El Apóstol Pablo, a causa de su celo y fervor en la causa de Cristo, había sufrido oposición y persecución de diversa índole e incluso había padecido hambre y sed y penurias, como procede a narrar en este mismo capítulo. Para los que no tenían fe en Cristo y en sus enseñanzas, todo esto era una tontería por parte del Apóstol. A ellos les parecía un fanático religioso… un tonto. Y evidentemente algunos de los hermanos cristianos en Corinto tuvieron esta misma idea, considerando innecesario soportar tanto desprecio y penalidades por la causa del Maestro. Estas condiciones han prevalecido a lo largo de toda la Era Cristiana, el pueblo consagrado y devoto del Señor, que lo ha dado todo, sacrificando la comodidad, la comodidad y la fama y las riquezas mundanas en su afán de servir a Aquel que tanto soportó por ellos, ha sido jamás ridiculizados y despreciados por el vulgo que, por su diminuto calibre mental y moral, no supo apreciar la grandeza y la nobleza de los caracteres y enseñanzas de estos que verdaderamente merecen el nombre de cristianos. Bien ha expresado uno el asunto en las siguientes líneas– "Los pocos que reconocieron la gran verdad Quienes tontamente dejaron desprotegidos sus plenos corazones Revelando a la multitud su noble visión Siempre han sido desterrados y crucificados"