Significado Bíblico de MUJER
Significado de Mujer
Ver Concordancia
(heb. zishshâh; gr. gune, «mujer», «esposa»).
Las diversas mujeres son descriptas en artículos bajo el nombre de cada una de
ellas. Este artículo sólo se ocupa de la mujer como una clase en los sucesivos
períodos de la historia bíblica.
I. La mujer original.
Cuando Dios «creó… al hombre a su imagen… varón y hembra los creó» (Gn.
1:27). Dios dio a ambos sexos, sin distinción, la bendición, la orden de
fructificar y de multiplicarse (1:28), y la tarea de sojuzgar la tierra y
enseñorearse de todas las criaturas vivientes. Gn. 2 da algunos detalles
adicionales: Adán fue formado primero -del polvo- y se le dio la oportunidad,
antes de formar a Eva, de observar los animales para darse cuenta de que
únicamente él estaba solo, de sentir la necesidad de una contraparte femenina,
una «ayuda» (heb. {êzer) «idónea» (heb. kenegdô). El término para «ayuda»,
aplicada también a Dios (Ex. 18:4; etc.), no implica que es inferior; la
palabra para «idónea» significa «con su contraparte», «correspondiente 812 a
él». Que Eva fuera formada de la costilla de Adán, y no tomada ni de su cabeza
ni de su pie sino de su costado, es un símbolo adecuado de la igualdad y la
unidad de la pareja.
La subordinación de Eva a su esposo fue una de las consecuencias de la caída,
después que la naturaleza humana se volvió egoísta y competitiva. Como algunos
lo han señalado, la palabra hebrea traducida «enseñoreará» no indica un decreto
sino sencillamente afirma el hecho de que el esposo dirigirá a la esposa.
Sin embargo, algunos toman ciertos pasajes del NT (véase la sección VI) como
que implican un cambio de estatus destinado a adecuarse a la naturaleza
pecaminosa de la humanidad; y algunos citan otros textos para indicar algún
grado de preeminencia de Adán desde el comienzo. En cualquier caso, desde la
caída los descendientes masculinos de Adán han extendido de hecho la supremacía
del hombre en la familia hasta incluir su dominación sobre las mujeres, lo que
no establece el informe de Gn. 1 y 2.
Otro punto de vista es que el estatus de Eva fue alterado, no por causa de
inferioridad, sino como un ajuste necesario por la pérdida de la paz y la
armonía que había entre ambos socios iguales antes del pecado; pero que el
cristianismo del NT tiene la meta de contrarrestar los efectos de la caída al
restaurar aún en esta tierra las relaciones originales (véase la sección VI).
II. En el período patriarcal.
Entre Adán y Abrahán no sabemos nada de la mujer, excepto que un descendiente
de Caín introdujo una pluralidad de esposas (Gn. 4:19). Pero entre Abrahán y
Moisés conocemos mucho por la descripción que hace la Biblia acerca de la
sociedad patriarcal. El padre era la cabeza de la familia extendida, que
incluía las de sus hijos y tal vez las de sus nietos. Por ello, se valoraba a
los hijos por sobre las hijas, ya que ellas se apartarían para formar parte de
otras familias o clanes. (Por tanto, en las genealogías sólo se mencionan los
hijos varones, excepto en el caso de mujeres de significación especial para el
relato.) Las mujeres actuaban principalmente como esposas y madres, y se
ocupaban de las tareas domésticas: cocinar, acarrear agua, y cuidar e instruir
a los niños (Gn. 18:6; 24:13; 27:13, 14). Algunas veces cuidaban de los
rebaños, y otras veces oficiaban como nodrizas o parteras (Gn. 29:9, 10; Ex.
1:15, 16). Sin embargo, la mujer podía actuar en las actividades religiosas,
sociales y económicas, y podía tener considerable influencia sobre su esposo e
hijos (por ejemplo, Sara en el incidente con Agar e Ismael: o Rebeca al
asegurar la primacía de Jacob [Gn. 16:5, 6; 21:9-14; 27:6-17, 23]). La
esposa, aunque bajo la autoridad de su esposo como su «señor» (18:12), no
estaba al mismo nivel que los esclavos. Abrahán se dirigió a Sara con respeto
en el pedido que le hizo (12:13).
En la época patriarcal las mujeres tenía una considerable libertad de
movimiento: trabajaban en el campo o con los rebaños, y se mezclaban con los
pastores junto al pozo de agua (24:15-28; 29:9-11). Rebeca aparentemente fue
sin velo al pozo y viajó así hasta que se encontró con su prometido (24:15, 16,
65); Sara también fue vista por los egipcios, quienes admiraron su belleza
(12:14). Aparentemente la novia llevaba velo durante el casamiento (29:23,
25).
Los casamientos eran arreglados por padres o parientes, pero se pedía el
consentimiento de la novia (24:58). Parece que era costumbre que ella llevara
consigo su criada personal a su nuevo hogar. Una esposa podía dar su esclava a
su esposo como esposa secundaria (16:2, 3), cuyos hijos pertenecían legalmente
a ésta, por lo que podían llegar a estar al mismo nivel que los de la esposa
(por ejemplo, los 4 hijos de las criadas de Raquel y de Lea). En el caso de
Abrahán, sin embargo, los hijos de la esposa secundaria, Agar, y Cetura, su
segunda esposa legal, fueron despedidos del clan (16:3; 21:10; 25:1-6) con
regalos pero sin herencia. Cuando una mujer casada quedaba viuda, sin hijos,
era deber del hermano mayor sobreviviente de su esposo casarse con ella, y el
primer hijo de ese matrimonio debía continuar con la línea del fallecido
(38:8-11).
III. Bajo la ley mosaica.
En la teocracia israelita, establecida después del éxodo, el código de leyes
continuaba los rasgos principales del sistema patriarcal, aunque mitigaba
algunos de sus males más graves. Por ejemplo, no se prohibió la poligamia,
pero fue reglamentada. El divorcio exigía un certificado legal que daba a la
mujer divorciada el derecho de casarse otra vez (Dt. 24:1-4). Las mujeres
israelitas dependían del jefe de la familia -ya sea padre o esposo- y, a menos
que enviudara o se divorciara, no podía hacer un voto sin el consentimiento de
él (Nm. 30:3-15). Sin embargo, su estatus era muy superior al de las mujeres
de las naciones vecinas.
Al casarse, las mujeres pasaban de la autoridad del padre a la del esposo. Un
hombre no podía vender nunca a su mujer, aún cuando la hubiera tomado cautiva
en la guerra (Dt. 813 21:10-14). Podía vender a su hija sólo con el propósito
de llegar a ser una esposa secundaria de su amo o del hijo de su amo. No podía
ser vendida otra vez a un extranjero, ni podía salir libre al fin de los 6 años
(Ex. 21:7-11), como ocurría con la esclava hebrea que no era vendida en
matrimonio (Dt. 15:12-14). Si un hombre seducía a una señorita soltera tenía
que pagar la «dote» acostumbrada y tomarla como esposa; no podía divorciarse
nunca de ella (Ex. 22:16, 17; Dt. 22:28, 29). En caso de adulterio, la
penalidad para ambas partes era la muerte (Lv. 20:10).
Una viuda no heredaba los bienes de su esposo; éstos pasaban a sus hijos o, si
no había hijos varones, a las hijas mientras éstas no se casaran fuera de su
tribu (Nm. 27:1-9; 36:2-9). Una viuda sin hijos se debía casar con su cuñado
para continuar con la línea de su esposo (Dt. 25:5-10): la ley del levirato.
Las viudas podían espigar en los campos y se podían beneficiar con el diezmo*
del 3er, año.
La ley hebrea trataba al hombre y a la mujer por igual en ciertos casos: se
exigía el respeto por el padre y la madre (Ex. 20:12; 21:15, 17; Lv. 19:3;
20:9); los crímenes de violencia contra un hombre o una mujer eran castigados
del mismo modo (Ex. 21:15-32). Pero en el caso de votos especiales, el dinero
de la valuación de una mujer era menor que el de un hombre (Lv. 27:1-7), y el
período de purificación después del nacimiento de una niña era el doble que el
período para un varón (12:1-7).
La mujer desempeñaba un papel secundario en la vida religiosa. Sin embargo,
enseñaba a los niños en casa y participaba en la observancia del sábado (Ex.
20:10). Las familias enteras celebraban juntas la Pascua (Ex. 12:3, 14, 15), y
las mujeres y las niñas podían acompañar a los hombres a las fiestas de las
Semanas (Pentecostés) y de los Tabernáculos (Dt. 16:10-16). Las mujeres de las
familias de sacerdotes podían comer de la parte del sacerdote o de las ofrendas
de paz (Lv. 10:14; Nm. 18:11). Entre los laicos, «el hombre o la mujer» podían
presentar ofrendas por las ofensas (Nm. 5:6-8). En otra descripción de la
misma ofrenda, «un alma» (heb. nefesh), traducido como «persona» o «alguno»,
es aparentemente equivalente a «un hombre o una mujer» (Lv. 6:2-7). Esto
indica que las mujeres podían traer otras clases de ofrendas prescriptas para
«un alma» (4:2, 27; 5:1, 4, 15, 17).
No se les impedía acceder a cargos de liderazgo y autoridad. Hubo profetisas
(María, Débora y más tarde Hulda). Débora también fue juez* y una especie de
líder militar; pero no hubo sacerdotisas en Israel. (Algunos censuran hoy esta
restricción como un desprecio a las mujeres capaces. Otros la invocan como un
argumento para impedir que las mujeres ejerzan cualquier cargo pastoral. Sin
embargo, un sacerdote que ofrecía sacrificio sobre el altar tenía una función
totalmente diferente de la de un ministro religioso.) La ventaja de la
ausencia de sacerdotisas es evidente cuando se considera el ambiente alrededor
de Israel. Entre las naciones vecinas las sacerdotisas a menudo tenían la
función de prostitutas sagradas en los cultos de fertilidad, que involucraban
ritos groseramente inmorales en relación con los templos y los lugares altos.
IV. En el AT fuera del Pentateuco.
En el Israel posterior al Pentateuco la posición de la mujer estuvo regida por
el mismo código de leyes sociales y religiosas. La subordinación de la mujer
no impedía una genuina relación de amor (1 S. 1:5, 8; Ec. 9:9) y el respeto
genuino de su esposo e hijos (Pr. 18:22; 31:28). Sin embargo, los profetas
vieron necesario anunciar el desagrado de Dios por el descuido y la crueldad
hacia la mujer, especialmente las madres y las viudas (Mi. 2:9; Am. 1:13; Is.
10:1, 2). En el AT hay muchas referencias a la amenaza que constituye una
mujer contenciosa, malvada o inmoral (Pr. 21:9,19; 6:24, 26:7). Pero también
existen muchas relativas a mujeres de buen juicio, sabias, bondadosas y con
otras buenas cualidades (1 S. 25:3; 2 S. 20:16; Pr. 11:16). El epítome del
carácter femenino es la esposa industriosa, de muchos recursos, habilidosa,
bondadosa, sabia, honrada y piadosa (Pr. 31:10-31).
La buena mujer de Pr. 31 podía comprar propiedades. Lo mismo hizo la rica y
destacada mujer de Sunem podía recurrir al rey personalmente para reclamar sus
derechos sobre ellas (2 R. 4:8-37; 8:1-6). También podía montar un burrito e
ir a ver al profeta sin tener que dar cuenta a su esposo por su decisión (4:22,
23).
Sobre el lienzo de la narración del AT aparecen las figuras de muchas mujeres:
unas pocas retratadas de cuerpo entero, desde la pobre, pero fiel Rut, que
espió en los campos, hasta la malvada Jezabel, que condujo a Israel a una
idolatría generalizada de la peor especie; desde el encanto, descripto con
intensidad oriental, de la joven campesina amada por el rey Salomón, hasta el
valor de Ester, que arriesga su trono y su vida para salvar a su pueblo.
V. Jesús y la mujer.
Jesús nunca hizo campañas en favor de los derechos de la mujer, pero su trato
con ellas, cuando se lo considera 814 en el marco de las ideas y costumbres de
la época, es revolucionario. Los lectores modernos no perciben el impacto del
sereno desprecio de Jesús por las costumbres de Palestina en el s I d.C. en su
trato con las mujeres como personas de valor.
Aunque la mujer judía de esos días podía, de acuerdo con su capacidad y sus
oportunidades, tener una influencia considerable sobre su esposo e hijos, su
ámbito de acción era principalmente el hogar (esposa, madre y dueña de casa).
En cierta forma, tenía menor libertad que en épocas anteriores, a menos que
perteneciera a la clase obrera y tuviera que trabajar junto a los hombres en el
campo o el taller para ayudar a mantener a su familia. Era miembro de la
comunidad religiosa, pero en forma limitada. Podía asistir a la sinagoga en la
sección de las mujeres, probablemente una galería, y podía participar de las
grandes fiestas anuales con su familia. Pero estaba eximida de estudiar la
Torá y de todo deber religioso positivo relacionado con momentos específicos,
aunque la principal excepción a esto era la preparación para el sábado y,
particularmente, el encendido de las velas al comienzo de éste (y, por
supuesto, la observancia del sábado).
En el templo podía pasar más allá del atrio exterior de los gentiles, hasta el
de las mujeres, pero no podía entrar en el atrio de Israel, que estaba junto
al de los sacerdotes, reservado para los hombres israelitas. (Parece que esto
apareció tardíamente; no se mencionan atrios separados para las mujeres en el
templo de Salomón ni en el postexílico.) Se ha aceptado que la Mishná implica
que una mujer sólo podía ofrecer 2 sacrificios (la ofrenda de cereales o harina
con el voto de los nazareos, y la que tenía que ver con la ordalía del agua
amarga), y tenía que depender del perdón de sus pecados de los sacrificios que
llevaban su esposo o su padre. Si fue así, significó un cambio desde los días
del AT (véase la sección IV).
Basta percibir que se juzgaba un escándalo que un hombre hablara con una mujer
en la calle y que los rabinos a menudo las considerasen inferior y un peligro
para la moralidad de un hombre, para ver cuán revolucionaria fue la actitud de
Jesús hacia ellas. Violó las costumbres rabínicas cuando las recibió como
seguidoras, y aceptó tanto la asistencia como el dinero de un grupo de mujeres
dedicadas de Galilea que lo acompañaban con los Doce en sus viajes (Lc. 8:1-3;
Mt. 27:55, 56), y que fueron las primeras en llevar la noticia de la
resurrección (Lc. 23:55-24:10). Sorprendió a sus discípulos al conversar con
una mujer junto al pozo, en Samaria (Jn. 4:7, 27). Escandalizó a su huésped
fariseo Simón al mostrar gratitud y comprensión por el perfume de María (Mt.
26:6-13; Lc. 7:36-50). Aceptó la amistad y la hospitalidad de Marta y María
(Lc. 10:38-42; Jn. 11:1-5). Pero en medio de todo esto, sus peores enemigos
nunca pudieron acusarlo de impureza en palabras o actos.
Enseñó un elevado concepto del matrimonio y restringió el divorcio al caso de
infidelidad conyugal; sustentó la norma única al exigir pureza de los hombres
(Mt. 5:27-32). Sin embargo, sin condonar el pecado, perdonó a la adúltera que
fue llevada ante él (Jn. 8:1-11). Muchas de sus parábolas se basaron en
experiencias de las mujeres. Tomó nota de la pobre viuda cuyas 2 moneditas de
cobre fueron evaluadas por Jesús como superiores a los dones de los ricos (Mr.
12:41-44). Su 1er milagro fue realizado respondiendo a un deseo de su madre
(Jn. 2:1-11); y casi las últimas palabras que dijo en la cruz fueron para su
madre al ponerla al cuidado del discípulo Juan (19:25-27).
VI. Pablo y la mujer en la iglesia primitiva.
Con excepción de Dorcas y Safira, que están relacionadas con Pedro, casi todas
las mujeres de la iglesia primitiva mencionadas en la Biblia están asociadas
con Pablo. El 1er contacto de Pablo con mujeres cristianas fue la persecución
de que él las hizo objeto (Hch. 8:3; 9:2), probablemente algunas del «gran
número así de hombres como de mujeres» (Hch. 5:14) que se añadieron a la
iglesia después del Pentecostés. Pero fue Pablo quien puso en palabras la gran
declaración de la iglesia naciente: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo
ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abrahán sois, y
herederos según la promesa» (Gá. 3:28, 29).
En el libro de Hechos y en las epístolas encontramos muchos nombres de mujeres
activas en la iglesia. En Listra estaba Eunice, la madre de Timoteo (Hch.
16:1; 2 Ti. 1:5); en Filipos, Lidia, la 1ª conversa de Europa (Hch. 16:8-15),
y también Evodia y Síntique, colaboradoras de Pablo (Fil. 4:2, 3); en Atenas,
Dámaris (Hch. 17:34); en Corinto, Priscila, que con su esposo Aquila trabajaron
con Pablo y lo acompañaron a Efeso (18:1-3, 18, 19).
Pablo ha adquirido la reputación de tener prejuicios contra la mujer. En
Corinto reprendió el escándalo, las divisiones, las contenciones y las
reuniones desordenadas; su tema: limiten 815 sus libertades cristianas si
debilitarán u ofenderán a otros. Por ejemplo, los conversos para quienes el
comer alimentos ofrecidos a dioses inexistentes todavía era idolatría (1 Co. 8;
10:27-32); o los no cristianos para quienes una mujer en la iglesia con la
cabeza descubierta (o con el cabello suelto en lugar de estar atado a la
cabeza; 11:5, 6) significaba que ella repudiaba su matrimonio o la autoridad de
su esposo (vs 15, 10 cf Nm. 5:18). Pero la explicación de Pablo acerca de Adán
y Eva deja, al parecer, ambigua la situación de la mujer (1 Co. 11:8, 9; cf vs
11, 12). En el cp 14, ¿pide a las mujeres que guarden silencio en la iglesia y
pregunten después a sus esposos en casa (vs 34, 35) porque son subordinadas, o
porque provocan confusión con sus preguntas? Ciertamente no desaprobó a las
mujeres que hablan en oración o profetizan, sino sólo a las que tienen un
arreglo no apropiado de su cabello (11:5, 13). Aparentemente, había detalles
conocidos para los corintios que la carta de Pablo no revela a los lectores
actuales.
Más tarde tuvo que pedir a Timoteo que no permitiera que las mujeres enseñaran
o usurparan la autoridad de los hombres (1 Ti. 2:11-14). El caso de Adán y
Eva, ¿sugiere una situación entre esposos o una regla general? La amonestación
a enseñar a las esposas a ser obedientes a sus maridos está acompañada por una
razón: «Para que la palabra de Dios no sea blasfemada» (Tit. 2:4, 5). Notemos
que la misma razón se da para que los esclavos cristianos honren a sus amos: el
bien de la causa (1 Ti. 6:1).
Las opiniones todavía difieren con respecto a la actitud de Pablo hacia las
mujeres, pero ciertamente él aceptó y apreció calurosamente a muchas de ellas
como amigas y colaboradoras (Ro. 16), y presentó el gran ideal de que «ya no
hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gá. 3:28).
Diccionario Enciclopédico de Biblia y Teología: MUJER
MUJER según la Biblia: Creada a imagen de Dios como el varón, es parte integral del ser llamado «hombre» (cfr. Gn. 1:27: «Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó»).
Creada a imagen de Dios como el varón, es parte integral del ser llamado «hombre» (cfr. Gn. 1:27: «Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó»).
Ya desde el mismo principio de la Biblia, la mujer es considerada a la par con el varón como hombre, por lo que ya desde el principio ella recibe toda su dignidad como tal.
En Gn. 2 ya se establece la precedencia en la creación entre el varón y la mujer; pero si ello afecta a la posición de la mujer (1 Co. 11:9; 1 Ti. 2:13), no toca sin embargo su esencia, ya establecida en el libro de Génesis, en los mismos albores de la humanidad.
Sin embargo, debido a la caída se establece una modificación en la situación de la mujer, la cual sufre graves consecuencias. Conocerá los dolores de dar a luz y su marido dominará sobre ella (Gn. 3:16; Ef. 5:23-24).
Pablo añade: «Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia» (1 Ti. 2:14). De este pasaje se han hecho diversas interpretaciones, algunas de ellas algo fantasiosas.
Lo más lógico es tomar el significado llano de las palabras en su contexto, y ver que el apóstol se refiere a que será preservada en el acto de tener hijos, sumamente peligroso en muchos casos, en respuesta a su actitud ante el Señor y su ordenamiento en gobierno y gracia.
(a) Posición de la mujer en el AT. La posición de la mujer según el AT era muy superior a la que tenía reconocida en las naciones paganas alrededor. Gozaba de mucha más libertad, siendo sus actividades más variadas e importantes, y siendo su situación social mucho más elevada y respetada.
Los hijos debían honrar al padre y a la madre (Éx. 20:12). Ya en las familias de los patriarcas, las mujeres como Sara, Rebeca y Raquel jugaban un papel eminente y, en ocasiones, preponderante.
María, la hermana de Moisés, y Débora, fueron profetisas y poetisas, y esta última acaudilló un ejército a la victoria (Éx. 15:20-21; Jue. 4-5).
Ana, la madre de Samuel, es una hermosa figura de mujer piadosa y notablemente dotada (1 S. 1; 2:1-2). Hulda era una profetisa a la que se prestaba atención (2 Cr. 34:22).
Más de una vez vemos cómo se honra en gran manera a la reina madre (1 R. 2:19; 15:13), y en las biografías de los reyes se indica siempre quién fue la madre.
El triste ejemplo de Jezabel y Atalía demuestra asimismo hasta dónde podían llegar en Israel el poder e influencia de una mujer.
El joven es exhortado en Proverbios a recordar la enseñanza de su madre (Pr. 1:8; 6:20), porque el hecho de menospreciarla lo llevaría a maldición (Pr. 19:26; 20:20; 30:11, 17).
En cambio, en Grecia y en Roma estaban bien lejos de reconocer el valor de la mujer. Aristóteles la consideraba como un ser inferior, intermedio entre el hombre libre y el esclavo; Sócrates y Demóstenes la tenían asimismo en poca estima.
Platón recomendaba la posesión de mujeres en común. En la práctica, estas mismas concepciones eran las que existían en Roma, especialmente después del triunfo de la cultura y de las formas licenciosas de los griegos.
Tampoco se debe confundir el papel de la mujer en la Biblia con el que se le da en la actualidad en los países árabes del Oriente Medio, donde es un juguete a disposición del padre y del marido.
La posición de la mujer en aquellos países no deriva de la influencia que el Antiguo Testamento hubiera podido tener en la formación del Islam, sino en todo el contexto social pagano anterior de aquellas tierras, que quedó cristalizado con fuerza de ley en la institución de la poligamia y de la total impotencia de la mujer frente al varón.
En Israel, la mujer podía heredar en ausencia de un hermano capaz de suceder a su padre (Nm.
27:1-8).
No obstante, en tal caso tenía que casarse con alguien de su propia tribu (Nm. 36:6-9). La actividad de la mujer se relacionaba con la totalidad de la vida doméstica: podía ocuparse de los rebaños (Gn. 29:6; Éx. 2:16), hilar la lana y hacer los vestidos de la familia (Éx. 35:26; Pr. 31:19; 1 S. 2:19), tejer y coser para aumentar los ingresos de la familia y para ayudar a los desventurados (Pr. 31:13, 24; cfr. Hch. 9:39); también recogía el agua (Gn. 24:13; Jn. 4:7), y molía el grano necesario para el pan diario (Mt. 24:41), preparando la masa (Éx. 12:34; Dt. 28:5) y la comida (Gn. 18:6; 2 S. 13:8); era asimismo su responsabilidad criar e instruir a los hijos (Pr. 31:1; cfr. 2 Ti. 3:15) y supervisar a los siervos (Pr. 31:27; 1 Ti. 5:14).
(b) Posición de la mujer en el TN. El NT muestra más claramente la elevada posición de la mujer. María dice que el Señor ha puesto sus ojos sobre su «bajeza» y que desde entonces todas las generaciones la llamarán bienaventurada (Lc. 1:48).
Jesús tuvo siempre gran consideración hacia las mujeres: Marta y María lo recibieron en su hogar; sanó a María de Magdala; Juana y Susana lo ayudaron con sus bienes (Lc. 8:2-3; 10:38-39). Perdonó y salvó a la pecadora (Lc. 7:37-50).
Hubo un grupo de mujeres que le servían y que le acompañaron hasta el mismo Calvario (Mt. 27:5556), y después al sepulcro (Mt. 27:61). Dispuestas a embalsamarlo, se dirigieron antes que nadie al sepulcro el día de Resurrección (Lc. 23:56; 24:1).
El Señor resucitado se apareció ante ellas primero, y tuvieron ellas el honor de ser las primeras en proclamar su victoria (Mt. 28:9-10; Lc. 24:9-11). Junto con la madre de Jesús, se encontraban entre los 120 del aposento alto (Hch. 1:14).
Se ve también que había mujeres entre los primeros convertidos (Hch. 8:12; 9:2; 17:12). En la Iglesia vemos ya que las mujeres se distinguen por su piedad y buenas obras: Dorcas (Hch. 9:36), María, la madre de Juan Marcos (Hch. 12:12), Lidia (Hch. 16:14), Priscila (Hch. 18:26), las hijas de Felipe (Hch. 21:8-9).
El apóstol Pablo, por palabra del Señor, no reconoce a la mujer el ministerio de enseñanza pública ni el de dirección, que se reserva al varón (1 Ti. 2:11-12; 1 Co. 14:33-35); sin embargo, al precisar la actitud que debe tenerse, habla de la mujer «que ora o profetiza» (1 Co. 11:5; cfr. 14:34; Hch. 21:8-9).
Menciona a numerosas mujeres que han sido sus colaboradoras en la obra de Dios y que le han sido de ayuda en sus propias actividades (Ro. 16:2-4, 6; Fil. 4:3).
Había asimismo diaconisas en la iglesia primitiva (Ro. 16:1-2; 1 Ti. 3:11) y viudas puestas en unas ciertas funciones, encargadas de todo tipo de obras de asistencia (1 Ti. 5:9-10); las mujeres experimentadas debían encargarse de instruir a las jóvenes (Tit. 2:3-5).
Se expone claramente que, por lo que respecta a la salvación y a su posición en Cristo, «no hay varón ni mujer» (Gá. 3:28) y que en la nueva esfera más allá de la muerte esta distinción desaparecerá totalmente.
Lo que no se puede hacer es, en base a este texto bíblico, rechazar el régimen de gobierno establecido en otros pasajes, algunos de ellos ya mencionados, en cuanto a la posición ahora establecida por Dios en su gobierno sobre el mundo y la Iglesia en la tierra.
Todos, varones y mujeres, forman parte igualmente del cuerpo de Cristo, y todos, hombres y mujeres, reciben un don del Espíritu para la utilidad común (1 Co. 12:7, 11, 27).
Tanto varones como mujeres son responsables ante el Señor de usar estos dones para su gloria y conforme a las instrucciones y limitaciones que Él mismo ha establecido en Su palabra, poniéndose totalmente a disposición de Aquel que nos ha rescatado a tan gran precio, para poder dar toda la gloria en confianza y obediencia a nuestro gran Libertador.