SANTISIMO

Exo 26:33 separación entre el lugar santo y el s
1Ki 6:27 puso estos querubines .. en el lugar s
Pro 9:10 el conocimiento del S es la inteligencia


(Véanse TABERNíCULO, TEMPLO)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Término aplicado a realidades espirituales de suprema significación religiosa. Preferentemente se aplica al Sacramento eucarí­stico, en cuanto contiene misteriosamente la presencia real y corporal del mismo Jesús.

El Santí­simo Sacramento del altar, o simplemente “el Santí­simo”, se entiende normalmente referido ante todo a la Eucaristí­a, sacramento que expresa, como signo sensible, la presencia misteriosa de Cristo en medio de los hombres y la gracia divina que se concede a cuanto lo reciben, lo venera, y asumen la grandeza de su misterio.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El cuarto más interior del tabernáculo y, más tarde, del templo; también llamado el Santo de Santos. (Ex 26:33, nota; 1Re 6:16.) El Santí­simo del tabernáculo probablemente era cúbico, de 10 codos (cerca de 4,5 m.) de lado; las dimensiones del Santí­simo en el templo construido por Salomón eran dos veces las del tabernáculo, lo que significa que tení­a un volumen ocho veces mayor. (Ex 26:15, 16, 18, 22, 23; 1Re 6:16, 17, 20; 2Cr 3:8.)
El sumo sacerdote solamente entraba en el Santí­simo el Dí­a de Expiación anual; nadie más podí­a pasar en ningún momento de la cortina que separaba este cuarto del Santo. (Le 16:2.) Dentro del Santí­simo, el sumo sacerdote se veí­a rodeado por los querubines bordados en colores en la parte interior del tabernáculo y en la cortina. (Ex 26:1, 31, 33.) En el templo de Salomón, las paredes y el techo eran de madera de cedro recubierta de oro, y en las paredes habí­a grabados querubines, figuras de palmeras, adornos en forma de calabazas y flores. (1Re 6:16-18, 29; 2Cr 3:7, 8.)
En las Escrituras se dice que el sumo sacerdote entraba tres veces en el Santí­simo durante el Dí­a de Expiación: primero, con el incensario de oro de incienso perfumado encendido con brasas del altar; una segunda vez, con la sangre del toro, la ofrenda por el pecado para la tribu sacerdotal, y, finalmente, con la sangre del macho cabrí­o, la ofrenda por el pecado para el pueblo. (Le 16:11-15; Heb 9:6, 7, 25.) Salpicaba la sangre de los animales al suelo ante el arca del pacto, sobre cuya cubierta habí­a querubines de oro y una nube representaba la presencia de Jehová. (Ex 25:17-22; Le 16:2, 14, 15.) Esa nube debí­a resplandecer como una luz brillante, siendo la única luz que habí­a en este compartimiento del tabernáculo, pues en él no habí­a ningún candelabro.
Mientras el tabernáculo estuvo en el desierto, todo el campamento de Israel podí­a ver sobre el Santí­simo una nube durante el dí­a y una columna de fuego por la noche. (Ex 13:22; 40:38; Nú 9:15; compárese con Sl 80:1.)

El Arca no estuvo en los templos posteriores. No se sabe cuándo ni cómo desapareció el arca del pacto. Al parecer, los babilonios no la tomaron cuando saquearon y destruyeron el templo en 607 a. E.C., pues no se la incluye entre los objetos del templo que se llevaron. (2Re 25:13-17; Esd 1:7-11.) Ni en el segundo templo, construido por Zorobabel, ni en el templo más lujoso de Herodes habí­a un Arca en el Santí­simo. Cuando Jesucristo murió, Jehová expresó su ira haciendo que la gruesa cortina que separaba el Santo del Santí­simo se rasgara en dos de arriba a abajo. Los sacerdotes que estaban trabajando en el Lugar Santo pudieron ver entonces el interior del Santí­simo y notar que en ese compartimiento no habí­a ninguna Arca que representara la presencia de Jehová entre ellos. Esta acción de Dios confirmó que los sacrificios de expiación que ofrecí­a el sumo sacerdote judí­o ya no tení­an valor y que no se necesitaban los servicios del sacerdocio leví­tico. (Mt 27:51; 23:38; Heb 9:1-15.)

Uso simbólico. El compartimiento Santí­simo de la tienda de reunión o tabernáculo contení­a el arca del pacto; la cubierta del Arca, sobre la que habí­a dos querubines de oro, representaba el trono de Jehová. De modo que el Santí­simo se empleó en sentido figurado para representar el lugar donde mora Jehová Dios, el cielo mismo. La carta inspirada a los Hebreos enseña esto cuando compara la entrada del sumo sacerdote de Israel en el Santí­simo un dí­a al año —el Dí­a de Expiación—, con la entrada del gran Sumo Sacerdote, Jesucristo, en el lugar representado por el Santí­simo, un vez para siempre con su sacrificio por los pecados. Explica: †œEn el segundo compartimiento [el Santí­simo] el sumo sacerdote entra solo, una vez al año, no sin sangre, que él ofrece por sí­ mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo. […] Esta misma tienda es una ilustración para el tiempo señalado que está aquí­ ahora […]. Sin embargo, cuando Cristo vino como sumo sacerdote de las cosas buenas que han llegado a realizarse, mediante la tienda más grande y más perfecta no hecha de manos, es decir, no de esta creación, él entró —no, no con la sangre de machos cabrí­os y de torillos, sino con su propia sangre— una vez para siempre en el lugar santo, y obtuvo liberación eterna para nosotros. Por lo tanto, fue necesario que las representaciones tí­picas de las cosas en los cielos fueran limpiadas por estos medios [es decir, salpicadas con sangre de sacrificios animales], pero las mismas cosas celestiales con sacrificios que son mejores que dichos sacrificios. Porque Cristo entró, no en un lugar santo hecho de manos, el cual es copia de la realidad, sino en el cielo mismo, para comparecer ahora delante de la persona de Dios a favor de nosotros†. (Heb 9:7-12, 23, 24.)
De modo que Jesucristo, en calidad de gran Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec, cumplió lo que el sumo sacerdote de Israel de la lí­nea de Aarón solo podí­a hacer de manera tí­pica cuando entraba en el Santí­simo terrestre. (Heb 9:24.) Los hermanos espirituales de Cristo, coherederos con él, reciben fortaleza de las siguientes palabras de la misma carta a los Hebreos: †œTengamos nosotros, los que hemos huido al refugio, fuerte estí­mulo para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. Esta esperanza la tenemos como ancla del alma, tanto segura como firme, y entra cortina adentro, donde un precursor ha entrado a favor nuestro, Jesús, que ha llegado a ser sumo sacerdote a la manera de Melquisedec para siempre†. (Heb 6:18-20.)
Pablo animó de nuevo a estos cristianos a que se acercasen a Dios con libertad y confianza y se adhirieran a su esperanza sin titubear, diciéndoles: †œPor lo tanto, hermanos, puesto que tenemos denuedo respecto al camino de entrada al lugar santo por la sangre de Jesús, el cual él nos inauguró como camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne, y puesto que tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazones sinceros en la plena seguridad de la fe, pues los corazones se nos han limpiado por rociadura de una conciencia inicua, y los cuerpos se nos han lavado con agua limpia. Tengamos firmemente asida la declaración pública de nuestra esperanza sin titubear, porque fiel es el que ha prometido†. (Heb 10:19-23.)

Fuente: Diccionario de la Biblia