Creo que cuando no tengamos pecados, seguiremos temiendo a Dios en el sentido de un asombro reverencial y tembloroso, como cuando nos paramos en un pico ante vastas extensiones de acantilados inescalables. Y también tendremos miedo, supongo, en el sentido de estremecernos de agradecimiento por no estar entre los que aún deshonran a Dios.

Pero el miedo doloroso, el miedo culpable, el miedo cobarde, el miedo humillante miedo: todo ese miedo algún día desaparecerá. Pero solo en la forma en que Dios quiere. Y en su tiempo. No debemos terminar con esto de la manera incorrecta, o demasiado pronto.

Así lo expresa CS Lewis:

Sabemos que el perfecto amor echa fuera el temor [1 Juan 4:18]. Pero también lo hacen varias otras cosas: la ignorancia, el alcohol, la pasión, la presunción y la estupidez.

Es muy deseable que todos avancemos a esa perfección del amor en que ya no temeremos; pero es muy indeseable, hasta que hayamos llegado a esa etapa, que permitamos que cualquier agente inferior eche fuera nuestro miedo. (“La última noche del mundo” en CS Lewis: Colección de ensayos y otras piezas cortas, 51)