En su oración, San Pablo evidentemente distingue entre espíritu, alma y cuerpo. Debemos tener en cuenta que su carta estaba dirigida a la Iglesia colectivamente, y no tanto a los individuos. Podemos estar completamente seguros de que el Apóstol no se refirió a individuos, porque cualquiera que sea la interpretación que le demos a «alma y espíritu», estamos en el número singular, no en el plural. San Pablo expresa su ferviente deseo de que hasta el regreso del Señor la Iglesia se conserve íntegra, sin cisma, en la unidad del espíritu y en el vínculo de la paz. En «Hechos 4:32», leemos que «La multitud de los que habían creído era de un solo corazón y una sola alma», y en `Ef. 4:4`, el Apóstol señala que hay un CUERPO Y UN ESPÍRITU. Así como en la creación de Adán, con la entrada del soplo de vida, el hombre se convirtió en un alma viviente, en un ser inteligente, sensible, así sucede con la Nueva Creación. Inspirados por el Espíritu del Señor, el Espíritu Santo, los miembros de la Iglesia, que es Su Cuerpo, deben trabajar en unidad y armonía en hacer la voluntad del Señor y dar testimonio de la verdad del Evangelio.