Son humildes, respetuosos, corteses e incluso divertidos (al menos los que he conocido).

Creen en la verdad.

Creen que la verdad realmente importa.

Creen que la Biblia es verdadera, en su totalidad.

Saben que la Biblia exige algún tipo de separación del mundo.

Tienen columna vertebral y no son propensos al principio de compromiso.

Ponen la obediencia a Jesús por encima de la aprobación del hombre (aunque se quedan cortos, como otros).

Creen en el infierno y son lo suficientemente cariñosos como para advertir a la gente sobre él.

Creen en el cielo y cantan lo bueno que será ir allí.

Su “acción social” es ayudar a la persona de al lado (como Jesús), lo cual no suele aparecer en el periódico.

Tienden a criar niños castos y respetuosos de la ley, a pesar de que Barna dice que los niños evangélicos en general no tienen mejores antecedentes que los no cristianos.

Resisten las tendencias.

No creen que se gane demasiado sonando a la última.

Puede que no sean modernos, pero no van tan lejos como para conducir calesas o insistir en máquinas de escribir.

Todavía cantan himnos.

No les quita el aliento ser aceptados en el gremio académico.

Le dan cierta plausibilidad contemporánea a la afirmación del Nuevo Testamento de que la iglesia es “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15).

Son buenos para el resto de evangélicos por todo esto.

Mi papá era uno.

Todos a mi izquierda piensan que soy uno. Y hay mucha gente a mi izquierda.