MARIA MAGDALENA

(Marta, mujeres, sepulcro, Iglesia 1). Ha desempeñado un papel importante en el principio de la Iglesia, como testigo primero y más significativo de la muerte y sepultura de Jesús y del descubrimiento de su tumba vací­a, con otras dos mujeres, una de las cuales (Marí­a, la de Santiago y José) puede ser la madre de Jesús (como sabe Jn 19,25; cf. Mc 15,40.47; 16,1-8). Así­ aparece unida a otras mujeres, como transmisora del mensaje pascual para los discí­pulos. Está firmemente anclada en la tradición de la muerte, sepultura y anuncio pascual de Jesús. No conocemos su familia, sino sólo su nombre, por el que sabemos que es natural de Magdala, ciudad de la ribera del lago de Galilea, al sur de Cafarnaún, lo que supone que es una mujer independiente, pues no está definida por los rasgos familiares (no aparece ni como hija, ni como esposa, ni como madre de otra parte).

(1) Sinópticos. Presentan a Marí­a entre las discí­pulas de Jesús, que le habí­an seguido y servido en Galilea, siguiéndole hasta Jerusalén, donde permanecen a su lado hasta la cruz, a diferencia de los discí­pulos varones (cf. Mc 15,50-51; cf. Mt27,56.61; 28,1). Ella aparece como testigo del sepulcro* vací­o y debe transmitir el anuncio de la pascua* (Mc 15,47; 16,1). El relato de la pasión y pascua de Lc 23-24 conserva las mismas tradiciones, pero añade una muy significativa, citando entre las mujeres que seguí­an a Jesús, de un modo especial, a “Marí­a Magdalena, de la que habí­a echado siete demonios” (Lc 8,2); de esa manera la convierte, al menos implí­citamente, en pecadora, es el sentido de “posesa”. Resulta difí­cil saber si estamos ante una tradición histórica o ante una interpretación del mismo Lucas, que ha querido poner de relieve el poder de sanción y de perdón de Jesús. El mismo evangelio de Lucas parece identificarla con la pecadora* que ha ungido los pies del Señor (cf. Lc 7,36-49), cambiando totalmente el sentido del gesto de Mc 14,3-9 (la mujer de la unción ya no es profeta, sino pecadora perdonada). Conforme a esta visión de Lucas, Marí­a Magdalena serí­a una prostituta convertida a la que Jesús acoge en su discipulado, donde viene a realizar un papel importante en el momento clave de la crucifixión y de la pascua. Más aún, por asociación lógica y “economí­a de nombres”, algún lector podrí­a suponer que esta pecadora Marí­a es la misma Marí­a hermana de Marta* de Lc 10,38-42. El evangelio de Juan ha seguido ese camino insinuando (o haciendo posible) que la mujer de la unción (Jn 12,1-8) pueda ser la misma Marí­a Magdalena, hermana de Lázaro y de Marta.

(2) El evangelio de Juan ha mantenido la tradición de la presencia de Marí­a Magdalena en la tumba vací­a (Jn 20,1), pero ha desarrollado de un modo ejemplar su experiencia pascual, presentándola como el primer testigo de la resurrección, en lí­nea de amor. Ella ha permanecido ante la cruz de Jesús, aunque su papel queda eclipsado por la madre y el discí­pulo amado (Jn 19,25-27), y después, en contra de la tradición sinóptica (cf. Mc 15,47 par), ella no aparece como testigo de la sepultura (Jn 19,38-42). De todas formas, ella viene al sepulcro el domingo de pascua a la mañana, pero, a diferencia de Mc 16,1 par, no lleva perfumes para ungir a Jesús. Viene dos veces. Primero va sola; ya no necesita de las compañeras que según la tradición iban con ella. Va sola pero actúa como representante de todos los discí­pulos, de manera que, cuando encuentra el sepulcro vací­o (Jn 20,1), vuelve a contárselo a Pedro y al discí­pulo amado, representantes oficiales de la comunidad. Después va con los dos discí­pulos, que descubren el sepulcro vací­o y se marchan. Los discí­pulos se marchan del huerto de la sepultura, pero ella quiere encontrar el cadáver y llevarlo consigo y tenerlo a su lado (Jn 20,1415). Significativamente, lo mismo que ante la tumba de Lázaro, ella está llorando y no hace caso ni a los ángeles que se interesan por su llanto (Jn 20,12-13). Sólo busca a Jesús. Pues bien, Jesús se le muestra en los rasgos de un jardinero que le dice simplemente “¡Marí­a!”. Al oí­r su nombre, ella entiende y se vuelve “y le dice en hebreo Rabboni! (que significa maestro). Jesús le dice: no me toques más, que todaví­a no he subido al Padre. Vete a donde mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Vino Marí­a Magdalena y anunció a los discí­pulos: he visto al Señor y me ha dicho estas cosas” (Jn 20,16-18). Marí­a quiere quedarse con Jesús, como si el tiempo se hubiera cumplido y parado por siempre. Ya no existe para ella más gozo ni misterio que amar a Jesús abrazando en el huerto sus pies de amigo y Señor resucitado. Pero Jesús quiere que ella realice más tareas. Por eso, el encuentro se vuelve principio de un nuevo servicio. De esa forma Marí­a, la vidente tempranera de la pascua viene a convertirse en primera de todos los apóstoles. Ha encontrado a Jesús en el huerto de la pascua. Ha tocado sus pies, ha sentido la fuerza de su vida. Pero, sobre todo, ha escuchado su palabra, siendo así­ la primera persona que acoge la palabra del resucitado, para responder y realizar su obra. De esa forma aparece como el primer apóstol de la Iglesia. Ella deja el sepulcro, el encuentro inmediato con Jesús, y va a decir a los apóstoles aquello que ha visto y vivido.

(3) La tradición posterior se ha dividido en torno a Marí­a Magdalena. La lí­nea más oficial ha destacado los aspectos devocionales, privados y penitenciales de su figura, que ha quedado marginada en la vida pública de la Iglesia, en contra del testimonio de Jn 20,1-18 y de Mc 16,9 (donde se dice que ella fue la primera que vio a Jesús resucitado). Así­ lo muestran 1 Cor 15,3-9, donde Pablo no cita la aparición de Jesús a Marí­a, y el conjunto del libro de los Hechos que no cuenta la historia de las mujeres en la Iglesia primitiva (a pesar de citarlas en Hch 1,1314). Dentro de la Iglesia, las mujeres como Magdalena han venido a presentarse como signo público de penitencia. Pero otra tradición, atestiguada por algunos apócrifos, ha presentado a Marí­a Magdalena como signo de una Iglesia donde las mujeres han ejercido las tareas fundamentales de predicación y presidencia de comunidades, que han venido a estar básicamente definidas por la presencia femenina, rompiendo así­ la división de espacios que marcaba la tradición romanohelenista (los varones en la vida pública, las mujeres en casa). En un momento dado, la Iglesia ha creí­do que eso implicaba un peligro para el buen orden comunitario. Por eso ha querido relegar (y ha relegado a las mujeres) al plano privado de la obediencia y de la escucha de la palabra (así­ lo indican las cartas pastorales: 1 Tim, Tito). Pero en el fondo de ese intento puede descubrirse la importancia que ha tenido Marí­a Magdalena, tal como lo atestigua Celso y lo recuerdan diversos textos gnósticos donde Marí­a Magdalena aparece como figura dirigente dentro de la Iglesia, al lado (y a veces en contra) de Pedro. La relectura de la figura y función de Marí­a Magdalena en el nacimiento del cristianismo constituye uno de los temas y tareas más importantes de la exégesis bí­blica en los próximos decenios.

(4) Reflexión sobre la Magdalena. Experiencia pascual, experiencia de mujeres. Ellas habí­an acompañado a Jesús durante su ministerio y siguieron con él (cerca de él) hasta la cruz, queriendo seguirle después, al otro lado de la muerte, pero al modo antiguo, es decir, ungiendo su cuerpo para enterrarlo con honor, guardando su luto y venerando su memoria en un sepulcro*. Sin embargo, ellas no pudieron cumplir los ritos funerarios, porque los soldados (o unos delegados de los sacerdotes) habí­an arrojado el cadáver en una fosa común de ajusticiados. Pues bien, por providencia cristiana, lo que en un plano era un fracaso (no pudieron obtener el cuerpo y celebrar el rito de unción y llanto fúnebre: un entierro sagrado) se transformó, por la misma dinámica del evangelio, en certeza superior de Vida y Presencia mesiánica. Ciertamente, fue su amor el que descubrió que Jesús estaba vivo; pero, al mismo tiempo, en un nivel más hondo, ellas supieron que era el mismo Dios quien les llevaba a descubrir a Jesús resucitado. Por caminos en principio diferentes al de Pedro y los Doce, las mujeres supieron que Jesús estaba vivo, es decir, resucitado, en ellas y con ellas, ofreciéndoles de nuevo, ahora, de un modo más profundo, el don y tarea de su Reino. Es muy probable que ellas iniciaran caminos de experiencia y creación pascual (Iglesia) que la tradición patriarcal posterior ha velado.

(5) La Iglesia, creación de una mujer histérica. A mediados del siglo II d.C., Celso, filósofo pagano, escribe un libro donde define al cristianismo como creación de un grupo de mujeres histéricas: “Pero debemos examinar la cuestión de si alguien que realmente habí­a muerto ha resucitado alguna vez con el mismo cuerpo… Pues bien, ¿quién fue el que vio eso? Una mujer histérica, como tú dices, o quizá algunas otras que habí­an sido embaucadas por la misma brujerí­a, o que lo soñaron, hallándose en un estado peculiar de mente o que, motivadas por su mismo deseo, tuvieron una alucinación fundada en alguna impresión equivocada (una experiencia que ha sucedido a miles de personas); pero es todaví­a más probable que ellas quisieran impresionar a otros contándoles una fábula fantástica, de tal manera que a través de esta historia, propia de animales sin razonamiento, ellas tuvieran una oportunidad de impresionar a otros mendigos”. Celso critica a los cristianos desde una perspectiva social y religiosa, y lo hace destacando y condenando la función que las mujeres (especialmente Magdalena) ejercieron en la vida de Jesús y en el comienzo de la Iglesia. Los cí­rculos cristianos mantuvieron por un tiempo la memoria de Marí­a Magdalena, a quien tomaron no sólo como seguidora y amiga de Jesús, sino como fundadora de la Iglesia (cf. Mc 16,1-11; Mt 28,1-8; Lc 24,1-11; Jn 20,1-18 y varios escritos gnósticos del siglo II y III). Pues bien, cuando condena a Marí­a Magdalena, llamándola histérica, Celso rechaza igualmente a las mujeres que seguí­an realizando una función importante en el siglo II, liderando comunidades y presidiendo asambleas, con funciones que después se harán exclusivas de obispos o presbí­teros varones.

(6) Marí­a Magdalena, Iglesia de mujeres. Celso y otros muchos pensadores romanos y/o helenistas del siglo II condenaron el carácter “femenino” de la Iglesia, pues pensaban que ella mezclaba dos planos que debí­an hallarse separados: el oficial, dirigido por sacerdotes y varones, que forman la estructura dominante de la sociedad; el privado, propio de la casa, donde han de estar las mujeres. A su juicio, el cristianismo negaba la distinción de esos niveles, destruyendo así­ la estructura jerárquica de la sociedad y del Imperio. Ciertamente, desde mediados del siglo II, la administración oficial de la Iglesia (impulsada ya por las cartas pastorales, atribuidas a Pablo: 1 y 2 Tim, Tit) tiende a ratificar la estructura patriarcal del entorno, siguiendo modelos helenistas. Pero gran parte del poder real de las iglesias (y a veces la misma autoridad oficial) se hallaba en manos de mujeres, de tal forma que Celso y otros pensaron que el cristianismo era una religión femenina. Esas comunidades dirigidas por mujeres asumen y desarrollan algunos de los elementos básicos del mensaje de Jesús, quien, al situarse ante las mujeres de su tiempo, criticando tradiciones que parecí­an inmutables por hallarse avaladas por Moisés (cf. Mc 10,1-12), habí­a dicho que al principio no fue así­. Ciertamente, los Doce habí­an sido varones, como los doce Patriarcas de Israel, en su misión israelita, pero en el conjunto del movimiento de Jesús y de la Iglesia primitiva hay otras lí­neas de autoridad y testimonio en las que no se distinguen las funciones de varones y mujeres (cf. Gal 3,28).

(7) Recuperar a las mujeres al comienzo de la Iglesia. Ciertamente, el relato de las apariciones de Pablo (1 Cor 15), escrito desde una perspectiva masculina, no recoge la presencia de las mujeres. De un modo convergente, para potenciar el evangelio en la sociedad grecorromana (con religión oficial masculina), Lucas contará la historia del primer cristianismo a partir de los varones (en Hechos) y las cartas pastorales (1-2 Tim, Tit) intentarán imponer la estructura masculina en la autoridad cristiana. Pero en principio la Iglesia no fue así­. Las mujeres de la pascua no dependí­an de Pedro y de los Doce, ni recibieron su autoridad o mensaje a través de unos varones, sino que eran cristianas autónomas y creadoras de comunidad, de manera que, según Celso y otros, la Iglesia pudo presentarse como lugar peligroso, pues negaba la distinción de poder entre los sexos. Al principio no habí­a dominio de Pedro sobre las mujeres, sino caminos convergentes y fraternos, de varones y mujeres que compartí­an una misma experiencia y tarea, superando el modelo social de un mundo que daba a los hombres el poder en la ciudad y encerraba a las mujeres en la casa. Ciertamente, las mujeres de la pascua deben compartir su experiencia con Pedro y los otros discí­pulos (cf. Mc 16; Mt 28; Lc 24; Jn 20) y parece que lo han hecho (a pesar de la divergencia entre los diversos textos), pero no para someterse a Pedro y quedar subordinadas, sino para ofrecer un testimonio de Jesús, que se comunica y expresa de formas distintas y complementarias por varones y mujeres. En esa lí­nea el origen múltiple del mensaje pascual (mirado desde varones y mujeres) constituye un dato irrenunciable de la Iglesia, aunque algunas comunidades posteriores lo hayan silenciado, impidiendo que las mujeres accedan a los ministerios. Las mujeres del principio descubrieron y expandieron (cultivaron) una forma de presencia pascual que pudo servir para superar el riesgo apocalí­ptico de aquellos cristianos que tendí­an a esperar pasivamente la vuelta de Jesús. Ellas supieron que lo esencial era amar como él habí­a amado, retomando su experiencia mesiánica, a partir de los excluidos y crucificados de la sociedad. Así­ ofrecieron una contribución esencial al movimiento cristiano. Pero más que el influjo de unas mujeres aisladas importa el hecho de que las iglesias primitivas fueron lugares de convivencia abierta (escandalosa, según muchos), comunidades que superaban la división de jerarquí­as y funciones del entorno pagano (el hombre en público, la mujer en casa), abriendo así­ un camino que después ha sido en gran parte ignorado por la institución masculina de la Gran Iglesia. Una visión novelada moderna, que hace a Magdalena esposa de Jesús y madre de sus hijos, carece de todo fundamento.

Cf. E. BAUTISTA, La mujer en la Iglesia primitiva, Verbo Divino, Estella 1993; C. BERNABE, Marí­a Magdalena, Verbo Divino, Estella 1994; M. MACDONALD, Las mujeres en el cristianismo primitivo y la opinión pagana. El poder de la mujer histérica, Verbo Divino, Estella 2004; M. SAWICKI, Seeing the Lord. Resurrection and Early Cliristian Practices, Fortress, Mineápolis 1994; J. SCHABERG, La resurrección de Marí­a Magdalena, Verbo Divino, Estella 2007; E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria de Ella, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989; K. Jo TORJESEN, Cuando las mujeres eran sacerdotes: el liderazgo de las mujeres en la primitiva iglesia y el escándalo de su subordinación con el auge del cristianismo, El Almendro, Córdoba 1997; X. TUNC, También las mujeres seguí­an a Jesús, Presencia Teológica 98, Sal Terrae, Santander 1999; B. WITHERINGTON III, Women in the ministry of Jesus, Cambridge University Press 1984; Women in the Earliest Churches, Cambridge University Press 1988.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

“Y algunas mujeres que habí­an sido sanadas de espí­ritus malignos y de enfermedades; Marí­a la llamada Magdalena, de la que habí­an salido siete demonios”. (Lucas 8:2)
Léase Lucas 8:1-2; Mateo 28:1-15. Marí­a Magdalena es el equivalente femenino de Pedro en el cí­rculo que seguí­a a Jesús Los dos se caracterizaban por su celo y su fervor; fervor que a veces era excesivo y tení­a que ser reprendido.

Magdala, la ciudad natal de Marí­a, estaba a tres millas de Capernaum. No es raro pues que oyera pronto de Jesús y se pusiera en contacto directo con El. Marí­a era un personaje conocido en Magdala. Era relativamente rica y habí­a estado sujeta a la influencia de los demonios. Algunos dicen que era adúltera, pero no es justo decirlo no teniendo ningún dato. No tení­a nada que ver con la mujer pecadora que lavó los pies a Jesús. Podemos suponer, por su posesión de demonios, que era de naturaleza apasionada e impetuosa. Pero Marí­a se habí­a librado de estas influencias. Jesús expulsó sus siete demonios y a partir de aquel momento, Marí­a Magdalena, dedicó su fervor apasionado a servir a Jesús.

Permaneció con las mujeres que seguí­an a Jesús y sus discí­pulos, que les serví­an según necesitaban y que cuidaban de ellos. Necesitaban dinero, alimento, vestido. El dinero lo proveí­an estas mujeres, según vemos en Lucas 8:3.

Pero, este servicio material no era la única prueba de lealtad de Marí­a Magdalena a su Salvador. Cuando Jesús fue a Jerusalén para sufrir y ser crucificado, Marí­a Magdalena le acompañaba. En la cruz, todos los discí­pulos excepto Juan, habí­an huido en el momento de la crisis. Pero, Marí­a Magdalena permaneció y fue testigo de la muerte de Jesús (Marcos 15:40,41). Y después de los sucesos del Gólgota, participó en los preparativos de su entierro. Fue también una de las mujeres que se dirigió al sepulcro para derramar especias sobre la tumba. Y cuando hallaron que el cuerpo no estaba allí­, fue Marí­a la que fue a Jerusalén y halló a Pedro y le comunicó la noticia que lo habí­an robado.

Pero, esto no fue bastante. Regresó inmediatamente a la tumba, probablemente antes que los apóstoles llegaran allí­. Sabemos que tuvo un encuentro con Jesús y que no le reconoció, pero fue sin duda la primera mujer que le vio. Fue necesario que Jesús la llamara por su nombre antes que sus ojos fueran abiertos. Entonces le reconoció y cayó de rodillas. Otra vez muestra su celo y trata de acercarse a Jesús, pero el Señor le ordena que no le toque. En su fervor, consumida por él, como en todo en su vida, Jesús tuvo que frenar a Marí­a. Cuan distinta, por ejemplo, de Marí­a de Nazaret, o de Salomé, o de Marta, la hermana de Lázaro.

Pero, este fervor, esta impetuosidad, debidamente templado puede dar mucho fruto. La Iglesia no tiene que despreciar a las Magdalenas.

Preguntas Sugeridas Para Estudio Y Discusión:
1. ¿De cuál apóstol de Jesús es el equivalente Marí­a Magdalena? ¿Por qué?
2. ¿Cuál era la debilidad del carácter de Marí­a Magdalena?
3. ¿En qué forma especial ayudaba a Jesús?

Fuente: Mujeres de la Biblia