En su declaración de propósitos en 20:30, 31, Juan relaciona las señales con la fe. Aquí­ la fe no era suficiente; se dio cuenta de ello y no confió en la fe de ellos. El v. 25 dirige la atención al conocimiento sobrenatural de Jesús. Juan inserta este comentario aquí­ como un preludio al episodio de Nicodemo, que lo ilustra.

3:1-21 El nuevo nacimiento

La importancia de la entrevista de Jesús y Nicodemo aumenta por el hecho de que se trataba de un miembro del Sanedrí­n judí­o. Un hombre así­ deberí­a estar bien informado de las enseñanzas judí­as y haber entendido las alusiones hechas por Jesús. Aunque a menudo Juan menciona a los fariseos en sentido negativo, aquí­ se concentra en un fariseo que tení­a un motivo serio al buscar a Jesús. No es seguro por qué fue a verlo de noche. Puede haber sido para eludir la publicidad. Por el otro lado, el comentario puede ser una nota incidental de la hora sin ningún significado especial, o puede haber sido simbólico y relacionado con el estado espiritual de Nicodemo. La primera es la explicación más simple. Las palabras iniciales de Nicodemo en el v. 2 se relacionan con el comentario de 2:23–25. Aquí­ aparece un hombre que habí­a visto las señales y está dispuesto a hacer preguntas. Sin embargo, es claro que el criterio de Nicodemo sobre Jesús no iba más allá de ver a un maestro con el sello de Dios sobre él. Por lo menos, aquello era un principio pero muy lejos de una real comprensión. El comentario de Jesús en el v. 3 va más allá de la pregunta implí­cita de Nicodemo. La necesidad del nuevo nacimiento era un desafí­o al derecho de Nicodemo de hacer una afirmación sobre Jesús en un plano puramente humano. Las palabras a menos que uno nazca de nuevo podrí­an ser entendidas en el sentido de ser nacido de arriba o de dirigir la atención al carácter espiritual del nacimiento. Como es claro Nicodemo las entendió en el primer sentido, y rechazó la posibilidad de un nuevo nacimiento. Pero Jesús se referí­a a ello en el segundo sentido, o sea a un tipo totalmente distinto de nacimiento. Muchos de los Padres de la iglesia primitiva entendieron que esa afirmación se referí­a al bautismo a la luz del v. 5, pero la interpretación más natural es la de una regeneración espiritual.
El reino de Dios es una expresión que se encuentra más en los Sinópticos que en Juan. Se relaciona primariamente con la soberaní­a ejercida por Dios. Aquí­ el hecho de †œver el reino† parece ser equivalente a la expresión más habitual en Juan sobre la vida eterna. En el v. 5 es citada como †œentrar en el reino†. La pregunta de Nicodemo en el v. 4 es sorprendente, ya que tomó las palabras de Jesús tan lit.lit. Literalmente Su rechazo de la idea de volver al seno materno refleja esa confusión. No podí­a captar que el reino requiere un acto de regeneración. Hay un elemento de incredulidad en su comentario. La repetición de la necesidad de un nuevo nacimiento en el v. 5 se fortalece por el contraste entre el nacimiento en agua y el en Espí­ritu. Ha habido mucha discusión sobre el significado de este versí­culo. Algunos entienden que la referencia al agua señala el bautismo y piensan que Nicodemo habrí­a entendido que era una alusión al bautismo de arrepentimiento practicado por Juan el Bautista. Pero no hay indicio de eso en el pasaje. Otros han supuesto que es una referencia al bautismo cristiano, caso en el cual no habí­a posibilidad de que Nicodemo entendiera y Juan deberí­a haber interpuesto la idea en la historia para sus propios contemporáneos cuando él escribí­a. Sin embargo, si las palabras de Jesús tuvieron algún sentido para Nicodemo, debemos tomar juntos al agua y al espí­ritu y relacionarlos con un nacimiento como en el v. 3. El uso del ATAT Antiguo Testamento introduce el agua y el espí­ritu con el significado de que Dios actuarí­a para la limpieza de su pueblo (ver, p. ej.p. ej. Por ejemplo, Eze. 36:25–27). En este caso, Nicodemo estaba recibiendo la enseñanza de que algún tipo de experiencia espiritual de regeneración era necesario para una apreciación adecuada del reino de Dios. Se discute si se debiera usar una mayúscula al hablar de Espí­ritu (como hace la RVARVA Reina-Valera Actualizada y casi todas las versiones, pero no Besson) o si debe ser entendido básicamente para indicar una experiencia espiritual en contraste con una limpieza ritual. En cuanto a lo que concierne a Nicodemo, lo más probable es lo último, pero a la luz de las referencias posteriores al Espí­ritu en este Evangelio, posiblemente Juan quiso que sus lectores entendieran que era el Espí­ritu Santo. En realidad en el v. 6 el contraste entre carne y Espí­ritu tiene más sentido si se tiene en mente el Espí­ritu Santo. Carne apunta aquí­ a la naturaleza humana, que sólo puede producir más naturaleza humana, pero no hijos de Dios. Nacer del Espí­ritu requiere un cambio radical, un nuevo comienzo. En efecto, Jesús dice que el carácter de los que nacen es determinado por la fuente que les da la vida.
Es una lástima que en el lenguaje común la expresión †œnacido de nuevo† se haya convertido, en algunos paí­ses, en una sarcástica descripción de alguna secta extremista, o aun se refiriere a viejas ideas renovadas o nuevas versiones de motores de automóvil. Serí­a muy desafortunado permitir que tal desprecio nos prive de un concepto tan vital y central a la fe cristiana.
El v. 7 subraya el carácter imperativo del nuevo nacimiento. No tiene nada de optativo. La ilustración del viento (8) se hace más inteligible cuando nos damos cuenta de que en gr. la misma palabra se puede traducir como †œviento† o †œespí­ritu†. Lo que Jesús estaba diciendo aquí­ era que, aunque haya falta de conocimiento sobre el origen tanto del viento como del Espí­ritu, los efectos de ambos pueden ser observados. Nuestro conocimiento de los movimientos del viento ha aumentado notablemente en los tiempos modernos, pero en aquellos tiempos, el viento era impredecible. Lo que expresa es la acción soberana del Espí­ritu de Dios. Relaciona todo con la afirmación de 1:13.
Es claro que Jesús esperaba que un hombre como Nicodemo entendiera su ilustración y lo reprendió porque no fue así­. Su pregunta estaba teñida de incredulidad y el v. 11 muestra que Jesús lo reconoció. Nicodemo aún no habí­a logrado captar el significado de lo que Jesús estaba diciendo. El uso de la primera persona plural en el v. 11, en la respuesta de Jesús, ha sido interpretado de distintas maneras. ¿Estaba incluyendo a los discí­pulos? A esa altura, ellos sabí­an muy poco. ¿Estaba incluyendo al Padre y al Espí­ritu? Esto es posible, aunque es dudoso que Nicodemo lo haya reconocido. ¿O estaba reiterando el uso de †œnosotros† que habí­a hecho Nicodemo en el v. 2? Es claro que presenta un contraste con el cambio de primera a tercera persona plural al fin del mismo versí­culo, lo cual parece referirse a los judí­os en general que no alcanzaban a creer en el mensaje de Jesús.
Las cosas terrenales del v. 12 deben referirse a lo que ya ha sido dicho, y por lo tanto deben incluir el nuevo nacimiento. Este ocurre en la tierra, mientras que las cosas celestiales se relacionan con las revelaciones del futuro cuando el reino alcanzará su cumplimiento. El v. 13 probablemente se refiere al estado del cual Jesús descendió y al cual volverí­a después de la ascensión. Como el cielo era su hogar, estaba en condiciones de hablar con autoridad sobre las cosas espirituales. Al principio, no parece ser muy claro que haya alguna conexión entre el v. 14 y el versí­culo previo. La acción de Moisés de levantar la serpiente en el desierto era un sí­mbolo bien conocido de la provisión divina de vida para su pueblo, pero era también una conexión más profunda con el simbolismo del levantamiento en la cruz, el punto central de la obra del Hijo del Hombre en la tierra. Las palabras así­ es necesario muestran la naturaleza inevitable de la cruz si la vida eterna ha de ser compartida con los creyentes, punto que es fuertemente presentado en el v. 15.
Generalmente en este Evangelio, el autor distingue entre las palabras de Jesús y las propias, pero en este caso no lo ha hecho. Los vv. 31–36 aparentemente son un comentario de Juan. La declaración del v. 16 expresa concisamente estas tres verdades: el carácter universal del amor de Dios, su naturaleza de sacrificio y su propósito eterno. No nos maravilla que se haya descripto como †œel evangelio en miniatura†. Como el verbo usado (tenga) está en tiempo presente, significa que la intención es que la vida eterna sea una posesión actual. Esta afirmación serí­a un desafí­o para los oyentes judí­os que estaban acostumbrados a pensar en Dios como alguien que amaba sólo a Israel, pero es acorde con la idea del amor universal que se encuentra en todo en NTNT Nuevo Testamento. La palabra mundo se usa en el sentido habitual en este Evangelio de un lugar necesitado de la gracia salvadora de Dios. Esto explica por qué Jesús vino a salvar y no a condenar (17). El hecho es que el mundo ya estaba en un estado de condenación, aunque eso se acentuó por la falta de fe en el Hijo de Dios. El v. 18 pone en claro que Jesús como Hijo de Dios es el recurso final que divide el mundo en dos grupos, los creyentes y los incrédulos. Aquí­ la referencia a la fe en el Hijo de Dios se relaciona con la afirmación del propósito del autor al escribir su Evangelio según 20:30, 31.
Los vv. 19–21 contienen un eco del prólogo (1:5) en el contraste entre luz y tinieblas. Los que están en tinieblas son aquellos cuyas obras eran malas. Esto implica una decisión deliberada para realizar actos que son malos a la vista de Dios. Esto explica por qué tales personas odian la luz, ya que ella significa que la verdadera naturaleza de sus hechos será manifestada (20). Hay un fuerte contraste con aquellos que viven en la luz, que se describen aquí­ como aquel que hace la verdad. Su propósito es completamente diferente, porque quieren que sus acciones se vean claramente a fin de que la obra de Dios en ellos sea manifiesta. Se puede entender el v. 21 en dos maneras: o expresando el contenido de lo que se ve; o la razón por la que cualquier persona viene a la luz. La primera cabe mejor en el contexto. El propósito de esta sección es el de animar la fe en Jesús.

3:22-4:3 Jesús y Juan el Bautista

Esta sección puede dividirse en tres partes. El testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús (3:22–30); el comentario del autor sobre el ministerio de Jesús (3:31–36) y el informe sobre la decisión de los fariseos y de Jesús de dejar Judea (4:1–3).
Aquí­ Juan vuelve a la relación histórica entre el ministerio de Juan el Bautista y el de Jesús. No hace mención precisa del intervalo que separa esta sección de la anterior, pero hay una nota sobre la ubicación. Aunque Jesús ya estaba en Judea, fue desde Jerusalén a la zona alrededor. La circunstancia más significativa era que tanto Jesús como Juan el Bautista estaban bautizando en el mismo distrito (23). La disputa entre los discí­pulos de Juan el Bautista y un judí­o provocó la oportunidad para un diálogo entre Juan y sus discí­pulos. El judí­o desconocido estaba preocupado por asuntos rituales y esto produjo la distinción entre el bautismo de Juan y los ritos ceremoniales judí­os (25, 26). El factor esencial en el bautismo de Juan era el requisito previo del arrepentimiento, y los Sinópticos muestran que Jesús continuó el mismo tema. Por lo tanto, ambos estaban fuera del ceremonial judí­o. Pero, ¿qué fue lo que confundió a los discí­pulos de Juan? Pareciera que estaban envidiosos del mayor éxito del ministerio de Jesús.
Esto llevó a la respuesta de Juan en los vv. 27–30. Primero estableció un principio: que la verdad sólo puede recibirse y no fabricarse. Entonces aplicó el principio a su persona, apelando a su anterior negativa de ser el Cristo. Ese no era el papel que el cielo (o sea Dios) le habí­a asignado. Estaba satisfecho con un papel inferior. La ilustración del novio lo subraya (29). El amigo es el padrino, que organizaba los detalles de una boda judí­a. La metáfora de una novia aparece en las enseñanzas del mismo Jesús (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 22:1–14; 25:1–13). Fue usada más adelante en la enseñanza apostólica (2 Cor. 11:2; Ef. 5:22–24; Apoc. 21:2, 9; 22:17). Juan el Bautista volvió a señalar la superioridad de Jesús como ya lo habí­a hecho en el cap. 1. No se trataba sólo de que Juan debí­a decrecer sino también el viejo orden que él representaba. Esta última sección del cap. 3 provee un resumen de lo que se quiere decir cuando se destaca que Jesús debe crecer (30). Hay muchos puntos que señalan su superioridad:
a) El es de arriba y está por encima de todos (31). Debe ser diferenciado de aquellos cuyo origen es terreno. No puede ser puesto a prueba por métodos terrenos. Por lo tanto, es diferente de Juan el Bautista.
b) Hablaba por su experiencia personal (32).
c) Aunque su testimonio era rechazado por algunos, cuando lo aceptaban daban testimonio de que Dios es veraz (33).
d) La validez del mensajero divino es su posesión del Espí­ritu (34). Siendo éste un principio general, se lo aplica principalmente al Hijo, en particular como muestran las palabras por medida (DHHDHH Dios Habla Hoy †œabundantemente†; BJBJ Biblia de Jerusalén †œsin medida†; Besson, †œno es por medida†). Los profetas del ATAT Antiguo Testamento recibieron el Espí­ritu de acuerdo con la medida de misión, pero en el caso de Jesús no habí­a lí­mites.
e) El punto clave de la misión de Jesús era que el Padre ama al Hijo y tiene plena confianza en él (35). Como evidencia de lo que el Padre ha confiado al Hijo, cf.cf. Confer (lat.), compare 5:22, 27; 12:49; 17:2, 24. En el v. 36 Juan resume la enseñanza de todo el capí­tulo. La prueba final es la fe, que es contrastada con el rechazo. La ira de Dios no debe ser considerada como algo impersonal, sino como un principio activo de la santidad de Dios. El único medio de evitar esa ira es por el camino de la fe. La idea de †œver la vida† es una expresión idiomática que expresa lo que es experimentar la vida. El resultado de la ira de Dios es una falta de la verdadera vida.
Los versí­culos iniciales (1–3) del cap. 4 son un ví­nculo con el discurso siguiente. La referencia previa a Juan el Bautista lleva al autor a hacer notar las reacciones de los fariseos a la actividad paralela de bautizar de Juan y Jesús. Habí­an tolerado el bautismo de Juan, pero si Jesús estaba bautizando más gente, presumiblemente se alarmaron. La decisión de Jesús de seguir adelante fue la ocasión para el traslado de su ministerio desde Judea a Galilea. El paréntesis de que Jesús mismo no bautizaba es para corregir el informe que habí­an oí­do los fariseos.

4:4-42 Jesús en Samaria

4:4–26 Jesús y la mujer samaritana. Habí­a dos rutas posibles desde Judea a Galilea. La más larga era a través de territorio gentil por el lado oriental del Jordán; la más corta era a través de Samaria y era la más usada a pesar de la animosidad entre judí­os y samaritanos. El v. 4 sugiere que esta última fue una elección necesaria. Quizá Juan está dando a entender que habí­a una razón divina en cuanto concerní­a a Jesús. Generalmente se supone que Sicar es la moderna Askar, cerca de la antigua Siquem. Aún existe un profundo pozo, que de acuerdo con la tradición es el original. El v. 12 muestra que Jacob era de especial importancia para los samaritanos. Jesús estaba cansado (6); esto parece ser una nota intencional para subrayar la verdadera humanidad de Jesús y también aporta un marco para el comienzo de la conversación. La hora sexta debí­a ser el mediodí­a, la más calurosa de la jornada.
Era poco común que una mujer fuera sola al pozo. Puede haber sido considerada como una marginada social. Juan agrega el detalle de que los discí­pulos estaban ausentes (8) para llamar atención al diálogo entre la mujer y Jesús. La acción de éste hizo a un lado dos prejuicios judí­os: la conversación con alguien samaritano y con una mujer. El prejuicio racial se intensifica por la observación de la mujer (9). Jesús debe haber previsto su perplejidad porque la usó para continuar la conversación. La idea de beber por una necesidad fí­sica llevó naturalmente al comentario sobre el don de Dios (10), que se convirtió en un tema espiritual. La mujer pensaba en Jesús como en un judí­o tí­pico, y Jesús procedió en base a este concepto. Si ella hubiera conocido su identidad, le habrí­a pedido agua viva. Esta expresión tení­a un doble significado, o sea el de agua corriente o de manantial y el de agua espiritual, o sea conectada con el Espí­ritu. Los rabinos pensaban en la Torah como agua viva, lo que demostraba su uso metafórico. Sin embargo, no llama la atención que la mujer aún pensara solamente en el nivel humano, como muestra el v. 11. Parecí­a necio pensar en sacar agua de un pozo profundo sin tener los medios para hacerlo. Su visión no era mayor que un balde. La comparación con Jacob, que habí­a cavado el pozo, le sugirió que Jesús era inferior. Por lo tanto, ella hizo un par de juicios errados. No podí­a concebir que alguien fuera mayor que el venerado Jacob (cf.cf. Confer (lat.), compare la misma incapacidad de los judí­os para concebir que alguien fuera mayor que Abraham, 8:53). La verdadera superioridad de Jesús estaba en el hecho de que el agua era viva cuando él la proveí­a. El pozo de Jacob podrí­a saciar la sed sólo provisoriamente (13). Hay muchos pasajes del ATAT Antiguo Testamento que relacionan las promesas de Dios con la ilustración del agua (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 12:3; Eze. 36:25–27). La conexión entre el agua y el Espí­ritu también es una idea del ATAT Antiguo Testamento (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 44:3). La referencia a la vida eterna (14) está conectada claramente con la actividad del Espí­ritu, como se ve en 6:63.
Hay similitudes entre esta narración y el episodio de Nicodemo, ya que ambos relatos muestran que los malentendidos llevaban a mayores explicaciones. La mujer del v. 15 aun pensaba en el agua en sentido literal. Imaginaba una provisión continua que evitarí­a sus visitas al pozo. Aún no habí­a captado la dimensión espiritual. Hay más significado de lo que es evidente en la respuesta de Jesús a la mujer (16). De hecho, habí­a un bloqueo moral. Ella no habí­a captado la naturaleza de su propia necesidad. Estaba obligada a enfrentar la realidad de admitir que no tení­a marido, aunque escondió el hecho de que estaba viviendo con un hombre. Jesús estaba demostrando esa mayor visión que Juan hizo notar en 2:25 y que la misma mujer comenzó a reconocer (19). La enseñanza judí­a desaprobaba que una mujer tuviera más de tres maridos y la idea de concubinato de hecho no tení­a apoyo religioso. Por lo tanto, la mujer estaba en gran necesidad moral y espiritual. Notamos el modo gentil en el cual Jesús no sólo la alabó y también la criticó (17, 18).
Cuando ella comprendió que Jesús era un profeta (19), probablemente pensó en una persona inspirada. Este era al menos cierto avance sobre su punto de vista anterior. Aunque la introducción que ella hizo del tema sobre el lugar de adoración puede parecer un desví­o para evitar un tema desagradable, es más probable que ella se diera cuenta de que Jesús era algún tipo de profeta judí­o y entonces quisiera demostrar su conocimiento de las diferencias entre judí­os y samaritanos sobre el principal lugar de culto (20). La adoración estaba directamente relacionada con un lugar sagrado. En el pasado, habí­a habido un templo edificado en el monte Gerizim para rivalizar con el de Jerusalén. Aun después que el templo de aquel monte fue destruido por Juan Hircano, los samaritanos continuaron adorando en el monte. No es claro hasta qué punto a la mujer le interesaban esas diferencias, pero ella asumió que era un asunto digno de ser discutido. Jesús usó su respuesta para hacer una declaración profunda que trascendí­a la discusión sobre la ubicación. Primero hizo a un lado el tema del lugar para plantear el del objeto de adoración (22). Aunque ni Jerusalén ni el monte Gerizim tení­an importancia en este asunto, sin embargo, los judí­os tení­an al respecto una comprensión superior de Dios. Dado que los samaritanos se limitaban al Pentateuco, les faltaba la riqueza teológica de la revelación de Dios del resto del ATAT Antiguo Testamento. Cuando Jesús dijo que la salvación procede de los judí­os (22) no estaba diciendo que todos los judí­os serí­an salvos, sino que por medio de los judí­os llegó el conocimiento de esa salvación en las Escrituras. Como en ambos casos se usa el neutro lo que, eso dirige la atención más a la esencia del culto que a la persona adorada. La referencia de que la hora viene (23), modificada por y ahora es, muestra claramente que fue el ministerio de Jesús lo que transformó radicalmente la adoración. El modo de hacerlo ahora es en espí­ritu y en verdad, lo que trasciende todas las consideraciones de raza y lugar.
Aquí­ el principal énfasis es en el espí­ritu como muestra el v. 24. Dios es espí­ritu puede compararse con †œDios es luz† y †œDios es amor†. Hay formas por las cuales él puede ser conocido. La espiritualidad de Dios no era una idea extraña a los judí­os, pero ellos no habí­an reconocido la necesidad de alguna correspondencia entre el que es adorado y los adoradores. Jesús enseñó que los adoradores deben compartir algo de la naturaleza de la persona adorada. La relación entre espí­ritu y verdad aquí­ señala la necesidad de un culto genuino. Dios desea adoradores que están en armoní­a con él (23). Todo esto probablemente dejó a la mujer un tanto desubicada. Captó algunas conexiones mesiánicas, aunque no es claro lo que ella quiso decir al mencionar al Mesí­as (25). Hasta donde sepamos, los samaritanos no usaban esa palabra. La mujer puede haberla usado porque estaba hablando con un judí­o. Ciertamente, los samaritanos estaban esperando a un profeta (Deut. 18:15–19) quien revelarí­a la verdad, y esto echa luz a las palabras de la mujer. Dieron a Jesús pie para declararse como el Mesí­as esperado. Estaba dispuesto a hacerlo a una samaritana, pero no a los judí­os cuyas esperanzas mesiánicas no se conformaban con su misión.
4:27–38 Los discí­pulos se reunen con Jesús. Como resultado del regreso de los discí­pulos de su tarea de comprar comida, la mujer volvió al pueblo (28). Juan comenta la sorpresa de los discí­pulos de que Jesús estuviera hablando con una mujer, lo que refleja el prejuicio judí­o general (27). Los rabinos judí­os no estaban autorizados a conversar con una mujer en la calle y consideraban cualquier conversación con mujeres como un obstáculo al estudio de la Torah. La reticencia de los discí­pulos de hacer preguntas muestra su grado de avergonzamiento por las acciones de Jesús. Por el otro lado, la mujer parece haber perdido sus inhibiciones en su apuro por contar a otros acerca de Jesús. Su comprensión aún era limitada y tentativa. ¿Será posible que éste sea el Cristo? (29) sugiere que ella no habí­a aceptado plenamente la declaración de Jesús en el v. 26, porque podrí­a entenderse en el sentido de: †œ¿Seguramente éste no puede ser el Cristo?† Sin embargo, ella despertó un interés considerable en particular porque Jesús conocí­a su vida anterior.
Los vv. 31–34 preservan un clásico caso de malentendido de la verdad espiritual por parte de aquellos que sólo podí­an pensar en términos lit.lit. Literalmente Los discí­pulos estaban preocupados por la comida material pero Jesús volvió la conversación a un tema espiritual. Ellos llegaron a la conclusión de que alguien debió haberle llevado comida, ya que él no estaba interesado en comer (33). En efecto Jesús respondió en el v. 34 que el hacer la voluntad de Dios es algo que importa más que la comida fí­sica. Pero estas palabras no pueden significar que Jesús estaba abogando por un descuido de la alimentación material. Más bien, como es tan frecuente en el Evangelio de Juan, aquí­ Jesús se está concentrando en su principal tarea, o sea la de completar la obra que el Padre le habí­a mandado a cumplir. La ilustración de la cosecha tiene el propósito de relacionarse inmediatamente con el cumplimiento de su misión (34, 35). Pero, ¿a qué obedecí­a la referencia a los cuatro meses? Es posible que, al aludir a la cosecha natural, para la que aún faltaban cuatro meses, Jesús querí­a presentar un contraste con la cosecha espiritual que debí­a ser inmediata. Cuando urgió a sus discí­pulos a mirar, puede haber estado pensando en los samaritanos que estaban en camino hacia él como resultado de la semilla sembrada en la mente de la mujer. La cosecha espiritual estaba relacionada con la vida eterna, un tema favorito en el Evangelio de Juan (36). Aunque no se presenta un intervalo en el v. 35, en los 36 y 37 se introduce una distinción entre sembrar y cosechar. En la cosecha espiritual, el intervalo entre la siembra y la cosecha es indeterminado (cf.cf. Confer (lat.), compare la metáfora usada en Amós 9:13). El principio que hay en ello se resume en el v. 38. Lo que ya habí­an recogido los discí­pulos se debí­a al trabajo que habí­an hecho otros antes que ellos. Ningún individuo en particular puede reclamar el crédito por el éxito de una misión espiritual. La cosecha corresponde al sembrador tanto como al cosechador. Es posible que los otros se refiere a la larga lí­nea de profetas que habí­an preparado el camino, de los cuales Juan el Bautista era el último.
La conclusión de la misión de Jesús en Samaria se ve en un ejemplo especí­fico de cosecha espiritual. Esto ocurrió en dos etapas. Muchos creyeron por lo que la mujer habí­a dicho, pero aun más por medio del testimonio del mismo Jesús. Debemos asumir que la fe de los primeros estaba necesariamente limitada por la experiencia de la mujer. Su testimonio se relacionaba con la notable percepción de Jesús, pero el contacto personal con él debe haber profundizado su fe, de aquí­ viene la fuerza del v. 42. El hecho de que los samaritanos querí­an que Jesús se quedara con ellos era extraordinario ya que se trataba de un judí­o, pero mostraba el despertar de su convicción de que él era un Salvador, no sólo de los judí­os sino del mundo. Es imposible saber qué contenido atribuir a ese concepto. No hubiera tenido el alcance de la reflexión cristiana posterior sobre la salvación, pero presumiblemente Jesús habí­a compartido con ellos algo de los propósitos salvadores de su misión. El tí­tulo completo usado aquí­ en el NTNT Nuevo Testamento vuelve a aparecer sólo en 1 Jn. 4:14. Sin embargo, era usado en el mundo contemporáneo de varios dioses, incluyendo a Zeus y aun al emperador romano Adriano. Pero Juan entendí­a el término en un sentido que incluí­a toda la humanidad.

4:43-54 Un segundo milagro en Galilea

La mayor parte de lo registrado por Juan se centra en Jerusalén, pero los pocos relatos de Galilea son de gran significado. Las primeras dos señales ocurrieron en Galilea, como también la multiplicación de los panes en el cap. 6. Pero la mayor parte de las señales que Juan registra ocurrieron en Judea. Juan hace notar que Jesús mismo habí­a reconocido que un profeta no recibí­a honor en su propio paí­s (44). Se discute qué significa su propia tierra. En los Sinópticos el dicho se refiere a Nazaret, pero aquí­ es más probable que Juan lo entienda como la patria de los judí­os a diferencia de Samaria. Hay un punto en particular al comparar la pronta recepción que los samaritanos dieron a Jesús viendo quién era y la bienvenida de los galileos en función de los milagros que hizo. Por el otro lado, la propia tierra podrí­a ser considerada como una referencia a Jerusalén, donde el relato de este Evangelio muestra que Jesús no fue bien recibido. En este caso, la recepción en Galilea habrí­a resultado un contraste.
La primera opción es la más probable. Los galileos estaban claramente impresionados por los informes de señales realizadas en Jerusalén en la Pascua (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:23).
Sin embargo, la segunda señal significativa que Jesús hizo fue realizada en Galilea, en Caná, o sea el mismo lugar que vio la primera. El oficial mencionado en el v. 46 sin duda era del servicio de Herodes Antipas. Este tení­a el tí­tulo de tetrarca y, aunque realmente nunca fue rey, como popularmente era considerado. Aquí­ hay similitudes con el relato de la curación del siervo del centurión (Mat. 8:5–10; Luc. 7:2–10), pero hay suficientes diferencias como para no hacer una identificación de los dos episodios. La más significativa de ellas está en el cargo diferente del padre y la posición diferente de la persona sanada (hijo en vez de siervo). El v. 47 muestra el grado de desesperación del padre por su hijo. Pero la respuesta de Jesús resulta inesperada. Las palabras del v. 48 fueron dirigidas a los galileos en su conjunto. La bienvenida que habí­an dado a Jesús se basaba en las señales, pero no indicaba fe. Probablemente hasta que Jesús no le aseguró que su hijo vivirí­a (50) el hombre no habí­a creí­do. Hasta entonces quizá no era más que un tipo de creencia en lo mágico. Cuando llegó la fe, actuó rápidamente. La conclusión de este episodio es significativa porque Juan menciona el tiempo preciso de la curación como el de la declaración de Jesús (52). Esto llevó a una fe más profunda, no sólo del hombre sino también de toda la casa. Puede hacerse una comparación con la mención en Hechos de similares conversiones familiares (cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 10:2; 11:14; 16:15, 31; 18:8). La hora séptima mencionada en el v. 52 debe haber sido la una de la tarde.
5:1-47 SANIDAD Y DISCURSO EN JERUSALEN

5:1-18 La curación de un paralí­tico

No se especifica cuál es la fiesta de los judí­os mencionada en el v. 1. Si era la Pascua, esto podrí­a indicar que el lapso total del ministerio sobrepasó los tres años. Parece que la razón para mencionar una fiesta es para explicar el porqué de la presencia de Jesús en Jerusalén, aunque Juan menciona varias fiestas en el ministerio del Señor. Se ha excavado un doble estanque en el sector noroeste de la ciudad que se piensa que puede ser el que se describe aquí­ ubicado junto a la puerta de las Ovejas. Hay variaciones en el nombre, pero Betesda es el más seguro. El detalle más importante es el número de cinco pórticos, cuya existencia ha sido confirmada por la arqueologí­a. Estas áreas contendrí­an una gran cantidad de personas esperando aprovechar las aguas medicinales. El texto adicional que aparece en los vv. 3, 4 no tiene buena base y ha sido correctamente omitido en la RVARVA Reina-Valera Actualizada y otras versiones. Sin embargo, el v. 7 confirma que habí­a algunos movimientos en las aguas, posiblemente debido a manantiales. El hecho mencionado por Juan de que el paralí­tico habí­a estado allí­ treinta y ocho años sugiere que esto era conocido generalmente. Probablemente era un hombre bien conocido por el tiempo que habí­a estado mendigando allí­. La palabra supo (6) implica que Jesús fue informado por quienes estaban cerca. La pregunta ¿quieres ser sano? puede haber tenido la intención de sacar al hombre de su apatí­a, pero la respuesta no revela fe alguna de parte del hombre. Es claro que pensaba en términos más bien mágicos, como muestra el v. 7, porque creí­a como los demás que el primero que entrara al agua tení­a alguna oportunidad de curarse. Parece haber pensado que la pregunta de Jesús no merecí­a una respuesta. Sin embargo, hay que conceder que su respuesta inmediata a la orden de caminar que le dio Jesús fue sorprendentemente rápida.
En primer lugar, el problema para los judí­os no era la curación, sino el hecho de que hubiera tenido lugar en sábado. Transportar la cama era considerado un trabajo. De acuerdo con la Mishna, sólo podí­a trasladarse si tení­a a alguien encima. En ese punto, fue el hombre quien fue descubierto en falta, pero en los vv. 16–18 fue Jesús. La discusión entre el hombre sanado y los judí­os echa luz sobre la ignorancia de aquél, que no tení­a idea de la identidad de su sanador (13) y la obstinación de las autoridades, cuya principal preocupación era que se hubiera hecho caso omiso de sus reglas. Hay un amplio contraste entre la compasión de Jesús por los pobres y la falta de interés en el hombre por parte de los judí­os. Al apartarse (13), Jesús mostró su constante actitud en este Evangelio de evitar la aclamación popular.
¿Sugieren las palabras de Jesús (14) que la enfermedad del hombre era producto de algún pecado especí­fico? Aunque la respuesta sea que sí­, esto no implica que toda enfermedad fí­sica tenga una causa moral especí­fica. Sin embargo, puede ser que Jesús estaba advirtiendo sobre una parálisis moral que serí­a peor que una fí­sica de la cual recién habí­a sido librado. El imperativo está en tiempo presente con el sentido de †œNo sigas pecando†. ¿Por qué el hombre fue en seguida a informar a los judí­os, sabiendo de su hostilidad? Mostró poco aprecio por el beneficio que Jesús le habí­a hecho, pero refleja un sentido ciego del deber.
El episodio llevó a una afirmación de Jesús en cuanto a su relación con el Padre. La actitud de los judí­os se convirtió en persecución (16). Pero Jesús usó las circunstancias para testificar de la obra del Padre. La conexión en el pensamiento parece ser que la curación era un acto divino y que, por lo tanto, no estaba sujeto a reglas humanas. En este Evangelio se encuentra la más estrecha relación entre las obras de Jesús y las obras de Dios. El v. 17 resume concisamente la misión de Jesús. Para la mente judí­a la idea de que alguien se hiciera igual a Dios hubiera sido una falta más seria que cuando quebrantaba el sábado (18), porque hubiera desafiado la fe básica en el monoteí­smo.
El debate popular de hoy tiende a enfocarse en la evidencia de la sanidad fí­sica más bien que en su fuente. Del mismo modo, los judí­os de los tiempos de Jesús y los medios de difusión actuales evitan la pregunta central al ocuparse de detalles de importancia secundaria.

5:19-47 La revelación del Padre y el Hijo

Los vv. 19–23 dan la respuesta de Jesús al reclamo de los judí­os de que pretendí­a ser igual a Dios. Las palabras de cierto os digo destacan la especial importancia de las que siguen (como también el v. 24). La forma en que Jesús usó el tí­tulo Hijo resulta de su costumbre de dar a Dios el nombre de Padre. Muestra una relación particularmente í­ntima. Jesús da cuatro razones para apoyar su pretensión: el Hijo actúa precisamente como el Padre (19); el Padre muestra sus planes al Hijo (20); el Hijo, como el Padre, tiene poder de dar vida (21); el Hijo ha recibido del Padre autoridad para juzgar (22). Esta secuencia de razones que apoyan la posición del Hijo tiene dos propósitos principales. En primer lugar, que los oyentes se sorprendieran (20), y en segundo lugar, que pudieran honrar al Hijo como honran al Padre. Por sí­ misma, la primera hubiera llevado a honrar a un hacedor de maravillas, pero la segunda corrige esto y señala la verdadera posición del Hijo. De las cuatro razones dadas antes, la más significativa es la que enfoca el amor del Padre por el Hijo (20). Da la base por la cual el Padre revela todo por medio del Hijo.
La convicción de que el Padre resucita a los muertos (21) es apoyada tanto por el ATAT Antiguo Testamento como por la literatura rabí­nica. Si bien la referencia primaria puede ser a la resurrección fí­sica final, también involucra la idea de la resurrección espiritual. El v. 25 sugiere que los muertos que oirán al Hijo de Dios son aquellos que responden espiritualmente hoy, aunque los vv. 28, 29 se refieren al fin de los tiempos. El verdadero punto aquí­ es que el Hijo tiene el poder de dar vida en la misma forma en que lo tiene el Padre. No hay oposición entre el v. 22 y 3:17. Las palabras de 3:17 excluyen el juicio como la principal razón para la misión de Jesús, si bien esta afirmación apunta a la autoridad del Hijo para juzgar cuando lo crea apropiado.
La segunda afirmación de importancia contenida en los vv. 24–29 se introduce por un comentario que vincula oí­r con creer. La relación es esencial para recibir la vida eterna. También hay una estrecha relación entre lo que Jesús enseñó y lo que Dios le habí­a mandado hacer. La vida eterna aquí­ se define como una traslado de la muerte a la vida. La idea de la vida es aquí­ una esfera diferente de aquella en que opera la muerte. Es posible que el v. 25 pueda incluir a quienes fueron levantados fí­sicamente de la muerte a la vida durante el ministerio de Jesús, pero las palabras y ahora es parecen oponerse a esa interpretación. Vale la pena notar que cuando se habla de la resurrección (25), Jesús usó el tí­tulo Hijo de Dios, pero cuando habla del juicio (27) habló del Hijo del Hombre. El segundo tí­tulo, a diferencia del primero, no tiene artí­culo en gr. y en general debe ser interpretado sobre su condición de verdadero hombre. El juicio será hecho por alguien que conoce realmente la humanidad. La hora mencionada en el v. 28 es diferente de la que se menciona en el v. 25, porque aquí­ se tiene en mente la resurrección final. El contraste entre el levantamiento de los que hicieron el bien y el de los que hicieron el mal significa que, aunque los creyentes han sido juzgados antes, pueden mirar hacia adelante esperando la realización plena de la resurrección fí­sica, mientras que aquellos que han hecho el mal (y presumiblemente son los incrédulos) no tienen por delante sino una condenación que esperar. En el v. 30 Jesús afirmó la justicia de su juicio sobre la base de que estaba en armoní­a con aquel que lo envió. Aunque el juicio se concede al Hijo, está totalmente de acuerdo con la voluntad del Padre. La sección siguiente (31–47) se ocupa del testimonio de Jesús.
Jesús no tení­a necesidad de testificar de sí­ mismo dado que su voluntad era idéntica a la del Padre (31, 32). En su caso, el testimonio sobre sí­ mismo serí­a falso porque indicarí­a que necesitaba distinguir entre él mismo y el Padre. Esto no está en conflicto con 8:14, donde Jesús no estaba considerando la hipótesis imposible de su testimonio en conflicto con el del Padre. Aquí­ el otro que testifica es el Padre cuyo testimonio siempre es verdadero.
El testimonio de Juan el Bautista era valioso pero inadecuado (33–35). Ciertamente el testimonio de Juan llevó a algunos a Cristo, pero era inconcebible que Jesús necesitara descansar en tal testimonio. El testimonio de Juan es comparado con una lámpara, pero él mismo no era la luz, aunque señalaba a la luz. Se dice que el propósito de todo testimonio es que la gente sea salva, lo que sólo es posible por la fe en Jesús (24).
Jesús apela luego al testimonio de sus obras. Son de un tipo especial porque el Padre las habí­a comisionado. Por esa razón, el testimonio de las obras de Jesús es mayor que el testimonio de las palabras de Juan. Pero ese testimonio habí­a caí­do en tierra improductiva. Aunque el Padre habí­a dado testimonio de Jesús, los oyentes no habí­an oí­do su voz o reconocido su presencia (37). El hecho simple era que debido a la incredulidad la palabra de Dios (primordialmente las Escrituras) no habitaba en ellos y esta consideración llevaba a la sección siguiente.
Aquellos que no creí­an en Jesús no descuidaban las Escrituras. De hecho, el v. 39 señala la bien conocida diligencia entre los judí­os en el estudio de la Torah. El problema estaba en su idea de que eso era suficiente para la salvación. Pero perdieron la partida cuando no admitieron que debí­an aceptar el testimonio de la Escritura sobre Jesús, que era su principal propósito. El v. 40 expresa fuertemente el tema en cuanto a que era un deliberado rechazo de Jesús, quien es la fuente de vida. En efecto esto quiere decir que estaban espiritualmente muertos. Jesús no aceptaba ni testimonio ni alabanza humanos (41). No tení­a una confirmación oficial para su misión. Los oyentes judí­os perdieron por completo la confirmación de Dios mismo sobre la misión de Jesús (43).
La referencia en el v. 42 al amor de Dios podrí­a significar el amor de la gente hacia Dios o el amor de Dios por la gente, o ambos. Lo más probable es que se refiere a su falta de amor a Dios, teniendo en cuenta el contexto. Estaban más preocupados por la alabanza humana que por la de Dios (44). Eran muy distintos de los verdaderos judí­os a quienes se refiere Pablo en Rom. 2:29. Cuando Jesús apeló a Moisés, estaba tocando un punto sensible para aquellos judí­os amantes de la Torah. En el gran juicio final Moisés mismo los condenarí­a. Aunque hay pocas referencias especí­ficas al Mesí­as en la Torah, su lí­nea general era la de preparar el camino para el liberador que vendrí­a (46). En todo su estudio de la Escritura, habí­an errado el punto esencial. Jesús fue directamente al grano al decirles (47) que no creí­an lo que Moisés habí­a escrito. Con toda su devoción al estudio de la Escritura, no creí­an realmente lo que decí­a. Habrí­a sido difí­cil para los judí­os devotos captar esta distinción, pero sin ella quedaban sin posibilidad de creer la verdad que Jesús estaba presentando.
6:1-71 OTRAS SEí‘ALES Y DISCURSOS EN GALILEA

6:1-15 La alimentación de las multitudes

Este milagro es el único que está registrado en los cuatro Evangelios. Por esa razón, sólo los aspectos especiales en el relato de Juan serán mencionados aquí­. Juan se refiere al mar de Galilea, o sea de Tiberias (1), nombre que posiblemente no se usaba para referirse al mar de Galilea en época tan temprana como la de Jesús, pero que era común en el tiempo en que Juan escribió. Las multitudes respondieron a la evidencia de las señales, que aquí­ se refieren a curaciones (2). Juan las denomina †œseñales† porque llevaban a la gente a buscar a Jesús. Como habí­an cruzado al lado oriental del lago, el monte mencionado (3) serí­a lo que ahora se conoce como alturas del Golán. Juan menciona que la Pascua estaba cerca porque relaciona la discusión siguiente sobre el pan celestial con la fiesta (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 51, que se hace más comprensible con el trasfondo de la Pascua). Una comparación con el relato en los Sinópticos muestra que, mientras que éstos presentan a los discí­pulos tomando la iniciativa, Juan indica que Jesús mismo la tomó (5). Juan también nombra a Felipe y a Andrés, comparados con la mención más general de †œlos discí­pulos† en los Sinópticos. En el v. 6 Juan agrega un comentario destinado a remover cualquier duda en la mente de los lectores en cuanto a que Jesús no supiera qué hacer. La respuesta de Felipe a la pregunta de Jesús muestra un sentido natural pero muy humano de la ocasión. Era sumamente práctico en sus cálculos (7). Andrés estuvo algo mejor, al informar a Jesús de los recursos disponibles, desesperadamente inadecuados. También enfocó las cosas lit.lit. Literalmente Pero ninguno de los discí­pulos podí­a saber lo que habí­a en la mente de Jesús.
Todos los registros relatan que Jesús dio gracias antes de distribuir la comida (11). El verbo que usa Juan es el mismo de los Sinópticos en el relato de la última cena. Esto es digno de notarse frente al hecho de que Juan no incluye la última cena en su Evangelio. Juan subraya que todos quedaron satisfechos (12), lo que significa que se trató de una verdadera comida y no meramente de un acto simbólico. Es dudoso si las doce canastas de trozos tení­an un sentido simbólico para referirse a la provisión de Dios para las tribus de Israel. Cabe mejor en el contexto el verlo como una prueba de la desbordante provisión de Dios. Juan describe el milagro como una señal (14) y lo relaciona con la referencia del pueblo al profeta, que es una alusión a la predicción de Deut. 18:15. Este pasaje algunas veces ha sido interpretado como mesiánico. A la luz del v. 15 parecerí­a que este episodio fue entendido así­. Sólo en este Evangelio se menciona el propósito de hacer rey a Jesús. Esto explicarí­a por qué en Mat. y Mar. Jesús urgió a los discí­pulos a subir al barco. Pareciera que el principal propósito de la multitud era asegurarse por medio de Jesús una provisión continua de comida gratis, más bien que cualquier cuidadoso enfoque de su posibilidad mesiánica.

6:16-24 Jesús camina sobre el agua
Juan no describe este milagro como una señal. Podemos preguntarnos por qué incluye este episodio aquí­, ya que no hace comentarios sobre sus efectos. Como tanto en Mar. y en Mat. se relaciona con la alimentación de las multitudes, no serí­a irrazonable suponer que estaba ligado de ese modo en la tradición cristiana. Pero quizá Juan quiso usarlo para demostrar la dependencia que los apóstoles tení­an de Jesús. La discusión que siguió al milagro de los panes tuvo lugar en Capernaúm (24), que explica el viaje de los discí­pulos en barco de la orilla este a la oeste. La mención de la distancia en el v. 19 sugiere el informe de un testigo ocular. No puede haber dudas de que Juan quiere que sus lectores entiendan que hubo un milagro cuando Jesús caminó sobre el agua. La sugerencia de que los discí­pulos vieron a Jesús caminando por la orilla y pensaron que estaba sobre el agua debe ser rechazada, porque eso no les hubiera dado motivos para aterrorizarse. Las palabras: ¡Yo soy; no temáis! (20) no deben considerarse con el valor que comunican otros grandes dichos en Juan que comienzan con un †œYo soy†. Aquí­ el mensaje es que el temor fue desterrado ante la presencia de Jesús. La explicación más razonable del v. 21 es que la barca estaba mucho más cerca de la orilla de lo que imaginaban los apóstoles. Los vv. 23 y 24 explican cómo muchos de los que fueron testigos de la alimentación de las multitudes estaban presentes en Capernaúm para oí­r las discusiones. Juan quiere que sus lectores conecten estas discusiones con el milagro de la alimentación.

6:25-59 La discusión sobre el pan de vida

La gente quedó perpleja de cómo Jesús habí­a llegado al otro lado del lago (25) y su pregunta muestra el nivel puramente humano en que estaban pensando. La respuesta de Jesús a su pregunta es más profunda. Señaló su fallo en darse cuenta del significado de las señales, ya que sólo vieron comida y no el significado verdadero del acto de Jesús. Estaban convencidos de su capacidad para satisfacer lo que se requerí­a, pero Jesús tuvo que recordarles que la vida eterna es un don. El sello es la marca de autenticación de Dios. Por eso la importancia de Jesús como agente de Dios, pues quien tiene el sello actúa en nombre de Dios. Aquí­ Jesús se llama Hijo del Hombre, tí­tulo que atrae la atención a su humanidad. La afirmación del v. 27 debe haber parecido extraña, porque la gente buscaba cómo evitar el trabajo, pero con estas palabras Jesús estaba rechazando gentilmente su pedido de pan meramente fí­sico. Es claro que el v. 28 implica que pensaban en trabajar para ganar méritos, pero de inmediato Jesús les recordó la necesidad de la fe, no de las obras.
La pregunta del v. 30 revela lo superficial de su pensamiento, porque ¿qué nueva señal esperaban más allá de la alimentación de una multitud con recursos insignificantes? La referencia al maná en el desierto (31) da la clave de cómo funcionaban sus mentes. Probablemente estaban pensando que aquella provisión era superior a la que Jesús les habí­a dado, meramente en razón de su cantidad. Su concepto de señal parece haber estado limitado a la reproducción de la experiencia de los israelitas en el desierto. En efecto significa que esperaban que el Mesí­as hiciera cosas que impresionaran más que las obras de Moisés. La referencia al pan del cielo probablemente es una cita del Sal. 78:24, aunque hay otros paralelos. Jesús tomó el mismo tema (32), primero negando que Moisés haya provisto el pan celestial y luego identificando el pan consigo mismo. En comparación con el maná, que estuvo limitado a los israelitas y por un tiempo determinado, Jesús como pan da continuamente vida al mundo (33). Pero el v. 34 muestra que los oyentes no podí­an elevarse del nivel de la provisión material. En la sección siguiente Jesús afirmó su reclamo de ser el verdadero pan.
El v. 35 registra el primero de los grandes †œYo soy† de Jesús, y los versí­culos siguientes (35–51) son una extensión del comentario al respecto. Es una respuesta directa a la demanda de pan de la gente, porque era necesario que entendieran que Jesús estaba hablando de pan espiritual y no fí­sico. El significado de la frase pan de vida es el de un pan que da vida, pero ese pan sólo lo pueden obtener aquellos que creen en Jesús, una condición que no habí­an cumplido sus oyentes (36). Si la misión de Jesús dependí­a de la fe del pueblo, ¿no sugiere esto un fracaso? El v. 37 da la respuesta. El resultado final está en las manos del Padre. El que a mí­ viene muestra un énfasis en la respuesta individual. La enfática declaración negativa jamás lo echaré fuera debe entenderse como una seguridad de que Jesús los preservará. No hay posibilidad de un desacuerdo entre el Padre y el Hijo como muestran los vv. 38, 39. Lo que el Padre da el Hijo lo recibirá: Que yo no pierda nada. Nótese que todo en el v. 39 es neutro (como en el v. 37) y resume cuanto haya sido dado por el Padre al Hijo. Las dos referencias al dí­a final (40) muestran que Jesús estaba pensando por adelantado en el fin de la era, cuando todo será consumado.
En este punto de la discusión las objeciones judí­as salieron a la luz. El punto que molestaba era el pan que descendió del cielo (41). No podí­an reconciliar esto con su propio conocimiento de los orí­genes humildes de Jesús (42). El no respondió a su objeción, más bien los reprendió por sus protestas (43), aunque señaló la necesidad del Padre de tomar la iniciativa, con lo cual virtualmente les decí­a que estaban fuera de la voluntad del Padre (44). Necesitaban una revelación espiritual para entender las palabras de Jesús. Esto se enfatiza más con una apelación a los profetas (45). El pasaje citado es el de Isa. 54:13, que describe el triunfo del Siervo en su Reino. Apoya el criterio de que la iniciativa corresponde a Dios. Sin embargo, la revelación llega sólo por medio de Jesús, ya que sólo él ha visto a Dios (46). Una vez más se enfatiza la necesidad de la fe. El v. 47 es un eco del lenguaje de 3:15.
El tema del pan vuelve a introducirse y el reclamo del mismo Jesús se repite (48). La superioridad del pan celestial sobre el maná se ve en que el primero lleva a la vida mientras que el segundo no podí­a prevenir la muerte (49, 50). En la importante afirmación en el v. 51, Jesús declaró ser el pan vivo, que aunque es sinónimo de pan de vida presenta aun más ví­vidamente el contraste con el maná. Pero hay aun otra extensión del pensamiento en la identificación del pan con la carne. También hay una diferencia entre la primera afirmación en que ahora es Jesús mismo quien da, mientras que antes era el Padre. La palabra carne se refiere a la vida humana de Jesús. Fue completamente mal entendida por los judí­os (52). Difiere de la palabra usada en la cena del Señor (†œcuerpo† y no †œcarne†) lo que demuestra que esta afirmación no debe leerse a la luz de la Cena sino vice versa. La palabra mundo en el v. 51 debe entenderse como la humanidad.
Debido a que los judí­os hicieron una interpretación lit.lit. Literalmente de las palabras de Jesús es que él dio una nueva explicación en los vv. 53–58. Es difí­cil creer que los judí­os no podí­an ver a través de un significado metafórico; su objeción parece poco menos que ridí­cula. No es tan sorprendente que los judí­os no penetraran en el significado espiritual de las palabras de Jesús ya que la comprensión sólo es posible por medio de la fe que, como se ha hecho notar antes, ellos no tení­an. El comer y beber la carne y la sangre de Jesús claramente es un acto de fe (53). El lenguaje metafórico puede ser entendido a la luz del futuro sacrificio de Jesús. Por lo tanto, la dependencia sobre lo que Jesús ha hecho se describe ví­vidamente en los términos de comer y beber. El resultado de esa dependencia se ve en los vv. 56, 57, en una identificación recí­proca. La morada de Jesús en los creyentes significa que él se identifica con ellos, pero el morar en él significa que ellos seguí­an dependiendo de él. Toda la discusión se cierra con otra comparación entre el maná y el pan celestial. El v. 58 de hecho es un eco del 49. Juan deja hasta el final de la discusión cualquier referencia al lugar en que ocurrió. Como la discusión surgió del milagro de la alimentación, no es posible decir qué parte de ella precedió a la entrada en la sinagoga. Juan no cree que tenga importancia explicarlo, pero no es imposible que todo el discurso haya ocurrido dentro. Algunos servicios de la sinagoga habrán dado lugar para ello.

6:60-71 La reacción de los discí­pulos a la enseñanza y obra de Jesús

Las protestas de muchos de los discí­pulos (60, 61) muestran que la palabra †œdiscí­pulo† es usada aquí­ en un sentido general para los seguidores marginales de Jesús. No eran verdaderos creyentes porque les resultaba duro aceptar aquella enseñanza (60). Ni siquiera podí­an imaginar que alguien la aceptara. Jesús sabí­a cuál era su verdadera posición y procedió a aconsejarlos. Sabí­a que el dicho sobre la carne les habí­a perturbado. La afirmación sobre el Hijo del Hombre ascendiendo (62) implicaba que en ello habrí­a una causa aun mayor para escandalizarse por la forma en que el Hijo del Hombre ascenderí­a al cielo, ya que serí­a precedida por sufrimiento y muerte. La afirmación siguiente de que la carne no aprovecha para nada tiene el fin de dirigir sus pensamientos más allá de lo fí­sico a lo espiritual. Aquí­ la afirmación es relativa. Juan ya ha declarado que el Verbo se hizo carne (1:14). Jesús no estaba desestimando la importancia de su vida terrenal, sino que estaba señalando la necesidad de cada uno para captar el significado espiritual de su enseñanza. El v. 64 es otro ejemplo en Juan donde Jesús demostró su conocimiento de los pensamientos ajenos. Sabí­a que la fe estaba ausente en algunos de ellos. Y una vez más la iniciativa del Padre es subrayada en el v. 65.
El contraste entre la reacción de los doce y la de quienes se volvieron atrás se presenta en los vv. 66–71. La primera, con Simón Pedro como vocero, afirmó una fe que se profundizaba. La frecuente mención de la vida eterna en la enseñanza de Jesús los habí­a llevado a describir su enseñanza de ese modo (68). Su creencia estaba centrada en una convicción de que Jesús era alguien especial, descripto aquí­ como el Santo de Dios. Hay algunas lecturas textuales alternativas, pero la que se sigue aquí­ es la preferida por su carácter único. En Mar. 1:24 y Luc. 4:34 la frase es usada por los demonios que se dirigí­an a Jesús. Esta confesión de Pedro no va tan lejos como consta en Mat. 16:16. Es claro que el uso del plural en la confesión de Pedro necesitaba ser aclarado en vista de la referencia al traidor en el v. 64. No se dice nada del efecto perturbador de esta información de que uno del grupo era diablo (70). Al escribir, Juan lo identifica como Judas.
7:1-8:59 JESUS EN LA FIESTA DE LOS TABERNACULOS

7:1-9 Jesús va de Galilea a Jerusalén
Esta sección es una exposición de las relaciones de Jesús con su familia y con los judí­os en general a esta altura de su ministerio. Jesús tení­a conciencia de la hostilidad y el complot en su contra (1) y Juan menciona esto para dar cuenta de su retraso al ir a la fiesta. La fiesta de los Tabernáculos era una fiesta popular y nadie que quisiera entrar en contacto con el mayor número posible de gente podí­a hacer algo mejor que aparecer en Jerusalén en aquel momento. Ese fue el razonamiento de los hermanos de Jesús (3). Quizá habí­an oí­do que recientemente muchos de los discí­pulos de Jesús lo habí­an abandonado (6:66). Pero el v. 4 muestra que no alcanzaban a captar el carácter de la misión de Jesús. Su propósito no era el de estar a la vista del público. Para él no era más probable que el mundo creyera en él que sus hermanos. La respuesta que dio Jesús en el v. 6 muestra su comprensión de que sus movimientos estaban gobernados por un ritmo que otros encontraban difí­cil de entender. Para sus hermanos el tiempo siempre está a la mano, o sea que cualquiera es bueno. La palabra tiempo aquí­ indica un tiempo oportuno y debe distinguirse de cualquier mención previa a la †œhora†, aunque esté relacionado. Pareciera que Jesús estaba comentando el uso que hicieron sus hermanos de la palabra mundo (7) porque ellos no se habí­an dado cuenta de que era hostil a Jesús (en el sentido en que se usa en el Evangelio). Aquí­ se emplea especí­ficamente con un sentido moral (porque sus obras son malas). Algunos textos en el v. 8 incluyen un †œno† y otros †œaún no†. La segunda lectura puede haber sido un intento de evitar una dificultad dado que Jesús sí­ fue a Jerusalén, pero la primera es la más probable. En ese caso, Jesús no estaba negando que irí­a a la fiesta, sino que estaba negándose a hacerlo tal como querí­an sus hermanos en una demostración pública. Esto es apoyado por la afirmación en el v. 10.

7:10-52 La enseñanza de Jesús en la fiesta

7:10–25 La autoridad que respaldaba la enseñanza de Jesús. Cuando Jesús decidió ir a la fiesta, lo hizo en una atmósfera de especulaciones por parte de los judí­os (10, 11). Esto llevó a algún debate entre la gente en cuanto a dónde estaban (11) y su carácter (12). La bondad y el engaño se excluyen mutuamente lo que demuestra la naturaleza arbitraria de la evaluación popular. En esta etapa, ni Jesús ni el populacho en general podí­an actuar abiertamente (10, 13), aunque sus razones eran diferentes. Jesús estaba siguiendo el plan de su Padre, pero la gente actuaba por temor. Esto explica por qué Jesús no temió ir al templo cuando ya habí­a pasado la mitad de la fiesta (14). Fue claramente con un propósito especí­fico. Lo que confundí­a a los judí­os era la naturaleza autoritativa de la enseñanza de Jesús, aunque no tení­a educación formal (15). Respondiendo, Jesús señaló la verdadera naturaleza de su enseñanza. No era suya propia sino de Dios (16); podí­a ser verificada por cualquiera que deseara hacer la voluntad de Dios (17); no estaba basada en mi propia cuenta (17); se basaba en buscar la honra de Dios y, por lo tanto, era verdadera (18). La conclusión de la respuesta de Jesús fue abrupta. Apeló a Moisés y a la Ley (19). Cuando dijo que ninguno de ellos guardaba la ley, debe significar que no captaban el verdadero propósito de la ley, porque ciertamente no la descuidaban. Era algo central en el pensamiento religioso común. Jesús vio claramente más allá de su profesión de honrar la ley y los desafió a partir del hecho de que estaban maquinando matarle, al tiempo que la ley condenaba el asesinato (Exo. 20:13). En su propia defensa, los judí­os acusaron a Jesús de posesión demoní­aca (20). No habí­an reconocido sus propias intenciones malignas para con él. Respondiendo Jesús señaló su incoherencia al interpretar la ley permitiendo la circuncisión en sábado, pero no la sanidad (21–23). La relación del pensamiento en el v. 23 es que la interpretación judí­a permití­a la circuncisión en sábado, a pesar de la ley contra el trabajo, porque ello perfeccionaba al niño, y Jesús declaró que el hacer que una persona fuera sana tení­a el mismo fin. En el v. 24 Jesús criticó los criterios que ellos estaban usando, pues la verdadera fe no aparecí­a en su evaluación.
7:25–36 La identidad de Jesús. La discusión que siguió sobre el Cristo surgió directamente de los comentarios previos. Algunos estaban perplejos porque las autoridades no tomaron medidas. En consecuencia, se preguntaban si las autoridades estaban llegando a la conclusión de que Jesús era el Cristo (26). Pero esto provocó una nueva dificultad, porque se suponí­a generalmente que el Mesí­as vendrí­a en secreto. La respuesta de Jesús fue la de clamar en el templo en la forma más pública. Desafió la presunción de que conocí­an su verdadero origen. Lo que sabí­an sobre él era sólo parcial. Lo más importante —que él habí­a sido enviado— se les habí­a escapado por completo. Jesús afirmó que no conocí­an al que le habí­a enviado (28). No habí­an relacionado la misión de Jesús con Dios. Juan destaca en su relato la impotencia de cualquier agente para impedir los tiempos de los propósitos de Dios; hace notar que su hora aún no habí­a llegado. Los vv. 30, 31 presentan la división entre los que se oponí­an y los que creí­an. La pregunta hecha en el v. 31 no requiere suponer que aquellos que creí­an necesariamente habí­an captado el significado más profundo de las señales portentosas. Aunque las señales no eran asociadas generalmente con el Mesí­as esperado, la opinión popular aquí­ parece haber pensado así­.
La acción de los fariseos y los principales sacerdotes da un sello más oficial al deseo de arrestar a Jesús que fue señalado en el v. 30. El comentario de Juan en el v. 32 sugiere que se habí­a realizado una reunión informal del Sanedrí­n. Pero espera hasta el v. 45 para decirnos cuál fue el resultado de la tentativa de los guardias del templo para prender a Jesús. Se concentra más bien en la enigmática respuesta de Jesús frente a esa situación (33, 34). Su mente estaba en la cruz y su misión divina. Miraba más allá de esto a su gloria, experiencia a través de la cual sus oyentes no podí­an seguirle. Como es frecuente en el Evangelio, las palabras de Jesús fueron mal entendidas por haber sido tomadas demasiado lit.lit. Literalmente La perplejidad de los judí­os es comprensible (35, 36), pero muestra su incapacidad para pensar en términos espirituales. Sus mentes estaban en la dispersión, o sea en los judí­os que viví­an entre los griegos. La ironí­a de la situación estaba en que Juan más tarde (12:20–22) registra que algunos griegos buscaron a Jesús y sus lectores deben de haber sabido cómo el evangelio se habí­a esparcido por el mundo gentil.
7:37–44 La promesa del Espí­ritu. En los últimos dí­as de la fiesta de los Tabernáculos habí­a un ritual del agua y esto formó parte claramente del trasfondo del dicho de Jesús sobre el Espí­ritu. El ritual está relacionado con la necesidad de agua el año siguiente. Cuando Jesús dijo: Si alguno tiene sed (37), puede haber estado pensado en Isa. 55:1, pero lo más probable es que estuviera dando una mejor alternativa al ritual del agua. La idea de la sed tiene aquí­ un sentido espiritual, como es frecuente en su enseñanza. El v. 38 deja en claro que esta agua espiritual está disponible sólo para los creyentes. Hay un problema en la referencia a las Escrituras aquí­, dado que ningún pasaje especí­fico se adecua al texto, aunque puede ser una referencia general a pasajes como Isa. 58:11; Eze. 47:1; Zac. 14:8.
Las palabras de su interior lit.lit. Literalmente dicen †œde su vientre† y surge la pregunta de si son una referencia a Cristo o al creyente. Como el agua viva se identifica con el Espí­ritu, ¿en qué sentido puede decirse que el creyente comunica el Espí­ritu? Es difí­cil que éste sea el sentido y es mejor entender que es Cristo quien comunica el Espí­ritu, idea que se enfatiza por la última parte del v. 39. Puede encontrarse un paralelo a la idea del agua que fluye de una persona en la roca metafórica (o sea Cristo) en 1 Cor. 10:4. El v. 39 vincula la venida del Espí­ritu con el periodo siguiente a la muerte, resurrección y ascensión de Jesús, que Juan describe como la glorificación. Sea lo que fuere que el sacrificio de agua pueda ha-ber significado para la mente investigadora, no habí­a forma de que los oyentes conocieran el significado de las palabras de Jesús hasta que el Espí­ritu aportara su propia iluminación.
El resultado inmediato de estos dichos de Jesús fue una nueva discusión sobre su identidad. Habí­a tres criterios: un profeta, el Cristo y que no era el Cristo. El último punto de vista se pretendí­a que estaba apoyado por la Escritura, pero pareciera que los judí­os ignoraban el nacimiento de Jesús en Belén (cf.cf. Confer (lat.), compare Miq. 5:2). Por tercera vez, en este capí­tulo aparece un deseo de arrestar a Jesús, que terminó en fracaso.
7:45–52 Incredulidad de los lí­deres judí­os. En este punto Juan registra el regreso de los guardias del templo. El luego del v. 45 no capta la verdadera fuerza del gr., que simplemente apunta a una secuencia respecto al versí­culo precedente. Ya existí­a una orden de búsqueda. Los guardias eran levitas entrenados y esto explicarí­a su reacción a la enseñanza de Jesús. Era claro que se trataba de hombres que razonaban. Sus palabras en el v. 46 pueden haber sido una forma de ocultar su temor de que un arresto llevara a un levantamiento popular. Por el otro lado, no es imposible que fuera la enseñanza misma la que creó una impresión tan profunda. Los vv. 47–49 revelan el desprecio de los fariseos no sólo por las multitudes sino también por los propios guardias del templo. La protesta de Nicodemo muestra que la entrevista anterior (cap. 3) no habí­a sido en vano (50, 51). Se atrevió a señalar la incoherencia de sus colegas en su enfoque de la ley. Su actitud no estaba en armoní­a con el verdadero espí­ritu de aquélla. La burla sobre Galilea que se lanzó a Nicodemo revela el desprecio de las autoridades de Jerusalén sobre los provincianos (52).

7:53-8:11 La mujer tomada en adulterio

Los eruditos, en su mayorí­a, concuerdan en que esta sección no pertenece en este lugar en Juan. Los mss.mss. Manuscritos antiguos, en su mayorí­a, la omiten o la señalan con asteriscos para indicar su duda. Unos pocos la colocan al fin del Evangelio y otros después de Luc. 21:38. Al mismo tiempo, tiene apoyo antiguo y no hay razón para suponer que no represente una tradición genuina.
El episodio tuvo lugar cuando Jesús estaba enseñando en el templo (2). Los maestros de la ley y los fariseos buscaron a Jesús en un momento en que estaba rodeado por una multitud. Su intención era la de tenderle una trampa que le desacreditara ante las autoridades (6). El punto crucial era en realidad la actitud de Jesús frente a la ley mosaica. Los lí­deres religiosos perdieron tiempo en dirigir la atención al mandamiento de Moisés para el caso de un adulterio flagrante. ¿Condenarí­a Jesús a la mujer y sostendrí­a la ley de Moisés? Si lo hací­a, los maestros de la ley y los fariseos sabí­an que las autoridades civiles no permitirí­an que la sentencia fuera ejecutada. O ¿eludirí­a él el tema y, al hacerlo, condonarí­a el pecado de la mujer? No hizo ninguna de las dos cosas (7), sino que devolvió el desafí­o a sus acusadores. Al invitar que aquel que estuviera sin pecado tirara la primera piedra, Jesús dejó el asunto a sus propias conciencias. Transformó un enredo legal en un tema moral. La retirada de sus acusadores (9) desde el más anciano hasta el más joven hace destacar la lección de la historia. No hay necesidad de discutir qué fue lo que Jesús escribió con su dedo en el suelo. Su presencia era suficiente como para que sus acusadores se sintieran incómodos, hasta que al final sólo quedaron él y la mujer.
Las palabras finales de Jesús a la mujer (11) muestran su compasión vinculada con un enérgico mandamiento. Es claro por la actitud de Jesús hacia la mujer que no condonaba el adulterio. Esta combinación de estricta justicia y profunda compasión no es fácil de lograr, pero es un fino ejemplo de cómo la iglesia debe tratar con la gente.

8:12-59 Jesús como la luz del mundo

8:12–30 Desafí­os al testimonio de Jesús. Esta sección es una continuación del cap. 7; por eso el v. 12 sigue directamente de 7:52 y la metáfora de la luz debe ser vista como derivada de las figuras de la fiesta de los Tabernáculos. Nótese que aquí­ la luz está relacionada con la vida como en el prólogo (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:4, 5, 9, 10). Este es uno de los bien conocidos dichos de †œYo soy† que señala el carácter personal de la verdadera luz. La oportunidad fue posiblemente el encenderse de los candelabros en el patio de las mujeres que simbolizaban la columna de fuego. El simbolismo se intensifica por la referencia a un sendero oscuro por el cual estaba andando el pueblo con la ayuda de una luz brillante. Cualquiera que se alejara de la luz se encontrarí­a en tinieblas. Este uso figurado de estar andando es una caracterí­stica particular de los escritos de Juan.
Los fariseos objetaron el tono de autoridad en las palabras de Jesús (13), pero él señaló que un testimonio propio no es necesariamente falso. Jesús habí­a afirmado previamente la validez de su testimonio (cf.cf. Confer (lat.), compare cap. 5) y ahora reiteraba el mismo tema. Todo testimonio se debe juzgar de acuerdo con su base, y aquí­ Jesús reclama un conocimiento de su misión que sus oyentes ignoraban (14). La implicación es que el juicio de ellos era superficial (15). Cuando Jesús dice: Yo no juzgo a nadie, esto puede significar que el propósito de su misión no era el de juzgar, o que no juzgaba al estilo de sus crí­ticos. Este se adecua mejor al contexto como muestra el v. 16. El juicio de Jesús no es algo aislado, sino un proceso dentro del propósito total de su vida y por lo tanto es válido. La ley reconocí­a que dos testimonios tení­an más fuerza que uno (17). Cuando Jesús se refiere a vuestra ley no se está distanciando a sí­ mismo de sus opositores judí­os en cuanto a la ley. Más bien, estaba apelando a un principio que sus crí­ticos debí­an aceptar. La apelación de Jesús al testimonio corroborante del Padre vuelve a mostrar la estrecha relación entre el que lo envió y el que habí­a sido enviado. La pregunta del v. 19 introduce claramente un malentendido al confundir la referencia de Jesús a la paternidad divina con la paternidad natural. No tení­an percepción de la misión divina de Jesús y por lo tanto no sorprende que no estuvieran convencidos de la pretensión de Jesús de que su testimonio era corroborado por el Padre. A sus ojos, un testigo ausente será inválido.
La forma de su pregunta es ¿dónde? más bien que ¿quién?, pero Jesús contestó la segunda cuestión. En esa respuesta, las palabras si a mí­ me hubierais conocido muestran que los crí­ticos habí­an fallado totalmente en entender a Jesús. También les faltaba una verdadera comprensión de Dios mismo. Jesús no pudo usar un camino más claro para mostrar que él mismo era el medio para alcanzar un verdadero conocimiento de Dios.
El v. 20 explica el marco de esta parte del diálogo. El lugar de las ofrendas (el tesoro) estaba probablemente en el patio de las mujeres, un lugar de reunión pública. Pero el principal interés de Juan está en la razón teológica por la cual Jesús no fue arrestado, o sea que todaví­a no habí­a llegado su hora. Muchas veces Juan señala que las fuerzas humanas fueron impedidas en sus intentos de interrumpir el ministerio de Jesús porque sus planes no se adaptaban al programa divino para él (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:44). Jesús ya habí­a hablado de irse (7:34) y una vez más confundió a sus oyentes. Las palabras en vuestro pecado moriréis (21) puede parecer que tienen poca conexión con la afirmación previa, pero si damos peso pleno a pecado en singular, debe referirse al rechazo del Mesí­as. Debido a ello, no se beneficiarí­an de su obra redentora. Si esta es la interpretación correcta del pasaje, la búsqueda debe interpretarse en sentido espiritual, y de allí­ la afirmación de Jesús de que ellos no podí­an ir adonde iba él. Hay un dicho similar en 13:33, pero en este caso con un significado diferente porque fue dirigido a los discí­pulos. Aquí­ lo único en que los oyentes judí­os podí­an pensar era el suicidio (22). El abismo entre ellos y Jesús se destaca en los vv. 23, 24. Era la diferencia entre una visión terrenal de las cosas y una celestial.
Las palabras a menos que creáis que yo soy muestran la importancia de la fe en la plena revelación de Jesús. El texto gr. dice simplemente †œyo soy†, en forma similar a las grandes afirmaciones de †œYo soy† en el ATAT Antiguo Testamento (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 3:14). Esto implica la existencia propia del Mesí­as y muestra el reclamo de Jesús por una visión amplia de su persona (llega a ser aun más clara en el v. 58). No sorprende que el dicho de †œyo soy† estuviera más allá de la comprensión de sus oyentes, como se ve en la pregunta siguiente: ¿Quién eres? Una comprensión de la persona de Cristo es un componente crucial de la fe cristiana. La respuesta de Jesús a su pregunta es enigmática (25). La RVARVA Reina-Valera Actualizada traduce lo mismo que os vengo diciendo desde el principio. DHHDHH Dios Habla Hoy dice †œen primer lugar†, como otras traducciones; Besson aclara en una nota: †œPrincipalmente; no es desde el principio.†
Jesús dejó sin contestar la pregunta para volver al tema del juicio (26). Les habí­a recordado dos veces que ellos morirí­an en sus pecados, pero tení­a aun más que decir. Volvió a afirmar la verdad de su testimonio sobre la base de que el que le habí­a enviado era verdadero. Todo lo que él declarara al mundo era lo que habí­a oí­do del Padre. El v. 27 vuelve a dar un ejemplo de patética incomprensión. La respuesta de Jesús a su perplejidad es sorprendente. Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre (28) pareciera referirse a la cruz, pero ¿cómo se relaciona esto con el contexto? Con toda probabilidad, Jesús tení­a en mente la revelación del Padre que vendrí­a por medio de la cruz, lo que en este Evangelio se ve como un proceso de glorificación (cf.cf. Confer (lat.), compare 12:23). Como consecuencia, aquellos que tení­an ojos para ver reconocerí­an que la misión de Jesús tení­a el sello de la autoridad del Padre. El conocimiento de la persona de Jesús llega como resultado de la resurrección, que aunque no es mencionada aquí­, debe ser sobreentendida. Una vez más Jesús planteó la estrecha relación entre el Padre y el Hijo. Esta declaración debe ser contrarrestada con el clamor por el abandono (Mat. 27:46; Mar. 15:34). No hay conflicto, porque aquí­ el énfasis está sobre una relación permanente, y en el otro caso en una experiencia temporaria. Al decir que él siempre agradó al Padre (29), Jesús mostraba nuevamente la medida de la unidad entre él mismo y el Padre. Al notar la fe de muchos en respuesta a la enseñanza de Jesús, Juan da una ilustración de lo que él espera que sea la consecuencia de su Evangelio (cf.cf. Confer (lat.), compare 20:31).
8:31–41 La naturaleza de la libertad. Aquellos que habí­an creí­do debí­an avanzar hasta una plena consagración a la enseñanza de Jesús a fin de alcanzar la verdad (31, 32). Es probable que los †œcreyentes† habí­an alcanzado el estadio de profesar la fe, pero en el discurso siguiente se ve que no habí­an llegado a ser creyentes plenos. La conexión entre verdad y libertad aquí­ es importante. La verdad nunca lleva a la esclavitud. Toda la idea era causa de perplejidad para los fariseos, porque no estaban convencidos de su necesidad de libertad (33). Otros sentí­an el peso de su enseñanza, pero nunca reconocieron que la sumisión a su complejo sistema de reglas llevaba a la esclavitud. Al apelar a su descendencia de Abraham (33), esta gente mostró que su idea de ser hijos de Abraham carecí­a de contenido moral. En su respuesta, Jesús hizo una importante afirmación (de cierto de cierto os digo), en la que señaló la auténtica naturaleza de la esclavitud moral a fin de subrayar la verdadera naturaleza de la libertad (34). Como nadie está exento de pecado, todos deben ser esclavos del pecado. Esto se aplica a la descendencia de Abraham. Hay un contraste obvio entre un esclavo y un hijo en los derechos que cada uno posee (35), y eso sirve para subrayar el abismo entre la esclavitud y la libertad. Las palabras seréis verdaderamente libres (36) muestran que la verdadera libertad sólo puede llegar por medio del Hijo. Jesús entonces volvió la mirada al pasado, al reclamo de Abraham, y señaló lo extraño de aquellos que pretendí­an ser descendientes de Abraham y que trataron de matar a quien habí­a hablado la palabra de Dios (37). La lí­nea básica de este pasaje es que la descendencia fí­sica, que tanto significaba para los judí­os, no es una guí­a para la verdadera afinidad moral o espiritual. El dicho no podéis oí­r mis palabras muestra lo cerradas que estaban las mentes de sus oyentes. La implicación es que los verdaderos descendientes de Abraham recibirán las palabras de Jesús. El contraste entre el Padre y vuestro padre se hace más claro a la luz del v. 44.
Los judí­os no podí­an hacer a un lado la importancia de declarar que Abraham era su padre (39). Eso refleja la difundida idea de que los grandes méritos de Abraham eran accesibles a sus descendientes. La respuesta de Jesús corrigió la base de esta idea. La verdadera descendencia se basaba en un fundamento moral y no de descendencia racial. Los verdaderos hijos de Abraham deben actuar en armoní­a con lo que aquél hizo, lo que excluirí­a el deseo que tení­an los judí­os de matar a Jesús (40). La segunda referencia a vuestro padre (41) tení­a el propósito de desafiarlos aun más y provocar una protesta indignada. Como su descendencia de Abraham habí­a sido cuestionada, recurrieron a reclamar a Dios mismo como su Padre. Algunos han pensado que las palabras nosotros no hemos nacido de fornicación pueden ser una referencia indirecta a rumores sobre el nacimiento de Jesús. Pero lo más probable es que estuvieran objetando la negativa de Jesús de dar lugar a su reclamo como descendientes de Abraham, lo que les harí­a espiritualmente bastardos.
8:42–47 Los hijos del diablo. Luego Jesús señaló otro resultado de la verdadera descendencia espiritual de Abraham: me amarí­ais (42). Los verdaderos hijos de Dios no podí­an dejar de amar al Hijo de Dios. Jesús volvió a afirmar que su misión provení­a de Dios. No permitirí­a que sus oyentes lo olvidaran. Sus ideas preconcebidas hací­a que fueran incapaces de oí­r (43). Esta idea de la imposibilidad moral se subraya luego en la acusación de que el diablo era su padre. Las implicaciones de esto eran de largo alcance. Aquí­ se presentan tres etapas de pensamiento: el diablo es un asesino; ustedes tratan de matarme; por lo tanto, ustedes son sus hijos. La caracterí­stica más evidente del diablo que se subraya aquí­ es su odio a la verdad. Nótese la expresión no se basaba en la verdad, no hay verdad en él, es mentiroso y padre de mentira (44). La última expresión podrí­a significar †œes padre de un mentiroso†, lo que lo harí­a más personal. La secuencia en el v. 45 sugiere que el rechazo de los oyentes a la verdad mostraba su inclinación a la falsedad. Jesús hizo que su actitud hacia él fuera la prueba crucial: ¿Por qué vosotros no me creéis? Como él hablaba la verdad, todo lo contrario a él debí­a ser falso. La actitud de sus opositores de incredulidad no sólo implicaba que él no hablaba la verdad, sino que era culpable de pecado (46). La secuencia del pensamiento en el v. 47 es así­: cualquiera que oye las palabras de Dios es de Dios; ustedes no oyen las palabras de Dios; por lo tanto, ustedes no son de Dios. Fue el segundo paso de su argumento lo que contradijeron sus oyentes porque la estimación de Jesús sobre su condición espiritual era distinta de la que ellos tení­an.
8:48–59 Reclamos de Jesús sobre sí­ mismo. El último párrafo de este capí­tulo está enfocado en las declaraciones hechas por Jesús sobre sí­ mismo y la fuerza de la oposición a esos reclamos. La doble acusación del v. 48 de que Jesús era tanto un samaritano como un poseí­do del demonio revelan un fuerte desprecio de parte de sus acusadores. La primera probablemente expresa su odio a Jesús de la misma manera que odiaban a los samaritanos. La última acusación era más seria y provení­a de las palabras de Jesús en el v. 44. En respuesta, Jesús les señaló lo absurdo de que una persona poseí­da por el demonio hiciera algo en honor del Padre y luego señaló que Dios era quien juzgaba sobre ese asunto (50). Esto sacó la discusión de la esfera de la opinión de ellos contra la de Jesús. El concepto de Jesús estaba respaldado por Dios.
Las palabras del v. 51, nunca verá la muerte para siempre, se deben entender en el sentido de no experimentar los terrores de la muerte. Esto se relaciona con la promesa de Jesús de dar vida eterna a los creyentes. Una vez más, sus opositores entendieron mal sus palabras, tomando lit.lit. Literalmente su referencia a la muerte (52). El hecho de que Abraham y los profetas murieran convertí­a, en el juicio de ellos, en necedad la afirmación de Jesús. Es significativo que cambiaron las palabras de Jesús (verá por gustará) lo que demuestra que entendieron que Jesús hablaba de la muerte fí­sica. La pregunta directa: ¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham? (53), implica que los judí­os consideraban que se trataba de un imposible. Estaban dispuestos a dar mayor honor a los profetas que a Jesús. La pregunta siguiente: ¿Quién pretendes ser?, más lit.lit. Literalmente es: ¿Qué te haces a ti mismo? La respuesta a eso fue que Jesús no se glorificaba a sí­ mismo (54); era la obra del Padre. Una vez más Jesús reclamó una relación especial con, y conocimiento de, el Padre (55) en contraste con sus oyentes.
En el v. 56 tenemos una notable afirmación (Abraham, vuestro Padre, se regocijó de ver mi dí­a) que provoca la pregunta de cuándo pudo haber ocurrido esto. Jesús debe haber tenido en mente algún tipo de visión. Una tradición judí­a sostení­a que Abraham vio los secretos de la era venidera. Algunos ven una referencia a Abraham gozándose por el nacimiento de Isaac (Gén. 17:17). Esto es posible, particularmente si el nacimiento de Isaac es visto como la promesa de bendición a todas las naciones (cf.cf. Confer (lat.), compare la interpretación paulina en Rom. 4 y Gál. 3). Esto fue cumplido plenamente en Cristo. El lo vio y se gozó parece indicar un preconocimiento de Abraham, lo que era un resultado de su fe, aunque algunos lo han vinculado con la atadura de Isaac. Los judí­os distorsionaron las palabras de Jesús preguntando: Aun no tienes ni cincuenta años ¿y has visto a Abraham? (57) pero Jesús respondió con una declaración enfática. Las palabras antes que Abraham existiera, Yo Soy deben señalar su preexistencia. El Yo Soy aquí­ se debe entender como una afirmación de divinidad y de ese modo fue tomado por los judí­os (59). Jesús no pudo haber usado un camino más dramático para señalar su superioridad sobre Abraham. Los judí­os no podí­an pensar en otra forma de actuar que apedrear a quien tan indiscutiblemente pretendí­a una existencia anterior a Abraham. El hecho de que Jesús se ocultó (Juan no nos dice cómo) subraya el constante tema del Evangelio de que sus tiempos estaban en manos de Dios.
9:1-10:42 MAS SANIDADES Y ENSEí‘ANZAS

9:1-41 Jesús sana a un hombre que nació ciego

9:1–12 Encuentro con el ciego. Hay una clara conexión entre este cap. y el 8, porque tanto en 8:12 como en 9:5 Jesús declaró que él era la luz del mundo. Ahora Juan menciona una ocasión especí­fica en la cual Jesús fue visto como luz, dando la vista a un ciego. Los otros Evangelios registran casos de curaciones de ciegos por Jesús, pero lo caracterí­stico en Juan es la discusión que provocó la curación que se centró en la persona de Jesús.
No es claro en base al texto cuándo ocurrió este episodio, pero fue en algún momento entre la fiesta de los Tabernáculos y la de la Dedicación (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:22). El hombre nunca habí­a visto (1). El hecho de que él habí­a nacido en esa condición realzó la discusión teológica que siguió. Hay menos dificultad en ver alguna conexión entre el pecado y el sufrimiento como un principio general, que en aplicarlo a casos concretos (2). La suposición de los discí­pulos de que el hombre mismo o sus padres debieron haber cometido alguna falta estaba de acuerdo con las teorí­as de la época. Algunos rabinos pensaban que era posible pecar antes del nacimiento. Pero Jesús se negó a contestar la pregunta de ¿quién pecó †¦ ? y prefirió poner la atención más bien en la gloria de Dios. Que el sufrimiento se pudiera usar para la gloria de Dios era un concepto difí­cil de creer, aunque sea inherente en el enfoque cristiano del problema. Puede demostrar el poder iluminador de Cristo, no sólo en la esfera fí­sica sino también en la espiritual. En el v. 4 Jesús estaba incluyendo a sus discí­pulos en la realización de su propia misión, aunque no estaban involucrados en la realización inmediata del milagro de sanidad. El contraste entre dí­a y noche parece ser simbólico si se refiere a la misión de Jesús, caso en el cual la noche representarí­a el fin de esa misión. La creciente hostilidad e incredulidad de los judí­os se podí­an representar por las tinieblas de la noche, pero el primer criterio parece ser más aceptable.
La observación de Jesús en el v. 5 muestra que estaba pensando en su vida terrenal. El uso de saliva para curar la ceguera tiene algún paralelo en Mar. 7:33; 8:23, aunque en estos casos la saliva fue aplicada directamente, mientras que aquí­ se la mezcló con lodo. Habí­a una idea común de que la saliva era buena para los ojos enfermos. Pero si bien Jesús usó los medios que se aceptaban corrientemente, no les dio ningún valor supersticioso. De hecho, la curación ocurrió sólo cuando el hombre se lavó en el estanque de Siloé, como le indicó Jesús. No es claro por qué Juan dice que Siloé significa enviado, pero quizá veí­a alguna conexión con Jesús, que era el enviado. Por supuesto, puede ser solamente una ayuda para sus lectores griegos, como en otros casos con los nombres hebreos (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:42). El v. 7 implica cierto retardo en la curación, quizá para probar la fe del hombre. La conversación posterior entre el hombre y sus vecinos se cuenta con vivacidad excepcional (8–12). La discusión sobre la identidad del hombre, su vaguedad en cuanto al conocimiento de Jesús y la certeza de la curación son elementos presentados claramente.
9:13–34 Criterio de los fariseos sobre la curación. En el v. 13 no es claro quién llevó al hombre a los fariseos. Pueden haber sido los vecinos del v. 8 u otros que eran hostiles a Jesús. El comentario de Juan de que era sábado el dí­a en que tuvo lugar el milagro da la clave para lo ocurrido. Obviamente, los que poní­an objeciones eran los que se aferraban a la ley judí­a. La producción de lodo en sábado habrí­a sido suficiente como para perturbarlos a pesar de que fue hecho como acto de misericordia. El interés de los fariseos muestra una división de opiniones similar entre los vecinos (16). La disputa del caso era entre los legalistas estrictos, cuya principal preocupación era las reglas sabáticas, y los otros que estaban tan impresionados con las señales que no podí­an imaginar que las realizara un pecador, por lo cual llegaban a la conclusión de que el juicio de los legalistas era errado. La declaración del ciego de que Jesús era un profeta (17) era un progreso sobre el v. 11 cuando se refirió al hombre que se llama Jesús.
La sección siguiente (18–23) demuestra la pertinaz obstinación de incredulidad. Los judí­os no creí­an las propias palabras del hombre y no podí­an admitir que habí­a nacido ciego. La demanda de requerir que los padres del hombre verificaran su testimonio no parece haber sido hecha por un deseo imparcial de examinar la evidencia. Es claro su prejuicio contra la idea de que un hombre nacido ciego pudiera recibir la vista. Sólo los padres podí­an confirmar que habí­a nacido ciego, pero ellos mismos difí­cilmente estaban en condiciones de poder explicar el milagro. El relato muestra que su respuesta estuvo inhibida por su miedo a los fariseos. La amenaza de la excomunión era un arma poderosa. Al mismo tiempo, era justificable que los padres pasaran la pregunta al hijo. Se discute en cuanto al v. 22 ya que algunos estudiosos piensan que era improbable que, durante la vida de Jesús, la sinagoga hubiera introducido un mandato relacionado con que Jesús fuera llamado el Cristo. Pero hubiera sido muy natural que circularan informes afirmando que Jesús fuera el Mesí­as esperado, aunque fue mucho después que esa verdad se aclaró plenamente a los cristianos.
Las palabras del v. 24 (¡Da gloria a Dios!) no pueden significar que los fariseos estaban instando al hombre a alabar a Dios por su curación. Se trataba de un juramento común entre los judí­os que exhortaba a la persona a declarar la verdad. Los judí­os estaban convencidos de que Jesús era pecador porque violaba el sábado. El propio conocimiento que el hombre tení­a de Jesús se basaba en la experiencia personal (25). No tení­a comentarios que hacer sobre el aspecto técnico, pero estaba muy seguro en la afirmación de su vista restaurada. Los opositores quedaron confundidos por el hecho de la curación y cambiaron el método usado (26). Los hechos pueden ser difí­ciles de manejar, pero los aspectos técnicos son más maleables. En la respuesta del hombre habí­a tanto irritación como ironí­a (27). Sugerí­a que su ansiedad por una repetición de la evidencia podí­a derivar sólo de un deseo de llegar a ser discí­pulos de Cristo. En respuesta a su ironí­a, los opositores optaron por el desprecio. Su mención del discipulado les llevó a decir que ellos eran discí­pulos de Moisés. Aparentemente ésta era una descripción usada raramente, pero ilumina el lugar elevado que se daba a Moisés en sus pensamientos por encima del que daban a Jesús. Este contraste resume el conflicto de †œlargo metraje† entre el judaí­smo y el cristianismo. Aquí­ hay una negación de considerar el origen verdadero de Jesús. No sólo era así­, sino que se negaban a dar crédito al testimonio de cualquiera cuyo origen ellos no conocieran (29). Para ellos ninguna experiencia personal, por notable que fuera, serí­a de algún valor.
Obviamente hay campo para pensar aquí­ en relación con todos los debates sobre la sanidad sobrenatural. Los fariseos del tiempo de Jesús usaron argumentos notoriamente similares a los que emplean algunas autoridades médicas hoy en dí­a.
No sorprende que el hombre fuera cada vez más agudo en sus observaciones (30–33). La discusión sobre los orí­genes de Jesús no tení­a lugar en el concepto práctico de la experiencia. Sin embargo, el hombre arguyó sobre el asunto en una serie de pasos: su visión habí­a sido restaurada; sugirió que Dios sólo oye a aquellos que hacen su voluntad y no a los pecadores; por lo tanto, como estaba convencido de que su curación era obra de Dios, el sanador no podí­a ser un pecador; no habí­a precedente de que se abrieran los ojos de un hombre nacido ciego; por lo tanto, el sanador debí­a venir de Dios. Los judí­os de mente teológica al fin vieron que no podí­an adelantar con un hombre que argumentaba de esa manera, de modo que le echaron (34), posiblemente por la excomunión, pero despreciándolo antes. Le acusaron de haber nacido en pecado, admisión tácita de su ceguera de nacimiento que antes habí­an puesto en duda. Estaban más preocupados por mostrar desprecio de su condición anterior que placer por su restauración presente.
9:35–41 Comentarios de Jesús sobre la ceguera espiritual. Esta sección final del relato describe la conversación de Jesús con el hombre y alcanza su clí­max en su declaración de fe. Jesús tomó la iniciativa de buscarlo. En seguida, él pronunció un desafí­o a su fe, lo que es una conexión con los milagros como señales que se encuentra en otras partes en el Evangelio de Juan. Pero lo más significativo sobre la pregunta es el uso del tí­tulo Hijo del Hombre. En todo el Evangelio aparece la idea de la fe en el Hijo del Hombre (3:14, 15). Cada vez que Juan introduce ese tí­tulo, evidencia la falta de comprensión humana. La pregunta del v. 36 probablemente se debe a que no habí­a visto antes a Jesús. Tan pronto éste le explicó quién era el Hijo del Hombre, el hombre sanado creyó de inmediato, lo que sugiere que la semilla de la fe ya habí­a sido sembrada en él. De hecho, todo el relato muestra un desarrollo progresivo de la comprensión que lleva a la fe. Las palabras ¡creo, Señor! pueden no haber alcanzado un pleno reconocimiento del señorí­o de Cristo. La palabra Señor pudo haber sido sólo una forma cortés de dirigirse a él, pero cuando se la relaciona con la fe lo más probable es que indique una apreciación que se profundizaba del carácter de Jesús. Este hecho es especialmente evidente en su acto de adoración. A primera vista el v. 39 se contradice con 3:17. Sin embargo, 3:18 habla del juicio, por lo que debe ser entendido más bien como un efecto inevitable de la venida de Jesús, pero no su propósito principal. La misión de Jesús llevó a la gente a un punto de crisis. La del hombre sanado habí­a sido encarada en su excomunión, pero fue sellada por su acto de adoración a Jesús.
Las antí­tesis (ver y no ver, ver y quedar ciego) son una de las caracterí­sticas del Evangelio de Juan. La noción de vista se usa en diferentes maneras. El ciego recibió tanto la visión fí­sica como espiritual. Los fariseos tení­an la visión natural y creí­an tener la espiritual, pero su reacción ante Jesús mostró que ellos realmente eran ciegos. En este sentido, la venida de Jesús trajo el juicio. Juan comenta la falta total de discernimiento en los fariseos (40, 41). La pregunta: ¿Acaso somos nosotros también ciegos? subraya su incredulidad. La respuesta de Jesús (Si fuerais ciegos) puede ser entendida de dos maneras. Puede significar †œsi tuvierais conciencia realmente de vuestra ceguera†, o sea en el sentido espiritual, porque si lo eran, hubieran deseado una iluminación que claramente no buscaban. En este sentido, las palabras siguientes (no tendrí­ais pecado) significarí­an que entonces ellos se habrí­an abierto a la misión redentora de Jesús. Esto es más probable que suponer que Jesús quiso decir: †œSi fuerais realmente ciegos, serí­ais sin pecado porque no habrí­ais podido ver.† Jesús estaba declarando que la ceguera voluntaria conlleva culpa; en ese caso, el rechazo del mensajero de Dios. Juan considera esto como un importante desafí­o aplicable a sus lectores, lo que por supuesto nos incluye a nosotros.

10:1-18 Jesús como el pastor

La ilustración del pastor en esta sección es en forma de alegorí­a en la cual se aplican varios aspectos de una manera espiritual. Es similar a las parábolas de los Sinópticos, pero en una forma más desarrollada. Es importante no poner énfasis en los detalles.
1–6 El punto principal de esta sección es el medio por el cual se distingue lo verdadero de lo falso. La metáfora del pastor es familiar en el ATAT Antiguo Testamento (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 23; Eze. 34; Zac. 9). En esta sección el pensamiento está fuertemente influido por Eze. 34, donde los pastores de Israel son criticados. Probablemente se quiere establecer una conexión estrecha entre el tema del cap. 9 y la ilustración del pastor y esto se enfatiza en las palabras de cierto, de cierto os digo del v. 1. El contraste es entre el mal pastoreo de los fariseos (como se vio en su actitud hacia el ciego) y el buen pastor. Los rediles orientales tení­an una sola puerta, que el mismo pastor cuidaba cuando habí­a un solo rebaño, o un portero cuando estaban encerrados varios rebaños. En el último caso, el portero conocí­a a los pastores. Los ladrones se veí­an obligados a entrar por otros medios. Es probable que no se quiera mostrar una diferencia entre un ladrón y un asaltante. No hay necesidad de atribuir una interpretación particular al portero (3). Es meramente un detalle de la ilustración para asegurar la entrada del pastor. Lo que es importante es la relación entre las ovejas y el pastor. La caracterí­stica de un verdadero pastor es que él no sólo reconoce sus ovejas sino que las llama por su nombre y las guí­a a las pasturas (4). Es claro que tal relación personal no podrí­a existir entre un extraño y las ovejas (5). Los oyentes eran incapaces de entender la verdad que habí­a tras aquella figura de expresión.
7–10 Ahora cambia la metáfora, pues Jesús mismo se ve como la puerta. Declaró su derecho exclusivo de permitir la entrada. El v. 8 ha presentado dificultades si se supone que ninguno de los que vino antes de Jesús fuera sino ladrón o asaltante, lo que claramente serí­a incompatible con el ATAT Antiguo Testamento. Algunos mss.mss. Manuscritos omiten las palabras antes de mí­, pero lo más probable es que sean originales. El significado más lógico es que los que vinieron antes de Jesús y declaraban ser el único camino de entrada eran falsos; una referencia a los muchos falsos mesí­as que abundan en la historia de ese perí­odo. Ciertamente el capí­tulo anterior muestra lo desastroso de los reclamos de los fariseos. En el v. 9 el reclamo del mismo Jesús se repite en una forma más extensa. Ahora promete tanto la salvación como el sostén.
Estos dos beneficios se resumen entonces como vida en abundancia (10). El contraste entre lo verdadero y lo falso aquí­ es especialmente notorio. Jesús trae vida; los falsos pastores traen muerte. La abundancia de la vida que Jesús da es un tema caracterí­stico de Juan.
11–18 Ahora se introduce otro contraste entre el buen pastor y el asalariado. La primera cualidad del pastor es la disposición a sacrificarse por las ovejas. Habiendo prometido antes vida abundante a otros, Jesús habla de dar la suya propia. A la luz de esto parecerí­a que las ovejas están expuestas a un peligro inmediato, pero Jesús va más allá de la metáfora para señalar una verdad espiritual profunda. Atrae la atención a un acto voluntario de sacrificio que beneficiarí­a a las ovejas (11). La muerte del pastor se ve como un acto en beneficio de otros. El contraste entre esto y la acción del asalariado que huye (12) presenta en forma ví­vida la naturaleza del sacrificio de Jesús. La falta de cuidado se nota particularmente (13). Los vv. 14–18 forman una especie de comentario sobre la afirmación del v. 11. Comienza con un énfasis sobre el mutuo conocimiento del pastor y las ovejas que es como el conocimiento mutuo del Padre y el Hijo (14, 15). No puede haber una intimidad más estrecha que ésa. Coloca completamente fuera de cuadro al asalariado. Tal intimidad entre el pastor y las ovejas ya ha sido insinuada en los vv. 3–5.
El v. 16 introduce otra lí­nea de pensamiento, esta vez basada en la idea de diferentes rebaños. Las otras ovejas a que se referí­a Jesús tienen que ser los gentiles. Pero aunque hay rediles diferentes, sólo hay un rebaño, así­ como hay un solo pastor. Esta afirmación da testimonio de la variedad en la comunidad del pueblo de Dios, aunque su unidad esencial es en Cristo mismo. Por esto (17) puede referirse al versí­culo anterior con el significado de †œel Padre me ama porque yo soy el buen pastor† o de acuerdo con el versí­culo siguiente, caso en el cual el amor del Padre se basa en el sacrificio del Hijo. Pero no se puede suponer que el amor del Padre dependí­a de la acción del Hijo, sino más bien que se demostraba por medio de ella. La cláusula final en el v. 17 muestra que el sacrificio no se consideraba como un fin en sí­ mismo. La resurrección estaba en mente como conclusión triunfante. El carácter plenamente voluntario de la ofrenda de sí­ mismo y la autoridad investida en Jesús son los puntos subrayados.

10:19-21 Los resultados de su enseñanza
Es muy probable que la palabra judí­o aquí­ sea genérica, incluyendo tanto las multitudes como los lí­deres. En 7:43 y 9:16 se encuentran ejemplos de reacciones divididas que son similares. Encontramos de nuevo la acusación de una posesión demoní­aca, similar a las de 7:20 y 8:48. Una vez más se consideraba que habí­a una estrecha relación entre la posesión demoní­aca y la locura. Para algunos, la curación del ciego del cap. 9, así­ como la sabidurí­a de la enseñanza de Jesús, eliminan tal teorí­a.

10:22-42 El diálogo en la fiesta de la Dedicación

Juan vincula hechos con fiestas cuando es apropiado. Esta fiesta fue establecida primero por Judas Macabeo para señalar la rededicación del templo después de su profanación por Antí­oco Epí­fanes en 164 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo La mención en el v. 22 de que era invierno tiene que ver con el hecho de que Jesús estaba caminando por el pórtico de Salomón. La pregunta del v. 24 traducida ¿hasta cuándo nos tendrás en suspenso? sugiere que los judí­os no eran completamente hostiles, aunque claramente estaban perplejos. Jesús dijo que él ya les habí­a respondido en el sentido del testimonio general de sus palabras y hechos. Lo que él criticaba especialmente aquí­ era su falta de fe aun en los milagros. Jesús vuelve a la figura del pastor para recordar a los judí­os que si fueran sus verdaderas ovejas hubieran oí­do su voz. Entonces destacó en especial su relación con aquellas ovejas (28). La fuerza de las palabras muestra que ellos ya habí­an entrado a la vida eterna, pues se usa el tiempo verbal presente. Jesús también hizo una inconfundible promesa en cuanto a su seguridad. Los que estaban familiarizados con los varios enemigos de un rebaño de ovejas en el Oriente apreciarí­an el tono absoluto de esa seguridad. Se refuerza por la acción del padre (29). Esto lleva a la importante declaración del v. 30: Yo y el Padre una cosa somos. El Padre y el Hijo están tan estrechamente identificados en la misión de Jesús que hay cierta idea de unidad de esencia, aunque haya separación de identidad. Tal comprensión de estas palabras está en completo acuerdo con la afirmación de 1:1.
Los opositores decidieron evitar más palabras por medio de un enfoque más tangible, o sea el apedreamiento (31). Sin embargo, Jesús continuó con más preguntas sobre sus motivos (32, 33) y ellos respondieron con acusaciones de blasfemia. Su definición de blasfemia se basaba en la presuposición de que Jesús era un mero hombre, pero sus acciones demostraban que era más que un simple hombre y es evidente la falacia de su acusación. Una imputación similar fue hecha por los opositores de Jesús en 5:18. La ley leví­tica (Lev. 24:16) prescribí­a la muerte por apedreamiento como castigo de la blasfemia. Cuando Jesús apeló a la ley en el v. 34, estaba usando el término para incluir las tres partes de las Escrituras judí­as, dado que la cita es del Sal. 82:6. Hay varios criterios sobre a quién se dirige Dios en este Salmo: los jueces de Israel que habí­an fallado en sus deberes; los ángeles que abusaron de su autoridad sobre las naciones; o Israel como un todo en la entrega de la ley. Cualquiera que sea la interpretación correcta, aquí­ se implica que aquellos que eran llamados †œdioses† eran inferiores a aquel que habí­a sido enviando por el Padre, el Hijo de Dios. ¿Cómo se podí­a acusar de blasfemia a Jesús? Cuando declaró que la Escritura no puede quebrantarse (35), usó una palabra en singular y se refirió primariamente al pasaje que estaba citando, pero el principio es sostenido por la Escritura en su conjunto. La palabra santificó en el v. 36 se usa con frecuencia en el ATAT Antiguo Testamento para la separación de una persona para una función especial (cf.cf. Confer (lat.), compare un uso similar en Juan 17:19).
La discusión concluye con una afirmación sobre las obras y la fe (37, 38). Las acciones de Jesús estaban relacionadas tan estrechamente con las obras del Padre que él podí­a invitar a la fe sobre esa base. Las obras de Jesús son el medio por el cual la gente puede llegar a entender la relación entre Jesús y el Padre. La fe basada en obras es inferior a la fe basada en lo que Jesús dijo. Las obras (o señales) tienen un propósito teológico: producir comprensión de la relación entre Jesús y el Padre. Los que hayan llegado a comprender esta relación í­ntima no tropezarán por la afirmación del v. 30, como claramente hicieron los oyentes de Jesús. Jesús estaba afirmando que es imposible diferenciar entre el Hijo y el Padre en el cumplimiento de las obras.
El regreso de Jesús al lugar del bautismo de Juan puede ser simbólico. Su ministerio público estaba llegando al final. Los vv. 41, 42 repiten el testimonio de Juan sobre Jesús y la superioridad del ministerio de éste. Un fuerte contraste se ve entre la falta de respuesta en Jerusalén y los muchos que creyeron al otro lado del Jordán.
11:1-57 MUERTE Y RESURRECCION DE LAZARO

11:1-44 Jesús vencedor de la muerte

Este relato de la resurrección de Lázaro ha sido objetado sobre dos bases: su carácter extraordinario y el silencio de los otros Evangelios. Su carácter extraordinario es una objeción únicamente si se supone que los milagros no ocurren. Más aun, a la luz de la realidad de la resurrección de Jesucristo no puede decirse que la de Lázaro sea increí­ble. Aunque los Evangelios sinópticos no registran este milagro, el de Luc. contiene la historia del levantamiento del hijo de la viuda (Luc. 11:25). Algunos han sugerido que esta historia es un desarrollo de la de Luc. sobre el rico y Lázaro, pero hay pocos paralelos fuera de la coincidencia del nombre. No hay una razón válida para negar el carácter histórico del hecho.
Juan aclara la identidad de Lázaro y especialmente su relación con Marí­a quien ungió a Jesús, aunque no relata este episodio sino más adelante (cap. 12). Asume que sus lectores están familiarizados con aquello o bien que leerí­an el Evangelio más de una vez. Cuando registra el pedido de las hermanas usa la palabra fileo para †œamor†, pero en el v. 5 se usa la más fuerte agapao. Algunos eruditos han deducido de esto y de evidencia similar que Lázaro era el †œdiscí­pulo amado†, quien escribió el Evangelio. Esto significarí­a que estaba en el aposento alto con los apóstoles, pero eso es sumamente improbable. Las palabras de Jesús esta enfermedad no es para muerte (4) significan que el propósito de la enfermedad no era la muerte sino la glorificación del Hijo de Dios. Esto puede compararse con otras señales en este Evangelio (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:11; 9:3). La gloria de Dios es más significativa que la enfermedad.
El informe enviado a Jesús y la discusión que siguió entre él y sus discí­pulos provoca un importante problema teológico. El v. 6 afirma que Jesús se retardó dos dí­as. ¿Por qué? En el contexto hay una clara conexión entre esta demora y el amor de Jesús por la familia de Betania. Por lo tanto, no se la puede considerar como una falta de cuidado. La respuesta surge de la secuela, pues Jesús querí­a que la experiencia de Lázaro fuera para glorificar a Dios (4) y un medio de guiar a los discí­pulos a la fe (15). Estos se presentan primero como temerosos por la seguridad de Jesús si volví­a a Judea (7, 8). El v. 8 se relaciona con 10:31, mostrando la estrecha relación entre los caps. 10 y 11. A la luz de 10:39, las aprensiones de los discí­pulos son comprensibles. El distrito donde estaban entonces era menos hostil que Judea. No hay duda de que los discí­pulos se sintieron aliviados cuando Jesús retrasó su viaje y esperaban que lo abandonarí­a por completo. La referencia de Jesús a las doce horas del dí­a a primera vista no responde la objeción del v. 8. Pero la conexión de pensamiento es que las horas del dí­a no son afectadas por las circunstancias externas. Están para ser usadas. La hora de Jesús aún no habí­a llegado (o sea la hora doce) y, hasta que Dios quisiera que llegara, el único curso de acción a adoptar era seguir esa misión.
Tanto los judí­os como los romanos dividí­an las horas del dí­a en 12 partes. Por lo tanto, esas horas no eran todas de 60 minutos sino que variaban en su duración de acuerdo con la época del año. La metáfora de la luz y las tinieblas, y las ideas de caminar y tropezar tienen el fin de contrastar el progreso continuo de Jesús con los esfuerzos torpes de los judí­os para detenerlo (9, 10).
En el v. 11 encontramos otro caso, tan común en este Evangelio, de malentendidos al tomar demasiado lit.lit. Literalmente una metáfora. La idea de la muerte como sueño (12, 13) tiene paralelos en fuentes helení­sticas y en el ATAT Antiguo Testamento. No sorprende que los discí­pulos tomaran lit.lit. Literalmente las palabras de Jesús en vista del hecho de que el mensaje referente a Lázaro tení­a que ver con su enfermedad, no con su muerte. El sueño hubiera sido una buena señal en cualquier enfermedad. Cuando Jesús anunció que se recuperarí­a no debe haber ocurrido en sus mentes que habí­a necesidad de levantarlo de los muertos. De acuerdo con la explicación de Juan sobre cómo surgió la confusión (13), Jesús declaró firmemente que Lázaro habí­a muerto, y el tiempo verbal subraya su carácter evidentemente final. A primera vista, la afirmación de Jesús de que se alegraba de no haber estado allí­ (14) debe haber confundido a los discí­pulos. Pero Jesús tení­a una razón para alegrarse aparte de la resurrección de Lázaro. De acuerdo con el propósito del Evangelio Juan señala la posibilidad del desarrollo de la fe en los discí­pulos. Es casi como si Jesús se estuviera concentrando más especí­ficamente en la capacitación de los doce que en la necesidad de las dos hermanas de Lázaro. Su misión estaba ligada a la necesidad de producir fe en los discí­pulos. Debe suponerse que Jesús buscaba una fe de tipo más pleno que la que habí­an demostrado los discí­pulos. Aunque más tarde se pone atención en la duda de Tomás, su reacción aquí­ no surge de la duda sino de la resignación (16).
Los vv. 17–27 enfocan una conversación entre Jesús y Marta y son la parte más teológica de todo el relato. Evidentemente Jesús fue encontrado en las afueras de Betania (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 30) y le informaron que Lázaro habí­a muerto cuatro dí­as antes (17). Esta afirmación no contradice el hecho de que Jesús sabí­a previamente de la muerte de Lázaro (ver v. 14). La proximidad de Betania a Jerusalén se menciona aquí­ para explicar de la presencia de tantos judí­os que habí­an venido a consolar a las hermanas (18, 19). El acto de Marta de salir a encontrar a Jesús concuerda con el relato de ella como una persona activa en Luc. 10:38–42. Marí­a que se quedó en casa es la misma persona más reflexiva que activa que encontramos en el relato de Luc. Las palabras de Marta en el v. 21 son idénticas a las de Marí­a en el v. 32, lo que sugiere que las hermanas habí­an llegado a esa conclusión después de discutir las distintas posibilidades. Era claro que existí­a una gran fe en el poder sanador de Jesús. Pero la fe de Marta fue más lejos como lo muestra el v. 22. Pareciera que estaba alcanzando un rayo de fe al afirmar que creí­a que Dios responderí­a a cualquier pedido de Jesús. Tu hermano resucitará (23) tiene un doble significado. Marta lo tomó como una seguridad convencional de la resurrección en el dí­a final, pero Jesús tení­a otra intención. Causa poca sorpresa que Marta no haya captado la implicación de una resurrección inmediata de entre los muertos.
El punto sobresaliente del relato es el †œYo soy†, que aparece en el v. 25. Jesús se identificó tanto con la resurrección como con la vida, que son aspectos complementarios de una misma cosa. Sin embargo, el propósito de la misión del Cristo resucitado es el de traer vida en el sentido más pleno. La resurrección precede a la vida porque la nueva vida es el producto de la resurrección. El camino a esa vida es por medio de la fe y Jesús desafió a Marta al respecto. No estaba pidiendo una confesión de fe en él mismo sino en su afirmación; el énfasis aquí­ recae en el contenido de la fe. La respuesta de Marta (27) presenta una notable similitud con la declaración del propósito de Juan (20:31), como si esa confesión fuera el modelo sobre el cual se quiere apoyar todo el Evangelio. Es imposible decir cuánto entendió Marta del carácter mesiánico de Jesús o de que era Hijo de Dios. Pero no hay duda de que para Juan el contenido de su declaración fuera de la mayor importancia. La fe que no alcanza a un concepto tan elevado de Cristo es inadecuada.
Los vv. 28–37 retratan primero la reacción de Marí­a y luego la de los judí­os que habí­an ido a compartir el duelo de las hermanas. La parte de Marí­a en la historia puede resumirse así­: Jesús mandó a Marta que la llamara (28); ella respondió inmediatamente (29); cayó a los pies de Jesús y repitió la afirmación que habí­a hecho Marta; sus lágrimas produjeron conmoción en Jesús, quien también lloró (33–35). Aquí­ se ve a Marí­a como una persona más emocional que Marta. Aun los dolientes judí­os agregaron un sentido patético a la escena. Se los muestra como deseosos de consolar a Marí­a por lo cual la siguieron a la tumba (31); como tocados por las lágrimas de Jesús (36); y como reflexionando por qué él no habí­a impedido el triste acontecimiento. El clí­max aparece en las palabras se conmovió en espí­ritu y se turbó (33). El significado de la expresión que se traduce se conmovió en espí­ritu (DHHDHH Dios Habla Hoy profundamente) implica ira e indignación, e inclusive ofensa. Surge un problema sobre la causa de esta reacción. Algunos han sugerido una indignación moral ante el pecado que produce la muerte y también la tristeza que se origina en ella. Pero esa indignación debe haber estado siempre en la mente de Jesús, mientras que aquí­ parece que hubo una ocasión especial para tal expresión. ¿Fue causada por la simpatí­a de Jesús hacia las hermanas? La fuerza del verbo no parece indicar eso. ¿Fue porque la expresión de dolor de los judí­os no era real? Esto es al menos una posibilidad, dado que cualquier demostración de hipocresí­a hubiera provocado su enojo. Bien puede ser que algo del patetismo del sufrimiento humano estaba pesando sobre Jesús sabiendo que su copa de amargura estaba tan cerca. La perturbación de su espí­ritu surgió de dentro. Quizá fue su conocimiento de la fuerza de la incredulidad de algunos de ellos que se opondrí­an a él después de presenciar el levantamiento de Lázaro. La pregunta del v. 37 relaciona esta señal con la del ciego del cap. 9. Concebí­an la posibilidad de impedir que un hombre muriera, pero no podí­an concebir que se levantara a alguien de los muertos.
El relato del milagro es relativamente breve y está marcado por la reserva, pero todos los detalles tienen el aire de algo verdadero. Las palabras ¿no te dije †¦ ? (40) se relacionan con lo que Jesús habí­a dicho a los discí­pulos y no a Marta. Pero sus palabras a Marta implicaban la misma intención. O si no, pueden ser tomadas como algo dirigido a los apóstoles más que una respuesta a Marta. La oración de Jesús (41, 42) es significativa por el énfasis en la fe en su misión. La reserva del relato se ve particularmente en la sencilla descripción de Lázaro saliendo de la tumba.

11:45-57 Los resultados del milagro

Juan presenta varias diferentes reacciones a esa señal. Algunos creyeron (45); otros informaron del hecho a las autoridades (46); los fariseos discutieron el tema en el Sanedrí­n y decidieron complotarse para matar a Jesús (47–53); mientras que el mismo Jesús se retiró a la región que está junto al desierto (54). Aun una señal tan notable como ésta no convencerí­a a quienes estaban decididos a no creer. La decisión del Sanedrí­n se centró en las señales milagrosas. No cuestionaban si Jesús las estaba realizando o no; su temor era que todos (o sea excepto ellos) creerí­an en Jesús. La pregunta ¿qué hacemos? (47) era retórica; ante ella la respuesta era †œnada†. Pero el temor más profundo era de los romanos (48). Su concepto sobre el pueblo que creyera en Jesús estaba dominado por consideraciones polí­ticas. El lugar podí­a ser el templo o la ciudad y la nación se mencionó para referirse a la administración, parte de la cual estaba todaví­a en manos judí­as. Juan atribuye gran importancia al hecho de que Caifás era sumo sacerdote ese año, ya que lo menciona dos veces (49, 51). Esto se debe al significado de haber declarado lo que consta en el v. 50. Que era mejor que muriera un hombre y no que pereciera toda la nación pareciera ser un consejo prudente, pero Juan lo ve como un principio de que un hombre podrí­a ser un sustituto por el pueblo, lo que es fundamental para la doctrina de la expiación en el NTNT Nuevo Testamento. Es aun más notable porque fue dicho por la autoridad religiosa que ayudó a que se concretara. El comentario de Juan (51) muestra que él entendí­a que la declaración tení­a implicaciones más allá de la limitada comprensión de Caifás, porque el principio habrí­a de tener consecuencias universales. Juan ve el propósito unificador de la muerte de Cristo en reunir a los hijos de Dios, palabra usada aquí­ para todos los que creerí­an en Jesús (52).
El marco para el complot de los judí­os era la actividad previa a la Pascua, que consistí­a en los ritos de purificación. Habí­an corrido informes sobre las señales de Jesús y la maquinación farisea. Inevitablemente, se especulaba sobre los movimientos de Jesús. Juan menciona el plan oficial para matar a Jesús para establecer la escena del ungimiento y la entrada a Jerusalén.
12:1-50 CLAUSURA DEL MINISTERIO PUBLICO EN JERUSALEN

12:1-8 La devoción de Marí­a

El episodio del ungimiento en Betania es importante por su conexión con el milagro de la resurrección de Lázaro. La referencia especí­fica al tiempo (seis dí­as antes de la Pascua, 1) es significativa para Juan y puede compararse con los seis dí­as registrados al comienzo de su ministerio. La libra de perfume de nardo puro debe haber sido un monto de ungüento muy caro, como es claro por el cálculo de Judas de que equivalí­a a un año de salario. Probablemente era un perfume lí­quido. Aunque el procedimiento normal era ungir la cabeza (como se registra en Mat. 26:7 y Mar. 14:3), puede tener importancia que Juan registra el ungimiento de los pies, en vista al episodio del lavamiento de pies narrado en el capí­tulo siguiente. En el caso paralelo de ungimiento en Luc. 7:38, también fueron ungidos los pies. Sin embargo, a pesar de algunas similitudes entre ambas narraciones, hay suficientes diferencias como para que sea improbable que ambos episodios sean uno solo. En el registro de Luc. la mujer se describe como una pecadora expresando profunda penitencia, mientras que Marí­a de Betania se ve como una mujer profundamente consagrada a Jesús, y el cuadro que Juan traza de ella concuerda con el retrato de Luc. 10:38–41 de la misma persona. En ambos casos, la mujer secó los pies de Jesús con sus cabellos. Serí­a contra las convicciones judí­as que una mujer se presentara ante un grupo de hombres con el cabello suelto, pero en el caso de Marí­a, su amor era más fuerte que las convicciones. La mención de Juan de que el perfume llenó toda la casa es un ví­vido detalle que habla de un testigo ocular.
La queja de Judas contra ese gasto excesivo (5) está de acuerdo plenamente con lo que nos dicen de él los Sinópticos. No sólo era atacado por los pecados mortales de codicia y avaricia, sino también de deshonestidad. Juan da aquí­ un indicio adelantado de la traición para apoyar lo que está diciendo. La expresión trescientos denarios (5) equivalí­a a un año de salario. La respuesta de Jesús: Déjala. Para el dí­a de mi sepultura ha guardado esto (7) no significa que Marí­a retuvo algo del perfume, sino que Jesús consideraba que lo que habí­a hecho era para su entierro. Judas no estaba preocupado por el perfume que quedaba sino por el que se habí­a gastado. La declaración a mí­, no siempre me tendréis (8) pudo haber sido hecha sólo por una persona única, sin sonar arrogante.

12:9-11 Reacciones a la presencia de Jesús en Betania
La curiosidad mostrada por la multitud estaba en marcado contraste con la hostilidad del partido oficial. Para la primera, Lázaro era un motivo de atracción; para el segundo, era una amenaza. Fue el volver muchos a la fe, cuyo contenido no se menciona, que movió a los principales sacerdotes a matar a Lázaro y a Jesús (11).

12:12-19 La entrada en Jerusalén

En este perí­odo las multitudes reunidas para la Pascua podí­an ser inmensas. El deseo de la multitud de saludar a Jesús estaba en marcado contraste con la lí­nea oficial. El uso de ramas de palmera tení­a su origen en la fiesta de los Tabernáculos, pero se habí­a asociado entonces con otras fiestas (13). Sacudirlas era una señal de honor para una persona victoriosa. El canto de Hosanna procede del Sal. 118:25, 26 que era uno de los que cantaban en la subida a Jerusalén. El tí­tulo Rey de Israel muestra claramente el significado mesiánico del cántico. En los vv. 14, 15 Juan cita Zac. 9:9 para sustentar la entrada de Jesús en Jerusalén sobre un borriquillo más que sobre un caballo de guerra. Juan vuelve a mencionar una falta de comprensión de parte de los discí­pulos. Sólo después de la resurrección, que aquí­ se describe como la glorificación de Jesús, algunos de ellos entendieron.
Pareciera que hay dos multitudes diferentes mencionadas en los vv. 17, 18. Un grupo habí­a visto el milagro de la restauración de Lázaro y el otro habí­a oí­do sobre el hecho. Todo ello habí­a causado desesperación de parte de los fariseos porque no podí­an cumplir fácilmente su plan. Hay una exageración, fruto de esa desesperación, de su parte al anunciar que el mundo se va tras él (ver vv. 42, 43). Para un caso paralelo de exageración cf.cf. Confer (lat.), compare 11:48.

12:20-26 La búsqueda de los griegos

Estos griegos pueden haber sido prosélitos; si era así­, habrí­an estado en condiciones de unirse a los judí­os en el culto del templo, pero no es seguro que hayan estado tan integrados. Por lo menos, eran personas que buscaban la verdad religiosa dado que habí­an ido a adorar. Muchos gentiles eran atraí­dos a las ideas del judaí­smo por su énfasis moral más elevado en comparación con el paganismo. Probablemente estos hombres habí­an venido de Decápolis y quizá hayan conocido a Felipe que provení­a de la cercana Betsaida. Se puede presumir que su intención de ver a Jesús fue promovida por un deseo de aprender de él, más que mera curiosidad. Quizá Juan los ve como ejemplos del †œmundo† que estaba yendo tras Jesús.
Es difí­cil imaginar cómo pudieron haber entendido las primeras palabras de Jesús. Difí­cilmente podrí­an haber estado tan bien informados como los lectores de Juan sobre el significado de la hora (23). Los griegos pueden haber pensado en términos de la entrada triunfal. Pero del contexto se puede ver que para Jesús su †œhora† era su cercana pasión. Esto es evidente en el tema de la glorificación y en la ilustración del grano de trigo. La fórmula de cierto, de cierto os digo (24) señala la importancia del anuncio. El principio natural de que la muerte es esencial para que surja nueva vida fue aplicado por Jesús a sí­ mismo por inferencia. El trigo reproduce su propia especie y Jesús veí­a su pasión de la misma manera. Su muerte producirí­a vida para muchos. El contraste entre amar y odiar (25) destaca, en agudo relieve, la elección y consecuencia envueltas en la reacción personal hacia Jesús. Amar y odiar son aquí­ términos relativos, que se presentan en oposición el uno al otro.

12:27-36 Afirmación y retiro

En este punto Juan registra la comprensión de Jesús de que la hora a la cual lo llevaba su misión estaba llegando. Hay una clara conexión entre el alma turbada de Jesús (27) y la agoní­a en el jardí­n de Getsemaní­ tal como se registra en los Sinópticos (Mat. 26:38; Mar. 14:34). En respuesta a la pregunta ¿qué diré †¦ ? se han sugerido dos posibilidades: una oración de ser salvado de esa hora, lo que es natural pero impensable a la luz de la misión total de Jesús, o una oración de que el nombre del Padre sea glorificado. El énfasis en lo último está plenamente en lí­nea con el uso juanino del tema de la glorificación para describir el resultado triunfal de la misión de Jesús en la cruz. Esto era tan crucial que fue ratificado por una voz celestial. El contenido del mensaje divino es tanto en pasado como en presente, pues la glorificación se plantea como la esencia del programa divino para Jesús (28). Hubo tres reacciones a la voz celestial. Algunos simplemente oyeron un ruido como un trueno (29). Estos no estaban en condiciones de recibir cualquier tipo de revelación. Otros distinguieron cierto tipo de comunicación sobrenatural, pero no llegaron más allá de una voz angelical. Fue Jesús únicamente quien reconoció que la voz era para beneficio de los demás. Pero como no habí­an oí­do el mensaje, Jesús explicó el significado para beneficio de ellos (31, 32).
El ahora del v. 31 señala más precisamente el comienzo de la †œhora†. Está identificada inmediatamente con un tiempo de juicio de este mundo. Pareciera que el juicio que tení­a en mente era la condenación general del actual orden mundial por medio de la cruz. Para aquellos que lleguen a la fe por medio de la cruz, el juicio ya ha tenido lugar allí­ pues por ella alcanzarí­an la liberación. El doble resultado se ve claramente en la expulsión del prí­ncipe de este mundo y en el poder magnético de Jesús para atraer a la gente hacia sí­ mismo. El instrumento escogido por Satanás para derrotar a Jesús se convirtió en el medio para hacer caer su propio poder. Nótese que la palabra †œpero† (que figura en algunas traducciones como DHHDHH Dios Habla Hoy, v. 32) tiende a diferenciar el levantamiento de la expulsión, aunque los dos resultados surgen de la misma acción. Debemos preguntarnos en qué sentido se hace referencia aquí­ a ser atraí­do. La misma palabra aparece en 6:44 refiriéndose al Padre que atrae a la gente hacia Cristo. Pero aquí­ es el Cristo que será crucificado quien sirve como polo magnético. La afirmación deja abierto el resultado de esa atracción. Cierta implicación de ser atraí­do a juicio puede haber estado en la mente, pero el hecho predominante es una atracción a Cristo mismo en el más í­ntimo sentido de la fe.
La reacción de la multitud (34) mostró que lo que entendieron por el hecho de ser levantado era incompatible con el carácter eterno del Mesí­as. La pregunta ¿quién es este Hijo del Hombre? puso en acción no sólo la mente de los que oí­an a Jesús sino también de los lectores del tiempo de Juan y ha sido materia de debate desde entonces. En respuesta, Jesús usó la misma metáfora que se habí­a usado para él en el prólogo, que él era la luz (35, 36). Una vez más tenemos el contraste caracterí­stico entre la luz y las tinieblas. Estas representan al mundo sin Dios. Caminar en la luz significa seguirla. Jesús habló de sus seguidores como llegando a ser hijos de luz, pero esto llega sólo por medio de la fe. Tal confianza será necesaria después de la cruz así­ como antes. El hecho de que Jesús al apartarse se escondió de ellos (36) sugiere que era luz no tanto en su presencia como en su enseñanza.

12:37-50 Incredulidad persistente

En el párrafo siguiente Juan da el resumen de los efectos del ministerio de Jesús sobre la gente. Las señales que habí­a realizado no habí­an llevado en general a la fe, y para dar una base a aquello se cita una profecí­a de Isa. 53:1. Jesús estaba experimentando el mismo tipo de rechazo que predijo Isaí­as. Se enfatizó la iniciativa divina, aunque la LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT) dice que †œellos cerraron sus propios ojos†. Juan entendí­a las palabras de Isa. en el sentido de que ni el mensaje ni los hechos de Dios (el brazo del Señor) provocaron la fe de parte del pueblo. Después de la cita de Isa. 53, Juan se refiere a Isa. 6:10, cuando el profeta tuvo la visión de gloria en el templo. El sorprendente resultado de la incredulidad en el mensaje del profeta (40) se hace más ví­vido en el cumplimiento de esa profecí­a en el ministerio de Jesús, aunque las palabras de Isa. no le sean aplicadas especí­ficamente.
El comentario de Juan en el v. 41 causa dificultades. ¿En qué sentido quiso decir que Isaí­as vio la gloria de Jesús, o de Dios? Considerando el porque en este versí­culo, parece que Juan vio una conexión directa entre el mensaje de Isa. y la misión de Cristo. Probablemente Juan tiene en la mente al Siervo sufriente de Isa. como apuntando a Cristo mismo. Lo que él vio fue la gloria de aquel que aún habrí­a de venir. Por el otro lado, si Isaí­as realmente previó la gloria de Dios en Jesús, se debe presuponer que Jesús tuvo un papel activo en los mensajes de los profetas del ATAT Antiguo Testamento. Pero es preferible la primera explicación.
Dentro de la afirmación del v. 37 sobre la incredulidad de los judí­os, Juan señala algunos casos de fe, aun entre los lí­deres. Sin embargo, él admite que un factor que los inhibí­a en su fe era motivos de interés propio. Con demasiada frecuencia la fe se ha frenado por el temor de la reacción de los demás. Ser expulsados de la sinagoga (42) significaba la excomunión. En los tiempos de Juan puede haber habido los que seguí­an a Jesús de manera secreta. Estas palabras los reprenderí­an.
Los vv. 44–50 contienen una afirmación de Jesús sobre la importancia de una respuesta personal a su misión. Es como si Jesús, habiéndose retirado (36), volviera para hacer su último anuncio antes de dedicarse especí­ficamente a sus discí­pulos (caps. 13–17). Por otro lado, es posible considerar que las palabras alzó la voz (44) presentan un resumen general de su enseñanza en la parte final de su ministerio. Hay temas conocidos aquí­: la necesidad de la fe, la estrecha relación entre Jesús y el que lo envió (aquí­ repetida tres veces), la idea de Jesús como luz , y el contraste entre la luz y las tinieblas (44–46). El segundo tema principal es el juicio (47, 48). Aunque el juicio es determinado por la palabra de Jesús, sin embargo, su misión no era principalmente para este propósito. Su objetivo era la salvación; el juicio era sólo la consecuencia. Se dice que el agente del juicio es la palabra que he hablado (48), que se relaciona con la identificación inicial de Jesús como el Verbo (1:1). Es claro que la base de la autoridad es de gran importancia en el tema del juicio y aquí­ se basa en el perfecto acuerdo entre el Padre y el Hijo. El tema de la vida eterna mencionado en el v. 50 repite lo que ya se ha dicho antes en el Evangelio. Juan termina el ministerio público de Jesús con una afirmación que subraya la importancia de su enseñanza. Esto sirve como un ví­nculo con la siguiente sección, que se concentra en la enseñanza a los discí­pulos.
13:1-17:26 JESUS CON LOS DISCIPULOS

13:1-38 Acción simbólica de Jesús lavando los pies y su secuela

Las palabras iniciales no significan necesariamente que el evento registrado ocurrió el dí­a antes de la fiesta de la Pascua, aunque se supone generalmente que así­ fue. Hay mucha discusión sobre la relación entre el relato de Juan y el de los Sinópticos referente a la fecha de la última cena. Parecerí­a que Juan fija la comida pascual un dí­a antes que la fecha en los Sinópticos. La diferencia puede deberse al uso de dos calendarios diferentes, pero esta solución implica muchas dificultades. Es mejor suponer que la Pascua tuvo lugar el 15 de Nisán y mantener que el relato de Juan se puede interpretar de acuerdo con ello.
La sección inicial prepara el camino para la comprensión del verdadero significado del lavamiento de los pies. Nótese la profunda comprensión de Jesús de que llegaba su hora (1), la amplitud de su amor hacia los suyos, la actividad del demonio contra él por medio de Judas (2) y la certeza de Jesús del origen y destino divinos de su obra. Este es un resumen conciso de la esencia de su misión. A lo largo del ministerio hubo antagonismo entre Jesús y el demonio y ahora eso estaba llegando a su clí­max. Hay un fuerte contraste entre el amor del Padre y los malos designios del demonio. Juan comenta (3) que Jesús sabí­a que la hora del dolor estaba en las manos del Padre, de acuerdo con el reiterado dicho de Jesús de que estaba haciendo la voluntad del Padre. El lavamiento que tuvo lugar luego fue motivado por esa comprensión (4, 5). Es claro que tení­a el propósito de ser un acto simbólico, tanto en cuanto a la limpieza como a la humildad en el servicio. El significado del acto de humildad, totalmente inesperado, se da en los vv. 12–17. El quitarse la ropa exterior y envolverse en una toalla alrededor de la cintura era la forma de vestir de un siervo y hubiera sido despreciado tanto por los judí­os como por los griegos.
No hay necesidad de suponer que Jesús comenzó con Simón Pedro (6). Sus reacciones aquí­ están plenamente de acuerdo con lo que sabemos de él por otros relatos del NTNT Nuevo Testamento. Su pregunta, su enfática negativa y su impetuoso y extravagante cambio de actitud son actos caracterí­sticos de él. Corriendo a través del relato se ve la perplejidad de los discí­pulos que sólo se disipa después (7). Este es un ejemplo de los malentendidos anteriores. La respuesta de Jesús en el v. 8 no tiene sentido a menos que el acto fuera simbólico. Salvo que Jesús limpie a la gente no hay posibilidad de limpieza. Por lo menos Pedro lo entendió (9).
Las palabras del v. 10 sugieren que el lavamiento fue más que un ejemplo. Fue un medio por el cual los discí­pulos pudieron participar en la humillación del Señor. La primera aplicación de este acto a la limpieza espiritual ahora se relaciona con un ejemplo de servicio humilde. El acto de la expiación no era algo que necesitara repetirse. El v. 11 muestra que aunque Jesús habí­a incluido a Judas en el lavamiento ceremonial, la traición a Jesús lo dejarí­a impuro.
En el párrafo siguiente (12–17) Jesús desafí­a a los discí­pulos sobre la base de lo que acababa de hacer. Conocí­a las limitaciones de su comprensión. Al contestar su propia pregunta, Jesús apeló primero a su propia relación con ellos (Maestro, Señor), y luego a su ejemplo (vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros). La naturaleza autoritativa de este enfoque es indiscutible, pero el mandamiento se hace aun más notable cuando se recuerda que la humildad se despreciaba en el mundo antiguo como una señal de debilidad. El mandamiento de Jesús, por lo tanto, fue revolucionario en la esfera de relaciones humanas. Algunos cristianos han practicado el lavamiento de pies como un acto ritual, pero lo más probable es que el mandamiento estaba especí­ficamente condicionado por el contexto. Si el lavamiento de pies no necesita ser repetido, no hay salida para la humildad que lo destaca. Jesús creí­a que los servicios considerados bajos, hechos a otros, eran un acto honorable. La palabra siervo en el v. 16 traduce la palabra gr. para †œesclavo†, alguien sin derechos en la casa del amo. Como la palabra †œmensajero† es lo que significa en gr. apoÅ’stol, es un recordatorio de la obligación que corresponde a aquellos que Jesús habí­a escogido para proclamar su mensaje. Estas palabras, con su contexto en la necesidad de la humildad, deben haber excluido más tarde cualquier pensamiento de privilegio en la función de apóstol.
Saber sin hacer (17) es algo que no está sancionado en ninguna parte de la enseñanza de Jesús.
El volvió al tema de la traición (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 11). Pareciera que Judas fue citado como un ejemplo de alguien que no hizo lo que sabí­a que era correcto. Aunque la traición no ha sido narrada, Juan muestra que Jesús tení­a plena conciencia de que el talón del traidor se levantarí­a contra él; habí­a sido predicho en el Sal. 41:9. Si los discí­pulos lo hubieran captado habrí­an conseguido tener fe en la persona de Jesús. El Yo soy del v. 19 bien podrí­a ser una alusión al gran nombre de Dios en Exo. 3:14. El dicho que cierra esta sección aparece en Mat. 10:40 al enviar a los doce. Implica que no deberí­a darse demasiada importancia a la acción de un hombre que no lo recibí­a. Más bien enfatiza la necesidad de una actitud positiva hacia Jesús por parte de los demás discí­pulos.
21–30 Pero una vez más el efecto negativo de la traición pasa al frente. El hecho de que Jesús se conmovió en espí­ritu (21) es un eco de la reacción de 11:33 y 12:27, donde se menciona la misma perturbación. Esto refleja la creciente tensión ante la aproximación de la pasión. La referencia a la traición en el v. 21 es más especí­fica que en las insinuaciones anteriores (uno de vosotros me ha de entregar). El efecto sobre los discí­pulos fue más dramático. Se relata aun más ví­vidamente en los Sinópticos (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 26:22; Mar. 14:49; Luc. 22:23). Los varios detalles (los discí­pulos que se miraban, el discí­pulo amado ubicado junto a Jesús, las señas de Pedro, la conversación en voz baja y la respuesta cuidadosa y simbólica de Jesús) se cuentan tan ví­vidamente que el relato debe provenir de un testigo ocular.
¿Quién era el discí­pulo a quien Jesús amaba (23)? Debido a los ví­vidos detalles, es probable que el autor se esté refiriendo a sí­ mismo. Tení­a plena conciencia del amor que Jesús mostraba hacia sus discí­pulos. No se necesita pensar que está implicando que Jesús lo amaba más que a otros. Se ha pensado por parte de algunos que el autor se debe distinguir de Juan o que, basados en 11:3, 5, la expresión describe a Lázaro, pero esto parece improbable.
El remojar un trozo de pan y ofrecerlo a Judas (26), un gesto de honra, debe ser considerado como una apelación final al traidor. El comentario de Juan es que tan pronto como Judas tomó el pan Satanás entró en él (27), lo que debe ser el resultado de mucha reflexión posterior. Cualquiera que actuara como Judas debí­a haber estado bajo influencia satánica. Una vez más, Juan relata una ocasión en que los discí­pulos no lograron entenderlo. Sólo podí­an pensar en términos de comprar comida o dar limosnas como explicación de las palabras de Jesús a Judas (29), porque él era el tesorero del grupo. Juan ve un significado simbólico en el hecho de que ya era de noche cuando Judas salió. Habí­a una noche espiritual en el alma de aquel hombre.
Los vv. 31–38 son el preludio de lo que es conocido como †œdiscursos de despedida† (caps. 14–16). Contienen dos temas: la relación de Jesús con los discí­pulos y la predicción especí­fica sobre Pedro. Una vez más Jesús habló de su próxima glorificación (31, 32). Es como si la gloria se viera sobre el fondo de las tinieblas que rodeaban la salida de Judas. Estos versí­culos muestran el camino triunfal por el cual Jesús enfrentó la pasión. No tení­a duda de que la mano de Dios estaba en ello. Hay una mirada hacia atrás en el v. 33. Recuerda las palabras de Jesús a los judí­os en 7:33. Jesús aclaró sus palabras en beneficio de los discí­pulos. La glorificación implicarí­a la separación. El nuevo mandamiento del v. 34 se repite en la enseñanza de 15:12. Los mandamientos a amar ya eran conocidos en el sentido de una devoción elevada a Dios, pero el mandato de Jesús de que se amaran unos a otros era nuevo tanto en alcance como en motivación, lo que surge del amor que Jesús tení­a por ellos.

14:1-31 Seguridades y mandamientos a los discí­pulos

Las palabras de Jesús en el cap. 14 fueron pronunciadas contra el fondo del presagio que habí­a sobrecogido a los discí­pulos luego de la revelación de la traición. Las palabras consoladoras tuvieron un valor especial en este contexto, sin embargo, habí­an sido de consuelo en muchas situaciones diferentes. Hay controversia sobre cómo se deben entender los verbos en la segunda parte del versí­culo: †œCreed en Dios, creed también en mí­† (ambos imperativos); †œCreéis en Dios† (indicativo), †œcreed también en mí­† (imperativo); †œCreéis en Dios, creéis también en mí­† (ambos indicativos). Lo primero es lo que concuerda mejor con el contexto. La referencia a muchas moradas en la casa del Padre (2) tiene la clara intención de producir aliento. Es una forma ví­vida de decir que hay una amplia provisión en el cielo para los discí­pulos de Jesús.
La preparación de ese lugar es por medio de la pasión y resurrección de Jesús. Vendré otra vez (3) parece ser una clara referencia a la segunda venida, aunque algunos lo han interpretado como Pentecostés o aun la visitación de Jesús cuando muere un creyente. Aunque las preguntas posteriores de los discí­pulos no dan la impresión de mucho entendimiento espiritual, sin embargo, las palabras de Jesús en el v. 4 muestran que ellos debí­an haber conocido el camino al Padre. Tomás fue demasiado lit.lit. Literalmente en su pregunta (5). No esperaba que el camino fuera identificado con Jesús. El es el camino porque es también la verdad y la vida. Eso quiere decir que la segunda y la tercera palabras echan luz sobre la primera. El camino personalizado en Jesús era uno de sufrimiento y triunfo por medio de la humillación.
Si me habéis conocido (†œsi me conocieseis†, RVR-1960, Besson) (7) sugiere que los discí­pulos no conocí­an a Jesús. Es mejor tomar las palabras como en la RVARVA Reina-Valera Actualizada, que significan que ya lo conocen y que, por lo tanto, conocerán al Padre. Aquí­ hay una profunda verdad: el conocimiento de Jesús lleva al conocimiento del Padre. La falta de comprensión de Felipe es fácil de imaginar. Querí­a una revelación directa de Dios como único camino satisfactorio (8), pero esto provocó una reprensión de parte de Jesús. Ninguno de los apóstoles habí­a captado la profunda verdad de que Dios se ha hecho conocer por medio de Jesús. Hay dos bases sobre las cuales Jesús apeló a Felipe: lo que él habí­a dicho y lo que habí­a hecho. Por lo menos, los discí­pulos debieran haberse dado cuenta de que las mismas obras de Jesús mostraban que sólo podí­a tratarse de obras de Dios (10, 11).
La afirmación de Jesús en el v. 12 es sorprendente. El creyente puede hacer cosas mayores que éstas. Jesús habí­a dejado en claro que el creyente continuarí­a lo que él estaba haciendo. Pero mayores sólo puede ser entendido a la luz del perí­odo posterior a la resurrección cuando el evangelio serí­a proclamado. Es claro que las cosas mayores sólo podrí­an ser hechas porque Jesús estaba yéndose al Padre. El libro de Hech. es la evidencia del cumplimiento de esa predicción, y la expansión mundial del cristianismo hoy es una señal adicional de esas cosas †œmayores†. El ví­nculo final entre la promesa y la actitud de la oración necesaria para su cumplimiento se muestra en los vv. 13, 14.
La relación entre amor y obediencia se subraya dos veces en esta sección (15, 21). Por lo tanto, la obediencia no es una actitud servil sino una conformidad voluntaria. De hecho, es un avance revolucionario frente al enfoque judí­o de la ley mosaica. Jesús sabí­a que ellos necesitarí­an ayuda para cumplir su misión y la promesa del Consolador (o Consejero) debe verse en este contexto. La palabra gr. es paraklete, que lit.lit. Literalmente significa alguien que es llamado para estar al lado como ayuda y era usado para referirse a un abogado. El tí­tulo tiene la idea de un fuerte aliento. El hecho de que se prometa otro Consolador sugiere que el Espí­ritu harí­a lo que Jesús mismo estuvo haciendo durante su ministerio, trayendo a sus mentes las palabras de Jesús (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 26).
La identificación del Paracleto como el Espí­ritu de verdad sigue a la declaración de Jesús de ser la verdad él mismo (6). El contraste entre el mundo y los discí­pulos se resume en el v. 17 y es desarrollado más en el párrafo siguiente. Jesús aseguró a los discí­pulos de su presencia aun cuando el mundo ya no pudiera verlo (18, 19). La palabra huérfanos sugiere a quienes carecen de apoyo. Una vez más, como en el v. 3, hay alguna ambigüedad sobre la venida (volveré a vosotros). Aunque es posible ver esto como una referencia a Pentecostés (se menciona el Espí­ritu), lo más natural es entender que se trata de la venida del Señor resucitado. Desde que el Espí­ritu fue dado cuando Jesús fue glorificado, es claro que hay una relación estrecha entre las dos interpretaciones. Esto tiene apoyo en la referencia a la vida en el v. 19. Otra consecuencia es la morada recí­proca mencionada en el v. 20, que sólo puede alcanzarse por la obra del Espí­ritu. Para la conexión entre amor y obediencia, cf.cf. Confer (lat.), compare v. 15. La revelación del Padre es canalizada por medio del amor de Cristo hacia nosotros (21).
En este punto, Judas (no el Iscariote) vio un problema. ¿Por qué el amor de Jesús no se extendí­a al mundo? En respuesta, él dirigió la atención al motivo del amor (23, 24) como si evitara ser desviado por la pregunta de Judas. Sin embargo, es una respuesta verdadera, porque dondequiera que haya creyentes el Padre y el Hijo habitan en ellos, mientras que eso no ocurre con los que se niegan a obedecer su enseñanza (24). La siguiente afirmación sobre el Espí­ritu Santo (26) explica que los discí­pulos después recordarí­an esa enseñanza. La habí­an oí­do mientras él estaba con ellos; serí­an ayudados a recordarla cuando él se hubiera ido. Este dicho es importante para la preservación de la tradición de la enseñanza de Jesús. Cualquier criterio de los orí­genes del evangelio que no tenga en cuenta la ayuda prometida del Espí­ritu Santo en preservar y traer a la mente lo que él, el Espí­ritu, querí­a que se recordase, debe ser considerado insatisfactorio. La promesa de paz (27) está de acuerdo con los versí­culos iniciales del cap. 14, pero se deben considerar una despedida que adquirirí­a un nuevo significado después de la resurrección (cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 20:19, 21, 26). Hay un fuerte aspecto posesivo en este contexto, pues Jesús habló de mi paz (27). Es una paz que ha sido puesta a prueba. Es fundamentalmente distinta de la paz ofrecida por el mundo. Pablo reitera este concepto cuando se refiere a †œla paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento† (Fil. 4:7).
El párrafo final (28–31) contiene una leve reprensión. Si los discí­pulos realmente amaban a Jesús, se regocijarí­an de que su misión estaba a punto de ser cumplida. Las palabras voy al Padre dan la clave. Si se hubieran dado cuenta de ello no se habrí­an perturbado, porque el regreso al Padre significa el cumplimiento pleno de la misión. Pero ¿por qué, en este contexto, Jesús dijo que el Padre mayor es que yo? No se debe aislar del contexto, sino verse a la luz del regreso de Jesús al Padre. Su actual posición en la tierra era menos que la posición glorificada del Padre en los cielos. Era parte de la misión de Jesús el aceptar esa posición inferior. Pero las palabras también se deben entender a la luz de las reiteradas afirmaciones hechas por Jesús de que él cumplí­a la voluntad del Padre. Este versí­culo se debe comparar con 10:30. Hay un estrecho paralelismo entre 13:19 y el v. 29, donde nuevamente el fin en vista era el de alentar a los discí­pulos a la fe.
El prí­ncipe de este mundo (30) se ve como un agente activo en la pasión que se acercaba (aunque cf.cf. Confer (lat.), compare 12:31 para la predicción de su derrota). Jesús tení­a plena conciencia de las poderosas fuerzas que le acosaban. Pero sabí­a que el demonio no tiene nada de poder sobre él; no podrí­a alterar los planes del Padre. Parte de la misión de Jesús era enseñar al mundo sobre su amor por el Padre (31). Era difí­cil para los discí­pulos captar que esto pudiera ser cumplido por medio de la cruz. El versí­culo final (31) tiene algo de enigmático, porque parece ser el final del discurso en el aposento alto. Es posible considerar el resto del discurso como teniendo lugar al aire libre, aunque en 18:1 se dice de Jesús que salió con sus discí­pulos y serí­a necesario suponer que los caps. 15–17 fueron dichos en el camino al valle del Quedrón. Algunos han pensado que el cap. 14 debe estar luego del 17, pero no hay evidencia para tal arreglo. La única otra alternativa es suponer que 14:31 implica una intención que sólo fue cumplida más tarde. En su conjunto, la primera sugerencia es la que enfrenta menos dificultades.

15:1-17 La alegorí­a de la viña

No es claro, en la narración, dónde estaba Jesús cuando dio esta enseñanza. Si 14:31 marca el punto de partida del aposento alto, es posible que Jesús y sus discí­pulos estuvieran pasando junto a una vid que fue usada como ilustración espiritual. Yo soy la vid (1) es el último de los grandes dichos †œYo soy† en el Evangelio de Juan. Su significado puede apreciarse frente al trasfondo de la idea del ATAT Antiguo Testamento de Israel como una viña (Sal. 80:8–16; Isa. 5:1–7; Eze. 15:1–6; 19:10–14). Jesús era la vid verdadera en el sentido de ser genuino en comparación con Israel que no habí­a actuado en armoní­a con su llamamiento. Jesús era la realidad de la cual Israel era el tipo. El labrador, identificado con el Padre, serí­a responsable del cuidado de la vid. La figura muestra cuán estrecha es la relación entre Jesús y el Padre. Como el propósito de la vid es producir fruto, el foco de atención recae en las ramas y lo que necesitan para dar seguridad de una buena cosecha. (2) La operación más importante para mantener fructí­fera una vid es la poda. Una rama completamente infructí­fera no es digna de su lugar en la vid y debe ser removida, mientras que las ramas débiles pueden ser fortalecidas al ser podadas. Entre los discí­pulos, Judas fue removido, mientras que los otros debieron soportar experiencias de †œpoda† antes de producir fruto después de Pentecostés. Como Jesús habló de su palabra como medio de poda, podí­a hablar como si sus discí­pulos ya hubieran sido podados (3), aunque era claro que el proceso estaba lejos de haber sido completado.
Puesto que las ramas no unidas a la vid no tendrán posibilidad de producir fruto, es imprescindible que los discí­pulos permanezcan en él (4). El principal propósito de la alegorí­a de la vid es el de subrayar la importancia de la dependencia de él. El v. 5 subraya la impotencia de los discí­pulos separados de Jesús. El ser †œechado fuera† del v. 6 es el complemento de la poda del v. 2. No hay necesidad aquí­ de considerar que el fuego sea algo más que un ví­vido detalle de la parábola. Estas ramas que necesitan ser cortadas están destinadas a la hoguera. Pero la aplicación de la ilustración se encuentra en el v. 7, donde la permanencia en la vid está estrechamente ligada a la oración. Quienes estén debidamente cerca de la vid no querrán pedir sino aquello que esté acorde con la vid misma. Este párrafo termina (8) con un nuevo énfasis en la necesidad de fructificar; no es un fin en sí­ mismo, sino que su razón de ser es traer gloria al Padre.
El segundo párrafo de esta sección desarrolla algunos de los temas del primero, especialmente la estrecha relación entre Jesús y sus discí­pulos. Primero, el amor del Padre por el Hijo es el modelo para el amor del Hijo por sus discí­pulos (9). Segundo, la obediencia del Hijo al Padre es el modelo de la obediencia de los discí­pulos al Hijo (10). Tercero, la necesidad de permanecer en su amor se repite tres veces en los vv. 9, 10. Cuarto, el gozo del Hijo es la base para el gozo de los discí­pulos (11). Teniendo en cuenta la proximidad de la pasión esto es especialmente agudo (pero cf.cf. Confer (lat.), compare Heb. 12:2).
Luego Jesús enfocó el poder del amor. Este debe ser mutuo (12); una vez más el modelo es el amor de Jesús por sus discí­pulos. Que Jesús mismo estaba pensando en su cercana pasión se ve en los dichos sobre el mayor amor en los vv. 13, 14 porque él estaba a punto de dar su vida por sus amigos, un acto de sacrificio que ellos no eran capaces de apreciar aún. El cambio de relación de siervos a amigos es significativo. La diferencia no está en un cambio de actitud —ambos deben obedecer (14)— sino en la comunicación. Mientras que los siervos obedecen ciegamente, los amigos son llevados a la confianza (15). Aunque la afirmación de que os he dado a conocer todas las cosas que oí­ de mi Padre aparece como un acto completo, la revelación no se entendió plenamente hasta después de la muerte y resurrección de Jesús (cf.cf. Confer (lat.), compare 16:12). El Espí­ritu habrí­a de ser el intérprete. Para que los discí­pulos no pensaran que habí­an ganado un favor especial, Jesús les recordó que él los habí­a escogido y no a la inversa. Pero el propósito de esta elección era de llevar fruto, lo que en este contexto posiblemente será llevar a otros a Cristo. Nótese que la promesa de que el Padre contestará la oración es un resultado de su elección y no la consecuencia de haber llevado fruto. El v. 17 subraya al 12. Puede parecer extraño pensar en el amor como un mandamiento, pero esta idea se destaca en este pasaje.

15:18-16:33 Otras enseñanzas para los discí­pulos

15:18—16:3 La hostilidad del mundo. En la sección anterior Jesús habló del poder del amor. Luego volvió el pensamiento al poder del odio, advirtiendo a sus discí­pulos sobre la oposición que vendrí­a de parte del mundo. El mundo aquí­ es el orden moral alejado de Dios, como en el resto del Evangelio. Hay un gran abismo entre el amor del mundo por los suyos y su odio a todos los que se colocan del lado de Jesús (18, 19). El principio en acción aquí­ es que los semejantes se atraen y los opuestos se rechazan. Jesús señaló una razón espiritual para el odio del mundo. En el v. 20 Jesús recordó a los discí­pulos de una afirmación que ya habí­a hecho antes (cf.cf. Confer (lat.), compare 13:16). Los siervos no pueden esperar mejor trato que su señor. El pasaje previo está relacionado con la humildad; aquí­ tiene que ver con la manera en que el mundo los tratará. La segunda cláusula †œsi† (si han guardado mi palabra) introduce una condición no cumplida, por lo tanto, los discí­pulos no podí­an esperar que el mundo obedeciera sus enseñanzas. Sin embargo, si el significado es que algunos responderán a los discí­pulos, se evitarí­a la conclusión de que es imposible que responda alguien en el mundo.
La persecución surge de la ignorancia (21), el fracaso en reconocer que Jesús estaba cumpliendo la obra del Padre. Sin embargo, no tienen excusa (22). La venida de Jesús ha echado sobre sus oyentes una responsabilidad moral. Por supuesto, el pecado existí­a antes que Jesús viniera, pero el pecado de no reconocer el propósito del Padre en la misión del Hijo producí­a la culpa. La gente se negaba a reconocer la plena revelación de Dios. El v. 24 vuelve al tema del odio y entonces señala el pecado de ignorar el carácter único de las obras de Jesús. De hecho, Jesús expresó con fuerza el rechazo de ellos en términos de odio (24). Se cita la Escritura (cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 25:19; 69:4) para apoyar esta interpretación.
Hay una estrecha relación entre la referencia siguiente al Espí­ritu Santo y el contexto previo. Jesús querí­a volver a asegurar a los discí­pulos que el Espí­ritu les testificarí­a a ellos como ellos testificarí­an de Jesús (26, 27). Lo más importante de esta afirmación es que el Espí­ritu procede del Padre. Esto debe ser entendido en el contexto de la misión de Jesús más bien que como una procedencia externa como fue entendido por los Padres griegos. A la luz del v. 27 es claro que esta función prometida del Espí­ritu fue primaria y primordial para los discí­pulos. Habí­an estado con Jesús y tení­an la responsabilidad de ser testigos oculares de los hechos históricos. Pero la promesa tiene una aplicación más amplia para todo lugar donde alcance el testimonio cristiano.
La persecución venidera (16:1–4) se menciona aquí­ más especí­ficamente. La advertencia se dio a fin de preparar a los discí­pulos para los hechos futuros. El verbo traducido escandalicéis (1) signifi-ca lit.lit. Literalmente †œenfrentarse con un obstáculo†, o sea la oposición judí­a. La expulsión de la sinagoga (2) se refiere a la excomunión, algo que atemorizarí­a a cualquier judí­o piadoso porque significaba ser cortado de una apreciada herencia. Esta era una amenaza que todos los primeros cristianos judí­os tení­an que enfrentar. La convicción de que para los cristianos la persecución se verí­a como servicio a Dios se ilustra ví­vidamente en el caso de Pablo (Hech. 9:1, 2; 26:9–11). La inconsecuencia de tal actitud básicamente es por no conocer al Padre ni al Hijo (3). De hecho, habí­a una seria falla en su pensamiento; se estaban engañando a sí­ mismos. La distinción en el v. 4 entre la primera y la última revelación de Jesús sobre las persecuciones que se acercaban está ligada con la venida del Espí­ritu. Esa era la hora mencionada aquí­.
16:5–15 La obra del Espí­ritu Santo. Pareciera haber una contradicción entre el v. 5 y el 13:36 y 14:5, dado que en esos casos Pedro y Tomás sí­ preguntaron adónde iba Jesús. Pero debemos considerar los distintos contextos. Aquí­ Jesús estaba preocupado con el cumplimiento pleno de toda su misión. Los discí­pulos tení­an comprensión insuficiente para inquirir sobre esto. Ni Pedro ni Tomás habí­an captado antes el pleno significado de su pregunta. Ahora los discí­pulos estaban sumergidos en una perplejidad aun mayor por las nuevas revelaciones de Jesús. Este comentó que vuestro corazón se ha llenado de tristeza (6). A fin de aliviarla, Jesús les aseguró que su partida serí­a de beneficio para ellos. Una vez más, la respuesta se encuentra en la venida prometida del Espí­ritu; éste es el cuarto dicho sobre el Paracleto. Hay una estrecha relación entre Jesús y el Espí­ritu (7). La alusión es primordialmente a la venida del Espí­ritu en Pentecostés lo que fue posterior a la pasión y resurrección de Jesús. La acción del Espí­ritu serí­a la de con vencer. Puesto que la palabra gr. precede a una preposición que significa †œen vista de†, seguida por tres sujetos diferentes, el acto de convicción se relaciona con los tres (8). El primero, el pecado, es menos difí­cil que los otros dos. El significado debe ser que el Espí­ritu convencerá al mundo de pecado, justicia y juicio. El mundo no tiene una verdadera comprensión de la naturaleza del pecado, pero el Espí­ritu mostrará a la gente que son pecadores debido a su incredulidad frente a Cristo (9). El Espí­ritu también convence de justicia (10), una idea inesperada hasta que se reconozca que la idea del mundo en cuanto a la justicia es muy diferente de la de Dios. Sólo cuando el mundo sea convencido de lo vací­o de su propia justicia apreciará la justicia de Cristo, que ha sido reivindicada por su exaltación. La tercera actividad del Espí­ritu es la de convencer de juicio (11). Una vez más, el juicio del mundo es errado, al basarse en el prí­ncipe de este mundo, pero como éste está condenado, el método de juicio del mundo queda expuesto. El mundo está condenado al mismo tiempo que su prí­ncipe.
El quinto dicho sobre el Paracleto, que sigue directamente al cuarto, se enfoca en la obra del Espí­ritu en la revelación. Toda la verdad (13) se refiere a la plena revelación que viene por medio de Jesucristo. El Espí­ritu guí­a sólo en armoní­a con su propia naturaleza, o sea la verdad. El pronombre masculino se usa aquí­ para señalar la personalidad del Espí­ritu como guí­a. Además, no habla por su propia autoridad sino sólo de lo que oye, una clara alusión a la estrecha relación entre el Espí­ritu y aquel que lo enví­a. ¿Cuáles son las cosas que han de venir? No es probable que sean eventos del futuro distante. Es preferible ver aquí­ una alusión a la más plena revelación que seguirí­a al derramamiento del Espí­ritu. Su obra es la de glorificar a Cristo (14), una importante comprensión de su obra que excluye cualquier glorificación del Espí­ritu. Esto se subraya en el v. 15 y se ilustra abundantemente en este Evangelio.
16:16–24 Dolor transformado en gozo. La afirmación del v. 16 prosigue con el indicio ya dado en 13:33 de que habrá un poquito que tendrá un desenlace radical. Como aquí­ se menciona un poquito dos veces, es mejor pensar en términos de la muerte y resurrección de Jesús. La perplejidad de los discí­pulos en los vv. 17, 18 es comprensible, aunque no es claro por qué no hicieron preguntas directas a Jesús. Cuando él contestó a su inexpresada confusión (19), volvió a repetir un poquito. El comentario de Juan sobre la falta de comprensión de los discí­pulos refleja un conocimiento estrecho de sus pensamientos en aquel momento. En la respuesta a su perplejidad, Jesús les recordó nuevamente de la angustia venidera (20), pero esto fue a fin de agregar la promesa del gozo que vendrí­a des pués. Hay un ví­vido contraste entre el gozo del mundo y el de los discí­pulos. La transformación de la angustia en gozo se ilustra por la metáfora de la mujer que da a luz. Es una ley universal que los dolores de parto son olvidados una vez que se capta el gozo de un nuevo nacimiento (21). El mismo principio de tristeza que se convierte en gozo se aplicó a los discí­pulos (22). La principal caracterí­stica de ese gozo será la seguridad. El gozo será tan duradero que ningún grado de oposición podrá destruirlo. En aquel dí­a (23) se refiere al tiempo cuando la plena implicación de la resurrección se les habrá esclarecido; entonces serán innecesarias las preguntas tales como la del significado de las enigmáticas afirmaciones de Jesús sobre su partida. También habrá un cambio de procedimiento: se lo pedirán al Padre (23). La importancia de esta referencia a la oración se ve en el uso de la fórmula de cierto, de cierto os digo. La oración llegó a ser más vital después de la partida de Jesús. Se ve como el me dio de asegurar una continua plenitud de gozo (24). Lo que sugiere es que hasta entonces los discí­pulos no se habí­an dirigido al Padre en el nombre de Jesús como aprenderí­an a hacer después de la resurrección.
16:25–33 Confusión transformada en fe. La palabra del v. 25 traducida en figuras ya ha sido usada en 10:6 para describir la ilustración del rebaño. Más que una contradicción, hay un paralelo entre el hecho de que Jesús hablaba en parábolas a las multitudes galileas y en lenguaje directo a los discí­pulos (Mar. 4:33, 34), y el hecho de que usara un lenguaje oscuro antes de la pasión y resurrección y la revelación más clara que vendrí­a después. El lenguaje debe ser adecuado según la capacidad de los oyentes. La hora se refiere a Pentecostés, después de lo cual el Espí­ritu hablarí­a claramente a sus discí­pulos. Las palabras de los vv. 26, 27 sugieren que Jesús querí­a que los discí­pulos supieran que la oración en su nombre serí­a respondida a causa del amor del Padre por ellos. Con tal amor, ellos tendrí­an un acceso directo al Padre. Es notable que se diga que el amor de los discí­pulos por Jesús es la base del amor del Padre. El hecho es que su amor por Cristo y su fe en él es una evidencia llamativa del amor de Dios por ellos. La afirmación complementa el pasaje de 15:9–16. La misión de Jesús y su consumación se expresa en forma concisa en el v. 28.
La sección final de este capí­tulo revela un nuevo caso de incomprensión de parte de los discí­pulos. Pensaban que entendí­an (29), pero Jesús volvió a mostrarles su futuro fracaso para apoyarle. Su fe se basaba en el hecho de que creí­an que Jesús estaba hablando claramente y no necesitaba que nadie le hiciera preguntas. La base era totalmente inadecuada, pero llegaron a una conclusión correcta, o sea que Jesús vino de Dios (30). Las palabras de Jesús en el v. 31 ¿ahora creéis?, que podrí­an ser una afirmación (Besson) o una exclamación, lo que podrí­a dar a entender que, aunque ahora creí­an, vendrí­a un tiempo de prueba. El v. 32 debe haber sido una sacudida después de su expresión confiada de fe: ellos iban a abandonar a Jesús. Sin embargo, el Padre no lo abandonarí­a. De ese modo Jesús los desafió gentilmente a probar su declaración de fe. Sin embargo, él miraba más allá de esa deserción, viendo la restauración, un tiempo cuando alcanzarí­an la paz en un mundo hostil por medio de la victoria de Cristo sobre él (33).

17:1-26 La oración de Jesús

17:1–5 Oración de Jesús por sí­ mismo. Las palabras iniciales del v. 1 dejan en claro que hay una estrecha relación entre la oración y el discurso precedente. El tema principal de esta parte de la oración es la gloria. La hora es la de la pasión y resurrección, que es el camino a la gloria. El proceso de glorificación se da por sentado pero no declarado. En este Evangelio muchas veces la cruz se relaciona con la gloria. Pero aquí­ lo fundamental es la mutua glorificación del Padre y el Hijo. Anterior mente en el Evangelio se menciona la autoridad que se inviste en el Hijo por el Padre y se repite aquí­ (2). Se dice que el propósito es el de dar vida eterna a los que el Padre le ha dado. Aquí­ hay un sentido de que el resultado de la misión no puede fallar porque está en manos del Padre. La implicación de la vida eterna es que Dios y Cristo pueden ser conocidos (3). El tí­tulo único Dios verdadero no se encuentra en otra parte de Juan, y aquí­ intenta hacer un contraste con los muchos dioses falsos contemporáneos. Es la única ocasión cuando se registra que Jesús haya usado el tí­tulo Jesucristo. Los vv. 4, 5 resumen el tema de la gloria. Cuando Jesús dijo yo te he glorificado, surge la pregunta de si en su pensamiento estaba incluyendo la gloria que llegarí­a por medio de la cruz, aun cuando ésta todaví­a no habí­a tenido lugar. Como tení­a muy presente el tiempo apropiado, todo lo que ello implicaba debí­a haberse incluido en la afirmación presente. La obra sólo se cumplió después de tener lugar la pasión. Las palabras la gloria que yo tení­a en tu presencia antes que existiera el mundo (5) deben señalar a la preexistencia del Hijo y a la realidad de la encarnación. Jesús estaba volviendo al Padre donde él pertenecí­a.
17:6–19 Oración de Jesús por sus discí­pulos. El primer tema de esta parte de la oración es la revelación de Jesús a los discí­pulos. Las palabras he manifestado (o revelado) resumen todo el ministerio de Jesús. El tema de la revelación en gr. es †œtu nombre†. Aunque algunas traducciones suprimen nombre es mejor retenerlo por la repetición en el v. 12, aunque reconociendo que la idea de nombre in cluye la naturaleza. Lo más probable es que aquí­ el nombre a que se refiere sea el del Padre. El v. 6 sugiere que los discí­pulos ya pertenecí­an al Padre antes de que Jesús los eligiera. Nótese el énfasis sobre la obe diencia como una caracterí­stica de los escogidos. El v. 7 tiene un léxico extraño (todo lo que me has dado procede de ti), pero subraya el propósito so berano de Dios. Un nuevo desarrollo se encuentra en el v. 8, donde el conocimiento lleva a la fe. Por supuesto, esa fe estaba aún en su infancia, pero Jesús miraba hacia su desarrollo. Cuando declaró no ruego por el mundo (9), se basó sobre el hecho de que el Padre no le habí­a dado el mundo. Esta antí­tesis entre su propio pueblo y el mundo es un tema dominante en este Evangelio. La idea de don y posesión se subraya nuevamente en el v. 10, como el tema de la gloria presentado desde la sección inicial de la oración. Debe admitirse que Jesús habí­a recibido muy poca gloria de los discí­pulos hasta entonces, pero una vez más él parece estar proyectando su pensamiento al futuro.
Luego sigue una oración especí­fica por la protección de los discí­pulos (11, 12). Jesús se dirige a Dios como Padre santo, lo que es único en este contexto. El pedido por la protección se basa en la frase en tu nombre que parte de la fuerza que tiene en gr. esa expresión; por eso, DHHDHH Dios Habla Hoy tiene †œpor el poder de tu nombre†, como otras traducciones. Aunque estas pueden ser correctas, la comprensión más natural de en en gr. es el †œen† castellano en el sentido de los discí­pulos estando en †œti†, o sea de acuerdo con el carácter de Dios.
La oración por la unidad establece un nivel elevado, no menos que la unidad entre Dios y Jesús. Es importante notar que la verdadera unidad es posible sólo en el nombre, o sea alineado con el propósito de Dios en Cristo. Habiendo orado para que el Padre protegiera a los discí­pulos, Jesús declaró que él los habí­a protegido (12). Es como si estuviera devolviendo la tarea a Dios. La excepción era Judas, que aquí­ se menciona como el hijo de perdición. La expresión vuelve a aparecer en 2 Tes. 2:3, como †œhijo de iniquidad†. En gr. hay un juego de palabras entre †œperdió† (apoleto) y †œperdición† (apoleias), destacando el contraste entre Judas y los demás apóstoles. La referencia a la Escritura en el v. 12 posiblemente es una alusión al Sal. 41:9.
En la expresión mi gozo completo, el posesivo †œmi† es enfático. No se puede concebir una perspectiva mayor. En estos versí­culos (13–18), hay otro fuerte contraste entre los discí­pulos y el mundo. Hay otro contraste entre no son del mundo (14, 16) y no †¦ los quites del mundo (15). El peso de la oración es pidiendo protección del maligno. Jesús menciona dos veces tu palabra (14, 17) como un agente poderoso. Primero, como el medio de desper tar el odio del mundo; segundo, como medio de santificación. La palabra resume aquí­ todo el mensaje de Dios en la enseñanza de Jesús, que los apóstoles debí­an proclamar al mundo. El v. 19 habla de la consagración de Jesús a su tarea a fin de lograr la santificación de sus discí­pulos. Ellos obtendrí­an fortaleza por medio de su ejemplo.
17:20–26 Oración de Jesús por la iglesia. Hasta ahora Jesús se ha concentrado en aquellos a quienes habí­a enseñado, pero luego pasó a aquellos que creerí­an por el testimonio de los discí­pulos (20). No hizo diferencia entre los que le habí­an oí­do personalmente y los que le han oí­do por medio de otros. Para ambos, el ora por la unidad. Una vez más el modelo para la unidad es la relación entre el Padre y el Hijo (21), pues la base está en permanecer en el Padre y en el Hijo, y el propósito es evangelí­stico (21, 23). Aquí­ el ciclo es el de la fe que lleva a la unidad que lleva a otros a la fe. Otro aspecto del tema de la unidad es la gloria, tema que se sigue repitiendo desde las palabras iniciales hasta esta oración. La sugerencia es que la gloria de Cristo engrendra unidad. No sólo debe ser completa, sino que debe mostrarse al mundo. Si nos de tenemos a pensar en el historial de desunión de la iglesia, fácilmente podemos ver cuán lejos hemos caí­do de los requerimientos de Jesús.
Jesús desarrolló el tema de la gloria (24), relacionándolo con el amor del Padre hacia él desde antes de la fundación del mundo, un eco del tema de la preexistencia ya visto en el v. 5. Los versí­culos finales (24–26) continúan desde el v. 24, pero también forman un clí­max acertado para toda la oración. Al dirigirse a Dios como Padre justo, enfatiza la justicia de su visión del mundo. Una vez más observamos el fuerte contraste entre el mundo y los discí­pulos. Para que el amor con que me has amado esté en ellos significa que ellos puedan reflejar el amor del Padre por medio de su amor a Jesús y a otros. De ese modo la oración termina con el pedido de que Cristo more en los creyentes.
18:1-21:25 RELATOS DE LA PASION Y RESURRECCION

18:1-11 La traición
Aunque hay ciertos puntos de contacto entre el relato de Juan y el de los Sinópticos, este registro de la traición es mayormente peculiar de Juan. Sólo él menciona el nombre del valle donde estaba situado el huerto, mientras que los Sinópticos nos dicen que el huerto se llamaba Getsemaní­. Aunque Juan no menciona la agoní­a en el huerto, sabí­a de ella (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 11). Su comentario de que Judas conocí­a el lugar porque los discí­pulos a menudo habí­an estado reunidos allí­ con Jesús, parece ser la observación de un testigo ocular. El intento de la compañí­a de soldados (3) debió ser el de mantener el orden aumentando la policí­a del templo. Jesús no esperó a que Judá lo identificara, sino que se adelantó y se dirigió a los soldados y policí­as (4). El †œYo soy† del v. 5 no parece tener las mismas implicaciones de los dichos anteriores, aunque el hecho de que los interrogadores cayeron hacia atrás (6) sugiere que quedaron abrumados por algo más que un simple asentimiento de identidad. Sin embargo, su vacilación fue temporaria. No hubo un reconocimiento duradero del carácter extraordinario de Jesús. Su pedido de que se permitiera que los discí­pulos se fueran (8) se encuentra sólo en Juan. El v. 9 se ve como un cumplimiento de la afirmación de Jesús en 17:12. Es sorprendente que Pedro estuviera llevando una espada (10). Posiblemente fuera algún tipo de daga. El acto de golpear la oreja del siervo fue claramente algo desesperado, valiente pero inútil. Sólo Juan menciona el nombre del siervo. La referencia a la copa (11) parece ser una clara alusión a la experiencia de Getsemaní­ registrada por los Sinópticos (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 26:39, 40). Pedro no habí­a captado la decisión de Jesús de seguir adelante con su misión.

18:12-19:16 El juicio

18:12–27 El juicio judí­o. El principal interés de este relato del arresto está en la referencia a Caifás como sumo sacerdote de aquel año (13) y el recor datorio de Juan del incidente anterior que involucraba a Caifás (11:49–51). Anás, suegro de Caifás, habí­a ejercido previamente la función de sumo sacerdote y aún tení­a considerable influencia. Se menciona la reacción de sólo dos de los discí­pulos: Simón Pedro y otro discí­pulo (15). El último bien puede haber sido Juan, aunque su relación con el sumo sacerdote es difí­cil de explicar. Por medio de este discí­ pulo Pedro tuvo acceso al patio. En el relato de Juan, la triple negación de Pedro es puntualizada por el interrogatorio del sumo sacerdote a Jesús (19–24). Además de la referencia aquí­ al fuego, éste sólo se menciona en Luc. (Luc. 22:56). Sólo Juan hace notar el frí­o (18).
La respuesta de Jesús (20) al interrogatorio sugiere que el sumo sacerdote estaba tratando de averiguar alguna enseñanza secreta que Jesús hubiera dado a sus discí­pulos. El v. 20 serí­a un fuerte contraste a tal sugerencia. Si el sumo sacerdote querí­a evidencia, hubo amplia oportunidad para buscarla de entre los testigos. Este habrí­a sido el procedi miento normal en un juicio conducido correctamente. Por cierto, los testigos de la defensa debieron haber sido llamados antes. Puede ser que Anás no consideraba que su examen era de orden oficial y que, por ello, no estaba obligado por las reglas legales. La bofetada de parte del oficial era otra irregularidad. El comentario de Jesús en el v. 23 era una tranquila demanda de una audiencia correcta. Pero las intrigas de sus opositores ya estaban en acción en contra de ello. Algunos ven una dificultad en la referencia al sumo sacerdote (Anás) en el v. 22 y la pos terior en el v. 24 (Caifás). Es probable que Anás retuviera el tí­tulo aunque no la función.
La tercera persona que desafió a Pedro (25–27) era un familiar del hombre cuya oreja habí­a cortado. Los Sinópticos no mencionan esto. Por el otro lado, Juan omite las blasfemias y maldiciones, seguidas por las amargas lágrimas.
18:28–40 El juicio ante Pilato. El relato de Juan sobre Jesús ante Pilato es más detallado que el de los Sinópticos. Destaca la ironí­a del contraste entre la escrupulosidad de los judí­os referente al guardar el sábado y su falta de ella para manipular el sistema y para lograr sus propios fines. El primer episodio ocurrió fuera del pretorio (la residencia del gobernador). Pilato examinó tanto al acusado co mo a los acusadores. Permaneciendo fuera de la columnata, los judí­os evitaban la impureza ritual (28). Pero ellos ya estaban impuros en sus corazones por su complot contra Jesús. El pedido de Pilato de saber las acusaciones era perfectamente razonable (29), pero la respuesta de los acusadores fue meramente evasiva e insolente (30). Aunque el Sanedrí­n tení­a poder para condenar a un hombre a muerte, se requerí­a que obtuvieran la sanción del gobernador (31). El comentario de Juan en el v. 32 implica que, dado que Jesús habí­a predicho su muerte por crucifixión, los hechos fueron guiados para dar su cumplimiento.
El segundo episodio de este juicio, una conversación entre Pilato y Jesús, ocurrió dentro del Pretorio. La pregunta de Pilato en el v. 33 debe entenderse como que significa: †œ¿Pretendes ser el rey de los judí­os?† La noción de realeza probablemente estaba en la acusación del Sanedrí­n para implicar al gobernador. Pero Jesús dejó en claro que este concepto de realeza diferí­a del que tení­a Pilato. Si su reino fuera realmente una amenaza para el imperio, seguramente Jesús hubiera organizado una revuelta. El sentido es claro; el reino de Jesús era de un orden diferente de los reinos de este mundo (36). Un reino espiritual no necesita ser apoyado por la fuerza fí­sica.
Hay un elemento de desprecio en la pregunta de Pilato (37), pero no estaba preparado para la respuesta de Jesús cuando introdujo el concepto de verdad. Esta es la única referencia directa al nacimiento de Jesús en este Evangelio. Puesto que un reino de este mundo no está generalmente relacionado con la idea de verdad, la pregunta de Pilato ¿qué es la verdad? es comprensible, aunque sea claro que no la hizo con interés sincero de saber la respuesta. Sin embargo, no reconoció que hubiera base para la seria acusación que presentaban contra Jesús sus acusadores. La debilidad de carácter de Pilato se ve en el conflicto entre su juicio sobre la inocencia de Jesús y sus propuestas a los judí­os en el v. 39. En la pregunta ¿queréis, pues, que os suelte al rey de los judí­os?, Pilato usó adrede el tí­tulo rey, sin duda para mostrar su desprecio por los judí­os. La palabra usada para describir a Barrabás es lit.lit. Literalmente asaltante, como en la RVARVA Reina-Valera Actualizada, pero habí­a llegado a incluir a los terroristas polí­ticos. Un hombre violento era preferible al rey de la verdad.
19:1–16 Pilato sentencia a Jesús. Pilato cedió ante los acusadores y permitió los azotes y las burlas (1–3). Aunque probablemente pensó que los azotes a Jesús avergonzarí­an a los acusadores co mo para desistir de mayores demandas, esa acción era totalmente injustificada. Pero como volvió a afirmar la inocencia de Jesús después de ella (4), pareciera que lo consideraba como una alternativa a la crucifixión. El tiempo imperfecto de los verbos en el v. 3 sugiere una sucesión de actos de homenaje burlesco. El fracasado intento de Pilato de apelar a la piedad de la gente (5) es otra patética evidencia de su inconsistencia y debilidad. No se puede saber qué significado daba a su afirmación ¡he aquí­ el hombre! (5), pero las palabras tení­an mayor significado de lo que él sabí­a, porque en su humillación Jesús era el hombre representativo, colocado en lugar de los demás. En todos los relatos el clamor de ¡crucifí­cale! (6) sigue a la propuesta de Pilato de liberar a Jesús. Sus palabras ofrecien do que ellos lo crucificaran eran irónicas, porque sabí­a que los judí­os no tení­an poder para hacerlo. Entonces los acusadores introdujeron una acusación religiosa basada en una apelación a su propia ley. Pilato se atemorizó ante la referencia a la ley, porque la polí­tica romana era la de mantener las costumbres y leyes locales. Sin embargo, el misterioso reclamo de ser el Hijo de Dios debe haberlo confundido más, lo que lo llevó a preguntar: ¿De dónde eres tú? (9), pregunta a la que Jesús contestó con el silencio. Era algo irrelevante para la acusación. Pero la negativa de Jesús a contestar impulsó a Pilato a recordarle de su autoridad (10). Sin embargo, Jesús corrigió la idea de autoridad de Pilato. Este debe haberla tenido de parte del emperador, pero no alcanzaba para el destino final (11). Jesús sabí­a que to da la obra de la redención no descansaba en la despótica acción del gobernador romano. La mayor culpa era de Caifás.
Los nuevos intentos de Pilato para liberar a Jesús y su capitulación ante la amenaza de ser desleal al César llevan el relato del juicio a su fin. La referencia a César terminó el tema para Pilato. Su actuación habí­a sido tal que no podí­a arriesgarse a ningún informe de este tipo que llegara al emperador (cf.cf. Confer (lat.), compare Luc. 13:1). Estaba más preocupado con su propia posición que por la justicia. El Enlosado (13) era una parte empedrada frente al pretorio. Esa condena de Jesús fue oficial como se ve en la referencia al tribunal. En el v. 14 Juan menciona el dí­a de la Preparación de la Pascua y la hora (como la hora sexta), debido a que para él la relación de la muerte de Jesús con la Pascua judí­a era significativa. Más tarde Jesús fue considerado como el verdadero cordero pascual. La pregunta de Pilato: ¿He de crucificar a vuestro rey? (15) fue intencionalmente provocativa. Produjo de parte de los sacerdotes una confesión de lealtad al César que Pilato no podí­a pasar por alto. Aquí­ hay una profunda ironí­a: estaban declarando más lealtad que el mis mo gobernador. Pero su declaración significaba la rendición final ante Roma de los representantes oficiales de Israel, que no reconocí­an a otro señor que Dios mismo.

19:17-37 La crucifixión

El hecho de que Jesús fuera obligado a llevar su propia cruz muestra que fue crucificado como un criminal común (17). Juan no menciona que Simón le ayudó a llevarla (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 27:32; Mar. 15:21; Luc. 23:26), pero el traspaso debe haber ocurrido en el camino al Gólgota. Aunque Juan menciona que otros dos fueron crucificados con Jesús (18), no da detalles de las acusaciones contra ellos. Por otro lado, sólo Juan relata que Pilato fue responsable del letrero fijado sobre la cruz. Hay ligeras variaciones en los diferentes registros de las palabras usadas allí­, pero todas concuerdan en que la inscripción contení­a la expresión REY DE LOS JUDIOS. Esta declaración causó resentidas protestas entre los sacerdotes, que provocaron la obstinación de Pilato (21, 22). Cuando Juan se refiere a los principales sacerdotes, la forma de las palabras contrasta fuertemente con el tí­tulo usado para Jesús.
Las vestiduras del condenado pertenecí­an a los soldados de servicio y de allí­ lo hecho en el v. 23. Juan ve un cumplimiento del Sal. 22:18, pero eso no se menciona en los Sinópticos. Hay alguna cuestión sobre si habí­a tres o cuatro mujeres junto a la cruz (25). Lo más razonable parece suponer que eran cuatro y que la hermana de su madre era Salomé. Una comparación con Mar. 15:40 sugiere que la madre de Jacobo y Juan mencionada allí­ era la mujer de Cleofas que se menciona aquí­. El acto de Jesús al dirigirse a su madre y a su discí­pulo amado (26, 27) muestra su tierna consideración por ella en la hora de su más grande tribulación.
Los momentos finales de la vida terrena de Jesús fueron marcados por otros dos clamores, uno relacionado con su propia necesidad humana (tengo sed, 28) y el otro sobre la finalización de su misión (¡consumado es!, 30). Una vez más, Juan señala aquí­ un cumplimiento de la Escritura, posiblemente una alusión al Sal. 69:21. Se ha discutido sobre lo improbable de que una rama de hisopo pu diera sostener una esponja empapada en vinagre (29). Una explicación es que la palabra original haya sido hysso (†œjabalina†), pero es improbable; no hay evidencia textual y no es fácil que los solda dos tuvieran jabalinas alrededor de la cruz. Mar. 15:36 se refiere a una caña, que más probablemente podrí­a sostener una esponja. El vinagre pudo haber dado más fuerza para el clamor final.
El deseo de los judí­os de cumplir sus requisitos rituales (31) debe haber sido de doble importancia para ellos porque era el sábado que caí­a dentro de la fiesta de la Pascua. El brutal procedimiento de quebrar las piernas no era parte del castigo de la crucifixión, pero se usaba para acelerar la muerte (32, 33). Sin ello, la muerte podí­a retardarse algún tiempo, inclusive dí­as. El acto de perforar su costado y el fluir de sangre y agua (34) tení­a gran significado para Juan (35). Se han dado varias explicaciones sobre la sangre y agua pero la intención de Juan aquí­ es la de afirmar la realidad fí­sica de la muerte de Jesús, en contraste con el concepto de los docetistas, que pretendí­an que su muerte fue sólo una apariencia. Las palabras el que lo ha visto (35) han sido interpretadas ya como una referencia al autor mismo o a una tercera persona. No serí­a antinatural que un autor, que ha escondido cuidado samente su identidad, usara la tercera persona al referirse a su conocimiento personal del hecho. Su deseo de subrayar la verdad del tema era para llevar a otros a la fe. El adjetivo que se usa aquí­ para verdadero es el mismo que aparece en 15:1 para la vid. Los dos pasajes que Juan cita aquí­ muestran el cumplimiento de la Escritura y probablemente sean Exo. 12:46 y Zac. 12:10, aunque algunos han encontrado trazas de Núm. 9:12 y Sal. 34:20 en relación con el primer pasaje.

19:38-42 La sepultura
El relato juanino de la sepultura tiene importancia mayormente por su mención de la parte que le tocó a Nicodemo. Tanto él como José de Arimatea eran muy probablemente miembros del Sanedrí­n. Como tal, José pudo usar su rango para tener acceso al gobernador. Juan hace notar que José era un discí­pulo secreto, pero lo que él hizo no tení­a nada de secreto. Llegó a tener el suficiente valor como para solicitar a Pilato el cuerpo de Jesús. Normalmente los condenados por sedición eran echados en una tumba común, pero como Pilato aceptó el pedido esto puede sugerir que realmente él no aceptaba la acusación de sedición. Al mencionar a Nicodemo por segunda vez (39), Juan recuerda la entrevista anterior entre este hombre y Jesús (3:1–15; cf.cf. Confer (lat.), compare 7:50). En esta referencia, Juan hace notar que fue de noche, como si quisiera atraer la atención al hecho de que ahora Nicodemo habí­a salido de la †œnoche† en su relación con Jesús. El monto de las especias llevadas entonces era muy considerable y da un gran testimonio de la devoción de Nicodemo por Jesús. La mención no sólo de un sepulcro nuevo sino también de un huerto refleja la riqueza de José. El significado de la afirmación en el cual todaví­a no se habí­a puesto a nadie es para demostrar que el cuerpo de Jesús no entró en contacto con la corrupción, quizá en posible cumplimiento del Sal. 16:10.

20:1-29 La resurrección

20:1–10 La tumba vací­a. Juan es claramente selectivo en cuanto a los episodios de la resurrección que relata. Intenta ilustrar algunas de las lecciones espirituales aprendidas del evento. No es fácil combinar los varios sucesos relatados por los cuatro evangelistas, ya que Juan relata que Marí­a Mag dalena estaba sola en la tumba (1), mientras que Mat. y Mar. incluyen a otras mujeres. Sin embargo, todos concuerdan en que Marí­a Magdalena estaba allí­. Puede ser que las demás hubieran dejado a Marí­a en la tumba. Lo que le interesa a Juan es su encuentro con Pedro y el discí­pulo amado y sus conclusiones sobre la tumba vací­a. Esto prepara el camino para la aparición de Jesús a Marí­a. Al usar el plural (2), Marí­a estaba incluyendo a las otras mujeres que habí­an ido con ella. Todas habí­an llegado a la misma conclusión: que alguien habí­a robado el cuerpo. Por el otro lado, ella podí­a estar expresando lo que suponí­a que serí­a la opinión de Pedro y Juan. El autor da un toque ví­vido a la historia cuando recuerda que el otro discí­pulo superó a Pedro en la carrera, pero no entró en la tumba (3–5). Si ese discí­pulo era Juan, tenemos aquí­ un de talle de un testigo ocular. Presumiblemente Juan corrió más rápido por ser más joven. Ambos discí­pulos †œvieron† los lienzos pero en gr. se usan verbos diferentes para cada caso. El más fuerte, que im plica intensidad en la mirada es aplicado a Pedro, aunque sólo en el caso de Juan se dice que luego llegó la fe (8).
Juan nota especialmente la posición precisa de las ropas en la tumba. La prenda funeraria aislada que se usaba para la cabeza sugiere que Jesús salió de los lienzos sin desenvolverlos. Juan quizá tení­a en mente el contraste con la salida de Lázaro de la tumba todaví­a envuelto en los lienzos. La afirmación de que el otro discí­pulo vio y creyó (8) se de be interpretar contra el trasfondo de la fe más profunda que siguió a la aparición de Jesús a sus discí­pulos. Era el amanecer de una fe que iba a crecer. El comentario en el v. 9 es caracterí­stico de este Evangelio. La referencia puede ser a todo el ATAT Antiguo Testamento o a un pasaje en particular (Sal. 16:10 u Ose. 6:2 se han sugerido). Sólo más tarde los cristianos primitivos apreciaron la importancia del cumplimiento de la Escritura en la misión de Jesús.
20:11–18 Jesús se aparece a Marí­a. La fe aún no habí­a comenzado a aparecer en Marí­a. Estaba convencida de que el cuerpo habí­a sido robado (13). Los ángeles no le dieron palabras de consuelo, sino de suave reproche. No deberí­a haber estado llorando frente a la tumba vací­a, pero no habí­a ido más allá de la teorí­a del ladrón de tumbas. Primero pensó que el jardinero era el culpable (15). Es fácil entender que confundió a Jesús con el jardinero debido a sus lágrimas. Cuando Jesús le hizo la misma pregunta que los ángeles, abruptamente expresó su pedido del cuerpo de Jesús. En este punto, Jesús estarí­a a sus espaldas, pero se dio vuelta inmediatamente al reconocer su voz. El uso de su nombre por parte de Jesús muestra un toque de ternura. La palabra Raboni (16), que Juan traduce para beneficio de sus lectores gentiles, no es la más elevada confesión, pero demuestra una relación restaurada.
Lo más probable es que el verbo suéltame (17), tradicionalmente traducido †œno me toques†, deba entenderse en el sentido de †œno sigas aferrándote a mí­†. Esto no estarí­a en contradicción con la invitación a Tomás en el v. 27. Jesús implicaba que después de la ascensión habrí­a una relación diferente, pero no indicaba que después de ese evento se permitirí­a tocarle, porque es claro que eso no hu biera sido comprensible. El hecho es que †œtocar† no es la base para una fe permanente. En el caso de Tomás, estaba dudando de la realidad de los informes de la resurrección. Jesús dijo a Marí­a que hiciera saber que subo (más bien que †œvuelvo†) en el sentido de un proceso continuado que aún no habí­a alcanzado su clí­max. La distinción entre mi y vuestro en este versí­culo es significativo porque establece la filiación de Jesús sobre un nivel diferente que la de los apóstoles. Cuando Marí­a anunció su experiencia (18), estaba más impresionada con su encuentro con el Señor que con el mensaje sobre la ascensión.
20:19–31 Jesús aparece a los discí­pulos. En esta sección hay un rápido vuelco de la emoción temerosa (19) al gozo (20). La razón fue la declaración de paz del Señor resucitado. Las palabras ¡paz a vosotros! tienen la forma de un saludo común, pero en los labios de Jesús implicaban el otorgamiento de su propia paz a los discí­pulos como habí­a prometido previamente (14:27; 16:33). Es significativo que haya mostrado las manos y el costado a los discí­pulos porque así­ ellos no podrí­an tener dudas sobre la identidad de Jesús. Aun su cuerpo levantado llevaba tales pruebas. La repetición del don de la paz aumenta el énfasis de su importancia, especialmente como ella se ligaba con una comisión especí­fica (21). La implicación de estas palabras es que el enviar tení­a el propósito de cumplir nada menos que la comisión que Jesús habí­a recibido del Padre.
¿Cuál es la relación entre el v. 22 y el descenso del Espí­ritu en Pentecostés? Algunos ven dos venidas distintas del Espí­ritu, pero tal cosa no es probable. Es mejor considerar esta declaración como un anticipo de Pentecostés, aunque una entrega preliminar se implica en el contexto (el verbo empleado es el que se usa para †œrespirar† o †œexhalar†). Claramente los discí­pulos en este momento no recibieron la plena dotación, porque todaví­a les faltaba el poder que vino en Pentecostés. La venida del Espí­ritu aquí­ se vinculaba con el perdón de pecados (23). La promesa fue dada a todo el grupo de los discí­pulos (el verbo está en plural). Aunque per donar pecados no es parte del poder humano, la predicación del evangelio proclama tal perdón. Los verbos están en voz pasiva lo que sugiere que Dios es el que actúa. Quienes no respondan a la predicación del evangelio son dejados en sus pecados (les han sido retenidos, RVARVA Reina-Valera Actualizada; †œles quedarán sin perdonar†, DHHDHH Dios Habla Hoy). Sobre esta promesa, cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 16:18, 19; 18:18, 19.
20:24–29 Jesús se aparece a Tomás. Juan menciona aquí­ tanto el nombre arameo como gr. de Tomás, aunque ya se ha referido antes a este discí­pulo. Este episodio marca el clí­max, porque re gistra la incredulidad y luego la llegada a la fe de Tomás de una manera que ilumina el principal propósito del Evangelio (vv. 30, 31). No se expresa la razón por la ausencia de Tomás (24). Su enfática in credulidad del testimonio de los otros discí­pulos intensificó su percepción subsecuente de la naturaleza verdadera de Jesús (25). Querí­a una evidencia fí­sica que le convenciera de que el Cristo resucitado era el mismo Jesús que él habí­a conocido. Ocho dí­as después (26) era la forma gr. de expresar una semana lo que nos lleva al domingo después del de la resurrección. Las puertas cerradas mostraban el continuo temor de los discí­ pulos y la segunda declaración de paz de Jesús nuevamente se ve como un antí­doto.
La repetición exacta de las palabras de Tomás debe haber hecho una profunda impresión en aquel hombre. El Señor resucitado estaba mostrando simpatí­a hacia la incertidumbre de Tomás, pero no hay indicación alguna de que haya tocado realmente las heridas (27). La confesión: ¡Señor mí­o y Dios mí­o! (28) es notable por su comprensión teológica. Sea que Tomás entendió plenamente o no sus propias pala bras, esta indiscutiblemente elevada concepción de la naturaleza divina aporta una adecuada conclusión al registro de Juan del camino de la fe. Sin embargo, la debilidad de la confesión de Tomás se ve en que dependí­a de la vista. Jesús tuvo que hacer aquí­ una corrección mencionando la mayor bendición de aquellos que habí­an creí­do sin ver, lo que se aplica a todos los creyentes cristianos desde el tiempo de Jesús hasta hoy. Dependemos de evidencia segura (la Escritura, el testimonio de la iglesia a través de las edades, nuestras experiencias) pero no en el hecho de ver realmente a Jesús.

20:30-21:25 El epí­logo

20:30, 31 Declaración de propósito. Es claro que ha habido selectividad en el registro de los hechos en el Evangelio y que ellos llevan a un tipo especí­fico de fe en Jesús. La combinación de mesianismo y filiación divina resume el concepto de Jesús presentado en este Evangelio. La relación de fe con la vida es un resumen sucinto de la aplicación del Evangelio.
21:1-14 Jesús aparece a los discí­pulos junto al mar. Algunos eruditos han supuesto que este capí­tulo pertenece a otro autor, pero no hay evidencia en los mss.mss. Manuscritos de que el Evangelio haya circulado sin él. Aunque parece tener algo de la naturaleza de un pensamiento tardí­o, puede haber tenido la intención de corresponder al prólogo. No es probable que otro autor escribiera esta sección, dado que hay varios puntos de contacto en ella con el estilo y el lenguaje de los capí­tulos previos.
Los discí­pulos habí­an dejado Jerusalén y llegado a Galilea. Sólo en Juan aparece el nombre del lago como mar de Tiberias. No tenemos que dar un significado simbólico al hecho de que se mencionen siete discí­pulos en el v. 2. Es digno de notarse que no aparece el nombre de los hijos de Zebedeo, lo que concuerda con la idea de Juan, de que uno de ellos era el autor del Evangelio. Hay varios paralelos interesantes entre el episodio de la pesca y el de Luc. 5:1–11. La observación de Juan aquí­ de que habí­an pasado una noche sin resultados puede ser una sugerencia simbólica (aún era noche en el sentido espiritual), pero lo más probable es que fuera otra reminiscencia de un testigo ocular. Sin embargo, hay un evidente principio espiritual, porque la situación fue transformada por la presencia de Jesús.
El hecho de que los discí­pulos no reconocieran a Jesús hasta después de obedecer su mandato de echar la red del lado derecho del barco es sorprendente (4–6). Si no conocí­an su identidad, ¿por qué res pondieron a su orden? Probablemente estaban desesperados después de una noche infructuosa y estaban dispuestos a probar cualquier cosa. Pero el resultado fue considerable. El discí­pulo amado fue el primero que reconoció a Jesús, pero no hizo otra cosa que decí­rselo a Pedro, quien como siempre actuó impulsivamente para llegar cuanto antes a Jesús.
Hay toques ví­vidos que muestran a un testigo ocular en este relato, especialmente en el monto de la recolección de peces, la distancia desde la costa (8), el fuego con un pez y la orden de Jesús de que llevaran más (9, 10). La cantidad precisa de peces (11) es una buena información por la misma razón de que alguien estaba allí­ cuando contaron. Sin embargo, muchos eruditos han visto una razón más sutil para este detalle. Se ha hecho una sugerencia matemática ya que 153 es igual a la progresión de 1 + 2 + 3 †¦ + 17 o algún significado simbólico que relacione este episodio con la alimentación de los 5.000 (cinco panes más 12 cestas totalizan 17). Pero tales soluciones son mucho menos convincentes que la simple aceptación de un número preciso de peces. Que se trataba de una comida común se puede decir en base a la invitación de Jesús a los discí­pulos para que se unieran con él en el desayuno (12). La tercera vez (14) relaciona este hecho con las demás apariciones de Jesús a un grupo de discí­pulos; los otros casos están relatados en el cap. 20.
21:15–25 Jesús habla con Pedro y Juan. El triple desafí­o a Pedro parece diseñado como un paralelo a su triple negación (15–19). Hay diferencias en las palabras usadas en las tres preguntas. En la tercera, el verbo que se traduce amas (fileo) es el mismo que usó Pedro en sus respuestas, pero es diferente del que aparece en las primeras dos preguntas (agapao). Sin embargo, en el NTNT Nuevo Testamento estos dos verbos a menudo se usan en forma intercambiable y por lo tanto parece que no debe darse un significado especial a la diferencia de las palabras usadas. También hay diferencias en los tres encargos a Pedro. El primero y tercero usan la palabra apacienta, mientras que el segundo dice pastorea (o †œcuida†), lo que implica la responsabilidad de atender las ovejas. El primero es dirigido a los corderos; mientras que los otros dos a las ovejas. Estas dife rencias no tienen un significado teológico. La tercera respuesta de Pedro (17) era más fuerte que las otras dos, sin duda provocada por su dolor al ser interrogado tres veces.
El hecho de que Pedro habí­a sido claramente perdonado y se le habí­an dado nuevas responsabilidades, que llegaban al apostolado, a pesar de su total negación del Señor, puede dar una esperanza genuina a los cristianos de hoy, cuando sienten que han negado a Jesús y que eso es imperdonable. El no pide otra cosa que nuestro arrepentimiento y amor.
La predicción del v. 18 fue reclamada por la tradición como algo que se cumplió en el hecho de que Pedro fue crucificado cabeza abajo. Pero esa tradición no se ha confirmado de manera firme y pue de ser una inferencia de este pasaje. Al decir que Pedro glorificarí­a a Dios en su muerte, Juan lo ve como siguiendo el ejemplo de Jesús (19). Algunos piensan que Pedro siguió a Jesús a lo largo de la costa, pero el hecho de seguir implica algo más radical que eso, o sea no menos que la consagración a su servicio. La preocupación de Pedro por Juan y la respuesta de Jesús que virtualmente le dice que se ocupe de sus propias cosas, parece estar dirigida a corregir un malentendido que circulaba en el tiempo de la publicación del Evangelio. Si después de una larga vida Juan seguí­a aún en este mundo cuando fue escrito el Evangelio (presumiendo que él haya sido el autor) era necesario que se rectificara el rumor de que no iba a morir (23).
La nota adicional en el v. 24 debe considerarse como una continuación de los versí­culos previos. Lo más natural es pensar que este versí­culo está dando por sentado que Juan era el autor. En ese caso, las palabras sabemos que su testimonio es verdadero señalan el hecho de que otros estaban preparándose para afirmar la identidad del discí­pulo amado. El versí­culo final tiene la intención de enfatizar el carácter selectivo de todo el Evangelio, pero también señalar que Jesús es mucho más grande que todo lo que se ha dicho sobre él en este libro.
Donald Guthrie

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia