TENTACION

v. Prueba
Mat 6:13; Luk 11:4 no nos metas en t .. líbranos
26:41


Tentación (heb. massâh, “prueba”, “dificultad”; gr. peirasmós, “prueba”, “dificultad”, “tentación”, “incitación”). 1. Los términos que han sido traducidos de esta manera describen generalmente cualquier situación que tenga que enfrentar una persona y que implique una prueba de su carácter. En Deu 4:34, 7:19 y 29:3 se tradujo massâh por “pruebas” en la RVR, y se usa para referirse a una circunstancia que puede fortalecer el carácter. En Luk 4:13 el diablo tentó a Cristo, o 1149 lo probó, con la intención de quebrantar su decisión de obedecer a Dios. En las demás referencias que encontramos en el NT, “tentación” tiene que ver, en general, con cualesquiera situaciones que podrí­an debilitar la comunión de la persona con Dios, pero que si se las resiste pacientemente podrí­an fortalecer la fe y el carácter. Por eso los cristianos podí­an “tener por gozo” cuando caí­an en “diversas pruebas [tentaciones]” (Jam 1:2; cf v 12), esto es, cuando encontraban dificultades que poní­an a prueba la realidad de su experiencia cristiana. En Psa 95:8 la palabra massâh es Masah,* un nombre propio. 2. Lugar de la tentación de Jesús en el desierto (Mat 4:1; Luk 4:1) y el de la montaña a cuya cima lo llevó el diablo (Mat 4:8); todaví­a sin identificación. La fig 501 muestra uno de los sitios en que se cree que ocurrió el hecho. 501. El así­ llamado “Monte de la tentación” en el desierto de Judá, cerca de Jericó. Teñido. Rara vez se menciona el arte del teñido en la Biblia (Exo 25:5; 26:14; Eze 23:15; Jdg 5:30; Job 38:14), aunque la evidencia arqueológica muestra que era ampliamente conocido en la antigua Palestina. En Tell Beit Mirsim se desenterraron 6 piletas de teñido (fig 502). Varias bateas y otros utensilios muestran que se los usaban para teñir buenos tejidos. En Gezer se descubrió una instalación proveniente del perí­odo helení­stico. Bib.: W. F. Albright, The Archacology of Palestine and the Bible [La arqueologí­a de Palestina y la Biblia] (Nueva York, 19353), pp 119, 120. 502. Bateas de una planta de teñido encontradas en Tell Beid Mirsim.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

acción de inducir a una persona a hacer el mal, instigación a pecar. También, puesta a prueba. Eva cayó en tentación cuando comió del fruto prohibido, Gn 3, 1-6. Jesús fue tentado por Satanás, Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13; Mc 1, 12 s.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(poner en prueba, probar).

Tentación, prueba, lucha, es la vida del hombre sobre la tierra: (Job 7:1, Efe 6:11-12).

Hay dos clases de pruebas: Tentar a hacer el mal, y a hacer el bien: Dios nunca puede tentar a hacer el mal, eso lo hace Satanás, que es el tentador del ma: (Stg 1:13, Mat 4:1-3, 1Te 3:5). Dios hace dos cosas: Permite que Satanás tiente, como en Job 1:6-12, Job 2:37. y Dios prueba: (tienta) a hacer el bién, como probó a Abraham, pidiéndole que sacrificara a su hijo Isaac, quedando, por la prueba, robustecida la fe de Abraham: (Gen 22:1, Heb 11:17, 1Pe 1:6). una tercera cosa segura es que Dios no permitirá que seáis tentados contra vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito para que podais resistirla: (1Co 10:13).

Otro punto importante es que si Satanás es autor de la tentación, la tentación procede de la concupiscencia del hombre, de la avaricia, del orgullo o depresión en la prosperidad o pobreza, de la gloria mundana, de la presunción: (Stg 1:14, 1Ti 6:9, Pro 28:30, Pro 30:9, Mat 4:2-3). y, además, las malas companí­as sirven de medio para producirla: (Pro 1:10, Pro 16:29).

Todos tendremos tentaciones, aun los justos, como Job, David, Pedro, y el mismo Cristo: (]ob.1:6-12, 2Sa 11:2, Mar 14:67-71, Mt.4). y cada tentación, aunque dolorosa, es para fortalecer nuestra fe, que se acrisola con el fuego: (1Pe 1:6-7)., y, aunque Dios tiene dispuesta la victoria, el hombre tiene que hacer varias cosas para vencer.

– Resistir en la fe, Efe 6:16, 1Pe 5:9.

– Velar para no caer, Mat 26:41, 1Pe 5:8.

– Orar, Mat 6:13, Mat 20:41.

– Evitar la ocasión, Pro 4:14-15.

– Evitar las malas companí­as, Prov.l.

10,Pro 16:29.

?Sentí­os gozosos en las tentaciones: Lea la bienaventuranza de los que la padecen y la vencen, Stg 1:2-4, Stg 1:12, Job 42:10-17, Luc 15:22-24).

Las 3 Tentaciones_de Jesús: Lucas 4 y Mateo 4 nos describen cómo “Jesús fue llevado por el Espí­ritu Santo al desierto, para ser tentado por el diablo, por 40 dí­as”. Marcos también lo menciona en 1:13.

Tú y yo también seremos tentados por el diablo, ¡y por tiempo!, zpor 40 dí­as?. en nuestro “desierto”, como si Dios nos hubiera dejado de la mano . y será como a Jesús, precisamente cuando nos pongamos a “orar”, para emprender a hacer algo bueno. A los malos, el diablo no necesita tentarlos, ¡ya los tiene encadenados!.

Nos va a tentar de las tres mismas formas que tentó a Jesus, con el “placer”, el “poder” y la “fama”, incitando nuestro egoí­smo y orgullo, y conduciéndonos a la “desobediencia a Dios”, que fue como venció a Eva.

Lo venceremos con Jesús en nuestro corazón, y con la “Palabra de Dios” en nuestros labios: Jesús, las tres veces usó el “escrito está”; y las tres veces usó el libro Deuteronomio, el libro de la “obediencia a Dios”, que parece Jesús se lo sabí­a muy bien. : Primera Tentación: Convierte estas piedras en pan, porque Jesús tení­a hambre. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios: (Deu 8:3).

A ti y a mí­, nos va a tentar también usando nuestras necesidades naturales de manutención, desarrollo y descanso, con “placeres” de comida, bebida, sexo, confort, pereza, ocio.

Segunda Tentación: Te daré todo el poder y gloria de los reinos del mundo si me adoras. Jesús le contestó: A1 Senor, tu Dios, adorarás, y a El solo servirás: (Deu 6:13).

A ti y a mí­, también nos tentará con el “poder” de las riquezas, del dinero, de la posición social, del honor. nos ofrecerá hasta ¡poder tanto como Dios!, o ¡saber tanto como Dios!, como a Eva. y como hace a muchos espiritistas, santeros, brujos, astrólogos. ¡aunque sea mentira!, porque Satanás sabe muy bien que nunca lo puede dar.

Tercera Tentación: Aquí­ el diablo, usó también la Biblia, que se la sabe de memoria, el Sal 91:12 : Subió a Jes6s al pináculo del templo, y le dijo: Echate abajo, y no te pasará nada, porque escrito está “sus ángeles te sostendrán en sus manos”. Jesús le contestó: Apártate, Satanás, porque escrito está “No tentarás al Senor tu Dios”: (Deu 6:16).

A ti y a mí­ también nos tentará con la “fama”, el éxito inmediato y espectacular, del predicador, del sanador de enfermos, del cantante, del polí­tico. ¡o hasta con el éxito en tu pequena ganga, o profesión, o trabajo!. y nos cegará, haciéndonos ver que todo es bueno, hasta la injusticia, y el odio, o el crimen, o el baile, o el juego. con tal de conseguir el poder, la fama o el placer que creemos “merecer” en la vida.

Jesús venció a Satanás: En su vida pública, privada, en la cruz. y siempre por su “obediencia”. La Virgen Marí­a y los cristianos, vencieron y siguen venciendo a Satanás: Ver “Diablo”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

El sentido bí­blico de esta palabra se relaciona con la idea de poner a prueba una cosa. El vocablo hebreo massa o massah se traduce como †œprueba† en Deu 4:34; Deu 7:19 y 29:3 (†œ¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí­ una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales …†). Es una situación en la cual se combinan los conceptos de presiones fí­sicas y emocionales conducentes a demostrar la calidad de algo. La palabra massa proviene de una raí­z que habla de fundir un metal. Un lugar en el desierto recibió el nombre de †œMasah† porque allí­ los hijos de Israel †œtentaron a Jehová, diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?† (Exo 17:7). Por eso luego se hizo la prohibición: †œNo tentaréis a Jehová vuestro Dios, como lo tentasteis en Masah† (Deu 6:16). Se lee en el Sal 78:18 : †œPues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto†. El énfasis de la palabra, entonces, está en probar a una persona para que demuestre algo, como †œla reina de Sabᆝ que visitó a Salomón para †œprobarle con preguntas difí­ciles†. (1Re 10:1).

Otra palabra que se usa es nasa, que significa poner a prueba, tantear, ensayar un metal. Dios mismo prueba a sus hijos, como fue el caso de Abraham, a quien Dios probó cuando le pidió que sacrificara a Isaac (Gen 22:1). Un falso profeta puede ser, en realidad, una prueba para la fe de los oyentes (†œ… no darás oí­do a las palabras de tal profeta … porque Jehová vuestro Dios os está probando…† [Deu 13:3]). Cuando Dios prueba a una persona, lo hace con el propósito santo de refinar su carácter (†œ… para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no† [Exo 16:4]). Las mismas naciones cananeas sirvieron †œpara probar con ellas a Israel, si procuraban o no seguir el camino de Jehovᆝ (Jue 2:22).
el NT, la palabra equivalente es peirasmos, traducido como t., y peirazo como el verbo tentar o probar. Dios no puede ser sometido a prueba por nadie (Stg 1:13), pero los seres humanos sí­. Por eso el Señor Jesús, como hombre, fue sometido a t. El mismo Espí­ritu Santo le llevó al desierto para ese fin (Mat 4:1-11). Ese hecho demuestra que la t. del Señor tení­a por propósito, del lado de Dios, el probar su calidad humana. De parte de Satanás, llamado el tentador, sin embargo, el propósito era seducir para llevar al pecado y destruir la obra de Dios. Ese sentido negativo de la t. a veces es el que más se utiliza cuando se habla del asunto, pero no es la idea básica de las Escrituras.
, sin duda, natural que deseemos no ser probados, por lo cual el Señor Jesús nos enseñó a orar diciendo: †œY no nos metas en t., mas lí­branos del mal† (Mat 6:13). Pero una cosa es cuando somos probados por Dios para refinar nuestro carácter y otra cuando el mundo, Satanás o nuestra propia carne (o muchas veces todos combinados a una) procuran seducirnos hacia el mal. Las ofertas del mundo, o de Satanás, sin embargo, no tendrí­an ningún efecto si no estuviera en nuestro interior la concupiscencia (†œ… cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraí­do y seducido† [Stg 1:14]). Afortunadamente, †œsabe el Señor librar de t. a los piadosos…† (2Pe 2:9). Y cuando una persona †œsoporta la tentación†, obtiene una bienaventuranza (Stg 1:12).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DOCT

ver, TENTACIONES DEL SEí‘OR

vet, heb. “massah”, gr. “peirasmos”). En las Escrituras se presentan tres caracteres diferentes de tentación: (a) “Dios tentó a Abraham” cuando le ordenó que le ofreciera Isaac (Gn. 22:1). Con ello, puso su fe a prueba. Las revisiones 1960 y 1977 de Reina-Valera traducen “probó” y “puso a prueba”, respectivamente. Pablo habla de su aguijón en la carne como su “tentación” (“prueba” en las ya citadas revisiones). (b) Los israelitas tentaron a Dios. “Tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto” (Sal. 78:18). Pusieron en duda que Dios pudiera poner mesa para ellos en el desierto. Hubo otras ocasiones en que dijeron: “¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?” (Ex. 17:7). Se tiene que señalar que cuando Israel poní­a a Dios a prueba era en realidad que ellos estaban siendo probados por El: cfr. Sal. 95:9 con Dt. 8:2 y 33:8 (donde el “piadoso” es Israel). El Señor Jesucristo rehusó poner a Dios a prueba cuando fue tentado por Satanás para que se arrojara al vací­o a fin de que los ángeles lo preservaran (Mt. 4:5-7, etc.). El pecado de Ananí­as y Safira fue tentar al Espí­ritu del Señor (Hch. 5:9). (c) Tentación al mal. Esta tentación asalta al hombre, de una parte, del exterior. Satanás, el Tentador, busca constantemente empujarnos al mal (Mt. 4:3; 1 Co. 7:5; 2 Co. 11:3; 1 Ts. 3:5); el mundo también despliega sus atracciones, intentando alejar al creyente de Dios (1 Jn. 2:15-17). La fuente más poderosa de tentación, sin embargo, es nuestra propia carne: “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraí­do y seducido” (Stg. 1:14). Así­, la tentación al mal halla en el hombre caí­do una adecuada caja de resonancia, aparte de todos los apetitos pecaminosos que surgen de la naturaleza caí­da del hombre. No es Dios quien nos tienta a pecar (Stg. 1:13). Mediante la tentación, Adán y Eva tuvieron la facultad de elegir entre la dependencia de Dios o actuar siguiendo una voluntad independiente y opuesta a la de Dios (Gn. 3). Cristo mismo, en tanto que Hijo del Hombre, se vio ante la tentación, aunque, como en el caso de Adán antes de pecar, puramente externa, “sin pecado” (He. 4:15); también los súbditos del Milenio serán tentados, habiendo estado hasta el final de aquel perí­odo al abrigo de las astucias del Tentador (Ap. 20:3, 8). Sin embargo, el Señor es fiel, y no permite que seamos tentados más allá de nuestra capacidad, dándonos junto con el hecho de la tentación la salida, a fin de que podamos aguantar (1 Co. 10:13). Ante el gran perí­odo de tentación que viene sobre el mundo, da a los creyentes una especial promesa (Ap. 3:10). En todo caso, el creyente debe velar en oración, para no caer en tentación (Mt. 26:41; cfr. Lc. 8:13), sabiendo que el Señor pasó por amargas pruebas y tentaciones en Su encarnación, pudiendo socorrernos, y que se compadece de nuestras debilidades (He. 2:18; 4:15).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[431]

Es la insinuación oculta o explí­cita para hacer el mal. (tentare, poner a prueba en latí­n). En la ascética cristiana se ha entendido siempre como un asalto a la voluntad de una persona para que actúe en forma no conveniente.

En el hombre hay una tendencia al bien y otra al mal, a vengarse y a ser compasivo, a gozar contra la ley y obedecer por responsabilidad. La lucha entre el bien y el mal se halla arraigada en el corazón humano, mirado individualmente y valorado como realidad colectiva de la humanidad. Esa tendencia o tentación natural no es en sí­ misma un desorden, un pecado, sino una debilidad. Si se convierte en acto deliberado de la voluntad humana, si se consiente en ella, entonces se entra en la desviación ética o espiritual. Pero, si es sólo tendencia, no es desviación.

Las tentaciones deben ser dominadas y vencidas en sus raí­ces: evitando las ocasiones, desarrollando hábitos contrarios para cuando llegue la invitación interior de la naturaleza o la exterior de los otros estimulantes: del mundo, de la gente, de las circunstancias, ocasionalmente de las potencias diabólicas en la medida en que Dios les consienta tentar a los hombres. Si se ha fortalecido la voluntad, hay pocas posibilidades de que la tentación venza. Si no hay fortaleza en la mente y en el corazón, hay pocos recursos para no consentir en la insinuación al mal.

Los medios del cristiano que en la ascética tradicional se han propuesto para vencer las tentaciones son directos; voluntad firme de resistir, superación por la lucha, etc.; y a veces también pueden ser indirectos: oración, espí­ritu de penitencia, ayudas de amigos, reflexión serena, desviaciones oportunas, etc.

Las tentaciones nunca vienen de Dios, porque Dios no puede incitar al mal. Pero sí­ pueden ser toleradas por El para probar nuestra fidelidad, nuestra fortaleza y nuestra sinceridad.

Lo que no se debe hacer de ninguna manera es sospechar fácil intervenciones sobrenaturales cuando determinadas alteraciones ponen en juego esa fidelidad y fortaleza. El demonio no tienta si Dios no lo permite. La carne, o el cuerpo, no tienta si sólo refleja tendencias naturales. El mundo no tienta sino a quien se pone al alcance del mal o del malvado.

En educación es conveniente personalizar las tentaciones. Es el propio yo el que origina muchas de las insinuaciones desordenadas, si la inteligencia no clarifica las realidades morales y la voluntad no se cultiva para ser dueña de las decisiones.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El ser humano tiende siempre hacia la verdad y el bien, pero también se encuentra en situaciones de oscuridad y de debilidad. Al mismo tiempo, las tendencias, básicamente buenas, de las facultades están desordenadas como consecuencia del pecado original, expresándose frecuentemente por los llamados vicios capitales. La persona, aún manteniendo su libertad, está fuertemente condicionada respecto al ambiente sociocultural y a la propia realidad psicosomática y hereditaria.

Llamamos “tentaciones” a las incitaciones al pecado, que provienen de la propia naturaleza desordenada, los malos ejemplos o estimulantes externos y del espí­ritu del mal. Por esto se puede hablar de los “tres enemigos” del ser humano la carne (o naturaleza humana), el mundo y el demonio (cfr. 1Jn 2,16).

En una de las peticiones del “Padre nuestro”, pedimos a Dios “No nos dejes caer en la tentación”. Aunque “Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie” (Sant 1,13), a veces permite que seamos tentados, no más por encima de nuestras fuerzas, para probar nuestra virtud (cfr. Rom 5,3-4). Por esto, le pedimos luz para discernir y fuerza para decidirnos por el bien.

Habrá que distinguir siempre entre el sentir la tentación y el consentirla voluntariamente. Al experimentar la tentación, todaví­a se puede superarla, puesto que Dios no permite ninguna tentación que supere nuestras fuerzas, sino que concede la posibilidad de “poderla resistir con éxito” (1Cor 10,13).

Las tentaciones se vencen, según el ejemplo y la doctrina de Jesús, con la vigilancia y la oración (cfr Mt 26, 41). Teniendo en cuenta la propia libertad y responsabilidad, reforzadas por la actitud de fe, oración y de sacrificio, se pueden superar todas las tentaciones. Jesús en el desierto, con oración y ayuno, indicó el modo de vencer la tentaciones que resumí­an los mesianismos falsos de todas las épocas (cfr. Mt 4,1-11).

Referencias Demonio, mal, pecado, vicios capitales.

Lectura de documentos CEC 2846-2849.

Bibliografí­a N. BROX, F. SCHOLZ, Tentación, en Conceptos fundamentales de teologí­a (Madrid, Cristiandad, 1979) II, 735-743; R. GUARDINI, Meditaciones teológicas (Madrid, Cristiandad, 1965) 419-453; H. HAAG, El problema del mal (Barcelona, Herder, 1981); J. NAVONE, Tentación, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 1824-1838.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
Cuando la tentación viene de Dios, es una prueba que Dios pone al hombre para purificar y medir su fe y su fidelidad (Ex 16,4; 20,20; Dt 8,2; Jue 2,22), nunca para empujar al mal; en este último sentido, Dios jamás tienta (Sant 1,12-15). En el A. T. son clásicas las pruebas que Dios puso a nuestros primeros padres (Gen 3,1-19), a Abrahán (Gén 22,1-14) y a Job (Sab 2,24). Entre las pruebas de Dios (adversidades, enfermedades, dolor) resaltan las que Dios enviará a la humanidad entera al fin de los tiempos (Mt 24,21-28). El hombre también puede tentar a Dios, desconfiando de su omnipotencia, de su fidelidad y de su providencia; es como una protesta, como una contestación al modo de actuar divino; en este sentido es famosa la murmuración, la contestación del pueblo elegido en Masá o Meribá (rebelión, contestación, murmuración) (Ex 17,17; Jn 6,41.43.52); también puede tentarle pidiéndole un milagro (Is 7,11-12; Mt 12,38-39; 16,1; Lc 11,28; Jn 6,30). Cuando la tentación no es de Dios, es una seducción, una positiva incitación al mal; puede venir del Diablo, el Tentador, soberano de este mundo (Lc 8,13; Jn 12,31); del mundo (1 Jn 12,16) o de la concupiscencia, de las pasiones humanas (Rom 7,8; Sant 1,14). Dios prueba o deja tentar sólo hasta cierto lí­mite, pues el hombre nunca es tentado por encima de sus fuerzas y tiene siempre a mano la victoria por la fe (1 Cor 10,13; 2 Pe 2,9). Una vez superada la prueba o la tentación, el hombre adquiere solidez en la virtud y en la fe. Por eso el hombre debe pedir a Dios no que le libre de toda tentación, sino que no le deje caer en ella (Mt 6,13; Lc 11,4). Israel fue tentado en el desierto y cayó en las tentaciones. Jesucristo fue también tentado por el Diablo en el desierto, para corregir con su entrega absoluta a Dios las tentaciones de los israelitas, del mismo género que las que El sufrió: uso inmenso del poder divino (Dt 8,3; Mt 4,4), vanagloria (Dt 6,16; Mt 4,7) y ambición (Dt 6,13; Mt 4,10). Jesucristo fue tentado más veces a lo largo de su vida: por Pedro, a quien llama Satanás (Mt 16,23); por las multitudes que quieren proclamarle rey (Jn 6,15); por los jerifaltes judí­os, que le incitan a que baje de la cruz (Mt 27,42; Mc 15,30); y siempre sale vencedor. Esta actuación de Jesucristo es el modelo y, sobre todo, la fuerza que asegura la victoria diaria del cristiano y la de la Iglesia, y de una manera especial ante la tentación de Satán, por medio del anticristo, en los tiempos que precederán a la parusí­a (Mt 24,21-28; Mc 13,14-23; Lc 21,20-24).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

La tentación, en todas las dimensiones y en sus diversas intensidades, representa una perturbación del equilibrio espiritual del hombre, que no consiguen dominar su propia complejidad psicosomática y espiritual; en una palabra, es una incitación al pecado. La concupiscencia, substrato que desencadena la turbación del equilibrio del hombre, persigue sus fines particulares que no respetan el bien común ni sintonizan con él, sino sólo con las propias necesidades u orientaciones, independientemente de toda perspectiva de bien moral universal. Al no poder orientarse hacia el bien, en este sentido, este estado de cosas angustia al hombre, porque permanece en él mismo incluso cuando, en obediencia a Dios, lo combate y rechaza. La tentación sigue afianzandose en el hombre como adhiriéndose a su naturaleza, lo cual hace pensar que no tiene que darse aún por descontado el discurso sobre la salvación individual. Sólo a través de la fe y de la ascesis, la libertad y la responsabilidad del hombre pueden vencer la tentación. “Lo que nos mueve al pecado es un elemento de la condición humana que preexiste a nuestra libre decisión ” (J Navone). Y esta preexistencia puede entenderse bien en aquellas situaciones externas como son los condicionamientos sociales y psí­quicos, bien en algunos determinismos genéticos y espirituales que minan al hombre.- La tentación, cuando se juzga de sus efectos en el terreno moral, debe insertarse en este cuadro de articulaciones y determinismos, atendiendo además – al cuadro somático y espiritual del individuo, para verificar su responsabilidad y los márgenes de su libertad real.

G. Bove

Bibl.: J Navone, Tensaciótl, en NDE, 13381349: J, 1, González Faus, Las sensaciones de Jesús y la sensación cristiana, en La teologí­a de cada dí­a, Sí­gueme, Salamanca 1977. W Bitter El bien y el mal en psicologí­a, Sí­gueme, Salamanca 1968: Ch, A. Bernard, Las tentaciones, en Teologí­a espiritual, Atenas, Madrid 1944, 302ss.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Definición – II. Ilusiones atractivas y deseos ilusorios – III. El significado del tentador – IV. Aversio a Deo, conversio ad creaturam – V. Colapso moral: 1. Ideas ilusorias: 2. La desesperanza – VI. El camino de la muerte: 1. I.a sensualidad: 2. La posesividad: 3. El intelectualismo: 4. El egocentrismo: 5. Monoteí­smo radical – VII. El yo autocreador: 1. La voluntad humana absolutizada: 2. La incredulidad: 3. El autoengaño: 4. Apetitos desordenados: 5. La división del hombre – VIII. Tentación social – IX. La superación: las tentaciones de Jesús: 1. La primera tentación: 2. La segunda tentación: 3. La tercera tentación – X. Las renuncias bautismales: 1. Exigencia de la familiaridad con Dios: 2. Participación en la autodonación de Cristo.

La tentación expresa la proclividad humana a la caí­da grave moral y espiritual, a la disgregación personal y social. Los individuos y las naciones pueden verse “tentados” a proseguir polí­ticas de autodestrucción; unos y otras están sujetos a la “tentación” de actuar de una forma irrazonable e irresponsable. Las tentaciones apelan al lado más oscuro del hombre: a las potencialidades, presentes en cada uno de nosotros, de egocentrismo ilimitado, de soberbia y presunción, de ambición despiadada, deshonestidad y engaño; a la potencialidad de odio, hostilidad y abuso de los demás, unas veces de forma persuasiva, otras veces de forma brutal. Son capacidades latentes, escondidas bajo una variedad de actitudes virtuosas aparentes, de valores aparentemente auténticos. de comportamientos presuntamente respetables. La tentación puede estar adormecida, mas nunca ausente; puede ser contrastada, pero no eliminada. El cristiano necesita orar siempre para no caer en la tentación. La vida cristiana es una constante confrontación v unasuperación continua de la tentación a faltar gravemente a los compromisos con Dios y con el prójimo, sin los cuales no puede darse a ningún nivel una vida auténticamente humana. La tentación se afronta esforzándose en poner al desnudo la falsedad de ciertas ideas, de ciertos credos, de afectos, deseos, imágenes y asuntos. intentando reconocer todas estas cosas en lo que son realmente ante Dios.

I. Definición
K. Rahner y H. Vorgrimler definen la tentación como “la incitación al pecado”. Estos autores explican que la libertad humana necesita, para actuarse, conocer por experiencia los valores, ya sean reales o aparentes. En la medida en que esta motivación, necesaria para la actividad de la vida humana, toma forma de concupiscencia, la motivación al mal moral asume su aspecto caracterí­stico de tentación, tal como se verifica tras la caí­da en el actual orden de cosas. La concupiscencia persigue, en efecto, su propio bien particular, independientemente del bien moral universal del hombre, y, por lo tanto, nunca puede integrarse por completo en la opción fundamental del hombre por el bien. Esta tentación sigue existiendo en el hombre aun cuando por obediencia a Dios la rechace; coexiste con esta misma actitud de rechazo y. en consecuencia, oscurece a los ojos del hombre su propia situación. De ello se deriva que el hombre no puede dar presuntuosamente por descontada su propia salvación. Al mismo tiempo, el hecho de que persista la tentación no destruye la libertad y la responsabilidad del hombre (Mt 26,41). La fe y la esperanza (Ef 6,16) y el ascetismo activo puede vencer la tentación.

Lo que nos impulsa al pecado es un elemento de la condición humana que existe antes de nuestra decisión libre. Este elemento puede entenderse como el contexto histórico en que vivimos (los principados y las dominaciones), o bien como nuestras personales disposiciones interiores (sarx). Los principados y las dominaciones, es decir, el conjunto de fuerzas mundanas que cargan el ambiente con valores opuestos a los revelados en Cristo. El mundo hostil a Dios es todo lo que en el mundo incita al pecado y lo concretiza en el contexto humano. Aunque los cristianos no pueden dejar de estar “en el” mundo (Jn 17,11), tampoco pueden ser “del mundo” (Jn 18,36). Sarx es todo lo que en el hombre opone resistencia al don del Espí­ritu Santo (1 Cor 5,5; Gál 6,16ss).

II. Ilusiones atractivas y deseos ilusorios
En su búsqueda de valores auténticos, el hombre está tentado a creer que todo su bienestar se funda solamente en sí­ mismo, en una sola persona o en un solo objeto. Es la tentación de transferir todas las posibles motivaciones humanas a un único objeto creado que el hombre debe poseer para ser feliz. El hombre es tentado de egoí­smo, de preocupación exclusiva por su propio interés y su propio crecimiento, tendiendo a concentrarse totalmente en sí­ mismo. Es tentado a rechazar la autotrascendencia y a pensar que sólo en sí­ mismo puede encontrar luz y amor. Es tentado por deseos ilusorios, por un género de vida existente únicamente en la fantasí­a. que le protege contra la realidad, tergiversa los acontecimientos cotidianos, amortigua el choque de la verdad y le mantiene en un mundo ficticio de su invención. El hombre es tentado a seguir la luz crepuscular de la fantasí­a y de la ilusión; una vida falsa, en la que no se siente llamado a responder a los valores externos a sí­ mismo, valores que deberí­a respetar, cultivar y fomentar. El hombre es tentado a esconderse de los demás, presentando una imagen de sí­ mismo que no es auténtica. Es tentado a servirse de los demás para satisfacerse a sí­ mismo; a manipularlos en nombre de la amistad y del amor, para subyugarlos a sus propios deseos. El miedo y la inseguridad le tientan a esconderse de todo lo que podrí­a proyectar luz sobre su necesidad de ayuda: porque eldesarrollo auténtico de la vida del yo está condicionado por una cándida apertura a las realidades personales. de los demás y del mundo. La tentación quisiera alienar definitivamente al hombre de su ser verdadero y real, del solo y único mundo en que puede gozar de una existencia auténtica. Si el diablo es “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44). su programa se cuenta entre los peores engaños para la vida del “yo”.

III. El significado del tentador
Satanás. o el diablo, aparece frecuentemente en la Biblia como el responsable de la tentación, como aquel que se atreve a tentar incluso a Cristo. Aparece como el prí­ncipe de este mundo (Jn 12,31), representante de todos los falsos ideales que dominan a la sociedad. Satanás se viste de ángel de luz (2 Cor 11,14) y bajo las falsas apariencias de amigo incita al hombre a oponerse a Dios. Sus tentaciones van asociadas a la separación de Dios, al dominio del mundo secular (Mt 4.8ss), al poder de manipulación de las mentes humanas (Mt 4,3) y a la negación [>Diablo/ exorcismo Il]. Satanás tienta al hombre para que se niegue a reconocer y aceptar la verdad de su propia realidad particular y de la realidad general. Este rechazo encaja en el deseo de dominar la realidad con la idea de destruir la verdad cuando ésta repugna. La ingrata necesidad de mirar de frente a la verdad negada es la base de la evasión y de la violencia. Las tentaciones de Satanás tienen el carácter de obligaciones contractuales: “Nadie puede ser esclavo de dos señores… No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24). El hecho que aquí­ se sobreentiende es que todo hombre ha elegido aliarse con el verdadero Dios o con su adversario; el hecho de que todo hombre se ha sometido a un poder más alto para obtener lo que considera mejor en la vida: el hecho de que cada uno está obligado por un contrato que lo vincula al poder. El hombre reconoce implí­citamente la imposibilidad de llevar una existencia independiente, que al mismo tiempo sea completamente segura y esté garantizada contra la necesidad.

La idea que nos hacemos de Satanás está condicionada por nuestro modo de entender la tentación. San Ignacio de Loyola, por ejemplo, indica a Satanás como “el enemigo del género humano”, definición esta que alude a la hostilidad de la tentación contra el auténtico bienestar del hombre en cuanto individuo y en cuanto miembro de la sociedad. La exclusión de Satanás del paraí­so terrestre y el hecho de que esté “abandonado a sí­ mismo” caracterizan a la tentación como el propósito de alejar al hombre de la comunión con Dios, induciéndole a buscar una existencia falsamente independiente. Satanás, como sí­mbolo de una existencia personal absolutamente cerrada en sí­ misma y alienada, en conflicto con cualquier otra existencia, refleja el carácter nihilista de la tentación, que no atribuye valor a nada, sino a la propia obstinación. También refleja la separación entre Dios y el “propio pequeño dios” personal.

Jacques Lacarriére. en su historia de los monjes del desierto de la cristiandad antigua, alude al carácter interior de la tentación y cuenta de cierto asceta que, atento a la llegada de un observador con el presentimiento o la certeza de que se trataba del diablo, terminaba a veces por descubrir que ese visitador, ya bastante cercano para ser reconocido, no era otro que él mismo, su propio desdoblamiento, que vení­a a su encuentro desde un lejano horizonte.

IV. “Aversio a Deo, conversio ad creaturam”
La tentación se concibe como una seducción a la que es probable que ceda el hombre. Jesús amonesta a sus discí­pulos a rezar para no caer en tentación. El motivo de esta invitación es que, a pesar de la buena disposición del espí­ritu, la carne sigue siendo débil (Mt 26,41). En este mismo sentido hay que entender la oración del Señor cuando nos hace pedir al Padre que no nos deje caer en la tentación (Mt 6,13). Según el pensamiento bí­blico del Antiguo Testamento, implí­cito en esta petición, Dios puede perfectamente inducir a la tentación, como hizo con Job y con Abrahán. La oración pide que el cristiano sea liberado de la seducción del pecado, en el sentido de una liberación asegurada como la que aparece en la literatura apocalí­ptica, donde la tentación es una caracterí­stica de las tribulaciones escatológicas (Ap 3,10; 2 Pe 2,9) ‘.

Como incitación al pecado, la tentación implica una aversio a Deo, que ha de entenderse a la vez como una conversio ad creaturam. Lleva implí­cito en sí­ misma el pecado fundamental de la idolatrí­a, la tendencia a fundamentar la propia vida en las criaturas, quizá en sí­ mismo, y a entender la vida y a darle significado en términos de simples criaturas finitas, excluyendo ese sentido y ese valor definitivos que se revelan en Jesucristo. La tentación es una incitación a dar a la criatura una importancia que compete exclusivamente a Dios; el único resultado de todo esto no puede ser otro que una terrible distorsión de nuestra existencia. San Pablo, hablando de la perversión de la vida humana ocasionada por el pecado, culmina su razonamiento señalando que la idolatrí­a es la fuente de este desorden: “Trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y dieron culto a la criatura en lugar de al creador” (Rom 1,25).

El hombre es tentado a idolatrarse a sí­ mismo y a su poder, y ello le hace caer en los pecados de soberbia, que, en último término, son quizá los más destructivos y terribles, porque perturban las relaciones entre hombre y hombre. El Antiguo Testamento ha sabido ver la trascendencia que adquiere entre los seres humanos la aspiración a ser dioses (Gén 3,5; 11,6). Pero la tentación del hombre a idolatrarse a sí­ mismo y a ser dios de sí­ mismo se cuenta entre los abogados defensores de un cristianismo “sin religión”, que han caí­do ellos mismos bajo la influencia de idéntico tipo de antropolatrí­a. En el extremo opuesto, la tentación de idolatrar las cosas lleva a pecados de laxismo y de codicia. Es la tentación tí­pica de la era tecnológica y de la sociedad de consumo, en las que la multiplicación de los instrumentos de la técnica ha hecho crecer, a su vez, las necesidades y los deseos. El resultado de ello es la tentación de medir el valor último de los individuos y de la sociedad por su capacidad de producir y poseer todos los instrumentos y lo que de ellos se deriva. La consecuencia deshumanizante y despersonalizadora se advierte en el hundimiento de las relaciones humanas a todo nivel, basado en la falta de respeto a los pobres en su calidad de individuos, de clase social y de naciones del Tercer Mundo. Un resultado diametralmente opuesto a la caridad fraterna, que comunica al mundo el sentido de Cristo.

La tentación puede también ser sinónimo de un compromiso mal orientado, como el que se traduce en actos pecaminosos. Mal orientado, porque, en definitiva, hace al hombre esclavo y extraño a su propio ser, a su prójimo y a Dios. En la terminologí­a de Paul Tillich, la tentación posee la capacidad de transformar cualquier cosa no definitiva en un centro de interés definitivo. El compromiso mal planteado se convierte en el punto focal de un interés existencial aberrante, que acaba destruyendo el ser de quien es fiel a semejante compromiso. La adoración del verdadero Dios es liberación de la fuerza seductora y mortí­fera de la idolatrí­a, liberación obtenida mediante la encarnación. muerte y resurrección de Cristo, gracias al cual nos fue dado el poder de ser hijos del Padre, hermanos del Hijo y posesores del Espí­ritu del Padre y del Hijo. Testigo de esta liberación es el cristiano, que llama al Padre “Abba” y que hace del Padre el centro vital de su ser consciente de Jesús. Así­ es como el Padre responde a la petición del Hijo de que nos libre del mal. El se sitúa en el centro de nuestra conciencia amorosa, liberándonos de las influencias seductoras y mortí­feras de los dioses falsos.

V. Colapso moral
La tentación es incitación a la pecaminosidad, a la privación de un amor total, una dimensión radical de falta de amor. Esta dimensión, como la describe Bernard Lonergan, puede estar velada por una superficialidad prolongada por la evasión de los interrogantes últimos. por el apego a cuanto el mundo ofrece para desafiar nuestra inventiva, debilitar nuestro cuerpo y distraer nuestra mente. Pero esta evasión no puede durar por siempre, y entonces aparece la inquietud por la falta de realización personal, por la búsqueda de diversión, por la carencia de alegrí­a, por la ausencia de paz, y aparece el disgusto, un disgusto depresivo o un disgusto maní­aco, hostil y hasta violento frente al género humano.

1. IDEAS ILUSORIAS – La tentación puede entenderse también en términos de colapso, hundimiento y disolución. Lo que los individuos, la sociedad y la cultura han construido lentamente con gran fatiga, puede hundirse por el solo hecho de haber cedido a la tentación de ideas ilusorias. ¿Pueden los valores auténticos, tan fatigosamente conquistados, sostener el paso exorbitante del placer carnal, de la riqueza y del poder? Existe la tentación de considerar la religión como un consuelo ilusorio para las almas más débiles, como una especie de opio que los ricos proporcionan a los pobres para amansarlos, como una proyección mí­tica hacia el cielo de la excelencia del hombre. Al principio no a todas las religiones se las declara ilusorias, sino solamente a alguna en concreto: así­, no todos los preceptos morales se rechazan como ineficaces e inútiles: no toda verdad es rechazada, sino sólo algunos tipos de metafí­sica. a los que se liquida como simples patrañas. Pero a partir de este mismo momento, la eliminación de una parte genuina del todo significa que una totalidad anterior ha sido mutilada, que un cierto equilibrio se ha roto y que todo lo demás se falseará en el intento de compensar lo que falta’. La creciente disolución inducirá a los hombres a una mayor división, incomprensión, desconfianza, miedo, hostilidad, odio, violencia. Impulsará a los hombres al escepticismo intelectual, moral y religioso; minará la base de la autotrascendencia intelectual, moral y religiosa.

La tentación es una presión a fallar en lo que constituye la esencia de la espiritualidad cristiana, que, teórica como prácticamente, debe abarcar una visión del mundo, una celosa custodia de los valores que le son propios y una serie completa de instrumentos capaces de realizar tales valores. El pecado fundamental de la idolatrí­a entraña el desfonde de cada uno de estos tres órdenes de cosas: una criatura domina nuestra visión del mundo, nuestra escala de valores y el sentido de nuestro servicio. Esta misma criatura se convierte en centro constante de las actitudes de fondo, de los temas y modelos de nuestra vida interior: se hace fundamento definitivo de nuestra experiencia y de nuestro modo de entender y de juzgar las cosas.

2. LA DESESPERANZA – La tentación del pecado es de manera implí­cita una tentación a la desesperanza: a abandonar la esperanza rechazando voluntariamente tanto nuestra consciente y reconocida dependencia de nuestros semejantes y de Dios como nuestro deber de buscar la perfección y la salvación en armoní­a con ellos. La tentación puede asumir la forma de la indiferencia moral (pereza), que esquiva el esfuerzo necesario para seguir a Cristo y prefiere su propia visión del mundo, sus propios valores, a los revelados en Cristo por la gracia de Dios. Los que pierden la esperanza han cedido a la tentación de vivir exclusivamente para sí­ mismos; rechazan arbitrariamente la posibilidad de volver a cifrar su esperanza en Cristo; se rebelan por tener que depender de alguien para su realización personal. En definitiva, toda resistencia a la gracia ofrecida es una forma de desesperanza; es también una forma de idolatrí­a, en la que el hombre se comporta como pequeño dios de sí­ mismo, fundando en sí­ mismo todas sus esperanzas.

La tentación incita al hombre a poner su esperanza en lo ilusorio: le ofrece una falsa promesa. El idólatra queda preso en la trama de una promesa que nadie puede cumplir fuera del verdadero Dios. El verdadero Dios es quien efectivamente realiza lo que sus rivales sólo saben prometer con palabras. Todos los dioses dan a los individuos un modelo de verdad, de realidad y de bondad en que basar las decisiones cotidianas de la vida. Quien se confí­a a un modelo falso violenta la realidad y pretende obtener de él lo que éste nunca podrá darle. El verdadero Dios es fiel a su palabra y capaz de cumplir sus promesas, porque es el Señor de toda la realidad; en efecto, es un Dios cuyas promesas trascienden con mucho las del más pródigo de los í­dolos. Los escritores bí­blicos exhortan a los hombres a reflexionar sobre las gestas poderosas (magnalia Dei) con las que Dios mantiene sus promesas. Por el contrario, la tentación incita al hombre a escoger un camino hacia la felicidad que se aniquila por sí­ solo.

VI. El camino de la muerte
Jesús utilizó alguna vez las imágenes del “camino” y de la “puerta” para describir el sendero del hombre hacia la perdición o hacia la salvación. En los Hechos de los Apóstoles, los cristianos se definen como los seguidores de un “camino”. El antiguo texto cristiano de la Didajé empieza con estas palabras: “Hay dos caminos: el camino de la vida y el camino de la muerte, y la diferencia entre ambos es muy grande” (>Itinerario espiritual III, 1].

Pues bien, al igual que hay muchos tipos de error, mientras que la verdad es sólo una, así­ el número de las puertas o caminos posibles abiertos a la perdición es infinito, mientras que los caminos de la vida se funden todos en uno: amar a Dios con todo el corazón, con toda elalma, con toda la mente y con todas las fuerzas, y amar a los demás en Dios. Los caminos de la felicidad definitiva (paraí­so) y de la infelicidad definitiva (infierno) se refieren no sólo al estado final y eterno de la autoconciencia del hombre, sino también al estado interior de esta autoconciencia aquí­ y ahora. El reino de Dios y el reino de Satanás son realidades presentes, y los diversos caminos que conducen a ellos se refieren a ciertos modos, respectivamente auténticos o falsos, de pensar, de desear y de actuar en el mundo. En este sentido, la tentación es una incitación a una existencia falsa, a todo lo que en el hombre se opone a Cristo y lleva al rechazo definitivo y duradero de las exigencias propias del verdadero yo, del yo inteligente, racional, responsable y capaz de amar.

1. LA SENSUALIDAD – La tentación puede entenderse como incitación al camino de la muerte, que Bernard Tyrrell describe como “puertas del infierno” en su análisis fenomenológico de la existencia inauténtica. La tentación de la sensualidad empuja al hombre a la búsqueda del placer y a esquivar el dolor por encima de todo; a vivir ateniéndose únicamente a lo que le agrade, a la autocondescendencia y al hedonismo; a vivir dominado por el deseo y por el miedo, y no por lo que constituye un valor y un significado auténtico.

2. LA POSESIVIDAD – La tentación de la codicia, posesividad, ofrece una amplia gama de articulaciones. Se está dominado por el deseo de poseer objetos materiales, de tener personalidad, audiencia, seguidores, fama. Todo esto a que el avariento se aferra hace presa en él y domina como un í­dolo su conciencia personal. Esencialmente carente de confianza en Dios, el codicioso no sabe comprender que el acto fundamental del hombre consiste en dejar que sea Dios quien lo realice, en dejar que el reino de Dios venga a él. Al no permitir que le llegue el reino de Dios, acaba por no poseer nada: “Al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mc 4,25).

3. EL INTELECTUALISMO – El intelectualismo es la tentación que incita a buscar la propia gloria y la autorrealización en la posesión del saber. Mediante la posesión del saber, el intelectualista intenta conquistar el poder sobre los demás, y lo usa como arma para humillar o rebajar a los otros, elevándose a sí­ mismo. No considera la verdad como algo que ha recibido gratuitamente y que, por lo tanto, debe transmitir gratuitamente, sino más bien como “su” saber, separándose así­ de todos los demás hombres.

4. EL EGOCENTRISMO – El egocentrismo es la tentación de transformar en absoluto la propia persona o la de los demás. Las corrientes actuales de la psicologí­a, de la filosofí­a y de la religión, que insisten sobre el hecho de que el hombre y no Dios es el centro y señor de las cosas, están librando realmente una batalla en favor de la personolatrí­a, el culto de la persona. La conciencia egocéntrica no llega a percibir el Fundamento del Ser. La conciencia interpersonal concentra su atención en la interacción entre el yo y los demás. No es capaz de captar el trasfondo sin el cual nunca podrí­a aparecer el primer plano. El centro de interés constituido por la interpersonalidad de los individuos tienta al hombre a ignorar la verdad de lo que él es verdaderamente. El egocéntrico se toma a sí­ mismo y a los demás seres humanos como única fuente de amor, de esperanza y de luz en el mundo. El egocentrismo tienta al hombre en dirección a un “sistema de vida”, ilusorio, ignorante, obnubilado y enfermo, que puede curarse tan sólo por la aceptación del Dios trascendente, en el que todas las cosas subsisten y son.

Todas las “puertas del infierno” son otras tantas tentaciones de idolatrí­a. El hombre sensual hace un í­dolo de sus propios sentidos. EI hombre posesivo transforma en í­dolo el tener, mientras que el intelectualista idolatra sus propios esquemas, sus ideas y sus hipótesis.

5. MONOTEí­SMO RADICAL – Todos estos í­dolos quedan eliminados por el monoteí­smo radical: el reconocimiento existencial explí­cito de que sólo Dios es absoluto y de que todas las cosas creadas se valoran, se juzgan y se aman a la luz del Amor-Inteligencia en que tienen existencia. El monoteí­sta radical se da cuenta de que el amor del prójimo va inseparablemente unido al amor de Dios; pero adora a Dios únicamente y sabe que sólo mediante el don del Espí­ritu de amor, difundido en su propio corazón, puede amar a los demás con fidelidad, perseverancia, abnegación y compromiso real. Las bienaventuranzas expresan el espí­ritu del monoteí­smo radical, tal como lo entendió Jesús en su misión curativa e iluminadora, así­ como el poder de Dios, que libera al hombre de la tendencia espiritualmente fatal a hacerse absoluto, de buscar la salvación de la propia vida, que, como avisó Jesús, terminarí­a por perderla.

VII. El yo autocreador
La ética cristiana, según Stanley Hauerwas, afronta una tentación que constituye otra variante de la idolatrí­a: el concebirse a sí­ mismo como su propio creador. La definición del hombre como artí­fice de sí­ mismo no sólo ha llevado a la imposibilidad de explicar afirmaciones fundamentales que ocupan el centro de la vida cristiana, sino que también ha situado a la ética actual en la incapacidad de hallar un punto de encuentro con las formas modernas que asume la condición humana. La ética actual ha reproducido la ilusión de poder y de grandeza de los hombres, porque no ha sido capaz de poner de relieve las categorí­as capaces de ofrecerles la justa valoración de su condición de seres finitos, limitados y pecadores. Por eso no ha satisfecho su cometido moral.

1. LA VOLUNTAD HUMANA ABSOLUTIZADA – Al hacer de la voluntad humana la fuente de todo valor, nos alejamos de la intuición clásica, tanto del cristiano como del filósofo, para la cual la medida última de la bondad moral y espiritual ha de buscarse fuera de nosotros mismos. La imagen dominante del hombre artí­fice confina a Dios en el universo del “completamente otro”, dejando el mundo a merced de cualquier destino que quiera atribuirle la absoluta libertad del hombre; aunque se afirme que está presente y se lo defina como el Dios de la historia, su papel se reduce a confirmar la irreversible marcha de la creatividad humana. En semejante visión de las cosas, cualquier atracción capaz de dirigir la vida hacia el ser creador y redentor de Dios resulta incomprensible. La ética y la espiritualidad cristiana se vuelven pelagianas en este contexto; el fin de la vida cristiana es el recto obrar, y no la visión de Dios obtenida por la gracia de compartir la mente v el corazón de Cristo.

2. LA INCREDULIDAD – La tentación impele a la incredulidad, al rechazo de la visión de Dios en el sentido que le da Lonergan, de fe como “ojo del amor”, sin la cual el mundo es demasiado malo para que Dios sea bueno, para que un Dios bueno pueda existir. La fe es el ojo del amor, la convicción de que todas las cosas concurren al bien de aquellos que aman a Dios (Rom 8,28); ella reconoce el significado último de la consumación del hombre. Esta convicción puede ser minada, sin embargo, en sus raí­ces por la desatención, por las distracciones que dominan el centro de la conciencia del hombre. “… Se ahogan en los cuidados, riquezas y placeres de la vida y no llegan a la madurez” (Lc 8,14). Los cuidados, las riquezas y los placeres encuentran el modo de convertirse en fines en sí­ mismos y pueden transformarse en ocasiones de que los hombres se miren sólo a sí­ mismos, antes que a Dios, en la búsqueda de su realización personal. La tentación saca fuerzas de la angustia y de la necedad humanas.

3. EL AUTOENGAí‘O – El éxito en la vida espiritual no puede quedar suficientemente asegurado sólo con un buen comienzo y con un í­mpetu vigoroso. Exige vigilancia y cuidados constantes para no caer ví­ctimas del propio autoengaño en una atmósfera de ambigüedad y de oscuridad que acabe en el pecado manifiesto. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios espirituales, advierte que el espí­ritu del mal atrae y tienta a los hombres con objetos de suyo indiferentes, lo que equivale a decir que de ninguna manera son pecaminosos. El espí­ritu del mal intenta cercenar la libertad de los hombres, ofuscándolos con la ilusión de una libertad mayor. Bajo la apariencia de bien, busca enajenar de Dios el corazón y la mente humanos. En consecuencia, la vida debe ser controlada para que sea auténticamente cristiana; una vida en la que el sujeto es consciente de lo que tiene lugar en el interior de sus pensamientos y de sus deseos.

4. APETITOS DESORDENADOS – Muchas tentaciones arrancan del desorden de nuestros apetitos naturales: el impulso instintivo a extender la mano hacia todo lo que es o parece ser bueno para nuestra naturaleza en términos de comida, bebida, amistad, reputación, éxito, amor, respeto, afecto, etc. Nuestras necesidades, ya se ha advertido, son otras tantas oportunidades para el diablo. Cada una de ellas es una expresión particular de nuestro deseo de crecer o de conservar nuestra vida o, en el caso del apetito sexual, del deseo de preservar la vida de la especie. En estas mismas necesidades, todas de por sí­ portadoras de vida, existe una ambivalencia que las puede pervertir, convirtiéndolas en instrumentos de muerte. Sin vigilancia, autodisciplina y autocontrol, nuestras necesidades fundamentales pueden apartar de Dios nuestra mente y nuestro corazón.

5. LA DIVISIí“N DEL HOMBRE – El Vat. II habla de la “división del hombre” (GS 10; 13); en el hombre hay tendencias espontáneas o insuprimibles, que contrastan con otras tendencias y con el curso inevitable de la naturaleza. Si el Nuevo Testamento habla del impulso espontáneo que suscita el Espí­ritu Santo en los corazones de los fieles hacia el bien, también habla de los impulsos espontáneos hacia el mal existentes en el hombre en cuanto “carnal” y “animal”, es decir, en cuanto que no está animado por el Espí­ritu (Rom 1,24; 13,14; Gál 5,16-17; Ef 2,3; 4,24). La palabra epithymia es, por lo tanto, ambivalente; pero designa, en general, la inclinación al pecado, opuesta a la vida del Espí­ritu. Aquel que todaví­a no está regenerado se encuentra sometido al dominio de las “concupiscencias” (1 Tes 5,6; Tit 3.3). El hombre inserto en Cristo está liberado de este dominio, pero debe luchar continuamente para mantener su libertad (Rom 6,12; Col 3,5). La tensión entre el impulso al bien y el impulso al mal sitúa al hombre en un ambiente de prueba, del que solamente lo libera Cristo (Rom 7).

En el hombre queda siempre un residuo psí­quico no polarizado hacia el valor que la persona ha elegido como norma de su propia vida. La concupiscencia puede ser o bien un impulso activo hacia un valor que no encaja en el desarrollo y la maduración auténtica de la persona, o bien lo que se sustrae a la magnanimidad y a la generosidad, se rebela contra riesgos razonables y se bloquea en formas infantiles puramente receptivas de la socialidad. La tentación entraña el rechazo del compromiso personal de desarrollarse y equivale a una fuerza destructiva. El Vat. II, sabedor de la lucha dramática entre el bien y el mal que caracteriza a la vida humana, afirma lo siguiente: “El hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí­ solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas” (GS 13).

VIII. Tentación social
El hombre es tentado a cometer los pecados propios del ambiente en que vive. Los pecados, unidos de alguna forma entre sí­, tientan al hombre tanto porque provocan la imitación como porque suscitan una reacción igualmente pecaminosa. El impulso a la búsqueda del propio bien individual y terrestre, excluyendo toda norma superior, constituye sólo un aspecto de la tentación como fuerza que inclina a los hombres a pecar y les impide construir una auténtica vida humana. Hablando de la división del hombre, el Vat. II afirma: “Conocieron a Dios, pero no le glorificaron como a Dios. Oscurecieron su estúpido corazón… y prefirieron servir a la criatura, no al Creador” (GS 13).

Pero la tentación no puede considerarse como un hecho puramente individual. El hombre es un ser social, y por eso, como en toda su vida, también en las relaciones con Dios cualquier postura que tome queda influida por el comportamiento, ya pasado, ya presente, de los demás, y a su vez influye en los hombres para bien o para mal.

La demagogia polí­tica en nombre de la grandeza de la patria ha sido muchas veces una tentación fatal para pueblos enteros. La demagogia polí­tica tienta a un pueblo con las promesas mesiánicas, las cuales habrán de resolver todos los problemas nacionales de mayor categorí­a, y acaba llevándolo a la defraudación y a la exacerbación. El realismo cristiano ha puesto siempre de relieve que ni siquiera las reformas sociales de mayor éxito son capaces de eliminar la cruz de la vida de los hombres y de la sociedad. Los falsos salvadores dicen que poseen la panacea de todos los problemas humanos a condición de que estemos dispuestos a seguir sus ejemplos, y seducen al pueblo prometiendo una sociedad utópica con un lenguaje que enmascara su sed de dominio.

En el estado actual del hombre, ningún orden social es totalmente satisfactorio. En cualquier caso, tenemos la obligación de trabajar para obtener un orden mejor que el existente en la actualidad. Los iluminados revolucionarios tientan a las masas con un idealismo utópico de origen emotivo, que elude la determinación de las injusticias reales que se sufren. En general, se oponen a la tarea de ocuparse de injusticias especí­ficas; prefieren partir del presupuesto de que el orden social está corrompido, explotado y maduro para ser derribado. Establecida esta premisa, todo lo que el orden social al que se refieren tiene de bueno no puede ser otra cosa que un mal arteramente camuflado, concebido para disuadir a los radicales de su intento revolucionario. Toda reforma o cambio que no sea la revolución es contrarrevolucionario. Empujan a las masas al odio civil contra todos aquellos que no pertenecen a su movimiento o a su partido polí­tico, creando una especie de demonologí­a, según la cual quienes no se adhieren a ellos son demonios dignos de toda violencia y castigo, mientras que ellos son “ángeles” iluminados, sin pecado, “ángeles custodios” del auténtico bien del pueblo entero.

El racismo crea otra especie de demonologí­a, según la cual se concibe a los extranjeros como “diablos”, como sí­mbolos de una amenaza contra la integridad y la existencia de la sociedad. La demagogia racista tienta a las masas a mirar a los extranjeros con suspicacia, como una amenaza contra los valores del statu quo, y a atribuirles la culpa de lo que no va bien en el paí­s.

El capitalismo desenfrenado de la sociedad consumista tienta a las masas mediante el bombardeo de la publicidad a que acepten valores falsos, explotando todo medio a su alcance para promover sus productos. La publicidad erótica se convierte en seductora para la venta de productos cualesquiera. La pornografí­a, la droga y la violencia excesivas del cine se presentan como diversiones para las masas, implicando una visión ilusoria del bienestar humano y seduciendo a las masas con falsas promesas mediante los medios de comunicación social. Engañan, mienten. pretenden que una vida indisciplinada es una vida “libre”, “feliz” y “auténtica”. La pornografí­a, la droga y la violencia en cualquiera de sus formas venden bien sus productos, prometiendo una diversión inmediata, pero tarde o temprano hacen a sus clientes incapaces de disfrutar de la verdadera felicidad humana.

IX. La superación: las tentaciones de Jesús
Todo el desarrollo de la vida cristiana puede describirse como un proceso de superación de la tentación orientado a posibilitar el cumplimiento de la total restauración en Cristo (Ef 1,4-10). Esto significa, en otras palabras, una fe que supera todo lo que corresponde únicamente a lo que los ojos pueden ver y la razón humana entender; significa esperanza, que supera las tentaciones de caer en la impaciencia y en el desaliento ante los caminos de Dios; significa superar con la caridad cualquier tipo de compromiso en el servicio de Dios.

Una comprensión adecuada desde la fe de la tentación de Cristo en el destierro puede ayudarnos a comprender nuestra tentación. Las narraciones evangélicas hacen notar que la tentación sufrida por Cristo fue uno de los acontecimientos particularmente significativos de su vida. Las narraciones evangélicas pretenden instruir a la comunidad cristiana sobre la reiterada situación humana de tentación.

La tentación de Jesús no se describe como un acontecimiento aislado, sino que se enlaza con la descripción del bautismo de Cristo por obra de Juan. Son dos hechos que forman las fases de un único misterio. La tentación va unida también con todo lo que sigue en la vida pública de Cristo hasta su conclusión con la muerte y la resurrección. Lucas hace notar este ví­nculo con las palabras que concluyen su descripción de la escena en el desierto: “El diablo se alejó de él hasta el tiempo oportuno” (4,13).

Satanás tienta a Jesús para hacerle abandonar el tipo de papel mesiánico que tení­a intención de desarrollar como mesí­as paciente. Satanás invita a Jesús a buscar otro modo de cumplir su misión. Esta misma tentación se presenta en formas diversas a lo largo de todo el curso de la vida pública. La familia le anima a realizar milagros en dí­as de fiesta (Jn 7,1-4). Los escribas y los fariseos intentan forzar su ministerio para adaptarlo a sus nociones preconcebidas de salvación de Israel (Jn 7,10ss). Sus discí­pulos insisten en que no vaya a Jerusalén para que no le maten (Mt 16,21-23; Lc 9,22). Por último, su misma humanidad rechaza en Getsemaní­ el sufrimiento y la muerte inminentes (Le 22,42ss). En la superación de todas estas tentaciones, Cristo decide libremente adherirse a su misión en el modo predispuesto por la infinita sabidurí­a de su Padre.

Cristo rechaza libremente y con decisión la continua provocación que quiere hacerle abandonar su misión por un sucedáneo más fácilmente realizable; era tentado a preferir el juicio de una “sabidurí­a” creada al juicio de la sabidurí­a divina. La respuesta de Cristo a Satanás es parte integrante del proceso de redención. En el calvario, Jesús eliminó el mal con su obediente aceptación de la muerte basada en la libre opción de adherirse a la voluntad del Padre. Al someterse voluntariamente a la muerte, Cristo opuso un rechazo definitivo a la tentación de hallar otro medio para realizar la salvación del hombre. Su opción libre establece el modelo de respuesta humana a la existencia de criatura en oposición a la falsa elección de Adán. Su rechazo de las sugerencias de Satanás en el desierto forma parte de esa elección continua que constituye la esencia misma de la actividad redentora de Cristo.

El modo en que Satanás se dirige a Cristo para tentarle representa tanto los modos equivocados con que Cristo habrí­a podido buscar la salvación de los hombres como las falsas fuentes de salvación que los hombres mismos van buscando en el curso de su vida.

1. LA PRIMERA TENTACIí“N – La primera y la segunda tentación (en el orden de Mateo 4,1-11; cf Lc 4,1-13) comienzan con la expresión “Si tú eres el Hijo de Dios…”. Esto indica que se trata de tentaciones mesiánicas, con las que se rechazan las ideas mesiánicas que ellas mismas representan. La primera tentación de transformar las piedras en pan corresponde a la propuesta de un “evangelio social”, dirigido exclusivamente a la mejora de las condiciones materiales de vida. Esta perspectiva es desechada como inadecuada, porque la vida que Cristo ha venido a comunicar no puede reducirse al puro y simple bienestar del cuerpo ni a la vida vegetativa y sensitiva; ello serí­a olvidar que la persona vive más propiamente en su pensamiento, en su amor y en su libertad. La necesidad de proveer al sustento necesario para la vida tienta al hombre a dejarse absorber excesivamente por el problema de la seguridad material. Arriesgar o incluso sacrificar la salud fí­sica, y hasta la vida, para salvaguardar y desarrollar el propio nivel verdaderamente personal de vida no es un comportamiento común, sino que exige amplitud de miras y valor. El temor a cualquier peligro que pueda amenazar la propia seguridad y prosperidad corporal tienta al hombre a olvidar los valores personales más auténticos. La respuesta de Cristo de que el hombre vive también de la palabra que viene de la boca de Dios afirma el primado de los propios intereses espirituales. La misma afirmación aparece explí­cita en el discurso de la montaña: “Buscad primero el reino y su justicia y todo eso se os dará por añadidura” (Mt 6,33). La palabra de vida que sale de la boca de Dios es la fuerza creadora que gobierna próvidamente nuestra vida material hasta en sus mí­nimos detalles; pero constituye una fuente de vida todaví­a más rica cuando, en la revelación, actúa para alimentar las profundidades personales del vivir humano. El hombre está tentado a perder la perspectiva justa; la respuesta de Cristo pone de relieve una falsa jerarquí­a de Satanás y de los valores humanos.

2. LA SEGUNDA TENTACIí“N – Al superar la segunda tentación, la de lanzarse desde el pináculo del templo, Jesús rechaza el recurso a lo sensacional como método para inducir a creer en su misión mesiánica, así­ como la tentación de recoger resultados tangibles e inmediatos. Es la tentación de tentar a Dios, de “forzar la mano” de Dios y poner a prueba al mismo Dios. Esta tentación nos hace recordar a Job, que pide a Dios que se justifique y dé una explicación de sus métodos. La impaciencia por la lentitud con que obra la providencia de Dios tienta al hombre a hacer que pase inadvertida la cruz. Satanás dice a Cristo que ponga a Dios a prueba para controlar si es fiel a sus promesas. La respuesta de Cristo deja entender que el amor de predilección que alimenta el Padre hacia él no actuará ni se manifestará según las exigencias de una mera lógica humana. Pertenece a la lógica divina el hecho de que el amor del Padre al Hijo y el del Hijo al Padre encuentre su expresión en la respuesta de la cruz, menos tangible, menos inmediata, pero, en definitiva, omnicomprensiva. Esta tentación es el punto de encuentro entre la lógica divina y la lógica de la “razonabilidad” humana. Para la razonabilidad humana existe, y persiste la tentación de dar consejos a Dios y de reprenderlo por los métodos que usa. El hombre prefiere actuar a su modo al realizar el bien, y muchas veces busca la solución más espectacular. Pero después de haber preferido nuestros juicios, anteponiéndolos a la sabidurí­a divina que nos ha sido transmitida en la revelación, recurrimos a Dios para que ejerza poderes extraordinarios con los que poner remedio a nuestra necedad. “Lanzarse al peligro sólo para dar a Dios la ocasión de hacer milagros no es fe, sino presunción”.

3. LA TERCERA TENTACIí“N – La tercera tentación es la de adorar a Satanás para conquistar el dominio del mundo, y esto es, naturalmente, la idolatrí­a: estimar lo creado más que al Creador. Jesús rechaza la idea de elegir como objetivo final el poder terreno. El rechazo de este í­dolo está presente en todo el trayecto de su misión de obedecer sólo al Padre. Rechaza idolatrar a cualquier ser. el propio ser o la humanidad. En esta tentación Jesús revela el verdadero origen del reino como don del Padre al Hijo. El don es referido a la adoración. al servicio y a la obediencia'”. El “padre de la mentira” pone tanto el don como el servicio y la adoración en relación consigo mismo en lugar de con Dios. Todo lo que Cristo hace lo hace porque es voluntad del Padre; en consecuencia, toda su acción es litúrgica, consagrada y sustraí­da a lo profano. “Por ellos yo me consagro, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17,19). La muerte de Jesús en la cruz es coherente con toda su vida y con su misión de amor y de obediente autodonación al Padre. El reino que Jesús comunica es el don del Padre y de nadie más; y nadie puede hacer la experiencia de su realidad “si el Padre que me envió no lo atrae” (Jn 6,44). Jesús comunica el don del reino del Padre del modo querido por éste: “Yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8,29). La cruz es el modo elegido por el Padre: “Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí­” (Jn 12.31-33). La cruz vence todo servilismo, toda distorsión y toda alienación, de las que el hombre cae ví­ctima por la idolatrí­a; vence toda oposición al amor del Padre de una vez para siempre en Cristo y por medio de Cristo. Es la respuesta divina a la tentación de alcanzar la felicidad última mediante la autoafirmación, la autoaserción y la búsqueda de sí­ mismos. Dios Padre es el bien definitivo, y su reino se funda y se comunica siguiendo su camino.

X. Las renuncias bautismales
Las tres tentaciones están estrechamente unidas a la renuncia que el cristiano debe hacer del mundo en cuanto enemigo de Dios, renuncia que se hace en el bautismo. Renunciar al mundo quiere decir renunciar a la actitud mental que considera a este mundo como un sistema cerrado del que se excluye al Creador; una actitud que destruye las mismas cosas que se aman. El máximo placer, el máximo éxito, el máximo dominio sobre los demás ha venido a ser el ideal de la vida, y esto es contrario a Dios. Para renunciar al mundo, el cristiano debe renunciar a la idolatrí­a, a la adoración de una criatura, tanto si es la riqueza como el progreso humano, el sexo o el programa del partido, cosas todas ellas inferiores a la dignidad del hombre, llamado a participar de la vida misma de Dios.

1. EXIGENCIA DE LA FAMILIARIDAD CON Dios – Una renuncia de tal envergadura no es fácil para el cristiano. En realidad, es imposible sin la familiaridad con Dios, que induce a un auténtico sentido de dependencia y de sumisión a él. Sin ella el cristiano se engañará a sí­ mismo creyendo que sirve a Dios, mientras que en la práctica no hará otra cosa que servir al mundo, y será sordo a las sugerencias del Espí­ritu Santo. O bien podrá ser tentado a denunciar la malicia intrí­nseca del mundo y apartarse de él lo más posible. Entonces aquellos que adoran al mundo saludarán con alegrí­a su decisión, porque a la adoración de Dios en quien todo subsiste ellos prefieren las tinieblas y el culto de sí­, de sus deseos y de sus ideas. “Seremos como Dios y no reconoceremos a otros dioses que a nosotros mismos”, es el grito del mundo. “Adorarás al Señor tu Dios, y a él sólo servirás”, es el grito del cristiano. Pero el suyo será un grito vano e ineficaz si no le da sentido con su propia dedicación a su trabajo, con su sed de justicia y de verdad dentro de la vida pública y privada y con su amor a los hombres sus semejantes, partiendo de su propia familia y demostrando así­ que la fe en Cristo no es un obstáculo al progreso de este mundo, sino una condición auténtica para su realización.

Con el bautismo nos hacemos “otros Cristos” y compartimos su esfuerzo, que duró toda su vida y se vio coronado por la victoria en la cruz, para superar las tentaciones de Satanás. Con el bautismo, el Espí­ritu que ha resucitado a Jesús de entre los muertos vive también en nosotros (Rom 8,11), porque somos inmersos en la vida de la Trinidad. Nuestro crecimiento en la vida divina se lleva a cabo solamente en proporción con lo que morimos a nosotros mismos y nos entregamos completamente a Dios, porque la vida de la Trinidad es vida de donación. No hay nada de lo que posee el Padre que no sea totalmente del Hijo y del Espí­ritu Santo, y nada de lo que tiene el Hijo deja de ser totalmente del Padre y del Espí­ritu Santo. Si tenemos que vivir la vida de la Trinidad ratificando nuestro bautismo, es necesario vencer toda tentación de sustraer cualquier cosa de nuestra vida al Padre. En el momento de la muerte nos lo pedirá todo. Cada momento de la vida del cristiano se entiende como una prueba para el momento de la muerte, cuando libre y obedientemente se ofrece a Dios. La oferta libre denota en él ausencia de idolatrí­a; el ofrecimiento obediente es signo de plenitud de amor. Libertad y obediencia son los signos salví­ficos de la cruz y de sus frutos en la vida del cristiano. Son signos de su fidelidad al don de Dios recibido en el bautismo.

La tentación cubre un perí­odo de tiempo mayor que el que habitualmente llamamos “el momento de la tentación”. Todas las experiencias de la vida y toda la realidad presente en ellas son objeto de juicios según dos escalas de valores opuestas: los valores contenidos en los misterios de Cristo y los que están presentes en las “obras y vanidades” de Satanás. En nuestra vida personal hay un desafí­o constante a los valores cristianos; un desafí­o (tentación) al que respondemos continuamente en una medida más o menos profunda, condicionándonos así­ a nosotros mismos por aquellas instancias especí­ficas en las que esos valores pueden ser más agudamente sometidos a discusión.

2. PARTICIPACIí“N EN LA AUTODONACIí“N DE CRISTO – Es esencialmente con esta actitud de respuesta a la tentación como Cristo salvó al género humano en el momento culminante de la redención en el Calvario. En este contexto, todo momento y todo acto de nuestra vida se añaden al contenido de nuestra autodonación en unión con Cristo al Padre; y ese contenido es distinto para cada uno de nosotros, porque cada uno tiene su propio papel distinto en el cuerpo de Cristo. Porque nada hay en el mundo que no pertenezca a Cristo, no existe tampoco ninguna actividad humana irrelevante para el reino de Cristo. La obra de cada cristiano que pretenda llevar su granito de arena al orden, a la belleza y al progreso de este mundo es también una aportación al reino de Cristo. Sin embargo, el cristiano se dedica al mundo poniendo su confianza en Dios, y no en su propia idea del progreso. Puede parecer que Dios destruye nuestros esfuerzos y que nos traspasa corno traspasó a Cristo en la cruz; pero es en nuestra debilidad donde Dios manifiesta su poder (2 Cor 12,9), y sólo cuando se lo hayamos dado todo a él nos volverá a llevar a la vida. Este es el misterio de la cruz, gracias al cual el Padre nos atrae hacia sí­, liberándonos de nosotros mismos; gracias al cual el Padre nos da poder para desbaratar toda tentación que pretenda impedirnos ser hijos suyos, siendo su Hijo el “primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8,29).

J. Navone
BIBL.-AA. VV., El mal está en nosotros, Fomento de Cultura, Valencia 1959.-AA. VV., La tentación del superhombre, Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona 1974.-AA. VV., l.a tentación contra la esperanza, Centro de Estudios Sociales, Valle de los Caí­dos (Madrid) 1979.-AA. VV., Realidad del pecado, Madrid 1962.-Antony, O, Entre dos fuegos, Clie, Tarrasa 1979.-Bitter, W, El bien y el mal en psicologí­a, Sí­gueme. Salamanca 1968.-Boff, L, Y no nos dejes caer en la tentación…, en Padrenuestro, Paulinas, Madrid 1982, pp. 127-155.-Bonhoeffer, D, Tentación, Aurora, B. Aires 1977.-Ferrier, F, El mal, piedra de escándalo, Casal i Vall, Andorra 1967.-González Faus, J. 1, Las tentaciones de Jesús y la tentaeión cristiana, en La teologí­a de cada dí­a, Sí­gueme, Salamanca 1977.-Guardini, R, Meditaciones teológicas, Cristiandad, Madrid 1965, pp. 419-453.-Haag. H, El diablo. Su existencia como problema, Herder, Barcelona 1978.-Haag, H, El problema del mal, Herder, Barcelona 1981.-Jerphagnon. L, El mal y la existencia, Nova Terra. Barcelona 1966.-Lucas, J. B. de, Las tentaciones, Nacional, Madrid 1964.-Villalmonte, A. El pecado original, Sí­gueme, Salamanca 1978.-Cf bibl. de las voces Diablo v Padrenuestro.

S. de Fiores – T. Goffi – Augusto Guerra, Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ediciones Paulinas, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Espiritualidad

1. La esencia de la t. ha de entenderse partiendo de que el hombre, como ser deficiente, está ordenado a una perfección que lo transciende. El impulso a la perfección personal y, por tanto, moral, es su orientación – debida a su propio espí­ritu y a la gracia – hacia sus prójimos y hacia Dios (-> acto moral; -> amor al prójimo). Tal impulso o tendencia sólo se realiza en la medida de la apertura a la trascendencia, al misterio de Dios experimentado, pero incomprensible; cosa que sucede en la ordenación de todos los actos categoriales al fin del -> hombre. Esta ordenación del hombre a la perfección está expuesta a múltiples riesgos, pues él une en sí­ una multitud de tendencias que, en fuerza de la afectividad que les es propia, empujan de suyo con relativa autonomí­a al cumplimiento inmanente, si no son ordenadas por el obrar racional y libre del hombre a las exigencias del desarrollo de la -> persona hacia algo que la trasciende. La necesidad de una integración consciente de los distintos apetitos particulares resulta de que, como consecuencia de la inseguridad instintiva y de la constitución concupiscente, la tendencia a la realización de apetitos particulares puede pasar unilateralmente a primer plano de la conciencia y de la sensibilidad. De aquí­ proviene la posibilidad de la t. Según eso, en definitiva la t. consiste siempre en el peligro de perturbar la ordenación óptima y dinámica al perfeccionamiento constante por medio de acciones que atentan contra esta aspiración.

La razón de tales t. pueden ser en primer lugar causas exógenas, p. ej., modificaciones endocrinas, fantasí­as y recuerdos no dominados, estados de excitación afectiva como consecuencia de represiones, etc.; pero también desilusiones por causa del prójimo, la experiencia de los propios lí­mites, falsas estimaciones de la voluntad de Dios y otros datos del super-yo y del mundo circundante, que no son inmediatamente dirigibles.

El hombre no es inmediatamente responsable de esas t., que son más bien un hecho forzoso, el cual va anejo a nuestra dependencia respecto de estructuras dadas y realidades exteriores. Hay que distinguirlas en principio del conflicto de conciencia, en que se da una pugna entre varios deberes objetivos aceptados por la conciencia (cf. sistemas morales [-> moral, B]). En la t., por lo contrario, en oposición a un valor que corresponde a la persona en su totalidad, pasa a primer plano un valor moral particular y, por ende, sólo condicional, cuya realización (por lo menos en la manera como aparece en el momento de la t.) es reconocida como contraria al bien de la persona.

Para que pueda hablarse, pues, de t., el valor particular no debe aparecer de tal forma en el primer plano de la conciencia que no sea ya posible una elección entre él y el valor personal. Tal serí­a, de una parte, el caso si, por ignorancia o error, no fuera posible la reflexión sobre la significación del valor particular, o se diera, de otra parte, una fijación forzosa de carácter neurótico o psicopatológico sobre el valor particular, y así­ se suprimiera la libre elección (-> enfermedades mentales, -> psicopatologí­a). En tales circunstancias, consiguientemente, no puede hablarse de pecado al seguir semejantes apetitos (que contradicen al bien de la persona). Según eso, hay una responsabilidad inmediata limitada cuando el impulso de que procede la t. es tan fuerte – por los motivos que fuere -, que queda disminuida la visión del alcance de la t. y entorpecida o paralizada la fuerza de voluntad para resistirla. En el consentimiento a tales t., se habla de pecados de flaqueza (peccata infirmitatis).

Estas t. provenientes de causas exógenas pueden provocar, por su parte, tendencias endógenas dañosas al mejor desenvolvimiento de la persona, las cuales son capaces de influir también en la aspiración cognoscitiva por represiones. Tal es el caso cuando el hombre consciente voluntariamente a las t. o sucumbe a ellas llevado por sus tendencias (p. ej., sucumbe a influencias dañosas en la educación). En la medida que estas tendencias nacen instintivamente, el hombre tampoco es responsable de las t. que de ellas resultan. Pero en cuanto han sido originadas por el consentimiento voluntario a t. exógenas, el hombre es responsable de ellas, pues fueron libremente queridas in causa (p. ej., en fenómenos maní­acos, complejos de odio acumulado, etc.). Ello quiere decir que la posibilidad de t. endógenas resulta a la postre de la vinculación del hombre a estructuras previas de ordenación, de naturaleza transcendental o categorial, y también de su individual desarrollo personal.

Con su razón limitada, sólo limitadamente puede el hombre dominar de una ojeada las posibilidades concretas de realizarse a sí­ mismo. De ahí­ que su decisión de un acto determinado en orden a la propia realización sea siempre arriesgada, en cuanto el hombre sólo limitadamente puede calcular los efectos de tal decisión para la propia perfección, v puede consiguientemente fracasar en ella. Una decisión moral óptima se da cuando el riesgo se calcula de manera que se equilibren el factor de seguridad y el de inseguridad en el obrar. Desde el punto de vista de la psicologí­a profunda, una t. se da siempre que la integración de los instintos no está garantizada y surge la tendencia a intentar esa integración en forma demasiado tí­mida o demasiado ligera. En el primer caso, por querer proceder con demasiada seguridad, el hombre fracasarí­a por no aprovechar plenamente sus posibilidades; en el segundo, porque procede arrogantemente y obra a la ligera contra estructuras previas de ordenación y anula así­ aquellas posibilidades. Según esto, en la t. se pone en peligro la relación trascendente de la acción humana. Por su superación, tal relación queda liberada de nuevo y a su vez profundizada. Según que las t. amenacen al hombre en el núcleo de su existencia sólo periféricamente o lesionen su mayor perfeccionamiento, los actos morales resultantes serán más o menos graves, independientemente de que el grado diverso de lesión se deba a la importancia del objeto para el tentado o bien a la intensidad de la relación libre con la acción.

2. Bí­blicamente, la t. se interpreta: a) como prueba de Dios. Así­, según afirmaciones del AT, sobre todo en los primeros libros, Dios quiere adrede poner a prueba la fidelidad de su pueblo, del pueblo de su alianza (Ex 15, 25; 16, 4; 20, 20; Jn 2, 22; 3, 1.4), y de creyentes particulares, así­ Abraham, cuya t. es aducida constantemente como ejemplo (Gén 22, 1; Eclo 44, 20; 1 Mac 2, 52; Heb 11, 17), o Job, cuyo temor de Dios permite el Señor que sea probado por Satán con sufrimientos (Job 1, lls; 2, 5; él permite también las t. que de ahí­ resultan: Job 7, 1; 10, 17; 16, 10; 19, 12). En la literatura sapiencial posterior, por influjo helení­stico, aparece más fuertemente la idea de t. como medio de purificación y educación (Sab 3, 5; 11, 9; cf. 2, 1-6; 4, 17; 33 [36], 1; cf. Sant 1, 2.12; Heb 11, 17.37).

b) Como seducción por los poderes del mal. Así­ la t. diabólica de los primeros padres (Gén 3, 1-7). En este punto, el pensamiento judaico ve claro que, por encima de las malas inclinaciones del hombre, las t. son obra del diablo y sus espí­ritus, y sólo pueden vencerse con la ayuda de Dios.

Esta idea del – diablo como gran tentador gana importancia en el NT. La supone la petición del padrenuestro (Mt 6, 13 = Lc 11, 4) y el aviso de Jesús a sus discí­pulos en Getsemaní­ (Mc 14, 38 par). También Pablo ve en la t. la acción de Satán (1 Tes 3, 5; 1 Cor 7, 5), pero atestigua a la vez que Dios da fuerza para resistirla (1 Cor 10, 13). De manera semejante, el Apocalipsis atribuye la t. a Satán (12, 9; 13, 14; 19, 20; 20, 3.8.10); y Sant 1, 13s resalta expresamente que la t. no viene de Dios. En la literatura apocalí­ptica la t. es mirada como caracterí­stica de las tribulaciones escatológicas (Dan 12, 10; 1 Pe 1, 6; 4, 12; 2 Pe 2, 9; Ap 3, 10), y particularmente en Heb es vista como superable en Cristo (cf. 4, 15; 2, 18; cf. también Ap 3, 10). Porque en Cristo es vencido el imperio de Satán sobre este -> eón.

3. Puesto que, en último término, las t. consisten en el peligro de cerrar al hombre el camino de su ordenación a la perfección, para vencerlas moralmente son necesarios sobre todo el deseo de la perfección y, consiguientemente, la apertura a la -> gracia, que se manifiestan en el amor a la virtud en general y en particular. Así­ se produce la integración de las tendencias particulares en el servicio a la perfección del hombre.

Comoquiera que la razón inmediata de las t. son primeramente causas exógenas, el esfuerzo moral debe concentrarse en dominar esas causas. Sin embargo, hay que tener de antemano en cuenta que la posibilidad de ser tentados va necesariamente aneja a nuestra condición de criaturas. La gracia no suprime esa condición, aunque nos da serenidad frente a todas las t. por la confianza en la ayuda de Dios, de suerte que, a la postre, la t. efectiva debe soportarse con humilde resignación. Dadas las múltiples causas de las t., son realmente posibles muchos medios para vencerlas. En casos extremos, se puede recurrir a tratamiento médico y a la psicoterapia. Pero siempre, estimando prudentemente la propia debilidad y sintiendo la responsabilidad de nuestros deberes, habremos de evitar ocasiones innecesarias de pecado (Ef 5, 15). A menudo la mejor manera de evitar la t. es una adecuada distracción. Pero lo que importa sobre todo es un constante esfuerzo por corregir prejuicios y predecisiones ajenos a la realidad que están fijados en el super-yo. Para ello es tan necesario un amor lo más incondicional posible a la verdad y al bien, como una confrontación paciente y sin prejuicios con los datos empí­ricos (-> higiene mental).

Para vencer las t. que dependen de causas exógenas, es menester una constante formación de la conciencia. Para reducir o superar las t., esa formación ha de tender a un equilibrio lo más ponderado posible entre la satisfacción y sublimación de las tendencias, pues sólo así­ se mantiene el equilibrio, necesario para la perfección, entre la apertura a la transcendencia y la dependencia de lo inmanente, y puede tenerse debidamente en cuenta el carácter dinámico e histórico del deber moral, singular en cada caso. Sólo así­, en efecto, se evita el sobrestimar o subestimar las propias posibilidades y se ponen de manera óptima al servicio de la perfección de la persona nuestras vinculaciones a estructuras previas de ordenación.

De ahí­ se sigue además que las t. procedentes de causas endógenas sólo pueden eliminarse en la medida en que se corrijan, dentro del marco de lo posible, falsas actitudes voluntarias por medio de posiciones tan prudentes como decididas respecto de las causas.

4. Una equilibrada educación pastoral tendrá que evitar la tendenciosa simplificación en la visión de los dones y tareas “tentadores”. Pues en tal simplificación la realidad acostumbra a interpretarse mediante una proyección ficticia de la misma, desplazando o suprimiendo uno o varios de sus aspectos y, por tanto, tergiversándola. La oración recomendada por la Escritura (Mc 14, 38), la constante vigilancia (Lc 8, 13; 21, 36) y sobre todo la firmeza en la virtud (Lc 22, 28; cf. Mc 13, 13 par; Ap 2, 10), que opera constancia (Sant 1, 2s), serán la mejor ayuda para ello, si buscan natural y sencillamente lo verdadero y bueno en cuanto es concretamente cognoscible y realizable, y así­ tratan de dominar la vida con la confianza en Dios, que en la t. no quiere nuestra caí­da, sino nuestra prueba (Ap 3,5).

5. Tentar a Dios consiste: a) bí­blicamente, en la provocación osada de la ira de Dios, que radica en la desconfianza de la providencia de Dios; así­ cuando en el desierto se amotinó el pueblo y dudó de la voluntad salvadora de Dios (Ex 17, 2.7; De 6, 16; 9, 22; Sal 95, 8-11; Heb 3,8s), o cuando en el NT Jesús rechaza como un tentar a Dios la sugerencia de que entienda mundanamente su misión mesiánica (Mt 4,7 par). En 1 Cor 10, 9 y Act 3 se amonesta a los creyentes a que no tienten a Dios como los antiguos israelitas. En Act 5, 9 el intento de engañar a la Iglesia es mirado como un tentar al Espí­ritu del Señor, y en 15, 10 Pedro califica de t. de Dios el intento de cargar sobre los gentiles el yugo de la ley.

b) Moralmente, el tentar a Dios ha de mirarse como una provocación a Dios que traiciona la -” esperanza, pues quien así­ procede no espera de Dios la salvación, sino que quiere dominar el destino humano por la propia fuerza y la propia voluntad. La t. de Dios puede manifestarse en las más diversas formas, desde el cálculo temerario de la disposición de Dios al perdón, de suerte que ya no se espera la salvación eterna “con temor y temblor” (Flp 2, 12), hasta los juicios supersticiosos de Dios, y en último término se funda siempre en una falsa idea de Dios, que niega e idolatriza el soberano misterio del Dios que nos ama libremente.

6. La t. de Jesús narradas en Mc 1, 12s; Mt 4, 1-11 y Lc 4, 1-13 requieren una exégesis matizada bajo la perspectiva de la historia de las formas, la cual ponga de relieve la idea mesiánica de Cristo que late en los relatos. Según esa exégesis, Jesús habrí­a traicionado su misión mesiánica si hubiera caí­do en la t. de no presentarse, a pesar de su dignidad mesiánica, como el “siervo” obediente de Dios y como el segundo Moisés que resiste a la murmuración de Israel. Las t. de Jesús por parte de los fariseos (Mc 8,11 par; Mc 10, 2 par; 12, 15 par; Mt 22, 35; Lc 10, 25) tienen también por fin poner a prueba la misión mesiánica del Señor. En contraste con ello, la t. de Jesús en Getsemaní­ (Mc 14, 32-42 par) tiene por objeto expreso la posibilidad de que Jesús sea tentado, la cual en Heb 2, 18; 4, 15 es interpretada como signo de su semejanza con nosotros en todo, excepto en el pecado. Jesús vence la t. por la aceptación de la pasión (cf. Heb 5, 7-9) – la posibilidad de la derrota queda evidentemente descartada -y así­ se hace nuestro modelo, que nos capacita para seguirle.

BIBLIOGRAFíA: H. Seesemann: ThW VI (1954) 23-33; P. Valloton, Essai d’une doctrine de la tentation (P 1954); I. Owen, Temptation and Sin (Evansville 1958); K. P. Köppen, Die Auslegung der Versuchungeschichte (T 1961) (bibl.); La Tentation: Lumiere et Vie 10 (1961) fase. Nr. 53; Häring I (Fr 71963) 386-389 (hihi.); N. Brox – F. Scholz: HThG II 778-786 (hihi.); E. Grünewald, Tiefenpsychologische Aspekte zur Situation der V.: Rahner GW II 568-578; Mons de Ségur, Las tentaciones y el pecado (Ed Paul B Aires); 1. B. de Lucas, Las tentaciones (Nacional Ma 1964).

Waldemar Molinski

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

La palabra específica que indica el acto de la tentación en el AT es la conjugación piʿel de nissāh. En 1 S. 17:39 se usa la palabra para probar la armadura. En Gn. 22:1 nissāh caracteriza el mandato de Dios a Abraham para que ofreciera a Isaac como una ofrenda en la tierra de Moriah. Un uso similar del término se encuentra en Ex. 16:4; 20:20; Dt. 8:2, 16; 33:3; Sal. 26:2; 2 Cr. 33:31; y otros. Un sentido similar tiene esta palabra cuando se aplica a las terribles y extraordinarias plagas de Dios contra Egipto (Dt. 4:34).

El mismo término técnico se aplica a aquellos actos de los hombres que desafían a Dios para que éste muestre su veracidad y justicia. Describe las ideas y hechos inicuos a través de los cuales, los hombres por medio de la duda, desobediencia e incredulidad, se oponen a la voluntad revelada de Dios, poniendo a prueba de esta manera sus perfecciones. El ejemplo más destacado de este tipo de pecado ocurre cuando Israel murmura contra Jehová en Refidim. Uno de los nombres que Moisés le da al lugar consecuentemente es «Masah», prueba (Ex. 17:2, 7; Dt. 6:16; cf. Sal. 78:18, 41, 56; 95:9; 106:14).

El término nissāh se aplica rara vez, si es que sucede en el AT, en relación a la influencia satánica en el pecado de los hombres. Sin embargo, la esencia de la tentación en este sentido está claramente revelada en el relato de la caída y en el papel de Satanás en la aflicción de Job (Gn. 3:1–13; Job 1–2:10). Eva responde a Dios: «La serpiente me engañó (hiššiʾ anî) y comí» (Gn. 3:13; cf. exapataō en 2 Co. 11:3; 1 Ti. 2:14). La decepción juega una parte importante en la tentación satánica. Satanás evita un ataque frontal inmediato contra el mandamiento probatorio de Dios y las consecuencias anunciadas. En lugar de ello, él siembra la semilla de la duda, la incredulidad y la rebelión. La tentación de Eva es típica. Ella es llevada a sentir que Dios necia e infelizmente ha negado al hombre un objetivo bueno. De esta manera, Satanás tienta a Eva para que ella pruebe la veracidad, bondad y justicia de Dios. En las pruebas de Job, la estrategia es diferente aunque el fin perseguido es el mismo; el rechazo de la voluntad y camino de Dios como justos y buenos.

El NT refleja la traducción de nissāh con ekpeiradsō, etc., en la LXX (Mt. 4:7; Heb. 3:8, 9; 1 Co. 10:9). En estos pasajes la tentación pecaminosa a Dios se refiere mediante referencias o citas al AT. Sin embargo, Pedro la emplea en el mismo sentido en conexión con el pecado de Ananías y Safira (Hch. 5:9), y las recomendaciones entregadas a los cristianos gentiles (Hch. 15:10).

El uso adicional de peiradsō y formas relacionadas es complejo. Las palabras pueden referirse a circunstancias exteriores que prueban la fe del creyente y que están encaminadas a fortalecer la fe (Stg. 1:2; 1 P. 1:6). Aunque estas circunstancias deben entenderse como bajo el control absoluto de Dios, no es prominente atribuir la causa explícita de ellas a Dios. Quizá sea permisible aquí razonar utilizando una analogía. Pablo, por ejemplo, reconoce que su aguijón en la carne está bajo el control soberano de Dios (2 Co. 12:8, 9); aunque el «aguijón» sea un «mensajero de Satanás» (2 Co. 12:7). El mismo fenómeno puede observarse desde dos aspectos. Peirasmon es una prueba a la fe de uno. La prueba es controlada y en un sentido hasta enviada por Dios. Pero Dios no es el autor de las tentaciones del pecado que algunas pruebas parecen traer consigo. El creyente puede regocijarse en la prueba porque detecta el buen propósito de Dios en ella. (Stg. 1:2–4, 12). Pero el uso subjetivo de las situaciones de pruebas, la incitación interna al pecado en conexión con las tentaciones y pruebas no es y no puede ser la obra de Dios. La tentación aquí, en el sentido estricto de la palabra, llega a la manifestación. La persuasión al pecado y la rebelión impaciente es la obra de Satanás (Ap. 2:9; 1 P. 5:8, 9; cf. 1 Ts. 3:5). En esto, él es inmensamente ayudado por el poder engañoso de epizumia, la lascivia, en la antigua naturaleza (Stg. 1:14, 15). Aunque, por lo general, el papel que Satanás juega en la tentación no se menciona sino que se da por sentado, en 1 Corintios 7:5 Pablo explícitamente advierte a los cristianos para que observen su responsabilidad con respecto a las relaciones maritales, «para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia» (cf. Mt. 4:1; Lc. 4:2; Mr. 1:13).

Jesús enseña a los discípulos a orar, «y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal» (Mt. 6:13), y la Biblia está repleta de advertencias a ser vigilantes a causa de la presencia siempre peligrosa de la tentación (Lc. 22:40; Gá. 6:1; 1 P. 5:8, 9). Pero la Biblia asegura al creyente que Dios proveerá una salida de la tentación (1 Co. 10:13), y que «sabe el Señor librar de tentación a los piadosos …». (2 P. 2:9a).

Jesús fue repetidamente «tentado» por los líderes judíos (Mr. 8:11; y otros). Pero estas tentaciones se dirigieron tanto para que Jesús se viera obligado a probar su mesianismo en términos de las presunciones de sus enemigos, como para mostrarle incapaz de ser un verdadero rabí (Lc. 10:25), u obligarle a hacer declaraciones auto-incriminatorias (Mr. 12:15; cf. Lc. 23:2).

Jesús estuvo sujeto a la tentación durante su ministerio (cf. Lc. 4:13; 22:28). Pero su gran tentación es la tentación crucial en la historia de la redención (Mt. 4:1 y paralelos). Esta tentación lo confronta a uno con la pregunta, «¿cómo pudo el Hijo de Dios sin pecado ser tentado realmente?». Concediendo que él tuviera deseos en su naturaleza humana, ¿qué fuerza podía tener la tentación en una persona divina que no podía ser tentada? Los esfuerzos para resolver el problema corren el riesgo de deteriorar el «sin pecado» de Heb. 4:15 o de hacer de la tentación algo irreal. Nuestro entendimiento de la materia se ve oscurecido por el hecho de que nuestra experiencia de ser tentados nos inclina a ceder a la tentación. Esto no ocurrió con Jesús, y sin embargo la tentación fue real, por lo que «es poderoso para socorrer a los que son tentados» (Heb. 2:18).

M.G. Kyle relaciona la gran tentación descrita en 1 Jn. 2:15–17 con la tentación de Eva en el Edén (Art. «Temptation, Psychology of», ISBE). Aunque los detalles de esta conexión pueden discutirse, la necesidad de la tentación ante la caída de Adán es evidente. Jesús triunfó sobre Satanás con su uso inmediato y obediente de la Palabra de Dios. El demostró así que estaba calificado para ser el «postrer Adán». En el comienzo de su ministerio, demostró la verdad de 1 Jn. 3:8b, «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo».

BIBLIOGRAFÍA

E.L. Anderson en ISBE; L. Berkhof, Systematic Theology, pp. 219–226; Gesenius; Grimm-Thayer; M.G. Kyle en ISBE; H. Seeseman en TWNT; C.M. Stuart en ISBE.

Carl G. Kromminga

LXX Septuagint

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (595). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

La idea bíblica de la tentación no es fundamentalmente la de seducción, como ocurre en el uso moderno, sino la de juzgar a una persona o ponerla a prueba; lo que puede hacerse con el caritativo propósito de probar o mejorar su carácter, como así también con el fin malicioso de poner al descubierto su debilidad, o sorprenderlo en una mala acción.

El sustantivo heb. es massâ (trad. “tentación”), y los verbos heb. son māsâ (generalmente trad. “tentar”) y bāḥan (generalmente trad. “probar”: metáfora tomada de la refinación de metales). La LXX y el NT utilizan como equivalentes el sust. peirasmos y los verbos (ek)peiruzō y dokimazō; este último corresponde, en significado, a bāḥan.

La idea de probar a una persona aparece en toda la Biblia en relación con diferentes nociones.

1. El hombre prueba a su prójimo de la misma manera en que prueba su armadura (1 R. 10.1; cf. 1 S. 17.39: māsâ en ambas ocasiones), para explorar y medir sus capacidades. Los evangelios nos hablan de que sus oponentes judíos, con resentido escepticismo, “tentaron” a Cristo (“lo probaron”, podríamos decir) para ver si podían obligarlo a demostrar o tratar de probar su mesianismo en los propios términos de ellos (Mr. 8.11); para ver si su doctrina era defectuosa o poco ortodoxa (Lc. 10.25); y para ver si podían sorprenderlo en declaracioncs autoincriminatorias (Mr. 12.15).

2. El hombre debe probarse a sí mismo antes de participar de la Cena del Señor (1 Co. 11.28: dokimazō), y también en otras ocasiones (2 Co. 13.5: peirazō) para no hacerse presuntuoso y engañarse en cuanto a su condición espiritual. El cristiano debe probar sus “obras” (e. d. lo que hace con su vida) para no desviarse y perder su recompensa (Gá. 6.4). El conocimiento sobrio de uno mismo, emanado de un disciplinado autoescrutinio es un elemento básico de la piedad bíblica.

3. El hombre prueba a Dios cuando su comportamiento constituye en realidad un abierto desafío a demostrar la verdad de sus palabras y la bondad y justicia de sus caminos (Ex. 17.2; Nm. 14.22; Sal. 78.18, 41, 56; 95.9; 106.14; Mal. 3.15; Hch. 5.9; 15.10). El topónimo Masah es un permanente memorial de una de esas tentaciones (Ex. 17.7; Dt. 6.16). Incitar de esta manera a Dios constituye una extrema irreverencia, y Dios mismo lo prohibe (Dt. 6.16; cf. Mt. 4.7; 1 Co. 10.9ss). En todas las tribulaciones el pueblo de Dios debe esperar en él con calma y paciencia, y confiando en que a su debido tiempo él satisfará su necesidad según su promesa (cf. Sal. 27.7–14; 37.7; 40; 130.5ss; Lm. 3.25ss; Fil. 4.19).

4. Dios prueba al hombre colocándolo en situaciones que revelan la calidad de su fe y devoción, de modo que todos puedan ver lo que hay en su corazón (Gn. 22.1; Ex. 16.4; 20.20; Dt. 8.2, 16; 13.3; Jue. 2.22; 2 Cr. 32.31). Al someterlos a prueba de esta manera los purifica, como se purifica el metal en el crisol del refinador (Sal. 66.10; Is. 48.10; Zac. 13.9; 1 P. 1.6s; cf. Sal. 119.67, 71); fortalece su paciencia y madura su carácter cristiano (Stg. 1.2ss, 12; cf. 1 P. 5.10); y les hace tener mayor seguridad en el amor de Dios (cf. Gn. 22.15ss; Ro. 5.3ss). Por su fidelidad en épocas de prueba, el hombre llega a ser dokimoi, “aprobado”, a la vista de Dios (Stg. 1.12; 1 Co. 11.19).

5. Satanás prueba al pueblo de Dios manipulando las circunstancias dentro de los límites que Dios le permite (cf. Job 1.12; 2.6; 1 Co. 10.13), a fin de tratar de que se desvíen de la voluntad de Dios. El NT lo conoce como “el tentador” (ho peirazōn, Mt. 4.3; 1 Ts. 3.5), el implacable enemigo de Dios y los hombres (1 P. 5.8; Ap. 12). El cristiano debe estar constantemente en guardia (Mr. 14.38; Gá. 6.1; 2 Co. 2.11) y activo (Ef. 6.10ss; Stg. 4.7; 1 P. 5.9) contra el diablo, porque trata constantemente de hacerlo caer, ya sea abrumándolo con el peso de la tribulación o el dolor (Job 1.11–2.7; 1 P. 5.9; Ap. 2.10; cf. 3.10; He. 2.18), o estimulándolo para que satisfaga en forma equivocada sus deseos naturales (Mt. 4.3s; 1 Co. 7.3), o tornándolo complaciente, descuidado o demasiado consciente de sus derechos (Gá. 6.1; Ef. 4.27), o proponiéndose una falsa representación de Dios y engendrando falsas ideas acerca de su verdad y su voluntad (Gn. 3.1–5; cf. 2 Co. 11.3; Mt. 4.5ss; 2 Co. 11.14; Ef. 6.11). Mt. 4.5s nos demuestra que Satanás puede, incluso, citar (y aplicar mal) la Escritura con este propósito. Pero Dios promete que siempre estara disponible un camino de liberación cuando permite que Satanás tiente al cristiano (1 Co. 10.13; 2 P. 2.9; cf. 2 Co. 12.7–10).

La filosofía neotestamentaria de la tentación se alcanza combinando estas dos líneas de pensamiento. Las “pruebas” (Lc. 22.28; Hch. 20.19; Stg. 1.2; 1 P. 1.6; 2 P. 2.9) son tanto obra de Dios como del diablo. Se trata de situaciones de prueba en las que el siervo de Dios se ve frente a nuevas posibilidades de bien y de mal, y está expuesto a un número de estímulos para elegir este último. Desde este punto de vista las tentaciones son obra de Satanás; pero Satanás es también instrumento de Dios, a la vez que su enemipo (cf. Job 1.11s; 2.5s), y es Dios mismo en última instancia quien pone a sus siervos en el camino de la tentación (Mt. 4.1; 6.13), permitiendo que Satanás trate de seducirlos para lograr objetivos benéficos propios. Sin embargo, aunque el hombre no se ve expuesto a tentaciones aparte de la voluntad de Dios, el estímulo a hacer el mal no proviene de Dios ni expresa su mandato (Stg. 1.12s). El deseo que empuja hacia el pecado no es de Dios, sino del hombre, y es fatal sucumbir a él (Stg. 1.14ss). Cristo enseñó a sus discípulos que debían pedir a Dios que no los expusiera a la tentación (Mt. 6.13), y a velar y orar para “no caer” en tentación (o sea ceder ante su presión) toda vez que Dios decida probarlos por medio de ella (Mt. 26.41).

La tentación no es pecado, porque Cristo fue tentado en la misma forma en que lo somos nosotros, y sin embargo se mantuvo sin pecado (He. 4.15; cf. Mt. 4.1ss; Lc. 22.28). La tentación se convierte en pecado solamente cuando se acepta la sugerencia de pecado y se cae en él.

Bibliografía. D. Bonhoeffer, Tentación, 1977; W. Schneider, “Tentación”, °DTNT, t(t). IV, pp. 251–254; C. G. Kromminga, “Tentación”, °DT, 1985, pp. 513–514; L. Berkhof, Teología sistemática, 1972, pp. 265ss; G. Gerleman, “Tentar”, °DTMAT, t(t). II, cols. 100–102.

Arndt; H. Seeseman en TDNT 6, pp. 23–26; M. Dods en DCG; R. C. Trench, Synonyms of the New Testament10, pp. 267ss; W. Schneider, C. Brown, H. Haarbeck, NIDNTT 3, pp. 798–811.

J.I.P.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

(Latín tentare, tratar o probar).

Tentación es tomada aquí como la incitación a pecar, ya sea por la persuasión o por la propuesta de algún bien o placer. Puede ser simplemente externa, como fue en el caso de las tentaciones de Cristo en el desierto luego de un ayuno de cuarenta días; o también puede ser interna, puesto que hay un asalto real sobre la voluntad de la persona. A veces surge debido a la propensión al mal inherente en nosotros a causa del pecado original. Algunas es directamente adjudicadle a la intervención del diablo, el cual puede llenar la imaginación con un asunto-materia pecaminoso y avivar las bajas pasiones del alma. Ambas causas están frecuentemente en el hecho. La tentación no es en sí misma el pecado. No importa cuan vívida sea la imagen impía, no importa cuan fuerte sea la inclinación a transgredir la ley, no importa cuan vehemente sea la sensación de satisfacción ilícita, mientras no haya consentimiento de la voluntad, no hay pecado. La misma esencia del pecado en cualquier grado es que debe ser acto de la voluntad humana. Atacar no es sinónimo de rendir. Esto, que es bastante obvio, es importante especialmente para aquéllos que están buscando servir a Dios incansablemente, pero se encuentran asediados por tentaciones de todos lados. Ellos están expuestos a tomar la fiereza y repetición del asalto como prueba de que han caído. Un director espiritual sabio indicara el error de esta conclusión y así proveerá consuelo y fortaleza a estas almas atormentadas.

Las tentaciones deben ser combatidas evitando, en lo posible, las ocasiones que les dan lugar, recurriendo a la oración y fomentando dentro de uno mismo un espíritu de humilde desconfianza en nuestras propias fuerzas y de ilimitada confianza en Dios. La resistencia que un cristiano debe ofrecer no siempre es directa. A veces, particularmente cuando es cuestión de reiteradas sugerencias interiores hacia el mal, puede ser útil utilizar un método indirecto, es decir, simplemente ignorarlas y poner la atención completamente en otro asunto. Las tentaciones como tal nunca vienen de Dios. Son permitidas por Él para darnos una oportunidad de adiestrar nuestra virtud y dominio propio y adquirir méritos El hecho de la tentación, no importa que tanto se asome ella a la vida de las personas, no significa que uno esté bajo proscripción. Ciertamente, los que Dios llama a las más altas cumbres de la santidad son de hecho los que deben esperar tener que luchar fieramente con las tentaciones más numerosas y temibles que le puedan caer a cualquier ser humano.

Bibliografía: LEHMKUHL, Teología moral (Friburgo, 1887); MÜTZ, Christliche Ascetik (Paderborn, 1907); HENSE, Die Versuchungen (Freiburg, 1884); SCARAMELLI, Directorium asceticum.

Fuente: Delany, Joseph. “Temptation.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912.

http://www.newadvent.org/cathen/14504a.htm

Traducido por Esteban Philipps. L H M.

Selección de imágenes; José Gálvez Krüger

Fuente: Enciclopedia Católica