PARAISO

v. Cielo, Edén
Isa 51:3 y cambiará su desierto en p, y su soledad
Luk 23:43 te digo que hoy estarás conmigo en el p
2Co 12:4 que fue arrebatado al p, donde oyó
Rev 2:7 árbol de la vida .. en medio del p de Dios


Paraí­so (gr. parádeisos, un extranjerismo del antiguo persa pairida’za, “lugar cerrado”, “parque real”; un texto postexí­lico [Neh 2:8] tiene cierta reminiscencia, pardês). Expresión que aparece 3 veces en el NT (Luk 23:43; 2Co 12:4; Rev 2:7). Pablo indica que el “paraí­so” está en el “tercer cielo” (2Co 12:2, 3). Juan dice que en él está el árbol de la vida (Rev 2:7), un hecho que liga el “paraí­so” del NT con el jardí­n del Edén del AT. En la LXX el Edén es llamado parádeisos (Gen 2:8, 15; Eze 31:8). Véase Edén 2.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hebreo pardes. Griego parádeisos. Persa jardí­n, huerto.

En la Biblia aparece Jardí­n del Edén Gn 2, 15; 3, 23 s. con que se designa tanto el lugar terrenal de la creación del hombre, del que fueron expulsados Adán y Eva por su desobediencia. También, el lugar en el más allá, donde irán los justos, gozarán de la comunión con Dios. A veces la palabra traduce bosques, Ne 2, 8. Jesús promete al ladrón arrepentido que irá al p., Lc 23, 43; igual promesa hace al vencedor, quien comerá del árbol de la vida en el p., Ap 2, 7.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Palabra de origen persa, que se menciona sólo tres veces en la Biblia (Luk 23:43; 2Co 12:4; Rev 2:7), en todos los casos refiriéndose al cielo. Habí­a una palabra similar en el AT heb., pardes, que se traduce como bosques, jardines, o huertos (Neh 2:8; Ecc 2:5; Cantar de los Son 4:13).

La LXX utiliza la palabra gr. 46 veces, aplicándola a una variada categorí­a de lugares. Se utiliza para referirse al jardí­n del Edén (Gen 2:15; Gen 3:23) y a la bien regada llanura del Jordán que vio Lot (Gen 13:10).

La ubicación exacta del paraí­so es incierta. En 2Co 12:4, Pablo utiliza la palabra identificándola con el tercer cielo.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(parque precioso).

– Paraí­so del Edén, Gen 2:8.

– Lugar donde van los que mueren en Cristo, como el buen ladrón, Luc 23:43, Mat 25:31-46. Ver “Cielo”.

– Vergel del Can 4:13.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Este término es proveniente del persa, y significa †œun jardí­n o huerto cercado por un muro†. En la †¢Septuaginta siempre se usa para traducir la idea de jardí­n, nunca con sentido escatológico o aludiendo al cielo. Pero como Dios puso a Adán y Eva en el huerto del Edén, se desarrolló la costumbre de llamar a éste el p. Cuando el concepto griego de inmortalidad del alma influyó en el pensamiento hebreo, el huerto del Edén o p. vino a ser considerado como un lugar de beatitud y felicidad adonde iban a morar los justos después de la muerte. Una expresión equivalente es †œel seno de Abraham†, tal como se menciona en la historia o parábola del rico y †¢Lázaro (Luc 16:19-31).

Pablo dijo que fue †œarrebatado hasta el tercer cielo†, que parece equivaler al p., porque añade que †œfue arrebatado al p.† (2Co 12:2-4). En el libro apócrifo Testamento de Leví­ (2Co 2:7), del perí­odo intertestamentario, ya aparecí­a desarrollada la idea de siete cielos. El tercero era †œmucho más iluminado y brillante que los otros dos, pues habí­a en él una luz ilimitada…† En esa misma obra (2Co 18:10), se habla de que el Mesí­as abrirí­a †œciertamente las puertas del p.† De manera que ya en tiempos del NT el vocablo p. era de uso corriente. El Señor Jesús dijo al ladrón en la cruz: †œHoy estarás conmigo en el p.† (Luc 23:43). Las dos ideas de p. y huerto del Edén aparecen mezcladas en Apo 2:7 (†œAl que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del p. de Dios†). †¢Cielo.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, LUGA

vet, (lat. “paradisus”; gr. “paradeisos”: “parque”, “jardí­n de recreo”, del avesta “pairi-daêza”, “recinto cerrado”). En Ec. 2:5; Cnt. 4:13; Neh. 2:8, el texto heb. dice “pardês”, jardí­n, vergel, parque, tomando en este último pasaje el sentido de bosque. Josefo (Ant. 8:7, 3; Contra Apión 1:20) denomina con el gr. “paradeisos” a los jardines de Salomón en Etam y a los jardines colgantes de Babilonia. En la LXX se dice paraí­so de Edén por huerto de Edén (Gn. 2:8). Paraí­so, designando el lugar de felicidad que el hombre ha perdido, vino a ser el nombre de la morada de los justos en el más allá. Los israelitas de la época tardí­a distinguí­an entre un paraí­so celeste y un paraí­so inferior, perteneciendo el primero al cielo, en tanto que el segundo era una división del Hades (heb. “seol”, la morada de los muertos), asignado a las almas de los justos. Es en este sentido que Jesús se dirige al ladrón arrepentido: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraí­so” (Lc. 23:43). Con esto se referí­a a la morada de los muertos bienaventurados, llamada asimismo por los judí­os “seno de Abraham” (Lc. 16:22). En efecto, es allí­ a donde descendió Jesús en el momento de Su muerte (Ef. 4:9; Hch. 2:27, 31). En otros pasajes del NT este término adquiere su sentido celestial. Pablo fue arrebatado “al paraí­so”, hasta el tercer cielo, en la presencia de Dios (2 Co. 12:2, 4). Al que venza, el Señor le dará que coma del árbol de la vida, “que está en medio del paraí­so de Dios” (Ap. 2:7; cfr. 22:2).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(v. cielo, pecado original)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El paraí­so es estar eternamente con el Señor, en la bienaventuranza del amor sin fin; “Hoy estarás conmigo en el paraí­so”. La palabra que el Crucificado le dice al ladrón arrepentido es la revelación de lo que es el paraí­so: un “estar con Cristo”, un vivir eternamente con él en el diálogo del amor con el Padre en el Espí­ritu Santo. Esta relación con el Señor, de una riqueza inimaginable para nosotros, es el principio esencial, el fundamento mismo de toda bienaventuranza del existir. La vigilancia se ejerce en la anticipación del gozo del encuentro con el Señor y en la alegrí­a de la comunión fraterna, vivida con todos los que comparten su deseo. La imagen de esta anticipación es tan profunda y delicada que nos hace comprender la importancia de la vida contemplativa, aunque la sustancia de la anticipación pertenece a toda vida de fe, invitada a convertirse en experiencia vivida en la confianza con el Señor y en la seguridad de que nos cuida tiernamente. La espiritualidad del Cantar de los Cantares —como enseña una tradición espiritual constante y siempre renovada del cristianis5 mo— es, por tanto, una dimensión vital de nuestra relación diaria con Dios; es el tiempo del enamoramiento, destinado a consumarse en la exuberancia del amor; un enamoramiento que debemos cultivar, guardar y valorizar en la intimidad de un diálogo que alcanza las fibras más sensibles de nuestro ser.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

Parque hermoso, o jardí­n semejante a un parque. La palabra griega pa·rá·dei·sos aparece tres veces en las Escrituras Griegas Cristianas. (Lu 23:43; 2Co 12:4; Rev 2:7.) Desde Jenofonte (c. 431-352 a. E.C.), los escritores griegos han empleado dicha palabra (pairidaeza), y Pólux la atribuye a fuentes persas. (Ciropedia, I, III, 14; Anábasis, I, II, 7; Onomasticón, IX, 13.) Algunos lexicógrafos opinan que la palabra hebrea par·dés (cuyo significado primario es parque) se deriva de la misma fuente. No obstante, dado que Salomón (siglo XI a. E.C.) usó par·dés en sus escritos y los escritos persas existentes solo se remontan hasta el siglo VI a. E.C., tal etimologí­a del término hebreo es solo una conjetura. (Ec 2:5; Can 4:13.) El otro uso de par·dés se registra en Nehemí­as 2:8, donde se hace referencia a un parque de árboles perteneciente al rey persa Artajerjes Longimano, en el siglo V a. E.C. (Véase PARQUE.)
Sin embargo, los tres términos (heb. par·dés, persa pairidaeza y gr. pa·rá·dei·sos) transmiten la idea básica de un parque hermoso o un jardí­n parecido a parque. El primer parque de esas caracterí­sticas fue el que el Creador del hombre, Jehová Dios, hizo en Edén. (Gé 2:8, 9, 15.) En hebreo se le llamó gan, †œjardí­n†, aunque debió ser como un parque por su tamaño y naturaleza. La Versión de los Setenta griega utiliza apropiadamente la palabra pa·rá·dei·sos para referirse a ese jardí­n. (Véanse EDEN núm. 1; JARDíN [Jardí­n de Edén].) Por causa del pecado, Adán perdió su derecho a vivir para siempre en aquel paraí­so, un derecho representado por el fruto de cierto árbol señalado por Dios que se hallaba en el centro del jardí­n. El jardí­n de Edén debe haber estado cercado de alguna manera, pues solo hubo que colocar ángeles en el lado oriental para impedir la entrada al hombre. (Gé 3:22-24.)

¿Qué es el Paraí­so que Jesús prometió al malhechor que murió con él?
El relato de Lucas muestra que un malhechor colgado junto a Jesucristo habló en defensa de él y le pidió que lo recordase cuando †˜entrase en su reino†™. La respuesta de Jesús fue: †œVerdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraí­so†. (Lu 23:39-43.) La puntuación que se utilice en la traducción de estas palabras de Jesús dependerá de cómo las entienda el traductor, pues el texto griego original no está puntuado. El uso de la puntuación no se generalizó hasta aproximadamente el siglo IX E.C. Aunque muchas traducciones colocan los dos puntos (o una coma, o la conjunción †œque†) antes de la palabra †œhoy†, por lo que dan la impresión de que el malhechor entró en el paraí­so aquel mismo dí­a, no hay nada en el resto de las Escrituras que apoye esta idea. Jesús permaneció muerto en la tumba hasta el tercer dí­a y luego se le resucitó como †œprimicias† de la resurrección. (Hch 10:40; 1Co 15:20; Col 1:18.) Ascendió al cielo cuarenta dí­as más tarde. (Jn 20:17; Hch 1:1-3, 9.)
Por lo tanto, es obvio que Jesús no utilizó la palabra †œhoy† para indicar cuándo estarí­a el malhechor en el paraí­so, sino para llamar la atención al momento en que se daba la promesa y en el que el malhechor mostraba que tení­a una cierta fe en Jesús. En ese dí­a los principales lí­deres religiosos del propio pueblo de Jesús lo habí­an rechazado y condenado, y después la autoridad romana lo habí­a sentenciado a muerte. Se habí­a convertido en objeto de escarnio y de burla. De modo que el malhechor que estaba junto a él habí­a mostrado una cualidad notable y una actitud de corazón encomiable al no seguir a la muchedumbre, sino hablar en favor de Jesús y expresar confianza en su venidero Reino. Reconociendo que estas palabras destacan el momento en que se hizo la promesa más bien que el de su cumplimiento, la Nueva Reina-Valera (1990) lee: †œEntonces Jesús le contestó: †˜Te aseguro hoy, estarás conmigo en el paraí­so†™†, una lectura similar a la de la Traducción del Nuevo Mundo. Otras versiones que traducen el texto de forma parecida son la de Rotherham y la de Lamsa (en inglés), la de Reinhardt y la de W. Michaelis (en alemán) y la Versão Trinitária de 1883 (en portugués), así­ como la Siriaca Curetoniana del siglo V E.C.
En cuanto a la identificación del paraí­so del que habló Jesús, está claro que no es sinónimo del Reino celestial de Cristo. Aquel mismo dí­a se habí­a ofrecido a los discí­pulos fieles de Jesús la perspectiva de entrar en ese Reino celestial sobre la base de que habí­an †˜continuado con él en sus pruebas†™, algo que el malhechor nunca habí­a hecho. El que él muriese en un madero junto a Jesús se debió únicamente a sus propias fechorí­as. (Lu 22:28-30; 23:40, 41.) Obviamente no habí­a †˜nacido otra vez†™ del agua y del espí­ritu, que, como Jesús habí­a mostrado, era un requisito previo para entrar en el Reino de los cielos. (Jn 3:3-6.) Tampoco era uno de aquellos †˜vencedores†™ que el glorificado Cristo Jesús dijo que estarí­an con él en su trono celestial y que tendrí­an parte en la †œprimera resurrección†. (Rev 3:11, 12, 21; 12:10, 11; 14:1-4; 20:4-6.)
Ciertas obras de consulta expresan la opinión de que Jesús se referí­a a un lugar paradisiaco englobado en el Hades o Seol, un supuesto compartimiento o división destinado a los que contaban con la aprobación divina. Se alega que los rabí­es judí­os de aquel tiempo enseñaban la existencia de dicho paraí­so para los muertos que aguardaban una resurrección. La obra Dictionary of the Bible, de Hastings, dice con relación a las enseñanzas rabí­nicas: †œLa teologí­a rabí­nica tal como la conocemos muestra una extraordinaria amalgama de ideas sobre estas cuestiones, y en el caso de muchas de ellas, es difí­cil determinar a qué época corresponden. […] Basándose en la literatura, puede dar la impresión de que para algunos el Paraí­so se hallaba en la tierra misma, para otros formaba parte del Seol y para otros no estaba ni en la tierra ni debajo de ella, sino en el cielo. […] No obstante, existen ciertas dudas en cuanto a, por lo menos, parte de esto. Esta diversidad de conceptos se encuentra sin duda en el judaí­smo posterior. Se expresan con su máxima precisión y detalle en el judaí­smo cabalí­stico de la Edad Media. […] Pero no puede precisarse hasta cuándo se remontan. La teologí­a judaica más antigua al menos […] parece prestar poco o ningún apoyo a la idea de un Paraí­so intermedio. Habla de un Gehinnom para los malvados y un Gan Eden, o jardí­n de Edén, para los justos. Es cuestionable que vaya más allá de estos conceptos y afirme la existencia de un Paraí­so en el Seol† (1905, vol. 3, págs. 669, 670).
Aun en el caso de que esa enseñanza fuese común en aquel tiempo, no serí­a razonable creer que Jesús contribuirí­a a propagarla, si se tiene en cuenta que habí­a condenado las tradiciones de los lí­deres religiosos judí­os por no estar basadas en la Biblia. (Mt 15:3-9.) Probablemente el paraí­so con el que estaba familiarizado el malhechor con el que habló Jesús era el paraí­so terrestre descrito en el primer libro de las Escrituras Hebreas, el Paraí­so de Edén. Por lo tanto, es razonable suponer que la promesa de Jesús a aquel malhechor apuntaba hacia una restauración de dicho paraí­so terrestre, y le daba la esperanza de resucitar y tener una oportunidad de vivir en ese Paraí­so restaurado. (Compárese con Hch 24:15; Rev 20:12, 13; 21:1-5; Mt 6:10.)

Un paraí­so espiritual. En muchos de los libros proféticos de la Biblia se hallan promesas divinas sobre la repatriación de Israel desde las tierras de su exilio hasta su tierra natal desolada. Dios harí­a que se labrara y sembrase aquella tierra abandonada, que fuese fértil y rebosara de hombres y animales; se reedificarí­an y habitarí­an las ciudades, y se dirí­a de ella: †œEsa tierra de allí­ que habí­a estado desolada ha llegado a ser como el jardí­n de Edén†. (Eze 36:6-11, 29, 30, 33-35; compárese con Isa 51:3; Jer 31:10-12; Eze 34:25-27.) Sin embargo, estas profecí­as también muestran que las condiciones paradisiacas estaban relacionadas con las personas mismas, quienes por fidelidad a Dios †˜podrí­an brotar†™ y florecer como †œárboles […] de justicia†, y disfrutar de una hermosa prosperidad espiritual como la de †œun jardí­n bien regado†, gozando de abundantes bendiciones divinas por tener Su favor. (Isa 58:11; 61:3, 11; Jer 31:12; 32:41; compárese con Sl 1:3; 72:3, 6-8, 16; 85:10-13; Isa 44:3, 4.) El pueblo de Israel habí­a sido la viña de Dios, su plantí­o; pero su maldad y su apostasí­a de la adoración verdadera hicieron que su campo espiritual se †˜marchitase†™ aun antes de que ocurriese la desolación literal de su tierra. (Compárese con Ex 15:17; Isa 5:1-8; Jer 2:21.)
Estos hechos indudablemente dan la clave para entender lo que Pablo dijo sobre la visión a la que se refiere en 2 Corintios 12:1-7 (parece que él mismo tuvo la visión, pues forma parte de la defensa que hace de su propio apostolado). El que contempló la visión fue arrebatado hasta el †œtercer cielo† (véase CIELO [Tercer cielo]) y entró en el †œparaí­so†, donde oyó palabras inexpresables. Se puede ver que este paraí­so contemplado en visión podí­a referirse a una condición espiritual del pueblo de Dios, como en el caso del Israel carnal, por el hecho de que la congregación cristiana también era un †œcampo de Dios bajo cultivo†, su viña espiritual, que estaba arraigada en Cristo Jesús y llevaba fruto para la alabanza de Dios. (1Co 3:9; Jn 15:1-8.) Como tal, habí­a reemplazado a la nación de Israel como objeto del favor de Dios. (Compárese con Mt 21:33-43.) No obstante, la visión de Pablo tuvo que aplicar lógicamente a algún tiempo futuro para constituir una †˜revelación†™. (2Co 12:1.) Se habí­a predicho que habrí­a una apostasí­a en la congregación cristiana; de hecho, en los dí­as de Pablo ya estaba germinando, e iba a resultar en una condición semejante a la de un campo sobresembrado de mala hierba. (Mt 13:24-30, 36-43; Hch 20:29; 2Te 2:3, 7; compárese con Heb 6:7, 8.) Por lo tanto, parece razonable que la visión del paraí­so que tuvo Pablo no aplicarí­a mientras esa fuese la situación, sino que tendrí­a relación con la †œépoca de la siega†, cuando los cristianos genuinos serí­an recogidos por los segadores angélicos y disfrutarí­an de ricas bendiciones y prosperidad espiritual procedentes de Dios.
Es evidente, sin embargo, que las profecí­as de restauración que registraron los profetas hebreos también tendrán un cumplimiento literal cuando se restaure el paraí­so en la Tierra. Por ejemplo, algunas facetas de Isaí­as 35:1-7, como la curación de las personas ciegas y cojas, no se cumplieron de manera literal cuando el Israel de la antigüedad volvió de Babilonia, ni se cumplen literalmente en el paraí­so espiritual cristiano. No serí­a consecuente que Dios inspirase profecí­as como las que se hallan en Isaí­as 11:6-9, Ezequiel 34:25 y Oseas 2:18, con la intención de que solo tuviesen un significado figurado o espiritual, y que sus siervos no llegasen a experimentarlas de manera literal.

Comer en el †œparaí­so de Dios†. Revelación 2:7 menciona un †œárbol de la vida† situado en el †œparaí­so de Dios† y el privilegio de comer de él para el †œque venza†. Como otras promesas dadas en esta parte del libro de Revelación a aquellos que venzan tienen que ver claramente con la herencia celestial (Rev 2:26-28; 3:12, 21), parece obvio que este †œparaí­so de Dios† es celestial. En esta ocasión la palabra †œárbol† traduce la voz griega xý·lon, que significa literalmente †œmadera†, y por lo tanto podrí­a referirse a un jardí­n de árboles frutales. En el paraí­so terrestre de Edén, comer del árbol de la vida hubiera significado para el hombre vivir para siempre (Gé 3:22-24); incluso el fruto de los otros árboles del jardí­n hubiera servido para el sostén de la vida del hombre mientras este hubiese sido obediente. Por eso, el tomar del †œárbol [o árboles] de la vida† en el †œparaí­so de Dios† debe significar la provisión divina de vida ininterrumpida que se otorga a los vencedores cristianos. Otros textos muestran que reciben el premio de la inmortalidad y la incorruptibilidad junto con su Cabeza y Señor celestial, Cristo Jesús. (1Co 15:50-54; 1Pe 1:3, 4.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

paradeisos (paravdeiso”, 3857), es una palabra oriental, cuya mención más antigua se encuentra en el historiador Jenofonte, y que denota los parques de los reyes y prí­ncipes persas. Tiene origen persa (persa antiguo, pairidaeza, relacionado con el griego peri, alrededor y teicos, muralla), y de ahí­ pasó al griego. Véase LXX, p.ej., en Neh 2:8; Ec 2.5; Son 4:13: Los traductores de la LXX usaron este término del huerto del Edén (Gen 2:8), y en otros casos (p.ej., Num 24:6; Isa 1:30; Jer 29:5; Eze 31:8, 9). En Luk 23:43, la promesa del Señor al ladrón arrepentido se cumplió en el mismo dí­a; Cristo, en su muerte, habiendo encomendado su espí­ritu al Padre, fue de inmediato en espí­ritu al cielo mismo, la morada de Dios (la mención del Señor de aquel lugar como paraí­so debe haber sido un gran aliento para el malhechor; para la mente oriental expresaba la suma total de bendición). Allá fue que el apóstol Pablo fue arrebatado (2Co 12:4), y le da el nombre de “el tercer cielo” (el v. 3 no introduce una visión diferente), más allá de los cielos de la creación natural; véase Heb 4:14, con referencia a la ascensión. Esta misma región es mencionada en Rev 2:7, donde el “árbol de vida”, el antitipo figurativo del que estuvo en Edén, ofrecido al vencedor, es mencionado como estando en “el paraí­so de Dios”; cf. Gen 2:8:¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

La palabra griega paradeisos es un calco del persa pardes, que significa huerto. La versión de los Setenta emplea este término ora en sentido propio (Ecl 2,5; Cant 4,12), ora en sentido religioso, único del que nos ocupamos aquí­.

1. El huerto de Dios. En las religiones del Medio Oriente la representación de la vida de los dioses toma sus imágenes de la vida de los poderosos de la tierra : los dioses viven con delicia en palacios rodeados de huertos. por los que corre “el *agua de la vida”, donde brota, entre otros *árboles maravillosos, “el árbol de vida”, cuyo *fruto alimenta a los inmortales. Acá en la tierra, sus *templos, rodeados de huertos sagrados, imitan este prototipo. Estas imágenes, purificadas de su politeí­smo, se aclimataron en la Biblia: según las convenciones del antropomorfismo, no se tiene . reparo en evocar a Dios “paseándose a la brisa del dí­a” en su huerto (Gén 3,8); el huerto y sus árboles son incluso citados en proverbio (Gén 13,10; Ez 31,8s.16ss).

2. Del paraí­so perdido al paraí­so hallado.

a) El paraí­so perdido. La misma imaginerí­a se introduce en el desenvolvimiento de la historia sagrada para evocar el estado en que Dios creó al hombre, la suerte para la que lo situó en la tierra. Dios plantó para él un huerto en Edén (Gén 2, 8ss; cf. Ez 28,13). Su vida en este huerto implica el trabajo (Gén 2, 15), aun teniendo el carácter de una felicidad ideal que en más de un sentido recuerda las descripciones clásicas de la edad de oro: familiaridad con Dios, uso libre de los frutos del huerto. dominio de los *animales (2,19s), unidad armónica de la pareja primitiva (2,18.23s), inocencia moral significada por la ausencia de *vergüenza (2,25), ausencia de la *muerte que no entrará en la tierra sino a consecuencia del pecado (cf. 3,19). Sin embargo, la *prueba del hombre ocupa también un lugar esencial en este paraí­so primitivo: Dios colocó en él el árbol de conocimiento, y la serpiente va allí­ a tentar a Eva. No obstante, la felicidad del Edén subraya por contraste las miserias de nuestra condición actual, que comporta las experiencias contrarias: esta condición, fruto del *pecado humano, está ligada al tema del paraí­so perdido (3,23).

b) Promesa del paraí­so. El sueño que el hombre lleva en sí­ mismo no es, pues, engañoso : corresponde a su *vocación original. Pero serí­a para siempre irrealizable (cf. Gén 3,23) si por una disposición providencial toda la historia sagrada no tuviera por fin y sentido reintegrar al hombre a su estado primitivo. Por eso, del AT al NT, el tema del paraí­so nuevamente hallado, con sus diversas resonancias, recorre los oráculos escatológicos, entrecruzándose con los de la nueva *tierra santa y de la nueva *creación. Los pecados del pueblo de Dios han hecho de su morada en la tierra un lugar de desolación (Jer 4,23); pero en los últimos tiempos lo transformará Dios en el huerto de Edén (Ez 36,35; Is 51,3). En este nuevo paraí­so las *aguas vivas brotarán del *templo en que residirá Dios; a sus márgenes crecerán *árboles maravillosos que proporcionarán al *pueblo nuevo, *alimento y *curación (Ez 47,12). Así­ el camino del árbol de vida volverá a abrirse para los hombres (Ap 2,7: 22,2; en contraste con Gén 3,24). La vida paradisí­aca restaurada al final de la historia sagrada presentará caracteres que coincidirán con los del Edén primitivoy hasta los superarán en algunos puntos: *fecundidad maravillosa de la naturaleza (Os 2,23s; Am 9,13; Jer 31,23-26; Jl 4,18); *paz universal, no sólo de los hombres entre sí­ (Is 2,4), sino también con la naturaleza y los animales (Os 2,20; Is 11,6-9; 65,25); *gozo sin mezcla (Jer 31,13; Is 35,10; 65,18…); supresión de todo *sufrimiento y de la misma *muerte (ls 35,5s; 65,19…; 25,7ss; Ap 20,14; 21,4); supresión de la antigua serpiente (Ap 20,2s.10); entrada en una *vida eterna (Dan 12,2; Sab 5,15; Ap 2,11; 3,5). La realidad que evocan estas imágenes, en contraste con la condición a que el hombre fue reducido por el pecado, recobra, pues, los rasgos de su condición original, pero eliminando de ella toda idea de prueba y toda posibilidad de caí­da.

c) Anticipación del paraí­so recobrado. El paraí­so recobrado es una realidad escatológica. El pueblo de Dios no ha conocido de él en su experiencia histórica sino sombras fugitivas: tal, por ejemplo, la posesión de una *tierra “que mana leche y miel” (Ex 3,17; Dt 6,3; etc.). Sin embargo, su experiencia espiritual le dio de él una anticipación de otro orden. Porque Dios le otorgó su *ley, fuente de toda *sabidurí­a (Dt 4,5s); ahora bien, “la sabidurí­a es un árbol de vida” que garantiza la felicidad (Prov 3,18; cf. Eclo 24,12-21); la ley, en el hombre que la observa, hace que abunde la sabidurí­a “como un rí­o de paraí­so” (Eclo 24,25ss; cf. Gén 2,10…); el sabio que la enseña a los otros es “como una corriente de agua que conduce al paraí­so” (Eclo 24,30); la *gracia y el *temor del Señor son un paraí­so de *bendición (40,17.27). Así­ pues, por la sabidurí­a restituye Dios al hombre un gusto anticipado del gozo paradisí­aco.

El NT da a conocer el último secreto de este *designio divino. Cristo es la fuente de la Sabidurí­a. El es esta misma Sabidurí­a (1Cor 1,30). Es al mismo tiempo el nuevo *Adán (Rom 5,14; 1Cor 15,45), por quien la humanidad tiene acceso a su estado escatológico. El mismo, *victorioso de la serpiente antigua, que es el diablo y *Satán (cf. Ap 20,2), en el momento de su *tentación, vive luego “con los animales salvajes” en una especie de paraí­so recuperado (Mc 1,13; cf. Gén 1,26; 2,19s). Finalmente, sus *milagros muestran que la *enfermedad y la *muerte quedan desde ahora vencidas. El hombre que cree en él ha hallado el “*alimento de vida” (Jn 6,35), “el *agua viva” (4,14), la “*vida eterna” (5,24ss), es decir, los dones del paraí­so escatológico inaugurado ya desde ahora.

3. El Paraí­so, morada de los justos. En los textos bí­blicos la descripción del paraí­so escatológico es sobria y se va depurando progresivamente; pero los apócrifos la amplifican considerablemente, lo cual prueba cierto desarrollo en las creencias judí­as (p.e. en el libro de Enoc). Antes del retorno a la *tierra santa en los últimos *tiempos, el paraí­so sirve de morada intermedia, donde los justos son recogidos por Dios para aguardar el *dí­a del *juicio, la *resurrección y la *vida del mundo futuro. Tal es la morada prometida por Jesús al buen ladrón (Lc 23,43), pero ya transformada por la presencia del que es la vida: “Estarás conmigo…” En cuanto al estado de *bienaventuranza, garantizado al final de la historia sagrada, Jesús entra en él el primero más allá de s muerte para facilitar su acceso a los pecadores rescatados.

4. El paraí­so y el cielo. En cuanto morada de Dios, el paraí­so se sitúa fuera de este *mundo. Pero el lenguaje bí­blico sitúa también en el *cielo la morada divina. Así­ el paraí­so se identifica a veces con “el más alto de los cielos”, el cielo en que reside Dios: allá es adonde fue arrebatado Pablo en espí­ritu para contemplar realidades inefables (2Cor 12,4). Tal es también el sentido habitual de la palabra paraí­so en el lenguaje cristiano: “In paradisum deducant te angeli…” (liturgia de los funerales). Ahora ya el paraí­so está abierto para los que moran en el Señor.

-> írbol – Cielo – Tierra – Vida.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Una palabra de origen persa, probablemente, apareciendo como pardēs tres veces en el AT (Cnt. 4:13; «bosque», Neh. 2:8; «jardines», Ec. 2:5). La palabra griega paradeisos se encuentra desde los tiempos de Jenofonte, apareciendo en papiros, inscripciones, en la LXX (27 referencias, algunas de las cuales se refieren al Edén, p. ej., Gn. 2:8, 9, 10, 15, 16), Filón y Josefo. El NT emplea paradeisos tres veces para señalar el lugar de bendición prometido al ladrón (Lc. 23:43), el tercer cielo (2 Co. 12:4), y la ubicación del árbol de la vida prometido (Ap. 2:7).

Puesto que el paraíso del Edén era el lugar de bienaventuranza que el hombre había perdido, la literatura rabínica usaba el término para describir el lugar de bendición para el justo que había muerto; en contraste, se presentaba a la Gehenna, el lugar de tormento. De aquí se deducían descripciones elaboradas y altamente imaginativas. Véase ejemplos en la Enciclopedia Judía.

Jesús usó el término una vez (Lc. 23:43), y algunos ven aquí únicamente una referencia al cielo. Sin embargo, Jesús puede haber exhibido un acuerdo esencial con la opinión judía tradicional al emplear «el seno de Abraham» como una alternativa para el término «paraíso» en Lucas 16:22. Luego, el paraíso como lugar del justo, es visto como una sección separada del Hades (un término equivalente a Seol, Sal. 16:10; cf. Hch. 2:27, 31). En razón de que las principales referencias al paraíso en el NT se relacionan con el cielo, algunos han concluido que, desde la resurrección y ascensión de Cristo, el paraíso ha sido trasladado desde el Hades hasta el tercer cielo, y que los «santos cautivos» que ascendieron con Cristo eran los santos del AT (Ef. 4:8; la BJ traduce «Subiendo a la altura, llevó cautivos»; La VM por su parte «Subiendo a lo alto, llevó multitud de cautivos»).

Si paraíso significa cielo como lugar de morada o residencia de Dios en todos los ejemplos del NT, entonces la elección del término «seno de Abraham» puede haber sido deliberado. Luego, Jesús prometió al ladrón la bienaventuranza del cielo en aquel mismo día, lo cual pertenece en propiedad a todos los creyentes cristianos (Lc. 23:43; Fil. 1:23; 2 Co. 5:8).

Véase también Estado Intermedio.

BIBLIOGRAFÍA

Alf, I, pp. 661–662; Arndt; Chafer, Systematic Theology, VII, pp. 247–248; HDB; IB; ISBE; JewEnc; MM. L. Berkhof, Teología Sistemática (TELL); W. Hendriksen, La Biblia y la Vida Venidera (TELL); L. Boettner, La Inmortalidad (TELL).

Homer A. Kent, Jr.

LXX Septuagint

BJ Biblia de Jerusalén

VM Biblia Versión Moderna

Alf Alford’s Greek Testament

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

IB Interpreter’s Bible

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

JewEnc Jewish Encyclopaedia

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (453). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Paraíso es un préstamo del iranio antiguo (pairidaēza-) y significa jardín con muro. El término gr. paradeisos fue empleado por primera vez por Jenofonte para los jardines de los reyes persas. La LXX traduce gan ˓ēḏen de Gn. 2.8 paradeisos.

a. En el Antiguo Testamento

La voz paraíso (heb. pardēs) aparece en Neh. 2.8; Ec. 2.5; Cnt. 4.13. La traducción en °vrv2 es “bosque del rey” en Neh., “jardines” en Ec., y “paraíso” en Cnt. Es decir que la palabra misma no se utiliza en sentido escatológico en ninguna parte del AT, significado que apareció en el mundo judío posterior. Podemos discernir las siguientes tendencias. El término paraíso (arm. pardēsā˒) se utilizaba para dar expresión al significado de tiempos primitivos (Urzeit en alemán), y luego se amplió para incluir especulaciones fantásticas sobre la gloria y la dicha de esos tiempos. Estaba relacionado con las expectativas de una maravillosa época mesiánica en el futuro. Este futuro tiempo de gloria sería idéntico al jardín del Edén de épocas antiguas. Los judíos creían también que el paraíso existía en sus propios días, pero que estaba oculto. Este paraíso escondido era el lugar al que fueron llevadas las almas de los patriarcas, las personas elegidas y las justas. Se consideraba que el paraíso antiguo, presente, y futuro eran la misma cosa.

b. En el Nuevo Testamento

La voz paraíso (gr. paradeisos) sólo aparece en tres ocasiones en el NT (Lc. 23.43; 2 Co. 12.3; Ap. 2.7). El contexto muestra que el sentido predominante es el de la evolución tardía del término. En Lc. 23.43 la palabra “paraíso” es utilizada por Jesús para designar el lugar al que van las almas inmediatamente después de la muerte, cf. el paraíso oculto en el pensamiento judío tardío. La misma idea se halla presente en la parábola del rico y Lázaro (Lc. 16.19–31).

En 2 Co. 12.2–4 Pablo escribe en tercera persona sobre su experiencia de haber sido transportado al paraíso, donde escuchó palabras que no se podían pronunciar (gr. arrhēta rhēmata). En este caso paraíso es el “tercer *cielo” con toda su gloria, quizás lo mismo que vemos en Lc. 23. El único lugar en que se emplea paraíso en sentido escatológico es en Ap. 2.7. La promesa proviene de Cristo, de que dará el paraíso como regalo al que venciere. El paraíso actual vendrá en toda su gloria con la consumación final. La idea de un huerto de Dios en el mundo venidero se destaca nítidamente en los últimos capítulos de Apocalipsis. Los símbolos del árbol de la vida, del agua de vida, y de las doce clases de frutos son todos testimonios de la gloria del paraíso futuro (Ap. 22).

Bibliografía. N. Lohfink, Valores actuales del Antiguo Testamento, 1966, pp. 91ss; H. Bietenhard, “Paraíso”, °DTNT, t(t). III, pp. 293–294; M. García Cordero, La problemática de la Biblia, 1971, pp. 81ss.

F.C.F.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico