No vayas a la iglesia a dar
Hoy, millones de cristianos se reunirán para adorar a Jesús. Cada reunión, como su propio mosaico de almas, se reunirá en su propio lugar y tiempo. Espero que estés en uno, en algún lugar, y espero que vayas allí para recibir, no para dar.
Así es. Ir a la iglesia para conseguir. No vayas a dar. Elimina la más mínima idea en tu cabeza de que vas a un servicio de adoración corporativo porque tienes algo que ofrecer a Dios. No se le sirve así, como si necesitara de algo, ya que es él quien da todo a todos (Hechos 17:25).
Dios no necesita tu ganado (Salmo 50:9–12). O tu voz.
La adoración a Dios no se trata de lo que puedes traerle. En realidad comienza con lo que no puedes. Nuestros corazones son conducidos a la adoración verdadera por la confesión honesta de que, en nosotros mismos, estamos vacíos, vacíos de cualquier cosa que pueda atraer el favor de Dios; vacío de todo lo que pudiera contribuir a su ilimitada suficiencia. Dios no tiene carencias que nosotros debamos llenar. Y no tenemos ningún servicio del que Dios dependa.
Venimos vacíos a la reunión de adoración corporativa, ensayando la verdad de que no hay nada en este mundo que pueda satisfacer eternamente nuestras almas.
Venimos hambre, y por lo tanto, no venimos a dar, sino a recibir.
Venimos a buscar a Dios. Él es el que nosotros necesitamos, lo cual es diferente del consumismo. Un hombre hambriento y moribundo no es lo mismo que un comprador de centro comercial de fin de semana.
La persona hambrienta centra el evento en el pan por el cual se muere de hambre, no en las particularidades de sus propias demandas. El hambriento somete su razón a la palabra de Dios, no a la suposición de que sabe lo que es mejor para su alma. El hambriento trae una pasión transcultural arraigada en su humanidad, no el apetito por lo popular.
Si no venimos a dar, sino a recibir, significa que entregamos nuestra vida a la plenitud de Dios. Significa que el foco del evento no somos nosotros, sino el Objeto de nuestro anhelo. Se trata de Dios. Venimos por más de él, para que podamos ver su gloria, celebrar su carácter, proclamar su victoria y sanar en su amor.
Cuando no venimos a dar, sino a recibir, Dios es central. Dios es glorificado.