PILATO

Pilato (gr. Pilátos. “armado con un dardo [una jabalina]”: lat. Pilatus). Poncio (gr. Póntios) Pilato, procurador* romano de Judea (c 26-36 d.C.). Los escritores seculares no lo presentan muy favorablemente. Filón dice que era “de naturaleza inflexible y, debido a la obstinación, duro”. Frecuentemente chocaba con los judí­os, ofendiendo sus sentimientos religiosos por actos necios. Una vez hizo que sus soldados marcharan a Jerusalén llevando estandartes con imágenes del emperador. En otra ocasión, colocó escudos dorados con el nombre del emperador grabado sobre ellos en el antiguo palacio de Herodes. En ambos casos fue forzado a quitar los objetos ofensivos por la obstinada resistencia de los judí­os. En el 2º caso, una orden directa de Tiberio, en respuesta a una petición que la nobleza de Judea envió a Roma, lo obligó a obedecer. Los judí­os se conmocionaron especialmente cuando utilizó dinero de la tesorerí­a del templo para pagar un acueducto que se estaba construyendo y así­ traer agua a Jerusalén. La oposición ante su malversación de dinero sagrado fue enfrentada con despiadada crueldad. Más tarde, masacró a muchos samaritanos que seguí­an neciamente a un impostor que les habí­a prometido unos vasos sagrados de oro, supuestamente escondidos por Moisés en la cumbre del monte Gerizim. Los samaritanos se quejaron por esta crueldad innecesaria a su superior, Vitelio, el legado de Siria, que ordenó a Pilato a ir a Roma para justificar su conducta ante el emperador. Al mismo tiempo, designó un nuevo procurador sobre Judea. Antes que llegara a Roma murió Tiberio, pero se dice que Pilato de todos modos fue exiliado a Vienne, sobre el Ródano, en el sur de Galia (ahora Francia), y que luego se suicidó. 412. Inscripción de dedicatoria a Poncio Pilato procedente de Cesarea. Los Evangelios mencionan a Pilato principalmente en relación con el juicio de Jesús; en ese tiempo se encontraba a mitad de su administración. Sabiendo que era sumamente impopular, estaba ansioso de agradar a los judí­os en algo que no le costara nada, aunque se daba cuenta de que las acusaciones contra Jesús eran falsas. Otros eventos históricos mencionados en los Evangelios en relación con su nombre están en armoní­a con el carácter de Pilato, tal como lo describen los historiadores de su tiempo. La enemistad entre él y Herodes Antipas (Luk 23:12) se puede explicar suponiendo que éste habrí­a firmado el petitorio mencionado arriba, que fue enviado a Tiberio; o que Antipas estaba indignado, porque Pilato 933 habí­a matado a súbditos galileos cuando ofrecí­an sacrificios, presumiblemente en Jerusalén (13:1, 2). La literatura cristiana apócrifa contiene varios Hechos de Pilato, pero todos son espurios y sin valor histórico. Esto también es cierto con respecto al supuesto informe de éste a Tiberio de la condenación de Jesús, que es claramente una falsificación. Durante las excavaciones de un teatro romano en Cesarea, dirigidas por A. Frova en 1961, se descubrió una inscripción latina fragmentaria que menciona a [Pon]tius Pilatus, [pref]ectus Iuda[ea]e, “Poncio Pilato, prefecto de Judea”, como el que construyó una estructura pública llamada Tiberieum en honor del emperador Tiberio. Como esta es la primera mansión de Pilato como gobernador de Judá de fuentes no judí­as ni cristianas, el descubrimiento es de gran valor, porque la veracidad de los Evangelios con respecto a su información sobre Pilato habí­a sido puesta en duda con frecuencia por los crí­ticos (fig 412). Bib.: Filón, EG, 38; J. Vardeman, JBL 81 (1962):70, 71.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Quinto procurador, o representante del gobierno del Imperio Romano en Palestina (años 26 al 36 d. de J.C.), el único oficial romano que menciona el Credo de los Apóstoles. Los cuatro Evangelios, especialmente el de Juan, relatan extensamente el juicio y la crucifixión de Jesús. Pilato también es mencionado en Hechos (Act 3:13; Act 4:27; Act 13:28) y en 1Ti 6:13.

Los romanos tení­an muchos gobernadores como él en las provincias, lo cual fue en parte el motivo de su éxito en el gobierno de las mismas. Judea tuvo una serie de estos gobernantes menores, antes y después de Pilato. Generalmente, se encargaban de los impuestos y de los temas económicos, pero gobernar Palestina era tan difí­cil que el procurador de esa región era directamente responsable ante el emperador y también tení­a autoridad judicial suprema, como la que Pilato ejerció con relación a Jesús. El territorio que tení­a a cargo incluí­a Judea, Samaria y la antigua Idumea.

Pilato nunca comprendió realmente a los judí­os, como lo revelan sus frecuentes reacciones bruscas e insensatas. El historiador judí­o Josefo nos dice que él ofendió inmediatamente a los judí­os trayendo a la Ciudad Santa las †œescandalosas† costumbres romanas. En otra ocasión, hizo colgar en el templo escudos de oro con los nombres y las imágenes de los dioses romanos. Cierta vez se apropió de parte de los impuestos del templo para construir un acueducto. A esto debe agregarse el horrible incidente que se menciona enLucas 13:1 en relación con galileos cuya sangre Pilato habí­a mezclado con la sangre de sus sacrificios, lo cual sin duda significa que los soldados romanos habí­an matado a estos hombres mientras ellos hací­an sacrificios en el lugar santo. Estos terribles sucesos aparentemente no concuerdan con el papel que juega Pilato en el juicio de Jesús, en que fue como arcilla en las manos de los judí­os, pero la explicación puede radicar en el hecho de que en ese momento el gobernador temí­a más a los judí­os por las frecuentes quejas de éstos a Roma.

Según su costumbre, Pilato estaba en Jerusalén para mantener el orden durante la fiesta de la Pascua. El lugar donde por lo general viví­a era Cesarea. Después que los judí­os hubieron condenado a Jesús en la corte de ellos, lo llevaron temprano por la mañana ante Pilato, quien seguramente estarí­a residiendo en el palacio de Herodes, cerca del templo. Es sorprendente que les haya concedido una audiencia a una hora tan temprana (Joh 18:28). Desde el principio de la audiencia, Pilato se sintió atormentado por tener que elegir entre ofender a los judí­os o condenar a un hombre inocente y, más allá de simplemente absolverlo, intentó todos los medios posibles para dejar a Jesús en libertad.

Según Josefo, su carrera polí­tica concluyó seis años después, cuando envió soldados a Samaria para reprimir una inofensiva revuelta religiosa y en esa represión murieron muchos hombres inocentes. Los samaritanos se quejaron a Vitelio, legado de Siria, quien envió a Pilato a Roma. Su amigo, el emperador Tiberio, murió mientras él estaba en camino y, de allí­ en más, el nombre de Pilato desaparece de la historia de Roma. El historiador Eusebio señala que poco después, †œcansado de los infortunios†, se suicidó.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

†¢Poncio Pilato.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG HOMB HONT

ver, PROCURADOR

vet, Su nombre entero era Poncio Pilato (Mt. 27:2). Poncio, en lat. “Pontius”, indicaba su relación, por descendencia o adopción, con el “gens” de Pontii. Pilato podrí­a derivar de “Pilatus”, armado de “pilum”, o jabalina; también podrí­a provenir de “Pileatus”, llevando el “pileus”, gorro de fieltro, emblema de la libertad, reservado al esclavo libertado. Quinto procurador de Judea, a partir de la destitución de Arquelao por Augusto, en el año 6 d.C. (véase PROCURADOR). Por medio de la influencia de Séjano, fue designado procurador de Judea por Tiberio, hacia el año 26 d.C., para suceder a Valerio Grato. Llegó a Judea el mismo año de su nominación. Su esposa lo acompañó (Mt. 27:19). Durante mucho tiempo la ley romana no autorizó a que un gobernador llevara a su esposa a una provincia no pacificada, pero Augusto sí­ lo permitió (Tácito, Anales 3:33). En contra de la polí­tica de los procuradores precedentes, Pilato envió a Jerusalén un destacamento militar con sus enseñas. Ordenó que se entrara en la ciudad por la noche, con las enseñas provistas de águilas de plata y de pequeñas imágenes del emperador, para provocar a los judí­os. Una buena cantidad de ellos acudió a Cesarea, la residencia del procurador, para exigir la retirada de las enseñas. Pilato intentó intimidarlos, pero, al ver que estaban dispuestos a dejarse matar en masa, accedió al final a su petición (Ant. 18:3, 1; Guerras 2:9, 2 y 3). Más tarde tomó del tesoro del Templo el dinero sagrado (corbán), para emplearlo en la construcción de un acueducto para llevar a Jerusalén el agua de las regiones montañosas del sur de la capital. El uso secular de un dinero consagrado a Dios provocó una sublevación. Cuando el procurador llegó a Jerusalén, los judí­os asediaron su tribunal. Pilato, enterado ya de la rebelión, mezcló entre la multitud a soldados disfrazados, escondiendo garrotes y puñales. Cuando la agitación llegó a su paroxismo, Pilato dio la señal esperada por los soldados. Numerosos judí­os murieron asesinados o atropellados por la multitud al huir. No parece haberse dado otra sedición. Pilato finalizó el acueducto, pero se hizo odioso a los judí­os (Ant. 18:3, 2; Guerras 2:9, 4). Cuando estaba en Jerusalén, se alojaba en el palacio de Herodes. Hizo colgar después unos escudos de oro, cubiertos de inscripciones idolátricas relativas a Tiberio, aunque sin la efigie del emperador. El pueblo suplicó en vano a Pilato que los quitara. Los nobles de Jerusalén enviaron entonces una petición a Tiberio, que ordenó al procurador que llevara los escudos a Cesarea (Filón, “Legat ad Gaium”, 38). Una carta de Agripa I, citada por Filón, presenta a Pilato como un hombre de carácter inflexible, tan implacable como obstinado. Agripa temí­a que los judí­os fueran a acusar a Pilato ante el emperador de corrupción, violencia, ultrajes al pueblo, crueldad, ejecuciones continuas sin previo juicio, y atrocidades carentes de sentido. Pilato era procurador cuando Juan el Bautista y Jesús comenzaron sus ministerios (Lc. 3:1). Los procuradores de Judea acudí­an habitualmente a Jerusalén con ocasión de las grandes fiestas, durante las que se reuní­an multitudes de judí­os. Es posible que fuera durante una de estas solemnidades que Pilato derramó la sangre de algunos galileos en la zona del Templo donde se ofrecí­an los sacrificios (Lc. 13:1, 2). Los galileos eran propensos a exaltarse durante las fiestas (Ant. 17:10, 2 y 9). Los ejecutados por Pilato habí­an intentado seguramente iniciar una sublevación. Es indudable que una ejecución tan sumaria de algunos de sus súbditos enfurecerí­a a Herodes Antipas; fuera cual fuera la causa de la enemistad entre él y Pilato, el rencor de Herodes se apaciguó cuando el procurador reconoció la jurisdicción del tetrarca en las cuestiones concernientes a galileos (Lc. 23:6-12), lo que sucedió cuando hubo el proceso al Señor Jesús. La carrera de Pilato y la forma en que trató a Jesús revelan su carácter: mundano, dispuesto a juzgar con justicia siempre y cuando ello no le implicara ningún inconveniente personal. Dispuesto a cometer un crimen que le fuera de provecho, y sin preocuparse por sus deberes, sino por sus intereses. Habiendo proclamado tres veces la inocencia de Jesús, y sabiendo que su deber era liberarlo, no lo hizo para no hacerse más impopular entre los judí­os. Ordenó la flagelación de Cristo, no habiéndolo hallado culpable de nada. Dejó después que los soldados romanos, que se hubieran detenido a la menor indicación de su parte, torturaran de nuevo al preso. Cediendo al final al clamor de los judí­os, Pilato accedió a la demanda de ellos, entregando a Jesús a la muerte en la cruz (Mt. 27; Lc. 23). La carrera de Pilato quedó bruscamente interrumpida. Un impostor samaritano incitó a sus compatriotas a seguirle en el monte Gerizim, para buscar unos vasos de oro escondidos por Moisés y que provendrí­an del Tabernáculo. Se ha de señalar que Moisés jamás habí­a estado en el monte Gerizim, por cuanto no le fue permitido cruzar el Jordán. Los samaritanos, engañados, se reunieron al pie de la montaña, listos para la ascensión. Como los desventurados iban armados, Pilato situó caballerí­a e infanterí­a en todos los caminos que conducí­an a Gerizim. Atacaron a estos buscadores de tesoros, dando muerte a muchos de ellos, y tomando a otros como prisioneros, ejecutándolos posteriormente. Los samaritanos denunciaron la crueldad de Pilato al legado de Siria, Vitelio, de quien dependí­a el procurador. Este designó a otro procurador, ordenando a Pilato que se dirigiera a Roma para justificarse ante el emperador. Tiberio murió el 16 de marzo del año 37, antes de la llegada de Pilato (Ant. 18:4, 1 y 2). La tradición informa que Pilato fue desterrado a las Galias, a Viena sobre el Ródano, y que se suicidó. Existen numerosos “Hechos de Pilato” (Acta Pilati), pero se contradicen entre sí­ y son considerados como apócrifos.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Procurador romano de Judea bajo el emperador Tiberio (Lc 3, 1) del año 26 al 36. Su residencia oficial la tení­a en Cesarea la Marí­tima, donde, según una inscripción en piedra aparecida recientemente, Pilato edificó un templo en honor de Tiberio. Era poco amigo de los judí­os y enemigo de Herodes, el cual querí­a siempre congratularse con ellos (Lc 23, 12). Acudió al tesoro del templo para sufragar los gastos ocasionados por la construcción de un acueducto, cosa que exasperó a los judí­os; obró violentamente contra los samaritanos, por lo que fue depuesto de su cargo por Vitelio, y tuvo que ir a Roma para dar cuenta de su gestión. Actuó como juez en la causa contra Jesús y, a pesar de que le creí­a inocente, le condenó a muerte (Mt 27, 1-25; Mc 15, 1-15; Lc 23, 1-26; Jn 18, 28-19, 22). La literatura apócrifa da diversas versiones de su muerte: que fue ejecutado por Nerón, que se suicidó, que se convirtió al cristianismo y que fue ejecutado por Tiberio. ->contexto; gobernador; Galilea; pasión.

E M. N.

Pináculo del templo
Uno de los ángulos de los pórticos del templo (probablemente al sudeste de la explanada), levantado sobre la orilla misma del torrente Cedrón, que tení­a unos 180 m. de altura. Mirando al torrente desde la cima era muy probable que diera vértigo. En tiempos de Jesús habí­a una creencia generalizada entre los judí­os: que el Mesí­as, cuando viniera, debí­a presentarse al pueblo de una manera solemne e inesperada desde el pináculo del templo. La proposición que el Diablo hace a Jesucristo está, pues, en consonancia con esta creencia (Mt 4, 5; Lc 4, 9).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> muerte de Jesús, Barrabás, Marcos, Juan). Poncio Pilato es un personaje histórico bien conocido por las informaciones que ofrecen Flavio Josefo (AJ XVIII, 3; BJ II, 9) y Filón de Alejandrí­a (De leg. Ad Gaium XXXVIII). Fue epitropos o procurador de Judea y Samarí­a entre el 26 y 37 d.C. Su función aparece en la muerte* de Jesús. Resulta muy significativa la manera en que le presentan las dos tradiciones más poderosas de los evangelios, la de Marcos y la de Juan, convirtiéndole en sí­mbolo y portador de un poder que en el fondo acaba siendo impotente.

(1) Visión de Marcos. Los jerarcas de Israel han prendido a Jesús como perturbador y, acusándole de “Rey de los judí­os” (Mc 15,2), le llevan ante el gobernador romano, procurando aparecer así­ como ciudadanos fieles de un imperio cuya ley respetan. Quieren que Pilato asuma el caso, condenando a muerte al acusado. Pilato empieza el interrogatorio y Jesús calla, como situándose fuera del sistema legal (15,3-5). Pues bien, en este contexto, interpretando el sentido del proceso, Marcos introduce unos datos que permiten interpretar el juicio de Jesús como expresión de un enfrentamiento legal entre los diversos poderes de Jerusalén (Pilato, los sacerdotes y el pueblo), (a) Pilato sabe que los sacerdotes han entregado a Jesús por envidia (cf. Mc 15,10) y sabe que el pueblo le estima (cf. Mc 14,1-2). Por eso, en un contexto de pascua, tiempo en el que, según la tradición, el gobernador romano solí­a “amnistiar” a un preso, elegido por el pueblo, quiere aprovechar esa circunstancia para humillar a los sacerdotes. Así­ propone ante el pueblo la liberación de Jesús pensando que el pueblo la aceptará, porque Jesús parece amigo del pueblo. Pues bien, situado ante la opción entre Jesús y Barrabás, manejado por los mismos sacerdotes, el pueblo propondrá la liberación de Barrabás, no la de Jesús. Pero volvamos atrás. Pilato ha querido actuar de un modo populista. En el fondo no le importa ni Jesús ni Barrabás, sino sólo su poder, mantenerse como autoridad suprema en una tierra atravesada de tensiones. Por eso dice al pueblo: ¿Queréis que os libere al rey de los judí­os? (Mc 15,9). (b) Los sacerdotes, que han juzgado ya a Jesús, quieren que Pilato le condene y que le haga morir como a un delincuente o perturbador social. No les conviene presentarse como responsables directos de la muerte de Jesús ante el pueblo. De esa forma pueden ocultar su envidia y actuar como defensores del orden público. Pilato les conoce y quiere humillarlos, utilizando al pueblo. Pero ellos resultan más astutos e influyentes y logran convencer al pueblo para que grite a favor de Barrabás, un bandido/guerrillero, “terrorista”, como hoy suele decirse (Mc 15,11). (c) El pueblo está convencido de su fuerza y exige que Pilato cumpla su palabra y suelte a un preso. Los componentes de la muchedumbre tienen la fuerza de los votos (expresados como gritos); pero los votos son manipulables, de un lado o de otro. Pilato quiso manejar esos votos contra los sacerdotes (¡no en favor de Jesús!); pero los manejan mejor los sacerdotes, no para humillar a Pilato (¡serí­a muy peligroso!), sino para condenar a Jesús, a quien temen y envidian. (d) E11 medio está Jesús, convertido en moneda de cambio. Su inocencia no importa. Tampoco su bondad o su malicia. Estamos ante un juego de intereses: bueno es aquello que conviene al grupo. A los sacerdotes les conviene que muera Jesús y que ellos sigan dirigiendo y dominando la religión de su pueblo, como si fuera su finca privada. A Pilato le convení­a que el pueblo escogiera a Jesús, para así­ humillar a los sacerdotes… Pero los sacerdotes convencen al pueblo y consiguen que grite en contra de Jesús. Pilato tiene que ceder y entrega a Jesús, como precio de una “paz inmediata” y asesina, derrotado por los sacerdotes, (e) Los sacerdotes han triunfado, de manera que Pilato ha tenido que liberar a Barrabás. Parece evidente que Pilato no querí­a. Tampoco lo debí­an querer los sacerdotes, pero, puestos ante la necesidad de escoger, prefieren al bandido social (o activista polí­tico). Les da igual que el mundo caiga, que llegue un diluvio horrible, que reine Barrabás o Pilato… Sólo les importa que ellos puedan seguir con su sacerdocio. Los sacerdotes pueden descansar tranquilos. Ha sido un buen dí­a, han logrado pactar, han evitado alborotos en la plaza del mercado (del juicio). Quizá les queda cierto resquemor: han debido ofrecer concesiones que, en un caso ideal, no hubieran sido necesarias, de manera que Barrabás queda en la ca lle. Pero no tení­an más remedio. Pilato habí­a puesto las bases del acuerdo y tuvieron que aceptarlas. Además, sólo tomando como cebo a Barrabás han logrado la adhesión del pueblo, que es lo que interesa, (f) Un cúmulo de pactos y cesiones. Los sacerdotes han triunfado. ¿Ha cedido el pueblo? Posiblemente sí­, pues su afecto por Jesús era sincero. Pero teniendo que elegir entre los sacerdotes (templo, unidad nacional, economí­a sagrada) o Jesús (ideal mesiánico de gracia), han preferido a los sacerdotes, que garantizan su identidad, actuando en la misma lí­nea de Judas. ¡Esta es la paradoja: Por condenar a Jesús, los sacerdotes han tenido que defender a un activista polí­tico acusado de violencia! Quien más ha cedido ha sido, sin duda, Pilato, a quien vemos como engañador engañado, juez juzgado. Parece dueño del poder, pero en el fondo puede poco. Quiso mostrarse sagaz (jugar a listo) empleando la baza de Jesús al servicio de sus intereses. Pero calculó mal: los sacerdotes fueron más sagaces, aceptaron el reto, convencieron al pueblo y lograron la condena de Jesús. Pilato no tuvo más remedio que plegarse. Evitó el motí­n por un dí­a. Pero dejó juntos, en mezcla explosiva, a sacerdotes, pueblo y Barrabás. Esto significa que el mismo poder romano, queriendo manejar las redes de sus intereses partidistas, terminó dando razón a los violentos (dejando libre a Barrabás) y preparando así­ la insurrección polí­tica (la guerra que estallará pronto, el año 6770). De esa forma, al ponerse ante Jesús, sacerdotes y celotas acaban vinculados por unos mismos intereses de violencia y de dinero. Mató Barrabás a un hombre (no importa quién fuera) y queda libre. Los sacerdotes hacen matar a otro hombre (Jesús) y quedan libres. El pueblo acaba aclamando a los asesinos, poniéndose así­ en manos de la muerte. Pilato, que es la justicia imperial del sistema, cae en la trampa de sus contradicciones. Sólo hay un camino para salir de ese laberinto de intereses de muerte: la gracia de Dios, es decir, la fraternidad gratuita entre los hombres.

(2) Visión de Juan. El evangelio de Juan ha presentado el juicio y muerte de Jesús como un drama en el que se despliega el sentido de la sociedad, de tal forma que los papeles se invierten y aquellos que parecen mandar no mandan y aquellos que parecen triunfar fracasan, mientras Jesús se eleva como Señor, Hijo de Dios, sobre todos aquellos que le matan. En este contexto se entiende el retrato que Juan ofrece de Pilato, representante de la autoridad imperial. Pilato es supersticioso: no cree en la verdad (cf. Jn 18,38) y, sin embargo, tiene miedo de alguien que se presenta como divino, pues le dicen que Jesús “se ha hecho Hijo de Dios” (cf. Jn 19,7-8). Por eso le pregunta, buscando certezas: “¿De dónde eres tú?” (19,9). Es evidente que, planteadas las cosas de esa forma, Jesús no puede responderle, no hay espacio ni tiempo para ello. Pilato ha caí­do en la trampa de su miedo impotente y así­ estalla: “¿A mí­ no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para librarte y poder para crucificarte?” (19,10). El mismo miedo (19,8) le ha hecho violento. Jesús, en cambio, responde con toda tranquilidad: “No tendrí­as ningún poder sobre mí­, si no te lo hubieran dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado” (19,11). Esta respuesta ha sido muy discutida y algunos han supuesto que, según ella, Pilato ha recibido una autoridad o exotisí­a que le ha sido dada (dedoménon) desde arriba, es decir, por Dios. Según eso, utilizando un pasivo divino, en la lí­nea de Sab 6,3 o Rom 13,1-7, Jesús recordarí­a a Pilato que no puede abusar de su poder, pues no es suyo, sino que se lo ha dado Dios. Esa interpretación es posible, aunque, si ella fuera la única, serí­a difí­cil entender la profunda ironí­a del texto. Pilato ha pretendido aparecer en realidad como divino: “Tengo poder para librarte y poder para crucificarte” (19,10). Pero el texto irá mostrando que esa pretensión es falsa, pues el verdadero poder pertenece sólo a Dios (a Jesús), mientras que Pilato no es más que un triste imitador de Adán-Eva (Gn 2-3), alguien que intenta hacerse dueño del bien/mal, en lí­nea de juicio, pero sin lograrlo, de manera que al querer juzgar a los demás (a Jesús) se juzga y condena a sí­ mismo. En ese contexto se entiende la frase que sigue: “el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado”. El que ha dado el poder a Pilato y el que entrega a Jesús es uno mismo y no puede ser Dios, pues Dios no peca, sino que está relacionado con los sacerdotes judí­os. A partir de aquí­, tenemos que seguir preguntando ya con más precisión: ¿Quién le ha dado el poder a Pilato? Hay dos respuestas posibles. (a) Respuesta mí­tica: El que ha dado el poder a Pilato y el que ha entregado en sus manos a Jesús (cometiendo de esa forma un pecado más grande) serí­a un mismo personaje: el diablo. En esa lí­nea se situará más tarde cierta gnosis. (b) Respuesta histórica: el que ha dado poder a Pilato es el césar de Roma y los que han entregado a Jesús son los sacerdotes-judí­os, que actúan aquí­ como poder fáctico, pues recuerdan a Pilato que depende del césar, añadiendo además que ellos pueden acusarle ante ese césar, si es que no condena a Jesús, quien, al hacerse rey de los judí­os, aparece como enemigo del césar. Ellos, los sacerdotes, son los que mueven los hilos de la trama, actuando en el fondo como portadores del poder más alto que es teóricamente del césar. Esa segunda interpretación nos parece más plausible, pues concuerda con el ritmo narrativo del desmontaje del poder que ha realizado el evangelio de Juan. Pilato ha preguntado a Jesús ¿qué es la verdad? (Jn 18,38), sin esperar una respuesta. Jesús le ha respondido de un modo indirecto, no para decirle quién es él (Jesús), sino para decirle a Pilato lo que él es: ¡Alguien que no tiene autoridad propia, pues depende del césar y le manejan los sacerdotes-judí­os! En ese contexto se entiende la reacción de Pilato: por un lado, quiere soltar a Jesús para mostrar su autoridad (como diciendo: ¡Aquí­ mando yo!); pero, por otro lado, es incapaz, pues los “judí­os” gritan más y amenazan con acusarle al césar, llenándole de miedo (19,12). Lógicamente, la escena culmina en una especie de parodia despiadada y reveladora (19,13-16): Pilato sale ante la muchedumbre y se sienta (o le sienta a Jesús) en el trono (ambas lecturas son posibles, pues no está claro el sujeto del verbo ekathisen de Jn 19,13)y dice a los judí­os, señalando a Jesús: ¡Este es vuestro rey! Pilato habí­a dicho antes: ¡Este es el hombre! (Jn 19,5). Ahora precisa el sentido de esa palabra y pronuncia la sentencia definitiva: “¡Este es vuestro Rey!”. De esa forma, el romano mentiroso, aquel a quien los judí­os habí­an negado todo poder, termina diciendo la verdad a los judí­os y a todos los lectores: el auténtico poder pertenece a Jesús. Cf. R. E. BROWN, La muerte de Jesús, Verbo Divino, Estella 2005; S. LEGASSE, El proceso de Jesús I-II, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995-1996; X. PIKAZA, Antropologí­a bí­blica, Sí­gueme, Salamanca 2006; S. TALA VERO, Pasión y Resurrección en el IV Evangelio, Universidad Pontificia, Salamanca 1976; A. URBAN, El origen divino del poder. Estudio filológico e historia de la interpretación de Jn 19,11a, El Almendro, Córdoba 1991.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Gobernador romano de Judea durante el ministerio terrestre de Jesús. (Lu 3:1.) Cuando se depuso a Arquelao, hijo de Herodes el Grande, de ser rey de Judea, el emperador nombró gobernadores para dirigir la provincia, de los que probablemente Pilato fue el quinto. Tiberio lo nombró en el año 26 E.C., y su gobernación duró un decenio.
Se sabe poco de la historia personal de Poncio Pilato. El único perí­odo de su vida que recibe mención histórica es el de su gobernación en Judea. La única inscripción que ha aparecido con su nombre se halló en 1961 en Cesarea; esta también hace referencia al Tiberieum, edificio que Pilato dedicó a Tiberio.
Como representante del emperador, el gobernador ejercí­a pleno control sobre la provincia. Podí­a imponer la pena capital, y según los que respaldan el punto de vista de que el Sanedrí­n también podí­a dictar esta pena, ese tribunal judí­o tení­a que obtener la ratificación del gobernador para hacer válida su sentencia. (Compárese con Mt 26:65, 66; Jn 18:31.) Como la residencia oficial del gobernador romano estaba en Cesarea (compárese con Hch 23:23, 24), el cuerpo principal de las tropas romanas estaba apostado allí­, con una fuerza más pequeña guarnicionada en Jerusalén. Sin embargo, según la costumbre, el gobernador residí­a en Jerusalén durante las temporadas festivas (como en el tiempo de la Pascua), y llevaba refuerzos militares consigo. En el caso de Pilato, su esposa también estaba con él en Judea (Mt 27:19), lo que era posible debido a un cambio anterior en la polí­tica gubernamental romana con respecto a los gobernadores que se hallaban en asignaciones peligrosas.
La gobernación de Pilato no fue pací­fica. Según el historiador judí­o Josefo, Pilato tuvo un mal comienzo en lo que respecta a las relaciones con sus súbditos judí­os: de noche envió a Jerusalén soldados romanos que llevaban insignias militares con imágenes del emperador. Este suceso provocó un gran resentimiento, y una delegación de judí­os viajó a Cesarea para protestar por la presencia de las insignias y exigir que las quitasen. Después de cinco dí­as de discusión, Pilato intentó atemorizar a los que hicieron la petición, amenazándolos con que sus soldados los ejecutarí­an, pero la enconada negativa de aquellos a doblegarse le hizo acceder a su demanda. (Antigüedades Judí­as, libro XVIII, cap. III, sec. 1.)
Filón, escritor judí­o de Alejandrí­a (Egipto) que vivió en el siglo I E.C., narra un acto similar de Pilato que provocó una protesta. En esta ocasión tuvo que ver con unos escudos de oro que llevaban los nombres de Pilato y Tiberio, y que Pilato habí­a colocado en su residencia de Jerusalén. Los judí­os apelaron al emperador de Roma, y Pilato recibió la orden de llevar los escudos a Cesarea. (Sobre la embajada ante Cayo, XXXVIII, 299-305.)
Josefo aún menciona otro alboroto: a expensas de la tesorerí­a del templo de Jerusalén, Pilato construyó un acueducto para llevar agua a Jerusalén desde una distancia de casi 40 Km. Grandes multitudes vociferaron contra este acto cuando Pilato visitó la ciudad. Pilato envió soldados disfrazados para que se mezclasen entre la multitud y la atacasen al recibir una señal, lo que resultó en que muchos judí­os muriesen o quedasen heridos. (Antigüedades Judí­as, libro XVIII, cap. III, sec. 2; La Guerra de los Judí­os, libro II, cap. IX, sec. 4.) Al parecer se consiguió realizar el proyecto. A menudo se ha apuntado que este último conflicto fue la ocasión en que Pilato †˜mezcló la sangre de los galileos con sus sacrificios†™, como se registra en Lucas 13:1. Esta expresión parece dar a entender que a estos galileos se les asesinó allí­ mismo, en el recinto del templo. No hay manera de determinar si este incidente tiene que ver con el que narra Josefo o si ocurrió en otra ocasión. Sin embargo, como los galileos eran súbditos de Herodes Antipas, el gobernante de distrito de Galilea, esta matanza puede haber sido al menos un factor que contribuyó a la enemistad existente entre Pilato y Herodes hasta el tiempo del juicio de Jesús. (Lu 23:6-12.)

El juicio de Jesús. Al amanecer del 14 de Nisán de 33 E.C., los lí­deres judí­os llevaron a Jesús ante Pilato. Como no iban a entrar en la residencia del gobernador gentil, Pilato salió y les preguntó de qué acusaban a Jesús. Entre las acusaciones formuladas estaban: subversión, hablar en contra del pago de impuestos y hacerse a sí­ mismo rey, rivalizando de este modo con César. Cuando Pilato les dijo que tomaran a Jesús y lo juzgaran ellos mismos, los acusadores respondieron que no era legal que ellos ejecutaran a nadie. A continuación Pilato introdujo a Jesús en el palacio y lo interrogó en cuanto a las acusaciones. (GRABADO, vol. 2, pág. 741.) Volviendo a los acusadores, anunció que no hallaba ninguna falta en el acusado. Las acusaciones continuaron, y cuando se enteró de que Jesús era de Galilea, lo envió a Herodes Antipas. Este, contrariado por la negativa de Jesús a ejecutar alguna señal, lo maltrató y ridiculizó, y luego lo devolvió a Pilato.
Se convocó de nuevo a los lí­deres judí­os y al pueblo, y Pilato reanudó sus esfuerzos para no sentenciar a muerte a un hombre inocente. Con ese fin preguntó a la muchedumbre si deseaba liberar a Jesús siguiendo la costumbre de dejar en libertad a un prisionero en cada fiesta de la Pascua. En vez de eso, la muchedumbre, incitada por sus lí­deres religiosos, clamó por la liberación de Barrabás, un ladrón, asesino y sedicioso. Los repetidos esfuerzos de Pilato por liberar al acusado solo sirvieron para incrementar los gritos de que se fijase a Jesús en un madero. Temiendo un motí­n e intentando apaciguar a la muchedumbre, Pilato accedió a sus deseos, después de lo cual se lavó las manos con agua, como si se limpiase de culpa de sangre. Algún tiempo antes, la esposa de Pilato le habí­a notificado de un sueño inquietante relacionado con †œese hombre justo†. (Mt 27:19.)
Pilato hizo azotar a Jesús, y los soldados colocaron una corona de espinas sobre su cabeza y lo vistieron con ropaje real. Pilato apareció de nuevo ante la muchedumbre, volvió a decir que no hallaba ninguna culpa en Jesús y lo hizo salir con sus prendas de vestir y la corona de espinas. Ante el grito de Pilato: †œÂ¡Miren! ¡El hombre!†, los lí­deres y el pueblo volvieron a expresar su demanda de que lo fijasen en un madero, y entonces revelaron por primera vez su acusación de blasfemia. El que dijeran que Jesús se hací­a a sí­ mismo hijo de Dios aumentó el recelo de Pilato, y lo llevó dentro para seguir interrogándolo. Sus últimos esfuerzos por liberarlo hicieron que los opositores judí­os le advirtieran que se estaba haciendo acreedor a la acusación de oponerse al César. Cuando oyó esta amenaza, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal. Su grito de: †œÂ¡Miren! ¡Su rey!†, solo logró reavivar el clamor por que se fijase a Jesús en un madero, y provocó la declaración: †œNo tenemos más rey que César†. A continuación Pilato les entregó a Jesús para que lo fijasen en un madero. (Mt 27:1-31; Mr 15:1-15; Lu 23:1-25; Jn 18:28-40; 19:1-16.)
Los escritores judí­os, como Filón, representan a Pilato como un hombre inflexible y decidido. (Sobre la embajada ante Cayo, XXXVIII, 301.) Sin embargo, es posible que en buena medida fuesen las acciones de los mismos judí­os la causa de las fuertes medidas que el gobernador habí­a tomado contra ellos. De todas formas, los relatos de los evangelios hacen que se llegue a entender el modo de ser de aquel hombre. La manera de encargarse de los asuntos era la tí­pica de un gobernante romano; y su habla, concisa y categórica. Aunque reflejó una actitud de desprecio escéptico al decir †œ¿Qué es la verdad?†, manifestó temor, tal vez un temor supersticioso, cuando supo que estaba tratando con alguien que afirmaba ser el hijo de Dios. No tení­a aires de superioridad, pero demostró la falta de rectitud común en la clase polí­tica. Estaba interesado principalmente en su puesto y en lo que sus superiores dirí­an si oyesen que habí­a más disturbios en su provincia. Asimismo, temí­a parecer demasiado indulgente con los acusados de sedición. Si bien Pilato reconoció la inocencia de Jesús y que era envidia lo que impulsaba a sus acusadores, cedió ante la muchedumbre y les entregó una ví­ctima inocente para que la mataran brutalmente antes que arriesgar su carrera polí­tica.
Como parte de las †œautoridades superiores†, Pilato ejerció su poder por permiso divino. (Ro 13:1.) El cargó con la responsabilidad de su decisión, una responsabilidad de la que no podí­a desprenderse lavándose las manos con agua. El sueño de su esposa debió ser de origen divino, como lo fueron otros sucesos ocurridos ese dí­a, como el terremoto, la insólita oscuridad y la rasgadura de la cortina. (Mt 27:19, 45, 51-54; Lu 23:44, 45.) Este sueño deberí­a haber advertido a Pilato de que no se trataba de un juicio corriente ni de un acusado común; sin embargo, como Jesús dijo, el que lo llevó a Pilato †˜tuvo mayor pecado†™. (Jn 19:10, 11.) Por eso, a Judas, quien habí­a traicionado a Jesús, se le llamó †œel hijo de destrucción† (Jn 17:12); se dijo que aquellos fariseos que fueron culpables de complicidad en el complot contra la vida de Jesús eran †˜merecedores del Gehena†™ (Mt 23:15, 33; compárese con Jn 8:37-44); pero el sumo sacerdote, que encabezaba el Sanedrí­n, fue especialmente responsable ante Dios por entregar a su Hijo a este gobernante gentil para que lo sentenciara a muerte. (Mt 26:63-66.) Así­ que la culpa de Pilato no fue como la de ellos, aunque su acción también fue muy reprensible.
La aversión de Pilato a los que promovieron el crimen no solo se reflejó en el †œtí­tulo† que puso en el madero de tormento, en el que se le identificaba como el †œrey de los judí­os†, sino también en su brusca negativa a cambiarlo, cuando dijo: †œLo que he escrito, he escrito†. (Jn 19:19-22.) Cuando José de Arimatea solicitó el cadáver, Pilato accedió a su solicitud, no sin antes asegurarse de que Jesús estaba muerto, demostrando la minuciosidad de un oficial romano. (Mr 15:43-45.) La preocupación de los principales sacerdotes y los fariseos por la posibilidad de que alguien robara el cuerpo produjo la sucinta respuesta: †œTienen guardia. Vayan y asegúrenlo lo mejor que sepan†. (Mt 27:62-65.)

Su destitución y muerte. Josefo informa que la posterior destitución de Pilato fue el resultado de las quejas que los samaritanos presentaron a Vitelio, gobernador de Siria y superior inmediato de Pilato. La queja tení­a que ver con la matanza ordenada por Pilato de varios samaritanos a los que engañó un impostor, reuniéndolos en el monte Guerizim con la esperanza de descubrir los tesoros sagrados que supuestamente habí­a escondido allí­ Moisés. Vitelio mandó a Pilato a Roma para comparecer ante Tiberio, y puso a Marcelo en su lugar. Tiberio murió en el año 37 E.C., mientras Pilato todaví­a estaba en camino a Roma. (Antigüedades Judí­as, libro XVIII, cap. IV, secs. 1 y 2.) La historia no proporciona datos fidedignos en cuanto a los resultados finales de su juicio. No obstante, Eusebio, historiador de finales del siglo III y principios del IV, afirma que se obligó a Pilato a suicidarse durante el reinado de Cayo (Calí­gula), el sucesor de Tiberio. (Historia Eclesiástica, II, VII, 1.

[Fotografí­a en la página 665]
Inscripción hallada en Cesarea en 1961 con el nombre de Poncio Pilato

Fuente: Diccionario de la Biblia

Poncio Pilato era romano, de la orden ecuestre, o sea la clase media alta; no se conoce su praenomen, pero su nomen, Poncio, sugiere que era de origen samnita, y su cognomen, Pilato, puede haber provenido de antepasados militares. Poco sabemos de su carrera antes del año 26 d.C., pero en ese año (véase P. L. Hedley en JTS 35, 1934, pp. 56–58) el emperador Tiberio lo nombró quinto praefectus (hēgemōn, Mt. 27.2, etc.; el mismo título se aplica a Félix en Hch. 23 y a Festo en Hch. 26) de Judea. En 1961 se encontraron pruebas de este título en una inscripción en Cesarea, y E. J. Vardaman (JBL 88, 1962, pp. 70) piensa que se empleó este título en los primeros años de Pilato, pero que fue remplazado por el de procurator (el título usado por Tácito y Josefo) posteriormente. De acuerdo con un cambio de política del senado (en 21 d.C., Tácito, Anales 3. 33–34) Pilato llevó consigo a su esposa (Mt. 27.19). Como procurador ejerció un control total sobre la provincia, y estuvo a cargo del ejército de ocupación (1 ala—alrededor de 120 hombres—de caballería, y 4 ó 5 cohortes—entre 2.500–5.000 hombres—de infantería) apostado en Cesarea, con una guarnición en Jerusalén en la fortaleza Antonia. El procurador tenía plenos poderes de vida y muerte, y podía dejar sin efecto sentencias capitales decretadas por el sanedrín, que tenía que pedirle su ratificación. También nombraba a los sumos sacerdotes, y controlaba el templo y sus fondos: hasta las vestiduras del sumo sacerdote se hallaban bajo su custodia, y solamente se les dejaba llevarlas durante las festividades, época en la que el procurador residía en Jerusalén y traía tropas adicionales para patrullar la ciudad.

Hasta historiadores paganos mencionan a Pilato solamente en relación con su autorización para crucificar a Jesús (Tácito, Anales 15. 44); su única aparición en los anales de la historia se produce como procurador de Judea.

Josefo relata (Ant. 18.55; GJ 2.169) que la primera acción de Pilato al asumir su nuevo cargo fue antagonizar a los judíos al colocar los estandartes romanos, que llevaban imágenes del emperador, en Jerusalén; procuradores anteriores habían evitado usar estos estandartes en la ciudad santa. A causa de la resuelta resistencia de sus dirigentes, a pesar de las amenazas de muerte, cedió ante sus deseos después de seis días, y volvió a llevar las imágenes a Cesarea. Filón (De Legatione ad Gaium 299ss) relata la dedicación por parte de Pilato de un juego de escudos de oro en su propia residencia en Jerusalén. Dichos escudos no llevaban imágenes, sino solamente una inscripción con los nombres del procurador y el emperador, pero se hicieron peticiones ante Tiberio, quien con buen sentido ordenó que se colocaran en el templo de Roma et Augustus en Cesarea (cf. P. L. Maier, “The Episode of the Golden Roman Shields at Jerusalem”; HTR 62, 1969, pp. 109ss).

Josefo (Ant. 18.60; GJ 2.175) y Eusebio (HE 2.7) invocan otro motivo de queja de los judíos contra Pilato, en el sentido de que utilizó dinero del tesoro del templo para construir un acueducto para llevar agua a la ciudad desde un manantial ubicado a unos 40 km de distancia. Decenas de miles de judíos se manifestaron contra el proyecto cuando Pilato llegó a Jerusalén, presumiblemente en época de alguna festividad, y él a su vez envió sus tropas disfrazadas en contra de ellos, como resultado de lo cual murió gran número. Generalmente se considera que este tumulto fue causado por los galileos que menciona Lc. 13.1–2 (cuya sangre había mezclado Pilato con los sacrificios), y C. Noldius (De Vita et Gestis Herodum, 1660, 249) afirmaba que la enemistad de Herodes y Pilato (Lc. 23.12) se produjo a causa de que Pilato había matado a algunos de los súbditos de Herodes. Esto explica el cuidado posterior de Pilato (Lc. 23.6–7) de mandar a Jesús para que fuera juzgado por Herodes. No se sabe si la torre que se desplomó en Siloé (Lc. 13.4) formaba parte de este acueducto.

Pilato finalmente colmó la medida con la muerte de cierto número de samaritanos que se había reunido en el mte. Gerizim, convocados por un embaucador que había prometido mostrarles que Moisés había escondido allí los recipientes sagrados. A pesar de la obvia falsedad de esta declaración (Moisés nunca cruzó el Jordán; algunos consideran que hay un error textual, Mōÿseōs por. seōs, y que Josefo se refiere a la tradición samaritana de que Uzi, el sumo sacerdote (1 Cr. 6.6), había escondido el arca y otros recipientes sagrados en el mte. Gerizim), una gran multitud acudió con armas al monte, y Pilato los rodeó y derrotó, capturando a muchos de ellos y ejecutando a sus instigadores. Una delegación de samaritanos fue a protestar ante Vitelio, que en ese entonces era gobernador de Siria, y este ordenó que Pilato respondiese a la acusación de los judíos ante el emperador, y que Marcelo fuese a Judea en lugar de Pilato (Jos., Ant. 18. 85–89). Pilato se dirigía a Roma cuando murió Tiberio (37 d.C.). (cf. E. M. Smallwood, “The Date of the Dismissal of Pontius Pilate from Judaea”, JJS 5, 1954, pp. 12ss.) Nada sabemos del resultado del juicio, pero Eusebio (HE 2.7) guarda un informe de analistas griegos que son, por lo demás, desconocidos, en el sentido de que Pilato se vio obligado a suicidarse durante el reinado de Cayo (37–41 (d.C.).

Todos estos incidentes fueron relatados por Josefo o Filón. E. Stauffer (Christ and the Caesars, trad. ing. 1955, pp. 119s) llama la atención a otro caso de provocación de los judíos por Pilato. Según G. F. Hill (Catalogue of the Greek Coins of Palestine, 1914), los procuradores hacían acuñar pequeñas monedas de cobre para satisfacer las necesidades locales en Palestina. Normalmente llevaban diseños simbólicos de rasgos naturales, como árboles y espigas de trigo, por consideración al segundo mandamiento. En 29–31 d.C. Pilato hizo acuñar monedas que llevaban insignias religiosas imperiales, el lituus, o bastón del augur, y la patera, o tazón de libación pagano. Estas monedas cesaron después del 31 d.C., y el Museo Británico tiene una moneda de Pilato que aparentemente su sucesor Félix hizo reestampar con una rama de palma encima del bastón, aunque Y. Meshorer (Jewish Coins of the Second Temple Period, 1967) afirma que Félix también hizo acuñar monedas con símbolos de naturaleza provocativa, como armas romanas, que hacían resaltar la subyugación romana de Judea.

En Filón no encontramos una sola palabra a favor de Pilato; en De Legatione ad Gaium 301 lo describe como “por naturaleza rígido y porfiadamente duro” y “de naturaleza rencorosa, y hombre excesivamente iracundo”; habla de “los sobornos, los actos de soberbia, los actos de violencia, los ultrajes, los casos de tratamiento basado en el rencor, los constantes asesinatos sin juicio, la incesante y sumamente agravante brutalidad” de los que podían acusarlo los judíos. El veredicto del NT es que fue un hombre débil, dispuesto a inclinarse hacia lo expeditivo antes que hacia los principios, cuya autorización del asesinato judicial del Salvador se debió menos a un deseo de satisfacer a las autoridades judías, que al temor de incurrir en el desagrado del emperador si Tiberio se enteraba de que se había producido más desasosiego en Judea. Esto se hizo mucho más evidente por su burla de los judíos al redactar el cartel que hizo colocar sobre la cruz (Jn. 19.19–22). Es sumamente lamentable que no sepamos más de él aparte de su período de gobierno en Judea, hacia cuyos habitantes aparentemente mostró poca comprensión y aun menos simpatía.

Para una interesante discusión de la significación de la inclusión de la frase “padeció bajo Poncio Pilato” en los credos cristianos véase S. Liberty, “The Importance of Pontius Pilate in Creed and Gospel”, JTS 45, 1944, pp. 38–56.

Hay un cierto número de Acta Pilati en existencia, ninguna de las cuales se considera genuina.

Bibliografía. J. M. Bover, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, 1956; X. León-Dufour, Los evangelios y la historia de Jesús, 1967; C.H. Dodd, La tradición histórica en el cuarto evangelio, 1978, pp. 106ss; id., Interpretación del cuarto evangelio, 1978; R. E. Brown, El evangelio según san Juan, 1979, t(t). II, pp. 1149ss.

P. L. Maier, Pontius Pilate, 1968.

D.H.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico