JUVENTUD

Gen 8:21 intento del .. hombre es malo desde su j
Job 36:14 fallecerá el alma de ellos en su j, y su
Psa 25:7 de los pecados de mi j, y .. rebeliones
Ecc 11:10 la adolescencia y la j son vanidad
Ecc 12:1 acuérdate de tu Creador en .. de tu j
Isa 54:4 que te olvidarás de las vergüenza de tu j
Jer 22:21 fue tu camino desde tu j, que nunca
Lam 3:27 bueno le es .. llevar el yugo desde su j
Mat 19:20; Mar 10:20; Luk 18:21 todo esto lo he guardado desde mi j
1Ti 4:12 ninguno tenga en poco tu j, sino sé


Ver “Adolescente”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

vet, (hebreo, “behurim”, y “aldud”, “alumind”). No hay por qué insistir en el sentido vulgar de la terminologí­a anotada: en lí­neas generales, separa en la vida del hombre la infancia de la edad madura, pero los lí­mites son imprecisos. Los libros sapienciales insisten en el carácter decisivo que tiene para toda la vida del hombre la educación y formación que recibe en su juventud. Hay mención repetida a “los pecados de la juventud” (Jb. 13:26); pero más que a pecados especí­ficos parece aludir a la tristeza que infunde el pensamiento de que aquellos pecados estén todaví­a presentes en el recuerdo de Dios. Sin duda eran pecados de petulancia desaprensiva, de juvenil atolondramiento; por tanto, de menor malicia que los pecados de la edad viril. En su afán de vida, el hombre israelí­ se estremece de pavor pensando en la caducidad de la existencia y en la vejez sin vigor (Sal. 71), y también para semejante situación recurre a Dios como fuente de vida y rejuvenecimiento (Sal. 51:12; 103:5; Jb. 20:11; 29:4; 33:25). Con todo el respeto que siempre mereció la longevidad de los pueblos antiguos, la Escritura insiste en que una juventud virtuosa supera en sensatez y valor a los muchos dí­as del anciano impí­o, y que la verdadera prudencia no está en las canas, sino en la vida inmaculada. En sentido simbólico se habla de la juventud de Israel, aludiendo a la formación del pueblo en los dí­as del desierto, en el tiempo del establecimiento de Canaán (Os. 2:15; 11:1; Ez. 16). Pablo, en sus cartas pastorales, se interesa repetidas veces por los problemas que plantea la edad juvenil, tanto en los responsables de las iglesias como en los fieles. A su discí­pulo Timoteo lo previene para que su conducta intachable, su caridad, eviten menospreciar su juventud (que bien podí­a oscilar entre los 30 y los 40 años) (1 Ti. 4:2). *** K

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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La educación religiosa de la etapa juvenil es importante sobre todo en los tiempos recientes, en los que la atención de los catequistas tiende a centrarse en los adultos y no preferentemente en los momentos infantiles. Se puede identificar juventud, en el vocabulario pedagógico reciente, como el perí­odo vital que va entre los 18 y los 30 años (aunque sociológicamente se prefiere situarla entre los 15 y los 24)

La psicologí­a religiosa juvenil refleja un abanico de rasgos dispersivos, tanto como lo son los aspectos originales de cada persona. A pesar de sus aspectos equivalentes, las diferencias humanas se han ido perfilando ya en las etapas anteriores y es ahora cuando se manifiestan con toda la pluriformidad. No resulta fácil trazar mapas psicológicos generales de validez universal. Pero, a pesar del riesgo de insuficiencia, es preciso consignar algunas tendencias generales que permitan iluminar las dimensiones religiosas.

En este contexto vamos a dar valor a los hechos. El perí­odo juvenil implica ya notable distancia madurativa con el perí­odo anterior de la adolescencia o primera juventud (15 a 18 años) en el que se da la consolidación de personalidad. El de ahora, que denominamos juventud media y madura, se va a caracterizar por la autonomí­a plena y la proyección social.

1. Rasgos juveniles
Cuando se traspasa la adolescencia y se llega a la juventud media se producen cambios notables. Se supera la inseguridad y la agresividad adolescente. Se vive más de cara al exterior y se participa más activamente en la dinámica social. Se experimentan nuevos compromisos y se descubre mayor responsabilidad social.

1.1. Independencia
Lo significativo en la juventud es su conciencia de autonomí­a y la naturalidad con que adopta las propias opciones, en armoní­a con su medio o en desarmoní­a con él; pero ya no acontecen especiales tensiones o perturbaciones interiores, ya que se ha desarrollado la confianza en las propias posibilidades y se opta en conformidad con los propios proyectos o con los personales intereses. Ahora no se reclama ya libertad ante el entorno adulto. Simplemente se vive.

La juventud es un primer estadio de compromisos: en el trabajo, en las relaciones sociales, en las opciones polí­ticas o religiosas. Lo es también en las decisiones que se toman respecto al matrimonio y a las formas de emparejamiento que se inician o se formalizan con pretensión definitiva.

Es ahora cuando se piensa en firme en determinaciones vocacionales, profesionales y laborales, a partir de los estudios que se han seguido o se siguen todaví­a. Aunque se consulta con frecuencia a los adultos, las opciones se toman como propias y personales.

1.2. Responsabilidad
La conciencia de la propia responsabilidad vuelve al joven más reflexivo y menos utópico. Sabe que los consejos ajenos no le relevan de asumir por sí­ mismo los aciertos o los errores que conllevan sus decisiones.

Obra con más confianza en sí­. Se siente dentro del grupo social y en la dinámica cultural y moral de la colectividad. Y experimenta desagrado creciente, si no llega a independizarse de los recursos y disciplina de la familia. Pero su postura ante insinuaciones en este sentido es más constructiva que en los estadios anteriores.

1.3. Estabilidad de valores
El joven proyecta a la vida personal y real una determinada escala de valores que ya ha asimilado y que prácticamente va a ser definitiva para él. Tiende a ser, pues, coherente y personalizador.

En cuanto realista, busca cierta eficacia pragmática; y, por eso, en la juventud se teme el fracaso y se aspira a que todo salga bien. Su personalismo le arrastra a variedad de posturas individuales, según el temperamento y la configuración anterior: hay jóvenes altruistas, los hay intelectuales, hay otros más sociales, existen unos que se refugian en su intimidad, no faltan quienes se proyectan irresistiblemente hacia todo acontecimiento que surge en su entorno.

1.4. Opción laboral

Es sensible a las dificultades que puede encontrar en el ambiente. Piensa mucho en una familia propia y en un trabajo o profesión. Factores como el desempleo y los problemas sociales le provocan inquietud y a veces irritación. En el fondo es miedo a seguir dependiendo del hogar paterno; y ese miedo se puede transformar en frustración ante sus proyectos o anhelos no llevados a buen fin.

Hay factores sociológicos de fuerte incidencia en los jóvenes, pero que ahora los separan en dos grandes grupos: los abiertos a la vida con perspectivas profesionales suficientes y los encerrados en estructuras familiares que no pueden trascender por las dificultades laborales que les amenazan. Las distorsiones de personalidad alteran el equilibrio de estos segundos y originan muchos de los trastornos sociales de que hoy se acusa a la juventud en general: carencia de ideales, pobreza de valores éticos, vací­os afectivos compensados con evasiones hacia la violencia o el erotismo, etc. Esos factores se amplifican cuando se pertenece a grupos juveniles de cortos ideales sociales o morales. Es preciso entender, incluso a este segundo grupo, sus realidades humanas concretas y potenciar al máximo sus recursos latentes para abrirles con optimismo a la vida.

1.5. Igualdad entre sexos No podemos establecer fuertes diferencias en estas visiones generales entre los dos sexos. La mujer, que hasta el presente tendí­a a ser más dependiente y familiar, experimenta en las sociedades desarrolladas un fuerte proceso de independencia y autodeterminación en todos los sentidos. Al igual que el varón, tiende también a ser autónoma y rechaza cualquier discriminación social incluso con agresividad.

2. Rasgos de la religiosidad
La etapa juvenil implica cierta serenidad religiosa, porque toda su personalidad atraviesa una situación de consolidación y de seguridad, lo cual se manifiesta por los modos de pensar, de sentir, de relacionarse, de comportarse.

Esa realidad se muestra sobre todo en los hábitos de orden y en la capacidad organizativa y previsora, que el joven ha conquistado a partir de sus experiencias vitales anteriores.

Este valor apreciable y nuevo para él se traslada también a todas los planteamientos religiosos y se refleja en diversas riquezas, como son las actitudes éticas, los intereses doctrinales, la mayor serenidad en la crí­tica.

2.1. Coherencia
Queda reflejada en la coherencia y seguridad de criterios y en la capacidad para explicar las creencias personales. Sabe lo que cree, lo explí­cita en fórmulas y en juicios exactos, aunque muchas veces subjetivos y parciales.

Acertado o no desde la ortodoxia, constituye la base sólida de la religiosidad personal. Acontece esta definición en todos los demás terrenos: en lo polí­tico, en lo académico, en lo moral, en lo lúdico, en lo profesional.

2.2. Serenidad estable
Se trasluce también mayor serenidad en los aspectos afectivos, ya que se superan las situaciones impulsivas o las emociones fugaces de la etapa anterior.

La personalidad se enriquece con intereses, actitudes y afectos más duraderos. Los sentimientos religiosos se hacen más sólidos, o al menos más estables, tanto si se orientan a la indiferencia o atoní­a espiritual, como si se polarizan en adhesiones fuertes y fervorosas.

2.3. Estabilidad cultual
También se estabiliza la dimensión social de la religiosidad: comportamientos morales, cumplimientos sacramentales, relaciones cultuales, etc. Unas veces el adolescente se hace practicante sistemático en función de sus responsabilidades de creyente.

En ocasiones su cumplimiento religioso se vuelve muy irregular o incluso perezoso. Con frecuencia, la actitud preferida es eludir los actos religiosos, al menos de cara a los demás, y dejarse dominar por los respetos humanos y por la atoní­a espiritual. Incluso en estos casos de abandono de la práctica religiosa, no desaparecen los recursos intelectuales y la capacidad de juzgar y sentir los temas trascendentes. Se incurre en una religiosidad mendicante, pasiva y larvada.

La religiosidad juvenil tiende hacia la estabilización por su estructura doctrinal y por las actitudes personales más firmes y racionales en que se sustenta. En la medida en que se apoya en la personalidad más consolidada del adolescente y del joven, soporta menos vaivenes y alteraciones que en el estadio convulsivo de la preadolescencia.

2.4. Receptividad variable
Serí­a incorrecto concluir que no puede haber ya influencia religiosa durante la adolescencia y la juventud, por el hecho de que la personalidad se independiza de muchas influencias exteriores.

Sigue habiendo en el joven, como lo hubo en el adolescente, receptividad variable, aunque se requieren cauces muy especí­ficos para llegar a su inteligencia y a su conciencia, siempre desde perspectivas de horizontalidad y de cercaní­a.

2.5. Peso de las circunstancias
A veces se introduce en la vida juvenil algún elemento de reacción que puede producir un cambio rápido de actitud religiosa: por ejemplo, un enamoramiento con alguien de notable sensibilidad espiritual.

En ocasiones surge la adhesión a grupos creyentes o el establecimiento de amistades con personas de gran ascendiente y muy religiosas.

También pueden influir los choques emotivos o sociales que despiertan rasgos dormidos desde la infancia, aunque no sea consciente su existencia.

Con todo, estas conmociones no suelen ser profundas y se tiende a regresar a las situaciones anteriores cuando se amortiguan las emociones. En general, cada uno reacciona según la sensibilidad temperamental que posee o por la situación en que vive. Los mismos hechos dejan a unos indiferentes y provocan convulsiones en otros.

Siendo la religiosidad un “producto” complejo engendrado por múltiples fuerzas internas, hay que desconfiar de los cambios bruscos, al menos desde perspectivas o valoraciones psicológicas.

No se quiere negar la posibilidad de las “conversiones”, de las decisiones heroicas o de los “encuentros con la gracia divina”. Se recuerda simplemente que los cambios emotivos no son necesariamente fenómenos sobrenaturales.

Habrá que entender y atender mucho a los jóvenes afectados por las reacciones religiosas que nacen de circunstancias particulares de excitación, depresión, frustración o exaltación.

Es una situación que suele resultar frecuente en aquellos ambientes en los que la religiosidad se vive como valor público y no como postura personal y reservada. A veces rozará otros sectores o realidades que tienen gran incidencia en la vida juvenil: trastornos sociales, desgracias resonantes, toxicomaní­as, sectas, tensiones polí­ticas, marginaciones, etc. Pero puede también transformarse en cierta agresividad o inestabilidad, provocando alejamiento de los cumplimientos cultuales que muchas veces hacen sufrir a los adultos que con el joven conviven o se relacionan.

Acontece esto con frecuencia si se asocia la creencia religiosa con gestos o actitudes expresivas de inconformidad o de desajuste ante la sociedad. Algo tienen de ello las diversas oposiciones y “objeciones de conciencia” (militar, fiscal, ecológica, comercial…) que a veces se tiñen desafortunadamente de “matices” religiosos, cuando lo que late en ellas son reacciones de afianzamiento ante la propia inmadurez.

No estará de más recordar a los adultos que sus condenas antes las posturas religiosas de los jóvenes ordinariamente resultan contraproducentes: cuanto más se condena una postura religiosa juvenil más se contribuye a dar satisfacción en el propio afianzamiento.

3. Manifestaciones juveniles

El llegar hacia los 18 y 19 años a una mayor consistencia personal y social implica también transformaciones en el planteamiento religioso. Los rasgos de este momento se hallan muy mediatizados por la incidencia moral en que cada persona se mueve y por las mismas posturas éticas que se asumen en el fuero interno de la conciencia.

Es la influencia del medio social en el que vive cada joven (fábrica, universidad, grupos diversos de pertenencia, etc.), lo que más va a ayudar o estorbar en esta dimensión espiritual.

Las formas religiosas de la juventud adulta pueden quedar reflejadas en algunos aspectos:

3.1. Personalización

Es religiosidad que se individualiza. Aparece cierta conciencia de originalidad y de distanciamiento con respecto a los demás. Es rasgo del que el joven suele mostrarse orgulloso y tiende a manifestarlo con frecuencia en sus actitudes y comportamientos, los cuáles a veces son desafiantes para los adultos.

Predomina la autonomí­a en las opciones. Se desconecta del entorno, inclusive familiar, aun cuando no se consigue, por claras que sean sus protestas o reacciones. Por eso es frecuente que refleje menosprecio ante las normas y hábitos de la familia, que rechace cualquier insinuación persistente en terrenos que él considera í­ntimos y que busque formas hábiles para eludir cualquier incidencia en este terreno. La intensidad de estas actitudes negativas puede ser variable según el temperamento de cada uno.

3.2. Tono ideológico
Es religiosidad con seria carga ideológica. Ello no equivale a decir que es religiosidad teológica. El joven se siente dueño de un pensamiento propio, pero la ideologí­a no es cultura ni teologí­a. No le agrada ser considerado satélite de nadie en cuanto a modos de pensar, aunque muchas veces lo sea en la realidad.

Sus juicios o argumentaciones en que apoya sus opciones dependen de su cultura religiosa.

Si ésta, como acontece con frecuencia, no es paralela a la adquirida ya en los campos cientí­ficos, se rehuye lo religioso como un recurso para ocultar la propia ignorancia.

Con frecuencia refleja dudas y vacilaciones; y las consultas, si siente confianza en el entorno. De lo contrario, puede disimularlas hasta que encuentra oportunidad para clarificarlas.

Ello indica que su actitud religiosa no es totalmente consistente o estable. Por eso necesita reforzamientos, sobre todo si se rozan situaciones conflictivas por razón de sus estudios, de sus amistades o de su incipiente labor profesional. Esto hace que las creencias se hallen con frecuencia teñidas de perplejidad, la cual no deja de ser reflejo de su inseguridad.

Hay ámbitos morales, como el de la justicia, la solidaridad o la comprensión internacional, que frecuentemente absorben su atención.

3.3. Gran diversidad
El joven tiende a armonizar lo convivencial con lo personal; pero tiende a separar en su interior, y con frecuencia ante los demás, lo que es convivencia y amistad de lo que son sentimientos í­ntimos.

La proyección social, o la exteriorización de sus comportamientos o conversaciones en el terreno religioso, dependen mucho del carácter de cada uno. Mientras unos jóvenes viven sus creencias o su moral de forma transparente y todos los que les rodean saben a qué atenerse al respecto, otros se refugian celosamente en la intimidad, manifestando irracionales respetos humanos que les llevan a veces hasta el disimulo.

3.4. Agresividad aparente
Su religiosidad es con frecuencia reticente, sobre todo entre los varones, pues en muchos ambientes se tiende a considerar infantil o femenina la práctica, la inquietud y hasta la cultura religiosa, aunque estos prejuicios han ido cambiando mucho en los últimos tiempos.

Por eso resulta embarazoso para algunos adolescentes y jóvenes el exteriorizar los sentimientos interiores. Y prefieren evitar la publicidad en el cumplimiento moral o en la práctica de los actos cultuales.

Con frecuencia surgen actitudes religiosas con aspectos de ruptura, sobre todo en relación al ámbito familiar y al escolar. No siempre es correcta esta apelación. Muchas veces esa ruptura es más afectiva y social que profunda y racional, lo cual indica que es sólo aparente o transitoria.

Conviene no incrementar ese sentimiento, haciendo natural lo religioso en los medios juveniles, con la misma carta de naturaleza que se popularizan las expresiones artí­sticas, las culturales o las polí­ticas.

3.5. Diversidad y pluralismo
La religiosidad juvenil tiende a ser abierta, ecuménica, tolerante, irenista, fuertemente convivencial y menos anclada en cuestiones teológicas o doctrinales. Cuando aparecen grupos más bien selectivos o propensos a la clausura y a la opacidad en sus normas y en sus relaciones, en sus consignas o en sus prácticas religiosas, se va en general contra corriente juvenil.

Si estas actitudes se intensifican, se corre el riesgo de cultivar el sectarismo, el integrismo y en el fanatismo, al menos en grados incpientes. Y esto no es bueno para el equilibrio interior y espiritual de los jóvenes.

3.6. Cambios recientes
Es oportuno recordar que la juventud no tiene fronteras definidas con la adultez. La sensibilidad religiosa de los jóvenes puede mantenerse durante muchos años dentro de la edad cronológica de la adultez.

Teniendo en cuenta el fenómeno sociológico de la prolongación juvenil, que está motivado por factores laborales, culturales y convivenciales, podemos encontrar personas adultas que estabilizan sus actitudes religiosas juveniles durante años.

Nada tiene de particular esta situación, siempre que no implique parálisis espiritual o suponga clausura al enriquecimiento sobrenatural. Los educadores habrán de acostumbrarse a mirar el matrimonio, la solvencia económica por un trabajo rentable, o las capacidades auténticas de independencia, como las verdaderas llaves de la madurez, incluso en estos aspectos de la religiosidad.

4. Ateí­smo juvenil
Aludiendo al significado de ese vací­o, podemos hacer referencia al fenómeno del ateí­smo juvenil, entendiendo por tal su marginación de lo religioso.

Del mismo modo que hablamos de los tipos religiosos y de sus connotaciones evolutivas, podemos también hacer referencia al fenómeno frecuente de la eliminación o marginación religiosa en edades en que se tiende a explicar el mundo, la vida y la historia con datos transcendentes.

Pero hay que testificar el hecho lamentable de que muchos jóvenes, como muchos adultos pertenecientes a las sociedades desarrolladas, sufren carencias religiosas graves.

Normalmente el joven llamado ateo salta del escepticismo práctico al agnosticismo teórico. Sin la sensibilidad religiosa, o muy atrofiada ésta, se instala con facilidad en un hedonismo, y con frecuencia erotismo, agresivo, promocionado por el consumismo propio de sociedades materialistas. Organiza su afectividad, su mentalidad y su sociabilidad en función de valores laicistas de la vida. Termina incluso rechazando las posturas pluralistas, irenistas o neutras. Hasta se vuelve, con frecuencia, militante e impositivo, en lo que a marginación religiosa se refiere.

La psicologí­a religiosa que se desarrolla en estos jóvenes es más bien pobre y desenfocada en diversos terrenos, como son los morales, que precisan de referencias religiosas para situarse con sentido trascendente.

Desde el ateí­smo y el materialismo no es posible enfocar adecuadamente temas tan condicionantes de la vida juvenil como el de la dignidad de la persona, el del amor humano, el de la igualdad sexual o racial del hombre, el de la fidelidad a la familia, el del significado de la propia profesión. No deja de ser un hecho, por frecuente, menos lamentable y distorsionador, al mismo tiempo que triste y preocupante.

Los vací­os espirituales que estas actitudes promocionan hieren la estructura radical del hombre y generan indigencias éticas y espirituales que se tienden a llenar con sucedáneos: toxicomaní­a, alcoholismo, cultos sectarios y esotéricos, experiencias sexuales aberrantes, magia y sortilegios, supersticiones múltiples, formas de diversión violenta o insocial, etc.

No en vano la naturaleza espiritual del hombre está hecha para que se llene de valores “de arriba”. Si ello no se consigue, toda la naturaleza se resiente. Pasa igual que cuando el joven se margina de las riquezas estéticas o de las formas de convivencia gratificantes, cuando pierde la referencia afectiva de la familia o cuando es educado sin ética, sin filantropí­a o sin ideales estéticos y sociales, hecho frecuente en la actualidad.

En la medida en que el joven vive sólo de los sentidos y para los sentidos, se hace pragmatista y se vuelve egoí­sta, reduce su vida a lo material y se encierra en la búsqueda del placer sin jamás encontrarlo.

Se produce una aberración profunda en su naturaleza, que es la factura que ha de pagar por su error.

5. Catequesis de jóvenes
La catequesis de esta edad tiene que orientarse a los grandes problemas de la vida humana y de la sociedad.

Se corre el riesgo de centrarse en inquietudes egocéntricas, sobre todo en torno a la sexualidad, a la justicia, a temas antropocéntricos y a planteamientos sociales.

La catequesis cristiana debe ser siempre abierta, como lo es el mensaje en el que se apoya, y en la adolescencia importa mucho más esa disposición. Buena consigna para el catequista es sacar al adolescente de su introversión, de su egocentrismo y de su inmediatez.

Los interrogantes personales, las reivindicaciones, los disgustos, las frustraciones, se empequeñecen cuando se contrastan con las necesidades culturales, morales, sociales y hasta materiales de un mundo tan problemático como el que le circunda.

5.1. Conciencia de necesidad
La formación religiosa no termina nunca para el hombre. Aunque la persona haya sido bien tratada en la infancia y en la adolescencia y se presuponga una formación básica consistente, la necesidad de formación espiritual y religiosa se prolonga en la juventud madura, es decir la que se adentra ya en la responsabilidad de adulto, al perder de vista la segunda década de la vida.

Se mantiene en esta juventud superior la necesidad imperiosa de seguir creciendo espiritualmente. Y es importante que el mismo joven tenga la conciencia de esta necesidad.

La autosuficiencia religiosa es demoledora a corto alcance. En esta edad es el mismo joven quien ha de convertirse en protagonista de su mismo crecimiento espiritual. A él mismo corresponde buscar los medios adecuados. Y su protagonismo no es incompatible con la ayuda que los demás puedan brindarle.

5 2. Actitud de servicio

El joven cristiano debe sentirse además interpelado por las ayudas que puede ofrecer a los demás jóvenes que buscan el cultivo de sentimientos religiosos sanos. Por eso resultan “catequí­sticamente” prioritarios a esta edad los grupos de formación religiosa y de convivencia evangélica.

Sin la experiencia de estos apoyos, es casi imposible madurar la fe suficiente, proyectiva y personal. Se puede decir en cierto sentido que cada joven es religiosamente fruto de los esfuerzos grupales en los que se ha visto envuelto.

La auténtica formación no tiene que ser teórica, sino plataforma para hechos concretos y cotidianos. Hay que saber respetar las opciones negativas que pudiera tomar cada persona.

Pero los educadores tienen que multiplicar las alternativas y las oportunas invitaciones. Es el mejor servicio que se puede prestar a esta edad.

5.3. Ir a lo esencial

La fundamentalidad en lo religioso ha de llevar a los jóvenes a insistir en lo esencial y evitar la superficialidad. Por no recibir ayuda en este sentido, a veces se quedan los jóvenes en situación de pobreza espiritual y religiosa, lo cual conduce rápidamente al abandono o ambigüedad en sus creencias.

En ningún caso hay que resignarse a que el joven renuncie a su formación continua y prolongada. A veces se incurre en actitudes demagógicas en la orientación religiosa de la juventud, tratando de paliar los reclamos del mensaje de Cristo o de diluir sus exigencias para hacerlo más atractivo. Intentar siquiera suavizar las exigencias de caridad, de justicia, de penitencia, de heroí­smo en la propia fe, corre el riesgo de desvirtuar la grandeza del mensaje evangélico y, en definitiva, hacerlo menos atractivo para los que se encuentran seria y serenamente con él.

5.4. La exigencia de la verdad
La educación de la juventud ha de apoyarse profundamente en la realidad humana en que cada persona se mueve. La fe es libre y el Evangelio ha seguido siempre ví­as de propuesta y no de manipulación. La catequesis del mundo juvenil no puede reducirse a meras actitudes y procedimientos proselitistas, pues suelen ser contraproducentes cuando el joven los advierte.

Es preferible promocionar ofertas respetuosas. Al joven se debe llegar con el anuncio de la verdad exigente y seria, la cual puede ser aceptada o rechazada con plena libertad.

Quitar importancia a la moral cristiana, por ejemplo, para hacerla asequible a personas no comprometidas, o casi compatible con los reclamos hedonistas, materialistas o pragmatistas, es ignorar lo que supone el mensaje de Cristo y también infravalorar la capacidad de entrega que tiene el joven, no por joven, sino por persona que puede llegar a entusiasmarse con el Evangelio.

Ese mensaje de Cristo tiene valor de plenitud y ha de ser presentado con toda claridad, incluso con el riesgo de que sea rechazado.

La catequesis de los jóvenes debe preferir la verdad a la suavidad, el anuncio a la conquista, la integridad a la persuasión, la claridad al simple proselitismo. Caer en el riesgo de mutilar o maquillar el mensaje para hacerlo asequible a los jóvenes equivale antes o después a perder el mensaje y también a los mismos jóvenes.

5.5. Perspectiva de sinceridad.

Y es conveniente en esta catequesis emplear parte de las estrategias educativas en destruir prejuicios y deshacer pretextos.

Prejuicios son todas aquellas posturas que han sido heredadas o bebidas en el ambiente y no proceden de realidades objetivas.

Pretextos son aquellas excusas que se ponen superficialmente para no aceptar la propia responsabilidad religiosa, atribuyendo a personas, estructuras o acciones ajenas la responsabilidad de los propios egoí­smos.

De esto suele haber mucho en la etapa juvenil: las estructuras de la Iglesia, los errores del pasado, la equivalencia de las religiones, el carácter secundario de lo moral sobre lo dogmático, etc. Los prejuicios son ataduras que impiden perfilar con valentí­a el mensaje religioso. Destruidos o superados, se deja el camino despejado para que cada persona asuma su propia creencia con limpieza y con elegancia espiritual, poniendo los ojos en Dios y no en los hombres, asumiendo la fe como don y su contenido como misterio.

5.6. Catequesis de la esperanza
La catequesis y la formación en las verdades juveniles constituye uno de los pilares de la evangelización, más incluso que la de etapas infantiles.

“Las circunstancias nos invitan a prestar una atención especial a los jóvenes, a su importancia numérica y a su presencia creciente en la sociedad.

Los problemas que se les plantean deben despertar en nosotros el deseo de ofrecerles con celo e inteligencia el ideal que deben conocer y vivir.

Pero, además, es necesario que los mismos jóvenes, bien formados en la fe y bien arraigados en la oración, se conviertan cada vez en apóstoles de la juventud. Por nuestra parte hemos demostrado con frecuencia la confianza que depositamos en la juventud”. (Pablo VI. Evangelii Nuntiandi. 72) Olvidar consignas semejantes a éstas, es retrotraerse a etapas pastoral de otros tiempos. Y la Iglesia siempre mirar hacia el mañana.

6. Dos preferencias
En las catequesis, o formación cristiana de los jóvenes, hay que mirar determinados aspectos que son la llave del acierto. Aludimos a dos rasgos o consignas prioritarias en esta edad.

6.1. Formación en el liderazgo
La juventud es la época en que debe desarrollarse al máximo la actividad directiva y las técnicas y experiencias de liderazgo en todo terreno, también en el cristiano, pues es momento en que las propias opciones religiosas se pueden y debe poner el servicio de los demás.

La madurez psicológica y global tiende, por la dinámica de las actitudes y la fuerza de los sentimientos, a convertir a quien la consigue en promotor de sus propias ideas y en dirigente de su propio ambiente. En lo religioso acontece lo mismo.

6.1.1. Necesidad de dar
El joven llega en cierto momento de su crecimiento psicológico a sentirse capaz de dar y no sólo de recibir. Experimenta, en medida muy variable, según su estructura personal, la necesidad y hasta la satisfacción de ponerse al servicio de los otros, incluso asumiendo responsabilidades y compromisos singulares. Entre proselitismo sectario y servicio sereno para el bien de los demás creyentes, entre desahogos dialécticos y proclamación de los valores trascendentes, entre colaboración y espí­ritu de servicio, hay gran diferencia.

Quien tiene riquezas morales y espirituales, y no las pone al servicio de los demás, termina por atrofiarlas. No es cuestión de metodologí­a, sino de talante cristiano.

La religiosidad bien formada conduce a poner los propios dones al servicio de los demás menos maduros, animando, ayudando, colaborando, aportando, con frecuencia dirigiendo.

6.1.2. Efectos comprometedores
Se debe comenzar en la Adolescencia, entre 15 y 18 años, el desarrollo de la actitud directiva. Se consigue mediante experiencias positivas de pertenencia a grupos dinámicos y comprometidos y con actividades gradualmente desarrolladas y organizadas.

– Es bueno impulsar a la juventud madura, no sólo a realizar acciones buenas concordantes con las propias creencias, sino a asumir compromisos fuertes de trabajo y de animación de los demás.

– Los lí­deres se inician en la adolescencia, pero llegan a su plenitud en la juventud, pues es el momento de la “autoridad” natural.

– La formación para el liderazgo cristiano puede ser valorada como la cumbre de los procesos de formación básica en la propia fe y en los valores cristianos. Pero no es bueno quedarse en esta meta. Es preferible considerarla como una etapa más en el camino hacia nuevas exigencias e ideales.

– La animación de grupos debe proponerse como un servicio exigente. El adolescente y el joven deben prepararse para ser dirigentes. Pero hay que reconocer que no todos tienen las mismas cualidades.

Los que no posean los rasgos y el ascendiente del liderazgo espontáneo y eficaz, pueden ser también orientados y apoyados con “fórmulas de liderazgo compartido”. Lo importante es que el adolescente y el joven comprendan que “mandar es servir”, que los primeros animados terminan siendo los que animan a los demás.

– En todo caso siempre existen multitud de posibilidades de ayudar desde el compromiso a otros. Los Servicios en la Iglesia son muchos.

Y todo cristiano convencido sabe que la fe cristiana reclama actitud donativa y de servicio en gratuidad.

Los servicios y experiencias de animación directiva evidentemente pueden ser muchas: animación cristiana de niños, participación en movimientos diversos, catequesis parroquiales, obras de caridad y asistencia con necesitados, etc. Lo importante no es el tipo de actividad o servicio que se desempeña, sino la disposición a asumir compromisos exigentes.

6.2. Voluntariados juveniles

Resulta interesante en este sentido el movimiento o tendencia frecuente en nuestros dí­as de ofertar a los jóvenes diversidad de servicios voluntarios, como fórmulas de ayuda a grupos necesitados o situaciones sociales de marginación.

Conviene hacer una llamada de atención a la importancia que han cobrado los llamados voluntariados sociales para la educación religiosa juvenil.

6.2.1 Motivaciones

Su deseo de colaborar y de protagonizar servicios concretos y solidarios convierte a esta costumbre en excelente oportunidad de formación cristiana en esta edad, cuando en los voluntariados se sabe introducir el lenguaje del Evangelio, aunque no se explicite.

Pero también es interesante analizar desde la perspectiva cristiana esta tendencia a la acción filantrópica y humanista a servir a los hombres desde diversas alternativas o perspectivas.

Aun cuando muchos voluntariados juveniles excluyen la confesionalidad religiosa, como lo hacen con las calificaciones polí­ticas, raciales o de otro tipo, evitando entrar en el juego de los Organismos Gubernamentales, no quiere ello decir que no sean magní­fica plataforma de formación espiritual, desde el momento en que son ya auténtica expresión de la caridad evangélica.

Lo que sí­ es conveniente es evitar actitudes agresivas y antirreligiosas de que pueden hacerse eco determinados grupos o personas resabiadas. No es de recibo sospechar intromisiones proselitistas en el deseo de participar en estas iniciativas por parte de la Iglesia cristiana o de grupos confesionales, habiendo el cristianismo llenado el mundo y la historia de gestos, grupos y servicios de caridad a lo largo de dos milenios.

Desde el mayor respeto a los jóvenes que protagonizan las diversas acciones de servicio, siempre resulta conveniente evitar que estos voluntariados se conviertan en meros desahogos activistas o en modos de realización personal.

El joven cristiano, que pone en sus actos de solidaridad mucho más que sentimientos altruistas y preferencias filantrópicas, puede encontrar en estos cauces las formas excelentes de vivir el amor evangélico y la expresión eclesial de su fe cristiana, incardinándose en compromisos abiertos y solidarios con los más necesitados.

6.2.2. Terrenos preferentes

Los campos de estos voluntariados son diversos.

– Acciones de solidaridad con pueblos y grupos marginados del Tercer Mundo.
– Movimientos en favor de la paz y de la convivencia tolerante entre hombres.
– Compromisos de trabajo con los desajustados de diverso signo y alcance, como pueden darse en el ámbito de la toxicomaní­a, del alcoholismo, de la prostitución, etc.
– Atención a necesidades prioritarias de grupos o personas en situación de necesidad o de indigencia moral, material o intelectual.
– Las ayudas a minorí­as étnicas, polí­ticas, religiosas o laborales.
– Incluso el descubrimiento de valores radicalmente humanos, superando actitudes discriminadoras por razón de sexo, raza, creencias o actitudes morales.
– Y también la entrega a servicios de alguna peligrosidad y riesgo.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Un perí­odo de la vida y una actitud

El perí­odo llamado de “juventud” no queda muy definido, aunque ordinariamente se coloca entre la adolescencia y la adultez, con manifestaciones de fuerza fí­sica, claridad mental y capacidad de acción social. Algunos colocan su inicio hacia los dieciocho años y la estudian separadamente de la adolescencia, mientras otros prefieren estudiarla conjuntamente con la adolescencia (a partir de los doce o trece años). Para nuestro objetivo, es el perí­odo de la vida que antecede a la época en que se asumen las responsabilidades de los adultos. Ordinariamente es perí­odo de formación o del inicio de los primeros trabajos en la sociedad.

La adolescencia es más bien un perí­odo de evolución conflictiva y turbulenta, cuando el individuo quiere independizarse y adquirir plena autonomí­a. Pero el fin de la adolescencia y el inicio de la juventud pueden retrasarse y entrecruzarse por circunstancias sociológicas e históricas. El llamado “conflicto generacional” puede englobar a ambos momentos de la vida (adolescencia y juventud). Entre 1964 y 1968 tuvieron lugar las “explosiones juveniles”, con manifestaciones masivas en más de 400 ciudades.

Esta realidad tan rica como compleja obliga a distinguir incluso entre preadolescencia, adolescencia y juventud, para lo que ayudará la experiencia y las investigaciones cientí­ficas recientes que hablan de oscilación y retraso en la madurez. Hay un momento, durante estos perí­odos, en que el “joven” frecuentemente se aleja de la práctica religiosa, para descubrir posteriormente de un modo más personal la religión como encuentro comprometido con Cristo. Para que se dé este paso, habrá que cuidar que la formación catequética sea verdadera educación cristiana.

La juventud en la situación actual

En este momento histórico, la juventud está inmersa en un rápido cambio social y cultural que puede ser prometedor, pero con situaciones sociales dolorosas (falta de trabajo, subdesarrollo, pobreza) que cuestionan a quienes tienen conciencia de poseer fuerzas inéditas para afrontarlas. La sensibilidad reformista y universalista del joven puede orientarse hacia el redescubrimiento de los valores auténticos del evangelio todaví­a no puestos en práctica suficientemente. El concilio Vaticano II invita a los jóvenes a reaccionar según el ideal reformador del evangelio “Edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores. La Iglesia os mira con confianza y amor” (Mensaje del concilio Vaticano II, a los jóvenes)

La juventud es “causa de esperanza” (Santo Tomás I-II, q.40, a.6) por su capacidad de afrontar y construir la vida, porque siempre se puede hacer lo mejor. Es la actitud de autenticidad (la verdad de las cosas y de las personas), de disponibilidad y de generosidad. A veces esa actitud es independiente de la edad y puede hablarse de una persona “joven” o también “gastada” en su interior. La señal de juventud es la “esperanza” que se demuestra en la serenidad audaz de cambiarlo todo en donación.

Los jóvenes son portadores de esperanza y, sin dejar de ser un gran desafí­o, puede llamarse la esperanza de la Iglesia y de la sociedad. San Juan alienta a los jóvenes a aprovechar sus cualidades para responder a la vocación cristiana “Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, habéis vencido al maligno” (1Jn 2,14).

Formación espiritual y apostólica

La formación cristiana (espiritual y apostólica) de la juventud debe arrancar de estas realidades de gracia (los sacramentos de la iniciación) y también de la misma realidad antropológica y sociológica de la misma juventud. Es un itinerario para ir adoptando una opción fundamental, como actitud relacional con Cristo (amistad, oración), que busca compartir su misma vida (imitación y seguimiento) y participar en su misma misión evangelizadora. Es importante captar los valores cristianos, desde los primeros momentos de la existencia, con esta actitud relacional y existencial comprometida.

El proceso de formación del joven es un crecimiento armónico de criterios, escala de valores y actitudes a la luz del evangelio (pensar, sentir y amar como Cristo). Se presenta a “Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes” (Mensaje del Concilio Vaticano II, a los jóvenes). El joven tiene “la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas” (ibí­dem). Es “un verdadero proceso de educación en la fe, que lleve a la propia conversión y a un compromiso evangelizador” (Puebla 1193).

Una juventud formada en el contacto vivencial con el evangelio y observando (ver y juzgar) la realidad a la luz de las palabras de Jesús, desemboca necesariamente (actuar) en la entrega incondicional al seguimiento y a la misión. Se trata de “presentar a los jóvenes el Cristo vivo, como único Salvador, para que, evangelizados, evangelicen y contribuyan, con una respuesta de amor a Cristo, a la liberación integral del hombre y de la sociedad, llevando una vida de comunión y participación” (Puebla 1166). “El joven debe experimentar a Cristo como amigo personal que no falla nunca, camino de total realización” (Puebla 1183). De este encuentro vivencial con Cristo, nace la convicción de ser amado por él, así­ como la decisión de seguirle para compartir su misma vida y para hacerle conocer y amar de toda la humanidad.

Pastoral de juventud

Se puede hablar de pastoral de la juventud, para aplicarla a este momento inicial que condiciona toda la vida posterior. Los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y Eucaristí­a) inciden en un corazón moldeable que estrena la nueva existencia cristiana. Es el momento de marcar las pautas definitivas de contenidos evangélicos, con un lenguaje apropiado y que llegue a entusiasmar. Hay que recordar que “los jóvenes en numerosos paí­ses representan ya más de la mitad de la población” (RMi 37). Pero “pueden quedar defraudados cuando no hay una buena planificación y programación pastoral que responda a la realidad histórica que viven” (Puebla 1181).

En la pastoral juvenil “los jóvenes deben convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes” (AA 12). Al presentarles las situaciones actuales, hay que plantear la pregunta clave “¿Cómo hacer llegar el mensaje de Cristo a los jóvenes no cristianos, que son el futuro de Continentes enteros?” (RMi 37). Si responden generosamente a la llamada, “tendrán ante sí­ una vida atrayente y experimentarán la verdadera satisfacción de anunciar la “buena nueva” a los hermanos y hermanas, a quienes guiarán por el camino de la salvación” (RMi 80). Para llegar a esta respuesta hay que “presentar, con fuerza y de un modo atractivo y accesible a la vida de los jóvenes los ideales evangélicos” (Santo Domingo 121).

Referencias Catequesis, educación, escuela católica, esperanza, infancia, Nazaret, Obras Misionales Pontificias (Infancia misionera), Sagrada Familia.

Lectura de documentos AA 12; GS 7, 52, 75, 88; GE 1-6; ChD 14, 30; OP 6; IM 10-12; EN 72; RMi 37, 80; CEC 1632, 2688. Puebla 1166-1205; Santo Domingo 111-120.

Bibliografí­a AA.VV., Problemas de la juventud en el mundo actual (Madrid 1971); AA.VV., Juventud y misiones (Burgos 1977); E. APARICIO, La educación de la juventud a la misión Ad Gentes en Juan Pablo II (1978-1988) (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) (Burgense 32/1, 1991, 231-278); V. AYALA, Pastoral y evangelización de jóvenes (Madrid, PS 1991); S. BENETTI, Pastoral de la juventud (Buenos Aires 1971); J. BORAN, Juventud, gran desafí­o (Madrid, PPC, 1985); CELAM, Elementos para un directorio de pastoral juvenil orgánica (Bogotá 1982); J.L. PEREZ ALVAREZ, Juventud y compromiso de la fe (Madrid 1975); D. PIVETAU, Aprire i giovani alla fede (Torino-Leumann, LDC, 1979); H. REMPLEIN, Tratado de psicologí­a evolutiva (Barcelona, Labor, 1966); E. ROSANNA, Jóvenes, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 1044-1067; R. TONELLI, Pastoral juvenil. Anunciar la fe en Jesucristo en la vida diaria (Madrid, CCS 1985); J.R. URBIETA, Los jóvenes en su crecimiento personal (Madrid, SM, 1986); Idem, Acompañamiento de los jóvenes. Construir la identidad cristiana (Madrid, PPC, 1996); R. ZAVALLONI, Le caratteristiche dei giovani d’oggi Seminarium (1977) n.4, 1110-1113.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

na>ar (r[‘n” , 5288), “juventud; muchacho; joven”. El vocablo se encuentra en ugarí­tico y se cree que el término egipcio na-arma (“criados armados”) puede también tener relación con el uso semí­tico occidental. La raí­z con el significado de “juventud” se encuentra solamente en forma de nombre. En hebreo aparece tanto en el género femenino (na>arah, “una joven”) como en masculino (p. ej. Gen 24:14). Na>ar se encuentra 235 veces en el Antiguo Testamento hebreo, particularmente en el Pentateuco y en los libros históricos. El primer caso es Gen 14:23-24 “Nada tomaré †¦ excepto solamente lo que comieron los jóvenes”. El significado básico de na>ar es “joven” en contraposición a un hombre adulto. A veces puede significar un niño pequeño: “Ciertamente, antes que el niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, la tierra de los dos reyes a quienes tienes miedo será abandonada” (Isa 7:16 rva). Por lo general, na>ar denota un “joven” de edad casadera, aunque soltero. Hay que tener en mente la contraposición de “juventud” y vejez si queremos entender lo que alegaba Jeremí­as cuando dijo que era solo un “joven”. No estaba argumentando que era apenas un muchacho, sino más bien que no tení­a la experiencia de un hombre mayor cuando dijo: “¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí­, no sé hablar, porque soy niño” (Jer 1:6). Absalón fue considerado un na>ar a pesar de tener edad suficiente para encabezar tropas en una rebelión contra David: “Y el rey mandó a Joab, a Abisai y a Itai, diciendo: Tratad benignamente al joven Absalón, por consideración a mí­” (2Sa 18:5 rva). Un significado derivado de na>ar es “siervo”. Jonatán usó un “siervo” como escudero: “Aconteció cierto dí­a que Jonatán hijo de Saúl dijo a su escudero: Ven, pasemos hasta el destacamento de los filisteos que está al otro lado” (1Sa 14:1 rva). El na>ar (“siervo”) trataba a su patrón como “señor”: “Cuando estaban cerca de Jebús, el dí­a habí­a declinado mucho. Entonces el criado dijo a su señor: Ven, por favor, vayamos a esta ciudad de los jebuseos y pasemos la noche en ella” (Jdg 19:11 rva). Los reyes y otros oficiales tení­an “sirvientes” cuyo tí­tulo era na>ar. Tal vez serí­a mejor, en este contexto, traducir el término como “cortesanos” que aconsejaban al rey, como en el caso del rey Asuero: “Entonces los cortesanos [“jóvenes” rv] al servicio del rey, dijeron: Búsquense para el rey jóvenes ví­rgenes y de buen parecer” (Est 2:2 lba). Cuando se comisiona a un na>ar a llevar mensajes, es un “mensajero”. Esto nos permite deducir que “sirviente” en relación al vocablo na>ar no denota un “esclavo” que realizaba tareas domésticas o serviles. Un na>ar portaba documentos importantes, estaba entrenado en el arte de guerra y podí­a ser consejero del rey. Otro nombre, no>ar, significa “joven”. Aparece solo 4 veces en la Biblia, una de ellas es Psa 88:15 (lba): “He estado afligido y a punto de morir desde mi juventud; sufro tus terrores, estoy abatido” (cf. 36.14). La Septuaginta ofrece las siguientes traducciones: paidarion (“rapazuelo; muchacho, niño, joven esclavo”); neos (“novato”); neaniskos (“mozo; joven; sirviente”); paidion (“bebé; menor de edad; niño”); pais (“niño; criatura”) y neanias (“joven”).

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

neotes (neovth”, 3503), (de neos, nuevo), aparece en Mc 10.20; Luk 18:21; Act 26:4; 1Ti 4:12; en TR aparece también en Mat 19:20:¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento