SION

v. Jerusalén
2Sa 5:7; 1Ch 11:5 David tomó la fortaleza de S
Psa 2:6 yo he puesto mi rey sobre S, mi santo
Psa 9:11 cantad a Jehová, que habita en S
Psa 14:7; 53:6


Sion (heb. Tsîyôn, quizá “poste de señalización” o “elevado”; gr. Sion). Originalmente fue el nombre del monte o de la colina sudoriental de la ciudad que con el tiempo llegarí­a a ser Jerusalén, y sobre la cual se hallaba la antigua fortaleza jebusea que tomó David y a la cual le dio el nuevo nombre de Ciudad de David (2Sa 5:7; 1Ki 8:1). Se encuentra entre los valles del Cedrón y Tiropeón, al sur de la colina donde estaba emplazado el templo. Cuando David trasladó el arca a su nueva capital, Sion llegó a ser especialmente el nombre del lugar donde Dios moraba. Por tanto, se lo usó para referirse a la colina nororiental después que Salomón construyó el templo allí­ y trasladó el arca hasta ese lugar (ls. 2:3; 8:18; etc.). De vez en cuando, sin embargo, el nombre Sion se aplicaba a toda la ciudad (33:20; 60:14), e inclusive a toda la nación de Israel (ls. 40 9; Zec 9:13). También se le daba a los habitantes de la ciudad de Jerusalén el nombre de “hijos e hijas de Sion” (Psa 48:11, 12; Isa 1:8; 10:32; Jl. 2:23; Zec 9:13; etc.). Se dice que la iglesia del NT, la legí­tima sucesora del pueblo de Dios del AT, se ha acercado al “monte de Sion” (Heb 12: 22, 23; cf 1Pe 2:5, 6), y finalmente se le da ese nombre al lugar donde Juan vio a los 144.000 que estaban con el “Cordero” (Rev 14:1). Desgraciadamente, desde la Edad Media el nombre Sion ha sido atribuido por error a la colina sudoccidental de Jerusalén (la “Ciudad Alta”). Esta aplicación del nombre hay que atribuirla a las tradiciones de aquel tiempo. Los judí­os se basaban en la descripción que hace Josefo de los muros de la ciudad, y los cristianos, en la ubicación de la iglesia denominada Santa Sion, construida en el lugar donde, según la tradición, se habrí­a encontrado el cenáculo -es decir, el aposento alto en el cual Jesús celebró la Santa Cena-, y que de allí­ en adelante fue por un buen tiempo el centro de las actividades de los cristianos en Jerusalén. Sin embargo, las excavaciones practicadas durante los últimos 75 años prueban que la ciudad de David estaba confinada a la colina sudoriental, y que la sudoccidental no llegó a formar parte de la ciudad hasta el reinado de Ezequí­as o de Manasés (fig 260, con la colina a la izquierda; figs 122, 278, 279). Mapa XVIII. En cuanto a la Sion original, véase David, Ciudad de.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

nombre de la fortaleza de los jebuseos, primitivos habitantes de Jerusalén, situada en la colina más oriental de la antigua ciudad de Jerusalén, la cual fue conquistada por David, ca. 1000 a. C., después de ser ungido rey de Israel, pues ya habí­a sido proclamado rey de Juda, 2 S 5, 6-7; 1 Cro 11, 5. El rey le dio el nombre de Ciudad de David, convirtiéndola en el centro polí­tico y religioso del reino unificado, pues en ella se instaló e hizo el santuario en el que albergó el Arca, 2 S 6, 12; 1 Cro 15. Como se identifica al monte S. como el sitio donde Salomón construyó el Templo, se le considera el monte sagrado, lugar de la morada de Dios, donde estableció su casa, Sal 74 (73), 2; 76 (75), 3; 99 (98), 2; Is 8, 18. S. también se usa en la Biblia para referirse a la ciudad de Jerusalén, Is 1, 27; Sal 2, 6; también llamada por el profeta †œhija de S.†, Is 1, 8. Para indicar a los habitantes de la ciudad, Sal 149, 2; Is 3, 16-17; 4, 4; Za 9, 13.

En el N. T. S. es la nueva Jerusalén, la Jerusalén celestial, la ciudad escatológica, Hb 12, 22; Ap 14, 1.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., tsiyon; gr., Sion, probablemente fortaleza). Uno de los montes sobre los cuales se hallaba Jerusalén. Se lo menciona por primera vez en el AT como una fortaleza jebusita (2Sa 5:6-9). David la capturó y la llamó la ciudad de David (1Ki 8:1; 2Ch 5:2; 2Ch 32:30; 2Ch 33:14). David trajo el arca a Sion, y el monte fue sagrado desde entonces (2Sa 6:10-12). Cuando más tarde Salomón trasladó el arca al templo sobre el cercano monte Moriah, el nombre Sion se extendió para incluir el templo (Isa 8:18; Isa 18:7; Isa 24:23; Joe 3:17; Mic 4:7). Sion vino a significar todo Jerusalén (2Ki 19:21; Salmo 48; 2Ki 69:35; 2Ki 133:3; Isa 1:8). El nombre se usa con frecuencia en forma figurada para designar la iglesia, constitución polí­tica judí­a (Psa 126:1; Psa 129:5; Isa 33:14; Isa 34:8; Isa 49:14; Isa 52:8) y el cielo (Heb 12:22; comparar Rev 14:1).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

No se identifica con la colina suroriental de Jerusalén (la ciudad de David). Por Sión hay que entender más bien la altura que, con la ampliación salomónica, quedó incorporada a la ciudad por la parte norte. En aquella altura se encontraba ya antes probablemente el santuario o lugar sagrado de los sacrificios de la ciudad yebusea, de tal modo que la incorporación del monte a la ciudad se debió también a la tradición religiosa. Todaví­a Isaí­as distingue Jerusalén de Sión (Isa 10:12). Pero el nombre de †œSión† se reveló con tanta fuerza que pronto designó también con frecuencia a la ciudad de David (por ejemplo, 1Re 8:1). Aunque con el paso del tiempo esa designación fue suplantada cada vez más por el nombre de †œMonte del santuario.†
El topónimo †œSión† probablemente en sus orí­genes no era un nombre cargado de significación, sino un simple topónimo menor. Así­ como siyya y sayon significa †œterreno seco† o árido, así­ también siyyon no indica otra cosa que una †œcolina rocosa,† o algo similar.
El monte que en la actualidad se llama †œSión,† y en el que se encuentran los venerables lugares del Cenáculo (véase después) y la iglesia de la Dormitio Mariae que regentan los benedictinos, no se identifica con la colina denominada originariamente †œSión.† Esa nueva colina de Sión se encuentra más bien en la zona que pertenecí­a a la ciudad alta, al oeste del Valle de los queseros o Tiropeón (véase supra). Para evitar la confusión se habla cada vez más en este caso de †œSión cristiana.†

Fuente: Diccionario de Geografía de la Biblia

(elevado).

El Monte Sión es uno de los montes donde se enclava la ciudad de Jerusalén. El templo estaba situado en el Monte Sión.

– Originariamente era una fortaleza jebusea: (2Sa 5:6-9).

– Fue capturada por David, quien llevo allí­ el Arca, y la convirtió en la capital del Reino, 2 52Cr 6:10-12.

– Más adelante el nombre de “Sión” incluyó también el monte Moriah, otro monte de Jerusalén, y, posteriormente, a toda Jerusalén: (Isa 8:18, l8:7, 24:23, Miq 4:7, 2Re 19:21, Sal 48,2Re 69:35).

– En forma figurada, se refiere a la iglesia judí­a y a la constitución polí­tica: (Sal 126:1, Sal 129:5). y al Cielo: (Heb 12:22, Rev 14:1).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Nombre de lugares del AT.

1. Antiguo nombre del monte †¢Hermón (Deu 4:48).

. La antigua fortaleza de los jebuseos, erigida al SE de Jerusalén. Cuando fue capturada por David se le llamó †œCiudad de David† (2 S. 5, 7, 9; 1Re 8:1). En el lenguaje poético se aplicó luego el nombre a toda Jerusalén (†œPorque de S. saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehovᆝ [Isa 2:3]). Los términos †œhija de S.† (Isa 1:8) y †œla virgen hija de S.† (Isa 37:22) son también alusiones a Jerusalén. En algunas ocasiones se hace metonimia con el nombre S., señalando a toda Judea (†œPueblo mí­o, morador de S., no temas de Asiria† [Isa 10:24]; †œCiertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a S. cantando† [Isa 51:11]); o al pueblo judí­o (†œ… diciendo a S.: Pueblo mí­o eres tú† [Isa 51:16]).

Después que Salomón construyó el †¢templo sobre el monte Morí­ah, el nombre de S. vino a ser aplicado también a esa zona. Muchas menciones de S., entonces, son una referencia directa al monte del templo (†œ… yo soy Jehová vuestro Dios, que habito en S., mi santo monte† [Joe 3:17]).
el NT se hallan citas del AT que mencionan a S. (Mat 21:5; Jua 12:15; Rom 9:33; 1Pe 2:6). En el libro a los Hebreos se señala a la nueva Jerusalén con el nombre de S. (†œ… os habéis acercado al monte de S., a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial† [Heb 12:22]). En las visiones de Juan aparece el Cordero †œen pie sobre el monte S.† (Apo 14:1).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, MONT CIUD

ver, JERUSALEN

sit, a4, 177, 246

vet, (a) Una de las colinas sobre las que se eleva la ciudad de Jerusalén. El nombre de Sión (Zi’un) figura por vez primera en el AT para designar una fortaleza jebusea situada sobre esta eminencia. David se apoderó de ella, y le dio el nombre de “ciudad de David” (2 S. 5:7; 1 Cr. 11:5). Allí­ llevó el arca. Desde entonces, el monte fue considerado santo (2 S. 6:10-12). Salomón puso el arca en el Templo que hizo construir sobre el monte Moria (1 R. 8:1; 2 Cr. 3:1; 5:2). Estos dos pasajes demuestran que Sion y Moria eran dos colinas diferentes. (Para la localización de Sión, véase JERUSALEN b, A.) (b) Después de la construcción del Templo de Salomón sobre el monte Moria y el transporte del arca a este lugar, el nombre de Sion vino también a designar el Templo (Is. 8:18; 18:7; 24:23; Jl. 3:17; Mi. 4:7). Esta es la razón de que el AT mencione Sion un gran número de veces, en tanto que Moria sólo aparece dos veces (Gn. 22:2; 2 Cr. 3:1). (c) El nombre de Sion se usa frecuentemente para designar el conjunto de Jerusalén (2 R. 19:21; Sal. 48; 69:35; 133:3; Is. 1:8; 3:16; 4:3; 10:24; 52:1; 60:14). (d) Los israelitas piadosos y la nación judí­a (Sal. 126:1; 129:5; Is. 33:14; 34:8; 49:14; 52:8). (e) La Jerusalén de arriba (He. 12:22; cfr. Ap. 14:1). (f) Heb. “Si’um”, “elevado”. Es uno de los nombres de la cadena del Hermón, o de una de sus cumbres (Dt. 4:48).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[012]
Colina de Jerusalén, en el SO de la ciudad antigua, en la cual se construyó la llamada “Ciudad de David”, que completó este rey para convertir la ciudadela o fortaleza conquistada a los jebuseos en la capital del Reino.

El término Sión se convirtió, por ello, en emblema o modelo de la Jerusalén bí­blica, centro del culto yawehí­sta. Por eso aparece frecuentemente aludido en los Salmos, en los Profetas y en los demás textos bí­blicos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Nombre de la ciudad que David conquistó a los jebuseos, llamada por eso y desde entonces la “ciudad de David” (2 Sam 5,7), situada entre el torrente Cedrón y el Tiropeón, en la parte sudeste de la actual Jerusalén. David trasladó allí­ el Arca de la Alianza y la constituyó capital del reino. Al norte de Sión se hizo la gran explanada, donde Salomón construyó el templo. Los profetas y los salmistas hablan indistintamente de Sión y de Jerusalén (Is 4,3; 46,13; Sof 3,14; Jer 3,14; Sal 14,7; 97,8). Sión pasó a ser el monte santo por excelencia, desde donde reinará el Mesí­as Rey Sacerdote (Sal 110,2), sí­mbolo de la Jerusalén celeste y de la Iglesia terrenal (Is 2,2-4; Mt 21,5; Jn 12,15; Rom 9,33; 11,26; Ap 14,1). Más tarde el nombre de monte Sión pasó a la colina occidental de Jerusalén, donde se sitúa el Cenáculo, lugar de la Eucaristí­a y del acontecimiento de Pentecostés (el monte Sión cristiano).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

1. Monte y ciudad de Dios

(-> Jerusalén). No es claro el sentido primitivo (= etimologí­a) de Sión, aunque es posible que tenga algo que ver con altozano, lugar fortificado y seco, situado encima de una fuente de aguas. Se ha convertido con el tiempo en forma poética de hablar de Jerusalén y en signo religioso de gran profundidad.

(1) Acepciones principales. A lo largo de los siglos, ese término, que aparece 154 veces en la Biblia hebrea, ha tomado cuatro acepciones principales: (a) Es el monte sobre el cual habí­a una pequeña, pero importante, ciudad fortificada que permaneció en manos de jebuseos no israelitas, hasta que la conquistó David, hacia el año 1000 a.C., haciéndola capital de su reino y dinastí­a (cf. 2 Sm 5,7.9). (b) Por extensión se llamará de esa manera el templo que Salomón construirá algo más tarde, ligeramente al norte de la vieja ciudad y monte de Sión. (c) Sión significa también toda la ciudad de Jerusalén, la capital y ciudad más importante del reino de Judá, lugar donde se unen trono y templo, (d) Finalmente, Sión se ha convertido en sí­mbolo del pueblo entero, especialmente de Judá; pero también se aplica a veces al conjunto de Israel. En sentido general, Jerusalén y Sión se identifican de manera que se pueden tomar como intercambiables. Conservan, sin embargo, unos matices significativos. Jerusalén tiene un sentido más neutral, como ciudad inmersa en los avatares polí­ticos del mundo. Por el contrario, Sión tiene un sentido más religioso y se utiliza para indicar el carácter sagrado de la montañatemplo-ciudad-pueblo de ese nombre. El sí­mbolo de Sión, unido al de la alianza, constituye uno de los dos elementos configuradores de la identidad israelita o, quizá mejor, judí­a. Dando al término Sión un sentido también polí­tico, se suele hablar actualmente de “sionismo”, como ideologí­a que justifica religiosamente la formación del Estado de Israel.

(2) Montaña sagrada. La tradición pagana en general y, de una forma especial, la cananea se refieren desde antiguo a ciertas montañas sagradas, concebidas como centro y culmen de la creación o, mejor dicho, de la acción organizadora de (un) dios, (a) Las montañas de Dios son el lugar donde se unen lo más alto (están arriba, cerca de las aguas superiores del cielo) y lo más hondo (por debajo de ellas discurren las corrientes subterráneas, como discurre y nace el Guijón bajo Jerusalén); en ellas se vinculan tierra y cielo, los dioses y los hombres. Existe estabilidad, hay orden sobre el mundo porque las montañas sagradas vinculan simbólicamente todos los aspectos de la realidad. Los profetas han utilizado el sí­mbolo del monte sagrado, pero en sentido negativo, para referirse también a las ciudades enemigas: Babilonia (Is 14,12-15) y Tiro (Ez 28,12-16). Ambas “han caí­do”, las dos eran expresión de idolatrí­a”: ellas se tomaban como montañas de Dios, expresión de la unidad de cielo y tierra; pero sólo eran un signo de la soberbia inútil de los hombres. Pues bien, frente a esas montañas falsas, se eleva la montaña santa de Yahvé (liar qodes, liar YHWH: Is 2,3; 27,13; 30,20; Miq 4,2; Sal 87,1). Conforme a la tradición antigua, asumida en el mismo Pentateuco (Ex 19-24; 31-34), la presencia de Yahvé habí­a estado relacionada con la montaña del Sinaí­-Horeb, donde se manifestó al principio, pero después esa montaña ha perdido su importancia, (b) Sión, montaña de Dios. Para los judí­os posteriores, la montaña cósmica de la creación y revelación de Dios se identifica con Sión, conforme a un tema que posiblemente tiene raí­ces cananeas: “Grande es Yahvé y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios, su monte Santo, altura hermosa, alegrí­a de toda la tierra, monte Sión, vértice de Safón, ciudad del Gran Rey” (Sal 48,2-3). Sión es, ante todo, una montaña en su doble sentido de altura terrestre (lugar donde se asienta la ciudad/templo del mundo) y altura celeste (o lugar de presencia/reinado de Dios, sí­mbolo del cielo). Dios mismo la ha fundado (creado: cf. Sal 48,9), ofreciendo allí­ (en Salem-Sión) su estabilidad a las criaturas, pues el Dios de Sión aparece desde el principio como “creador de los cielos y la tierra” (cf. Gn 14,19-22). El caos de las aguas primigenias sigue amenazando a los hombres, pero la montaña permanece firme y desde su base brotan los torrentes de aguas fertilizadoras (cf. Sal 46,2-8; 65,78). En una perspectiva neutral, profana, la Montaña de Sión era pequeña; un lugar perdido en la imponente geografí­a de la tierra. Sin embargo, para aquellos hombres religiosos que hicieron allí­ su experiencia de Dios, ella vino a convertirse en signo de presencia o sacramento de Dios, hierofaní­a fundadora. Otras montañas sagradas han existido entre los pueblos: muchas de ellas han perdido su importancia, pero la de Sión sigue siendo aún lugar de referencia “espiritual” para judí­os, cristianos y musulmanes.

(3) Lugar elegido por Dios. Para los judí­os creyentes, la santidad de Sión está vinculada a un hecho histórico: David ha colocado allí­ el arca*, signo de presencia de Yahvé (2 Sm 6), y Salomón, su Hijo, construyó para ella el templo* (1 Re 6-8). La tradición del Deuteronomio interpretará teológicamente este dato, identificando el templo (construido por iniciativa polí­tica) con el lugar sagrado (maqom) que Dios mismo habí­a escogido para que morara allí­ su nombre (le shakan shemo: Dt 12,11), porque Yahvé ha escogido Sión, allí­ ha deseado morar: “ésta es mi mansión para siempre; aquí­ moraré porque lo he deseado” (Sal 132,13-14). Lo que era sacralidad natural (montaña santa) se vuelve signo de presencia salvadora en la historia. En esa lí­nea, la santidad de la montaña en sí­ misma, como realidad cósmica, pasa a segundo plano, de manera que lo que importa es la voluntad de Dios, que ha querido manifestarse allí­. De todas formas, siempre queda en el fondo la experiencia de una montaña que era sagrada por sí­ misma, en su sentido cósmico. Ciertamente, el conjunto del Pentateuco y de la Biblia han dado más importancia a la elección de Dios y a su alianza que a la montaña en cuanto tal (cf. Ex 33,16; Dt 30); pero el tema de la alianza y de la elección no ha logrado oscurecer del todo el motivo de la sacralidad cósmica, vinculado al signo de la montaña sagrada, al templo originario: Dios habita en Sión y desde allí­ ofrece/expande su presencia sobre el mundo. Por eso, el mismo Isaí­as puede hablar: “de parte de Yahvé Sebaot, que habita en el monte Sión” (Is 8,18). Por eso, el orante, estremecido por la ruina de su ciudad y de su templo, puede decirle a Dios: “recuerda… el monte de Sión en el cual has puesto tu morada” (Sal 74,2). La ruina de Sión y de su templo sólo puede ser temporal “porque Dios habita (yoseb) en Sión” (Sal 9,11), expresando allí­ su reino eterno (Sal 146,10). “Puso en Salem su tienda, su habitación en Sión” (Sal 76,3). Sión aparece así­ como un monte y una ciudad humanizada: un monte convertido en templo o tabernáculo (tienda) de un Dios que ha descendido y de alguna forma se ha encarnado en el mundo. Este es un tema de gozo y belleza: “Desde Sión, dechado de hermosura, resplandece Dios” (Sal 50,2), un Dios que goza habitando en su montaña (cf. Sal 78,68-69). Llegando hasta el lí­mite en esa lí­nea, se puede afirmar que Sión (montaña-ciudad-morada) tiene un carácter sobrehumano: “Dios fundó en Sión su morada”; hizo la Montaña, quiso habitar por siempre en ella y no vacila (cf. Sal 125,1).

(4) Hija-Sión, madre de pueblos. Por ampliación normal, el nombre Sión, que se aplicaba al monte/templo (morada) de Dios, vino a entenderse como expresión de toda la ciudad (Jerusalén) y de su pueblo o gente, no sólo de los que viví­an allí­, sino de los que vení­an para adorar a Dios. Más aún, en esa lí­nea, Sión se entiende como si fuera una persona a la que se le aplica el tí­tulo de Hija (bat). Los antiguos semitas, y de un modo especial los israelitas, han destacado el aspecto filial de la vida, de manera que un hombre o mujer es, ante todo, “hijo-de” o “hija-de”. Pues bien, a través de un proceso de inversión muy significativa, los habitantes de una ciudad unificada (guardada, amurallada) tienden a llamarla hija, como si fuera una persona. Así­ se puede hablar, dentro de la misma Biblia hebrea, de la Hija de Tiro, es decir, de la Hija-Tiro, de la Hija-Babel o de la Hija-Tarsis (cf. Sal 137,8). Preferimos hablar de la HijaSión, no de la Hija de Sión, pues la frase hebrea se encuentra en “estado constructo” y no alude a “una hija de Sión”, sino a la misma ciudad como “hijaSión”, en clave femenina. La misma Sión que en otro contexto aparece como monte/morada de Dios viene a presentarse ahora de manera consecuente como Hija. En este contexto hay que distinguir entre las hijas de Sión (cf. Is 3,16.17: Cant 3,11) y la Hija-Sión. En el primer caso se trata de las mujeres de Sión, entendidas de forma colectiva y vistas como hijas (habitantes) de la misma ciudad madre (del monte/templo santo). En el segundo es la misma Sión la que viene a presentarse como “hija”: una ciudad/templo a la que se toma como mujer joven que tiene relaciones de vinculación especial con Dios. ¿De quién es Hija? Evidentemente, es hija de Dios. En torno al 700 a.C. el ejército asirio de Senaquerib intentaba conquistar Jerusalén, pero Isaí­as comenta: “La virgen, Hija-Sión, te desprecia, se burla de ti [= de Senaquerib], menea la cabeza tras de ti la Hija Jerusalén. ¿A quién has ultrajado e insultado, contra quién has levantado la voz y alzado los ojos? ¡Contra el Santo de Israel!” (Is 37,22-23; cf. Re 19,21-22). Senaquerib, rey supremo, se atreve a combatir contra aquello que parece lo más frágil del mundo: una doncella. Pero ella es Hija en el sentido fuerte, Hija de Dios, que la defiende. Yahvé ha fundado a Sión; allí­ ofrece lugar para los pobres, desvalidos y oprimidos (cf. Is 14,30-32). En esa lí­nea se sigue diciendo que “al final de los tiempos se alzará (asentará) el monte de la casa de Yahvé sobre la cumbre de los montes; se alzará sobre los collados. Afluirán hacia allí­ todos los pueblos e irán pueblos numerosos, diciendo: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la Casa del Dios de Jacob; él nos enseñará sus caminos y andaremos por sus sendas, porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la Palabra de Yahvé” (Is 2,2-3; Miq 4,1-3). La Hija-Sión aparece así­ como lugar de refugio para todos los que quieren aprender a vivir en paz. En este contexto se podrí­a decir que la ciudadhija se vuelve madre. No es madre primera (en nacimiento original, en el origen de los tiempos), sino madre escatológica: en ella han de nacer, han de inscribirse y encontrar lugar de vida todos los pueblos de la tierra: “Sus fundamentos sobre las Santas Montañas. Ama Yahvé las puertas de Sión más que todas las moradas de Jacob. Cosas grandiosas se dicen de ti, ciudad de Dios [= de Elohim], Contaré a Rahab y Babel entre los que me reconocen, Filistea, Tiro y Etiopí­a han nacido allí­. Y de Sión se dirá: Este y éste han nacido en ella y el mismo Elyon [Altí­simo] la ha fundado. Yahvé escribirá en el registro de los pueblos: Este ha nacido allí­. Así­ cantan y danzan: Todas tus fuentes están en ti” (Sal 87,2-7). Sión aparece así­ como sí­mbolo de la ciudad primigenia donde el mismo Dios ha querido asentar su creación y llevar a su culmen la historia de los pueblos. Se vinculan de esta forma protologí­a (¡el monte de Sión es principio y lugar de consistencia de la tierra!) y escatologí­a (allí­ encuentran sentido y alcanzan paz los pueblos). En Sión descubre su verdad y se transforma la historia perversa de los pueblos (representados por Babel*) e incluso los poderes cósmicos perversos (Rahab*). Tanto Babel como Rahab (¿monstruo mí­tico, Egipto?) dependen de la “madre Sión”.

Cf. J. GONZíLEZ ECHEGARAY, Pisando tus umbrales. Historia antigua de la ciudad, Verbo Divino, Estella 2005; R. J. Z. WERBLOWSKY, El significado de Jerusalem para judí­os, cristianos y musulmanes, Jerusalén 1994.

SIí“N
2. Pecadora y perdonada, signo de paz

Los grandes profetas han criticado a Sión, descubriendo en ella el signo de la perversión humana, pero, al mismo tiempo, ellos la han visto como expresión y garantí­a del perdón de Dios y de la esperanza humana.

(1) Sión, ciudad pecadora. Condena profética. La profecí­a preexí­lica ha puesto de relieve el pecado de Sión, elevando en contra de ella su denuncia más fuerte, (a) Isaí­as. Es profeta de un tipo de esperanza más honda, pero él sabe, al mismo tiempo, que Sión es ciudad de injusticia, contra la que tiene que luchar el mismo Dios (cf. Is 29,1-3). Todo nos permite suponer que, conforme a la visión original de Isaí­as, humanamente hablando, no queda salvación ni futuro para la montaña/ciudad santa: “Ay de la gente pecadora, de la nación cargada de culpa…, vuestra tierra desolada, vuestras ciudades incendiadas…, y la Hija-Sión ha quedado como choza de viñedo, como cabaña en melonar, como ciudad sitiada” (Is 1,4.7.8). Estas palabras nos sitúan en los años duros de la guerra siroefraimita o de la invasión asiria (a finales del VIII a.C.). Muchos confiaban de manera mágica en el Dios de Sión. Pero el profeta, que ha sentido la presencia del Dios/fuego en medio de su templo (cf. Is 6,1-4), sabe que ese mismo Dios le llama para quebrar la vana esperanza del pueblo (Is 6,10). ¿Hasta cuándo? Esta pregunta queda abierta, de manera enigmática: ¡hasta que las ciudades, y entre ellas Sión, queden sin habitantes!… (6,11). En este contexto se habla de un ejército que está llegando ya “contra el monte de la Hija-Sión, contra la altura de Jerusalén, para destruirla” (cf. Is 10,32). (b) Miqueas afirma también que no existe ya salida humana: el Dios de la justicia (el protector de los pobres) tiene que elevarse en contra de las opresiones e “idolatrí­as” de la Hija-Sión, “porque en ella [= en ti] se hallaban las prevaricaciones de Israel” (Miq 1,13). El pecado (idolatrí­a, entendida como injusticia y/o adoración de dioses falsos) ha empezado a extenderse desde otras ciudades (como Laquis) y culmina en la Hija-Sión, hasta destruirla. De ella se dirá, en fórmula sorprendente: “Sión será como un campo que se ara, Jerusalén una ruina, el monte del templo un altozano lleno de matorrales” (Miq 3,12). Sión ha edificado su grandeza sobre la sangre de los inocentes; por eso no puede mantenerse en pie (Miq 3,10). Se ha construido con sangre la torre del rebaño; la colina elevada (ofel) de la Hija-Sión (4,8) se ha fundado sobre bases de injusticia; por eso no puede sostenerse. La imagen de la ciudad-hija pervertida a la que el mismo Dios ha rechazado (3,12) se completa con la imagen de la ciudad madura a la que se le dice: “retuércete y estremécete como parturienta, HijaSión, pues habitarás en descampado e irás a Babilonia…” (Miq 4,10). Es posible que estas palabras hayan sido reelaboradas en tiempos posteriores, pues aluden al peligro babilonio (tras el 600 a.C.) y no al asirio (hacia el 700, en tiempos de la vida del profeta), pero ellas reflejan la visión más honda de la profecí­a de Miqueas.

(2) Dios lucha contra Sión. Jeremí­as se mantiene en la lí­nea anterior cuando dice, refiriéndose al templo de Jerusalén: “Te trataré como he tratado a Silo” (cf. Jr 7,12-15). El mismo Dios, que en otro tiempo condenó a la ruina a Silo con su templo, condena ahora a Sión: “Un ejército viene desde el norte, surge un pueblo grande del extremo de la tierra… su voz resuena como el mar, sobre caballos cabalgan, armados como hombres de guerra, en contra de ti, Hija-Sión” (Jr 6,22-23). La Hija-Sión no es a una montaña sagrada, ni un templo material, sino un pueblo amenazado al que se puede comparar con una madre que llora, pues con la muerte de su hijo pierde todo lo que tiene. La Hija-Sión aparece así­ como mujer fracasada: “En vano te embelleces, tus amantes te desprecian, atentan contra tu vida. ¡Oigo un grito, un grito de parturienta, angustias de primeriza: es la voz de la Hija-Sión que gime y extiende los brazos: ¡Ay de mí­ que desfallezco, me matan los asesinos!” (Jr 4,30-31). La Hija-Sión se ha vuelto amante fracasada: ha confiado en unos pueblos (amantes, dioses) que sólo han querido utilizarla, maltratarla. Aquí­ no aparecen los temas del mito (montaña sagrada, templo eterno) y sólo queda la desgracia de la ciudad, antes querida, hija de Dios, que vuelve a ser estepa, lugar de pastores nómadas: “He destruido, a la Hija-Sión. Vienen hacia ella pastores y rebaños, plantan junto a ella las tiendas en cí­rculo, apacienta cada uno su porción, cada uno por su lado” (Jr 6,4). Se invierte así­ la historia, en imagen fuerte de guerra destructora. Fue Sión lugar amable, tierra hermosa y deseada donde la misma cultura (vida social y sacral) era signo de Dios. Pero el tiempo discurre hacia atrás y Sión vuelve a ser un lugar deshabitado donde sólo pueden encontrarse por un tiempo los pastores que vagan por la estepa. Estamos cerca de la imagen de Is 1,7-8 (Sión es como una choza de viñedo), que ahora aparece en contexto pastoril (quizá como en Miq 4,8). Jerusalén de ja de ser una ciudad, Dios mismo ha luchado contra ella (¡contra Ariel, su capital!: Is 29,2), y de esa forma lo que era ciudad de Dios y de los hombres vuelve a ser estepa, un campo abierto donde llevan sus rebaños los pastores.

(3) Sión, ciudad perdonada, ciudad pura. Segundo Isaí­as (Lamentaciones*, Sofoní­as*, Zacarí­as*). La imagen de la Hija-Sión cobra nuevo impulso en la profecí­a postexí­lica. Sabemos por EsdrasNehemí­as y Crónicas que el judaismo oficial de los siglos V-IV a.C. ha girado en tomo a Jerusalén, constituyéndose en forma de comunidad del templo. En ese contexto se han fijado los textos del Pentateuco, pero, significativamente, en ellos no aparece el nombre de Sión, pues sus autores quieren situar sus textos, literariamente, en un tiempo anterior a la monarquí­a y a la conquista israelita de Jerusalén. Sin embargo, el nombre y signo de Sión aparece en los grandes profetas postexí­licos y de un modo especial en el Segundo Isaí­as (Is 41-55). En el centro de su mensaje está el rnebasser o portador del evangelio* de salvación. Parecí­a Sión abandonada, mujer sin marido; pero Dios ha vuelto a quererla, haciéndola esposa y madre de muchos hijos (cf. Is 49,1421). “Despierta, despierta, ví­stete de tu fuerza, Sión; pon tus vestiduras más hermosas, Jerusalén, ciudad santa, porque no entrará más en ti incircunciso ni impuro. Sacúdete el polvo, levántate y toma asiento, Jerusalén, desata las correas de tu cuello, cautiva HijaSión” (Is 51,1-2). Cautiva, caí­da en el suelo, vestida de harapos, atada e impura se hallaba la Hija-Sión: como escoria del mundo, mujer de impureza, ciudad despreciable. Pero la voz del profeta la eleva, anunciando así­ una verdadera resurrección: la ciudad se hallaba muerta, derribada por tierra y desechada. Ahora puede alzarse como esposa, mujer pura, a la que anuncian el gozo de Dios que reina dentro de ella (Is 52,7-8). Es significativa en este contexto la insistencia en la pureza (propia de los estratos más tardí­os del Segundo Isaí­as). Estamos en un tiempo donde se da mucha importancia a la limpieza social (de raza judí­a, de circuncisión) y a la perfección ritual, propia de los sacerdotes y de aquellos que están en condiciones de participar en el culto. Esto es algo nuevo en la historia israelita, algo que se encuentra asociado a la reforma de Esdras*-Nehemí­as. La cautiva Hija-Sión, la que se hallaba en manos de poderes de opresión y de impureza, viene a convertirse en ciudad sagrada, comunidad de separados, ocupados en cumplir la ley ritual, en las ceremonias y el culto del templo.

(4) Tercer Isaí­as (Is 56-66). Una ciudad dominadora. Más que la exigencia de pureza del texto anterior ha destacado el aspecto materno de Sión, vinculado a la esperanza de la gran peregrinación de los pueblos, que puede interpretarse en forma de salvación universal, en medio de las grandes crisis de la historia: seguirán viniendo y recibirán su recompensa los que vengan y se unan al Dios Yahvé, el santo de Israel, en su ciudad de Sión (Is 60,14). Esta será una salvación jerarquizada: Sión será madre abundante (¡madre divina!) para sus hijos israelitas (cf. 66,1-11); los que acojan y sirvan a Israel podrán salvarse, los demás serán aniquilados (cf. Is 66,15-24). Se desposa Dios con Sión, despliega en ella (con ella) su amor pleno. Todos los restantes pueblos (los que no hayan sido aniquilados) serán siervos de los israelitas: “se presentarán extranjeros y apacentarán vuestros rebaños; los forasteros serán vuestros labradores y viñadores” (Is 61,5). Esta es la palabra del nuevo evangelio nacionalista de Sión: “He aquí­ que Yahvé hace oí­r su voz hasta el extremo de la tierra: ¡Decid a la Hija-Sión: mira que llega tu Salvador; con él llega su premio, su recompensa le precede. Entonces los llamarán el Pueblo Santo, redimidos de Yahvé; y a ti te llamarán Buscada, Ciudad no Abandonada” (Is 62,11-12). Así­ pasamos de la imagen de la filiación a la del matrimonio. La Hija-Sión, antigua ciudad del mito sagrado de Jerusalén, ha venido a mostrarse como Esposa-Sión, pues Dios ha decidido celebrar con ella sus bodas, en gesto de majestad llena de amor. El Dios-Esposo dominará a los pueblos y hará que sean siervos de su esposa, la Hija-Sión, convertida ya en Señora del mundo. El pasaje anterior del Segundo Isaí­as (Is 52,1-2) suponí­a que los extranjeros no podí­an entrar en Sión, no mancharí­an su pureza. Por el contrario, el Tercer Isaí­as (Is 62,22-12) supone que los pueblos (los incircuncisos) pueden entrar en Sión, pero lo harán como servidores sometidos bajo el dominio sagrado y polí­tico de la ciudad esposa.

(5) Sión, ciudad de la guerra final. En un momento dado a partir de la construcción del templo* de Salomón, las tradiciones yahvistas se han vinculado con la ideologí­a sagrada de Jerusalén, con el monte Sión entendido como sí­mbolo de paz. Montaña y ciudad, templo y monarquí­a aparecen como lugar de Yahvé que defiende a sus fieles (cf. Sal 48; 110; Is 14,12-15; Ez 27,12-16), en la lí­nea de un mito pagano de tipo teomáquico: Dios derrota a los poderes abismales del caos (Tiamat*, Tehom*), representados históricamente por los enemigos de Sión/Yahvé: “Grande es el Señor y muy digno de alabanza, en la ciudad de nuestro Dios, su monte santo… Mirad, los reyes se aliaron para atacarla juntos, pero al verla quedaron aterrados, huyeron despavoridos. El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios…, los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan, pero él lanza su trueno y se tambalea la tierra…” (Sal 48,2-5; 46,57). El tema de la guerra de los pueblos desemboca en la intervención de Yahvé, que asiste y defiende a los suyos desde Sión. Desde esa base se puede hablar de una guerra santa: los creyentes proyectan su defensa sobre Dios, sacralizando la polí­tica del rey, que actúa como beneficiario y protector del templo y se dispone a luchar en defensa de Sión. Pero también se puede hablar de una renuncia de la guerra, asumiendo la tradición israelita de un pacifismo sagrado, que desemboca en la condena de la guerra: “¡Ay! de los que bajan a Egipto por auxilio, confiados en su caballerí­a… Porque los egipcios son hombres y no dioses; sus caballos son carne, y no espí­ritu” (Is 31,1-3). El profeta condena así­ el poderí­o militar en cuanto tal, la confianza de los hombres en un ejército más fuerte, en este caso el de Egipto. Lo contrario a Dios, lo peligroso, antidivino, es el imperio de Egipto, no el culto de sus templos o sus í­dolos aislados. Idolatrí­a es el ejército, las armas de conquista que pretenden dominar la tierra. Por eso, la asistencia de Yahvé, su guerra santa, implica el rechazo de caballos y carros (cf. Is 2,7-9) que condensan la violencia de la historia. Así­ cuando los reyes de Damasco y Samarí­a amenazan a Sión, para tomarla, el profeta advierte: “Ten cuidado, está tranquilo, no temas, ni desmaye tu corazón… He aquí­ que la doncella concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, Dios con nosotros” (cf. Is 7,4-14). En el fondo sigue estando el tema de la guerra* santa, pero con una diferencia: antes habí­a fe en la guerra (las tribus luchaban confiadas, sabiendo que Dios les darí­a la victoria); ahora, el profeta pide fe sin guerra, reinterpretando así­ los motivos básicos de Ex 14-15: los creyentes desarmados han de poner su defensa en el Dios de Sión, como Isaí­as querí­a en el tiempo de la invasión de Senaquerib (cf. Is 36-37). Armamento y guerra expresan la falta de fe en Dios; la defensa armada es idolatrí­a.

(6) El pacifismo de la Hija-Sión. En este ambiente surgen y se entienden las palabras más realistas y utópicas, exigentes y esperanzadoras del Antiguo Testamento: el poderí­o militar de los imperios resulta antidivino. No se necesita ejército* del pueblo, no se apela a las armas, pues la obra de Dios se realiza sólo por medios de paz, como sabí­a ya Oseas, rechazando los pactos militares que ponen la confianza del pueblo en el poder de los ejércitos de los grandes imperios: “Asirí­a no nos salvará, no montaremos a caballo; ni llamaremos dios a la obra de nuestras manos” (Os 14,4). Los dioses que destruyen la vida y dignidad del pueblo son el imperio militar de Asirí­a y las armas con que intenta defenderse el Estado israelita. Por eso, cuando Dios se manifiesta, ellos acaban: “Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor… hacia él confluirán naciones, caminarán pueblos numerosos. Dirán: venid, subamos al monte del Señor; él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas… Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2,2-5; cf. Miq 4,lss). Sobre la montaña del templo de Sión se revela Yahvé, enseñando a los humanos la ley de paz por siempre: dejarán las tácticas de guerra, licenciarán los ejércitos, convertirán las armas en aperos de trabajo, culminando así­ la esperanza de Sión: “Venid a ver las obras del Yahvé, sus prodigios en la tierra: pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos. Yahvé es conocido en Judá; su fama es grande en Israel, su refugio está en Jerusalén; su morada, en Sión. Allí­ quebró los relám pagos del arco, el escudo, la espada, la guerra” (Sal 46,9-10; 76,2-4). Los ejércitos son idolatrí­a: poder hecho violencia, realidad andivina. El verdadero Dios se manifiesta en Sión por encima de la violencia y perversión del mundo, creando así­ una paz sin armas. En ese sentido se podrá decir que Sión es ciudad de paz: “¡Qué hermosos son, sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae buenas nuevas del bien, del que anuncia la salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!”.

Cf. J. Jeremí­as, La promesa de Jesils para los paganos, Fax, Madrid 1974; J. L. Sicre, Los dioses olvidados, Cristiandad, Madrid 1979.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Originalmente era una fortaleza jebusea, que con el tiempo se llamó †œla Ciudad de David†. (1Re 8:1; 1Cr 11:5.) Después de tomar el monte Sión, David fijó allí­ su residencia real. (2Sa 5:6, 7, 9; véase DAVID, CIUDAD DE.) Las palabras de Jehová: †œYo, sí­, yo, he instalado a mi rey sobre Sión, mi santa montaña† (Sl 2:6), se refieren a David como el ungido de Dios que gobernaba desde Sión. Esta montaña llegó a ser especialmente santa para Jehová cuando David hizo que se trasladase allí­ el arca sagrada. (2Sa 6:17.) Más tarde, la designación †œSión† abarcó también el recinto del templo, ubicado en el monte Moria (adonde se llevó el Arca durante el reinado de Salomón), y, en realidad, ese término se aplicaba a toda la ciudad de Jerusalén. (Compárese con Isa 1:8; 8:18; véase MONTAí‘A DE REUNIí“N.) Como el Arca estaba relacionada con la presencia de Jehová (Ex 25:22; Le 16:2) y Sión era un sí­mbolo de realidades celestiales, se hablaba de Sión como el lugar de la morada de Dios (Sl 9:11; 74:2; 76:2; 78:68; 132:13, 14; 135:21) y el lugar de donde procederí­a la ayuda, la bendición y la salvación. (Sl 14:7; 20:2; 50:2; 53:6; 134:3.)
Jehová permitió que los babilonios desolaran Sión, o Jerusalén, debido a su infidelidad a El. (Lam 2:1, 4, 6, 8, 10, 13.) Más tarde, en cumplimiento de la profecí­a, Jehová repatrió a un resto de su pueblo arrepentido a Sión o Jerusalén. (Isa 35:10; 51:3; 52:1-8; Jer 50:4, 5, 28; 51:10, 24, 35.) Esto hizo posible que Jesucristo entrara en Jerusalén cabalgando sobre un pollino y se presentara como rey en Sión, en cumplimiento de la profecí­a de Zacarí­as. (Zac 9:9; Mt 21:5; Jn 12:15.) Solo un resto respondió de manera favorable. Los lí­deres religiosos no solo rechazaron a Jesús como rey, sino que hasta procuraron matarlo. Como consecuencia, la Jerusalén o Sión terrestre sufrió calamidad y Dios la abandonó. (Mt 21:33-46.)
Como Jesús habí­a sido rechazado en la Jerusalén terrestre, no podí­a ser allí­ donde Jehová colocara a su Hijo como †œuna piedra probada, el precioso ángulo de un fundamento seguro†. (Isa 28:16; Ro 9:32, 33; 1Pe 2:6.) Más bien, tuvo que ser en la Sión de la que se dijo a los cristianos hebreos: †œMas ustedes se han acercado a un monte Sión y a una ciudad del Dios vivo, a Jerusalén celestial, y a mirí­adas de ángeles, en asamblea general, y a la congregación de los primogénitos que han sido matriculados en los cielos, y a Dios el Juez de todos, y a las vidas espirituales de justos que han sido perfeccionados, y a Jesús el mediador de un nuevo pacto†. (Heb 12:22-24.) Es evidentemente sobre este monte Sión celestial que el Cordero, Cristo Jesús, está de pie junto con los 144.000 que han sido comprados de la Tierra. (Rev 14:1-3; véanse JERUSALEN; NUEVA JERUSALEN.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Geográficamente Sion designa, como se sostiene generalmente hoy en día, el cerro o colina oriental más bajo de Jerusalén. Excavaciones recientes han confirmado esta ubicación.

Históricamente, Sion empezó según la historia bíblica lo cuenta, cuando David capturó la fortaleza de los jebuseos y la hizo ensanchar y la llamó «ciudad de David», la capital de su reino (2 S. 5:6–10). Tres factores geográficos realzan su significancia histórica: (1) su fuerte posición; (2) su ubicación central; (3) su ubicación fuera de los territorios de las doce tribus. Sion llegó a su fin predicho (Jer. 26:18; Mi. 3:12) cuando Jerusalén fue destruida (70 d.C.).

Figurativamente, Sion, bajo descripciones tales como «hijas de Sion» (Is. 3:16s.), «hijos de Sion» (Jl. 2:23), etc., representa, por una figura llamada sinécdoque, la ciudad de Jerusalén o toda la nación hebrea.

Típica y espiritualmente, Sion (acumulando significación de su trasfondo geográfico, histórico y figurativo) se transforma, en los Salmos y en los profetas, en el equivalente espiritual de la ciudad literal. La teología de la «espiritualización» de Sion ha sido apenas explorada por los expositores. Unos pocos tesoros de este territorio deben bastar: (1) La Sion literal era una fortaleza fuerte (2 S. 5:7); la Sion espiritual es inmovible (Sal. 125:1). (2) La Sion literal llegó a ser el asiento del trono de David (2 S. 5:9, 12); la Sion espiritual es el lugar del trono mesiánico (Sal. 2:6). (3) La Sion literal llegó a ser el lugar de nacimiento de los hijos de David (2 S. 5:13); la Sion espiritual es el lugar de nacimiento del elegido de Dios (Sal. 87:5s.; Is. 66:8). (4) La Sion literal fue el lugar donde David recibió la promesa de una casa y un trono eterno (2 S. 7); la Sion espiritual es el lugar donde se establece «el pacto eterno» (Jer. 50:5; cf. Heb. 8:6–10). (5) La Sion literal, en contraste con el ceremonialismo de Sinaí, hospedó el arca en una singular forma de adoración (1 R. 8:1ss.); la Sion espiritual llegó a ser la personificación eterna de la verdadera adoración a Dios «en espíritu y en verdad» (Jn. 4:23s.; cf. Am. 9:11s.; Hch. 15:15ss.; Heb. 12:22ss.).

Wick Broomall

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (581). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Sinónimo de mte. Hermón (Dt. 4.48), o parte del mismo. Es probable que sea otra forma del nombre “Sirión (Dt. 3.9; °vrv3 “Siryón”); precisamente aquí la Pes. reza “Sirión”, como lo hacen °vrv3 y °vp. Debe distinguirse de la Sión jerosolimitana.

J.D.D.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Fue, originalmente, el nombre de una fortaleza jebusea conquistada por el rey David situada en la actual Jerusalén. La fortaleza se situaba en una colina del lado sureste de Jerusalén, el Monte Sion, y es ya mencionado en la Biblia como centro espiritual y “madre de todos los pueblos” (Salmo 87, 2).

Sión es un término arcaico que originalmente se refiere a un sección de Jerusalén, la cual, por definición bíblica, es la Ciudad de David. Tras la muerte de David, el término comenzó a usarse para definir la colina en que se situaba el templo de Salomón. Más tarde, Sion comienza a usarse para hacer referencia al templo y a sus propios cimientos.

Tal y como hace la Biblia en numerosos pasajes, este nombre se ha seguido utilizando a lo largo del tiempo como referencia no tanto a la ciudad como a la idea de Jerusalén en tanto centro espiritual del pueblo judío y, por extensión, a la llamada Tierra de Israel.

El término fue adoptado en el siglo XIX por el sionismo, que es el movimiento de liberación nacional del pueblo judío, y se mantuvo el uso para designar no solo a Jerusalén, su capital, sino a toda la Tierra de Israel.

Fuente: Enciclopedia Católica