REY

v. Autoridad, Gobernador, Príncipe, Señor
Gen 17:6 haré naciones de ti, y r saldrán de ti
Exo 1:8 se levantó sobre Egipto un nuevo r que
Num 23:21 Dios está con él, y júbilo de r en él
Deu 17:15 por r .. al que Jehová .. escogiere
Deu 33:5 y fue r en Jesurún .. con las tribus de
Jos 10:16 los cinco r huyeron, y se escondieron
Jdg 9:8 fueron una vez los árboles a elegir r
Jdg 17:6; Jdg 21:25 en aquellos días no había r en
1Sa 2:10 dará poder a su r, y exaltará el poderío
1Sa 8:5 constitúyenos ahora un r que nos juzgue
1Sa 8:11 así hará el r que reinará sobre vosotros
1Sa 10:24 el pueblo clamó .. diciendo: ¡Viva el r!
1Sa 12:12 sino ha de reinar sobre nosotros un r
1Sa 12:12 Jehová vuestro Dios era vuestro r
1Sa 21:8 por cuanto la orden del r era apremiante
2Sa 5:3; 1Ch 11:3 ungieron a David por r
2Ki 9:13 tocaron corneta, y dijeron: Jehú es r
2Ki 11:12 y batiendo las .. dijeron: ¡Viva el r!
2Ch 23:11 al hijo del r .. y lo proclamaron r
Job 41:34 cosa alta; es r sobre todos los soberbios
Psa 2:2 se levantarán los r de la tierra .. unidos
Psa 2:6 he puesto mi r sobre Sion, mí santo monte
Psa 5:2 está atento a la voz .. R mío y Dios mío
Psa 10:16 Jehová es R eternamente y para siempre
Psa 20:9 el R nos oiga en el día que lo invoquemos
Psa 24:7, 9 oh puertas .. y entrará el R de gloria
Psa 29:10 se sienta Jehová como r para siempre
Psa 33:16 el r no se salva por la multitud de
Psa 44:4 oh Dios, eres mi R; manda salvación a
Psa 45:1 rebosa mi corazón .. dirijo al r mi canto
Psa 47:7 porque Dios es el R de toda la tierra
Psa 72:1 oh Dios, da tus juicios al r, y tu justicia
Psa 74:12 pero Dios es mi r desde tiempo antiguo
Psa 89:18 Jehová es nuestro escudo, y nuestro r
Psa 102:15 temerán .. los r de la tierra tu gloria
Psa 138:4 te alabarán .. todos los r de la tierra
Psa 144:10 tú, el que da victoria a los r, el que
Pro 20:26 el r sabio avienta a los impíos, y sobre
Pro 24:21 teme a Jehová, hijo mío, y al r; no te
Pro 29:14 r que juzga con verdad a los pobres
Pro 30:31 cabrío; y el r, a quien nadie resiste
Pro 31:4 no es de los r .. no es de los r beber vino
Ecc 8:4 pues la palabra del r es con potestad
Ecc 10:16 ¡ay de ti .. cuando tu r es muchacho, y
Ecc 10:20 ni aun en tu .. digas mal del r, ni en lo
Son 1:4 el r me ha metido en sus cámaras; nos
Isa 6:5 porque han visto mis ojos al R, Jehová de
Isa 32:1 he aquí que para justicia reinará un r
Isa 33:17 tus ojos verán al R en su hermosura
Isa 33:22 Jehová es nuestro R; él .. nos salvará
Isa 43:15 Jehová .. Creador de Israel, vuestro R
Isa 49:23 r serán tus ayos, y sus reinas tus
Isa 62:2 entonces verán .. todos los r tu gloria
Jer 10:7 no te temerá, oh R de las naciones?
Jer 10:10 él es Dios vivo y R eterno; a su ira
Jer 23:5 David renuevo justo, y reinará como R
Jer 30:9 servirán a Jehová su .. y a David su r
Dan 2:37 tú, oh r, eres r de r; porque el Dios del
Dan 7:17 estas cuatro .. bestias con cuatro r que
Dan 7:24 los diez cuernos significan que .. diez r
Dan 11:2 aún habrá tres r en Persia, y el cuarto
Hos 3:4 muchos días estarán los hijos de .. sin r
Hos 13:10 ¿dónde está tu r, para que te guarde
Mic 2:13 su r pasará delante de ellos, y a la cabeza
Zec 9:9 he aquí tu r vendrá a ti, justo y salvador
Zec 14:9 Jehová será r sobre toda la tierra. En
Zec 14:16 subirán de año en año para adorar al R
Mal 1:14 porque yo soy Gran R, dice Jehová
Mat 2:2 ¿dónde está el r de los judíos .. nacido?
Mat 5:35 ni por Jerusalén .. la ciudad del gran R
Mat 10:18; Mar 13:9; Luk 21:12 aun ante .. r seréis llevados
Mat 17:25 los r de la tierra, ¿de quiénes cobran
Mat 18:23; 22:2


Rey (heb. melek; gr. basiléus). Soberano que tiene la autoridad suprema sobre una tribu o una nación. Generalmente, su mandato es de por vida y la sucesión es hereditaria. El territorio que gobierna es su reino, y reinado el tiempo de su actuación. Los reyes de las antigua, naciones paganas a menudo eran considerados como deidades o descendientes directos de ellas. La idea de un reino tuvo poca o ninguna importancia en los primeros tiempos de la historia hebrea. La autoridad civil estaba centrada en la familia y en la tribu. Sin embargo, después del éxodo se desarrolló un sentido de unidad nacional. La relación especial del pacto presentaba a Dios como el supremo gobernante de Israel; y sus leyes, como la base del gobierno. Dios era su rey (cf Deu 33:1-5); la forma de administración fue la teocracia. Sin embargo, los israelitas pronto desearon tener un rey “como tienen todas las naciones” (1Sa 8:5); así­ lo demuestra su pedido a Gedeón de que fuera su soberano (Jdg 8:22, 23). A Samuel le exigieron directamente un rey; al hacerlo, rechazaron a Dios como su gobernante (1Sa 8:7; cf 10:19; 12:12, 17, 19). Los reyes más dignos se consideraban a sí­ mismos sólo “virreyes” bajo Dios (Psa 5:1, 2; 1Ki 3:6, 7; 2Ch 20:5, 6; 2Ki 19:14-19; etc.) y estaban dispuestos a ser instruidos por los profetas del Señor (2Sa 12:7-15). Los menos dignos, ignorándolo completamente, condujeron a la nación a la degradación moral y espiritual. El rey ejercí­a amplios poderes e influencia en asuntos civiles, militares y religiosos. Era considerado como la suprema autoridad judicial (2Sa 14:4, 15; 15:2: 2Ki 3:16-28), y poseí­a el poder de vida y muerte (1Ki 1:51, 52). También era el comandante de sus ejércitos (1Sa 8:20; 1Ki 12:21-24; 2Ch 32:2, 3; cf Gen 14:5; Num 21:23), y realizaba alianzas militares sin consultar a su pueblo (1Ki 15:18, 19). El poder legislativo de los reyes de las naciones paganas (Est 3:12, 13; Dan 3:1-6) funcionaba mucho menos en Israel, porque, idealmente, las leyes de Israel eran dadas por Dios. A causa de su autoridad en asuntos religiosos, los reyes podí­an dirigir a toda la nación en el servicio al verdadero Dios (2Sa 6:12; 1Ki 6:1, 2; 2Ch 35:1-6) o usar su cargo y su influencia para extender la adoración de dioses falsos y diversos corruptos cultos de fertilidad (1Ki 14:21-24; 16:31-33; 2Ki 23:12-14). A veces ejercí­an su poder en la designación y eliminación de sacerdotes (1Ki 2:26, 27), pero sólo rara vez sin protestas (2Ch 13:9). Ordinariamente habí­a una lí­nea de separación clara entre las funciones sacerdotales y las del rey (1Sa 13:9-13; Mat 12:3, 4). Los pecados de los reyes a menudo traí­an castigos sobre toda la nación (2Sa 24:10-15; 21:8-17). Isaí­as 11 presenta un hermoso cuadro simbólico del reinado y el reino de Cristo, introduciendo al lector al significado más profundo y eterno de Cristo como el “Rey de los judí­os” (Mat 27:11; etc.). Jesús poseí­a el derecho hereditario de ser rey de Israel (1:1-16), pero su apelación a la lealtad siempre estuvo basada en una verdad más profunda y espiritual que la gente no comprendió (Joh 6:15; 12:13). Satanás reconoció la divina realeza de Cristo, y por medio del soborno trató de quitarle su derecho en el monte de la tentación (Mat 4:8-10; Luk 4:5-7). Jesús continuamente procuraba guiar al pueblo a aceptar a Dios como su rey y a comprender la naturaleza de su reino (Mat 5:35; 18:23; Luk 22:29, 30). Desafortunadamente, los judí­os no reconocieron a Cristo como su largamente esperado Mesí­as. Dejaron de entender que su soberaní­a no tení­a la naturaleza de un gobierno humano (Joh 18:36; Phi 3:20). Era el reino espiritual de la gracia, que un dí­a serí­a reemplazado por el reino de la gloria (CBA 5:288, 289, 309). Reyes, Libros de los. Compendio histórico de la nación hebrea desde la coronación de Salomón y la muerte de David hasta el fin del reinado de Salomón, y del tiempo del reino dividido hasta el cautiverio babilónico y algo más allá, un perí­odo que abarca unos 400 años. En el antiguo canon hebreo 1 y 2 R. conformaban un solo libro: Melâkîm, “Reyes” (la división en 2 partes viene de la LXX). En ese canon el libro de Reyes estaba entre los Profetas Anteriores, en la 2ª sección de las Escrituras hebreas, que se conoce como los Profetas. 988 Dichos Profetas Anteriores -Josué, Jueces, Samuel y Reyes- constituyen una narración continua que abarca la historia de Israel desde la muerte de Moisés hasta el exilio. I. Fuentes históricas. La forma literaria de los libros de los Reyes indica que los datos históricos fueron seleccionados de diversas fuentes por un editor inspirado, quien reunió materiales y los dispuso en un marco unificado con un plan especí­fico, y que además añadió comentarios inspirados acerca de la significación religiosa y espiritual de los acontecimientos de la historia hebrea. Como fuentes de su información cita: 1. El “libro de los hechos de Salomón” (1Ki 11:41). 2. El “libro de las historias de los reyes de Israel” (14:19) para el reino del norte hasta la muerte de Peka 2Ki 15:30 31). 3. “Las crónicas de los reyes de Judá” (1Ki 14:29) para el reino del sur hasta la muerte de Joacim (2Ki 24:5, 6). Parece que, en algún momento posterior. el 2 y el 3 fueron fusionados en “el libro de los reyes de Judá y de Israel” (2Ch 16:11 ). Repetidamente el redactor de Reyes remite a sus lectores a estas obras para mayores detalles (cf 1Ki 14:19, 29). La exactitud histórica del informe conservado en 1 y 2 R. ha sido documentada más allá de toda duda por una notable serie de descubrimientos arqueológicos. En certeza y objetividad es infinitamente superior a registros similares conservados en Asiria, Babilonia o Egipto. II. Autor. A pesar de la divercidad de materiales reunidos de otras fuentes, hay una sorprendente unidad. Por ejemplo, se usa una fórmula fija para el comienzo y el fin de cada reinado. El de cada rey es evaluado como bueno o malo comparado con otros notables anteriores. Las estructura peculiares de pensamiento y expresión que aparecen en los 2 libros apuntan, sin lugar a dudas, a una sola persona como la responsable de reunir el material en su forma actual. De acuerdo con la tradición judí­a (Talmud, Baba Bathra 15a), este compilador fue Jeremí­as. Pero quienquiera haya sido, tení­a verdadera perspectiva y percepción de la historia, porque aunque los libros son esencialmente de naturaleza histórica, su propósito principal es poner de relieve una lección: la justicia exalta a la nación, la impiedad la lleva a la ruina. El escritor inspirado retrae el crecimiento y la decadencia del reino hebreo: señala las causas de la prosperidad y de la adversidad, y llama la atención al efecto del carácter moral y religioso sobre los vaivenes del estado (cf 2Ki_17). III. Tema. El compilador de Reyes se preocupa principalmente por la historia del reino sureño de Judá, pero incorpora la del reino norteño de Israel; en parte como informe de antecedentes, y en parte para conservar un registro completo de toda la nación. A veces, este procedimiento involucro una cierta cantidad de repeticiones. Para los reyes de Israel, el esquema básico general incluye la duración de su reinado y el tiempo de su muerte. Para los de Judá, la fórmula incluye también la edad de cada uno al subir al trono, el nombre de su madre y una referencia a su sepultura. En cada caso, se da la fecha del ascenso al trono en relación con el año de reinado del soberano contemporáneo del otro reino. Un rasgo destacable del libro es la cronologí­a de los libros, mediante la cual el autor sincroniza los reinados de los reyes de ambos reinos. Todaví­a existen dificultades en la conciliación de las cifras y en la armonización de éstas con datos cronológicos extrabí­blicos, pero las discrepancias aparentes se deben mayormente a nuestra falta de información acerca de las técnicas de datación cronológica que se usaban en los tiempos bí­blicos. Véase Cronologí­a (V). IV. Bosquejo y Contenido. El registro combinado de 1 y 2 R. se divide en forma lógica en 3 secciones principales: 1. Desde la muerte de David hasta la división del reino (1Ki 1:1-11:43). 2. Desde la división del reino hasta la caí­da de Samaria y el fin del reino del norte (1Ki 12:1-2 R. 17:41). 3. Desde Ezequí­as, contemporáneo de este suceso (1Ki 17:1; 18:1). hasta la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor (2Ki 18:1-25:30). En su mayor parte la naración sigue un orden cronológico y menciona a cada rey en el orden de su ascensión al trono. Añadido al registro hay un breve informe de la gobernación de Gedalí­as, a quien Nabucodonosor dejó a cargo de los asuntos de Judá después de la destrucción de Jerusalén y de haber llevado a la mayor parte de la nación en cautiverio (25:22-26). También se hace una breve mención de la liberación del rey Joaquí­n de la prisión varios años más tarde (vs 27-30; véase CBA 2:715-722).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

latí­n rex, el que ejerce el poder en una nación con carácter vitalicio.

En la época patriarcal los pueblos estaban regidos por monarquí­as, a la cabeza de las cuales estaban reyes, faraones con poderes absolutos, tratados como dioses. Sin embargo, para los israelitas estos personajes no eran más que seres de carne y hueso, débiles. A los israelitas la fe les dice que no necesitan un rey terrenal, para ellos el Señor del universo es Yahvéh, en cuyas manos están los reyes de la tierra. Aunque en la epoca patriarcal escasamente se habla de monarquí­a, de realeza, sí­ se da a entender el señorí­o de Yahvéh sobre el mundo, su función, hablando antropomórficamente de reinar, de ejercer el dominio real sobre el mundo para defender y salvar a su pueblo, ya que Israel es su reino. Las intervenciones de Yahvéh en favor de su pueblo son presentadas como supremo dominio soberano del Señor. En el cántico de Moisés, el éxodo y el paso del mar Rojo son acciones regias de Yahvéh, el omnipotente que reina eternamente, Ex 15, 1,-21.

Epoca preestatal: Moisés y Josué eran los jefes israelitas durante la marcha por el desierto. Cuando murieron los jefes el desorden se apoderó de ellos y desagradaban a Yahvéh, sin tener en cuenta que El los habí­a sacado de Egipto. Siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor, Jc 2, 11-12. Yahvéh los dejó solos y fracasaron en sus campañas y quedaron bajo el poder de los salteadores y los saqueadores, Jc 2, 14-15.

Con el fin de lograr instaurar el orden nombraron jueces, quienes se encargaban de guiarlos en la guerra y administraban la justicia. Aún así­, obedecí­an a los jueces y terminaron siguiendo a otros dioses postrándose ante ellos, Jc 2, 17. Tal vez por la falta de un guí­a o un r., porque cada uno lo que le parecí­a bien, Jc 17, 6.

Samuel y Saúl: Los filisteos y los ammonitas tení­an acorralado al pueblo israelita que se encontraba disperso y desordenado, así­ que en la segunda mitad del siglo XI a. C., las tribus israelitas se unieron y conformaron una unidad estatal con un rey como máxima autoridad. Esa responsabilidad quedó en manos de Saúl, un hombre que al igual que los jueces de la época preestatal se habí­a destacado como una especie de héroe tribal, especialmente en la lucha contra los ammonitas, 1 S 11, 1-11.

Saúl era benjaminita pertenecí­a a una tribu cuyo territorio estaba localizado al centro del paí­s y habí­a rechazado desde un principio los intentos separatistas, pero no tení­a poder militar ni polí­tico, por lo que no podí­a centralizar al gobierno. Así­ que Samuel fue el verdadero fundador del reino israelita, vidente, profeta y último juez de Israel. Al hacerse viejo, puso como jueces a sus hijos Joel y Abí­as, pero, atraí­dos por el lucro, se dejaron sobornar y torcieron el derecho, 1 S 8, 1-3.

Los ancianos de Israel se reunieron y exigieron a Samuel que les pusiera un r. para que los juzgara así­ como en todas las naciones, 1 S 8, 5.

Samuel invocó a Yahvéh quien le dijo que hiciera caso a todo lo que el pueblo le decí­a. Porque no lo habí­an rechazado a él sino a su propio Yahvéh, para que no reine sobre ellos, 1 S 8, 7. Esto es negativo frente a la instauración de la monarquí­a, al igual que la descripción que Samuel hace del fuero del r. que va a reinar sobre los israelitas: †œTomará vuestros hijos y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro. Los empleará como jefes de mil y jefes de cincuenta; les hará labrar sus campos, segar su cosecha, fabricar sus armas de guerra y los arreos de sus carros. Tomará vuestras hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará vuestros campos, vuestras viñas y vuestros mejores olivares y se los dará a sus servidores. Tomará el diezmo de vuestros cultivos y vuestras viñas para dárselo a sus eunucos y a sus servidores. Tomará vuestros criados y criadas, y vuestros mejores bueyes y asnos y les hará trabajar para él. Sacará el diezmo de vuestros rebaños y vosotros mismos seréis sus esclavos. Ese dí­a os lamentaréis a causa del rey que os habéis elegido, pero entonces Yahvéh no os responderá, 1 S 8, 11-18.

Pero el pueblo se mantuvo firme en su idea: †œÂ¡No! Tendremos un rey y nosotros seremos también como los demás pueblos: nuestro rey nos juzgará: irá al frente de nosotros y combatirá nuestros combates†, 1 S 8, 19, 20. A raí­z de este intercambio de palabras entre Samuel, como representante del partido conservador, y el pueblo, como partido renovador, en la tradición se advierten diversas tendencias en lo que respecta al modo en cómo Saúl llegó a ser r. Una de las versiones es promonárquica en cuanto a su nombramiento y unción, 1 S 9, 1-10, 16.

Otra muestra un acusado espí­ritu antimonárquico, hasta el punto de reseñar que un grupo de la oposición optó por despreciar al r., 1 S 10, 17-27. En una tercera versión se pone de manifiesto la ratificación por parte de todo el pueblo de la autoproclamación de Saúl como r. y jefe de los israelitas tras haber derrotado a los ammonitas, 1 S 11, 14-12, 25.

Finalmente el relato de la dimisión de Samuel como juez acusa nuevamente un espí­ritu antimonárquico, 1 S 11, 14-12, 25. El partido monárquico acabó imponiéndose e Israel contó así­ con un r. que, al principio, poco se diferenciaba de la carismática personalidad de los jueces en su calidad de jefes.

El reino de Saúl: La petición del pueblo era que Saúl fuera un jefe competente para sus ejércitos, y que, al mismo tiempo administrase justicia, 1 S 8, 20. Desde el punto de vista de la polí­tica exterior estaba justificado por los ataques de los filisteos y los ammonitas. Así­, el reino de Saúl era, en primer lugar, una monarquí­a militar nacional cuya función consistí­a en reunir, bajo un solo mando supremo, a todas las tribus israelitas a fin de poder defenderse ante las pretensiones de los pueblos enemigos sobre su territorio. Al mismo tiempo tení­a como misión el ejercicio de las funciones judiciales y sacerdotales en los casos en que el pueblo incurrí­a en algún pecado ritual, 1 S 14, 31-35. La unción de Saúl como r. estuvo precedida por la elección hecha por Yahvéh. Al ser ungido quedó convertido en caudillo de su heredad. Al ser ungido de Yahvéh, su vida se volvió sagrada. El espí­ritu de Yahvéh le invadió y entró en trance, quedando cambiado en otro hombre, 1 S 9-13, es decir, la elección y la unción de Saúl como r. llevaban implí­cita la sucesión dinástica: Muerto Saúl, su hijo Isbaal fue proclamado r. de Israel y solamente la casa de Judá siguió a David, 2 S 2, 10.

El fuero real: Elegido Saúl como r. Samuel dictó al pueblo el fuero real, y lo puso por escrito, depositándolo delante de Yahvéh, 1 S 10, 25. Los preceptos deben entenderse como lo relativo a lo que un r. no debe ser ni debe hacer: †œSi cuando llegues a la tierra que Yahvéh tu Dios te da, la tomes en posesión y habites en ella, dices: †œQuerrí­a poner un rey sobre mí­ como todas las naciones del alrededor, deberás poner sobre ti un rey elegido por Yahvéh, y a uno de entre tus hermanos pondrás sobre ti como rey; no podrás darte por rey a un extranjero que no sea hermano tuyo. Pero no ha de tener muchos caballos, ni hará volver al pueblo a Egipto para aumentar su caballerí­a, porque Yahvéh ha dicho: †˜No volverás a ir jamás por ese camino†™. No ha de tener muchas mujeres, cosa que podrí­a descarnar su corazón. Tampoco deberá tener demasiada plata y oro. Cuando suba al trono real, deberá escribir esta Ley para su uso, copiándola del libro de los sacerdotes levitas. La llevará consigo; la leerá todos los dí­as de su vida para aprender a temer a Yahvéh su Dios, guardando todas las palabras de esta Ley y estos preceptos para ponerlos en práctica. Así­ su corazón no se engreirá sobre sus hermanos, y no se apartará de estos mandamientos ni a derecha ni a izquierda. Y así­ prolongará los dí­as de su reino, él y sus hijos, en medio de Israel”†, Dt 17, 14-20.

David: Después del error cometido por Saúl Yahvéh buscó †œun hombre según su corazón† y le designó †œcaudillo de su pueblo†, 1 S 13, 14; ese hombre fue el joven David que, a su vez, fue ungido r. por Samuel. A través de la profecí­a de Natán, Dios le anunció que su reino se afianzarí­a, quedando así­ establecida la base de la perpetuación de la dinastí­a de David en el reino meridional de Judá y con él las expectativas mesiánicas: †œY cuando tus dí­as se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidará el trono de tu realeza. Yo seré para él padre y él será para mí­ hijo. Si hace mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres, pero no apartaré de él mi amor, como lo aparté de Saúl, a quien quité de delante de mí­. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí­; tu trono estará firme eternamente†, 2 S 7, 12-16. Israel, el reino del Norte: Mientras que en Judá, el reino del Sur, se mantuvo la continuidad dinástica de la casa de David, en el reino del Norte se sucedieron diversas dinastí­as. Jeroboam I, el primer r. de Israel tras la destrucción de la unidad del reino a la muerte de Salomón, también fue elegido por Dios, 1 R 11, 29-38, pero la monarquí­a daví­dica permaneció intacta, aunque limitada a la tribu de Judá, 1 R 11, 36. Dios prometió, asimismo, a Jeroboam, que su reino se afianzarí­a, si bien bajo una condición: †œSi escuchas todo cuanto yo te ordene, y aridas por mi camino, y haces lo recto a mis ojos guardando mis decretos y mis mandamientos como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré una casa estable como se la edifiqué a David. Te entregaré Israel†, 1 R 11, 38. Cuando Jeroboam, tras la división polí­tica de ambos reinos, intentó impedir que los habitantes de Israel siguiesen peregrinando al templo de Jerusalén, mandó colocar dos becerros de oro en los altos de Betel y Dan, declarados centros oficiales del culto e instituyó una fiesta semejante a la de las Tiendas, 1 R 12, 26-33. †œEste proceder hizo caer en pecado a la casa de Jeroboam y fue causa de perdición y su exterminio de sobre la faz de la tierra†, 1 R 13, 34. La sucesión hereditaria al trono se vio interrumpida una y otra vez en lo sucesivo por conspiraciones y asesinatos. Magnicidas fueron: Basá, Zimrí­, Omrí­, Jehú, Sallum, Menajem, Pecaj y Oseas.

Ceremonial: El ceremonial del nombramiento de un nuevo r. consistí­a en la unción en el templo y la entronización en el palacio. La unción estaba reservada a los sacerdotes, por lo que ningún profano podí­a ser ungido, Ex 30, 32. La única excepción era el r, a quien podí­a ungirle un hombre de Dios, un sacerdote o un profeta. Saúl lo fue por el profeta Samuel, 1 S 10, 1 ss.; David también por Samuel, 1 S 16, 1 ss.; Salomón por el sacerdote Sadoq, 1 R 1, 39; Jehú por un discí­pulo del profeta Eliseo, 2 R 9, 6; Joás por el sacerdote supremo Yehoyadá, 2 R 11, 12. En el AT se detallan dos ceremoniales, el de la entronización de Salomón, 1 R 1, 33 ss., y el de la iniciación del reinado de Joás, 2 R 11. Las insignias reales que se imponí­an al monarca eran la diadema, 2 R 11, 12, y el brazalete, 2 S 1, 10. También se le hací­a entrega del fuero real o Testimonio, 2 R 11, 12. El nuevo r. recibí­a ciertos nombres simbólicos que debí­an expresar algo relacionado con su futuro reinado. Algunos salmos formaban parte del ritual, Sal 2; 72; 110. Tras la entronización tení­a lugar la aclamación por el pueblo, 2 R 11, 12.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Un varón soberano, generalmente hereditario, de una ciudad, tribu o nación. El hebreo melekh puede significar poseedor con énfasis en la fuerza fí­sica o consejero, el que decide con énfasis en la superioridad intelectual. En griego basileus siempre denota un soberano y jefe de gentes, ciudades o estados. Los reyes a menudo tení­an funciones sacerdotales en el mantenimiento de la religión del grupo. En el Oriente, los reyes llegaron a ser considerados seres divinos.

Este fue el caso en Egipto desde el principio. El imperio griego de Alejandro y sus sucesores se apoderaron de esta idea, luego también los romanos, una vez que el imperio llegó a incluir la mayor parte del Este.

El primer rey mencionado en la Biblia es Nimrod (Gen 10:8-12), cuyo reino mesopotamio era extenso. De esta región los reyes que lucharon con los de Canaán vinieron y fueron expulsados por Abraham (cap. 14). Dios les prometió a Abraham (Gen 17:6) y a Jacob (Gen 35:11) que existirí­an reyes entre sus descendientes. Hubo reyes de ciudades como Abimelec (Gen 20:2), llamado rey de los filisteos (Gen 26:1, Gen 26:8), y reyes en Edom (Gen 36:31; 1Ch 1:43) antes de que Israel tuviera reyes. Los reyes de Egipto, los faraones, figuran en el perí­odo egipcio de la historia israelita (Génesis 39—éxodo 14; Deu 7:8; Deu 11:3); ellos también aparecen más tarde cuando la influencia egipcia era fuerte en Judá. Israel tuvo contacto con muchos reyes durante su peregrinaje (Num 20:14—Num 33:40; Deu 1:4—Deu 4:47; Deu 7:24; Deu 29:7; Deu 31:4) y en Canaán (Jos 2:2—Jos 24:12; Jdg 1:7—Jdg 11:25; 1Sa 14:47; 1Sa 15:8, 1Sa 15:20, 1Sa 15:32; 1Sa 21:10, 1Sa 21:12; 1Sa 22:4). Estos variaban en el poder que tení­an desde jefes de aldeas a gobernadores de áreas extensas.

Durante el perí­odo de los jueces no hubo rey en Israel (Jdg 17:6; Jdg 18:1; Jdg 19:1; Jdg 21:25); cada uno hací­a lo que le parecí­a recto ante sus propios ojos.

Moisés habí­a previsto que el pueblo habrí­a de demandar un rey como soberano humano fuerte (Deu 17:14-15; Deu 28:36), no estando satisfechos con una teocracia, el dominio directo de Dios como rey sobre ellos (Deu 33:5). Ana esperó con anticipación un tiempo cuando habrí­a un rey en Israel nombrado y ungido por Dios (1Sa 2:10).

Cerca del fin del perí­odo cuando Samuel era juez, Israel no quiso esperar a un rey mesiánico y exigió uno como tienen todas las naciones (1Sa 8:5, 1Sa 8:22; 1Sa 10:19, 1Sa 10:24; 1Sa 12:1-25; comparar Hos 13:10). Samuel debidamente le advirtió al pueblo lo que podrí­an esperar de un rey, luego eligió a Saúl, al cual ratificaron. El reinado de los reyes israelitas se registra como sigue: Saúl (1 Samuel 12—31; 1 Crónicas 10); David (2 Samuel; 1 Reyes 1; 1 Crónicas 11—29); Salomón (1 Reyes 1—11; 1 Crónicas 28—2 Crónicas 9); otros reyes de Israel y Judá (1 Reyes 12—2 Reyes 25; 2 Crónicas 10—36). Esdras, Nehemí­as y Ester tienen que ver con reyes de Persia.

Los profetas (especialmente Isaí­as 1—31; Hos 36:1—Hos 39:7; Jeremí­as; Lamentaciones; Ezequiel; Daniel) hablan de los reyes de Judá y de otras naciones. Job reflexiona que en la muerte todos son iguales a reyes (Job 3:14); que Dios degrada a reyes (Job 12:18); Elifaz observa que problemas y aflicción abruman a un hombre como a un rey listo para el ataque (Job 15:24). El Salmo 2 hace un contraste entre el rey mesiánico ungido (Job 2:6) y los reyes de la tierra (Job 2:2, Job 2:10). Algunas de las referencias en los Salmos son de reyes humanos (Psa 20:9; Psa 21:1, Psa 21:7; Psa 33:16; Psa 63:11; Psa 68:12, Psa 68:14, Psa 68:29; Psa 72:10-11; Psa 76:12; Psa 89:27; Psa 102:15; Psa 105:14, Psa 105:20, Psa 105:30; Psa 110:5; Psa 119:46; Psa 135:10-11; Psa 136:17-20; Psa 138:4; Psa 144:10; Psa 148:11; Psa 149:8), algunas de Dios como rey (Psa 5:2; Psa 10:16; Psa 18:50; Psa 145:1; Psa 149:2). El Salmo 24 aclama a Dios como rey de gloria. Proverbios contiene máximas para la conducta de un rey (p. ej., Pro 31:1-9). Isaí­as desarrolla el concepto de un rey mesiánico (Isa 32:1; Isa 33:17) identificado con el Señor (Isa 33:22; Isa 41:21; Isa 43:15; Isa 44:6). Jeremí­as se refiere a Dios como rey (Jer 8:19; Jer 10:7, Jer 10:10; Jer 46:18; Jer 48:15; Jer 51:57) y al rey mesiánico (Jer 23:5). Eze 37:22, Eze 37:24 se refiere al rey en la linea de David de Israel restaurada el cual el contexto demuestra que será mesiánico. El rey mesiánico entra en Jerusalén montado sobre un asno (Zec 9:9), y Dios es rey (Zec 14:9, Zec 14:16-17; Mal 1:14). Nabucodonosor alaba al rey de los cielos (Dan 4:37).

Los Evangelios hablan de reyes en general (Mat 10:18; Mat 11:8; Mat 17:25; Mat 18:23; Mat 22:2, Mat 22:7, Mat 22:11, Mat 22:13; Mar 13:9; Luk 10:24; Luk 14:31; Luk 21:12; Luk 22:25) y en particular: Herodes el Grande (Mat 2:1, Mat 2:3, Mat 2:9; Luk 1:5); Herodes Antipas (Mat 14:9; Mar 6:14, Mar 6:22-27); David (Mat 1:6); el rey mesiánico de los judí­os (Mat 2:2; Mat 21:5; Mat 25:34, Mat 25:40; Mat 27:11, Mat 27:29, Mat 27:37, Mat 27:42; Mar 15:2, Mar 15:9, Mar 15:12, Mar 15:18, Mar 15:26, Mar 15:32; Luk 19:38; Luk 23:2-3, Luk 23:37-38; Joh 1:49; Joh 6:15; Joh 12:13, Joh 12:15; Joh 18:37, Joh 18:39; Joh 19:3-21); y Dios (Mat 5:35). Las referencias en Hechos son de reyes terrenales excepto 17:7, la cual se refiere a Jesús. Unas pocas referencias en las epí­stolas son de reyes terrenales; una es de Dios (1Ti 1:17; comparar1Ti 6:15). En el Apocalipsis, además de reyes terrenales, Jesucristo es introducido como Prí­ncipe (soberano) de los reyes de la tierra (1Ti 1:5), el cual nos ha hecho reyes (1Ti 1:6; 1Ti 5:10, RVA un reino, comparar 1Pe 2:9). El rey de las langostas apocalí­pticas (Rev 9:11) es el ángel del abismo.

Dios es rey (Rev 15:3) y el Cordero es rey de reyes (Rev 17:14).

Un rey se sienta sobre un trono, sostiene un cetro (Psa 45:6), lleva una corona (2Ki 11:12), vive en un palacio (1Ch 29:1), y viaja en un carro de realeza (1Sa 8:11). Comenzando con unos pocos oficiales militares y civiles como reyes de ciudades y con Saúl, la burocracia real se expandió rápidamente (1Sa 8:10-18) hasta que tuvo las dimensiones de los establecimientos de David (2Sa 23:8-39; 1Ch 11:10-47) y de Salomón (1Ki 9:22; 1Ki 4:1-28; 2Ch 8:9-10). Sin embargo Salomón juzgaba algunos casos relativamente triviales (1Ki 3:16-28); Acab compartí­a la responsabilidad por la supervisión de su ganado (1Ki 18:5-6). La monarquí­a persa era un imperio vasto (Est 1:1). Los reyes frecuentemente morí­an asesinados. Jesús es soberano hasta que, en la resurrección los muertos, entregue el reino a su padre (1Co 15:24-28).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Ver “Reino”.

– Nimrod fue el primer rey mencionado en la Biblia, Gen 10:8-12.

– Saúl el primero de Israel. Le siguió David, el más grande. Le sucedió Salomón, a cuya muerte se dividió el reino: (Norte, Israel; Sur, Juda).

Reyes, Libros de los: Son 2, que cuentan la historia del reino, desde la muerte de David, en 930, hasta Sedequí­as, y Joacim en el exilio, en Babilionia, el año 561. Unos 4 siglos.

Son, pues, continuación de los 2 Libros de Samuel, que cuentan la historia de Saúl y David.

1- Reinado de Salomón, 1 R.1-11.

2- Reyes de Israel y Judá, 1 R.12 a 2 R.18.

3- Reinos de Judá en el exilio, 2 R.18 a 25.

(Ver “Palestina”, “Israel”).

4- Cuentan la historia de 2 grandes Profetas: Elí­as: (1 R), Eliseo: (2 R.).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

La idea que se trasmite con esta palabra en la Biblia se refiere a una persona que gobierna sobre una ciudad, o paí­s, o reino, como autoridad suprema. Puede ser que la jurisdicción del r. sea pequeña, como era el caso de las ciudades estado de Canaán antes de la conquista, o como las naciones estado de †¢Edom, †¢Moab, †¢Amón, etcétera. O puede señalar al que gobernaba sobre un gran imperio, como el babilónico, el egipcio o el persa. Incluso se utiliza el término para designar a uno que sólo gobierna sobre una tribu, o grupo de tribus. En el Oriente Medio se identificaba al r. con alguna deidad, de la cual era representante, cuando no la encarnaba. De hecho, los egipcios le daban tanta importancia a su monarquí­a que la consideraban como parte de la creación misma. Por estas razones, los r. tení­an un poder absoluto, que ejercí­an sin trabas.

En Israel, sin embargo, se tení­a muy claro que la monarquí­a habí­a sido un desarrollo histórico. Mientras los israelitas se mantuvieron por largo tiempo, el de los †¢Jueces, con un sistema tribal, los paí­ses vecinos habí­an organizado reinos. Israel se consideraba bajo el señorí­o de Dios mismo, aunque no se usaba todaví­a la palabra †œteocracia†. Los pecados del pueblo y el fallo de sus lí­deres, especialmente los hijos de †¢Samuel, hicieron que se levantara en Israel el deseo de tener un rey, †œcomo tienen todas las naciones† (1Sa 8:5). En términos espirituales, lo que el pueblo hizo fue sustituir la dependencia absoluta de Dios por una organización semejante a las que veí­an funcionar en el mundo que les rodeaba. El observador socio-polí­tico dirá que lo que pasó fue que detectaron la insuficiencia de su estructuración tribal frente a las ventajas que tení­an los paí­ses vecinos, que concentraban el poder en la figura de un r. El pueblo tuvo varios intentos de monarquí­a hereditaria, especialmente con †¢Gedeón y †¢Abimelec (Jue 8:22; Jue 9:6). Y aunque realmente el primero de los reyes israelitas fue †¢Saúl, hay que consignar que en todos los casos la Escritura señala que la constitución de un r. no era lo deseable. Israel debió preferir siempre el señorí­o de Jehová sobre su pueblo (1Sa 8:7).
ordenó a Samuel que aceptara la petición que le hicieron de constituir un r. Así­, preparó †œlas leyes del reino, y las escribió en un libro, el cual guardó delante de Jehovᆝ (1Sa 10:25). En Deu 17:15-20 se exponen leyes relacionadas con los deberes del r. Esto lleva a algunos a sugerir la posibilidad de que esa parte de Deuteronomio fuera escrita por Samuel y que se integrara al Pentateuco como resultado de una labor editorial posterior, puesto que lo escrito por Samuel se guardó con otros documentos en el arca (†œ… delante de Jehovᆝ). Lo importante, de todas maneras, es que las leyes de Deuteronomio estaban diseñadas para mantener el principio de dependencia de Dios por parte del monarca y, por tanto, del pueblo. El r. era seleccionado por Dios (†œ… pondrás por rey sobre ti al que Jehová tu Dios escogiere†). Tení­a que ser israelita de nacimiento (†œ… de entre tus hermanos pondrás r. sobre ti; no podrás poner sobre ti a hombre extranjero†). No debí­a confiarse en el poder militar (†œ… no aumentará para sí­ caballos†). Se cuidarí­a de no llevar una vida de sensualidad (†œNi tomará para sí­ muchas mujeres†). No acumularí­a riquezas para su uso personal (†œ… ni plata ni oro amontonará para sí­ en abundancia†).
ún 1Sa 8:11-22, el establecimiento de la monarquí­a implicaba sacrificios que debí­a hacer la población, como servicio militar (†œ… tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo†), servicio de trabajo (†œ… los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra†), pérdida de propiedades (†œ… tomará lo mejor de vuestras tierras†) y pago de impuestos (†œDiezmará vuestro grano y vuestras viñas…. Diezmará también vuestros rebaños†).
coronación del r. israelita se hací­a ungiendo al escogido con aceite, acto que realizaba el sumo sacerdote. Así­ vení­a a ser †œel ungido de Jehovᆝ. La persona del r. era, por tanto, sagrada, puesto que gobernarí­a en nombre de Dios. Luego el r. se sentaba en el trono. Se disponen de dos descripciones de la ceremonia, una en el caso de Salomón (1Re 1:33-48) y otra en el de †¢Joás (2Re 11:10-20). En este último caso se menciona el hecho de que le pusieron †œla corona y el testimonio†. La corona es un sí­mbolo de realeza muy conocido. En cuanto al †œtestimonio†, algunos eruditos sugieren que consistí­a en una copia de las leyes del reino. Al finalizar la ceremonia, el pueblo gritaba: †œÂ¡Viva el rey!† (1Sa 10:24; 2Sa 15:10; 1Re 1:39), proclamando así­ su acatamiento de la nueva autoridad.
monarquí­a en Israel era hereditaria. Cuando el reino se dividió en dos, la parte del N sufrió muchas turbulencias y cambios de dinastí­as, pero en Judá prevaleció siempre la descendencia de David, incluso en los casos de r. que fueron asesinados. Lo normal era que heredara uno de los hijos del r., preferiblemente el mayor. E;l r. podí­a, sin embargo, escoger a otro de su prole. Si no tení­a ninguna, un hermano suyo ocupaba el trono. Las mujeres no heredaban la corona. †¢Atalí­a llegó a gobernar porque se apoderó del reino por la fuerza. Algunas veces el r. compartí­a el poder con el hijo heredero durante cierto perí­odo en sus últimos años. De esa manera se evitaban problemas en los momentos de transición, cuando morí­a el r. titular. No se entendí­a que el r. tuviera poderes legislativos. La †¢Torá estaba allí­ para regir la vida de los israelitas. Pero sí­ se le atribuí­an poderes judiciales. El rey †œjuzgaba† a su pueblo, que acudí­a a él como suprema corte de justicia.
figura de un r. se utiliza en la Biblia para señalar a Dios como supremo gobernante del universo. †œJehová es r. eternamente y para siempre† (Sal 10:16; Sal 47:2). En el Sal 136:3, Jehová es el †œSeñor de los señores†. El †¢Mesí­as que Dios prometió a Israel habí­a de ser, precisamente, un r. (Jer 23:5). En el NT se presenta al Señor Jesús como ese r., a quien †œel Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin† (Luc 1:32-33). él es el †œR. de reyes y Señor de señores† (Apo 17:14; Apo 19:16). †¢Israel, Historia de.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, OFIC

ver, TEOCRACIA, GUARDIA, MUNDO, REINO DE DIOS

vet, Soberano investido de la autoridad suprema, generalmente de por vida y por derecho de sucesión. El fervor religioso caracterizaba a los reyes de Babilonia y de Asiria. La institución del rey-pontí­fice se remonta a la época de Sumer. La obediencia a los dioses, la práctica de la virtud, la defensa de la justicia, el castigo de los culpables, eran deberes que incumbí­an a los reyes. En Sumer el rey era divinizado. La Biblia cita a: Nimrod como rey de varias ciudades de Babilonia (Gn. 10:9-10). Quedorlaomer, rey de Elam, era jefe de una liga de reyes (Gn. 14:1, 5). Nabucodonosor, de Babilonia, y Artajerjes, de Persia, se daban a sí­ mismos el titulo de “rey de reyes” (Esd. 7:12; Dn. 2:37; cfr. 2 R. 24:17). En la época de Abraham, los monarcas cananeos eran frecuentemente reyes sólo sobre una ciudad (Gn. 14:2, 18; 20:2); al principio de la era sumeria habí­a asimismo estados-ciudades. Algunos siglos más tarde, Josué enumera a más de treinta y un monarcas cananeos vencidos (Jos. 12:7-24). La incredulidad y el deseo de imitar a sus vecinos empujó a los israelitas a pedir un rey. (Véase TEOCRACIA.) Moisés lo habí­a previsto (Dt. 17:14- 20). La institución de la monarquí­a no implicaba por sí­ misma la abolición de la teocracia. La monarquí­a, en apariencia absoluta, tení­a que estar sometida a Jehová, que tan sólo le habí­a delegado Su poder. Por haber querido sustraerse a la autoridad del Señor, Saúl fue reemplazado por otro, y sus descendientes perdieron el derecho al trono. Los reyes sucesores de David sufrieron la misma suerte: cuando abandonaron al Señor, perdieron la corona (1 R. 11:31-36). Para la lista de los reyes de Judá e Israel, véase el cuadro adjunto. La designación del soberano era hecha por un profeta o por un personaje investido de autoridad (1 S. 9:16; 16:1, 13; 2 R. 23:33, 34; 24:17); por el pueblo (1 S. 18:8; 2 S. 5:1-3; 1 R. 12:20; 2 R. 23:30). Ciertas personas usurpaban la realeza (1 R. 15:27, 28; 2 R. 11:1-3 ss., etc.); la mayor parte obtení­an la corona por derecho de sucesión (2 R. 11:36). La entronización implicaba, para los israelitas, la coronación, la unción con aceite, la proclamación (2 R. 11:12; cfr. 1 S. 10:24; 2 S. 2:4; 5:3; 1 R. 1:34; 2 R. 23:30), sacrificio y, en ocasiones, un solemne cortejo (1 S. 16:2, 5; 1 R. 1:25, 43-46). El rey cumplí­a también con frecuencia con el cometido de general en jefe (Gn. 14:5; Nm. 21:23; 1 S. 8:20; 14:20), concluí­a tratados (Gn. 21:22-32; 1 R. 15:19), promulgaba las leyes y las hací­a cumplir (Est. 3:12, 13; 8:7-12; Dn. 3:1-6, 29; 6:6-9), impartí­a justicia (2 S. 15:2; Is. 33:22), tení­a derecho de vida y muerte (2 S. 14:1-11; 1 R. 1:51, 52; 2:24-34; Est. 4:11; 7:9, 10). El temor de Dios y del hombre podí­an regular esta autoridad, que en ocasiones tení­a que tener en cuenta la voluntad popular (1 S. 14:45; 15:24), por cuanto era peligroso oprimir al pueblo (1 R. 12:4). Los sacerdotes y los profetas, independientes de la esfera religiosa, no dudaban en reprender a los reyes (1 S. 13:10-44; 15:10-31; 2 S. 12:1- 15; 1 R. 18:17, 18; 21:17-22; 2 Cr. 26:16-21). El ejercicio del poder supremo exigí­a unas cualidades fí­sica, mentales y morales de orden superior. La presencia de Saúl atrajo al pueblo (1 S. 10:23, 24 cfr. 16:7). Era necesario que el rey estuviera dotado de discernimiento y de un juicio certero. Salomón cumplió estas condiciones en tal alto grado que obtuvo desde el principio el favor de sus súbditos (1 R. 3:28). Igual de necesarias que la perspicacia eran la fuerza de carácter y la imparcialidad. El rey contaba, para su protección y asistencia, con una guardia, cuyo capitán ejecutaba sus órdenes (2 S. 15:18; 20:23; cfr. 1 R. 1:43, 44; 2:25, 29). (Véase GUARDIA) Ciertos soberanos se rodeaban de un lujo inaudito (1 R. 10). Las Escrituras presentan a Dios como Rey que usa de Su infinito poder para el bien de Sus súbditos (Sal. 5:3; 10:16). Recibe el nombre de “Rey de reyes” (1 Ti. 6:15). Cristo, que se declara cabeza de un reino “no de este mundo” (Jn. 18:33-37), lleva asimismo el tí­tulo de “Rey de reyes” (Ap. 19:16). (Véanse MUNDO, REINO DE DIOS.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[265]

Persona que por herencia o por elección se sitúa al frente una nación con dignidad, encarnando su representación.

La figura del monarca (monos arjé, gobierno de uno) fue perdiendo sentido religioso a medida que se fue saliendo de la Edad Media y de los sistemas feudales, en los que unos pocos oprimí­an increí­blemente a la mayor parte de los hambrientos campesinos.

El absolutismo monárquico, el ser por la gracia de Dios, se sustituyó con los enciclopedistas por la monarquí­a constituciones, equivalente a ser rey por “designación del pueblo”.

La doctrina católica, al no poder mantener el origen divino de las monarquí­as, tuvo que hacer filigranas para diferenciar entre autoridad y origen de la autoridad. Con ellos se resquebrajó la clásica y medieval asociación entre el Trono y el Altar, tarea que todaví­a ocupa gran parte del siglo XIX.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

-> monarquí­a). Muchos pueblos del Oriente antiguo conocí­an la figura de un rey sagrado como signo de supremací­a militar (era un guerrero) y de paternidad divina (aparecí­a vinculado al Dios engendrador). El rey era delegado o representante de Dios para el pueblo y tení­a un halo sagrado: expresaba la violencia del poder sagrado. En contra de eso, los israelitas, conscientes de la trascendencia de Dios (¡el único monarca!), criticaron muchas veces la figura y función del rey, como muestra la fábula de la zarza coronada (Je 9,7-15): los árboles fecundos (olivo, higuera, vid) no necesitan reinar para ser poderosos; por el contrario, la zarza, como el rey, necesita absorber la vida de los otros, porque es inútil, un parásito. A pesar de eso, a lo largo de unos siglos decisivos, del X al VI a.C. (monarquí­a*), muchos israelitas aceptaron a un rey y lo entendieron como signo de Dios (cf. Dt 17,14-20), aunque a partir del 578 a.C. la figura histórica del rey desaparece, para convertirse en un signo mesiánico y escatológico (vendrá un nuevo rey Mesí­as, emisario de Dios, su representante final sobre el mundo). La visión rnesiánica del rey estaba viva en tiempos de Jesús, aunque no era compartida por todos. Muchos judí­os se alzaron el 67-70 d.C., en guerra contra Roma, pero no todos esperaban la llegada de un rey mesiánico y otros muy significativos, como algunos rabinos y los discí­pulos de Jesús, renunciaron a la guerra. Los judí­os rabí­nicos crearon una federación* de sinagogas, sin poder polí­tico, y así­ han vivido por siglos (hasta la creación del Estado de Israel, 1947). Por su parte, Jesús no buscó una realeza polí­tica, sino el reino de Dios, colocándose, al menos indirectamente, bajo un halo mesiánico (apareciendo él mismo como Rey, Hijo* de David). Los primeros cristianos recrearon la figura y función del rey-mesí­as, invirtiendo su sentido a partir de la experiencia pascual. Por eso presentaron a Jesús como rey en la cruz, en gesto de amor gratuito, que Dios ha expresado de forma pascual (cf. Mc 15,26). Esta ha sido la trasvaloración cristiana de las instituciones polí­ticas. Pero después muchos han vuelto a proyectar sobre Jesús algunos rasgos del monarca sagrado, presentándole (en gesto de poder) como sacramento de Dios en lí­nea de polí­tica; en esa lí­nea, muchos cristianos del “antiguo régimen” han sacralizado la figura de sus reyes.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Soberano. Jefe de estado de una monarquí­a. Ya que el poder y la autoridad de Jehová son ilimitados, El es el Rey Supremo. Los reyes de Judá eran gobernantes subordinados a El, y eran los representantes de su soberaní­a en la Tierra. Al igual que ellos, Jesucristo es un Rey subordinado, pero con mucha más autoridad que aquellos reyes terrestres, puesto que Jehová lo ha colocado como gobernante del universo. (Flp 2:9-11.) Por lo tanto, a Jesucristo se le ha nombrado †œRey de reyes y Señor de señores†. (Rev 19:16; véanse JESUCRISTO; REINO.)

Primeros reyes. Los reyes humanos eran soberanos investidos con autoridad suprema sobre una ciudad, tribu, nación o imperio, y su mandato solí­a ser vitalicio. Nemrod, un descendiente de Cam, fue el primer rey humano mencionado en el registro bí­blico. Nemrod se rebeló contra la soberaní­a de Jehová. Su reino incluí­a varias ciudades de Mesopotamia. (Gé 10:6, 8-10.)
Canaán y los paí­ses vecinos tuvieron reyes mucho antes que los israelitas, de hecho, ya los tení­an en los dí­as de Abrahán. (Gé 14:1-9.) También tuvieron reyes desde los tiempos más remotos, los filisteos, los edomitas, los moabitas, los madianitas, los ammonitas, los sirios, los hititas, los egipcios, los asirios, los babilonios, los persas, los griegos y los romanos. Los dominios sobre los que reinaban eran con frecuencia reducidos, limitándose a veces tan solo a una ciudad-estado. Adoni-bézeq, por ejemplo, se jactó de haber derrotado a 70 de esos reyes. (Jue 1:7.)
El primer rey del que la Biblia dice que era justo fue Melquisedec, el rey-sacerdote de Salem. (Gé 14:18.) Aparte de Jesucristo, quien ocupa al mismo tiempo el puesto de Rey y Sumo Sacerdote, Melquisedec es el único gobernante aprobado por Dios que ha desempeñado ambas funciones. El apóstol Pablo indica que Dios empleó a Melquisedec como representación tí­pica de Cristo. (Heb 7:1-3; 8:1, 6.) Ningún otro siervo fiel de Dios, ni siquiera Noé, intentó ser rey, y Dios tampoco nombró a ninguno hasta que mandó ungir a Saúl.

Reyes israelitas. En un principio Jehová gobernó sobre Israel como Rey invisible por medio de diversas agencias: primero, por medio de Moisés y después, valiéndose de jueces humanos, desde Otniel hasta Sansón. (Jue 8:23; 1Sa 12:12.) Con el tiempo los israelitas clamaron por un rey a fin de ser como las naciones que los rodeaban. (1Sa 8:5-8, 19.) La Ley contemplaba el nombramiento divino de un rey humano, por lo que Jehová nombró a Saúl, de la tribu de Benjamí­n, por medio del profeta Samuel. (Dt 17:14-20; 1Sa 9:15, 16; 10:21, 24.) Debido a su desobediencia y presuntuosidad, Saúl perdió el favor de Jehová y la oportunidad de dar comienzo a una dinastí­a de reyes. (1Sa 13:1-14; 15:22-28.) Luego Jehová se dirigió a la tribu de Judá y seleccionó a David, el hijo de Jesé, para ser el siguiente rey de Israel. (1Sa 16:13; 17:12.) Como David fue fiel y apoyó la adoración y las leyes de Jehová, tuvo el privilegio de iniciar una dinastí­a de reyes. (2Sa 7:15, 16.) Los israelitas alcanzaron el cenit de su prosperidad durante el reinado de Salomón, hijo de David. (1Re 4:25; 2Cr 1:15.)
Cuando reinaba Rehoboam, hijo de Salomón, la nación se dividió en dos reinos. Jeroboán, hijo de Nebat, de la tribu de Efraí­n, fue el primer rey del reino septentrional de diez tribus, generalmente llamado Israel. (1Re 11:26; 12:20.) Jeroboán fue desobediente e hizo que su pueblo se desviara a la adoración de becerros de oro, pecado por el que se ganó la desaprobación de Jehová. (1Re 14:10, 16.) Desde 997 hasta 740 a. E.C., en el reino septentrional gobernaron un total de veinte reyes, empezando con Jeroboán y terminando con Hosea, hijo de Elah. En el reino meridional de Judá, reinaron diecinueve reyes desde 997 hasta 607 a. E.C., empezando con Rehoboam y terminando con Sedequí­as (sin contar a Atalí­a, que usurpó el trono). (Véanse CRONOLOGíA; SEPULTURA.)

Representantes nombrados divinamente. Los reyes que Jehová nombraba para Su pueblo tení­an que actuar como Sus agentes reales. No se sentaban sobre sus propios tronos, sino sobre †œel trono de la gobernación real de Jehovᆝ, es decir, eran representantes de su gobierno teocrático. (1Cr 28:5; 29:23.) Contrario a la práctica de algunos pueblos orientales de aquellos dí­as, la nación de Israel no deificó a sus reyes. A todos los reyes de Judá se les consideraba ungidos de Jehová, aunque el registro no especifica si se ungí­a literalmente con aceite a cada rey cuando ascendí­a al trono. Sí­ indica el registro que el aceite de unción literal se utilizó cuando se fundó una nueva dinastí­a, cuando se disputó por el trono durante la vejez de David, así­ como en los dí­as de Jehoás y en la ocasión en que se pasó por alto a un hijo mayor para escoger a un hijo menor cuando se entronizó a Jehoacaz. (1Sa 10:1; 16:13; 1Re 1:39; 2Re 11:12; 23:30, 31, 34, 36.) Sin embargo, parece probable que hubiera la costumbre de ungir a los nuevos reyes.
El rey de Judá era el principal administrador de los asuntos nacionales, un pastor del pueblo. (Sl 78:70-72.) Solí­a tomar el mando en la batalla (1Sa 8:20; 2Sa 21:17; 1Re 22:29-33), y también hací­a las veces de tribunal supremo en cuestiones judiciales, con la excepción de los casos en los que el sumo sacerdote consultaba a Jehová para decidir algunos asuntos de Estado y cuando la decisión era muy difí­cil o las pruebas testimoniales eran insuficientes. (1Re 3:16-28.)

Limitaciones del poder real. Las limitaciones del rey al ejercer su autoridad eran: su propio temor a Dios, la ley de Dios —que estaba obligado a obedecer— y la influencia de los profetas y de los sacerdotes, así­ como el consejo asesor de los ancianos. El rey tení­a que escribir para sí­ mismo una copia de la Ley y leer de ella todos los dí­as de su vida. (Dt 17:18, 19.) Como era el siervo y representante especial de Jehová, tení­a que rendirle cuentas. Aunque es triste mencionarlo, muchos reyes de Judá se extralimitaron y fueron unos tiranos. (1Sa 22:12, 13, 17-19; 1Re 12:12-16; 2Cr 33:9.)

Lí­der religioso. Aunque la Ley no permití­a al rey ser sacerdote, se esperaba que se comportase como el principal defensor no sacerdotal de la adoración de Jehová. A veces el rey bendecí­a a la nación en el nombre de Jehová y representaba al pueblo en oración. (2Sa 6:18; 1Re 8:14, 22, 54, 55.) Además de ser responsable de salvaguardar la integridad religiosa del pueblo de cualquier intrusión idolátrica, también tení­a autoridad para despedir a los sumo sacerdotes que fueran infieles, como hizo el rey Salomón cuando el sumo sacerdote Abiatar apoyó la sublevación de Adoní­as. (1Re 1:7; 2:27.)

Esposas y propiedades. Una de las costumbres matrimoniales y familiares de los reyes de Judá era la de tener muchas esposas y concubinas, aunque la Ley estipulaba que el rey no debí­a multiplicar el número de sus esposas. (Dt 17:17.) Las concubinas se consideraban propiedad de la corona y pasaban al sucesor del trono junto con los derechos y las propiedades del rey. El casarse o apoderarse de una de las concubinas del difunto rey equivalí­a a reclamar públicamente el trono. Por consiguiente, el que Absalón tuviera relaciones con las concubinas de su padre, el rey David, y el que Adoní­as pidiese como esposa a Abisag, la enfermera y compañera de David en los dí­as de su vejez, equivalí­a a reclamar el trono. (2Sa 16:21, 22; 1Re 2:15-17, 22.) Estas acciones se consideraban traiciones.
Aparte de la propiedad personal del rey, los despojos de guerra y las dádivas (1Cr 18:10), con el tiempo se añadieron otras fuentes de ingresos, como, por ejemplo: el impuesto especial por el producto de la tierra para la mesa real, el tributo de los reinos vasallos, el peaje para los mercaderes viajantes que pasaban por el paí­s y las empresas comerciales, como las realizadas por flotas de Salomón. (1Re 4:7, 27, 28; 9:26-28; 10:14, 15.)

Inestabilidad del reino septentrional. En el reino septentrional de Israel se respetaba el principio de sucesión hereditaria siempre y cuando no interviniera el asesinato o la sublevación. Debido a que se practicaba la religión falsa, predominó en este reino una inestabilidad constante que contribuyó a los frecuentes asesinatos de sus reyes y a la consiguiente usurpación del trono. Solo hubo dos dinastí­as que duraron más de dos generaciones, la de Omrí­ y la de Jehú. Al no estar bajo el pacto del reino daví­dico, ninguno de los reyes del reino septentrional se sentó sobre el †œtrono de la gobernación real de Jehovᆝ en calidad de ungido de Jehová. (1Cr 28:5.)

Reyes gentiles y reyes subordinados. Los reyes babilonios se consagraban oficialmente como monarcas de todo el Imperio babilonio asiendo la mano de la imagen de oro de Marduk. Eso es lo que hizo Ciro el Grande para regir sobre todo el imperio sin tener que conquistarlo militarmente.
Otros ascendí­an al trono al nombrarlos un rey superior, como, por ejemplo, el que hubiera conquistado el territorio. Era costumbre que los reyes gobernaran los dominios conquistados por medio de reyes tributarios de la localidad que tení­an menor rango. De este modo Herodes el Grande fue rey tributario de Roma en Judea (Mt 2:1); y Roma también reafirmó en su reino tributario a Aretas, el rey de los nabateos. (2Co 11:32.)
Los reyes que no eran israelitas estaban más alejados de sus súbditos que los que gobernaron en el pueblo de Dios. Los reyes israelitas tení­an bastante contacto con su pueblo, mientras que los reyes gentiles solí­an ser muy distantes. Si alguien entraba en el patio interior del rey persa sin permiso expreso, se hací­a merecedor de la muerte, a menos que el rey diese su aprobación especí­fica extendiendo su cetro, como sucedió en el caso de Ester. (Est 4:11, 16.) Por otra parte, el emperador romano podí­a conceder una audiencia a cualquier ciudadano romano que hubiese apelado a él debido a la decisión de un juez inferior, pero para ello era preciso pasar por muchos funcionarios de menor rango. (Hch 25:11, 12.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

A. NOMBRE basileus (basileuv”, 935), rey, cf. el nombre propio castellano Basilio (p.ej., Mat 1:6). Se utiliza del emperador de Roma en 1Pe 2:13,17 (mandato este de aplicación general). Esta referencia al emperador se encuentra frecuentemente ilustrada en el koine; de Herodes el Tetrarca, utilizado por cortesí­a (Mat 14:9); de Cristo, como Rey de los judí­os (p.ej., Mat 2:2; 27.11,29,37); como el Rey de Israel (Mc 15.32; Joh 1:49; 12.13); como rey de reyes (Rev 17:14; 19.16); como “el Rey” juzgando naciones e individuos al establecerse su reinado milenial (Mat 25:34,40); de Dios: “el gran Rey” (Mat 5:35); “el Rey de los siglos, inmortal, invisible” (1Ti 1:17); “rey de reyes” (1Ti 6:15, véase Nota (2) más adelante); “Rey de los siglos” (Rev 15:3, VM, siguiendo los mss. más comúnmente aceptados; en TR aparece jagion, lectura que es seguida por Reina Valera, que traduce “Rey de los santos”; hay otra lectura alternativa, ethnon, seguida por VHA: “Rey de las naciones”). La realeza de Cristo fue predicha en el AT (p.ej., Psa 2:6), y en el NT (p.ej., Luk 1:32,33); El vino como tal (p.ej., Mat 2:2; Joh 18:37); ahora es un Rey Sacerdote, según el orden de Melquisedec (Heb 5:6; 7.1,17); y reinará por los siglos de los siglos (Rev 11:15). Notas: (1) En Rev 1:6 y 5.10 los mss. más comúnmente aceptados tienen la palabra basileia, reino, en lugar del plural de basileus (RV, RVR, Besson: “reyes”; VHA, LBA: “un reino, sacerdotes”). El reino fue ofrecido condicionalmente por Dios a Israel, para que ellos fueran para El “un reino de sacerdotes”, para que toda la nación tuviera parte en la adoración y el servicio sacerdotal. su fracaso debido al incumplimiento del pacto tuvo como resultado la selección del sacerdocio aarónico. La introducción del nuevo y mejor pacto de la gracia ha constituido a todos los creyentes en un reino espiritual, un sacerdocio santo y regio (1Pe 2:5,9). (2) En 1Ti 6:15 el término “reyes” es traducción del participio presente del verbo basileuo, ser rey, tener dominio como rey, lit. “de los que reinan”, traducido “Rey de reyes”. Véase REINAR, A, Nº 1, para el tratamiento de este término. (3) Deissmann ha demostrado que el tí­tulo de “rey de reyes” era “en la más remota historia de Oriente un apelativo de grandes monarcas y también un tí­tulo divino” (Light from the Ancient East, pp. 367ss). Moulton y Milligan ilustran en su obra el uso de este tí­tulo entre los persas, en base a documentos descubiertos en excavaciones en Media. B. Adjetivos 1. basileios (basivleio”, 933), véase PALACIO, y también REAL, REGIO. Se traduce “palacios de los reyes” (Luk 7:25). 2. basilikos (basilikov”, 937), real, perteneciente a un rey. Se utiliza en Act 12:20, sobreentendiéndose “paí­s”: “su territorio era abastecido por el del rey”, lit. “por el real paí­s”. Véanse OFICIAL, REAL, REGIO. C. Verbo Nota: Para basileuo, traducido “Rey de reyes” en 1Ti 6:15, véase A, Notas (2). (Véanse también REINA, REINAR, REINO)

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

En el antiguo Oriente la institución regia está siempre í­ntimamente ligada con la concepción mí­tica de la realeza divina, común a las diversas civilizaciones del tiempo. Por esta razón es una institución sagrada que, en diversos grados, pertenece a la esfera de lo divino. En Egipto el faraón reinante es considerado como una encarnación de Horus; todos sus actos son por tanto divinos por naturaleza y las funciones cultuales le incumben por derecho. En Babilonia el rey es el elegido de Marduk, delegado por él paja el gobierno de las “cuatro regiones”, es decir, de la tierra entera; jefe civil y militar, es también el sumo sacerdote de la ciudad. En los, dos casos la función regia convierte a su titular en el *mediador nato entre los dioses y los hombres. No sólo debe procurar a éstos la justicia, la victoria, la paz, sino que además, por intermedio de él, llegan todas las bendiciones divinas, incluso la fertilidad de los campos y la fecundidad humana y animal. Así­ la institución regia hace cuerpo con las mitologí­as y los cultos politeí­stas. En época más tardí­a el imperio griego y el imperio romano reasumirán las ideas fundamentales de la misma cuando lleguen a divinizar a sus soberanos. Tal es el fondo sobre el que se destaca en toda su originalidad la revelación bí­blica. El tema del *reino de Dios ocupa en los dos Testamentos un puesto de primera importancia; el de la realeza humana se desarrolla a partir de la experiencia israelita y sirve finalmente para definir la realeza de Jesucristo. Pero por una parte y por otra la ideologí­a sufre una purificación radical que la pone en armoní­a con la revelación del *Dios único. En el segundo punto es incluso completamente transformada: por una parte, desde los orí­genes, la realeza como institución se desgaja de la esfera de lo divino; por otra parte, al final del desarrollo doctrinal la realeza de Cristo es de un orden diferente del orden del mundo polí­tico.

AT. La realeza no pertenece a las instituciones más fundamentales del *pueblo de Dios, confederación de las tribus ligadas por la *Alianza. Existí­a, sin embargo, en Canaán desde la época de los patriarcas (Gén 20), y en los pequeños pueblos vecinos desde la época del éxodo y de los jueces (Gén 35,31-39; Núm 20.14; 21,21.33; 22,4; Jos 10-11; Jue 4,2; 8,5). Pero cuando Israel adopta la representación regia para aplicarla a su Dios, no saca de ella ninguna consecuencia para sus instituciones polí­ticas; Yahveh reina sobre Israel (cf. Jue 8,23; lSa 8,7; Ex 19,6) en virtud de la alianza, pero ningún rey humano encarna su presencia en medio de su pueblo.

I. LA EXPERIENCIA REGIA. 1. Institución de la realeza. En tiempo de los jueces, Abimelek trata de instaurar en Siquem una realeza de tipo cananeo (Jue 9,1-7); la institución tropieza con una fuerte resistencia ideo-lógica (9,8-20), fracasando lamentablemente (9,22-57). Ante el peligro filisteo es cuando los ancianos de Israel comienzan a desear un rey “que los juzgue y dirija sus guerras” (ISa 8,19). Institución ambigua que se expone a asimilar a Israel a las “otras naciones” (8,5.20); por eso uno de los relatos del hecho atribuye a Samuel una actitud de oposición (8,6; 10,17ss; 12,12). De todos modos, Samuel consagra religiosamente la institución confiriendo la *unción a Saúl (9,16s; 10,1) y presidiendo su coronación (10,20-24; 11,12-15). Pero la monarquí­a se inserta en un marco más amplio,_ cuyos rasgos funda-mentales son fijados siempre por el pacto de la alianza: Saúl es, como los jueces, un jefe carismático guiado por el *Espí­ritu de Yahveh (10,6ss) y que dirige la *guerra santa (11). También como jefe carismático de valor comprobado le sucede David, primero en Judá (2Sa 2,1-4), luego en Israel (5,lss). Sin embargo, con él da la monarquí­a un nuevo paso: el reino se organiza polí­ticamente según el modelo de los Estados vecinos, y sobre todo la profecí­a de Natán hace de la dinastí­a daví­dica una institución permanente del pueblo de Dios, depositaria de ias promesas divinas (7,5-16). Así­ pues, la esperanza del pueblo de Dios estará ligada en adelante con la realeza daví­dica, por lo menos en el sur del paí­s (cf. Núm 24,17; Gén 49,8-12), donde la institución conservará siempre su forma dinástica. En el norte, por el contrario, los medios religiosos tenderán a conservarle una forma carismática, y se verá a profetas sus-citar vocaciones reales (IRe 11,26-40; 2Re 9).

2. Las funciones regias. En Israel el rey no pertenece, como en las civilizaciones circundantes, a la esfera de lo divino. Está sometido como los otros hombres a las exigencias de la alianza y de la ley, como los profetas no dejan de recordarlo cuando se presenta la ocasión (cf. lSa 13,8-15; 15,10-30; 2Sa 12,1-12; IRe 11,31-39; 21,17-24). Es, sin embargo, un personaje sagrado, cuya *unción se debe respetar (lSa 24,11; 26,9). A partir de David se precisa su situación con respecto a Dios: Dios hace de él su *hijo adoptivo (2Sa 7,14; Sal 2,7; 89,27s), depositario de sus poderes y virtualmente establecido a la cabeza de todos los reyes de la tierra (Sal 89,28; cf. 2, 8-12; 18,44ss). Si es fiel, Dios le promete su protección. Por sus *victorias sobre el enemigo del exterior deberá asegurar la prosperidad de su pueblo (cf. Sal 20; 21) y, en el interior, hacer que reine la *justicia (Sal 45,4-8; 72,1-7.12ss; Prov 16,12; 25,4s; 29,4.14). Sus quehaceres temporales convergen de este modo con el fin fundamental de la alianza y la *ley. Además, como jefe del pueblo de Dios ejerce en la ocasión determinadas funciones cultuales (2Sa 6,17s; 1Re 8,14.62s), lo que explica el que se hable de un *sacerdocio regio (Sal 110,4). El ideal del rey fiel (Sal 101), justo, pací­fico, corona así­ en cierto modo todo el ideal nacional: el ejercicio del poder regio debe hacer que este ideal pase a la práctica.

3. Ambigüedad de la experiencia regia. Sin embargo, los libros históricos y proféticos hacen notar la ambigüedad de la experiencia regia. En toda la medida en que los reyes responden al ideal que les está asignado, los profetas los sostienen y los historiadores no les escatiman su elogio; así­, por ejemplo, respecto de David (Sal 78,70; 89,20-24), de Asa (lRe 15,11-15), de Josafat (lRe 22,43), de Ezequí­as (2Re 18,3-7), de Josí­as (2Re 23,25). Pero la gloria de Salomón es ya más equí­voca (IRe 11,1-13). Finalmente, son numerosos los malos reyes, tanto en Israel (IRe 16,25ss.30-33) como en Judá (2Re 16, 2ss; 21,1-9). En efecto, la realeza israelita se ve constantemente en la tentación, sobre todo en el norte, de seguir el ejemplo de las monarquí­as paganas circundantes, no sólo copiando su despotismo (que denuncia lSa 8,10-18), sino inclinándose a una *idolatrí­a que en otras partes es favorecida por la concepción mí­tica de la realeza divina. Por eso el movimiento profético denuncia incesantemente estos abusos y muestra en las calamidades nacionales el castigo merecido por los reyes (cf. Is 7,I0ss; Jer 21-22; 36-38; 2Re 23, 26s). Oseas condena la misma institución regia (Os 8,4). El Deuteronomio, tratando de reglamentarla, pone a los monarcas en guardia contra la imitación de los reyes paganos (Dt 17,14-20).

4. Los reyes paganos. Frente a los reyes paganos no carece de matices la actitud de los libros sagrados. Como toda *autoridad terrestre, tienen el poder de Dios; Eliseo interviene incluso en nombre de Dios para suscitar en Damasco la insurrección de Hazael (2Re 8,7-15; cf. lRe 19,15). Estos reyes pueden tener *misiones providenciales para con el pueblo de Dios: da a Nabucodonosor el imperio sobre todo el Oriente, comprendido Israel (Jer 27) y luego suscita a Ciro para abajar a Babilonia y liberar a los judí­os (Is 41,1-4; 45,1-6). Pero todos están sometidos a sus exigencias, y Yahveh pronuncia sus juicios para castigar su “soberbia sacrí­lega” (Is 14,3-21; Ez 28,1-19) y sus *blasfemias (Is 37,21-29). Ellos también deben plegarse, cuando llegue la hora, ante su suprema realeza y ante el poder de su ungido (Sal 2; 72,9ss).

II. HACIA LA REALEZA FUTURA. 1. Las promesas proféticas. Diversos profetas, juzgando la experiencia regia desde un punto de vista puramente religioso, acabaron por estimarla desastrosa. Oseas anunció su fin (Os 3,4s). Jeremí­as enfocó con lucidez el abajamiento de la dinastí­a daví­dica (cf. Jer 21-22), a la que Isaí­as mostraba todaví­a tanta adhesión. En la perspectiva de los “últimos tiempos” la generalidad de los profetas deja entrever la realización del designio divino manifestado en el llamamiento de David y esbozado en *figura en algunos raros casos logrados. En el siglo viii vuelve Isaí­as los ojos hacia el rey futuro cuyo nacimiento saluda (Is 9,1-6): éste dará al pueblo de Dios el *gozo, la *victoria, la *paz y la *justicia. Este retoño de Jesé animado por el *Espí­ritu de Yahveh hará que reine de tal modo la *justicia (cf. 32,1-5) que el paí­s volverá a convertirse en un *paraí­so terrenal (11,1-9). Miqueas profesa la misma confianza en su venida (Miq 5,1-5). Jeremí­as, en el momento mismo en que se produce la caí­da de la dinastí­a, anuncia el reinado futuro del germen justo ,de David (Jer 23,5s). Ezequiel, aunque profesando la misma fe fundamental, marca, sin embargo, una nueva dirección. Al nuevo David, *pastor de Israel, sólo le concede el tí­tulo menos llamativo de prí­ncipe (Ez 34, 23s; 45,7s); remontándose más allá de la época de la monarquí­a busca, pues, el profeta el ideal de Israel en la teocracia de los tiempos mosaicos. Centrando también su esperanza en esta teocracia (cf Is 52,7), el mensaje de consolación no deja por ello de contar con la realización de las promesas hechas a David (Is 55,3; cf. Sal 89,35-38).

2. En espera de las promesas. La experiencia de la monarquí­a tuvo fin en 587. No habí­a sido después de todo más que un paréntesis en la historia de Israel. Pero habí­a dejado profunda huella en los espí­ritus. Durante el exilio se sufre de la humillación de la dinastí­a (Lam 4, 20; Sal 89,39-52) y se ora por su restauración (Sal 80,18). La misión de Zorobabel (Esd 3) hace esperar por un instante que este “germen de David” restablezca la monarquí­a nacional (Zac 3,8ss; 6,9-14); pero la esperanza queda frustrada. El judaí­smo postexí­lico, reorganizado en forma teocrática, está sometido a la autoridad de reyes paganos que protegen liberalmente su autonomí­a (cf. Esd 7,1-26) y por los que se ora oficialmente (6,10; lMac 7,33). A medida que se prolonga la duración de la prueba para la nación, los ojos se vuelven más hacia los “últimos tiempos)) anunciados por los profetas. La espera del *reino de Dios constituye el punto central de la esperanza escatológica. Pero en este marco la espera del rey futuro sigue ocupando un lugar importante. Los antiguos salmos reales se ponen en relación con él (Sal 2; 45; 72,110) y a la luz de los mismos se representa su reinado. La imagen de un rey justo, victorioso y pací­fico (Zac 9,9s) se perfila en el horizonte. En cuanto a los reyes paganos; unas veces se los pinta sometidos a su imperio y participando en el culto del verdadero Dios (cf. Is 60,16), otras se anuncia su juicio y su condenación (Is 24,21s) si se alzan contra el reinado de Yahveh (Dan 7,17-27).

3. En el umbral del NT. La restauración de la monarquí­a por la dinastí­a asmonea en el momento en que la corriente apocalí­ptica se refugia en la espera de una intervención milagrosa de Dios (cf. Dan 2,44s; 12,1), no está en la lí­nea de la esperanza tradicional. Así­ como la insurrección de Judas enlaza con la ideologí­a de las antiguas *guerras santas (cf. lMac 3), así­ también la concentración de los poderes en manos de Simón (1Mac 14) aparece luego como una innovación. Además la dinastí­a asmonea no tarda en adoptar costumbres y métodos de gobierno en vigor entre los reyes paganos. Por eso los *fariseos rompen con ella, por fidelidad a la realeza daví­dica, en la que debe nacer el *Mesí­as (cf. Salmos de Salomón). Paralelamente la corriente esenia se opone a un *sacerdocio que estima ilegí­timo y aguarda la venida de los “dos mesí­as de Aarón y de Israel” (el sumo sacerdote y el rey daví­dico que le estará subordinado). Por lo demás, después de los asmoneos pasa el poder a la dinastí­a de los Herodes, que actúan bajo el control romano. Pero, aparte de los saduceos, que se acomodan a este estado de cosas, la espera del rey escatológico es ardiente en todo el pueblo judí­o. Pero aun conservando su objetivo religioso – el reinado final de Dios -, esta espera reviste generalmente un carácter polí­tico bastante marcado: se espera que el rey Mesí­as libere a Israel de la opresión extranjera.

NT. El mensaje del NT tiene por centro el tema, esencialmente religioso, del *reino de Dios. El de la realeza mesiánica, enraizado en la experiencia de Israel y fundado en las promesas proféticas, sirve todaví­a para definir el papel de Jesús, artí­fice humano del reino. Pero para hallar su puesto en la revelación completa de la salvación se despoja totalmente de sus resonancias polí­ticas.

I. LA REALEZA DE JESÚS DURANTE SU VIDA TERRENA. 1. ¿Es rey Jesús? Durante su ministerio público no cede nunca Jesús al entusiasmo *mesiánico de las multitudes, demasiado mezclado con elementos humanos y con esperanzas temporales. No se opone ni a la autoridad del tetrarca He-redes, que sin embargo, sospecha de él como concurrente (Lc 13,31ss; cf. 9,7s), ni a la del emperador romano, a quien se debe el tributo (Mc 12,13-17 p): su *misión es de orden muy diferente. No se opone al acto de fe mesiánica de Natanael (“Tú eres el rey de Israel”, Jn 1,49); pero orienta sus miradas hacia la parusí­a del *Hijo del hombre. Cuando después de la multiplicación de los panes quieren las multitudes tomarlo para hacerlo rey, desaparece (Jn 6,15). Sin embargo, una vez se preita a una manifestación pública en su entrada triunfal en Jerusalén: mostrándose con humilde aparato, conforme al oráculo de Zacarí­as (Mt 21,5; cf. Zac 9,9), se deja aclamar por rey de Israel (Lc 19,38; Jn 12,13). Pero precisamente este éxito acelerará la hora de su pasión. Final-mente, en una perspectiva puramente escatológica habla a los suyos de su reino en el momento en que se va a inaugurar la pasión (Lc 22.29s).

2. La pasión y la realeza de Jesús. El interrogatorio de Jesús, durante su *proceso religioso versa sobre su calidad de *Mesí­as y de *Hijo de Dios. Por el contrario, en su proceso civil ante Pilato se trata de su realeza; los evangelistas lo aprovechan para mostrar que su pasión es la revelación paradójica de la misma. Jesús, interrogado por Pilato (“¿Eres el rey de los judí­os?” Mc 15,2 p; Jn 18,33.37), no reniega este tí­tulo (Jn 18,37), pero precisa que su “*reino no es de este mundo” (Jn 18,36), de modo que no puede hacer competencia al César (cf. Lc 23,2). Las autoridades judí­as, en la ceguera de su incredulidad, acaban por reconocer al César un poder polí­tico exclusivo para mejor rechazar la realeza de Jesús (Jn 19,12-15). Pero ésta se manifiesta a través de los gestos mismos que la vilipendian: después de la flagelación le saludan los soldados con el tí­tulo de rey de los judí­os (Mc 15,18 p); el letrero de la cruz reza: “Jesús nazareno, rey de los judí­os” (Jn 19,19ss p); los asistentes se ensañan en motejar esta realeza irrisoria (Mt 27,42 p; Lc 23,37); pero el buen ladrón, reconociendo su verdadera naturaleza, ruega a Jesús “que se acuerde de él cuando esté en su reino” (Lc 23,42). En efecto, Jesús conocerá la gloria de la realeza, pero esto tendrá lugar en su *resurrección y en la parusí­a del último dí­a. Venido, como el pretendiente de la parábola, para recibir la realeza, y renegado por sus compatriotas, será, no obstante, investido y volverá para pedir cuentas y *vengarse de sus *enemigos (Lc 19,12-15.27). En la *cruz resplandece esta realeza para quien sepa ver las cosas con una mirada de fe: Vexilla Regis prodeunt, fulget crucis mysterium…

II. LA REALEZA DE CRISTO RESUCITADO. 1. La realeza actual del Señor. Cristo resucitado entró en su reino. Pero todaví­a tiene necesidad de hacer comprender a sus *testigos la naturaleza de este reinado mesiánico, tan diferente de lo que aguardan los judí­os: no se trata de que restaure la realeza en provecho de Israel (Act 1,6); su reinado se establecerá mediante el anuncio de su *Evangelio (Act 1,8). Aunque rey, lo es como lo proclama la *predicación cristiana que le aplica las Escrituras proféticas: el rey de justicia del Sal 45,7 (Heb 1,8), el rey sacerdote del Sal 110,4 (Heb 7,1). Lo era misteriosamente desde el comienzo de su vida terrenal, como lo subrayan los evangelistas al narrar su infancia (Lc 1,33; Mt 2,2). Pero su realeza, “que no es de este *mundo” (Jn 18,36) y que no está representada en él por ninguna monarquí­a humana a la que Jesús hubiera delegado sus poderes, no hace en modo alguno competencia a la de los reyes terrenales. Los cristianos vienen a ser sus súbditos cuando Dios los “arranca del dominio de las tinieblas para trasladarlos al reino de su Hijo, en quien tienen la redención” (Col 1,13). Esto no les impide someterse también a los reyes de este mundo y reverenciarlos (IPe 2,13.17), aun cuando estos reyes sean paganos: siendo depositarios de la *autoridad, hasta con que no la opongan a la autoridad espiritual de Jesús. El drama está en que a veces se alzan contra ella, realizando la profecí­a del Sal 2,2. Tal fue ya el caso en su pasión (Act 4,25ss). Tal es el caso a todo lo largo de la historia cuando estos reyes terrenales, fornicando con *Babilonia (Ap 17,2) y dejándola reinar sobre ellos (17,18), participan por el mismo caso en la realeza satánica de la *bestia (17,12): entonces, embriagados de su poder, se convierten en perseguidores de la Iglesia y de sus hijos, como la misma Babilonia que se embriaga con la sangre de los *mártires de Jesús (17,6).

2. El reinado de Cristo en la parusí­a. En el cuadro simbólico de los últimos tiempos que traza el Apocalipsis la crisis final se abrirá por tanto con una campaña de todos estos reyes contra el *cordero : habiendo entregado su poder a la *bestia (Ap 17,13), se reunirán con miras al gran *dí­a (16,14), pero el cordero los vencerá (cf. 19,18s), “pues es el rey de los reyes y el *señor de los señores” (17,14; 19,1ss; cf. 1,5). Su parusí­a será la espléndida manifestación de su reinado al mismo tiempo que del reinado de Dios (11,15; 2Tim 4,1): según el oráculo de Is 11,4, el rey hijo de *David aniquilará entonces al *anticristo con la manifestación de su parusí­a (2Tes 2,9). Luego entregará su reino a su *Padre, pues, según el texto del Sal 110.1, es preciso que reine “hasta que Dios haya puesto a todos sus enemigos a sus pies” (1Cor 15,24s). Al terminar la *guerra escatológica que emprenderá como Verbo de Dios, regirá a sus enemigos, según el Sal 2,9, con un cetro de hierro (Ap 19,15s). Entonces, como participación en su reinado (cf. iCor 15,24), todos los mártires, decapitados por haberse negado a adorar a la *bestia, resucitarán para reinar con él y con Dios (Ap 20,4s; cf. 5,10). Participarán también, según la promesa de Dan 7.22.27, en el reinado eterno del *Hijo del hombre. ¿No es esto mismo lo que Jesús habí­a prometido a los doce en la última cena: “Yo dispongo para vosotros del reino y vosotros os sentaréis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”? (Lc 22,29s; cf. Ap 7, 4-8.15).

-> Autoridad – David – Unción – Pastor – Reino – Señor.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas