ROMA

Act 19:21 me será necesario ver también a R
Act 23:11 necesario que testifiques también en R
Act 28:16 llegamos a R, el centurión entregó los
Rom 1:15 también a vosotros que estáis en R


Roma (gr. Rhom’, “fuerza”; lat. Roma). Ciudad capital del Imperio Romano hasta el reinado de Constantino y actual capital de Italia. Estaba situada en el centro de la Pení­nsula Itálica, a unos 24 km de la costa, sobre el rí­o Tí­ber, lo que permití­a que los barcos de ultramar llegaran hasta ella, dándole también un fácil acceso al mar. Al mismo tiempo, estaba lo suficientemente distante tierra adentro como para estar protegida contra ataques marí­timos directos. Roma ocupaba, así­, una posición geográfica favorable. Mapa XIX, C-8. 434. Mapa de la Roma antigua. I. Historia. A. Roma antes de Augusto. La leyenda atribuye su fundación a los mellizos Rómulo y Remo. La fecha, de acuerdo con una cierta tradición predominante, fue el 21 de abril del 753 a.C. Sin embargo, la investigación arqueológica parece indicar que el lugar habrí­a sido ocupado mucho antes por grupos de pueblos itálicos, llamados lacios, con mezcla de sabeos, que descendieron de las montañas por el valle del Tí­ber. Ocuparon varias de las 7 colinas donde más tarde se edificó Roma, principalmente las Palatina, Esquilina, Quirinal y Viminal. Las habitantes de la aldea sobre la colina Palatina habrí­an llegado a dominar a las otras bajo un lí­der que por tradición fue Rómulo. En cualquier caso, las diversas 1001 poblaciones se unieron para formar una ciudad llamada Roma. El valle al norte de la colina Palatina llegó a ser el lugar del mercado (lat. forum). También se usó como centro polí­tico y religioso de la nueva ciudad. El Forum Romanum siguió con este último carácter por muchos siglos. Incluí­a en sus lí­mites el asiento del Senado, los principales templos de la ciudad, el hito de oro desde el cual partí­an todos los caminos, e importantes basí­licas (salas de justicia o lugares de reunión). A medida que Roma establecí­a su supremací­a sobre las tribus vecinas, más y más gente se mudaba a la ciudad, hasta que cubrió las 7 colinas tradicionales, todas al este del Tí­ber: Palatina, Capitolina, Quirinal, viminal, Esquilina, Celia y Aventina (fig 434). Tal vez, por varios siglos la ciudad-estado fue un reino, pero poco se sabe de él. Hubo 7 reyes legendarios desde Rómulo hasta Tarquino el Soberbio; por lo menos los últimos reyes fueron etruscos, del otro lado del Tí­ber. Durante este perí­odo, Roma habrí­a establecido su poder sobre los latinos de la zona. Alrededor del 500 a.C. una revuelta de la nobleza produjo la expulsión del último rey, y posteriormente los etruscos fueron arrojados al otro lado del Tiber. El resultado fue una república que duró 5 siglos, La República estaba gobernada por un Senado y 2 magistrados elegidos anualmente, llamados cónsules. El 1er, perí­odo de la República estuvo marcado por luchas entre los plebeyos y los patricios -la clase inferior y la aristocracia-, que terminó con la reconciliación y el otorgamiento de plenos derechos civiles a los plebeyos, y la conquista y unificación de Italia. El saqueo de Roma por los galos en el 390 a.C. fue un obstáculo temporario, sin consecuencias adversas permanente en el poder constantemente creciente de la próspera ciudad-estado. Después que casi toda Italia fue incorporada a Roma, ésta avanzó paulatinamente hacia la supremací­a de todo el Mediterráneo. En el oeste fue reconocida como la principal competidora y opositora de Cartago, una fuerte ciudad-estado y un poder marí­timo en el norte de ífrica, fundada por los fenicios. La lucha duró un siglo, durante el cual se pelearon 3 guerras (264-146 a.C.). Roma estuvo cerca de una derrota total y final, pero después de la 2ª guerra púnica (201 a.C.) emergió como vencedora indiscutida sobre Cartago y dueña de todos los paí­ses del Mediterráneo occidental, lo que la llevó a su participación en los asuntos orientales. Desde entonces encontramos a los ejércitos romanos peleando durante los ss II y I a.C. contra Macedonia, los Seléucidas, los Tolomeos y otros gobernantes menores. Al principio, la meta de Roma era sólo establecer su autoridad y mantener el orden, aunque poco a poco, el Africa del noreste, Egipto, Siria, Macedonia y Grecia fueron absorbidos por el imperio. Pero la acumulación de riquezas y el aumento de poder produjo tensiones sociales y polí­ticas en la misma capital, lo que causó mucho derramamiento de sangre. Las dictaduras de Mario y Sila, y luego la de César, dieron por resultado que se viera que la forma republicana de gobierno, diseñada para un estado pequeño, no era adecuada para afrontar los problemas de un imperio. El asesinato de César en el 44 a.C. fue causado por el resentimiento de quienes temí­an que estaba queriendo eliminar la república y erigirse en rey. Pero un retorno al estilo antiguo de vida y de gobierno ya no era practicable. y el imperio de Augusto fue finalmente la respuesta natural a las demandas de la época. Entretanto, el imperio habí­a continuado su expansión. Pompeyo habí­a conquistado Siria y Palestina, y César habí­a conquistado la Galia (ahora Francia) y habí­a entrado en Bretaña y Alemania. En la lucha final por el poder, después de la muerte de César, Octavio (Augusto) tomó Egipto y la anexó en el 30 a.C. B. El Imperio desde Augusto hasta Trajano. Aunque el Imperio duró 5 siglos, sólo los siglos 1º y 2º constituyen la edad de oro de Roma; como sólo 1ª la mitad de este perí­odo cubre la historia del NT, no se incluirá el resto en este breve esbozo histórico. Cuando Octavio venció a sus oponentes y quedó como único victorioso, estabilizó el gobierno romano. El 13 de enero del 27 a.C. la Asamblea y el Senado le otorgaron el poder supremo como emperador y fue hecho “Augusto” el 16 de enero. El poder de Augusto (fig 54) y el de sus sucesores se basaba legalmente en el ejercicio de la autoridad constitucional de varias magistraturas simultáneas, pero su control del ejército los transformaba en monarcas de hecho, si no de nombre. El emperador controlaba la legislación y prácticamente todo el servicio civil del imperio. Aunque compartí­a sus poderes con el Senado, este augusto cuerpo con el tiempo llegó a ser sólo una entidad que aprobaba todo lo que aquél hací­a. El reinado de Augusto estuvo señalado por la virtual reconstrucción de Roma. Se levantaron muchos edificios magní­ficos en la capital y en numerosas otras ciudades. Estimuló el gobierno local y aseguró las fronteras del imperio. La meta de sus conquistas era más bien proteger sus provincias y someter a los paí­ses 1002 DOMINIO DE ROMA SOBRE PALESTINA HASTA LA PRIMERA GUERRA JUDAICA1 1003 que expandir su poder y su territorio. Tiberio (14-37 d.C.) siguió los pasos de su padre adoptivo. Aunque su reinado no estuvo libre de actos de terror, su gobierno fue concienzudo y buena su administración de las provincias. No hizo nuevas conquistas, pero concentró todos sus esfuerzos en conservar y fomentar la paz, y en mantener fuerte y sano el imperio. Gayo, apodado Calí­gula (37-41 d.C.), fue un monarca extravagante y autoritario, pero su reinado no duró lo suficiente como para dañar seriamente la sólida estructura de Roma. En el reinado de Claudio (41-54 d.C.) se vio una mayor influencia de los libertos, muchos de los cuales llegaron a ser administradores en el servicio civil. Se añadieron varias nuevas provincias (2 Mauritanias, Bretaña, Licia y Tracia). Bajo Nerón (54-68 d.C.) terminó temporariamente el tiempo de paz del imperio. Fue extravagante, tiránico y cruel; incluso, fue acusado de incendiar roma (64 d.C.). Tuvo que luchar contra los partos y los armenios, y suprimir conspiraciones en casa y revueltas en Bretaña, España, Galia y Judea. Algunas de esas rebeliones fueron dirigidas por nacionales que se levantaban contra el gobierno opresivo de los romanos, mientras que otras fueron dirigidas por administradores o generales romanos que se levantaron contra el emperador. Cuando el hombre odiado fue finalmente derribado, se suicidó (68 d.C.), y las llamas de la rebelión parecieron ahogar el imperio. En el año que siguió, con 4 emperadores (68-69 d.C.), el estado logró sobrevivir al desastre, al caos y a la guerra civil sólo por obra de los anteriores constructores del imperio, en especial Augusto y Claudio. Galba, Otón y Vitelio llegaron al trono en rápida sucesión, pero salieron del escenario tan pronto como llegaron a él. Sólo el último de los 4, Vespasiano, después de llegar al trono con el respaldo de su ejército, obtuvo el apoyo general (69-79 d,C.). Terminó con los levantamientos civiles y concluyó con éxito las guerras extranjeras, especialmente la sangrienta judí­a, que resultó en la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C. Así­ comenzó otra era de paz y prosperidad, que se extendió más allá de los 27 años de su dinastí­a. Vespasiano ejerció su autoridad independientemente del Senado, y su economí­a restauró las finanzas del estado, que siguieron bien durante el reinado de su hijo Tito (79-81 d.C.), y soportó el gasto de su hijo Domiciano (81-96 d.C.). Nerva (96-98 d.C.) es el primero de los “5 buenos emperadores” cuyo reinado combinado duró 84 años (96-180 d.C.). Fue elegido por el Senado como el “primer ciudadano”, y no impuesto por el ejército. Como encontró difí­cil controlarlo, nombró a su general Trajano como su sucesor y lo hizo virtualmente su corregente. Este ejemplo fue seguido por los siguientes 3 gobernantes, y el sistema pareció funcionar. Trajano fue un gobernante firme, pero tolerante; trabajó en armoní­a con el Senado y el imperio alcanzó su mayor extensión y prosperidad. Durante su reinado (97-117 d.C.) terminó la era apostólica, por lo que se dejará aquí­ este repaso de la historia de Roma. II. Roma en tiempos de Pablo. La capital del imperio en tiempos del apóstol ya no era la ciudad comparativamente pequeña de la República. La estimación de su población varí­a ampliamente: desde 800.000 hasta 1.600.000 habitantes bajo el reinado de Augusto. Hay demasiados factores desconocidos para poder tener certeza al respecto, pero la cifra de 1.000.000 parece razonable. El antiguo Muro de Servio, construido durante la República, sólo habí­a encerrado las 7 colinas enumeradas antes, y la población hací­a mucho que habí­a sobrepasado los lí­mites de la antigua ciudad. Recién en el 271-275 d.C. Aurelio construyó el Muro Aureliano, cuyo trazado todaví­a puede seguirse en grandes extensiones a través de la Roma actual (fig 434). El centro de la ciudad en tiempos de Pablo era el Foro Romano, con su Ví­a Sacra bordeada de estatuas de hombres famosos y dioses. Allí­ estaba la tumba tradicional de Rómulo, el legendario fundador de Roma, la casa del Senado (fig 437) y el templo de Saturno, usado como la tesorerí­a del estado, en la que se almacenaban los tributos de los paí­ses extranjeros y los fondos en reserva del imperio; también el templo de Cástor* y Pólux, donde se verificaban las pesas y medidas y se ensayaban los metales para las monedas, y varios otros templos. Cerca del Capitolio estaba el hito de oro grabado con las distancias desde Roma hacia diversos lugares sobre los principales caminos romanos. Sobre el Palatino (fig 119) se hallaban los palacios de Augusto y de Tiberio. Allí­ también vivió Nerón hasta que, después del incendio de 64 d.C., extendió su nueva Casa de Oro en la parte sur del Esquilino. En el valle de Murcia, entre el Palatino y el Aventino, estaba el Circo Máximo, que habí­a sido construido en tiempos de la República y reconstruido por Julio César. Este gran estadio tení­a capacidad para 320.000 espectadores (o 150.000 según otra estimación). El agua se traí­a a la ciudad mediante acueductos, incluyendo 2 que construyó Claudio (completados 1004 en el 52 a.C.), grandes secciones de los cuales todaví­a están en pie. Sin embargo, muchos majestuosos edificios, cuyas impresionantes ruinas son notables todaví­a hoy, no existí­an en tiempos de Pablo: el Coliseo (fig 435), construido por los emperadores Flavios (72-80 d.C.); los arcos de triunfo de Tito (fig 436), de Septimio Severo y de Constantino; la gran basí­lica de Constantino, el Foro de Trajano, con la elevada columna de ese emperador; y las magní­ficas Termas (baños públicos) de Diocleciano y Caracalla. 435. El coliseo en Roma. III. Roma y Judea. Cuando los judí­os oyeron por 1ª vez, durante el perí­odo de los macabeos, acerca de las conquistas de los romanos, quedaron tan impresionados que comenzaron a pensar en hacer un trato con ellos para sacarse de encima el yugo seléucida (1 Mac. 1:10; 7:1; 8:1-20). Es muy dudoso que los romanos dieran los primeros pasos en esta dirección, como lo asevera 2 Mac. 11:34-38. La iniciativa fue tomada por Judas Macabeo (1 Mac. 8:17-32) y sus hermanos Jonatán (12:1- 4, 16) y Simón (14:16-24). Pero fue Juan Hircano quien tuvo éxito en interesar a los romanos en su causa, y en hacer un tratado con ellos para obtener su protección y ayuda en caso de necesidad (cf 15:15-24). Sin embargo, la amistad romana pronto se cambió en tutela. Cuando Hircano II y Aristóbulo II, los 2 hermanos, se pelearon por el trono y el cargo de sumo sacerdote, el caso fuce puesto a consideración de Seauro, a quien Pompeyo habí­a enviado a Siria (65 a.C.), y más tarde de Pompeyo (63 a.C.). Como resultado, los romanos interfirieron, conquistaron Judea y Jerusalén, y pusieron el paí­s bajo su propio control. En el 40 a.C. designaron a Herodes como rey vasallo sobre el paí­s, y después de su muerte (4 a.C.) lo dividieron en 3 regiones entre sus 3 hijos. Nueve años más tarde, Augusto destituyó a uno de ellos, Arquelao, y puso procuradores* sobre su territorio: Judea y Samaria. De allí­ en adelante hasta el inicio de la Guerra Judeo-romana en el 66 d.C., excepto el perí­odo en que HerodesAgripa I fue rey de Judea (41-44 d.C.), este territorio fue administrado por procuradores romanos. Cuando la rebelión judí­a resistió con éxito los primeros esfuerzos del ejército romano de Siria de aplastarla, Roma envió a Vespasiano para continuar la campaña. Antes de alcanzar la victoria completa se lo llamó a Roma, y en el 69 d.C. fue nombrado emperador. Su hijo Tito (más tarde su sucesor) dirigió el sitio de Jerusalén y tomó la ciudad en el 70 d.C., aunque hubo pequeños focos de resistencia hasta el 73. Celebró su conquista de Judea acuñando monedas conmemorativas (fig 169, Nº 12); su arco de triunfe en Roma (fig 436) muestra un relieve del candelabro de 7 brazos tomado del templo (fig 110). IV. Judí­os en Roma. Pompeyo envió judí­os a Roma como prisioneros después de conquistar Jerusalén (63 a.C.). Sin embargo, no fueron los primeros judí­os en llegar a la ciudad, porque Cicerón dice en su defensa de Valerio Flaco (59 a.C.) que tení­a que hablar suavemente para no incitar a los judí­os a la rebelión, y también menciona que en repetidas ocasiones se habí­a enviado oro de Roma a Jerusalén. Los judí­os eran especialmente numerosos en el Transteverino (el moderno Trastevere), un distrito de la ciudad de Roma que está al oeste del rí­o y sobre la isla del mismo. César los favoreció y les permitió retener su propia organización cuando muchos otros grupos extranjeros fueron disueltos. Augusto también estaba favorablemente dispuesto hacia ellos y confirmó sus privilegios. El tamaño de la colonia judí­a en Roma en ese tiempo se pone de manifiesto por el hecho de que 8.000 judí­os se unieron a los enviados de Jerusalén para pedir la anulación del testamento de Herodes después de su muerte. En el 19 d.C., durante el reinado de Tiberio, los judí­os fueron expulsados de Roma por un escándalo financiero, pero esta orden fue anulada 12 años más tarde, y hay indicios de que no todos los judí­os fueron obligados a abandonar Roma durante esos años. Un 2º edicto de expulsión fue proclamado por Claudio (cf Act 18:2), quien primero los habí­a favorecido cuando llegó al trono. Cuando Pablo llegó a Roma por el 61 d.C., invitó a los dirigentes judí­os a su casa para explicarles por qué habí­a llegado a esa ciudad (Act 28:17-20). Esto muestra que habí­an regresado una vez más a Roma. De Act 28:21 y 2:10 resulta evidente que los judí­os en Roma tení­an buenas conexiones con Jerusalén. Cuando se desató la guerra del 66 d.C., también comenzó un perí­odo de gran sufrimiento para los judí­os en el 1005 extranjero, entre los cuales se contaban los de Roma. Bib.: C-PF 28; FJ-AJ xiv. 10.8,17, S-LCIJ 84: FJ-AJ xviii. 11.1 436. El Arco de Tito en Roma. V. Origen de la iglesia cristiana en Roma. Nada seguro se sabe sobre el origen de la iglesia cristiana de Roma. También carece de fundamento la tradición que afirma que Pedro o Pablo, o ambos, la fundaron; en realidad, es improbable que alguno de ellos tuviera algo que ver con el inicio de esa iglesia. Sin embargo, es posible que el evangelio llegara a Roma por medio de algunos judí­os que aceptaron el cristianismo durante la fiesta de Pentecostés en Jerusalén, cuando se convirtieron muchos extranjeros (Act 2:10, 41). Por otra parte, que la iglesia era grande y estaba en una condición espiritual excelente (Rom 1:8; 15:14), parece indicar que fue fundada por algún misionero cristiano destacado. Cuando Claudio expulsó a los judí­os (48/49 d.C.), sólo pudieron permanecer los cristianos de origen gentil. Esto habrí­a resultado en una ruptura de las conexiones entre la iglesia cristiana de Roma y la comunidad judí­a. Cuando Pablo llegó en el 61 d.C., los dirigentes de los judí­os sólo sabí­an “de esta secta” que “en todas partes se habla contra ella” (Act 28:22). Además, revelaron que no tení­an conocimiento de la iglesia cristiana local o de hostilidad existente contra ella. El apóstol Pablo por mucho tiempo habí­a tenido el deseo de visitar Roma, y c 58 d.C. escribió a los cristianos de allí­ que los visitarí­a cuando pasara por Italia en un viaje planificado para España (Act 19:21; Rom 15:24, 28). Sin embargo, sólo 3 años más tarde pudo llegar a la capital, no como misionero de paso hacia España, de acuerdo con sus planes, sino como preso que habí­a apelado a Nerón (Act 28:16). Su 1ª, estadí­a en Roma duró unos 2 años (c 61-63 d.C.). Como era su costumbre, trató de ganar conversos entre los judí­os, pero tuvo poco éxito (vs 23-29). Aparentemente desde ese momento en adelante -y ciertamente después del 64 d.C.- hubo un distanciamiento entre los cristianos y los judí­os en la capital. Como la iglesia cristiana ya no era reconocida como una secta judí­a, perdió los privilegios que habí­a tenido mientras se la habí­a considerado parte de los judí­os. En realidad, 1006 llegó a ser una sociedad ilegal. Esto abrió la puerta a la persecución, la 1ª de las cuales se realizó en forma oficial y organizada en Roma bajo Nerón (64 d.C.), cuando acusó a los cristianos por el incendio de la ciudad. Véase Pablo (IV, 3-6.) Durante su 1er encarcelamiento, Pablo escribió las siguientes epí­stolas: Ef., Col., Flm. y Fil. Después de un perí­odo de libertad fue arrestado nuevamente y llevado otra vez a Roma. Durante su 2ª prisión escribió 2 Ti. Una tradición unánime afirma que sufrió el martirio en esa ciudad. Pedro también habrí­a llegado a Roma en algún momento del reinado de Nerón, y allí­ también perdió la vida bajo la mano cruel de ese insano (esto también es atestiguado por la tradición). VI. Religión romana. Para el observador superficial, la religión romana del tiempo del imperio parece sólo ligeramente diferente de la de los griegos. Esta impresión nace del hecho de que los romanos no tuvieron originalidad en asuntos religiosos, y de que tomaron muchos dioses del panteón griego. No crearon mitologí­a, ni poesí­a religiosa, ni filosofí­a como los griegos. Los romanos primitivos no tení­an dioses personificados; creí­an en espí­ritus divinos, poderes u operaciones providenciales (numina), que ni eran masculinos ni femeninos; pero estos espí­ritus o poderes de la naturaleza con el tiempo desarrollaron atributos de deidades personales. Tení­an dioses familiares, Lares y Penates, los espí­ritus de la granja, la casa y la familia, de quienes se pensaba que protegí­an los hogares, los campos y el suministro de alimentos. Pusieron mucho énfasis en la magia, especialmente la magia simpática natural. Al principio, el culto de los romanos primitivos no tení­a necesidad de templos ni de estatuas. El rey era originalmente el sacerdote, y no fue sino hasta el s VI a.C. cuando se construyó un templo para una trí­ada de dioses del estado romano -Júpiter, Juno y Minerva-, que más tarde llegaron a identificarse con las deidades griegas Zeus,* Hera y Atenea. La religión también llegó a ser función del estado. En tiempos de la República los romanos experimentaron un gran cambio religioso. Al ponerse cada vez más en contacto con otros pueblos, en Italia y fuera de ella adoptaron las ideas y las formas de adoración extranjeras. Por eso se encuentran templos en honor de Demeter, Dionisio y Perséfone, que fueron adorados bajo los nombres latinos de Ceres, Liber y Proserpina. Más tarde, Diana* fue tomada como representante de la diosa griega Artemisa, y Venus como Afrodita. Luego entró Apolo, el dios sol. Finalmente, se introdujeron varias deidades orientales y sus cultos, como el de la Cibele Frigia -la Magna Mater de Anatolia-, Baco con sus orgí­as, Isis de Egipto (en el s II a.C.) y Mitra (s I a.C.). 437. Parte de la curia antigua, la casa del Senado en Roma, tal como fue reconstruida c 300 d.C. se preservó porque la convirtieron en iglesia. Durante el perí­odo de Augusto se hicieron esfuerzos para volver a la religión romana primitiva y su sencillez. Estos esfuerzos revelan que los mejores niveles de la sociedad no estaban satisfechos con la compleja mitologí­a griega y los ritos sensuales de las religiones orientales que habí­an invadido el Occidente. Este sentimiento de frustración religiosa fue en parte responsable por la rápida aceptación del cristianismo por gran número de personas cuando entró en el mundo romano a mediados del s I d.C. Otro culto nuevo influido por conceptos orientales se introdujo en el perí­odo imperial: el culto al emperador. Dos años después de su muerte en el 44 a.C., Julio César fue deificado; Augusto, aunque rehusó aceptar honores divinos en forma oficial durante su vida, no tení­a objeciones de que lo llamaran “dios” en las provincias orientales, donde diversos pueblos por siglos habí­an considerado que sus reyes eran dioses. Del mismo modo, Tiberio rehusó honores divinos en su tierra, pero los estimuló en las provincias. Calí­gula exigió ser tratado como dios, y Nerón fue el 1er emperador que realmente usó la corona con rayos que representaba el Sol, probablemente para indicar que querí­a ser considerado como protegido del dios Sol: Apolo. Domiciano se hizo llamar “señor y dios”. Nada fue más difí­cil para el cristiano que la exigencia estatal de adorar al emperador como a un dios; la mayorí­a de las crueles persecuciones 1007 posteriores se debieron a que los cristianos entraron en conflicto con la Roma oficial por no aceptar esta exigencia. VII. Estilo de vida en las ciudades romanas. Los apóstoles realizaron la mayor parte de su obra en las ciudades; por eso resulta de interés al lector de la Biblia saber cómo era la vida en una ciudad romana del perí­odo imperial. Las excavaciones en Pompeya, Ostia y otros centros nos dan un cuadro ví­vido de la interesante vida de un ciudadano romano en el perí­odo apostólico. El centro cultural y económico era el foro o mercado, que cortes- ponde a la actual plaza central, En el foro, o en sus vecindades, estaban las oficinas de los magistrados, los principales templos y muchos comercios, aunque habí­a negocios por toda la ciudad. En el centro de la ciudad estaba el tribunal de justicia y los principales baños públicos, a donde la gente iba no sólo para asearse sino para entretenerse, realizar ejercicios atléticos y encontrarse con amigos y conocidos. El teatro proporcionaba espectáculos musicales y dramáticos; en el anfiteatro, o a veces, en el circo o el estadio, se veí­a los sangrientos juegos de animales y de gladiadores contra animales salvajes y feroces. Prácticamente toda industria y artesaní­a se limitaba a los pequeños talleres, con frecuencia alojados en las casas donde viví­an los artesanos, los profesionales o los dueños de las fábricas. Los negocios generalmente ocupaban la planta baja de los edificios de departamentos o, en las casas más pequeñas, las habitaciones que daban hacia la calle. Los esclavos domésticos viví­an en la misma casa que sus amos. Todas las calles estaban pavimentadas con piedras, y la mayorí­a tení­a aceras más altas a ambos lados, con senderos elevados para que los peatones pudieran cruzarlas. No tení­an sistemas de drenaje. Los carros no podí­an usar las calles durante el dí­a en la ciudad de Roma. El agua se obtení­a de pozos particulares o de fuentes en las esquinas, hacia donde se la canalizaba por medio de acueductos y caños de plomo por debajo de las calzadas (fig 439). Habí­a casas de todo tamaño y forma. En la Roma más antigua, como en los pueblos más pequeños, las unidades eran para una sola familia, donde las habitaciones se abrí­an hacia el interior y eran iluminadas por aberturas en el techo o el patio interior. Si embargo, en dí­as de Pablo sólo los pocos ricos en la capital podí­an tener casas individuales como las tí­picas conocidas (domus, “casa”) de las ciudades menores, como Pompeya y Herculano, de 1 ó 2 pisos, con las habitaciones construidas alrededor de un patio interior llamado atrio y alrededor de un espacio abierto llamado peristilo. 438. Plano de la “Casa del Cirujano” en Pompeya, una tí­pica casa privada romana de la clase adinerada. La descripción de una casa particular, la “Casa del Cirujano” en Pompeya, nos dará una idea de las que habitaban los romanos ricos en tiempos de los apóstoles (fig 438). La puerta de calle (A) se abrí­a hacia un vestí­bulo angosto (B) que conducí­a a una recepción (D, atrio). El techo del atrio estaba inclinado hacia una abertura en el centro que llevaba el agua de lluvia a un tanque (E) puesto en medio del piso (de dicho tanque el agua generalmente era llevada a una cisterna para su uso posterior). A ambos lados del atrio habí­a pequeños dormitorios (F, cubí­culos), y detrás de ellos 2 habitaciones abiertas hacia el atrio, llamadas alas (G), que se usaban como lugares para guardar ropa, instrumentos o útiles en cajas o armarios. Aquí­ se exhibí­an las máscaras mortuorias de los antepasados. Frente a la puerta de entrada principal y entre el atrio y el peristilo o patio abierto estaba el tablinum (H). Este era el lugar donde el dueño de casa se reuní­a con sus visitantes, y se podrí­a llamar una sala de estar, ya que las reuniones de la familia se realizaban allí­. El tablinum de la Casa del Cirujano (generalmente separada del atrio por una cortina) se abrí­a hacia el atrio interior, aunque en algunas casas habí­a allí­ una pared, con ventanas o sin ellas. Junto a esta habitación estaba el comedor (I), que se usaba durante la temporada 1008 frí­a, unida al atrio por medio de una puerta. Del otro lado del tablinum central habí­a un corredor angosto (J) que uní­a el atrio con el peristilo. Junto al corredor habí­a un cuarto de almacenaje cerrado (K), también usado como bodega de vinos (apotheca). El patio abierto (M, peristilo) estaba rodeado de columnas. 439. Reconstrucción artí­stica, basada en la evidencia arqueológica, de una casa de departamentos romana con comercio en la planta baja. Bien podrí­a ser que “una casa alquilada”, donde el apóstol Pablo vivió durante 2 años enteros, fuera similar a ésta Este era una caracterí­stica que los romanos habí­an adoptado de las casas griegas; generalmente tení­an estatuas, flores y arbustos en el centro, por lo tanto, era un pequeño jardí­n bien cuidado. En uno de los lados del peristilo habí­a más dormitorios, y en las esquinas, 2 cuartos para los esclavos y la cocina, y entre ellos una sala (N), abierta hacia el peristilo, la exedra, donde se comí­a o se recibí­a a los huéspedes durante la estación más calurosa. Aunque esta casa era tí­pica del perí­odo imperial, otras estaban construidas de acuerdo con una eran variedad de planos diferentes. Algunas tení­an más de un atrio, en otras no habí­a peristilo, y no faltaban las de varios comedores y más habitaciones para la servidumbre, y muchas tení­an comedores y dormitorios en una 2ª planta. A menudo, las habitaciones abiertas hacia afuera eran usadas como negocios. Las casas romanas tení­an menos muebles que las modernas. Las camas eran marcos rectangulares apoyados en 4 patas, sobre los que se estiraban cuerdas entrelazadas que sostení­an un colchón; habí­a mesas, armarios, estantes, cajas, ollas y vajilla de alfarerí­a, ollas y vajillas de metal, candeleros, lámparas y sofás (reclinatorios) sobre los que los romanos se reclinaban para comer, para escribir, para descansar, ya que no se sentaban en sillas para esos menesteres sino que se reclinaban alrededor de una mesa baja. Las paredes de casas como éstas estaban pintadas con motivos arquitectónicos, paisajes o acontecimientos de la mitologí­a griega. Véase Comida. Los que no podí­an darse el lujo de tales moradas viví­an en departamentos de diversos tamaños, precios y niveles de comodidad. La gente pobre, en 1 ó 2 habitaciones, tal vez detrás o sobre un negocio, que serí­an los cuarto para vivir y trabajar al mismo tiempo. La gente de estatus moderado a medio viví­a en departamentos de los pisos superiores de los mismos edificios. Un complejo de departamentos así­ era llamado “í­nsula” (isla), porque, estaba completamente rodeado por calles estrechas. En la Roma densamente poblada, la mayor parte de la gente habitaba en construcciones como la ilustrada en la fig 439, que se elevaba varios pisos por sobre el nivel de los negocios que daban a la calle. Se han encontrado restos de edificios que tení­an hasta 6 ó 7 pisos. Tal vez fuera una í­nsula la “casa alquilada” donde vivió Pablo -que no era rico y tení­a que trabajar para su sustento- mientras estuvo encarcelado por 1ª vez en Roma.1009

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

nombre de imperio y de ciudad. 1. Ciudad capital y eje de la R. monárquica, republicana e imperial. Se hallaba en la costa occidental de Italia, unos 16 kilómetros al nororiente de la desembocadura del rí­o Tí­ber.

Inició de una forma humilde como centro del pequeño reino romano, pero fue creciendo a medida que aumentaba el poder y su extensión. Llegó a ser una ciudad con grandes edificios públicos como el Foro, el Teatro que tení­a una gran capacidad, pues daba cabida hasta 40.000 personas, como el Circo Romano al que le cabí­an 150.000, el Coliseo, que fue destruido por Vespasiano, entre otros. Las casas de las colinas, donde viví­an los ricos, eran suntuosas, aunque la mayorí­a viví­a en grandes edificios familiares, en calles muy estrechas y sucias, en medio de gran bullicio. Contaba con un millón de habitantes en la época de Augusto.

Habí­a muchos judí­os en R. Hch 18, 2; 28, 17. Habí­a también macabeos, el pueblo aumentó en la época en que Pompeyo conquistó Palestina, porque trajo a muchos judí­os cautivos. Viví­an en cuatro barrios y tení­a trece sinagogas. Los judí­os gozaban del favor de Julio César y de Augusto, y tuvieron problemas con Tiberio y Claudio, Hch 18, 1.

Pablo estuvo en R. en el año ca. 61 cuando ya existí­a una colonia cristiana, Hch 28, 14 s. En el año 58 Pablo habí­a enviado ya la carta a los Romanos. En la Biblia no se menciona el origen de esta colonia; afirmaban que Pedro habí­a estado en R. y habí­a fundado la comunidad cristiana, en el año ca. 42, y fue obispo hasta el ca. 67. A R. se le conocí­a como la célebre Ramera y la gran Babilonia, en su calidad de potencia universal, y la Bestia que la lleva es el imperio romano. 2. Imperio de R. Era la entidad polí­tica que dominaba el mundo mediterráneo, en épocas del inicio del cristianismo. Al nacer Jesús, R. dominaba el territorio comprendido entre el Atlántico y el Eufrates, y desde el norte, en Bretaña hasta el Sahara, en el sur. El imperio se consolidó después de un largo periodo.

La historia del imperio Romano se puede dividir en tres partes principales: la monarquí­a desde el 753 a. C., la república, desde el año 509 a. C., y el imperio como tal, desde el 27 a. C.

En el 753 fundó R. Rómulo y Remo siendo aquél el primer rey, el imperio era pequeño y tan solo comprendí­a un área pequeña al rededor de la ciudad de R.; luego empezó a extenderse a tierras vecinas. La monarquí­a fue derrotada hacia el año 509 y se convirtió en república, periodo en que se extendió enormemente, dominando rápidamente toda la pení­nsula. Con las guerras púnicas, se extendió aún más, hacia el occidente; luego hacia el oriente, durante las guerras macedonias. Antes del primer triunvirato, que lo formaron Julio César, Craso y Pompeyo, hacia el año 60 a. C., Pompeyo dominaba Palestina, completando así­ el dominio sobre el oriente, hasta el Eufrates. Hacia el 47 a. C., fue nombrado Herodes como procurador, después Octavio y Antonio, le dieron el tí­tulo de rey de los judí­os, Mt 2, 1. Más tarde, Egipto fue convertida en provincia romana, cuando Octavio derrotó a Antonio y Cleopatra.

Posteriormente Julio Cesar inició una dictadura, justo cuatro años antes de morir. Cuando murió nació otro triunvirato conformado por Antonio, Octavio y Lépido, quien se retiró e inició una disputa entre Octavio y Antonio, quedando finalmente Octavio como caudillo; y pronto el pueblo lo declaró emperador. Luego se declaró prí­ncipe, hasta que se hizo Pontí­fice Máximo, encabezando la religión del Estado, con lo que hizo que le rindieran culto en todas las provincias. Controló todos los ejércitos del imperio, hacia el año 27 a. C. A los 22 años de su reinado nació Jesús, Lc 2, 1 ss.

El imperio contribuyó a que se impusiera el griego como idioma universal; también a que llegara una época de paz y orden. Pompeyo eliminó la piraterí­a en el Mediterráneo, que por cierto ayudó a la labor misionera de Pablo, entre otros. Los romanos construyeron gran cantidad de carreteras.

Cuando nació Jesús el pueblo era indiferente hacia la religión, pero Augusto fomentó el culto del emperador, más como un arma polí­tica; porque R. era liberal en cuanto a las religiones de los pueblos conquistados, pues estos podí­an seguir practicando su religión original, mientras no intervinieran en la paz y la polí­tica del Imperio. Por tanto, el judaí­smo era una religión lí­cita y al principio, por estar el cristianismo dentro del judaí­smo, se le permitió gozar de la misma libertad; pero al final del reinado de Nerón, el gobierno se volvió hostil hacia el cristianismo. Augusto, el emperador, promovió un censo entre los años 24 a. C a el 17.

Este censo hizo que Marí­a y José viajaran a Jerusalén su tierra natal.

Tiberio en mencionado en la Biblia en época en que Juan Bautista trabajaba en su ministerio, Lc 3, 1 s. Alcanzó a reinar mientras vivió Jesús y durante los primeros años de la vida apostólica. Durante ese tiempo Jesús dijo la frase: dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, Mc 12, 17; también los judí­os dijeron: no tenemos más rey que el César†, Jn 19, 15.

Claudio se menciona con relación a la hambruna que soportaba Palestina Hch 11, 28, y la expulsión de los judí­os de R. Hay referencia de Nerón en la Biblia, donde Pablo exhorta a los cristianos a ser obedientes al estado, Rm 13, 1-7; 1 Ti 2, 1 s.; Tt 3, 1. Este emperador puso preso a Pablo en R., Hch 28, 30; Fl 4, 22. El mismo Nerón le dio la libertad, Fl 1, 25; 2, 24. La segunda vez que lo puso cautivo, 2 Ti 4, 6 s., no le volvió a dar la libertad.

Durante el mando de Vespasiano Jerusalén fue destruida por el ejército bajo el mando de Tito, hijo de Vespasiano; después le sucedió en el trono.

Juan fue desterrado a Patmos Ap 1, 9, durante el tiempo del emperador Domiciano.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

En población, la ciudad de Roma probablemente sobrepasaba la marca del millón al comienzo de la era cristiana, y durante el siglo I pudo haber elevado en algo por encima de esta cifra.

Es posible estimar aprox. la proporción de creyentes durante los siglos imperiales. En las catacumbas están enterradas diez generaciones de ellos. La estimación más conservadora de acuerdo con las evidencias de los entierros en las catacumbas es de que por lo menos una quinta parte de la población era creyente, y que probablemente la proporción era mucho mayor.

Roma, como Babilonia, se convirtió en un sí­mbolo del paganismo organizado y de la oposición al cristianismo en la Biblia (Apocalipsis 17; 18). El clí­max es amargo, como Juan pinta a Roma bajo el humo de su quema, la voz de alegrí­a tranquilizada.

La ciudad aparece varias veces en el contexto histórico, siendo el más notable cuando Pablo es forzado a permanecer allí­. Pablo desembarcó en Puteoli; y avisados por la pequeña iglesia allí­ (Act 28:14-15), los miembros de la comunidad cristiana de Roma se encontraron con Pablo en dos paraderos. En base a la evidencia del decreto de Nazaret, parece ser que un grupo de creyentes se habí­a establecido en Roma desde el principado de Claudio en la parte final de la década de los años 40 del siglo I. Pablo probablemente entró a Roma por la puerta Capena. Su casa alquilada (Act 28:30) estarí­a en alguna cuadra de edificaciones de viviendas antiguas, una í­nsula.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Eje del imperio romano en los tiempos del Nuevo Testamento, Roma estaba idealmente situada para dominar la pení­nsula de Italia lo mismo que Italia estaba idealmente situada para dominar el mundo mediterráneo. Ubicada en el centro de la pení­nsula, podí­a enfrentar a sus enemigos uno por uno y así­ evitar que se combinaran efectivamente contra ella.
Alrededor de 26 kms. desde donde el Tí­ber entra al mar, aquél fluye a través de un grupo de pequeñas colinas. Entre estas colinas habí­a una tierra pantanosa la que fue secada a principios de la historia romana. De estas colinas el Palatino fue la mejor ubicación para ser colonizada convirtiéndose en la primera de las colinas ocupada por los latinos. Tiene una cima más o menos plana de 10 ha. de extensión y sus lados precipitosos y fácilmente defendibles la hicieron un sitio escogido. Hacia el norte del Palatino, donde todos los caminos parecian cruzarse, surgió el foro romano.
†œLa Ciudad Eterna† por largo tiempo ha gozado de la atención detallada de arqueólogos e historiadores. Legiones son los monumentos que han sido excavados y/o conservados. La mayorí­a de ellos no tiene nada que ver con el relato bí­blico y las limitaciones de espacio no permiten una consideración de muchos objetos de interés. El principio de selección en este artí­culo tiene 3 partes: (1) ¿Qué estructuras o lugares son los que Pablo posiblemente vio mientras estuvo en Roma

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

Capital del Imperio Romano, fundada en 753 a.C.

– El Imperio comenzó el año 31 a.C., se extendió a toda Italia, y a todo el: mundo Meditarráneo conocido; cayó en el siglo 5 d.C.

– Durante la vida de Jesús, Palestina era una “provincia romana”; el Emperador era César Augusto: (Luc 2:1), y Poncio Pilato era el Procurador Romano que mandó crucificar a Jesús: (Mat 27:26).

– Pablo estuvo 2 veces prisionero en Roma, Hec 28:2, 2 Tim.4; y murió allí­ degollado: (segun la tradición).

– Pedro murió en Roma, crucificado con la cabeza para abajo: (según la tradición).

Romano Pontí­fice: Ver “Papa”.

Romanos, Carta a los: Escrita por S. Pablo es “La Catedral de la fe y de las obras” de las epí­stolas.

1- Los primeros 8 capí­tulos nos ensena lo que Cristo hizo por nosotros, y que la justificación del Cristiano, es por “fe, sin obras”: (Hec 3:28).

2- Los últimos 5 capí­tulos: (12 a 16) nos muestra lo que el cristiano justificado puede y debe hacer por Cristo y en Cristo. Es el “Sermón de la Montaña” de Pablo, comparable al de Jesús en Mt.S-7.

3- Los caps. 9 a 11 son el tesoro más bello para mostrar a un judí­o la obra de Cristo. ¡y una llamada de atención para los cristianos! Si los judí­os cayeron, que eran el olivo original, los cristianos también podemos caer, ya que somos la rama transpalntada al olivo original.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, HIST CIUD

ver, JUDEA, HISTORIA BíBLICA, HERODES, JESUCRISTO, CESAR, DANIEL, ESTEBAN, PERSECUCIONES, ROMA (Derecho)

sit, a9, 13, 95

vet, (a) Historia. Según la tradición, Roma fue fundada en el año 753 a.C. por Rómulo, que vino a ser su primer rey. La primera fase de su existencia fue la de una monarquí­a. Hubo siete reyes sucesivos hasta la proclamación de la república en el año 510 a.C., provocada por la tiraní­a de Tarquino el soberbio. Sin embargo, hasta la instauración de la república, la historia de Roma se mueve en un marco de leyenda mezclada con un fondo histórico en el que es difí­cil desentrañar la ficción de la realidad. La historia de los dos primeros siglos de la república es asimismo oscura. El gobierno estaba dirigido por los patricios. Para entonces, la población de Roma estaba compuesta por una mezcla de latinos, sabinos y etruscos. La clase patricia, que detentaba el poder, era ganadera y terrateniente, en tanto que la plebe estaba compuesta de granjeros, artesanos y comerciantes. Se crearon tensiones, en las que los plebeyos demandaban una igualdad jurí­dica; de estas tensiones se llegó a una serie de reformas, en las que los plebeyos contaban con un tribuno propio. Más tarde, hacia el año 450-420 a.C., se logró la codificación de las leyes romanas con la promulgación de las Doce Tablas. A partir de entonces se crea una estratificación social no basada en el linaje, sino en la posesión de medios económicos. Se llegó así­ lentamente a la situación en que todo ciudadano (una minorí­a de la población, formada en su mayor parte por esclavos) tení­a derecho a voto. Fue bajo la república que Roma extendió su dominio por toda Italia (entre los años 496 a 270 a.C.). Posteriormente, la república se vio enfrentada con Cartago, que antes habí­a sido fiel aliada en la defensa de sus intereses comunes. El enfrentamiento contra Cartago recibe el nombre de las (tres) Guerras Púnicas. En el intervalo correspondiente a las dos primeras guerras púnicas, Roma conoció un perí­odo de paulatina expansión, marcada por algunos reveses (las victorias de Aní­bal, escenario de la guerra en la misma Italia, Roma misma amenazada). Sin embargo, el final de la segunda guerra púnica vio a Roma dueña de unos territorios muy amplios, que comprendí­an, por el año 201, Sicilia, Córcega, Cerdeña, y toda la España mediterránea. A partir del año 200 a.C. empezó a intervenir intensamente en los asuntos de oriente. En el año 190 a.C. Antí­oco el Grande, rey de Siria y padre del infame Antí­oco Epifanes, fue derrotado por los romanos en Magnesia. A partir de ello, Roma asumí­a el protectorado de varias ciudades de Asia Menor (cfr. 1 Mac. 8:1-10). Hacia el año 100 a.C. poseí­an ya casi toda España, el sur de Francia, toda la pení­nsula de Italia incluyendo la parte alpina, Dalmacia, Grecia, la zona occidental de Asia Menor, y Creta. En el año 63 a.C., Pompeyo se apoderó de Judea, después de haber eliminado el poder de los Seléucidas, reduciendo a Siria a la condición de provincia romana. Judea, aunque hecha tributaria, conservó durante un cierto tiempo un gobierno autónomo. (Véanse JUDEA, HISTORIA BíBLICA, c, d(I) y HERODES.) En Roma, las rivalidades polí­ticas abocaron a una serie de luchas intestinas que, sin embargo, no detuvieron sus campañas exteriores. El enfrentamiento entre Mario y Sila no detuvo las victoriosas campañas contra Mitrí­dates IV, rey del Ponto Euxino, ni el comienzo de la ocupación de las Galias, del archipiélago Balear, y muchas otras campañas. Después de la derrota de Mario, Sila fue nombrado dictador (82 a. C.), pero se vio forzado a abandonar el poder ante la ineptitud del sistema de gobierno que él propugnaba (79 a.C.). Al cabo de varios años de disturbios y luchas intestinas de las que no se libraban ni provincias tan apartadas como España, en el año 60 a.C. se formaba el triunvirato de César, Pompeyo y Craso. Deshecho éste por mutuas suspicacias, César destrozaba el ejército de Pompeyo en Lérida, en España. Habiendo muerto Craso en su lucha contra los partos, César consiguió un poder incontestado. Sin embargo, caí­a asesinado el año 44 a.C. en pleno Senado. Se desencadenó una nueva guerra civil. Antonio, Octavio y Lépido formaron un nuevo triunvirato, que acabó con la imposición de la supremací­a de Octavio en el año 31 a.C. El nuevo dueño de la situación se hizo proclamar emperador y asumió el tí­tulo de Augusto. El Señor Jesucristo nació durante su reinado, y fue crucificado bajo el de Tiberio (véase JESUCRISTO). El martirio de Jacobo, hermano de Juan, tuvo lugar bajo Claudio (Hch. 11:28; 12:1, 2). Por lo que respecta a Pablo, apeló a Nerón (Hch. 25:11). La destrucción de Jerusalén profetizada por el Señor (Mt. 24; Mr. 13; Lc. 19:41-44; 21:5-36) tuvo lugar en el año 70 d.C. bajo el reinado de Vespasiano y bajo el mando del general Tito, que serí­a el siguiente emperador (véase CESAR) Los limites del imperio en la época de Augusto eran el Rin, el Danubio, el Eufrates, el desierto de ífrica, el Atlántico, y el mar del Norte. Bajo Claudio se conquistó una parte de Gran Bretaña. Trajano llevó el poderí­o romano más allá del Eufrates; el imperio romano llegó a englobar la práctica totalidad del mundo civilizado conocido. Posteriormente, con el paso de los siglos, el imperio romano empezó a mostrar señales de decadencia. Los excesos y la corrupción interior, así­ como los ataques constantes de los enemigos del exterior, fueron fraguando su ruina. El último soberano del imperio en su integridad fue Teodosio (379-395 d.C.). Sus dos hijos reinaron cada uno sobre una parte del imperio, que quedó dividido en el Imperio de Occidente y el Imperio de Oriente, y que ya jamás volvieron a reunirse. El Imperio de Occidente se desintegró, y Roma cayó bajo los embates de los bárbaros germánicos en el año 476. Uno de sus caudillos, Odoacro, se proclamó rey de Italia. El Imperio de Oriente, o Bizancio, resistió aún mucho tiempo, hasta la toma de Constantinopla por los turcos en el año 1453. (b) La religión de Roma. En la época de la república se marca ya una distinción entre la religión de los campesinos en las zonas rurales y la religión del Estado. Los primeros mantení­an el culto a los espí­ritus de los antiguos agricultores, dando su adoración a los dioses de la naturaleza, de los campos y de los bosques, protectores de sus ganados y también de la vida familiar y guardianes de la casa y de sus ocupantes (Lares y Penates). Era una especie de animismo que concebí­a la presencia de un espí­ritu para cada cosa o actividad, pero que no les daba ninguna apariencia antropomórfica (numina). Las fiestas estaban í­ntimamente relacionadas con los diferentes hitos del año agrí­cola. Nada conducente a una exaltación poética, bien al contrario de Grecia, la religión autóctona de los romanos era la de un toma y daca con los espí­ritus, que a cambio de quedar satisfechos por el reconocimiento de sus poderes en cada campo concreto, protegí­an a la familia, sus actividades y posesiones. Por otra parte, la religión del Estado giraba alrededor de deidades tutelares y protectoras, como Júpiter, Marte y muchos otros dioses y diosas. Gradualmente se fue estableciendo la religión estatal. Al principio los cultos eran dirigidos por el cabeza de familia; el Estado asumió el culto, utilizándolo para sus propios propósitos. El templo erigido en la colina Capitolina, en el mismo centro de Roma, vino a ser el centro oficial de la adoración de una trí­ada divina que simbolizaba la majestad religiosa del Estado. El sacerdocio, electivo en lugar de hereditario como en Grecia, estaba compuesto de una jerarquí­a de “flamines” para los dioses más importantes; por otra parte, el colegio de “pontí­fices”, que estaba presidido por el “pontifex maximus”, vino a ser el guardián de la ley sagrada, manteniendo el secreto del calendario de fiestas. Este era notificado al pueblo de mes en mes. El orden de pontí­fice proviene del puente construido sobre el Tí­ber por Ancus Martius, y que fue entregado al cuidado de los sacerdotes. Casi todas las fiestas romanas estaban consagradas a su historia, Las “Lemurias” eran solemnes expiaciones por el asesinato cometido por el primer rey; las “Quirinales” eternizaban su entronización. Las danzas sabinas se celebraban en honor del escudo que los dioses habí­an lanzado a los romanos desde el cielo. Así­, cada acto y función del Estado vino a revestirse de significado religioso. Los generales ascendí­an la colina del Capitolio para consagrar en el templo de Júpiter el botí­n conseguido. Las mismas asambleas para elecciones o para la discusión de legislación no podí­an ser convocadas hasta que los augurios no fueran favorables, de la misma manera que el general en el campo de batalla no debí­a iniciar el combate hasta haber recibido las bendiciones de los auspicios. De esta manera, los “Augures” vinieron a ser una institución oficial en Roma. La conquista de Grecia llevó a la admirada Roma a la imitación del derrotado adversario. El arte, la literatura, filosofí­a y religión de Grecia asumieron carta de naturaleza en Roma; en religión, Roma pasó de los antiguos “numina”, que en manos del Estado habí­an ido adquiriendo una concepción más y más antropomorfa, a la identificación de ellos, uno por uno, con los dioses de la jerarquí­a del Olimpo. Sin embargo, la clase intelectual, aun asumiendo las formas del politeí­smo, pasó mayormente a favorecer distintas escuelas de pensamiento filosófico griego, con todas sus concepciones de la “nueva academia” que, con Carneade, enseñó a Roma el menosprecio por lo sagrado, y que empezó, con un corrosivo cinismo, a minar las bases morales de aquella sociedad en sus clases dirigentes. La religión, en Roma, vino más y más a centrarse en el culto al Estado, encarnado posteriormente en la persona del emperador. Ya establecido el Imperio bajo Augusto, Virgilio, en su obra Eneida, conecta la familia Julia, a la que pertenece el emperador, con Eneas de Troya. Según el mito, Eneas era hijo de Afrodita / Venus, que era a su vez hija de Zeus / Júpiter. Así­, en esta obra se glorifica a la familia Julia, y por ende a Augusto y a los demás emperadores julianos, como descendencia directa de Júpiter y, por tanto, divinos. (c) Roma y el cristianismo. Roma hizo su aparición en época tardí­a en el Oriente bí­blico. En el AT es entrevista proféticamente en el libro de Daniel (el cuarto imperio en los caps. 2 y 7 del libro de Daniel; véase DANIEL). En cambio, su poderí­o se deja ver de continuo en todo el NT. Los judí­os soportaban a regañadientes la ocupación romana, con todas las vejaciones que ella implicaba, los pesados impuestos, las profanaciones del Templo. El nacionalismo de los judí­os, exacerbado por la implacabilidad de la administración romana, se manifestaba en motines y revueltas ocasionales. Sin embargo, la religión judí­a habí­a sido reconocida por Roma, de manera oficial, como “religio licita” (religión legal). Josefo (Ant. 14:10, 8, 17) recoge el decreto que permití­a explí­citamente a los judí­os el ejercicio de su religión como de origen demostrable. Así­, el judaí­smo como tal no podí­a ser perseguido en Roma. Este hecho fue de gran importancia al principio de la difusión del cristianismo, que era considerado oficialmente como una corriente del judaí­smo (cfr. Hch. 18:15). Por otra parte, el sometimiento total de los judí­os a Roma quedó patente en el hecho de que la sentencia de muerte contra el Señor Jesucristo tuvo que ser confirmada por un juez romano, y ejecutada por romanos siguiendo sus métodos para los que no eran ciudadanos romanos (esto es, la crucifixión). Naturalmente, se daban casos de linchamientos al margen de la legalidad establecida, como lo fue el martirio de Esteban por la turba judí­a (véase ESTEBAN), y como se intentó con Pablo, cosa que impidió la autoridad romana a tiempo (cfr. Hch. 21:30-32 ss.). (A) Difusión del Evangelio. Al principio, la existencia del Imperio Romano fue muy favorable para la difusión del Evangelio. Durante más de dos siglos, el orden estable y enérgico establecido por Roma aseguró la paz y la prosperidad. Las excelentes carreteras romanas, la supresión de la piraterí­a y bandidaje, y el desarrollo consiguiente del tráfico marí­timo y terrestre, el conocimiento generalizado del griego en Oriente y del latí­n en Occidente, la unidad exterior del imperio todo ello ofrecí­a unas posibilidades que hasta entonces nunca se habí­an dado para la proclamación universal de la Palabra de Dios. Por otra parte, el dominio romano, que habí­a quebrantado las barreras entre las razas y religiones particulares, consiguió, por una parte, familiarizar a personas de distintas procedencias entre sí­; al mismo tiempo, sin embargo, existí­a una tal corrupción moral y un tal abandono de las antiguas creencias paganas, que las almas estaban ávidas de una vida nueva y de una verdad liberadora. La gran difusión de las religiones de misterios provenientes de Oriente constituye una prueba de ello. Cuando surgió el Evangelio, también evocó una respuesta en muchos corazones. En la época de Hechos y de las Epí­stolas, los funcionarios romanos evidencian en general una actitud de indulgencia hacia los cristianos, y la calidad de ciudadano romano que Pablo ostentaba le fue útil en más de una ocasión. Pero las persecuciones comenzaron ya bajo Nerón, que acusó a los cristianos del incendio de Roma. Empezaron a ser considerados como traidores y peligrosos para la estabilidad del Estado, porque rehusaban participar en la religión pagana, que constituí­a un verdadero sostén de lealtad de la plebe al orden establecido. Al ser conscientes las autoridades del hecho de que grandes masas de la población que no eran judí­os habí­an asumido la nueva fe, separaron tajantemente su trato hacia los cristianos del que daban a los judí­os. Así­, se lanzaron grandes persecuciones contra los no judí­os que rehusaran participar en el culto al emperador. Al final del siglo I d.C., el emperador Domiciano hizo encarcelar y dar muerte a multitudes de cristianos. Las persecuciones se fueron sucediendo, con algunos perí­odos de calma, durante dos siglos y medio (véase PERSECUCIONES). Estas persecuciones ayudaron a refrenar el proceso de corrupción que habí­a invadido a la iglesia cristiana en muchos de sus estamentos, como se puede comprobar de los escritos de los “Padres de la Iglesia”, en triste cumplimiento de la advertencia profética del apóstol Pablo (Hch. 20:28-31 ss.). Por otra parte, la firmeza de muchos cristianos ante las persecuciones, a pesar del también crecido número de muchos meros profesantes que recaí­an en el paganismo, contribuyó a que muchos más se interesaran en el Evangelio. El cristianismo llegó finalmente a tener tanta influencia social que el emperador Constantino, cuya madre profesaba el cristianismo, promulgó en el año 313 el Edicto de Milán, por el que los cristianos recibí­an las mismas libertades y derechos que los paganos, como medida de prudencia polí­tica. No fue hasta el reinado de Teodosio (346-395) que el cristianismo fue proclamado la religión oficial de todo el imperio. (d) El Derecho Romano. El desarrollo del Derecho por Roma es de una importancia fundamental. Moldeó el destino de Occidente, y ha sido el modelo en el que se han inspirado los más diversos códigos del mundo. La Lex Romana es, ciertamente, la gran aportación de Roma a la historia de la humanidad. El Derecho Romano tení­a dos divisiones principales: el Privado y el Público. (A) El Derecho Privado trataba de las relaciones contractuales entre individuos capaces; por ejemplo, contratos en los que las partes se obligaban a determinados compromisos en negocios, etc. Los compromisos solemnizados tení­an pleno valor jurí­dico, aunque limitado a las partes que se obligaban. (B) El Derecho Público regulaba las relaciones de los individuos con el Estado. Se subdividí­a en: (1) Derecho de Gentes, con las normas a aplicar a los individuos carentes de la ciudadaní­a romana y que ha venido a ser el fundamento del actual Derecho Internacional, y (2) Derecho Civil, que tení­a que ver con las relaciones de los miembros de la civitas con el Estado y que normatizaban el comportamiento de la ciudadaní­a en temas de interés público. En Roma, las leyes, que debí­an ser preparadas y propuestas por magistrados, debí­an ser, sin embargo, refrendadas por el voto de los ciudadanos. En la época del Imperio, las leyes dictadas por el mismo emperador no requerí­an de este requisito. Cuando una propuesta de ley de un magistrado era refrendada por el voto de los ciudadanos, se establecí­a por ello mismo una vinculación de ellos con la ley, que incluí­a en sus efectos a sus descendientes. Estas leyes, sin embargo, no eran vinculantes para los extranjeros que estuvieran en Roma o fueran a sus territorios, siendo súbditos de otras naciones no sometidas al Imperio (comerciantes y mercaderes, etc.). Antes de la votación habí­a una vista pública en la que se discutí­a la ley propuesta. En esta reunión pública podí­an participar todos, ciudadanos o no, para expresar sus opiniones; de esta manera, aunque el voto estaba estrictamente reservado a los ciudadanos, se daba oportunidad para ser oí­dos a amplios sectores que pudieran tener intereses afectados por la propuesta de ley. En todo caso, las propuestas de ley no podí­an ir en contra de las llamadas “leyes sacratae”. Estas leyes eran una especie de constitución básica, que reflejaba el compromiso a que habí­an llegado patricios y plebeyos en la época de tensiones y luchas entre ellos, para lograr el establecimiento de una estabilidad polí­tico-social, compromiso que ambas partes sociales se habí­an juramentado solemnemente respetar, ellos y sus descendientes. Las nuevas leyes, por tanto, sólo podí­an ser puestas en vigor en tanto que armonizaran con la tradición y usos sociales aceptados. (e) La ciudadaní­a romana. Originalmente, sólo los romanos residentes en la capital gozaban de los privilegios reservados a los ciudadanos. Posteriormente, estos derechos fueron conferidos a ciertas partes de Italia, y después, para alentar el asentamiento de romanos en otras zonas despobladas de la pení­nsula, a toda Italia. Fue Caracalla quien otorgó el tí­tulo de ciudadano romano a todos los habitantes libres del Imperio (211-217 d.C.). Antes sólo se otorgaba este tí­tulo, fuera de sus poseedores estrictos, a los que habí­an rendido servicios al Estado. También podí­a ser comprada, especialmente si se trataba de habitantes de localidades o regiones que no habí­an recibido exenciones. Habí­a ciudades que sí­ habí­an recibido derecho a la ciudadaní­a romana. Ello explica que Pablo, de ascendencia judí­a (Fil. 3:5) fuera, sin embargo, ciudadano romano. Claudio Lisias habí­a pagado bien caro este tí­tulo (Hch. 22.28). Al saber que el apóstol era ciudadano romano, Lisias dio la orden de suspender los preparativos de la flagelación a que se iba a someter a Pablo (Hch. 22:25-29). Las autoridades de Filipos hicieron azotar a Pablo y a Silas con varas sin previo juicio: cuando los pretores supieron que los presos eran ciudadanos romanos, les presentaron excusas y los liberaron (Hch. 16:36-38). Al apelar al emperador, Pablo usó de su derecho (Hch. 25:11). Las leyes que regulaban estas cuestiones eran la “Lex Valeria” y la “Lex Porcia”, que decretaban que ningún magistrado podí­a ordenar el encadenamiento, flagelación ni muerte de un ciudadano romano. Este sólo podí­a ser ejecutado con el asentimiento del pueblo, reunido en una asamblea plenaria, y votando por centurias. Si, a pesar de las leyes mencionadas, un magistrado o autoridad ordenaba la flagelación de un individuo, éste sólo tení­a que, decir: “Soy ciudadano romano.” La acción judicial se suspendí­a de inmediato, hasta que la ciudadaní­a se pronunciara. Cuando el emperador vino a ejercitar el poder supremo en lugar del pueblo, el recurso se dirigí­a al soberano. Bibliografí­a: Eusebio de Cesarea: “Historia Eclesiástica” (BAC, Madrid, 1973); Green, M.: “La evangelización en la Iglesia primitiva” (Certeza, Buenos Aires, 1976); Hyma, A., y Stanton, M.: “Streams of Civilization” (CLP, San Diego, California, 1976); Pirenne, J.: “Historia Universal – Las grandes corrientes de la Historia” (vol. 1; Ed. Exito, Barcelona, 1974); Pressensé, E. de: “Histoire des trois premiers siècles de l’Eglise chrétienne” (Lib. de Ch. Neyrueis, Parí­s, 1868); Tenney, M.: “Nuestro Nuevo Testamento” (Ed. Moody, Chicago, 1973).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Ciudad única en el mundo, centro del Imperio romano, capital de la cristiandad, sede del sucesor de Pedro, madre de todas las Iglesias, alma histórica, artí­stica y espiritual de la religión cristiana. Surgida de los poblados que cubrí­an las siete colinas cercanas al Tí­ber en el siglo VIII, (Capitolina, Quirinal, Viminal, Esquilina, Celia, Aventina y Palatina), la leyenda la hace nacer con un grupo de troyanos huidos que el año 753 a. de C. edificaron. Allí­ se unieron a sus dos primeros habitantes, Rómulo y su hermano Remo, niños amamantados por una loba en la colina del Capitolio.

La historia fue pródiga en acontecimientos: cada siglo trajo un mensaje a la ciudad y destruyó recuerdos anteriores. Pero quedaron siempre lo recuerdos suficientes, sobre todo religiosos, para reclamar el primer puesto entre las grandes ciudades de la humanidad.

La historia religiosa de Roma se condensa en la Ciudad del Vaticano, la Roma religiosa heredera de la Roma de los Papas medievales, señores de los terrenos cedidos por Pipino el Breve a Esteban II el año 751, cesión que durarí­a hasta que Ví­ctor Manuel II del Piamonte se proclamó rey de Italia Unificada en 1870 y la historia del Papado dio un vuelco decisivo y beneficioso para su misión evangelizadora y espiritual.

Pero ya Roma, antes de ser Estado pontificio, habí­a sido sede del Papado de la Iglesia católica, pues a ella llegó el Pescador de Galilea hacia el año 63 o 64 y en ella murió crucificado en la persecución de Nerón hacia el año 66 o 67. Los ecos de artistas creadores, sobre todo cuando llegó la cumbre del Renacimiento con los genios de Miguel íngel, Donato Bramante, Rafael y otros artistas, se encargaron de dar el tono definitivo a un mundo urbano grandioso que llegarí­a hasta comienzos del siglo XXI
Hoy Roma sigue siendo la ciudad del Papa, señor del Estado Vaticano, convertido en unidad polí­tica independiente que asegura la autonomí­a mundial del Pontí­fice, según los Pactos de Letrán firmados en 1929 entre Musolini y Pí­o XI.

La majestuosa cúpula de la basí­lica de San Pedro, sobresale sobre el horizonte de la ciudad y marcha su vocación mundial en lo espiritual y en lo ecuménico, aunque los avatares de la ciudad fueron muchos durante siglos.

La tumba de Pedro sigue siendo el centro del mundo, solo superada en amor y en importancia, aunque no en paz, por el Sepulcro de Cristo en Jerusalén. (Ver Pedro 4. Ver Iglesia. 6)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Capital del imperio romano. La dominación romana sobre Palestina empezó el año 63 a. de C., en que Pompeyo conquistó Jerusalén y llevó a Roma prisioneros judí­os (Jn 11,48). Una vez que fueron puestos en libertad, muchos optaron por quedarse en Roma y se instalaron fundamentalmente en el Trastévere y gozaron en principio de una situación legal e incluso privilegiada, sobre todo en tiempos de Julio César y Augusto. En el año 19 d. de C. se les expulsó de Roma; en el 31, Tiberio publica de nuevo un edicto en su favor. Pero en tiempos del emperador Claudio (a. 41-54) se confirma al principio su situación de privilegio, pero al fin son de nuevo expulsados. Cuando Pablo llegó a Roma en calidad de preso (año 61), se reúne con la colonia judí­a (Act 28,17). La comunidad cristiana de Roma, a la que Pablo escribió una carta, tal vez se formó a partir del año 30, debido seguramente a romanos conversos asistentes al acontecimiento de Pentecostés en Jerusalén (Act 2,10). La tradición dice que Pedro predicó en Roma y Juan sufrió el martirio “delante de la puerta latina”. El libro del Apocalipsis presenta a Roma con el nombre de Babilonia, como una bestia monstruosa (Ap 13; 14,8; 17,5; 18,2). ->contexto; gobernador; polí­tica; César; Augusto.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> juicio de Jesús, celotas, Apocalipsis). Roma fue la ciudad e imperio que dominó por varios siglos sobre el entorno del Mediterráneo desde el siglo III-II a.C. Las primeras relaciones de los judí­os de la Biblia con Roma están documentadas en 1 Mac 8,1, donde se dice que el Senado romano se comprometió a defender a los insurgentes judí­os en contra del poder de los reyes de Siria (entre el 163 y 160 a.C.). El 48 a.C. Pompeyo toma Jerusalén y desde entonces, hasta la entrada de los musulmanes, en torno al 638 d.C., Roma y sus sucesores bizantinos impusieron su poder en Palestina. Desde el 37 hasta el 4 a.C., los romanos establecen como rey vasallo sobre el conjunto de la tierra de Israel a Herodes el Grande, bajo cuyo dominio nació Jesús, en torno al 6 a.C. Tras la muerte de Herodes y la deposición de su hijo Arquelao (el 6. d.C.), el dominio de Roma en las tierras de Israel se divide. Roma impone en Galilea y Perea un rey-tetrarca vasallo, Herodes Antipas, bajo cuyo dominio realiza Jesús su misión pública. Por el contrario, Judea y Samarí­a quedan bajo la administración directa de un procurador romano que, en tiempos del ministerio público de Jesús, se llamaba Poncio Pilato, que fue el responsable directo de su ejecución como pretendiente real, es decir, porque pretendí­a ser “el Rey de los judí­os”, oponiéndose de es forma al orden de Roma.

(1) Jesús y Roma. Jesús no se opuso directamente al orden militar romano, como querí­an algunos celotas, pretendientes mesiánicos y “bandidos”, en los años de su nacimiento y tras su muerte, en el levantamiento que culminó en la guerra del 67-70 d.C. A diferencia de ellos, Jesús anunció y preparó la llegada de un reino de Dios que no iba directamente en contra del imperio de Roma, en un plano económico y militar, como muestra su palabra sobre el denario* (cf. Mc 12,13-17) y, sobre todo, su actitud de no violencia activa. A pesar de eso, el proyecto de Jesús, su libertad frente a los poderes sociales y religiosos y su pretensión rnesiánica, quizá velada al principio, pero después explí­cita, tras su venida a Jerusalén, en las fiestas de Pascua, hizo que el poder romano le condenara a muerte. Esta ha sido la relación más importante de la Biblia cristiana con Roma: Jesús fue condenado a muerte por el representante legal del Imperio romano.

(2) Iglesia primitiva. Pablo. No parece que los cristianos más antiguos de Jerusalén y Galilea tuvieran enfrentamientos directos con la administración romana. Los problemas cristianos fueron más bien “intrajudí­os”, enfrenta mientos y roces de unos judí­os con otros, entre los cuales se hallaban también los cristianos. En esa lí­nea resulta ejemplar la actitud de Pablo, que quiere extender y extiende el cristianismo dentro de la “legalidad romana”, como afirma de un modo ejemplar en la carta a los Romanos: “Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad que no provenga de Dios; y las que hay, por Dios han sido constituidas. Así­ que, el que se opone a la autoridad, se opone a lo constituido por Dios; y los que se oponen recibirán condenación para sí­ mismos. Porque los gobernantes no están para infundir el terror al que hace lo bueno, sino al que hace lo malo. ¿Quieres no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás su alabanza” (Rom 13,1-8). Ciertamente, Pablo sabe y pone de relieve que la experiencia cristiana se sitúa en un plano distinto al plano del poder de Roma, en gratuidad y perdón directo, por encima del orden de la ley. Pero piensa también que, en su nivel, la ley romana responde a una providencia de Dios, que ha querido establecer un orden social sobre el mundo (en una lí­nea cuyos antecedentes pueden verse en la literatura sapiencial judí­a que admite el poder y la legalidad de los reyes no judí­os, como supone ya Prov 8,5). En esa lí­nea se sitúa el conjunto de la Iglesia del Nuevo Testamento, que quiere extenderse y se extiende como experiencia religiosa autónoma, pero dentro de un Imperio romano que tiende a ser “desacralizado” (la Iglesia admite su valor polí­tico, no sus pretensiones religiosas). Esta postura resultó eficaz y logró triunfar tras varios siglos de semi clandestinidad cristiana. Ya en el tiempo de Nerón (en torno al 64 d.C.) se dio una primera “persecución” contra los cristianos y en ella fueron ajusticiados en Roma Pedro y Pablo. Más tarde, hacia finales del siglo I, las relaciones del Imperio romano con el cristianismo se hicieron más tensas, pues los cristianos parecí­an un grupo o secta secreta, que no admití­a la sacralidad de Roma. Desde esta base pueden entenderse las diversas valoraciones del Nuevo Testamento sobre Roma, que ahora presentamos desde la perspectiva final del Apocalipsis, que es el documento cristiano más significativo en el que se plantean las relaciones de la Iglesia con el Imperio romano.

(3) Modelo gnóstico. Una tradición antigua, anunciada quizá en un posible documento Q (texto al parecer utilizado por Lc y Mt), asumida por el EvTom. (apócrifo), ha traducido el mensaje apocalí­ptico de Jesús en claves de experiencia de plenificación interior y de separación respecto del orden polí­tico del Estado. Deja a un lado la crí­tica social del Evangelio, que exige la transformación integral del ser humano (a nivel comunitario y económico), para destacar su experiencia espiritual. De esa forma se inmuniza frente a los riesgos polí­ticos externos y evita la persecución imperial de Roma. Según ello, el cristiano puede vivir a dos niveles: sigue a Jesús en plano interno, de transformación del alma; acepta en el orden externo la economí­a (idolocitos) y la fidelidad polí­tica de Roma, como defienden algunos en Ap 2-3. Es posible que Juan escriba su Apocalipsis para oponerse a un tipo de primer cristianismo gnóstico.

(4) Modelo narrativo. Los sinópticos. Desde la experiencia pascual (el resucitado es el mismo crucificado), con rasgos que le acercan a Pablo, Marcos ha reinterpretado el mensaje de Jesús en forma de evangelio: buena nueva de salvación que se expresa en la experiencia comunitaria (pan, casa) y en la entrega martirial (camino de cruz: Mc 8,31; 9,31; 10,32-24) de sus creyentes. Su iglesia es la familia de aquellos que comparten de manera universal el pan (cf. Mc 6,30-44; 8,1-10), superando la imposición polí­tica de Herodes o la pureza exclusivista de los fariseos (cf. Mc 8,14-21), suscitando una comunidad afectiva o grupal (casa eclesial) en torno a la palabra de Jesús (cf. Mc 3,2035). De esa forma ha destacado, en gesto sorprendente, algunos motivos que resultan centrales para el Ap: el valor de la comida compartida (contraria a los idolocitos) y la fidelidad comunitaria (contraria a lo que el Ap llamapomeia). Mt (y en menor medida Le) aceptan ese esquema, conservando y recreando el mensaje apocalí­ptico de Jesús (cf. Mc 13 par); pero no han desarrollado el tema de forma consecuente, como hará el Ap. Los tres sinópticos presentan la muerte de Jesús como efecto de una condena por parte del tribunal romano de Poncio Pilato. Pero ninguno de ellos presenta el movimiento de Jesús como un movimiento opuesto al orden de Ro ma, aunque suponen que algunos funcionarios romanos han perseguido o pueden perseguir a los cristianos (“Seréis llevados ante gobernadores y reyes”: cf. Mc 13,9; Mt 10,18).

(5) Modelo de adaptación. 1 Clemente* (= 1 Clem). EX EvTom. corrí­a el riesgo de entender a Jesús en lí­nea de evasión interna, dejando el mundo externo en manos de la perversión (de los poderes imperiales). Marcos, Mateo y Lucas pedí­an fidelidad hasta la muerte, pero no elaboraban temáticamente esa exigencia martirial en relación a los poderes imperiales, pues pensaban que el Imperio romano no tení­a por qué oponerse directamente al despliegue del Evangelio. Por su parte, la Primera de Pedro invitaba a los cristianos a resistir en medio de la prueba, como exiliados y peregrinos, sin someterse a los males del mundo, pero sin satanizarlo: rogando por las autoridades imperiales. En esa lí­nea avanza de manera significativa 1 Clem (libro no aceptado en el canon del Nuevo Testamento), llegando incluso a sancionar positivamente y a sacralizar desde el mensaje de Jesús el poder de Roma. Para 1 Clem los cristianos no son sólo ciudadanos del reino de Dios, exiliados en el mundo, como supone 1 Pe, sino ciudadanos de ambos mundos, del Imperio romano y del reino de Dios; de esa forma, emperador y ejército se vuelven casi un signo de Dios sobre la tierra, anunciando aquello que defenderá en la Edad Media la teorí­a de los dos poderes (eclesiástico y civil, Papa y Emperador), que aparecen como representantes de Dios para los humanos.

(6) Apocalipsis. (1) Principios. El Ap de Juan se opone al esplritualismo gnóstico y al colaboracionismo de 1 Clem, defendiendo el carácter social pero no imperial del mesianismo de Jesús. Sabe con 1 Pe que los cristianos son peregrinos en el mundo y que no deben dejarse dominar por sus potencias. Pero allí­ donde 1 Pe pide que oremos por el imperio (para que ofrezca un espacio de vida para el Evangelio), el Ap supone que no debemos hacerlo, pues los jefes del imperio (en su forma actual romana) son signo del Dragón, son Bestias destructoras para los humanos y de un modo especial para los cristianos. Es más, frente al sometimiento a las autoridades imperiales que propugna 1 Pe 2,13 -17, el Ap defiende una actitud de resistencia creadora, pues ellas gobiernan mal (cf. Ap 6,9-11; 18,24), matando a inocentes y cristianos. De esa forma, el Ap se opone a 1 Clem (y en algún sentido a 1 Pe), pero asume y recrea elementos del mensaje de Jesús que están latentes en la tradición sinóptica. Entre el camino de muerte de Jesús, que Mc ha puesto en el centro de su evangelio (Mc 8,27-10,52), y el proyecto martirial del Ap existe una continuidad muy precisa. Es más, entre el mensaje y vida de Jesús, evocado por Me, y el proyecto social del Ap hay un claro camino de continuidad. Mc ha insistido en la exigencia positiva del pan compartido (multiplicaciones); el Ap ha destacado el riesgo del pan idolátrico (cercano al de Mc 8,14-21). Mc ha destacado la exigencia de fidelidad en el seguimiento de Jesús; el Ap ha insistido en el riesgo de prostitución social de las comunidades cristianas. Ambos conciben el camino de Jesús como proyecto de convivencia que rompe las barreras del judaismo legalista.

(7) Apocalipsis. (2) Persecución y comida de Roma. Juan, autor del Apocalipsis, escribe como profeta perseguido a siete iglesias significativas de Asia, mostrando su autoridad ante ellas, pues piensa que se encuentran amenazadas: pueden perder su identidad cristiana (dejar su comida y fidelidad comunitaria), ajustándose al entorno social y religioso de un imperio entendido como sistema de prostitución sagrada, donde todo, administración y economí­a, está al servicio de la identidad satánica y perversa de Roma. Parece claro que el Ap ha surgido (en tiempo de Domiciano, al fin del I d.C.), en un momento de crisis para las iglesias. El Apocalipsis rechaza la configuración polí­tica del Imperio romano, que, al menos en Asia, querí­a imponer sobre todos un modelo de economí­a e unidad social que implica idolatrí­a y abandono de la fidelidad cristiana (prostitución). En un aspecto, el imperio resultaba “tolerante”: dejaba que individuos y grupos expresasen hacia dentro (en sus casas y espacios cerrados) sus creencias religiosas y sociales. Pero su tolerancia iba unida a un tipo de nivelación estatal que a sus ojos parecí­a natural (racional), pero que se expresaba en una comida (carne sagrada consagrada al í­dolo del imperio) y en una vinculación social que para los cristianos resultaba destructiva. Lo que otros llaman fidelidad normal al imperio benefactor (pacificador) es para Juan y sus cristianos sometimiento polí­tico y prostitución. Más que la persecución directa del imperio contra los cristianos, a Juan le preocupa el riesgo de asimilación imperial: que los cristianos coman y vivan al modo de Roma. Los fieles del Ap se sienten amenazados porque forman un pueblo distinto, que no entra en ninguna de las estructuras conocidas del imperio: no es nación extranjera a la que se deba combatir (como serí­an los partos), ni pueblo con leyes sociales reconocidas (como el judaismo). Ellos aparecen como grupo “ateo” de insumisos (sin dios oficial), que no aceptan al orden de la paz romana, tenida por divina en el imperio. Ciertamente, cada uno podí­a adorar en privado (y público) a los dioses que quisiera, siempre que aceptara el orden sacral del imperio, expresado (sobre todo en la provincia de Asia) a través de ceremonias y gestos de tipo social: participar en las fiestas de la divinidad de Roma y sentarse en banquetes rituales de los gremios ciudadanos, comiendo la carne sacrificada a los í­dolos (en signo de fidelidad imperial). Quien no lo hiciera acababa siendo un marginal, proscrito de la sociedad, y podí­a ser acusado de infiel a Roma, como muestra hacia el 111-113 d.C. la carta de Plinio, reflejando una situación anterior, del tiempo del Apocalipsis. Al situarse como cristiano frente a Roma, Juan ha descubierto algo que otros cristianos de su tiempo no captaron: la misma dinámica social y espiritual del Imperio romano era contraria al Evangelio. No habí­an surgido aún persecuciones generalizadas contra los cristianos, aunque se dieran casos esporádicos de ella, no sólo en Roma (en tiempos de Nerón), sino en la misma Asia (como supone Ap 2,13 y 6,9-11); pero la misma estructura religiosa de Roma conducí­a, según Juan, al enfrentamiento con los cristianos, a quienes el imperio acusará de asocí­ales, enemigos del orden público, pues rechazan los signos básicos de sumisión y fidelidad al poder establecido (sacral), rechazando la conciencia divina del imperio. Aquí­ surge según Juan, la gran batalla: el conflicto entre la fidelidad a Cristo y la pomeia o prostitución (Ap 2,14.20). Juan no combate contra unos dioses aislados, sino con tra el “dios supremo”: el orden imperial de Roma que exige adoración sacral a sus vasallos. La última verdad (mentira) del imperio está en divinizarse: hacerse fuente de comida y fidelidad sacral para los hombres.

Cf. A. MOMIGIIANO, De Paganos, Judí­os y Cristianos, FCE, México 1992; X. PIKAZA, El Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999; E. STAUFFER, Cristo y los cesares, Escerlicer, Madrid 1956; K. WENGST, Pax Romana and the Peace of Jesús Clirist, SCM, Londres 1987.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Roma era la capital de la república e imperio de Roma, más tarde el centro del cristianismo latino, y desde 1871 ha sido la capital de la república de Italia que vino a ser república en1946. Está situada principalmente sobre la ribera izquierda del rí­o Tí­ber, como a 24 kms. del mar. No se sabe la fecha de la primera colonia
establecida allí­, pero fue en algún tiempo antes de la fundación tradicional por Rómulo, quien mató a su hermano Remus para poder él reinar solo. Estaba edificada en un cuadrado de acuerdo con la costumbre italiana y dos calles principales se cruzaban corriendo de este a oeste y de norte a sur.
Sus siete colinas, habitadas por dos diferentes naciones, estaban unidas en una ciudad y rodeadas por un muro, por Servio Tulio (578 a. de J.C.), quien también dividió a la ciudad en cuatro regiones, las cuales coincidí­an con las cuatro tribus de ciudadanos romanos. Roma se hizo una república en 508 a. de J.C. y en 389 a. de J.C. fue capturada, saqueada y quemada por los galos. La reedificaron pronto, pero las calles eran angostas, irregulares y torcidas y así­ quedó hasta el tiempo de Nerón en 56-58 d. de J.C.
El imperio romano fue el resultado de un perí­odo largo de crecimiento polí­tico, social y constitucional. Por 700 años hubo lucha de clases. Paulatinamente la gente común ejercitó sus derechos y logró una medida de justicia polí­tica, social y legal, pero no podí­an mantener una justicia equilibrada, y así­ la aristocracia y la democracia necesitaban de una dirección y de un poder regularizado. Esto fue la señal para la fundación del imperio, que algunos han llamado el logro más grandioso
de las edades. Ganó el dominio sobre casi todo el mundo, y por el hecho de arreglar los celos insignificantes de muchos de los pequeños principados, y de unirlos en un gran imperio, contribuyó grandemente a la facilidad con la cual el evangelio se pudo extender en el tiempo de Cristo y sus apóstoles.
Durante el reinado de Nerón (54-68 d. de J.C.) la ciudad de Roma fue casi totalmente destruida por un gran incendio y Nerón se puso a reedificarla. Restauró las partes de la ciudad que habí­an sido destruidas; hizo muchas nuevas calles anchas y derechas, y construyó edificios grandes de piedra. Los emperadores que lo siguieron continuaron agrandando y embelleciendo la ciudad, pero durante el reinado de Cómodo (180-192 d. de J.C.), una parte de ella fue destruida nuevamente por el fuego. Hubo muchas contiendas y luchas y muchos gobernadores prominentes entre este tiempo y la caí­da del imperio del oeste (476 d. de J.C.). Entre los gobernadores estaba Constantino quien tuvo éxito en hacer al cristianismo la religión del estado. Este fue el hecho más significativo del perí­odo, y uno que trajo consecuencias perniciosas para el cristianismo.
Durante el siglo quinto, grandes calamidades fueron infligidas sobre Roma debido a la destrucción causada por los bárbaros del norte. En el siglo sexto fue atacada por los godos bajo Totila. Durante los siglos séptimo y octavo hubo hambre, terremotos
y pestilencia, y cinco inundaciones del rí­o Tí­ber desolaron la ciudad y echaron fuera a los habitantes de una gran parte del sitio antiguo.
Cerca del año 800, los romanos parecen haber recurrido al recuerdo de sus instituciones anteriores. Organizaron una corporación, que recibí­a consejo más bien que órdenes del papa, quien silenciosamente habí­a usurpado el tí­tulo de “Señor”. La historia de Roma pronto se fusionó con la historia de los pontí­fices, y la Roma de la Edad Media fue una de vicisitudes, tumultos y destrucción.
La Roma presente no puede trazarse más atrás que el Siglo XVI. Tiene una población de 1.180.589 habitantes. Es importante como la capital de Italia y el centro del catolicismo. El papa vive allí­. Los papas quedaron como prisioneros voluntarios del Vaticano por cerca de 60 años. En julio 25 de 1929 el papa salió del Vaticano por primera vez desde 1871. Algunos edificios nuevos han sido construidos de tiempo en tiempo. Los habitantes son de muchas clases, y la mayor parte de ellos tiene bajas normas morales. Aun es peligroso pasar por ciertas partes de la ciudad, especialmente de noche.
No estamos seguros respecto al origen de la iglesia cristiana de Roma, pero, probablemente, fue organizada por algunos judí­os que oyeron el evangelio y creyeron en el dí­a de Pentecostés. La membresí­a incluí­a judí­os y gentiles, pero era considerada por Pablo como una iglesia gentil. Estaba en una condición muy próspera con la excepción de que los judí­os cristianos no querí­an reconocer a sus hermanos gentiles como iguales que ellos en el reino de Cristo, y algunos de los gentiles veí­an con desprecio a sus hermanos judí­os fanáticos e intolerables
(Hechos 14:3). Los judí­os cristianos estaban errados en cuanto a la doctrina cristiana, mientras que a los gentiles les faltaba amor cristiano.
Cuando Pablo escribió la carta a los romanos, probablemente desde Corinto en la primavera de 58 d. de J.C., es evidente que él no habí­a estado allí­, pero habí­a hecho planes para ir. En su carta a ellos Pablo discutió en todo su sentido la gran doctrina de la justificación por la fe, que era el corazón de su teologí­a.
Un poco más tarde (cerca de 61 d. de J.C.) Pablo llegó a Roma como un prisionero y estuvo allí­ en su primera encarcelación dos años o más. Algunas de sus experiencias mientras estuvo allí­ nos son dadas. Durante este tiempo escribió
Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón, y en este tiempo, o más probablemente en una encarcelación más tarde allí­, cerca de 67 ó 68 d. de J.C., él escribió Primera y Segunda a Timoteo, y Tito. Aquila y Priscila, con quienes Pablo tuvo grandes relaciones, vinieron de allí­.
Habí­a judí­os y gentiles en la iglesia, Romanos 1:6-13; 7:1. Considerada como una iglesia gentil, Romanos 1:5-7, 13, 15. Pablo hizo planes para ir allí­, Hechos 19:21; Romanos 1:13. Dios le prometió a Pablo que lo dejarí­a allí­, Hechos 23:11.

Fuente: Diccionario Geográfico de la Biblia

Ciudad de la región del Lacio que pasó de ser una ciudad pequeña a convertirse en la sede del mayor imperio mundial de tiempos bí­blicos; actualmente es la capital de Italia. Está situada a ambas orillas del rí­o Tí­ber, a unos 25 Km. de su desembocadura, y hacia la mitad de la costa occidental de la alargada pení­nsula itálica, que tiene unos 1.100 Km. de longitud.
Cuándo se fundó Roma y quién lo hizo son datos que están envueltos en la leyenda y la mitologí­a. La tradición dice que la fundó un tal Rómulo, su primer rey, en 753 a. E.C., pero hay sepulturas y otros indicios que muestran que fue habitada mucho antes.
Los primeros poblados conocidos se asentaron sobre siete colinas al E. del rí­o Tí­ber. Según la tradición, la ubicación del poblado más antiguo fue el Palatino. Las otras seis colinas situadas alrededor del Palatino eran, empezando desde el N. y en la dirección de las agujas del reloj, el Quirinal, el Viminal, el Esquilino, el Celio, el Aventino y el Capitolio. Posteriormente se desecaron los pantanosos valles que separaban las colinas y se construyeron en ellos casas, foros y circos. Según Plinio el Viejo, en el año 73 E.C. las murallas de la ciudad tení­an un perí­metro de unos 21 Km. Con el tiempo se anexionaron las colinas y los valles del lado occidental del Tí­ber, lo que incluye las más de 40 Ha. que ocupa actualmente el Vaticano. Según cálculos moderados, la población de la ciudad sobrepasaba el millón de habitantes antes del gran incendio de los dí­as de Nerón.

La imagen polí­tica de Roma. Roma experimentó muchas diferentes clases de gobierno a lo largo de los siglos. Algunas instituciones se importaron de otras naciones y se adaptaron, mientras que otras fueron innovaciones romanas. H. G. Wells observó en su libro Breve Historia del Mundo: †œEl nuevo poderí­o que, durante los siglos II y I antes de Jesucristo, apareciera para dominar el mundo occidental, el poderí­o romano, representaba en varios respectos algo distinto de los grandes imperios que hasta entonces prevalecieran en el mundo civilizado† (cap. 33, págs. 161-163). La estructura polí­tica de Roma cambió con el paso de los diferentes estilos de gobierno, entre ellos, coaliciones de jefes patriarcales, monarquí­as, gobiernos aristocráticos en manos de unas pocas familias de la nobleza, dictaduras y diferentes formas de gobierno republicano, en las que variaba el poder que se otorgaba a los senadores, cónsules y triunviratos (coaliciones de gobierno integradas por tres hombres), con las tí­picas luchas intestinas entre clases y facciones. En su última época, el imperio estuvo gobernado por emperadores. Como es caracterí­stico de los gobiernos humanos, la historia polí­tica romana estuvo plagada de odios, celos, intrigas y asesinato, con muchos complots y conspiraciones generados por la fricción interna y las guerras externas.
El dominio de Roma fue extendiéndose gradualmente por todo el mundo conocido. Su influencia alcanzó primero a toda la pení­nsula itálica, luego a todo el Mediterráneo y otras regiones más lejanas. El imperio llegó a ser conocido por el nombre de su capital.
Roma alcanzó el cenit de su gloria internacional durante la época de los césares. Encabeza la lista Julio César, nombrado dictador por diez años en 46 a. E.C., pero asesinado por unos conspiradores en el año 44 a. E.C. Después de un intervalo durante el cual intentó llevar las riendas del poder un triunvirato, Octavio se erigió finalmente como único gobernante del Imperio romano (31 a. E.C.–14 E.C.). En el año 27 a. E.C. consiguió ser emperador, y se hizo proclamar †œAugusto†. Durante su gobernación nació Jesús, en el año 2 a. E.C. (Lu 2:1-7.) Tiberio (14-37 E.C.), el sucesor de Augusto, gobernó durante el ministerio de Jesús. (Lu 3:1, 2, 21-23.) Después vinieron Cayo (Calí­gula) (37-41 E.C.) y Claudio (41-54 E.C.), quien promulgó un decreto por el que se expulsaba a los judí­os de Roma. (Hch 18:1, 2.) A este le siguió Nerón (54-68 E.C.), a quien Pablo apeló su causa. (Hch 25:11, 12, 21; GRABADOS, vol. 2, pág. 534.)
Después de Nerón, los emperadores romanos del primer siglo fueron en orden de sucesión: Galba (68-69 E.C.); Otón y Vitelio (69 E.C.); Vespasiano (69-79 E.C.), durante cuyo reinado se arrasó Jerusalén; Tito (79-81 E.C.), quien antes de ser emperador dirigió el ataque contra Jerusalén; Domiciano (81-96 E.C.), durante cuyo gobierno, según la la tradición, Juan fue exiliado a la isla penal de Patmos; Nerva (96-98 E.C.), y Trajano (98-117 E.C.). Durante el gobierno de Trajano las fronteras del imperio alcanzaron sus lí­mites máximos en todas direcciones: hasta el Rin y el mar del Norte, el Danubio, el Eufrates, las cataratas del Nilo, el gran desierto de ífrica y, al O., el Atlántico. (MAPA, vol. 2, pág. 533.)
Durante los años de decadencia del Imperio romano, llegó a ser emperador Constantino el Grande (306-337 E.C.), quien trasladó la capital a Bizancio (Constantinopla). Al siglo siguiente se produjo la caí­da del imperio, y en el año 476 E.C. un jefe militar germano llamado Odoacro se convirtió en el primer rey †œbárbaro†.

La vida y las condiciones de la ciudad. En tiempos de Augusto la administración del gobierno de la ciudad se dividió en catorce distritos, con un magistrado que se escogí­a anualmente por suertes para gobernar cada uno de ellos. Se organizaron siete brigadas contra incendios llamadas vigiles, cada una de las cuales tení­a dos distritos bajo su responsabilidad. En los lí­mites nororientales de la ciudad habí­a estacionada una fuerza especial de unos 10.000 hombres, conocida como la guardia pretoriana o imperial, para la protección del emperador. También habí­a tres †œcohortes urbanas†, la policí­a urbana que mantení­a la ley y el orden en Roma.
Los ricos e influyentes solí­an vivir en hogares palaciegos construidos sobre las colinas, y tení­an muchos siervos y esclavos —a veces cientos— a su disposición. En los valles la gente común viví­a apiñada en enormes insulae, o casas de vecindad, de varios pisos, que, por orden de Augusto, no podí­an sobrepasar los 21 m. de altura. Estos bloques de viviendas estaban separados por calles estrechas, tortuosas y sucias, en las que habí­a el acostumbrado tráfico y corrupción de las grandes ciudades.
Estas secciones pobres fueron las que más padecieron y las que más muertes registraron en el histórico incendio del año 64 E.C. Tácito narra aquel holocausto, y se refiere a †œlos lamentos de las mujeres aterradas, la incapacidad de los viejos y la inexperiencia de los niños†. (Anales, libro XV, 38.) Solo se libraron del incendio cuatro de los catorce distritos de Roma.
Habí­a muy pocas personas en Roma a las que se pudiera encuadrar en la clase media; casi toda la riqueza se concentraba en manos de una pequeña minorí­a. Cuando Pablo llegó por primera vez a Roma, puede que la mitad de la población estuviese integrada por esclavos sin derechos legales, que habí­an sido prisioneros de guerra, criminales condenados o hijos vendidos por sus padres. La mayor parte de la población libre era pobre y prácticamente viví­a de los subsidios del gobierno.
Para evitar que los pobres se amotinaran, el Estado proporcionaba dos cosas: alimento y entretenimiento. De aquí­ la frase satí­rica: panem et circenses (pan y juegos del circo), con la que se daba a entender que eso era todo lo que se necesitaba para tener contentos a los pobres de Roma. Desde el año 58 a. E.C., los cereales solí­an distribuirse gratis, al igual que el agua, que se llevaba a la ciudad desde muchos kilómetros de distancia por medio de acueductos. El vino era un artí­culo barato. Para aquellos a quienes les gustaba la lectura habí­a bibliotecas, y el pueblo en general disponí­a de baños públicos y gimnasios, así­ como de teatros y circos. Las representaciones teatrales consistí­an en obras, danzas y pantomimas, tanto griegas como romanas. En los grandes anfiteatros y circos se celebraban juegos, que consistí­an principalmente en espectaculares carreras de carros y encarnizadas luchas de gladiadores, en las que hombres y bestias peleaban a muerte. El circo Máximo tení­a un aforo de más de 150.000 personas, y la entrada a los juegos era gratis.
El pueblo de Roma no pagaba el elevado coste de estos gastos gubernamentales, pues desde la conquista de Macedonia, en el año 167 a. E.C., los ciudadanos romanos quedaron exentos de impuestos. En su lugar, se impuso una pesada carga tributaria a las provincias, con impuestos de tipo directo e indirecto. (Mt 22:17-21.)

Influencia extranjera. Roma fue en muchos sentidos un gran crisol de razas, idiomas, culturas e ideas. El código romano surgió gradualmente del largo proceso polí­tico del imperio. Sus leyes definí­an los derechos y limitaciones del gobierno, los tribunales y los magistrados, y proporcionaban artificios legales, como el de la ciudadaní­a, para la protección de los derechos humanos. (Hch 25:16.) La ciudadaní­a, que llegó a otorgarse hasta a las ciudades confederadas de Roma y a diversas colonias del imperio, conllevaba muchas ventajas (Hch 16:37-39; 22:25, 26), y se podí­a comprar o heredar. (Hch 22:28.) De esta y otras maneras, la gran metrópoli intentó romanizar los territorios que habí­a conquistado a fin de asegurar el total control del imperio.
Uno de los mejores ejemplos de la influencia exterior que experimentó Roma se encuentra en las ruinas de sus pasadas glorias arquitectónicas. El que visita esta ciudad museo se encuentra con numerosos testimonios de la influencia helénica y de otras culturas. El llamado arco romano, tan bien utilizado por este pueblo, no es de origen romano. Los logros arquitectónicos romanos se debieron en buena medida al uso de una forma primitiva de hormigón que se utilizaba como cemento y como ingrediente principal en la manufactura de piedras artificiales.
El programa de construcción de Roma tomó auge en el último siglo de la república y, especialmente, en la época de los emperadores. Augusto dijo que Roma era una ciudad de ladrillos y que él la habí­a convertido en una ciudad marmórea, aunque, en cualquier caso, el mármol se empleó principalmente para recubrir los ladrillos o el hormigón. Hubo una segunda reconstrucción de la ciudad después del incendio del año 64 E.C. Entre las construcciones romanas más notables se encontraban los foros, los templos, los palacios, los anfiteatros, los baños, los acueductos, las cloacas y los monumentos. Aún están en pie o semiderruidos el gran Coliseo y algunos monumentos, como el Arco de Tito, con un bajorrelieve de la caí­da de Jerusalén. (GRABADOS, vol. 2, pág. 536.) Los romanos también se distinguieron por la construcción de carreteras y puentes por todo el imperio.
Habí­a tal afluencia de extranjeros, que los romanos se quejaban de que Roma habí­a perdido su propia esencia. Procedí­an de todas las partes del imperio, y llevaban consigo sus oficios, costumbres, tradiciones y religiones. Aunque el latí­n era la lengua oficial, el lenguaje internacional era el griego común (koiné), por lo que el apóstol Pablo escribió su carta a los Romanos en griego. La influencia griega también tuvo su impacto en la literatura y en los métodos de educación. A los muchachos, y a veces también a las muchachas, se les educaba conforme al modelo ateniense, enseñándoles literatura y oratoria griegas, y a los hijos de los que podí­an sufragarlo se les enviaba a una de las escuelas filosóficas de Atenas.

Religión. Roma también llegó a recoger toda forma de adoración falsa. El historiador John Lord comenta: †œLa superstición llegó a su culminación en Roma, ya que allí­ se veí­an sacerdotes y devotos de todos los paí­ses que dominaba: †˜hijas de Isis, de tez morena, con tambor y pandereta y porte sensual; devotos del Mitra persa; eunucos asiáticos; sacerdotes de Cibeles, con sus danzas frenéticas y gritos discordes; adoradores de la gran diosa Diana; cautivos bárbaros, con los ritos del sacerdocio teutónico; sirios, judí­os, astrólogos caldeos y hechiceros tesalienses†™†. (Beacon Lights of History, 1912, vol. 3, págs. 366, 367.)
La devoción a estas religiones y sus desenfrenadas orgí­as dieron paso a que los romanos, tanto la plebe como la clase alta, abandonaran totalmente la virtud y la rectitud. Según Tácito, entre la clase alta estuvo la adúltera y asesina esposa del emperador Claudio, Mesalina. (Anales, XI, 1-34.)
Entre la maraña de religiones de Roma sobresalí­a el culto al emperador deificado. Este culto se practicaba especialmente en las provincias, donde se edificaban templos en los que se le ofrecí­an sacrificios al igual que a un dios. (GRABADO, vol. 2, pág. 536.) George Botsford escribió en A History of Rome: †œEl culto al emperador iba a ser la fuerza más trascendental de la religión del mundo romano hasta la adopción del cristianismo†. Una inscripción hallada en Asia Menor dice del emperador: †œEs el Zeus paterno y el salvador de toda la raza humana, que contesta todas las oraciones, y hace más de lo que pedimos. Pues la tierra y el mar disfrutan de paz; las ciudades florecen; en todas partes hay armoní­a y prosperidad y felicidad†. Este culto desempeñó un papel importante en la persecución de los cristianos, con respecto a quienes este escritor dice: †œEl que rehusaran adorar al Genius, o espí­ritu custodio del emperador, se interpretaba como un acto impí­o y traidor† (1905, págs. 214, 215, 263).

El cristianismo llega a Roma. En el dí­a del Pentecostés del año 33 E.C., †œresidentes temporales procedentes de Roma, tanto judí­os como prosélitos†, fueron testigos de los resultados del derramamiento del espí­ritu santo, y algunos de ellos debieron estar entre los 3.000 que se bautizaron en aquella ocasión. (Hch 2:1, 10, 41.) Como resultado de la predicación que efectuaron al regresar a Roma, se formó una congregación cristiana muy fuerte y activa, de cuya fe, según dijo el apóstol Pablo, †˜se hablaba por todo el mundo†™. (Ro 1:7, 8.) Tácito (Anales, XV, 44) y Suetonio (Los doce césares, traducción de Jaime Arnal, Orbis, Barcelona, 1985, †œNerón Claudio†, XVI [2]) hicieron mención de los cristianos de Roma.
Pablo escribió a la congregación cristiana de Roma alrededor del año 56 E.C., y unos tres años más tarde llegó a esta ciudad como prisionero. Aunque habí­a deseado visitar Roma con anterioridad y en circunstancias diferentes (Hch 19:21; Ro 1:15; 15:22-24), le fue posible dar un testimonio cabal a pesar de estar preso, al invitar a las personas a su casa. De este modo, por dos años continuó †œpredicándoles el reino de Dios y enseñando las cosas respecto al Señor Jesucristo con la mayor franqueza de expresión, sin estorbo†. (Hch 28:14-31.) Hasta la guardia pretoriana del emperador llegó a conocer el mensaje del Reino. (Flp 1:12, 13.) Por todo ello, como se habí­a predicho de él, Pablo †˜dio un testimonio cabal hasta en Roma†™. (Hch 23:11.)
Durante estos dos años que permaneció detenido en Roma, Pablo escribió las cartas a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses y a Filemón. En este mismo tiempo, Marcos debió escribir su relato del evangelio en Roma. Poco antes de su liberación o inmediatamente después, Pablo escribió su carta a los Hebreos, hacia el año 61 E.C. (Heb 13:23, 24.) Durante su segundo perí­odo de prisión en Roma, alrededor del año 65 E.C., Onesí­foro le visitó y Pablo escribió su segunda carta a Timoteo. (2Ti 1:15-17.)
Aunque Pablo, Lucas, Marcos, Timoteo y otros cristianos del primer siglo visitaron Roma (Flp 1:1; Col 4:10, 14), no hay prueba de que Pedro estuviese jamás en Roma, como señalan algunas tradiciones. Los relatos sobre el martirio de Pedro en Roma son pura tradición, sin apoyo histórico sólido. (Véase PEDRO, CARTAS DE.)
La ciudad de Roma se ganó una pésima reputación debido a la persecución de los cristianos, sobre todo durante los reinados de Nerón y Domiciano. Estas persecuciones se atribuyen a dos causas: 1) el gran celo evangelizador de los cristianos por convertir a otros y 2) su postura intransigente en cuanto a dar a Dios, y no a César, las cosas que son de Dios. (Mr 12:17.)

[Fotografí­a en la página 866]
La Ví­a Apia, por la que viajó Pablo hacia Roma

Fuente: Diccionario de la Biblia

Fundada, según la tradición, en 753 a.C. sobre sus seis montes (peñascos formados donde la llanura lacia desciende hacia el lecho del Tíber en el primer cruce fácil desde la desembocadura), Roma, como lo han demostrado las excavaciones, fue, en su origen, lugar de confluencia y crisol, más que de asentamiento de un pueblo preexistente. El crecimiento de la población, estimulado en época temprana por los requerimientos estratégicos de los estados etruscos al N y al S, adquirió su propio ímpetu, y mediante una política liberal de concesión de derechos, único en la antigüedad, Roma atrajo a su seno hombres e ideas de todas partes del Mediterráneo, hasta que casi 1.000 años después de su comienzo había incorporado todas las restantes comunidades civilizadas desde Gran Bretaña hasta Arabia. Roma era cosmopolita y el resto del mundo era romano. Mas esta misma facilidad de integración destruyó el carácter único de la ciudad, y la centralización estratégica que había determinado su crecimiento se perdió con la apertura del Danubio y el Rin, de modo que en la Edad Media Roma quedó poco más que como ciudad provinciana de Italia.

En la época del NT Roma se encontraba en pleno apogeo de su crecimiento. Conjuntos de viviendas de muchos pisos alojaban a un proletariado de más de un millón de personas, procedentes de todas partes. La aristocracia, que se volvió igualmente internacional debido a los favores domésticos de los césares, prodigaron los beneficios de tres continentes en villas suburbanas y propiedades campestres. Los mismos césares colmaron el centro de la ciudad con un impresionante conjunto de edificios públicos, quizá jamás igualado en capital alguna. La misma concentración de riqueza proveyó a las concentradas masas de población de generosos subsidios económicos y de entretenimientos. También atrajo el talento literario y artístico de otros países. Como asiento del senado y de la administración cesárea, Roma mantuvo contacto diplomático con todos los demás estados del Mediterráneo, y el tráfico de comestibles y productos suntuarios fortificó los vínculos.

I. Roma en el pensamiento neotestamentario

Con frecuencia se ha supuesto que Hechos de los Apóstoles es una odísea apostólica ubicada entre Jerusalén y Roma, estos últimos como símbolos de judíos y gentiles. El polo puesto a Jerusalén, sin embargo está indicado como “lo último de la tierra” (Hch. 1.8), y, si bien el relato concluye en Roma, no se hace gran hincapié en este hecho. La atención se concentra en la lucha legal entre Pablo y los opositores judíos, y el viaje a Roma sirve como resolución de esto, incidente que culmina allí con la censura de los judíos por Pablo y la predicación del evangelio a los gentiles sin impedimento. El tema del libro parece ser la liberación del evangelio de su matriz judaica, y Roma proporciona un claro punto terminal en dicho empeño.

En Apocalipsis, empero, Roma adquiere una significación francamente siniestra. “La gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra” (Ap. 17.18), asentada sobre siete montes (v. 9), o sobre “las aguas” que son “pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas” (v. 15), es sin lugar a dudas la capital imperial. El vidente, escribiendo en Asia Menor, centro del tráfico de artículos suntuarios más grande de la antiguedad, revela lo que sienten los que sufrieron a través del consorcio con Roma. Se burla de la famosa componenda con “los reyes de la tierra que… con ella han vivido en deleites” (Ap. 18.9), y cataloga el suntunso tráfico (vv. 12–13) de los “mercaderes de la tierra” que “se han enriquecido de la potencia de sus deleites” (v. 3). Estigmatiza el brillo artístico de la ciudad (v. 22). El grado de difusión de ese odio nos es desconocido. En este caso la razón es clara. Roma ya ha bebido “la sangre de los mártires de Jesús” (Ap. 17.6).

II. Origen del cristianismo en Roma

Por lo que hace al. NT, no está claro cómo se inició el círculo de los cristianos en Roma, ni tampoco si constituían una iglesia en el sentido corriente. No hay ninguna referencia clara a reuniones o actividades de la iglesia como tal, y menos a obispos o sacramentos. La iglesia de Roma sencillamente no aparece en nuestros documentos. Digamos de entrada que esto no significa necesariamente que ella no se hubiese formado todavía. Puede haber ocurrido, simplemente, que esa iglesia no estaba íntimamente relacionada con Pablo, apóstol con el cual se relaciona la mayor parte de nuestra información..

El primer vínculo conocido de Pablo con Roma fue cuando se encontró con *Aquila y Priscila en Corinto (Hch. 18.2). Ellos habían abandonado la ciudad de Roma como resultado de la expulsión de los judíos por Claudio. Como no se indica que ya fueran cristianos, la cuestión tiene que quedar en suspenso. Dice Suetonio (Claudio, 25) que la cuestión que se suscitó en Roma la ocasionó un tal Cresto. Como esto podría ser variante de Cristo, se ha sostenido con frecuencia que el cristianismo ya había llegado a Roma. Suetonio, empero, tenía conocimiento del cristianismo, y, aun cuando hubiese cometido un error, la agitación en torno a Cristo podría haberla ocasionado cualquier movimiento mesiánico judío, y no necesaria ni únicamente el cristianismo. No hay indicio alguno en la Epístola a los Romanos de que hubiese habido algún conflicto entre judíos y cristianos en Roma, y cuando Pablo mismo llegó a Roma los líderes judíos manifestaron no conocer personalmente la secta (Hch. 28.22). Esto no sólo hace improbable el que hubiese habido un enfrentamiento, sino que agudiza la cuestión de la naturaleza de la organización cristiana en Roma, ya que sabemos que para esta época existía una comunidad bastante numerosa allí.

Varios años después de encontrarse con Aquila y Priscila, Pablo decidió que le era “necesario ver también a Roma” (Hch. 19.21). Cuando escribió la epístola, poco después, su plan consistía en visitar a sus amigos en esa ciudad de paso a España (Ro. 15.24). Se menciona un buen círculo de tales amigos (cap. 16), que llevaban allí “muchos años” (Ro. 15.23), y eran muy conocidos en los círculos cristianos en otras partes (Ro. 1.8). El deseo de Pablo de no querer “edificar sobre fundamento ajeno” (Ro. 15.20) no se refiere necesariamente a la situación en Roma; puede significar simplemente que esa era la razón por la cual su obra en otras partes había llevado tanto tiempo (Ro. 15.22–23); más aun, la autoridad que asume en la epístola deja poco lugar para otro líder. La suposición más natural, teniendo en cuenta las pruebas internas, es la de que Pablo le escribe a un grupo de personas que se ha formado en Roma en el curso de los años, después de haber tenido algún contacto con él en las diversas iglesias fundadas por él. A varios de ellos se los describe como “parientes”, otros han trabajado con él en el pasado. Les presenta una persona nueva para ellos (Ro. 16.1). Si bien algunos llevan nombres romanos, debemos suponer que se trata de extranjeros recientemente aceptados como ciudadanos, o por lo menos que la mayoría de ellos no son romanos, ya que las referencias de Pablo al gobierno aluden a la capital y al derecho a imponer tributo a los no romanos en particular (Ro. 13.4, 7). Si bien algunos son judíos, el grupo parece disfrutar de una vida independiente apartada de la comunidad judía (cap. 12). La referencia, en por lo menos cinco casos, a casas o grupos familiares (Ro. 16.5, 10–11, 14–15) insinúa la posibilidad de que esta haya sido la base del modo de asociación de los creyentes allí.

Cuando por fin Pablo llegó a Roma, varios años después, “los hermanos” salieron a su encuentro (Hch. 28.15). No aparecen otra vez, sin embargo, ni en conexión con las relaciones de Pablo con las autoridades judías, ni tampoco, en lo poco que dice la breve información, durante sus dos años de encarcelamiento. Las siete cartas que se supone pertenecen a este período contienen a veces saludos de “los hermanos, aunque en general se relacionan con mensajes personales. La referencia a predicadores rivales (Fil. 1.15) es lo que más se aproxima a una prueba neotestamentaria clara de alguna contribución no paulina al cristianismo romano. Por otra parte, la suposición de la existencia de alguna iglesia organizada independientemente de Pablo podría explicar, tal vez, el carácter amorfo del cristianismo romano en sus escritos.

III. ¿Estuvo Pedro en Roma alguna vez?

A fines del ss. II d.C. aparece la tradición de que Pedro había trabajado en Roma y que había muerto allí como mártir, y en el ss. IV surge la afirmación de que fue el primer obispo de la iglesia romana. Estas tradiciones nunca fueron discutidas en la antigüedad, y no son inconsecuentes con los indicios neotestamentarios. Por otra parte, en el NT no hay nada que las apoye claramente. La mayoría de los entendidos supone que “Babilonia” (1 P. 5.13) es un modo secreto de hacer referencia a Roma, pero, si bien hay paralelos de esto en la literatura apocalíptica, es difícil demostrar que fuera necesario obrar con tanto sigilo en una carta, como también a quién se podía engañar de esta manera, cuando el significado tenía que ser obvio para un círculo tan amplio de lectores. La llamada Primera epístola de Clemente, escrita cuando el recuerdo de los apóstoles se conservaba todavía en los miembros de la iglesia romana que aún vivían, se refiere tanto a Pedro como a Pablo en términos que sugieren que ambos murieron como mártires allí. El hecho desconcertante de que esto no se afirma claramente puede, desde luego, significar simplemente que se lo sobrentendía. De aproximadamente un siglo más tarde nos llega la información de que había “trofeos” de Pedro en el monte Vaticano y de Pablo en el camino a Ostia. Tomando como base la suposición de que se trataba de tumbas, las dos iglesias que llevan los nombres apostólicos fueron erigidas en dichos lugares en época posterior. Las excavaciones vaticanas han revelado un monumento que bien podría ser el “trofeo” de Pedro del ss. II. Está vinculado con un cementerio que se usaba a fines del ss. I.

Todavía carecemos, sin embargo, de indicios concretos en tanto a la presencia de Pedro en Roma. Las excavaciones fortalecen la tradición literaria, desde luego, y a falta de otras pruebas debemos aceptar la clara posibilidad de que Pedro haya muerto en Roma. El que haya fundado la iglesia allí, y que la haya gobernado por algún tiempo, son aspectos que tienen apoyo mucho más precario en la tradición, y tienen en contra el obstáculo casi insuperable del silencio de las epístolas paulinas.

La tradición del martirio de los apóstoles recibe el apoyo de las dramáticas circunstancias de la matanza del 64 d.C. (* Nerón). El relato de Tácito (Anales 15.44) y la breve información de Suetonio (Nerón 16) proporcionan varios datos sorprendentes acerca de la comunidad cristiana de Roma. Su número se describe como muy grande. Su relación con Jesús se entiende claramente, y sin embargo se distingue del judaísmo. Es objeto de temor y aversión populares por razones que no se explican, aparte de una referencia al “odio a la raza humana”. Por ello las atrocidades de Nerón no hacen más que destacar la aversión con que fueron recibidos los cristianos en la metrópoli del mundo.

Bibliografía. °O. Cullmann, Pedro, discípulo, apóstolo, mártir (en portugués), 1964; W. Durant, César y Cristo, 1955.

Véase bajo * Imperio romano. J. P. V. D. Balsdon, Life and Leisure in Ancient Rome, 1974; O. Cullmann, Peter: Disciple, Apostle, Martyr, 1962.

E.A.J.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico