SEPULCRO

v. Hades, Hoyo, Infierno, Muerte, Seol, Sepultura
Exo 14:11 dijeron a .. ¿No había s en Egipto, que
2Ki 13:21 arrojaron el cadáver en el s de Eliseo
Job 3:22 se alegran .. se gozan cuando hallan el s
Job 33:18 detendrá su alma del s, y su vida de que
Job 33:22 su alma se acerca al s, y su vida a los
Psa 5:9 s abierto es su garganta, con su lengua
Psa 88:11 ¿será contada en el s tu misericordia, o
Pro 28:17 huirá hasta el s, y nadie le detendrá
Ecc 9:10 porque en el s, adonde vas, no hay obra
Son 8:6 el amor; duros como el s los celos; sus
Jer 5:16 aljaba como s abierto, todos valientes
Jer 20:17 y mi madre me hubiera sido mi s, y su
Eze 32:23 gente está por los alrededores de su s
Eze 37:12 he aquí yo abro vuestros s, pueblo mío
Mat 8:28 dos endemoniados que salían de los s
Mat 23:27 porque sois semejantes a s blanqueados
Mat 23:29 edificáis los s de los profetas, y adornáis
Mat 27:52 se abrieron los s, y muchos cuerpos de
Mat 27:60; Mar 15:46; Luk 23:53 s nuevo .. en una peña
Mat 28:1 Magdalena y la otra María, a ver el s
Mar 5:2 vino a .. de los s, un hombre con un
Mar 15:46 hizo rodar una piedra a la entrada del s
Mar 16:2 la semana, vinieron al s, ya salido el sol
Luk 8:27 ropa, ni moraba en casa, sino en los s
Luk 11:44 que sois como s que no se ven, y los
Luk 11:47 edificáis los s de los profetas a quienes
Luk 24:1 día .. vinieron al s, trayendo las especias
Luk 24:12 pero levantándose Pedro, corrió al s
Joh 5:28 todos los que están en los s oirán su voz
Joh 11:17 cuatro días que Lázaro estaba en el s
Joh 11:31 siguieron, diciendo: Va al s a llorar allí
Joh 19:41 había .. en el huerto un s nuevo, en el
Joh 20:1 fue de mañana, siendo aún oscuro, al s
Joh 20:6 Simón Pedro .. entró en el s, y vio los
Rom 3:13 s abierto es su garganta; con su lengua
1Co 15:55 ¿dónde .. ¿dónde, oh s, tu victoria?


(heb., qever, she†™ol; gr., mnemeion). Lugar para enterrar a los muertos, sepulcro. Las tumbas no eran más que hoyos en la tierra (Gen 35:8; 1Sa 31:13), cuevas o grutas naturales, o tumbas artificiales talladas en la piedra (Joh 11:38). Se colocaban piedras planas en las tumbas como marcadores para advertir a los transeúntes que no incurrieran en inmundicia ceremonial por pisarlas inadvertidamente. Se blanqueaban las piedras cada año, lo cual proveyó el trasfondo para la denuncia que Jesús hizo de los fariseos (Mat 23:27).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

A veces eran cuevas excavadas por el hombre en la roca, con una piedra circular en la entrada que pesaba de 2 a 3 toneladas, Mat 27:60, Luc 24:2, Jua 20:1, Jua 11:38-41.

Templo del Santo Sepulcro: Templo que construyó Constantino en el año 325 en Jerusalén, donde se supone que estuvo el Santo Sepulcro de Cristo.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, CONS

ver, TUMBA

vet, Cavidad del suelo donde reposa un despojo mortal. Los judí­os eran en ocasiones sepultados en tumbas cavadas en tierra (Tob. 8:11, 18), pero con mayor frecuencia en cuevas artificiales o naturales (Gn. 23:9; Mt. 27:60; Jn. 11:38). (Véase TUMBA.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(-> muerte, tumba, resurrección, apariciones, Marí­a Magdalena). Los sepulcros forman parte del ritual de la religión israelita, que supone que los cuerpos de los muertos han de ser enterrados “para que descansen en paz”. La Biblia recuerda bastantes sepulcros, desde el de Sara en la cueva de Macpela, junto a Hebrón (Gn 23,1-20), hasta el de Lázaro, abierto por la palabra de Jesús (Jn 11,17-34). Especial interés recibió el tema de los sepulcros en los siglos anteriores a Jesús, cuando se iba poniendo de relieve la esperanza de la resurrección, vinculada incluso con la conservación de los huesos del cadáver.

(1) Jesús contra una religión de sepulcros. En ese contexto ha de situarse la crí­tica de Jesús en contra de la religión de los “constructores de sepulcros”, vinculada con el tema de los profetas asesinados: “Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas, pues vuestros padres los habí­an matado. Así­ sois testigos (de ello) y aprobáis las obras de vuestros padres, porque ellos mataron y vosotros, por vuestra parte, edificáis” (Lc 11,47-48). Este mecanismo de elevar sepulcros a los asesinados (divinizándolos de algún modo) está presente en la historia de casi todos los pueblos: precisamente aquellos que han sido asesinados (como chivos* expiatorios) se vuelven garantes de la paz social. En esta lí­nea se puede hablar de una religión funeraria de los “sepulcros blanqueados” (Mt 23,27), propia de aquellos que elevan tumbas hermosas a los asesinados (plano ideológico) para seguir siendo asesinos (plano real). Los que edifican sepulcros suponen que están honrando la memoria de los muertos, pero hacen algo muy distinto: en el fondo quieren enterrar mejor a los asesinados, aprovechando su memoria para seguir imponiendo su violencia (es decir, para matar a los profetas del presente). El evangelio de Mateo ha insistido en el tema, aplicándolo a los escribas y fariseos: “Con esto dais testimonio contra vosotros mismos de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros, pues, colmad la medida de vuestros padres!” (Mt 23,3132). Al construir los monumentos de los mártires, diciendo que quieren distanciarse de sus padres asesinos (que mataron a los profetas), los hijos siguen aprobando su violencia y viviendo de ella. De esta forma se expresa la retórica asesina de la muerte, propia de una ley que “sacraliza” en un plano a las ví­ctimas para seguir aprovechándose de ellas (matándolas mejor). Eso significa que necesitamos enemigos: primero para asesinarlos y después para cultivar nuestra propia identidad. De esa forma recibimos, asumimos y consolidamos sobre el mundo la cultura de la muerte. Necesitamos matar para vivir y de esa forma nuestra misma estructura social viene a mostrarse como culto a la muerte. Primero matamos y después (al mismo tiempo) divinizamos o sacralizamos a los muertos, trazando así­ la primera ley de nuestra vida. Sobre la sangre derramada de los enemigos (dioses u hombres) hemos elevado nuestra cultura.

(2) No tuvo sepulcro. La tumba de Jesús. Constituye uno de los temas más fascinantes de la exégesis del Nuevo Testamento, vinculado a su muerte y a su resurrección. La tradición más antigua es muy sobria y sólo dice que Jesús “fue enterrado” (1 Cor 15,4), ratificando de esa forma su muerte. Algunos cristianos posteriores han querido saber dónde se hallaba su tumba, suponiendo que debí­a ser “honorable”, como las que hací­an construir los hombres ricos de Jerusalén. Pero, como hemos visto, Jesús habí­a mostrado una fuerte reticencia ante el tema de las tumbas (Mt 8,21-22; cf. Mt 23,29-33). Por otra parte, en contra de la posibilidad de que Jesús tuviera una tumba honorable, se viene elevando desde antiguo un argumento sólido: los romanos solí­an dejar que los ajusticiados públicos quedaran sobre el patí­bulo, para escarmiento, o los arrojaban a una fosa común donde se consumí­an, sin honor público, también para escarmiento de otros posibles malhechores. Sobre esa base, muchos investigadores protestantes y católicos vienen afirmando que Jesús no fue enterrado con honor, sino abandonado por los romanos a las aves y fieras carroñeras o arrojado en una tumba común, un pudridero para condenados, al que ningún hombre puro podí­a acercarse. En este contexto se inscribe y entiende otro argumento, que aparece en el texto de Juan y que parece en principio fiable: Pilato estarí­a dispuesto a dejar en la cruz los cuerpos de Jesús y sus compañeros ajusticiados, para escarmiento duradero de quienes se acercaran por aquel camino a la ciudad. Pero los judí­os (= autoridades de Jerusalén) le pidieron que los enterrara, pues los cuerpos o cadáveres de los ajusticiados manchaban la tierra y corrompí­an la ciudad, sobre todo en un tiempo de fiesta como Pascua (Jn 19,31-37; cf. Dt 21,22-23). Parece que Hch 13,29 se inscribe en esa misma lí­nea, cuando afirma que “los judí­os bajaron a Jesús de la cruz y lo enterraron”. Según eso, habrí­an sido judí­os los que enterraron a Jesús, con permiso de Pilato (o de los romanos), por razones de pureza ritual. En este contexto pueden trazarse tres posibilidades: (a) Los ju dí­os pidieron a Pilato que bajara de la cruz a los tres ajusticiados, de manera que fueron los mismos romanos quienes los enterraron, en alguna fosa común o cementerio para condenados, junto a la colina de la crucifixión, llamada Gólgota o Lugar de Calavera (cf. Mc 15,22; Lc 23,33), quizá porque se encontraba allí­ una fosa con cuerpos o cráneos desnudos de los ajusticiados, (b) Los judí­os pidieron los cadáveres y ellos mismos los enterraron con prisa, antes que llegara el sábado pascual, sin unción ni ceremonias funerarias, en un lugar propio de ajusticiados e impuros, de manera que ni ellos ni los discí­pulos pudieron luego identificar y separar los tres últimos cadáveres, para enterrar con honor el de Jesús, (c) Hubo una tumba noble. La tradición de Mc 15,42-15,8 y la histórica evangélica posterior suponen que hubo un judí­o honorable, llamado José de Arimatea, que pidió el cuerpo de Jesús (no el de los otros dos ajusticiados) y lo enterró en un sepulcro puro, excavado en la roca. Esta tercera posibilidad resulta, en principio, la más inverosí­mil, pues parece creada ad hoc por los cristianos, para simbolizar la experiencia pascual, interesándose sólo por Jesús y no por sus compañeros de suplicio. Además, según ella, José no habrí­a enterrado a Jesús para evitar la impureza de un cadáver pudriéndose a la entrada de la ciudad, sino por un cariño o respeto especial a su persona. De todas formas, esta posibilidad se ha impuesto en la tradición posterior. Sea como fuere, la Iglesia cristiana supone que Jesús fue enterrado por extraños y que unas mujeres de su grupo no lograron después encontrar su cadáver. (3) Evangelio de Marcos (Mc 15,42-16,8). Marcos sabe que a Jesús no le han enterrado sus discí­pulos, ni sus familiares, cosa que probablemente le hubiera gustado contar (como en Mc 6,29, cuando habla del entierro del Bautista). En su relato confluyen y culminan diversas tradiciones, que él ha recreado desde su propia teologí­a. Sabemos ya, por Mc 14,3-9, que el cuerpo de Jesús habí­a sido ungido para un tipo de entierro distinto del que hizo José de Arimatea (15,42-47) y del que quisieron hacer las mujeres (16,1). Desde esa base, y situando el tema en el conjunto de Me, podemos destacar dos elementos más significativos: (a) José de Arimatea (15,42-47). Es posible que su nombre pertenezca a la tradición y que realmente fuera él quien se encargó, como delegado del Sanedrí­n, de la sepultura de Jesús. Mc 15,43 afirma que “esperaba el reino de Dios”, quizá para insinuar que no enterró a Jesús por orden del Sanedrí­n, sino por su propia iniciativa piadosa. De todas formas, su acción suscita una pregunta evangélica: ¿Por qué se ocupa sólo de Jesús y no de los otros crucificados, que también ensuciaban la tierra, y por qué le entierra en un sepulcro noble, excavado en la roca, sí­mbolo de profundidad cósmica, poniendo a la entrada una piedra corredera, que parece signo de las puertas del infierno? (Mc 15,46). (b)Las mujeres. Parece históricamente probable que buscaran el cuerpo de Jesús y no lograran encontrarlo, por las razones arriba expuestas, pues los romanos o judí­os le enterraron en una sepultura común, quizá custodiada, de forma que resultaba irrealizable desenterrar y ungir el cadáver. Es posible, pero menos probable, que hubiera una tumba especial de Jesús que ellas conocieran (15,47) y que la buscaran y hallaran abierta y vací­a y sin cadáver (conforme a la letra actual del texto). Sea como fuere, Marcos rechaza y supera la intención de las mujeres. Ellas buscaban un cadáver, pero han encontrado algo mayor: la Palabra de pascua. Querí­an un muerto para embalsamarlo, pero encuentran (escuchan) una voz que les manda proclamar la Vida: no está aquí­, ha resucitado y os precede a Galilea (16,6-7). La tradición que está en el fondo de Mc 15,42-16,8 parece suponer que algunos cristianos de Jerusalén añoraban la tumba de Jesús: querí­an fijar su memoria en una sepultura noble, visible, excavada en la roca. Es posible que estuvieran deseando instaurar un tipo de culto funerario. Pues bien, en contra de eso, el texto actual de Marcos confiesa que el sepulcro está vací­o. Por eso, los discí­pulos de Jesús deben superar la tentación de mantenerse vinculados a una tumba.

(4) Los demás evangelios. Siguen en la misma lí­nea de Marcos, pero destacando la importancia honorable del sepulcro de Jesús, (a) Lucas supone que José de Arimatea era un hombre bueno y justo, que no habí­a colaborado con el Sanedrí­n en la condena de Jesús (Lc 23,50), y añade que el sepulcro donde él enterró a Jesús no habí­a sido utilizado previamente (Lc 23,53), dato que sirve para destacar el carácter honorable del entierro de Jesús y, sobre todo, para hacer que en la tumba no hubiera huesos de cuerpos anteriores, que pudieran confundirse con los de Jesús. Estos datos son importantes desde una teologí­a de la Iglesia honorable y pura, pues evocan el triunfo final de la vida sobre la muerte, pero desde una perspectiva histórico-teológica, aplicados a un Jesús que habí­a sido condenado como maldito y, por tanto, como impuro (cf. Gal 3,10), al lado de otros condenados (no separándose de ellos), resultan, por lo menos, sospechosos: no van en la lí­nea del Jesús que compartí­a la vida con los impuros de su pueblo, (b) Mateo añade que José de Arimatea habí­a sido un discí­pulo de Jesús (Mt 27,57), pero su mayor novedad está en afirmar que los sumos sacerdotes y fariseos pidieron a Pilato que pusiera una guardia militar junto al sepulcro, para evitar que sus discí­pulos robaran el cadáver (cf. Mt 27,52-66; 28,11-15). En el fondo de ese dato puede hallarse el recuerdo histórico de unos soldados que custodiaban las fosas comunes de criminales y ajusticiados, para evitar algún tipo de robo o rebelión. Esos soldados aparecen así­ como signo de un sistema de violencia militar que, al fin, no tiene más función que la de vigilar sobre los muertos. Por su parte, la referencia al dinero que las autoridades judí­as pagan a los soldados romanos, para que controlen la tumba de Jesús, refleja una polémica posterior: algunos judí­os acusan a los cristianos de haber robado el cadáver de Jesús y otros cristianos les contestan diciendo que ellos, los judí­os, han querido sobornar con dinero a los romanos, (c) Juan introduce en el entierro de Jesús un nuevo personaje, llamado Nicodemo, que habí­a sido discí­pulo oculto de Jesús (Jn 19,38-41; cf. Jn 3,1-21). Por otra parte, Jn 20,15 sitúa el sepulcro en un huerto, signo de gran distinción, pues sólo los muy ricos podí­an poseer junto a Jerusalén un huerto, para recibir allí­ una sepultura honorable, separados de la masa de los pobres y los ajusticiados. En ese contexto se sitúa la escena de Marí­a Magdalena que busca el cadáver de Jesús en ese jardí­n, que ahora parece el jardí­n del paraí­so original. También es importante y simbólica la escena de Pedro y el discí­pulo amado (Jn 20,1-10). Ambos corrieron hacia el sepulcro, llegó antes el Discí­pulo Amado, pero entró primero Simón Pedro “y comprobó que las vendas de lino estaban allí­ y también el paño que habí­an colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no con las vendas, sino doblado y colocado aparte. Entonces entró también el otro discí­pulo, que habí­a llegado primero al sepulcro; vio y creyó” (Jn 20,3-8).

(5) Conclusiones. Sentido histórico y teológico. Estos son los textos básicos sobre la tumba vací­a, que la Iglesia ha transmitido no como prueba histórica de la resurrección, sino como signo de una fe pascual, que ella confiesa ya por su experiencia de las apariciones. Lógicamente, esos textos poseen más valor simbólico que histórico. Por eso, en un plano de historia (saber lo que pasó) y de biologí­a (saber cómo se descompuso o desmaterializó el cadáver de Jesús) debemos tener mucha sobriedad, pues resulta difí­cil alcanzar conclusiones “cientí­ficas”. Con los medios de la exégesis, parece difí­cil afirmar que Jesús tuvo un entierro honorable y que su tumba (propia de un rico y famoso judí­o) se encontró vací­a. Parece más probable que fuera enterrado como un ajusticiado polí­tico peligroso y que ninguno de los suyos pudiera llegar hasta su tumba (que era maldita, quizá protegida por una prohibición), distinguiendo su cadáver y separándolo de otros cadáveres de crucificados o ajusticiados, que se iban consumiendo sin honor. Dicho eso, debemos añadir que, de forma sorprendente, los evangelios no han evocado el tema de la tumba de Jesús para apoyar en ella la fe en la resurrección, sino para quitarle valor, diciendo que Jesús resucitado no se encuentra allí­ (ni vendrá desde la tumba a culminar su obra), sino que está presente en su mensaje.

Cf. R. E. BROWN, La Muerte del Mesí­as I, Verbo Divino, Estella 2005; J. D. CROSSAN, El nacimiento del cristianismo, Sal Terrae 2002; R. H. FULLER, The Formation ofthe Resurrection Narratives, SPCK, Londres 1972; G. LüdeMANN, Resurrección, Trotta, Madrid 2001; X. MARXSEN, La resurrección de Jesús como problema histórico y teológico, Sí­gueme, Salamanca 1979; Ph. PERKINS, Resurrection. New Testament Witness and Contemporary Reflection, Chapman, Londres 1984; X. PIKAZA, La nueva figura de Jesi’is, Verbo Divino, Estella 2002; M. SAWICKI, Seeing the Lord. Resurrection and Early Christian Practices, Fortress, Mineápolis 1994; U. WILCKENS, La resurrección de Jesús, Sí­gueme, Salamanca 1981.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Por el término †œsepulcro† generalmente se entiende una construcción levantada sobre el suelo que cubre o encierra los restos de uno o más muertos. Los hebreos y otros pueblos orientales acostumbraban a enterrar a sus muertos en cuevas naturales o nichos labrados en la roca. La palabra hebrea qé·ver es el término común en ese idioma para expresar la idea de una sepultura, sepulcro o cementerio. (Gé 23:7-9; Jer 8:1; 26:23.) De manera similar, el término relacionado qevu·ráh puede referirse a una sepultura en la tierra o a una tumba excavada en la roca. (Gé 35:20; 1Sa 10:2.)
La palabra común para sepulcro en griego es tá·fos (Mt 28:1), relacionada con un verbo (thá·pto) que significa †œenterrar†. (Mt 8:21, 22.) El término mne·ma (Lu 23:53) se refiere a una tumba, y mne·méi·on (Lu 23:55), a una tumba conmemorativa.
Como estas palabras hebreas y griegas se refieren a una sepultura individual o sepulcro, suelen usarse en plural cuando se refieren a varios sepulcros. Por lo tanto, se distinguen de la palabra hebrea sche´óhl y de su equivalente griego hái·des, que se refieren a la sepultura común de toda la humanidad o dominio del sepulcro, palabras que siempre se emplean en singular. Por esta razón, muchas traducciones modernas no han seguido a la Versión Valera de 1909, donde sche´óhl y hái·des se traducen indistintamente por las palabras †œinfierno†, †œsepulcro†, †œsepultura†, †œabismo†, †œfosa† y otras, sino que han transliterado los términos originales al español. (Véanse HADES; SEOL.)
Sin embargo, dado que la entrada de una persona en el Seol tiene lugar cuando se la entierra en un sepulcro o una sepultura, las palabras relacionadas con tales lugares de entierro se usan como términos paralelos de Seol, aunque no equivalentes. (Job 17:1, 13-16; 21:13, 32, 33; Sl 88:3-12.)
En Romanos 3:13 el apóstol Pablo cita el Salmo 5:9, que asemeja la garganta de los hombres inicuos y engañosos a un †œsepulcro abierto†. Al igual que un sepulcro abierto ha de llenarse con muertos y con corrupción, su garganta se abre para hablar lo que es mortí­fero y corrupto. (Compárese con Mt 15:18-20.)
Era costumbre blanquear las tumbas para que las personas no las tocaran de modo fortuito y quedaran inmundas. Las tumbas de los alrededores de Jerusalén se blanqueaban un mes antes de la Pascua a fin de que nadie quedara inmundo en este perí­odo especial de adoración por haber tocado una tumba accidentalmente. Jesús empleó esta costumbre como base para ilustrar que los escribas y fariseos parecí­an rectos externamente, pero en el interior estaban †œllenos de hipocresí­a y de desafuero†. (Mt 23:27, 28.)
Aunque el sepulcro se asemeja a un hoyo del que el hombre naturalmente desea ser liberado, Job da atención a la desesperación de aquellas personas que sufren, quienes, por no tener una esperanza clara o un entendimiento de los propósitos de su Creador, buscan la muerte y †œse alborozan porque hallan una sepultura†. (Job 3:21, 22.) Tal actitud contrasta claramente con la de los hombres que dedicaron su vida al servicio de su Creador y abrazaron con confianza la promesa de una resurrección. (Sl 16:9-11; Hch 24:15; Flp 1:21-26; 2Ti 4:6-8; Heb 11:17-19; véase SEPULTURA.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

1. mnemeion (mnhmei`on, 3419), denota principalmente memorial (relacionado con mnaomai, recordar), luego monumento (significado de la palabra traducida “sepulcros” en Luk 11:47), cualquier cosa hecha para preservar la memoria de cosas y personas; por lo general denota un sepulcro, y se traduce así­ en todos los pasajes en que aparece, excepto en Mat 23:29 “monumentos”. Aparte de en los Evangelios, aparece solo en Act 13:29: Entre los hebreos, se trataba por lo general de una cueva, cerrada con una puerta o piedra, y frecuentemente decorada. Cf. Mat 23:29: 2. mnema (mnh`ma, 3418), relacionado con Nº 1, y a semejanza de él significando memorial o recuerdo de una persona muerta, y luego monumento funerario, y de ahí­ sepulcro. Se traduce “sepulcro” en Mc 5.3,5; 15.46; 16.2; Luk 8:27; 23.53; 24.1; Act 2:29; 7.16; en Rev 11:9, la RVR traduce “sean sepultados”, RV: “sean puestos en sepulcros”.¶ 3. tafos (tavfo”, 5028), relacionado con thapto, sepultar; originalmente entierro, luego, lugar para entierro, tumba o sepulcro. Aparece en Mat 23:27,29; 27.51,64,66; 28.1; metafóricamente, en Rom 3:13:¶ Nota: En 1Co 15:55, donde en TR aparece “Hades”, en los textos más comúnmente aceptados aparece thanatos, muerte. De acuerdo a la primera variante, la traducción literal serí­a: “¿Dónde de ti, muerte, la victoria? ¿Dónde de ti, Hades, el aguijón?”; de acuerdo a la segunda variante, “¿Dónde de ti, muerte, el aguijón?” La traducción “sepulcro”, no es justificada (véase RV, RVR, RVR77, VM, LBA). Besson, que sigue la variante Hades, traduce “¿Dónde está, mansión de los muertos, tu aguijón?” NVI, que sigue la variante thanatos, traduce “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?”

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

La sepultura de nuestro Señor es típica del método de sepultura a través de la Biblia. Además hay exacta equivalencia del uso de palabras hebreas y griegas. El AT usa principalmente qeḇer y qәḇûrāh, con alguna ayuda de šaḥaṯ; El NT usa mnēma, mnēmeion y tafos. Las palabras principalmente significan el lugar de sepultura—tumba, sepulcro, sepultura; también tienen una interesante significación metafórica paralela; esto es, características u ocurrencias humanas que eran consideradas como mortales en efecto (por ejemplo, Sal. 5:9; Jer. 5:16; Lc. 11:44; Ro. 3:13). Donde se usa šaḥaṯ (p. ej., Sal. 16:10), significa el sepulcro donde el cuerpo se descompone. Las referencias dadas muestran que para el AT el sepulcro marcaba un término más allá del cual impulsaba la fe. Al respecto, y en los usos ocasionales de «sepultura» en el sentido de «morada de los muertos», véase Hades, Infierno, Muerte.

John Alexander Motyer

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (571). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología