Esta es una de las verdades que trataremos de desempacar en el seminario de este fin de semana sobre la oración, la meditación y el ayuno.
El pan magnifica a Cristo en de dos maneras: siendo comido con gratitud por su bondad, y siendo perdido por hambre de Dios mismo. Cuando comemos, saboreamos el emblema de nuestro alimento celestial: el Pan de Vida. Y cuando ayunamos decimos: “Amo la Realidad por encima del emblema”. En el corazón del santo tanto el comer como el ayunar son culto. Ambos magnifican a Cristo. Ambos envían el corazón, agradecido y anhelante, al Dador. Cada uno tiene su lugar señalado y cada uno tiene su peligro. El peligro de comer es que nos enamoremos del regalo; el peligro del ayuno es que menospreciamos el don y nos gloriamos en nuestra fuerza de voluntad. (Hambre de Dios, pág. 21)