PECES

(-> panes, comida, multiplicaciones). Los peces, que llenan el mar (en el entorno bí­blico se conocen menos los de rí­o; cf. como excepción Is 50,2 y Ex 7,18.21; Ez 29,4-5, que alude a los del Nilo), han sido creados el dí­a quinto, lo mismo que los pájaros del aire, con quienes están vinculados (cf. Gn 1,2023). Ellos están bajo dominio del hombre, igual que los otros animales (cf. Gn 1,26). Algunos, los que tienen aletas y escamas, se pueden comer, tanto los de mar como los de rí­o. Otros, que caminan por el agua en vez de nadar (del tipo de los mariscos), son impuros (cf. Lv 11,9-12; Dt 14,9-10). Los israelitas del desierto echaban en falta los peces de Egipto (Nm 11,5). Los fenicios y habitantes de la costa del Mediterráneo, en manos de paganos, vendí­an peces en Jerusalén (Neh 11,16), de manera que una de las puertas de la ciudad se llamaba “puerta de los peces” (Sof 1,10; Neh 3,3). Entre los peces simbólicos del Antiguo Testamento, debemos recordar el gran cetáceo de Jonás* y el buen pez de Tobí­as*, que sirve para expulsar demonios posesivos, como Asmodeo, y curar enfermedades. La Biblia ha prohibido la adoración de los peces (cf. Ex 20,4; Dt 4,18). Vinculados de algún modo a los peces están los grandes monstruos marinos, contra los que ha luchado Yahvé para someterlos (cf. Tiamat, Tehom, Rahab, Leviatán). En el Nuevo Testamento son abundantes las referencias a peces y pesca, siempre en el lago de Galilea.

(1) Multiplicación de los panes y los peces. La unión de panes y peces en las multiplicaciones constituye uno de los elementos básicos de la tradición galilea, que después ha sido bastante ignorado por la Iglesia, que se ha centrado en el recuerdo del pan y el vino de la última cena (eucaristí­a*) y ha tendido a pasar por alto la comida de los panes y peces. El mismo relato de las multiplicaciones* de Marcos (6,30-44 y 8,1-8), que ha puesto en paralelo los panes y peces, ha tendido a destacar luego la importancia del pan (cf. 6,37-38.44 y 8,1721). Ese proceso ha culminado en la Iglesia posterior, que ha tendido a olvidar la importancia y sentido de los peces, no sólo en la eucaristí­a, sino en la misma tradición de las comidas* compartidas. En este contexto deberí­a recordarse que el pan y vino de la Cena pierde su sentido si se separa de los panes y peces concretos de la comida de la Iglesia. Es significativo el hecho de que se hable de panes y peces, no de panes y carne, cosa que se debe al tipo de dieta alimenticia de la costa del lago de Galilea y quizá también al hecho de que los animales terrestres (corderos, toros) están vinculados a los sacrificios del templo y constituyen una dieta más cara.

(2) Pesca milagrosa. Todos los peces del mundo (Jn 21). Antes que pastores*, Jesús ha hecho a sus discí­pulos “pescadores” de hombres, entendidos por tanto como peces, desde el contexto de su trabajo anterior en el lago de Galilea (cf. Mc 1,16-18 par). En ese mismo contexto se habla de una “pesca milagrosa”, en la que viene a simbolizarse la tarea misionera de la Iglesia posterior (cf. Lc 5,1-11). El evangelio de Juan ha expandido esa escena. Los siete* discí­pulos pascuales han pasado la noche sin lograr nada, pero un desconocido les ha dicho que echen la red al otro lado y consiguen una gran redada, descubriendo así­ que el desconocido es Jesús y que les espera en la orilla: “Cuando llegaron a tierra vieron que habí­a colocada una brasa y sobre ella un Pez y un Pan. Jesús les dijo: ¡Traed de los peces que habéis pescado ahora! Subió Pedro y arrastró a la orilla la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y siendo tantos no se rompió la red. Y Jesús les dijo: ¡Venid a comer! Ninguno de sus discí­pulos se atrevió a pregun tarle ¿quién eres?, aunque sabí­an que era Jesús. Vino Jesús, tomó el Pan y se lo dio y de un modo semejante el Pez” (Jn 21,9-14). Los pescadores ofrecen a Jesús su pesca misionera (153 peces grandes). Jesús, su propia vida (un pan y un pez asado). El número de peces ha dado pie a diversas interpretaciones y evocaciones. San Jerónimo, en su comentario a Ez 47,6-12, lo interpretaba de forma zoológica: los sabios de su tiempo conocí­an ciento cincuenta y tres clases de peces; con ellas indicarí­a el Evangelio la totalidad o universalidad de la misión cristiana, dirigida a todos los pueblos (PL 25,474C), como parece evocar la red barredera de Mt 13,47. Pero la mayorí­a piensan que ese número se refiere más directamente al conjunto de los pueblos de la tierra, que en aquel tiempo se pensaba que eran ciento cincuenta y tres.

(3) Jesús pez. Los discí­pulos traen a Jesús los ciento cincuenta y tres peces del conjunto de la humanidad; Jesús ofrece su Pan y Pez asado a la brasa, es decir, su propia vida pascual. Tanto el pan como el pez reciben así­ un carácter eucarí­stico, son signo de Cristo. En esa lí­nea, dentro de la tradición cristiana el pez se ha vuelto signo de Jesús por su vinculación con el agua y con el nuevo nacimiento y no sólo por su carácter de comida (como el pan). Así­ se dice que los cristianos nacen del agua bautismal, como peces: “Nosotros, pequeños peces como nuestro Pez Cristo Jesús, nacemos en el agua y nos salvamos permaneciendo en el agua” (Tertuliano, De Baptismo 1). También Clemente de Alejandrí­a (.Praed. III, 59,2) cita el pez como sí­mbolo cristiano: los recién bautizados son peces que han sido sacados del agua. Así­ dice san Agustí­n que “el Pez asado es Cristo sacrificado” (= Piscis assus, Cristus est passus; cf. In Joh 123, 2, comentando Jn 21,8-13). Por otra parte, desde el siglo IV, el nombre griego Icthys, pez, se entiende como acróstico de la fórmula de fe: Iesous Xristos Zeou Huios Soter (Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador). Desde esa perspectiva, lo que la Iglesia ofrece a (comparte con) los hambrientos termina siendo el pez sagrado de la fe en Cristo, separada a veces de los panes y los peces concretos de las multiplicaciones, que están en la raí­z del Evangelio.

Cf. R. M. Fowler, Loaves and fishes. The Function of the Feeding Stories in the Cospel of Mark, Ann Arbor MI 1981.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Dios creó los peces y otros animales acuáticos en el quinto dí­a creativo. (Gé 1:20-23.) A pesar de que no se autorizó al hombre a comer peces hasta después del Diluvio, los tuvo en sujeción desde el mismo principio. (Gé 1:28; 9:2, 3.) Pero en lugar de ejercer un dominio apropiado sobre los animales, algunos hombres se hicieron †œcasquivanos† en sus razonamientos y llegaron a venerar a la creación. (Ro 1:20-23.) Por ejemplo, al dios babilonio de las aguas (Ea) se le representaba como mitad hombre y mitad pez; Atargatis era una diosa siria pisciforme; y en Egipto no solo se consideraba sagrada cierta clase de peces, sino que incluso se momificaba a algunos. Por supuesto, la adoración de peces estaba prohibida en la ley que Dios dio a Israel. (Dt 4:15-18.)
Jesucristo, el †œHijo del hombre† (Mt 17:22), que también habrí­a de tener a los peces en sujeción, demostró en dos ocasiones su poder al llenar de peces milagrosamente las redes de sus apóstoles. (Sl 8:4-8; Heb 2:5-9; Lu 5:4-7; Jn 21:6.) También demostró su dominio cuando, en respuesta a la cuestión del pago del impuesto del templo, dijo a Pedro: †œVe al mar, echa el anzuelo, y toma el primer pez que suba y, al abrirle la boca, hallarás una moneda de estater. Toma esa y dásela a ellos por mí­ y por ti†. (Mt 17:24-27.)

El pescado como alimento. El pescado, un alimento muy nutritivo y fácil de digerir, debí­a constituir una parte importante de la dieta de los egipcios y de sus esclavos hebreos, pues la muchedumbre mixta y los hijos de Israel añoraban en el desierto el pescado que solí­an comer en Egipto. (Nú 11:5.) Por ello, la economí­a egipcia se vio muy dañada cuando los peces del Nilo murieron al convertir Jehová las aguas de Egipto en sangre. (Ex 7:20, 21.)
El pescado siguió siendo un alimento importante para los israelitas cuando se establecieron en la Tierra Prometida. Una de las puertas de Jerusalén se llamaba la †œPuerta del Pescado†, lo que da a entender que allí­ mismo o en sus inmediaciones estaba ubicado un mercado donde se vendí­a pescado. (2Cr 33:14.) Como menciona Nehemí­as, en una época posterior los tirios vendieron pescado en Jerusalén, incluso en sábado. (Ne 13:16.)
Este alimento solí­a comerse con pan, bien asado, como era costumbre, o simplemente salado y secado. Es probable que los peces que empleó Jesús para alimentar milagrosamente primero a 5.000 hombres y más tarde a 4.000 —además de a mujeres y niños— fueran pescados secos y salados. (Mt 14:17-21; 15:34-38.) Después de su resurrección, Jesús comió un poco de pescado asado para probar a sus apóstoles que no estaban viendo un espí­ritu, y en otra ocasión preparó un desayuno con pan y pescado cocido a la brasa. (Lu 24:36-43; Jn 21:9-12.)

Los peces de Israel. Con la excepción del mar Muerto, en las aguas interiores de Palestina abundan los peces. Allí­ se pueden encontrar la brema, la carpa, la perca y otras variedades poco comunes, como el Chromis simonis, que crí­a en la boca. El macho del Chromis simonis introduce los huevos —unos doscientos— en su boca, donde la crí­a permanece por varias semanas después de haber salido del huevo.
Algunas clases de peces llegan a vivir en los manantiales salados cercanos al mar Muerto, pero mueren si se les lleva al agua misma de este mar. La causa se atribuye a la alta concentración de cloruro de magnesio que hay en el mar Muerto. La rápida corriente del Jordán —sobre todo en época de inundaciones— arrastra a muchos peces hasta el mar Muerto, donde, aturdidos, constituyen el alimento de aves de presa, o bien sus cuerpos muertos son arrojados en la orilla y devorados por aves de carroña. Por otra parte, el profeta Ezequiel contempló en visión un rí­o que procedí­a del templo de Jehová y sanaba las aguas del mar Muerto, lo que daba origen a una floreciente industria pesquera. (Eze 47:1, 8-10.)

Limpios e inmundos. Aunque la sabidurí­a del rey Salomón abarcaba el campo de la historia natural, incluido el conocimiento de los peces (1Re 4:33), ni en una sola ocasión se menciona por nombre una clase especí­fica de peces en las Escrituras. No obstante, la Ley hací­a una distinción entre los animales acuáticos que eran limpios y los que eran inmundos. Únicamente los que tuviesen aletas y escamas serí­an limpios para alimento, lo que descartaba al bagre, la anguila, la lamprea, la raya, el tiburón y los crustáceos, muchos de los cuales se alimentan de aguas residuales y de materia en descomposición, por lo que a menudo son portadores de las bacterias causantes de la fiebre tifoidea y paratifoidea. (Le 11:9-12.) Por lo tanto, los pescadores israelitas tení­an que separar los peces aptos para el consumo de aquellos que no lo eran, un aspecto que se resalta en la ilustración de Jesús sobre la red barredera. (Mt 13:47, 48.)

El pez que se tragó a Jonás. A pesar de que el mismo Hijo de Dios atestiguó la veracidad del relato sobre el †œgran pez† que se tragó a Jonás, suele citarse este incidente para desacreditar el registro bí­blico. (Mt 12:40.) Por supuesto, hay que tener en cuenta que la Biblia simplemente dice que †œJehová asignó un gran pez para que se tragara a Jonás†, y que no se menciona qué clase de pez era. (Jon 1:17.) Se sabe que hay criaturas marinas capaces de tragarse a un hombre, como, por ejemplo, el tiburón blanco y el cachalote. (Véanse Mammals of the World, de Walker, revisión de R. Nowak y J. Paradiso, 1983, vol. 2, pág. 901; Australian Zoological Handbook, †œThe Fishes of Australia†, de G. P. Whitley, Sydney, 1940, parte 1: †œThe Sharks†, pág. 125.)

Uso figurado. Algunas veces en las Escrituras se compara a los hombres con peces. El congregador asemejó a los hombres a peces, en el sentido de que podí­an ser †œcogidos en lazo […] en un tiempo calamitoso†, como peces en una red. (Ec 9:12.) Jesucristo hizo a sus seguidores pescadores de hombres, y comparó a las personas justas con peces excelentes, y a los inicuos, con peces inservibles que son desechados. (Mr 1:17; Mt 13:47-50; véase CAZA Y PESCA.)

Fuente: Diccionario de la Biblia