“Se oyó una voz en Ramá, lamentación, llanto y gran lamento, Raquel llorando por sus hijos, rehusando ser consolada, porque ya no existen.” (Jeremías 31:15; Mateo 2:18.) Esta profecía de Jeremías se cumplió cuando Herodes ordenó matar a todos los bebés varones en Belén. ¿Por qué ese malvado rey ordenó eso? Porque estaba tratando de matar al niño Jesús. La gente ha matado y matará bebés por razones depravadas, y la muerte de bebés es horrible.

Esta vida presente está llena de pruebas, tristeza y lágrimas – especialmente cuando muere un bebé. Pero, ¿mueren los infantes debido a sus propios pecados? No. Ellos mueren a causa del pecado del padre Adán. Todos los hijos de Adán, incluidos los bebés, están bajo la sentencia de muerte pronunciada por Dios en el Edén, «Muriendo, morirás». (Génesis 2:17; 3:17-19; 5:5). Todos nosotros, por herencia, nacemos pecadores moribundos (Jeremías 31:29, 30). El apóstol Pablo escribió: “El pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte; y así la muerte pasó a todos los hombres”. (Romanos 5:12, 17, 18, 19)  “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.” (Salmo 51:5)  Todos son indignos de la vida eterna. 

Dios, en su gran misericordia, tuvo compasión de todos los hombres y envió un Salvador. (Juan 3:16, 17; 1 Juan 4:14) Para que la salvación esté disponible para todos, Jesucristo probó la muerte por cada hombre.  Él “se dio a sí mismo en rescate por todos” [un precio correspondiente; la vida perfecta de Jesús para compensar la vida perfecta de Adán]. Esto será revelado a todos en la resurrección. (Hebreos 2:9; 1 Timoteo 2:5, 6) El sacrificio redentor de Jesús es para el beneficio no solo de los que vivían cuando se hizo y de la raza desde entonces, sino también para los que habían muerto previamente: todos los que descendió al infierno—el hoyo, el sepulcro (“sheol”, “hades”), la gran “cárcel” de muerte, siendo esta la “paga del pecado” bajo la ley divina (Isaías 42:6, 7; Romanos 6:23).  

De ahí la necesidad de la segunda venida de nuestro Salvador.  Vino la primera vez como ofrenda por el pecado (Isaías 53:10, 11; Gálatas 1:4) para pagar el precio de nuestro rescate. Él nos compró con su propia sangre preciosa: su vida (Marcos 10:45; 1 Pedro 1:18-20).  Él viene por segunda vez, no como una ofrenda por el pecado, sino «para salvación». (Hebreos 9:28; 1 Pedro 1:5), para salvar o librar del pecado y de la muerte a toda la humanidad, a la que redimió. Cuando todos sean llevados a un conocimiento exacto de la verdad, si aceptan los términos de Cristo, recibirán la salvación (Ezequiel 18:20-23; 1 Timoteo 2:3-6).

Se garantiza así la resurrección de todos los niños. Así que anímate. ¡Todas las madres y los padres se reunirán con sus bebés!