RECONCILIACION

v. Expiación, Perdón, Propiciación
Lev 9:7 haz la r por ti y por .. y haz la r por ellos
16:6


(gr., katallagué). La reconciliación es un cambio de relación entre Dios y el hombre basado en el cambio de posición del hombre a través de la obra redentora de Cristo. En el NT se sugieren tres aspectos de este cambio:
1. Una reconciliación de personas entre quienes ha existido un estado de enemistad; Dios establece en la obra redentora de Cristo la base de esta cambiada relación de personas (Rom 5:10; 2Co 5:19).

Nunca se dice que Dios se reconcilia con el hombre, sino que el hombre lo hace con Dios, debido a que es lo pecaminoso del hombre que crea la enemistad (Rom 8:7; Col 1:21) y precipita la ira de Dios (Eph 2:3, Eph 2:5).
2. Una reconciliación de condición de modo que todas las bases de la relación de enemistad son quitadas y las bases de un compañerismo completo se establecen (2Co 5:18-20; Eph 2:16).
3. Una reconciliación que surge del cambio en el hombre inducido por la acción de Dios. El hombre no es reconciliado meramente porque su relación ha cambiado, sino porque Dios lo ha cambiado a él a través de Cristo de modo que él pueda ser reconciliado (Rom 5:11; Rom 11:15; 2Co 5:18; Eph 2:5). La reconciliación proviene, por lo tanto, de Dios, a través de Cristo, para el hombre, de modo que no solamente las barreras de oposición al compañerismo que pudiesen existir en la gente pecaminosa sean removidas, sino que la base positiva para el compañerismo pudiese ser establecida a través de la justicia de Cristo imputada al hombre.

Aunque el fundamento suficiente de la reconciliación está establecida en la obra redentora completa de Cristo, la reconciliación es la base sobre la que se establece el continuo compañerismo (Rom 5:10).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(volver a conciliarse).

1- Entre Dios y el hombre: Por medio de la Sangre de Cristo, es “gratis”, por “fe”, 1Jn 1:7, Efe 2:8-10, 16, Hec 10:43, 2Co 5:19.

– Efectuada por Cristo, como Sumo Sacerdote, Heb 2:17.

– Por su muerte, Rom 5:10, Efe 2:16.

– Por su Sangre, Efe 2:13, Col 1:20.

– Cuando éramos enemigos de Dios, Rom 5:10.

– Encomendada a los ministros, el ministerio de reconciliación, 2Co 5:20.

2- Entre los hombres entre sí­: Mat 5:23-25, Mat 6:14-15.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Acto de eliminar un estado de enemistad entre dos personas, convirtiéndolas en amigas. En el AT, la idea de r. estaba envuelta en los sacrificios expiatorios por el pecado (†œMas si fuere pobre … tomará un cordero para ser ofrecido como ofrenda mecida por la culpa, para reconciliarse† [Lev 14:21]). En el NT, la palabra katallagë y apokatallassö se traducen como r. y reconciliar, respectivamente. El pecado del hombre le puso en situación de enemistad con Dios (†œPor cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios† [Rom 8:7]). El Señor Jesús vino al mundo para hacer una obra de r. entre los hombres y Dios (†œPorque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida† [Rom 5:10]).

Para resolver el conflicto entre los hombres y Dios, éste tuvo que tomar la iniciativa (†œY todo esto proviene de Dios† [2Co 5:18]). Es él quien hace la r. en la persona del Señor Jesús, de una forma tal que lo que resta es que el hombre se arrepienta de sus pecados y consienta por la fe, diga que sí­, a esa obra que Dios ha hecho. Para hacer entender esta maravilla a los seres humanos, Dios ha encargado a otros seres humanos que lo pregonen por el mundo, que ofrezcan la paz, el arreglo que Dios pone a disposición de los hombres. Pablo dice que Dios ha dado a los creyentes †œel ministerio de la r.†, que anuncia al mundo †œque Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo†. Y que ahora es †œcomo si Dios rogase por medio de nosotros …: Reconciliáos con Dios† (2Co 5:18-21).
r. entre los hombres y Dios, ahora posible, tiene también como resultado otra r. entre los hombres mismos. Para comenzar, la división entre judí­os y gentiles fue eliminada por el Señor Jesús en la cruz del Calvario (†œPorque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades … y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo† [Efe 2:14-18]).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DOCT

ver, PROPICIATORIO

vet, Habiéndose alejado el hombre de Dios, su Creador, al desobedecerlo, la justicia y santidad de Dios debí­an ser vindicadas. El Señor rompió la comunión con el pecador (Gn. 3:23-24), juzgando un mundo lleno de violencia por el pecado en el Diluvio (Gn. 6:5-7) y dejando tras Babel que las naciones siguieran sus propios caminos (Gn. 11:8-9). Para Israel, es en la expiación que se muestra la posibilidad de la reconciliación. Se trata de una propiciación: una vez que se habí­a hecho expiación por el pecado, y la sangre de la ví­ctima estaba sobre el propiciatorio, la Ley quedaba cumplida, la justicia satisfecha y vindicada, y Dios podí­a libremente exhibir Su misericordia y amor. El propiciatorio (véase PROPICIATORIO) es el único lugar dado en el que Dios se puede encontrar con Aarón, que representa a todo el pueblo (Ex. 25:22). El gran Dí­a de la Expiación expresaba así­ de una manera simbólica y profética la gran amnistí­a que se proclamarí­a un dí­a con la venida del Mesí­as (Lv. 16). “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Co. 5:19). Por la cruz, Cristo quitó el pecado, destruyó la enemistad, estableció la paz y reconcilió a los hombres (judí­os y paganos), no sólo con Dios, sino también entre ellos (Ef. 2:16). La reconciliación operada en el Calvario tuvo efectos hasta en el cielo (Col. 1:20- 22; Ef. 1:10). Es el mismo Jesucristo que pagó el precio de nuestra reconciliación, la paga del pecado que demandaba la vindicación de la justicia divina para mantener Su santidad. Desde entonces puede tomar la mano del pecador arrepentido, y ponerla en la del Dios de santidad y de amor con toda justicia (cfr. Ro. 3:23-25). Sin embargo, es de todo punto necesario que el rebelde reconozca su culpa y que acepte “ser reconciliado con Dios”. En efecto, ¿cómo podrán reconciliarse con Dios los que pretenden “no haber hecho nunca nada malo”? El corazón de Israel era “falso y rebelde” (Jer. 5:23), y somos todos por naturaleza “hijos de desobediencia” (Ef. 2:2-3). Es una gracia suprema saber que “siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Ro. 5:10). Y este acto no pertenece sólo al pasado: el que cree de corazón en Jesucristo, obtiene la reconciliación de una manera actual y presente (Ro. 5:10-11). Además, Dios confí­a a los creyentes “el ministerio de la reconciliación”. Hace de ellos embajadores de Cristo, que suplican a los hombres en todo lugar que se reconcilien con El (2 Co. 5:18-20). No se trata de una simple proclamación de una salvación universal que todos los hombres ya posean. La reconciliación es para todos aquellos que no rechacen la provisión de Dios para su salvación. El hecho trágico es que son muchos los que no dan la respuesta de obediencia de fe a Dios en Cristo, y de los que, por tanto, se puede decir que permanece la ira de Dios sobre ellos (cfr. Jn. 3:36 y Mt. 23:37).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Concepto bí­blico y cristiano que fundamenta la Historia de la salvación, en cuanto se concibe al hombre como pecador, que misericordiosamente recibe el perdón y la restauración del orden inicial. La idea de reconciliación se identifica con la de redención, perdón, justificación, restauración, rescate. Late en los Profetas y en los libros sapienciales.

Y en el Nuevo Testamento surgen cientos de veces las ideas de perdón o reparación. De manera especial con el término preciso de reconciliación (katallage) 15 veces, de ellas 14 en San Pablo: y con expresiones como expiación o propiciación (ilasmos) 8 veces, todas en S. Pablo, o simplemente como perdón (afesis o afeimi) 64 veces. (Ver Penitencia 7.1)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Reconciliarse con Dios, con los hermanos y consigo mismo

En el contexto del sermón de la montaña, Jesús invita a reconciliarse con los hermanos para poder orar y ofrecer un sacrificio agradable a Dios (Mt 5,24) y para superar las rupturas y los pleitos innecesarios (Mt 5,25). La reconciliación con los hermanos es el presupuesto y el signo de la reconciliación con Dios. Esta reconciliación comienza en el propio corazón, evitando la dispersión y la dicotomí­a interior, pero se concreta prácticamente en la convivencia y colaboración fraterna. La convivencia humana necesita la acogida fraterna y el perdón sincero.

En los momentos de dificultades y tensiones eclesiales o comunitarias en general, el punto de referencia obligado es Dios como fuente de donde brota la unidad. La reconciliación proviene de Dios, porque él “perdona todas las culpas” (Sal 103,3). Entonces el gozo del perdón es capaz de sanar todas las heridas.

Reconciliación interior y sacramental

La verdadera reconciliación es “interior”, es decir, radica en los criterios, escala de valores, motivaciones y actitudes. Pero, precisamente por ello, debe expresarse concreta y exteriormente en la vida personal, comunitaria y social. A partir de un corazón unificado, se construye la verdadera paz. Todas las guerras y divisiones tienen su origen en un corazón dividido (cfr. GS 78). Para llegar a la reconciliación es necesario el reconocimiento de la verdad (incluso del propio pecado) y la disponibilidad para un proceso de reparación que no destruya la dignidad personal. “La unidad debe ser resultado de una verdadera conversión de todos, del perdón… de la plena docilidad a la acción del Espí­ritu Santo que es también Espí­ritu de reconciliación” (RP 9).

El proceso interior de reconciliación es un itinerario de penitencia, como virtud y actitud de conversión, de reparación y de sacrificio. El sacramento de la reconciliación o de la “penitencia” es un momento privilegiado para expresar la actitud de reconciliación con Dios, con los hermanos y consigo mismo. La experiencia del perdón de Dios es sanante y se convierte en fuente inagotable de perdón respecto a los hermanos.

El anuncio de la reconciliación en Cristo crucificado

Para las situaciones de división, como las que tení­an lugar en Corinto, San Pablo ha dejado este principio orientador “Dejaos reconciliar con Dios” (2Cor 5,20). Cristo crucificado es nuestra reconciliación y el garante de toda reconciliación “Dios quiso reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col 1,20).

En el campo de la evangelización, la reconciliación tiene lugar especialmente en el construcción de la unidad apostólica dentro de la comunidad eclesial y entre comunidades cristianas; pero es también indispensable en el encuentro con las otras religiones, para iniciar con ellas un proceso de cercaní­a, de diálogo, de inculturación y de cooperación. La Iglesia es signo e instrumento de reconciliación entre todos los pueblos (RP 6). Su mensaje se resume en estas palabras “Ofrece el perdón, recibe la paz” (Juan Pablo II, 1.1.97).

Referencias Caridad, conversión, diálogo, ecumenismo, Iglesia comunión, misericordia, paz, penitencia, perdón, unidad de la Iglesia.

Lectura de documentos CEC 822, 1422-1424, 2608, 2844; RP 6-10.

Bibliografí­a AA.VV., El misterio del pecado y del perdón (Santander, Sal Terrae, 1972); D. BOROBIO, Perdón, en Conceptos fundamentales del cristianismo (Madrid, Trotta, 1993) 1019-1030; J. ESQUERDA BIFET, Caminos de renovación (Barcelona, Balmes, 1983); G. FLOREZ, Penitencia y Unción de los enfermos ( BAC, Madrid, 1993). Ver penitencia (sacramento).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Acción mediante la cual los que están desunidos vuelven a la concordia. En el N. T. sólo hay dos textos que hablan de reconciliación humana entre dos desavenidos (Mt 5,24; 1 Cor 7,11). Todos los demás textos se refieren a una reconciliación espiritual de los hombres -incluso de la naturaleza entera- entre sí­ y con Dios. El que hace la reconciliación es siempre Dios, sin que ni siquiera tenga parte decisiva la disposición de los reconciliados (2 Cor 5,18). Dios hace una reconciliación universal, de todos los hombres, judí­os y gentiles, incluso de sus enemigos, y de todas las cosas, de la creación entera (Rom 5,10.11; 11,15; 2 Cor 5,18-20; Ef 2,16; Col 1,20.22). Hace la reconciliación en Jesucristo, por su muerte, por su sangre vertida en la cruz (Rom 5,10; 2 Cor 5,18-19) y en su cuerpo de carne (Col 1,22). Dios ha encomendado a los apóstoles el misterio de la reconciliación (2 Cor 5,19); por eso deben ser incansables predicadores de la reconciliación (2 Cor 5,20). Después de la muerte y de la resurrección de Jesucristo todo ha cambiado, porque todo está reconciliado; el desorden hostil que reinaba en el mundo después del pecado ha quedado destruido. Las cosas viejas han quedado también destruidas (2 Cor 5,14-17); todas las cosas han sido puestas en paz; una paz de Jesucristo, que debe reinar entre los hombres -en el hombre nuevo y recreado- y con Dios. Esta reconciliación lo abarca todo: reconciliación de judí­os y gentiles, de toda la comunidad humana. de la creación entera.

Pero esta pacificación universal en la perfecta sumisión a Dios llegará a su plenitud cuando todos seamos transformados tras la resurrección universal, cuando Dios será todo en todas las cosas. -> arrepentimiento; conversión.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

El cultivo de la vida espiritual nos hace estar atentos a los obstáculos pecaminosos que nosotros oponemos a la guí­a del Espí­ritu Santo. De ahí­ procede la actitud penitencial, que encuentra su sello y sustento en la celebración del sacramento de la penitencia. Se dice que este sacramento está en crisis, porque está en crisis la conciencia de los valores morales y, por consiguiente, la conciencia de los pecados que niegan los valores morales. Puede que haya que considerar también una perspectiva complementaria: estamos atravesando una peligrosa crisis de la conciencia moral, porque está en crisis la celebración del sacramento de la penitencia. En efecto, la percepción de nuestros pecados está relacionada con la percepción del bien que es violado por el pecado. La percepción del bien, a su vez, sólo se produce en esa actitud espiritual rica y compleja, con la que nosotros, a partir de la experiencia de los bienes parciales, provisionales, secundarios, nos abrimos al reconocimiento y a la acogida del Bien último y definitivo, que es el misterio de Dios. El Bien, por tanto, más que descrito y precisado, puede ser buscado, invocado, celebrado, acogido. En particular, el cristiano busca, celebra, acoge la revelación definitiva del Bien en Jesús, en su vida y en su pascua. También el descubrimiento, el reconocimiento, la superación de los pecados, aunque radiquen en actitudes que salen del interior del corazón, al final se producen en presencia de Jesús y se sellan en la celebración del amor misericordioso del Padre. Por eso la tradición considera la celebración de este sacramento no solamente como un acontecimiento excepcional por culpas muy graves, que han producido una ruptura irreparable de la alianza, sino también como un gesto que se ha de repetir con frecuencia para tomar conciencia de nuestra cotidiana miseria ante Dios, para intuir la distancia entre nuestra vida y los ideales evangélicos, para experimentar la fuerza renovadora de la pascua, para disipar esa niebla interior que no nos permite descubrir y llevar a cabo las tareas que el evangelio nos encomienda.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

SUMARIO: Premisa. I. Confesión: 1. En el AT; 2. En el NT. II. El pecado. III. Contrición: 1. Reconocer y confesar; 2. Arrepentimiento y “retorno”: a) Alejarse; b) Corazón nuevo; c) La acción divina. IV. Los salmos penitenciales. V. La reconciliación en el NT: 1. Juan Bautista; 2. Predicación de Jesús. VI. La reconciliación en la enseñanza de san Pablo: 1. La iniciativa divina; 2. Efectos de la reconciliación; 3. El misterio de la reconciliación; 4. La reconciliación universal; 5. Reconciliación entre judí­os y gentiles.

PREMISA. En la palabra reconciliación subyacen términos hebreos y griegos con notables matices, que no afloran normalmente en nuestro lenguaje. Los términos más ordinarios interesados en nuestra palabra son el griego metánoia y el hebreo tesühbah, además del verbo súb. Las diversas ediciones españolas de la Biblia atestiguan la variedad de las acepciones de estos términos: arrepentirse, hacer penitencia, convertirse, cambiar de idea, cambiar de sentimientos. Cada una de esas versiones expresa en parte el sentido que encontramos en el AT, y luego en el NT, y nos pone en la necesidad de especificar lo que la Biblia quiere decirnos: necesidad radical, ya que para Jesús la palabra metánoia define el mismo ser cristiano (Mar 1:15). El término, una vez bien entendido, nos introducirá mejor en el significado de lo que habitualmente llamamos arrepentimiento y penitencia, si los confrontamos con el valor original del mensaje de Jesús.

En el griego común, el sustantivo metánoia y el verbo metanoéí­n designan siempre el cambio de juicio o el pesar y la desaprobación de una acción que antecedentemente se habí­a aprobado; pero en la Biblia se trata siempre del cambio de todo el hombre. Este cambio de significado tuvo lugar cuando la Biblia fue traducida del hebreo al griego. Sin entrar ulteriormente en particulares histórico-lingüí­sticos, estas indicaciones intentan exclusivamente justificar el esquema aquí­ seguido.

I. CONFESIí“N. Para reconciliar es preciso haberse adherido a algo o a alguien; para volver es preciso haber tenido un punto de partida.

1. EN EL AT. La tradición histórica del AT se caracteriza por una profesión de fe que se desarrolló a partir de unas pocas fórmulas conocidas como credo histórico o profesión de fe. En ellas se reconocen las intervenciones de Yhwh en la historia del antiguo Israel. El acto fundamental que más frecuentemente se trae a la memoria es la liberación de Egipto. A esta primera profesión de fe (Exo 20:2; Lev 19:36; Núm 23:22; Núm 24:8; Deu 5:6; Deu 8:14) se juntan otras que reconocen la promesa divina a los patriarcas, la guí­a a través del desierto, la revelación en el Sinaí­. En formas literarias diversas, la continua confesión de la asistencia divina a lo largo de todos los momentos de su historia es un elemento tí­pico de la fe de Israel, que tiene su formulación clásica en Deu 26:5-9 : “Mi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto. Allí­ se quedó con unas pocas personas más; pero pronto se convirtió en una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una cruel esclavitud. Pero nosotros clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, que escuchó nuestra plegaria, volvió su rostro hacia nuestra miseria, nuestros trabajos y nuestra opresión, nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo fuerte en medio de gran terror, prodigios y portentos, nos trajo hasta aquí­ y nos dio esta tierra que mana leche y miel”.

Manifestaciones hí­mnicas de esta fe surgen en la exposición detallada de la historia, por ejemplo, en Jue 5:6; Jos 24:2ss; Sal 105; 135; 136. Son profesiones de fe que dicen estrecha relación histórica con hechos pasados que dan una orientación a la historia presente e infunden confianza para la historia futura.

2. EN EL NT. Tampoco en el NT se deja la profesión de fe a la libre elección del hombre, porque es necesaria para la salvación: “Con la fe del corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa la fe para la salvación” (Rom 10:10). Como la fe, también la confesión está continuamente presente en la comunidad (lTim 6,12-14); y se distingue, porque no se trata de la adhesión a una verdad cualquiera, sino a la persona histórica de Jesús. Como ya en el AT, también en el NT el mensaje de la fe se articula en unas pocas frases esenciales, pero puramente cristológicas, que miran a la afirmación de la resurrección y exaltación de Jesucristo (lCor 15,1-11; Heb 10:36-43; etc.).

El dato central de la primera fe cristiana se amplí­a luego por la reflexión teológica, y es también formulado del modo más conciso en la confesión “Jesús es Señor”: “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te, salvarás” (Rom 10:9; Flp 2:11). El que confiesa es por el hecho mismo introducido como miembro en la comunidad de los creyentes, en la Iglesia. “Columna y fundamento de la verdad, la Iglesia debe confesar su fe, que es su naturaleza y la razón de su ser. El martirio es la forma más perfecta del público testimonio que la Iglesia debe dar ante el mundo; por eso el martirio fue pronto considerado, al principio del cristianismo, la forma más perfecta de público testimonio de los cristianos, y por tanto de la Iglesia. Pero al lado del testimonio del martirio en perí­odos de excepción existió siempre para todos la confesión de cada dí­a, que corresponde a la vida vivida en armoní­a con la fe de la Iglesia. En todo cristiano está vivo el dicho: `Yo creo lo que cree la Iglesia”‘.

II. EL PECADO. Desviación de la confesión del fiel, desviación de su nuevo ser en la comunidad de Israel iniciado con la alianza y la circuncisión o desviación del cristiano de su nuevo ser en la t Iglesia iniciado en el / bautismo es el / pecado. Ya sea que se tome en consideración el pecado original, ya que se prescinda de él, el pecado -en ambos casos (del israelita y del cristiano)- marca una ruptura, una desviación. De ahí­ la necesidad de la conversión, no de la fe o de la alianza, sino del pecado: la admisión ante la comunidad de una ruptura de los ví­nculos con ella, y por medio de ella, con Dios. La necesidad de reconciliarse con la comunidad y con Dios es evidente: es el restablecimiento de las nuevas y ya naturales relaciones. Y aquí­ está la esencia de la reconciliación en sus múltiples contenidos, como se verá a continuación.

III. CONTRICIí“N. Reconocer las culpas propias, confesarlas abiertamente, arrepentirse, restablecer nuevamente las relaciones normales con Dios es lo que los profetas del AT suelen encerrar en un único verbo, súb, de complejo significado, como se verá. El mismo significado se contiene en metanoein en el NT, con sólo dos excepciones: Luc 17:3-4 y 2Co 7:9-10, donde el verbo griego tiene nuestro significado de “arrepentirse”. Sin embargo, para llegar a una visión más clara de las sucesivas fases de la contrición, es preciso proceder por grados.

1. RECONOCER Y CONFESAR. La autoacusación es el supuesto necesario para la reconciliación, y designa sobre todo aceptación y manifestación de penitencia. Un texto ejemplar de este género lo tenemos en la confesión pública y solemne de Nehemí­as. El largo capí­tulo comienza con la confesión de Dios, creador del universo, que llamó a Abrahán de Urde los caldeos, libró a Israel de Egipto, se manifestó y dio su ley en el Sinaí­, guió al pueblo a través del desierto y lo introdujo en la tierra de promisión. El orante llega luego a la confesión de los pecados: “Pero nuestros padres se obstinaron, endurecieron su cabeza, no obedecieron tus órdenes. No quisieron obedecer, olvidándose de las maravillas que tú habí­as realizado para ellos”. La continuación de la oración intercala los beneficios divinos y las culpas del pueblo: “Se rebelaron contra ti y echaron tu ley a sus espaldas…” Es todo un alternarse de faltas, de castigos, de oraciones escuchadas, de nuevas faltas, de nuevos castigos, etc.: “Los soportaste muchos años, los amonestaste pero no hicieron caso…” El recuerdo de la alianza por una parte, y de la presente desventura por otra, anuncia el fin de la oración en el más clásico de los modos, es decir, con la renovación de la misma alianza: “Aceptamos hoy un compromiso firme… Y todos juntos juraron y prometieron caminar en la ley que Dios habí­a dado por medio de Moisés “y observar fielmente todos los mandamientos de nuestro Señor” (Neh 9:6-10.31).

2. ARREPENTIMIENTO Y “RETORNO”. Veamos el proceso de la reconciliación de modo más detallado, desde el punto de vista psicológico y religioso, dejándonos llevar sobre todo por las observaciones de los dos profetas Jeremí­as y Ezequiel, que más profundizaron este proceso y resumieron preferentemente los actos con el verbo sûb, “retornar”, “convertirse”.

a) Alejarse. El alejamiento del mal, del camino hasta entonces seguido, es el primer acto que prepara para la reconciliación. Dice / Jeremí­as: a veces Dios decide arrancar, destruir, aniquilar; pero si el malvado se convierte de su maldad, Dios se arrepiente del mal que habí­a pensado hacer (Jer 18:8). Ante las dudas y las vacilaciones del profeta, Dios lo anima: “Tal vez te escuchen y se conviertan cada uno de su mal camino; entonces yo retiraré el castigo que pensaba darles por sus malas acciones…” (Jer 26:3; cf 36,3).

Más analí­tico en medir la conducta que debe asumir el pecador para llegar a la reconciliación, pero igualmente aseverativo de la primera actitud, es el profeta / Ezequiel: “Si el delincuente se convierte de todos los delitos que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica la justicia y el derecho, no morirá…; debido a la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Es que yo me complazco en la muerte del delincuente… y no más bien en que se convierta y viva?” (18,21-23). Un pensamiento sobre el cual le gusta volver es el de la alegrí­a divina por la reconciliación y su tristeza por la muerte del pecador: “No me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva. Convertí­os de vuestros perversos caminos; ¿por qué queréis morir?” (Eze 33:10-11). Más aún; el profeta se siente como un centinela ante el pueblo para amonestarlo, a fin de que se aparte “de su mal camino” y viva (Eze 3:16-19): “Si tú adviertes al justo para que no peque y él no peca, vivirá” (Eze 3:21). Este cambio interior exigido por Jeremí­as y por Ezequiel no es un aspecto exclusivo de ellos. Véase, por ejemplo, también Amó 5:14-15 e Isa 1:11-19. Ciertamente es singular su insistencia y el análisis interior que manifiestan. En parte se debe al perí­odo dramático en el que ambos vivieron, al menos por algún tiempo; son los años en que el reino de Judá ha perdido la libertad (Jeremí­as) y de comienzos del destierro babilónico (Ezequiel). En conclusión, escribe Ezequiel: “Si yo digo al injusto: ¡Morirás!, y él se convierte de sus pecados y practica la justicia y el derecho…, vivirá y no morirá” (Eze 33:14-16).

De una manera más bien oscura, a su modo, y sin embargo bien inteligible, subraya un texto gnóstico, al tratar de la caí­da y de la reconciliación, el aspecto misterioso de todo esto: “Es un misterio de caí­da, es un misterio que deja de alzarse, gracias al descubrimiento del que ha venido por el que quiere hacer volver. Este retorno se llama conversión” (Evangelio de la verdad 35,18-19).

b) Corazón nuevo. Este aspecto misterioso de la reconciliación no escapó a los profetas. El cambio y la confesión, el reconocimiento de las culpas propias, el alejamiento del mal y la vuelta al Dios abandonado, la reconciliación no son cosas de poca monta; se trata de un cambio profundo e innovador. Pero es un retorno fácil de comprender superficialmente y difí­cil de realizar. “Convertí­os”, exclamaba Ezequiel apostrofando a los exiliados, “de todos vuestros pecados…, formaos un corazón nuevo y un espí­ritu nuevo… Convertí­os y viviréis” (Eze 18:30-32). Una mayor reflexión sobre el espí­ritu humano y sobre la realidad que le rodeaba, junto con la consideración de la grandeza de Dios, lo llevaron fácilmente a comprender cómo aquella conversión-retorno era imposible sin una acción divina profunda en el espí­ritu humano. La reconciliación es indispensable para el hombre, pero es imposible sin la ayuda divina. Jeremí­as lo habí­a reconocido en una de sus penetrantes reflexiones: “¿Puede un negro cambiar su piel o un leopardo sus manchas? ¿Y vosotros, habituados al mal, podréis hacer el bien?” (Jer 13:23). Se comprende por qué los profetas expresan la reconciliación lapidariamente con las palabras: “Haz que vuelva y volveré, pues tú eres el Señor, mi Dios” (Jer 31:18).

c) La acción divina. Para los profetas, pues, la reconciliación era no una acción, sino una cadena de acciones, un comportamiento, una vida; tení­a exigencias profundas y que involucraban todo el ser. Incluso se dieron cuenta de que aquel retorno era imposible si Dios no habí­a realmente preparado la reconciliación del hombre: “Les daré un corazón capaz de conocerme…” (Jer 24:6); “les daré un solo corazón e infundiré en ellos un espí­ritu nuevo… para que caminen conforme a mis leyes… Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Eze 11:19-20); y también: “Infundiré en vosotros mi espí­ritu” (Eze 36:26-27). Sólo luego, en el NT, encontraremos intuiciones tan profundas sobre la reconciliación. Se trata, en efecto, de una obra que el hombre inicia, pero no sin una acción divina, y que sólo Dios lleva a cumplimiento; una obra en la cual Dios actúa con el hombre desde el principio al fin: “Pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 31:33).

Si en la predicación profética todo está de acuerdo en afirmar que no se puede realizar la reconciliación, y por tanto obtener la salvación, sin una especial intervención divina, en el perí­odo del rabinismo, o sea en el posexilio tardí­o, se abrirá camino una convicción en la cual la confianza total en Dios -caracterí­stica de los profetas- para una verdadera reconciliación se habrá desvanecido en gran medida; la reconciliación es considerada todaví­a una acción de Dios en el hombre, pero se afianza la convicción de que, el primado es del hombre: el primero en obrar es el hombre; luego, Dios.

IV. LOS SALMOS PENITENCIALES. La expresión literaria más poética del ansia de reconciliación en el AT, la encontramos en los / Salmos. Religiosamente, la lí­nea espiritual sigue siendo la de los profetas, con los cuales concuerdan en ver el camino de la reconciliación no en prácticas externas, tales como sacrificios, ayunos y formas múltiples de penitencia. En ellos no encontramos una polémica estéril contra tales prácticas ni tampoco una espiritualización unilateral de ellas, sino que constantemente se subraya que lo importante no es colocarse superficialmente en el gran número de los penitentes, sino sentirse personalmente tocados por el Dios que se dirige al particular antes que a la comunidad. De los Salmos se desprende claramente que no es tanto el pecado particular lo que se ha de expiar en el sufrimiento cuanto la necesidad de que la persona del pecador sienta la urgencia de una nueva relación con Dios. En los salmos penitenciales, después de una invocación a Dios, el fiel presenta su estado interior, los motivos de su tormento, entre los cuales el mayor es sentir lejano a su Dios; por eso la parte más extensa suele reservarse a la descripción de los propios males, a la confesión de las culpas propias y a la petición de perdón. En las invocaciones a Dios, del cual se siente lejano de un modo innatural, el salmista no recuerda solamente sus desventuras, sino que intenta enternecer a Dios recordándole la bondad tantas veces demostrada, la fragilidad del hombre, la brevedad de la vida; termina su oración expresando la certeza de ser escuchado, la promesa del agradecimiento, que a menudo incluso se anticipa también con la respuesta divina que asegura al orante. Estos salmos son el núcleo más humano y cautivador de todo el Salterio, pues en ellos se expresa con claridad y sinceridad el esfuerzo del hombre solo, la lenta ascensión a Dios a través del sufrimiento, el sentido profundo de extraví­o por el alejamiento de Dios y el deseo ardiente y sincero de reconciliación. Se trata de salmos que muy pronto individuó la oración cristiana (son más de una treintena), demostrando hacia ellos sus preferencias, y de los cuales eligió siete, los más sentidos y universales de todos, que al menos desde el siglo tv constituyen un pequeño librito entrañable para todos los cristianos y predilecto también de la liturgia: son los siete salmos penitenciales, a saber: los salmos 6; 32; 38; 51; 102; 130; 143. Entre ellos los más célebres son el Miserere (Sal 51) y el De profundis (Sal 130).

V. LA RECONCILIACIí“N EN EL NT. También en el NT la reconciliación constituye un problema central para el hombre en su indispensable relación con Dios; su necesidad y su naturaleza se ilustran de un modo nuevo, pero además ampliadas a todo el universo.

1. JUAN BAUTISTA. El precursor reanuda la voz de los antiguos profetas con acentos todaví­a más fuertes, porque siente que la acción definitiva de Dios supera inmediatamente al hombre: “Por aquellos dí­as apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y diciendo: ‘Convertí­os [metanoeîte]’ “(Mat 3:2). La invitación a la conversión va dirigida no sólo a los pecadores y a los paganos, sino también a las personas piadosas que piensan que no tienen necesidad de ello: “Dad frutos dignos de conversión, y no os ilusionéis con decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abrahán” (Mat 3:8). Enseguida se ve que se trata de una reconciliación que debe durar toda la vida. Además, Juan une la predicación con el bautismo, y la presenta como una oferta escatológica de Dios ( Mat 3:7-12).
2. PREDICACIí“N DE JESÚS. También la predicación de Jesús comienza con la misma invitación, a la cual se añade, sin embargo, algo que en parte desconcierta y en parte precisa: “Después de ser Juan encarcelado, Jesús fue a Galilea a predicar el evangelio de Dios; y decí­a: `Se ha cumplido el tiempo y el t reino de Dios está cerca. Convertí­os [metanoeite] y creed en el evangelio”‘ (Mar 1:15). Los hombres deben escuchar la buena nueva (el evangelio), que establece un diálogo nuevo con Dios; es un diálogo en el cual la intervención de Dios es de primaria importancia; sólo después viene la conversión, la reconciliación del hombre.

Para comprender el contenido de la conversión y reconciliación en el anuncio de Jesús no es posible limitarse a unas cuantas citas, sino que hay que considerar también las diversas parábolas. La reconciliación supone siempre lo que está oculto en la palabra y en la acción de Jesús, a saber: por una parte la presencia de Dios, y por otra el “sí­” del hombre caí­do, que puede aceptar o rehusar. La parábola del sembrador enumera una larga serie de “noes” (Mar 4:1-9). En la reconciliación se ve verificada la ley de la historia de la salvación, según la cual Dios ensalza a los humildes y rebaja a los soberbios (Luc 1:52-53, 1Co 1:26-28). También la parábola de los invitados a la boda repite la distinción entre los llamados (Mat 22:1ss; Luc 14:16ss).

Las figuras de los dos grupos hacen resaltar la necesidad de la respuesta, pero también la naturaleza de los llamados que responden a la invitación a la reconciliación: unos están al margen de la sociedad religiosa y social. Según el juicio usual y tradicional, saben que no tienen nada que esperar de los hombres, y de Dios no se atreven a esperar nada; son realmente siervos inútiles (Luc 17:10). Se encuentran en condiciones de conocer su poquedad y tienen aquella apertura de mente que corresponde al obrar de Dios. Los dos estados de ánimo emblemáticos son descritos esculturalmente en la parábola del fariseo y del publicano (Luc 18:9-14), en la prontitud de los apóstoles en secundar la llamada de Jesús y en la negativa del joven rico, que “se fue muy triste porque tení­a muchos bienes” (Mar 10:17-22). En la reconciliación, Dios se dirige a cada uno de modo diverso, pero todos se encuentran situados ante el mismo problema.

La esencia de la reconciliación la expresa Jesús, de manera simple y ejemplar, en las dos parábolas del tesoro y de la perla: el pobre jornalero encuentra el tesoro de modo absolutamente inesperado, mientras que el rico comerciante lo encuentra buscando. La fortuna descubierta es para ambos un don por su actividad cotidiana; para ambos el encuentro es fuente de alegrí­a, y en su alegrí­a lo venden todo para adquirir el campo con el tesoro o la perla. Dicho sin imágenes: la invitación a la reconciliación se hace al que es activo; exige una condición de espí­ritu capaz de comprender y al mismo tiempo de renunciar al resto. La expresión reiterada “vendedlo todo…” es muy densa, y se la debe entender partiendo de la expresión: “El que intente salvar su vida la perderá, y el que la pierda la encontrará” (Luc 17:33; cf Mar 8:35; Mat 10:39; Mat 16:25; Luc 9:24; Jua 12:25). Para la reconciliación el hombre debe desembarazarse de toda clase de seguridades y posesiones, para entrar sin reservas en la aventura de lo que ha encontrado y construir su historia con la “historia” del Dios con nosotros.

La exigencia de la reconciliación corresponde también al mensaje de la conversión sentido por los profetas, y además con la presencia determinante de Jesús.

VI. LA RECONCILIACIí“N EN LA ENSEí‘ANZA DE SAN PABLO. La reconciliación perfecta y definitiva la realizó Jesús: “Hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, también él hombre” (lTim 2,5). La reconciliación no es más que un aspecto de la / redención, pero hay motivos justificados para considerarla desde este ángulo.

1. LA INICIATIVA DIVINA. El hombre es incapaz de reconciliarse con su creador, del cual se ha alejado, por un conjunto de elementos que forman parte de la historia de la salvación. La acción divina está en el principio de la reconciliación y tiene un efecto decisivo: “Todo viene de Dios, que nos reconcilió con él por medio de Cristo” (2Co 5:18); cuando éramos enemigos nos amaba, y Cristo ha muerto por nosotros (Rom 5:8-10); el misterio de la reconciliación se une al de la cruz (Efe 2:4).

2. EFECTOS DE LA RECONCILIACIí“N. No sólo Dios no tiene en cuenta el pecado, sino que la acción reconciliadora de Dios “crea una nueva criatura” (2Co 5:17), porque la reconciliación implica una renovación completa y coincide con la justificación (Rom 5:9-10) y la santificación (Col 1:21-22). De enemigos que éramos por nuestra conducta (Rom 1:30; Rom 8:7), ahora podemos “gloriarnos en Dios” (Rom 5:11), que nos hace comparecer en su presencia sin mancha e irreprensibles (Col 1:22). Cristo es así­ nuestra t paz, por habernos reconciliado con Dios en un único cuerpo “por medio de la cruz, destruyendo en sí­ mismo la enemistad…; por él tenemos acceso al Padre en un mismo espí­ritu” (Efe 2:14-18).
3. EL MISTERIO DE LA RECONCILIACIí“N. Como el misterio de la salvación, también el de la reconciliación ha tenido ya cumplimiento por parte de Dios; pero por parte del hombre prosigue hasta la parusí­a. Por eso san Pablo puede en cierto modo definir la actividad apostólica como un ministerio de reconciliación: “Pues Dios, por medio de Cristo, estaba reconciliando el mundo, no teniendo en cuenta sus pecados y haciéndonos a nosotros depositarios de la palabra de la reconciliación” (2Co 5:19). De ahí­ la apremiante exhortación del apóstol: “En nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios” (2Co 5:20). En su ministerio los apóstoles se aplicarán a ser los artí­fices de la paz que anuncian (2Co 6:4-13).

La reconciliación es un misterio, como ya lo habí­an entrevisto los profetas. El hecho de que Dios sea el autor primero y principal de la reconciliación no induce a creer que el hombre tenga una parte meramente pasiva; debe acoger el don divino de la reconciliación. La acción divina sólo se realiza en quienes la acogen con fe operante.

Al uní­sono con el pensamiento de san Pablo, afirma un antiguo texto cristiano: “El fin consiste en conocer a aquel que está oculto. Y éste es el Padre, del cual proviene el principio y al cual volverán todos los que de él provienen” (Evangelio de la verdad 38, lss; cf 1Co 15:24-28).

4. LA RECONCILIACIí“N UNIVERSAL. Probablemente cuando Pablo escribí­a que la “pérdida” de los judí­os “ha servido para la reconciliación del mundo” (Rom 11:15), y que “Dios, por medio de Cristo, estaba reconciliando el mundo” (2Co 5:19), tení­a presentes sobre todo a los hombres. Pero en las cartas de la cautividad (/ Col, / Ef) el horizonte del apóstol se ha ampliado; en estas cartas la reconciliación, como todo lo hace creer, designa la salvación colectiva del universo. Después de la plena reconciliación con Dios, los seres se reconcilian entre sí­: “En él quiso el Padre que habitase toda la plenitud. Quiso también por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo, pacificándolas por la sangre de su cruz” (Col 1:19-20). También el mundo material es solidario del hombre en la reconciliación, como lo fue en su caí­da. Enlazamos con el pensamiento expresado en la carta a los / Romanos: “La creación fue sometida al fracaso no por su propia voluntad…; la misma creación será librada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom 8:20-21). Del mismo modo es sometido a Cristo aquel turbio y oscuro mundo de las potencias intermedias enemigas del hombre: “Destituyó a los principados y a las potestades…” (Col 2:15), contra las cuales lucha el cristiano con “la armadura de Dios” (Efe 6:12-13).

5. RECONCILIACIí“N ENTRE JUDíOS Y GENTILES. San Pablo corona su enseñanza sobre la reconciliación ilustrando la acción de Cristo “nuestra paz”: los gentiles son integrados en el pueblo elegido por el mismo tí­tulo que los judí­os; la época de la separación y del odio ha terminado. Todos los hombres forman ya, dice Pablo, un solo gran templo y un solo cuerpo en Cristo, el cual creó en sí­ mismo de los dos un solo “hombre nuevo” y estableció la paz. “Con su venida anunció la paz a los que estabais lejos y a los que estaban cerca” (Efe 2:14-18) [/ Pueblo/ Pueblos].

BIBL.: AA.VV., Grandi temi biblici, Edizioni Paoline 19694; AA.VV., La conversión (metánoia), inicio y forma de la vida cristiana, en Mysterium salutisV, Cristiandad, Madrid 1984, 109-123; AA. V V., Reconciliación, en DTNT IV, Sí­gueme, Salamanca 1980, 36-48; AA.VV., Con-versión, penitencia, arrepentimiento, en DTNT 1, Sí­gueme, 1980, 331-338; BEHM J.-WURTWEIN E., metanoéo, metánoia, en GLNT VII, 1106-1195; BOCHSEL J., katalásso, katallaghé, en GLNT I, 680-693; CULMANN O., Christologie du Nouveau Testament, Neuchátel 1958; ID, Las primeras confesiones de la fe cristiana, en La fe v el culto en la Iglesia primitiva, Stvdium, Madrid 1971, 63-121; DELORME J. (dir.), El ministerio y los ministerios según el NT, Cristiandad, Madrid 1975; POHLMANN H., Die Metanoia als Zentralbegriff der christlichen Frómmigkeit, Leipzig 1938. SJOBERT, Gott und Sünder in paldstinischen Judentum, Stuttgart 1938; WOLFF, Das Thema Umkehr in der alttestamentilichen Prophetie, en “ZTK” 48 (1952) 129-148.

L. Moraldi

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Acción de volver a la concordia, de atraer y acordar los ánimos desunidos. Las palabras griegas relacionadas con el término reconciliación se derivan del verbo al·lás·so, que significa básicamente †œcambiar; alterar†. (Hch 6:14; Gál 4:20, Int.)
Por lo tanto, aunque la forma compuesta ka·tal·lás·so significa esencialmente †œcambiar† o †œcanjear†, adquirió el significado de †œreconciliar†. (Ro 5:10.) Pablo empleó este verbo al hablar de la mujer separada que debí­a †˜reconciliarse†™ con su esposo. (1Co 7:11.) En las instrucciones de Jesús registradas en Mateo 5:24 en cuanto a que se deberí­an †˜hacer primero las paces†™ con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar, aparece un término de la misma familia: di·al·lás·so·mai.

Reconciliación con Dios. Pablo utiliza los términos ka·tal·lás·so y a·po·ka·tal·lás·so (una forma intensificada) en la carta a los Romanos y en otras varias, al tratar el tema de la reconciliación del hombre con Dios por medio del sacrificio de Cristo Jesús.
La reconciliación con Dios es necesaria porque ha existido un alejamiento, una separación, una falta de armoní­a y de relaciones amistosas, más que eso, enemistad. Esta mala relación se produjo como consecuencia del pecado del primer hombre, Adán, y la consiguiente pecaminosidad e imperfección que heredaron todos sus descendientes. (Ro 5:12; compárese con Isa 43:27.) Por esa razón el apóstol podí­a decir que †œel tener la mente puesta en la carne significa enemistad con Dios, porque esta no está sujeta a la ley de Dios, ni, de hecho, lo puede estar [debido a la naturaleza imperfecta y pecaminosa que ha heredado]. Por eso los que están en armoní­a con la carne no pueden agradar a Dios†. (Ro 8:7, 8.) Existe enemistad porque las normas perfectas de Dios no permiten que El apruebe o tolere el mal. (Sl 5:4; 89:14.) En cuanto a su Hijo, quien reflejó las cualidades perfectas de su Padre, está escrito: †œAmaste la justicia, y odiaste el desafuero†. (Heb 1:9.) Por consiguiente, aunque †œDios es amor† y †œtanto amó […] al mundo [de la humanidad] que dio a su Hijo unigénito† a favor de él, el hecho es que toda la humanidad ha estado enemistada con Dios, y El ha manifestado al mundo de los hombres el amor que se tiene a los enemigos, el amor que está fundado sobre los principios (gr. a·gá·pe) más bien que sobre el afecto o la amistad (gr. fi·lí­Â·a). (1Jn 4:16; Jn 3:16; compárese con Snt 4:4.)
Como la norma de justicia de Dios es perfecta, no puede tolerar ni aprobar el pecado, pues este consiste en la violación de su voluntad expresa. El es †œbenévolo y misericordioso†, y †œrico en misericordia† (Sl 145:8, 9; Ef 2:4); pero no antepone la misericordia a la justicia. Como se observa correctamente en la Cyclopædia, de M†™Clintock y Strong (1894, vol. 8, pág. 958), la relación entre Dios y el hombre pecaminoso es por ello una relación †œlegal, como la de un soberano en calidad de juez y un delincuente que ha infringido sus leyes y se ha alzado contra su autoridad, y al que por tanto se trata como enemigo†. Esta era la situación en la que quedó la humanidad como consecuencia del pecado heredado de su primer padre, Adán.

La base para la reconciliación. Únicamente puede haber una reconciliación completa con Dios por medio del sacrificio de rescate de Cristo Jesús; él es †œel camino† y nadie va al Padre sino por él. (Jn 14:6.) Su muerte sirvió de †œsacrificio propiciatorio [gr. hi·la·smón] por nuestros pecados†. (1Jn 2:2; 4:10.) La palabra hi·la·smós significa †œmedio de apaciguamiento; expiación†. Está claro que el sacrificio de Jesucristo no era un †œmedio de apaciguamiento† en el sentido de que calmara los sentimientos heridos que Dios pudiera tener o le aplacara, pues es patente que la muerte de su amado Hijo no producirí­a tal efecto. Más bien, ese sacrificio apaciguó o satisfizo las exigencias de la justicia perfecta de Dios al sentar la base recta y justa para el perdón del pecado, a fin de que Dios †œsea justo hasta al declarar justo al hombre [pecaminoso por herencia] que tiene fe en Jesús†. (Ro 3:24-26.) Al suministrar el medio para la expiación o compensación completa de los pecados y acciones ilí­citas humanas, el sacrificio de Cristo creó una situación propicia para que a partir de ese momento el hombre procurara y consiguiera restablecer una buena relación con el Dios Soberano. (Ef 1:7; Heb 2:17; véase RESCATE.)
Así­ que, por medio de Cristo, Dios ha abierto el camino que le permite †œreconciliar de nuevo consigo mismo todas las otras cosas, haciendo la paz mediante la sangre que [Jesús] derramó en el madero de tormento†. Como resultado, los que en un tiempo estaban †œalejados y eran enemigos† debido a que tení­an la mente fija en la maldad podí­an beneficiarse de la reconciliación, que se logra †œpor medio del cuerpo carnal de [Jesús] mediante su muerte†, lo que permite que se les presente †œsantos y sin tacha y no expuestos a ninguna acusación delante de él†. (Col 1:19-22.) A partir de ese momento, Jehová Dios podí­a †˜declarar justos†™ a los que seleccionase para ser sus hijos espirituales, quienes no estarí­an bajo ninguna acusación, pues ya estaban completamente reconciliados con Dios y en paz con El. (Compárese con Hch 13:38, 39; Ro 5:9, 10; 8:33.)
¿Qué podemos decir entonces de hombres que sirvieron a Dios antes de la muerte de Cristo? Por ejemplo: Abel, de quien se dijo que †œse le dio testimonio de que era justo, pues Dios dio testimonio respecto a sus dádivas†; Enoc, quien †œtuvo el testimonio de haber sido del buen agrado de Dios†; Abrahán, quien †œvino a ser llamado †˜amigo de Jehovᆙ†; Moisés, Josué, Samuel, David, Daniel, Juan el Bautista y los discí­pulos de Cristo, a quienes Jesús dijo antes de su muerte: †œEl Padre mismo les tiene cariño†. (Heb 11:4, 5; Snt 2:23; Da 9:23; Jn 16:27.) Jehová mantuvo una relación con todos ellos y los bendijo. Por tanto, ¿cómo es que tales personas necesitarí­an una reconciliación por medio de la muerte de Cristo?
Estas personas obviamente se reconciliaron hasta cierto grado con Dios. No obstante, al igual que el resto del mundo de la humanidad, todaví­a eran pecadores por herencia, como de hecho lo reconocí­an al ofrecer los sacrificios de animales. (Ro 3:9, 22, 23; Heb 10:1, 2.) Es verdad que algunos hombres han pecado de manera más abierta o grave que otros, y hasta se han vuelto manifiestamente rebeldes; pero el pecado sigue siendo pecado, sin importar su grado o alcance. Por lo tanto, como todos son pecadores, todos los descendientes de Adán, sin excepción, necesitan la reconciliación con Dios que el sacrificio de su Hijo ha hecho posible.
La relativa amistad de Dios con hombres como los mencionados antes se basaba en la fe que ellos mostraron, fe que abarcaba la creencia de que Dios proveerí­a al debido tiempo el medio para librarlos por completo de su condición pecaminosa. (Compárese con Heb 11:1, 2, 39, 40; Jn 1:29; 8:56; Hch 2:29-31.) Por consiguiente, la relativa reconciliación de la que disfrutaron estaba supeditada al rescate que Dios proveerí­a en el futuro. Como se muestra en el artí­culo DECLARAR JUSTO, Dios †˜contó†™, †˜imputó†™ o abonó en cuenta su fe como justicia, y, sobre esa base, teniendo en mira la absoluta certeza de que proveerí­a un rescate, podí­a considerarlos provisionalmente sus amigos sin violar sus normas de justicia perfecta. (Ro 4:3, 9, 10; NM, Besson; compárese también con 3:25, 26; 4:17.) Sin embargo, las exigencias propias de su justicia con el tiempo tendrí­an que satisfacerse, de manera que se saldarí­an con el pago real del precio de rescate requerido. Todo esto exalta la importancia del papel de Cristo en el propósito de Dios, y demuestra que, aparte de Cristo Jesús, no hay ningún hombre que pueda alcanzar una posición de justo ante Dios por méritos propios. (Compárese con Isa 64:6; Ro 7:18, 21-25; 1Co 1:30, 31; 1Jn 1:8-10.)

Pasos necesarios para conseguir la reconciliación. Dado que Dios es el ofendido y es su ley la que se ha infringido vez tras vez, el hombre es quien debe reconciliarse con Dios y no Dios con el hombre. (Sl 51:1-4.) El hombre no está en un plano de igualdad con Dios, y la norma de la justicia divina no está sujeta a cambios, enmiendas o modificaciones. (Isa 55:6-11; Mal 3:6; compárese con Snt 1:17.) Por lo tanto, sus condiciones para la reconciliación no son negociables, no están sujetas a juicio o componenda. (Compárese con Job 40:1, 2, 6-8; Isa 40:13, 14.) Aunque muchas versiones traducen Isaí­as 1:18: †œEl Señor dice: Vengan, vamos a discutir este asunto† (VP), o emplean expresiones parecidas (BJ, SA, Str), una traducción más adecuada y coherente es: †œVengan, pues, y enderecemos los asuntos entre nosotros [†œVengan, para que arreglemos cuentas†, RH; véanse también CB, CI, EMN] —dice Jehová—†. La culpa de esta falta de armoní­a con Dios la tiene exclusivamente el hombre, no Dios. (Compárese con Eze 18:25, 29-32.)
Este hecho no impide que Dios demuestre su misericordia tomando la iniciativa de abrir el camino para la reconciliación por medio de su Hijo. El apóstol escribe: †œPorque, de hecho, Cristo, mientras todaví­a éramos débiles, murió por impí­os al tiempo señalado. Porque apenas muere alguien por un hombre justo; en realidad, por el hombre bueno, quizás, alguien hasta se atreva a morir. Pero Dios recomienda su propio amor [a·gá·pen] a nosotros en que, mientras todaví­a éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Mucho más, pues, dado que hemos sido declarados justos ahora por su sangre, seremos salvados mediante él de la ira. Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, mucho más, ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida. Y no solo eso, sino que también nos alborozamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, mediante quien ahora hemos recibido la reconciliación†. (Ro 5:6-11.) Jesús, quien †œno conoció pecado†, fue hecho †œpecado por nosotros† y murió como ofrenda humana a fin de librar a las personas de la acusación y la pena del pecado. Librados de tal acusación, tienen la oportunidad de parecer justos a los ojos de Dios, y, por lo tanto, de †œ[llegar] a ser justicia de Dios por medio de él [Jesús]†. (2Co 5:18, 21.)
Además, Dios demuestra su misericordia y amor enviando embajadores a la humanidad pecaminosa. En la antigüedad se enviaban embajadores principalmente en tiempos de hostilidad (compárese con Lu 19:14), no de paz, y su misión solí­a consistir en ver si podí­a evitarse la guerra o en fijar las condiciones que propiciaran la paz cuando existí­a un estado de guerra. (Isa 33:7; Lu 14:31, 32; véase EMBAJADOR.) Dios enví­a a sus embajadores cristianos a los hombres para que puedan aprender sus condiciones de reconciliación y para que se valgan de ellas. El apóstol escribe: †œSomos, por lo tanto, embajadores en sustitución de Cristo, como si Dios estuviera suplicando mediante nosotros. Como sustitutos por Cristo rogamos: †˜Reconcí­liense con Dios†™†. (2Co 5:20.) Esta súplica no significa que se debilite la posición de Dios o su oposición al mal; es una invitación misericordiosa a los ofensores para que busquen la paz y escapen de las inevitables consecuencias de la justa ira divina, que sobrevendrá a los que persistan en oponerse a Su santa voluntad y que supondrá su segura destrucción. (Compárese con Eze 33:11.) Incluso los cristianos tienen que cuidarse de †˜no aceptar la bondad inmerecida de Dios y dejar de cumplir su propósito†™, es decir, no buscar continuamente el favor y la buena voluntad de Dios durante el †œtiempo acepto† y el †œdí­a de salvación† que El provee misericordiosamente, como muestran las siguientes palabras de Pablo. (2Co 6:1, 2.)
Al reconocer la necesidad de reconciliarse y aceptar la provisión de Dios para ello, a saber, el sacrificio de su Hijo, la persona debe arrepentirse de su proceder de pecado y convertirse o volverse de seguir el camino del mundo pecaminoso de la humanidad. Apelando a Dios sobre la base del rescate de Cristo, puede obtener perdón de pecados y reconciliación, y como resultado, †œtiempos de refrigerio […] de la persona de Jehovᆝ (Hch 3:18, 19), así­ como paz mental y de corazón. (Flp 4:6, 7.) Como ha dejado de ser un enemigo con quien Dios está encolerizado, puede decirse que en realidad ha †œpasado de la muerte a la vida†. (Jn 3:16; 5:24.) Después, a fin de mantener la buena voluntad de Dios, ha de †˜invocarle en apego a la verdad†™, †˜continuar en la fe y no dejarse mover de la esperanza de las buenas nuevas†™. (Sl 145:18; Flp 4:9; Col 1:22, 23.)

¿En qué sentido ha reconciliado Dios consigo mismo a un mundo?
El apóstol Pablo dice que †œmediante Cristo [Dios] estaba reconciliando consigo mismo a un mundo, no imputándoles sus ofensas†. (2Co 5:19.) Estas palabras no deberí­an interpretarse mal y concluir que todas las personas se reconcilian automáticamente con Dios en virtud del sacrificio de Jesús, pues seguidamente el apóstol continúa hablando de la obra de embajadores, que consiste en suplicar a los hombres: †œReconcí­liense con Dios†. (2Co 5:20.) Lo que en realidad se proveyó es el medio para que puedan reconciliarse todos los del mundo de la humanidad que deseen responder. Por consiguiente, Jesús vino †œpara dar su alma en rescate en cambio por muchos†, y †œel que ejerce fe en el Hijo tiene vida eterna; el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él†. (Mt 20:28; Jn 3:36; compárese con Ro 5:18, 19; 2Te 1:7, 8.)
No obstante, Jehová Dios se propuso †œreunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra†. (Ef 1:10.) Aunque es necesaria la destrucción de los que se niegan a †˜enderezar los asuntos†™ (Isa 1:18) con Jehová Dios, el resultado será un universo en completa armoní­a con Dios, en el que la humanidad volverá a disfrutar de Su amistad y de bendiciones continuas, como ocurrí­a al principio en Edén. (Rev 21:1-4.)
Jehová Dios puso fin a la relación que mantení­a con la nación de Israel en virtud de Su pacto, debido a que fueron infieles y rechazaron a su Hijo. (Mt 21:42, 43; Heb 8:7-13.) El apóstol debe referirse a este hecho cuando dice que el †˜desecharlos significó reconciliación para el mundo†™ (Ro 11:15), pues, como muestra el contexto, de este modo se abrió el camino para el mundo ajeno a la comunidad o congregación judí­a. En otras palabras, las naciones no judí­as tení­an la oportunidad de unirse a un resto fiel judí­o, con el que se habí­a hecho el nuevo pacto, y formar la nueva nación de Dios, el Israel espiritual. (Compárese con Ro 11:5, 7, 11, 12, 15, 25.)
Como pueblo de Dios, su †œpropiedad especial† (Ex 19:5, 6; 1Re 8:53; Sl 135:4), el pueblo judí­o habí­a disfrutado de una relativa reconciliación con Dios, aunque aún tení­a la necesidad de una reconciliación plena por medio del predicho Redentor, el Mesí­as. (Isa 53:5-7, 11, 12; Da 9:24-26.) Las naciones no judí­as, por otra parte, estaban †˜alejadas del estado de Israel, eran extrañas a los pactos de la promesa, no tení­an esperanza y estaban sin Dios en el mundo†™, pues no tení­an una posición reconocida ante El. (Ef 2:11, 12.) No obstante, de acuerdo con el secreto sagrado relacionado con la Descendencia, Dios se propuso bendecir a personas de †œtodas las naciones de la tierra†. (Gé 22:15-18.) El medio para hacerlo, el sacrificio de Cristo Jesús, abrió por tanto el camino para que personas de las naciones no judí­as alejadas de Dios †˜estuvieran cerca por la sangre del Cristo†™. (Ef 2:13.) No solo esto, sino que aquel sacrificio también eliminó la división entre el judí­o y el que no lo era, pues cumplió el pacto de la Ley y lo quitó del camino, lo que permitió a Cristo †œreconciliar plenamente con Dios a ambos pueblos en un solo cuerpo mediante el madero de tormento, porque habí­a matado la enemistad [la división producida por el pacto de la Ley] por medio de sí­ mismo†. A partir de entonces, tanto el judí­o como el que no lo era podí­a acercarse a Dios mediante Cristo Jesús, y con el tiempo se introdujo en el nuevo pacto como herederos del Reino con Cristo a los que no eran judí­os. (Ef 2:14-22; Ro 8:16, 17; Heb 9:15.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: Premisa. 1. Confesión: 1. En el AT; 2. En el NT. II. El pecado. III. Contrición: 1. Reconocer y confesar; 2. Arrepentimiento y retorno: a) Alejarse; b) Corazón nuevo; c) La acción divina. IV. Los salmos penitenciales. V. La reconciliación en el NT: 1. Juan Bautista; 2. Predicación de Jesús. VI. La reconciliación en la enseñanza de san Pablo: 1. La iniciativa divina; 2. Efectos de la reconciliación; 3. El misterio de la reconciliación; 4. La reconciliación universal; 5. Reconciliación entre judí­os y gentiles.
Premisa.
En la palabra reconciliación subyacen términos hebreos y griegos con notables matices, que no afloran normalmente en nuestro lenguaje. Los términos más ordinarios interesados en nuestra palabra son el griego metánoia y el hebreo te-sühbah, además del verbo süb. Las diversas ediciones españDIAS de la Biblia atestiguan la variedad de las acepciones de estos términos: arrepentirse, hacer penitencia, convertirse, cambiar de idea, cambiar de sentimientos. Cada una de esas versiones expresa en parte el sentido que encontramos en el AT, y luego en el NT, y nos pone en la necesidad de especificar lo que la Biblia quiere decirnos: necesidad radical, ya que para Jesús la palabra metánoia define el mismo ser cristiano (Mc 1,15). El término, una vez bien entendido, nos introducirá mejor en el significado de lo que habitualmente llamamos arrepentimientoypenitencia, si los confrontamos con el valor original del mensaje de Jesús.
En el griego común, el sustantivo metánoia y el verbo metanoéin designan siempre el cambio de juicio o el pesar y la desaprobación de una acción que antecedentemente se habí­a aprobado; pero en la Biblia se trata siempre del cambio de todo el hombre. Este cambio de significado tuvo lugar cuando la Biblia fue traducida del hebreo al griego. Sin entrar ulteriormente en particulares histérico-lingüí­sticos, estas indicaciones intentan exclusivamente justificar el esquema aquí­ seguido.
2713
1. CONFESION.
Para reconciliares preciso haberse adherido a algo o a alguien; para volver es preciso haber tenido un punto de partida.
2714
1. En el AT.
La tradición histórica del AT se caracteriza por una profesión de fe que se desarrolló a partir de unas pocas fórmulas conocidas como credo histórico o profesión de fe. En ellas se reconocen las intervenciones de Yhwh en la historia del antiguo Israel. El acto fundamental que más frecuentemente se trae a la memoria es la liberación de Egipto. A esta primera profesión de fe (Ex 20,2; Lv 19,36 Núm Lv 23,22; Lv 24,8; Dt 5,6; Dt 8,14) se juntan otras que reconocen la promesa divina a los patriarcas, la guí­a a través del desierto, la revelación en el Sinaí­. En formas literarias diversas, la continua confesión de la asistencia divina a lo largo de todos los momentos de su historia es un elemento tí­pico de la fe de Israel, que tiene su formulación clásica en Dt 26,5-5: †œMi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto. Allí­ se quedó con unas pocas personas más; pero pronto se convirtió en una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una cruel esclavitud. Pero nosotros clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, que escuchó nuestra plegaria, volvió su rostro hacia nuestra miseria, nuestros trabajos y nuestra opresión, nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo fuerte en medio de gran terror, prodigios y portentos, nos trajo hasta aquí­ y nos dio esta tierra que mana leche y miel.
Manifestaciones hí­mnicas de esta fe surgen en la exposición detallada de la historia, por ejemplo, en Jg 5,6; Jos24,2ss; Ps 105; 135; 136. Son profesiones de fe que dicen estrecha relación histórica con hechos pasados que dan una orientación a la historia presente e infunden confianza para la historia futura.
2715
2. En el NT.
Tampoco en el NT se deja la profesión de fe a la libre elección del hombre, porque es necesaria para la salvación: †œCon la fe del corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa la fe para la salvación† (Rm 10,10). Como la fe, también la confesión está continuamente presente en la comunidad (lTm 6,12-14 ); y se distingue, porque no se trata de la adhesión a una verdad cualquiera, sino a la persona histórica de Jesús. Como ya en el AT, también en el NT el mensaje de la fe se articula en unas pocas frases esenciales, pero puramente cristológicas, que miran a la afirmación de la resurrección y exaltación de Jesucristo (lCo 15,1-11;Hch 10,36-43 etc. ).
El dato central de la primera fe cristiana se amplí­a luego por la reflexión teológica, y es también formulado del modo más conciso en la confesión †œJesús es Señor†: †œSi confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te, salvarás† (Rm 10,9; Flp 2,11). El que confiesa es por el hecho mismo introducido como miembro en la comunidad de los creyentes, en la Iglesia. †œColumna y fundamento de la verdad, la Iglesia debe confesar su fe, que es su naturaleza y la razón de su ser. El martirio es la forma más perfecta del público testimonio que la Iglesia debe dar ante el mundo; por eso el martirio fue pronto considerado, al principio del cristianismo, la forma más perfecta de público testimonio de los cristianos, y por tanto de la Iglesia. Pero al lado del testimonio del martirio en perí­odos de excepción existió siempre para todos la confesión de cada dí­a, que corresponde a la vida vivida en armoní­a con la fe de la Iglesia. En todo cristiano está vivo el dicho: †˜Yo creo lo que cree la Iglesia†.
2716
II. EL PECADO.
Desviación de la confesión del fiel, desviación de su nuevo ser en la comunidad de Israel iniciado con la alianza y la circuncisión o desviación del cristiano de su nuevo ser en la ¡Iglesia iniciado en el ¡bautismo es el ¡pecado. Ya sea que se tome en consideración el pecado original, ya que se prescinda de él, el pecado -en ambos casos (del israelita y del cristiano)- marca una ruptura, una desviación. De ahí­ la necesidad de la conversión, no de la fe o de la alianza, sino del pecado: la admisión ante la comunidad de una ruptura de los ví­nculos con ella, y por medio de ella, con Dios. La necesidad de reconciliarse con la comunidad y con Dios es evidente: es el restablecimiento de las nuevas y ya naturales relaciones. Y aquí­ está la esencia de la reconciliación en sus múltiples contenidos, como se verá a continuación.
2717
III. CONTRICION.
Reconocer las culpas propias, confesarlas abiertamente, arrepentirse, restablecer nuevamente las relaciones normales con Dios es lo que los profetas del AT suelen encerrar en un único verbo, süb, de complejo significado, como se verá. El mismo significado se contiene en metanoeí­n en el NT, con sólo dos excepciones: Lc 17,3-4 y 2Co 7,9-10, donde el verbo griego tiene nuestro significado de †œarrepentirse†. Sin embargo, para llegar a una visión más clara de las sucesivas fases de la contrición, es preciso proceder por grados.
2718
1. Reconocer y confesar.
La autoacusación es el supuesto necesario para la reconciliación, y designa sobre todo aceptación y manifestación de penitencia. Un texto ejemplar de este género lo tenemos en la confesión pública y solemne de Nehe-mí­as. El largo capí­tulo comienza con la confesión de Dios, creador del universo, que llamó a Abrahán de Ur de los caldeos, libró a Israel de Egipto, se manifestó y dio su ley en el Sinaí­, guió al pueblo a través del desierto y lo introdujo en la tierra de promisión. El orante llega luego a la confesión de los pecados: †œPero nuestros padres se obstinaron, endurecieron su cabeza, no obedecieron tus órdenes. No quisieron obedecer, olvidándose de las maravillas que tú habí­as realizado para ellos†. La continuación de la oración intercala los beneficios divinos y las culpas del pueblo: †œSe rebelaron contra ti y echaron tu ley a sus espaldas…† Es todo un alternarse de faltas, de castigos, de oraciones escuchadas, de nuevas faltas, de nuevos castigos, etc.: †œLos soportaste muchos años, los amonestaste pero no hicieron caso…† El recuerdo de la alianza por una parte, y de la presente desventura por otra, anuncia el fin de la oración en el más clásico de los modos, es decir, con la renovación de la misma alianza: †œAceptamos hoy un compromiso firme…† Y todos juntos juraron y prometieron caminar en la ley que Dios habí­a dado por medio de Moisés †œy observar fielmente todos los mandamientos de nuestro Señor† (Ne 9,6-10; Ne 9,31).
2719
2. Arrepentimiento y †œretorno.
Veamos el proceso de la reconciliación de modo más detallado, desde el punto de vista psicológico y religioso, dejándonos llevar sobre todo por las observaciones de los dos profetas Jeremí­as y Ezequiel, que más profundizaron este proceso y resumieron preferentemente los actos con el verbo süb, †œretornar, †œconvertirse†™.
2720
a) Alejarse.
El alejamiento del mal, del camino hasta entonces seguido, es el primer acto que prepara para la reconciliación. Dice ¡Jeremí­as: a veces Dios decide arrancar, destruir, aniquilar; pero si el malvado se convierte de su maldad, Dios se arrepiente del mal que habí­a pensado hacer (Jr 18,8). Ante las dudas y las vacilaciones del profeta, Dios lo anima: †œTal vez te escuchen y se conviertan cada uno de su mal camino; entonces yo retiraré el castigo que pensaba darles por sus malas acciones…† (Jr26,3 cf Jr36,3).
Más analí­tico en medir la conducta que debe asumir el pecador para llegar a la reconciliación, pero igualmente aseverativo de la primera actitud, es el profeta ¡ Ezequiel: †œSi el delincuente se convierte de todos los delitos que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica la justicia y el derecho, no morirá…; debido a la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Es que yo me complazco en la muerte del delincuente.., y no más bien en que se convierta y viva?† (18,21-23). Un pensamiento sobre el cual le gusta volver es el de la alegrí­a divina por la reconciliación y su tristeza por la muerte del pecador: †œNo me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva. Convertios de vuestros perversos caminos; ¿por qué queréis morir?† (Ez 33,10-11). Más aún; el profeta se siente como un centinela ante el pueblo para amonestarlo, a fin de que se aparte †œde su mal camino†™ y viva (Ez 3,16-19 ): †œSi tú adviertes al justo para que no peque y él no peca, vivirᆝ (Ez 3,21). Este cambio interior exigido por Jeremí­as y por Eze-quiel no es un aspecto exclusivo de ellos. Véase, por ejemplo, también Am 5,14- 15 e Is 1,11 -19. Ciertamente es singular su insistencia y el análisis interior que manifiestan. En parte se debe al perí­odo dramático en el que ambos vivieron, al menos por algún tiempo; son los años en que el reino de Judá ha perdido la libertad (Jeremí­as) y de comienzos del destierro babilónico (Ezequiel). En conclusión, escribe Ezequiel: †œSi yo digo al injusto: ¡Morirás!, y él se convierte de sus pecados y practica la justicia y el derecho…, vivirá y no morirᆝ (Ez 33,14-16).
De una manera más bien oscura, a su modo, y sin embargo bien inteligible, subraya un texto gnóstico, al tratar de la caí­da y de la reconciliación, el aspecto misterioso de todo esto: †œEs un misterio de caí­da, es un misterio que deja de alzarse, gracias al descubrimiento del que ha venido por el que quiere hacer volver. Este retorno se llama conversión (Evangelio de la verdad 35,18-19).
2721
b) Corazón nuevo.
Este aspecto misterioso de la reconciliación no escapó a los profetas. El cambio y la confesión, el reconocimiento de las culpas propias, el alejamiento del mal y la vuelta al Dios abandonado, la reconciliación no son cosas de poca monta; se trata de un cambio profundo e innovador. Pero es un retorno fácil de comprender superficialmente y difí­cil de realizar. †œConvertios†™, exclamaba Ezequiel apostrofando a los exiliados, †œde todos vuestros pecados…, formaos un corazón nuevo y un espí­ritu nuevo… Convertios y viviréis†™ (Ez 18,30-32). Una mayor reflexión sobre el espí­ritu humano y sobre la realidad que le rodeaba, junto con la consideración de la grandeza de Dios, lo llevaron fácilmente a comprender cómo aquella conversión-retorno era imposible sin una acción divina profunda en el espí­ritu humano. La reconciliación es indispensable para el hombre, pero es imposible sin la ayuda divina. Jeremí­as lo habí­a reconocido en una de sus penetrantes reflexiones: †˜cPuede un negro cambiar su piel o un leopardo sus manchas? ¿Y vosotros, habituados al mal, podréis hacer el bien?† (Jr 13,23). Se comprende por qué los profetas expresan la reconciliación lapidariamente con las palabras: †œHaz que vuelva y volveré, pues tú eres el Señor, mi Dios† (Jr 31,18).
2722
c) La acción divina.
Para los profetas, pues, la reconciliación era no una acción, sino una cadena de acciones, un comportamiento, una vida; tení­a exigencias profundas y que involucraban todo el ser. Incluso se dieron cuenta de que aquel retorno era imposible si Dios no habí­a realmente preparado la reconciliación del hombre: †˜Les daré un corazón capaz de conocerme…† (Jr24,6); †˜les daré un solo corazón e infundiré en ellos un espí­ritu nuevo.., para que caminen conforme a mis leyes… Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios† (Ez 11,19-20); y también: †œInfundiré en vosotros mi espí­ritu† (36,26-27). Sólo luego, en el NT, encontraremos intuiciones tan profundas sobre la reconciliación. Se trata, en efecto, de una obra que el hombre inicia, pero no sin una acción divina, y que sólo Dios lleva a cumplimiento; una obra en la cual Dios actúa con el hombre desde el principio al fin: †œPondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo† (Jr31,33).
Si en la predicación profética todo está de acuerdo en afirmar que no se puede realizar la reconciliación, y por tanto obtener la salvación, sin una especial intervención divina, en el perí­odo del rabinismo, o sea en el posexilio tardí­o, se abrirá camino una convicción en la cual la confianza total en Dios -caracterí­stica de los profetas- para una verdadera reconciliación se habrá desvanecido en gran medida; la reconciliación es considerada todaví­a una acción de Dios en el hombre, pero se afianza la convicción de que el primado es del hombre: el primero en obrar es el hombre; luego, Dios.
2723
IV. LOS SALMOS PENITENCIALES.
La expresión literaria más poética del ansia de reconciliación en el AT, la encontramos en los / Salmos. Religiosamente, la lí­nea espiritual sigue siendo la de los profetas, con los cuales concuerdan en ver el camino de la reconciliación no en prácticas externas, tales como sacrificios, ayunos y formas múltiples de penitencia. En ellos no encontramos una polémica estéril contra tales prácticas ni tampoco una espiritualización unilateral de ellas, sino que constantemente se subraya que lo importante no es colocarse superficialmente en el gran número de los penitentes, sino sentirse personalmente tocados por el Dios que se dirige al particular antes que a la comunidad. De los Salmos se desprende claramente que no es tanto el pecado particular lo que se ha de expiar en el sufrimiento cuanto la necesidad de que la persona del pecador sienta la urgencia de una nueva relación con Dios. En los salmos penitenciales, después de una invocación a Dios, el fiel presenta su estado interior, los motivos de su tormento, entre los cuales el mayor es sentir lejano a su Dios; por eso la parte más extensa suele reservarse a la descripción de los propios males, a la confesión de las culpas propias y a la petición de perdón.
En las invocaciones a Dios, del cual se siente lejano de un modo innatural, el salmista no recuerda solamente sus desventuras, sino que intenta enternecer a Dios recordándole la bondad tantas veces demostrada, la fragilidad del hombre, la brevedad de la vida; termina su oración expresando la certeza de ser escuchado, la promesa del agradecimiento, que a menudo incluso se anticipa también con la respuesta divina que asegura al orante. Estos salmos son el núcleo más humano y cautivador de todo el Salterio, pues en ellos se expresa con claridad y sinceridad el esfuerzo del hombre solo, la lenta ascensión a Dios a través del sufrimiento, el sentido profundo de extraví­o por el alejamiento de Dios y el deseo ardiente y sincero de reconciliación. Se trata de salmos que muy pronto individuó la oración cristiana (son más de una treintena), demostrando hacia ellos sus preferencias, y de los cuales eligió siete, los más sentidos y universales de todos, que al menos desde el siglo iv constituyen un pequeño librito entrañable para todos los cristianos y predilecto también de la liturgia: son los siete salmos penitenciales, a saber: los salmos 6; 32; 38; 51; 102; 130; 143. Entre ellos los más célebres son el Miserere (Sal 51) y el Depro/wní­/ij( 5a1130).
2724
V. LA RECONCILIACION EN EL NT.
También en el NT la reconciliación constituye un problema central para el hombre en su indispensable relación con Dios; su necesidad y su naturaleza se ilustran de un modo nuevo, pero además ampliadas a todo el universo.
2725
1. Juan Bautista.
El precursor reanuda la voz de los antiguos profetas con acentos todaví­a más fuertes, porque siente que la acción definitiva de Dios supera inmediatamente al hombre: †œPor aquellos dí­as apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y diciendo: †˜Convenios [metanoeiteY†™(Mt3,2). La invitación a la conversión va dirigida no sólo a los pecadores y a los paganos, sino también a las personas piadosas que piensan que no tienen necesidad de ello: †œDad frutos dignos de conversión, y no os ilusionéis con decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abrahán†™ (Mt 3,8). Enseguida se ve que se trata de una reconciliación que debe durar toda la vida. Además, Juan une la predicación con el bautismo, y la presenta como una oferta escatológica de Dios (Mt 3,7-12).
2726
2. Predicación de Jesús.
También la predicación de Jesús comienza con la misma invitación, a la cual se añade, sin embargo, algo que en parte desconcierta y en parte precisa: †œDespués de ser Juan encarcelado, Jesús fue a Galilea a predicar el evangelio de Dios; y decí­a: Se ha cumplido el tiempo y el / reino de Dios está cerca. Convertios (metanoeitéJ y creed en el evangelio† (Mc 1,15). Los hombres deben escuchar la buena nueva (el evangelio), que establece un diálogo nuevo con Dios; es un diálogo en el cual la intervención de Dios es de primaria importancia; sólo después viene la conversión, la reconciliación del hombre.
Para comprender el contenido de la conversión y reconciliación en el anuncio de Jesús no es posible limitarse a unas cuantas citas, sino que hay que considerar también las diversas parábolas. La reconciliación supone siempre lo que está oculto en la palabra y en la acción de Jesús, a saber: por una parte la presencia de Dios, y por otra el †œsí­†™ del hombre caí­do, que puede aceptar o rehusar. La parábola del sembrador enumera una larga serie de †œnoes† (Mc 4,1-9). En la reconciliación se ve verificada la ley de la historia de la salvación, según la cual Dios ensalza a los humildes y rebaja a los soberbios (Lc 1,52- 53, ico 1,26-28). También la parábola de los invitados a la boda repite la distinción entre los llamados (Mt22, 1 ss;Lc14, l6ss).
Las figuras de los dos grupos hacen resaltar la necesidad de la respuesta, pero también la naturaleza de los llamados que responden a la invitación a la reconciliación: unos están al margen de la sociedad religiosa y social. Según el juicio usual y tradicional, saben que no tienen nada que esperar de los hombres, y de Dios no se atreven a esperar nada; son realmente siervos inútiles (Lc 17,10). Se encuentran en condiciones de conocer su poquedad y tienen aquella apertura de mente que corresponde al obrar de Dios. Los dos estados de ánimo emblemáticos son descritos escultu-ralmente en la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18,9-14), en la prontitud de los apóstoles en secundar la llamada de Jesús y en la negativa del joven rico, que †œse fue muy triste porque tení­a muchos bienes† (Mc 10,17-22). En la reconciliación, Dios se dirige a cada uno de modo diverso, pero todos se encuentran situados ante el mismo problema.
La esencia de la reconciliación la expresa Jesús, de manera simple y ejemplar, en las dos parábolas del tesoro y de la perla: el pobre jornalero encuentra el tesoro de modo absolutamente inesperado, mientras que el rico comerciante lo encuentra buscando. La fortuna descubierta es para ambos un don por su actividad cotidiana; para ambos el encuentro es fuente de alegrí­a, y en su alegrí­a lo venden todo para adquirir el campo con el tesoro o la perla. Dicho sin imágenes: la invitación a la reconciliación se hace al que es activo; exige una condición de espí­ritu capaz de comprender y al mismo tiempo de renunciar al resto. La expresión reiterada †œvended lo todo…† es muy densa, y se la debe entender partiendo de la expresión: †œEl que intente salvar su vida la perderá, y el que la pierda la encontrarᆝ (Lc 17,33; Mc 8,35; Mt 10,39; Mt 16,25; Lc 9,24; Jn 12,25). Para la reconciliación el hombre debe desembarazarse de toda clase de seguridades y posesiones, para entrar sin reservas en la aventura de lo que ha encontrado y construir su historia con la †œhistoria del Dios con nosotros.
La exigencia de la reconciliación corresponde también al mensaje de la conversión sentido por los profetas, y además con la presencia determinante de Jesús.
2727
IV. LA RECONCILIACION EN LA ENSENANZA DE SAN PABLO.
La reconciliación perfecta y definitiva la realizó Jesús: †œHay un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, también él hombre†™ (lTm 2,5). La reconciliación no es más que un aspecto de la / redención, pero hay motivos justificados para considerarla desde este ángulo.
2728
1. La iniciativa divina.
El hombre es incapaz de reconciliarse con su creador, del cual se ha alejado, por un conjunto de elementos que forman parte de la historia de la salvación. La acción divina está en el principio de la reconciliación y tiene un efecto decisivo: †œTodo viene de Dios, que nos reconcilió con él por medio de Cristo† (2Co 5,18); cuando éramos enemigos nos amaba, y Cristo ha muerto por nosotros (Rm 5,8-10); el misterio de la reconciliación se une al de la cruz (Ef 2,4).

2729
2. Efectos de la reconciliación.
No sólo Dios no tiene en cuenta el pecado, sino que la acción reconciliadora de Dios †œcrea una nueva criatura† (2Co 5,17), porque la reconciliación implica una renovación completa y coincide con la justificación (Rm 5,9-10) y la santificación (Col 1,2 1-22). De enemigos que éramos por nuestra conducta Rm 1,30; Rm 8,7), ahora podemos †œgloriamos en Dios† (Rm 5,11), que nos hace comparecer en su presencia sin mancha e irreprensibles (Col 1,22). Cristo es así­ nuestra / paz, por habernos reconciliado con Dios en un único cuerpo †œpor medio de la cruz, destruyendo en sí­ mismo la enemistad…; por él tenemos acceso al Padreen un mismo espí­ritu† (Ef 2,14-18).
2730
3. El misterio de la reconciliación.
Como el misterio de la salvación, también el de la reconciliación ha tenido ya cumplimiento por parte de Dios; pero por parte del hombre prosigue hasta la parusí­a. Por eso san Pablo puede en cierto modo definir la actividad apostólica como un ministerio de reconciliación: †œPues Dios, por medio de Cristo, estaba reconciliando el mundo, no teniendo en cuenta sus pecados y haciéndonos a nosotros depositarios de lapalabradela reconciliación† (2Co 5,19). De ahí­ la apremiante exhortación del apóstol: †œEn nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios† (2Co 5,20). En su ministerio los apóstoles se aplicarán a ser los artí­fices de la paz que anuncian (2Co 6,4-13).
La reconciliación es un misterio, como ya lo habí­an entrevisto los profetas. El hecho de que Dios sea el autor primero y principal de la reconciliación no induce a creer que el hombre tenga una parte meramente pasiva; debe acoger el don divino de la reconciliación. La acción divina sólo se realiza en quienes la acogen con fe operante.
Al uní­sono con el pensamiento de san Pablo, afirma un antiguo texto cristiano: †œEl fin consiste en conocer a aquel que está oculto. Y éste es el Padre, del cual proviene el principio y al cual volverán todos los que de él provienen† (Evangelio de la verdad 38, lss;cf ico 15,24-28).
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4. La reconciliación universal.
Probablemente cuando Pablo escribí­a que la †œpérdida† de los judí­os †œha servido para la reconciliación del mundo† (Rm 11,15), y que †œDios, por medio de Cristo, estaba reconciliando el mundo† (2Co 5,19), tení­a presentes sobre todo a los hombres. Pero en las cartas de la cautividad (1 Col, / Ep) el horizonte del apóstol se ha ampliado; en estas cartas la reconciliación, como todo lo hace creer, designa la salvación colectiva del universo. Después de la plena reconciliación con Dios, los seres se reconcilian entre sí­: †œEn él quiso el Padre que habitase toda la plenitud. Quiso también por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo, pacificándDIAS por la sangre de su cruz† (Col 1,19-20). También el mundo material es solidario del hombre en la reconciliación, como lo fue en su caí­da. Enlazamos con el pensamiento expresado en la carta a los / Romanos: †œLa creación fue sometida al fracaso no por su propia voluntad…; la misma creación será librada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios† (Rm 8,20-21). Del mismo modo es sometido a Cristo aquel turbio y oscuro mundo de las potencias intermedias enemigas del hombre: †œDestituyó a los principados y a las potestades…† (Col 2,15), contra las cuales lucha el cristiano con †œla armadura de Dios†
Ef 6,12-13).
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5. Reconciliación entre judí­os Y gentiles.
San Pablo corona su enseñanza sobre la reconciliación ilustrando la acción de Cristo †œnuestra paz†: los gentiles son integrados en el pueblo elegido por el mismo tí­tulo que los judí­os; la época de la separación y del odio ha terminado. Todos los hombres forman ya, dice Pablo, un solo gran templo y un solo cuerpo en Cristo, el cual creó en sí­ mismo de los dos un solo †œhombre nuevo† y estableció la paz. †œCon su venida anunció la paz a los que estabais lejos y a los que estaban cerca† (Ef 2,14-18) [1 Pueblo! Pueblos].

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L. Moraldi

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

Ya en el AT preparó Dios la reconciliación de los hombres con él ofreciéndoles incesantemente su perdón. El mismo se reveló como el “Dios de ternura y de piedad” (Ex 34,6), que de buena gana aplaca “el ardor de su *ira” (Sal 85,4; cf. 103, 8-12) y habla de *paz a su pueblo (cf. Sal 85,9). Aunque no utilice la palabra, Yahveh ofrece ciertamente una reconciliación a su *esposa infiel (Os 2,16-22), a sus hijos rebeldes (Ez 18,31s). Y todos ‘los ritos de *expiación del culto mosaico, ordenados a la purificación de las más variadas faltas, tendí­an finalmente a la reconciliación del hombre con Dios. Sin embargo, †¢no habí­a llegado todaví­a el tiempo de la completa remisión de los pecados, y los fieles del verdadero Dios estaban en espera de algo mejor (cf. 2Mac 1,5; 7,33; 8,29).

La reconciliación perfecta y definitiva fue llevada a cabo por Cristo Jesús, “el *mediador entre Dios y los hombres” (lTim 2,5), la cual por lo demás no es sino un aspecto de su obra de *redención. Sin embargo, se puede legí­timamente enfocar el misterio de la *salvación, desde este punto, de vista especial, a la ‘luz de algunos textos de Pablo (Rom 5, 10s; 2Cor 5,18ss; Ef 2,16s; Col 1, 20ss): tal es el objeto propio de estas lí­neas.

I. NUESTRA RECONCILIACIí“N CON DIOS POR CRISTO. 1. La iniciativa de Dios. Por sí­ mismo el hombre es incapaz de reconciliarse con el Creador al que ha ofendido con su *pecado. La acción de Dios es aquí­ primera y decisiva, “y todo viene de Dios que nos ha reconciliado consigo por Cristo” (2Cor 5,18). El nos amaba ya cuando éramos sus “enemigos” (Rom 5,10), y entonces su Hijo “murió por nosotros” (5,8). El misterio de nuestra reconciliación empalma con el de la *cruz (cf. Ef 2,16) y del “gran amor” con que hemos sido amados (cf. Ef 2,4).

2. Los efectos de la reconciliación. Dios no tendrá ya en cuenta las faltas de los hombres (cf. 2Cor 5,19). Pero lejos de ser una simple ficción jurí­dica, la acción de Dios es más bien, al decir de Pablo, como “una nueva *creación” (2Cor 5,17). La reconciliación implica una renovación completa para los que disfrutan de ella y coincide con la *justificación (Rom 5,9s), la santificación (Col 1. 21s). “Enemigos hasta aquí­ de Dios por nuestra mala conducta” (Rom 1,30: 8,7), podemos ahora “gloriarnos en Dios” (Rom 5,11), que quiere “hacernos aparecer delante de él santos, sin mancha y sin reproche” (Col 1,22); tenemos “todos, en un solo Espí­ritu, acceso cerca del Padre” (Ef 2,18).

3. “El ministerio de la reconciliación”. Toda la obra de la *salvación está ya realizada por parte de Dios, pero desde otro punto de vista se continúa actualmente hasta la parusí­a, y Pablo puede definir la actividad apostólica como “el ministerio de la reconciliación” (2Cor 5,18). “En embajada por Cristo” los apóstoles son mensajeros de “la palabra de la reconciliación” (5,19s). Un antiguo papiro habla incluso aquí­ del “evangelio de la reconciliación”, y tal es ciertamente el tenor del mensaje apostólico (cf. Ef 6,15: “el Evangelio de la paz”. Por tanto, los servidores del *Evangelio se aplicarán en su ministerio, a ejemplo de Pablo, a ser por su parte los artí­fices de la paz que anuncian (2Cor 6,4-13).

4. La acogida del don de Dios. Del hecho de ser Dios el autor primero y principal de la reconciliación, no se sigue que el hombre tenga en ella una actitud meramente pasiva: debe acoger el don de Dios. La acción divina no ejerce su eficacia sino para los que están dispuestos a aceptarla por la *fe. De ahí­ el grito apremiante de Pablo : “Os suplicamos en nombre de Cristo, dejaos reconciliar con Dios” (2Cor 5,20).

II. LA RECONCILIACIí“N UNIVERSAL. 1. La creación reconciliada. Hablando Pablo de la reconciliación del *mundo (2Cor 5,19; Rom 11,15) se fijaba sobre todo hasta ahora en los hombres pecadores. En las cartas de la cautividad, en Col y en Ef se amplí­a el horizonte del Apóstol. La reconciliación parece designar la salvación colectiva del universo. Los seres, perfectamente reconciliados con Dios, son reconciliados entre sí­ (Col 1,20).

Finalmente, el mismo mundo material aparece solidario con el hombre,’ en su resurgir como lo fue en su caí­da (cf. Rom 8,19-22). Se ha acabado incluso con la actitud hostil que podí­an adoptar frente a nosotros los poderes *angélicos bajo el régimen ya caduco de la *ley (cf. Col 2,15).

2. La reconciliación de los judí­os y de los paganos. Pablo corona su enseñanza en Ef 2,11-22. La acción de Cristo “nuestra paz” (2,14) se pone aquí­ en plena luz, y sobre todo los maravillosos beneficios que procura a los paganos de ayer: ahora son integrados en el pueblo elegido con el mismo tí­tulo que los judí­os, ha terminado la era de la separación y del *odio, todos los hombres no forman ya sino un solo *cuerno en Cristo (2,16), un solo *templo santo (2,21).

Poco importan al Apóstol de las gentes los *sufrimientos gloriosos que le acarrea el anuncio de este *misterio (Ef 3,1-13).

Pablo fue el teólogo inspirado y el ministro infatigable de la reconciliación, pero Cristo fue por su *sacrificio el artí­fice de la misma “en su *cuerpo de carne” (Col 1,22); también fue Cristo el primero que subrayó sus exigencias profundas: el pecador reconciliado con Dios no puede tributarle un *culto agradable si no va primero a reconciliarse él mismo con su hermano (Mt 5,23s).

-> Ira – Expiación – Justificación – Paz – Perdón – Redención – Salvación – Sangre.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Reconciliación es un cambio de relaciones personales entre seres humanos (1 S. 29:4; Mt. 5:24; 1 Co. 7:11); o entre Dios y el hombre (Ro. 5:1–11; 2 Co. 5:18s.; Col. 1:20; Ef. 2:5) Por este cambio se reemplaza un estado de enemistad y alejamiento por uno de paz y comunión.

«Todo proviene de Dios» (2 Co. 5:18, cf. Ef. 2:4; Jn. 3:16) en la restauración de las relaciones rotas entre él mismo y el hombre rebelde. Él es el sujeto de todo el proceso de reconciliación, cuyo amor de gracia se extiende aun a los enemigos. Los hombres no reconcilian a Dios, sino que Dios ha cambiado de tal modo la situación entre él mismo y los hombres que reconcilió consigo al mundo.

Dios obró esta reconciliación para con nosotros en Cristo, de modo que sin el Pacificador y su pasión, Dios no sería para nosotros lo que él es. Somos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo (Ro. 5:10; Col. 1:22); a través de la sangre de su cruz (Col. 1:20; Ef. 2:16). Además en Ro. 5 y 2 Co. 5, la reconciliación es tan estrictamente paralela con la justificación (véase), que parecen diferentes descripciones del mismo suceso. Como Cristo murió por los impíos, así somos reconciliados por su muerte y justificados por su sangre.

La rebelde enemistad del hombre contra Dios (Col. 1:21; Ro. 8:7s.) ha provocado su santa enemistad contra el mal (1 Co. 15:25s.; Ro. 11:28; Stg. 4:4), su ira (Ro. 1:18; 2:5, 8–9; Ef. 2:3, 5; Col. 3:6), sus juicios (Ro. 1:24–32; 2:3, 16; 3:6, 19; 2 Co. 5:10); su venganza (Ro. 12:19; 2 Ts. 2:8), y la maldición de la ley quebrantada (Gá. 3:10). La ira de Dios (véase) en el juicio final está en conexión inmediata con la enemistad que es quitada por la reconciliación (Ro. 5:9–10). Así, Dios actuó de tal manera al dar su Hijo para que fuese hecho pecado y maldición por nosotros, que su ira fue apartada y su justicia fue manifestada aun perdonando a los creyentes (Ro. 3:25–26). La gracia del Señor Jesucristo les asegura que la sentencia de condenación ya no está en contra de ellos.

Al derramar el amor de Dios en nuestros corazones, el Espíritu Santo hace efectiva en nosotros la reconciliación obrada por Cristo. Así, él trae de regreso al pródigo de la rebelión egoísta hacia una obediencia al Padre de la familia, la que procede del amor agradecido. Conociendo el temor de Dios, el creyente se regocija al recibir y proclamar la palabra de la reconciliación (2 Co. 5:11s.).

BIBLIOGRAFÍA

Arndt; E. Buechsel y W. Foerster en TWNT; O. Michel, P. Althaus, M.J. Laganje y C.K. Barrett sobre Romanos; K. Barth, Church Dogmatics, IV, 1; Leon Morris, Apostolic Preaching of the Cross; James Denney, Reconciliation; Wm. C. Robinson, The Word of the Cross.

William Childs Robinson

TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (511). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Cuatro importantes pasajes del NT tratan la obra de Cristo bajo la figura de la reconciliación, a saber Ro. 5.10s; 2 Co. 5.18ss; Ef. 2.11ss; Col. 1.19ss. Los términos gr. de importancia son el sustantivo katallagē y los verbos katallassō y apokatallassō. La reconciliación se aplica propiamente, no a las buenas relaciones en general, sino a la anulación de una enemistad, la solución de una disputa. Denota que las partes reconciliadas anteriormente fueron hostiles entre sí. La Biblia nos dice claramente que los pecadores son “enemigos” de Dios (Ro. 5.10; Col. 1.21; Stg. 4.4). Nunca debemos minimizar la seriedad de estos pasajes y otros similares. El enemigo no es alguien que por poco es nuestro amigo, sino alguien ubicado en el campo enteramente opuesto. El NT nos muestra a Dios en vigorosa oposición a todo lo que sea malo.

La forma de terminar con la enemistad es quitar aquello que la causó. Podemos pedir disculpas por la palabra dicha sin reflexión, podemos pagar el dinero que debemos, podemos llevar a cabo la reparación o restitución que corresponde. Pero en todos los casos, en el camino a la reconciliación se encuentra una efectiva eliminación de la causa de la enemistad. Cristo murió para anular nuestros pecados. De esta manera se ocupó él de la enemistad entre el hombre y Dios. La quitó del camino. Abrió ampliamente el camino para que los hombres pudieran volver a Dios. Es esto lo que se describe por medio del término “reconciliación”.

Es interesante notar que ningún pasaje neotestamentario habla de que Cristo haya reconciliado a Dios con el hombre. Invariablemente se pone el acento en que es el hombre el que se reconcilia. Esto es muy importante para entender la naturaleza de lo que nos ocupa. Es el pecado del hombre lo que ha habido que solucionar. Es al hombre al que se llama, en las palabras de 2 Co. 5.20, a que se “reconcilie con Dios”. Algunos estudiosos parten de esto para sugerir que las actividades de reconciliación de Cristo se relacionan solamente con el hombre. Pero es difícil armonizar esto con la posición general del NT. Lo que creó la barrera fue la demanda de rectitud en el hombre por parte de la santidad de Dios. El hombre, cuando está en libertad de elegir, se conforma con olvidar el pasado, y no se preocupa mayormente por su pecado. Por cierto que no siente hostilidad hacia Dios por culpa de su pecado. En consecuencia, cuando se ha efectuado la reconciliación, es imposible decir que está completamente dirigido hacia el hombre y no hacia Dios también, en algún sentido. Tiene que haber un cambio por parte de Dios, si todo lo que envuelven expresiones como “la ira de Dios” ya no se dirige más al hombre.

Esto no significa que haya habido cambio alguno en el amor de Dios. La Biblia nos dice muy claramente que el amor que Dios siente hacia el hombre nunca varía, a pesar de lo que el hombre pueda hacer. Por cierto que toda la obra expiatoria de Cristo surge del gran amor de Dios. Fue “siendo aún pecadores” que “Cristo murió por nosotros” (Ro. 5.8). Se trata de una verdad que debemos guardar celosamente. Pero, al mismo tiempo, no debemos llegar al punto de sostener que la reconciliación es un proceso puramente subjetivo. En cierto sentido la reconciliación se realiza fuera del hombre, antes que haya ocurrido nada dentro de él. Pablo puede hablar de Cristo, “por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Ro. 5.11). Una reconciliación que puede ser “recibida” debe ser ofrecida (y por consiguiente en algún sentido lograda) antes de que pueda recibirla el hombre. En otras palabras, debemos pensar que la reconciliación tiene efectos que se manifiestan hacia el hombre como hacia Dios.

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Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico