Mis 3 metas en la predicación
En la última década he invertido mucho tiempo en hablar en público. Con reuniones de empleados, sesiones plenarias, sesiones en conferencias, consultando a líderes ministeriales y hablando sobre libros que he escrito, he dado cientos y cientos de presentaciones de liderazgo y ministerio. También he predicado semanalmente durante los últimos años como pastor docente, pastor interino y ahora pastor principal bivocacional. La predicación es diferente. Tanto en la carga de la responsabilidad como en el impacto eterno, predicar la Palabra de Dios a una congregación de Su pueblo supera con creces el hablar sobre otros temas. La predicación se diferencia de otros discursos en que el mensaje que entregamos es el único mensaje que permanecerá para siempre (Isaías 40:8), el único mensaje que lleva a alguien a la fe salvadora (Romanos 10:17), y el único mensaje que puede transformar el corazón humano (1 Pedro 1:23).
Entonces, ¿cuál es mi objetivo en la predicación? Mi buen amigo Ed Stetzer me preguntó eso recientemente y me hizo anotar algunos de mis pensamientos. Una manera de describir esta sagrada mayordomía es “Enseñar a Cristo y el texto en su contexto”. El objetivo es triple:
1. Enseñar a Cristo…
El apóstol Pablo les recordó a aquellos a quienes ministraba en la ciudad de Corinto que decidió no conocer nada entre ellos “sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Corintios 2:2). Es posible enseñar un pasaje y no enseñar la obra de Cristo por nosotros, pero hacerlo no es fiel a toda la historia de las Escrituras y no logra cambiar los corazones con la gracia de Jesús. De su predicación, Charles Spurgeon dijo: “Tomo mi texto y me dirijo directamente a la cruz”. En otras palabras, recorrería el texto y, al mismo tiempo, llevaría a las personas a Cristo y la cruz lo más rápido posible.
2. y el texto…
Si bien debemos señalar a las personas a Cristo continuamente, también debemos exponer adecuadamente el texto que estamos enseñando. En su libro Predicación, Tim Keller aboga por este equilibrio: “Tenemos que lograr un equilibrio: no predicar a Cristo sin predicar el texto, y no predicar el texto sin predicar a Cristo”. El texto debe ser abierto. La Escritura debe ser explicada. Los predicadores que no se aferran firmemente a la verdad, la confiabilidad y el poder de la Palabra encontrarán algo más que exponer. Y cualquier otra cosa que encuentren es menos y palidece en comparación. Si la gente no nos ve aferrándonos a la Palabra en nuestros mensajes, somos tontos al pensar que se aferrarán a la Palabra en sus propias vidas.
3. en su contexto.
El maestro/predicador debe colocar el mensaje que cambia la vida en el contexto de quienes escuchan. Situar el mensaje en el contexto de los que escuchan es ser fieles a cómo el Señor nos ha servido, entrando en este mundo quebrantado y caído para rescatarnos. También colocó la Palabra escrita en el lenguaje callejero moderno, como nos recordó Calvin Miller: “Debemos recordar que el Nuevo Testamento no nació en griego con columnas. El griego koiné es, por supuesto, griego ‘callejero’. El evangelio de Cristo fue escrito en un lenguaje callejero amigable”. Debido a que amamos a las personas con las que hablamos, debemos aspirar a que el mensaje de Cristo sea accesible para ellos. Para hacerlo se requiere amor por aquellos a quienes nos dirigimos. Sin amor, los predicadores son meramente gongs que resuenan y címbalos que retiñen, meramente desorden sin compasión. El predicador anglicano Richard Cecil declaró: «Amar la predicación es una cosa, amar a aquellos a quienes predicamos otra muy distinta».