Durante los tres años y medio del ministerio de nuestro Jesús, nuestro Señor fue crucificado en sentido figurado; es decir, fue diariamente entregado a la muerte – su voluntad, sus talentos, todo lo suyo fueron sacrificados – seguir la voluntad de su Padre. Cada acto suyo por el cual «la virtud [vitalidad, vida] salió de él» (Lucas 6:19) para bendecir y sanar a los pecadores condenados a su alrededor, fue parte de su muerte, y finalmente terminó en la muerte literal de la cruz.

El Apóstol Pablo no fue literalmente crucificado pero terminó su carrera siendo decapitado. Sin embargo, en sentido figurado, mucho antes de su muerte literal, nos dice: «Estoy crucificado con Cristo». Es decir: «Estoy entregado a la muerte – mi voluntad y dominio propio, mis talentos y poderes, mis derechos y ambiciones lícitas como hombre, todo es sacrificado». Diariamente (1 Corintios 15:31), hago voto de someter mi cuerpo y mis deseos (1 Corintios 9:27) para permitir que el espíritu santo o mente (voluntad) del Maestro more en mí y gobierne todos mis actos para su servicio.” Los cristianos siguen la oración de Jesús, «No se haga mi voluntad sino la tuya (Padre)».

Al igual que con nuestro Señor, así con el apóstol Pablo, crucificar no significaba crucificar a una voluntad pecaminosa, o deseos pecaminosos, planes, etc.; porque dice: «Estoy crucificado con Cristo», y en otra parte lo llama estar “muerto con Cristo” y teniendo «participación en sus padecimientos». Entonces si la crucifixión de Cristo no fue la crucifixión de una voluntad y deseos pecaminosos, tampoco lo fue la crucifixión de Pablo; y tampoco lo son vuestros y los míos como seguidores del Cordero de Dios sin mancha, crucificado con él.