MANASES, ORACION DE

(-> conversión, juicio). Conforme a la visión de 2 Re 20,21-21,20, repetida por la historiografí­a posterior (cf. 2 Re 23,12.36; 24,10), Manasés fue un rey perverso. Pero tuvo un reinado próspero y duró muchos años (698-643 a.C.). Posiblemente para justificar esa anomalí­a (un rey malo tendrí­a que haber sido castigado y morir pronto), 2 Cr 33,13.18-19 ha recogido (o creado) una tradición según la cual Manasés recibió un castigo por sus pecados y después se convirtió, siendo así­ rehabilitado. Fundándose en ella un autor anónimo, entre el II y I a.C., ha puesto en su boca una plegaria penitencial, conservada en griego e incluida en algunas ediciones de la Biblia de los LXX (aunque los mismos católicos la consideran como apócrifa). Se trata de un salmo de lamentación individual, parecido a otros de ese tipo (cf. Neh 9,6-37; Bar 3,1-9; Dn 3,23-34) que podrí­a utilizarse en una ceremonia de expiación como Lv 16. Es difí­cil saber si ha sido escrito en hebreo (arameo) o en griego, en cuya lengua se conserva.

(1) Texto. Estos son algunos de sus versos: «Señor todopoderoso, Dios de nuestros padres, de Abrahán, Isaac y Jacob y de su justa descendencia, que has hecho el cielo y la tierra, con todo su universo, que has encadenado el mar con tu palabra imperiosa, que has cerrado y sellado el abismo con tu terrible y glorioso Nombre; todas las cosas se estremecen y tiemblan ante la presencia de tu Poder. Es insoportable la majestad de tu Gloria, e irresistible la Cólera de tu amenaza contra los pecadores, pero inmensa e insondable la Piedad de tu promesa; porque tú eres Señor Altí­simo, compasivo, paciente, rico en misericordia, y perdonas los pecados de los hombres. Tú, Señor, conforme a la grandeza de tu Bondad, has prometido arrepentimiento y perdón a los que han pecado, y según la multitud de tus Misericordias, has determinado la penitencia para los pecadores, para que se salven… ¡He pecado, Señor, he pecado! Reconozco mis faltas. A ti pido, Señor: ¡perdóname, Señor, perdóname! No me hagas padecer por mis faltas ni conserves mis pecados, recordándolos por siempre, ni me condenes a las profundidades de la tierra. Porque tú eres, oh Dios, el Dios de los que se arrepienten. En mí­ quieres manifestar toda tu bondad, porque, aunque soy indigno, me salvarás por tu gran Misericordia. Y yo te alabaré por siempre, en los dí­as de mi vida, pues a ti cantan todos los Poderes del cielo y tuya es la gloria por los siglos» (OrMan 1-7.1215). Conforme a esa oración, Dios aparece como aquel que, superando su fuerte cólera, decide y establece (horisas) un kairos o tiempo de penitencia para que los judí­os pecadores puedan salvarse. Dios perdona haciendo que los hombres se vuelvan dignos del perdón a través de la conversión.

(2) Conversión judí­a, conversión cristiana. La Oración de Manasés y el judaismo en general interpretan la penitencia (conversión) como algo que los hombres pueden realizar, por misericordia de Dios. Ellos, por sí­ solos, eran incapaces, pero Dios ha establecido en su favor un nuevo origen: les ofrece tiempo y camino de conversión. Pablo (y el Nuevo Testamento en general) proclama la gracia del perdón gratuito, previo al mismo cambio de los hombres. Dios no establece ya la conversión, sino que la realiza: salva en amor a los perversos por el Cristo. Por eso, situándose cerca del cristianismo, OrMan es un texto especí­ficamente judí­o: la misericordia de Dios es grande, pero se expresa a través de la conversión del pecador. En el fondo, seguimos dentro de un esquema pactual: Dios mismo hace que los hombres sean capaces de la obra buena de la conversión. Sin ese gesto activo, sin la transformación del antiguo pecador resulta imposible el perdón. Pues bien, en contra de eso, Pablo dirá que Dios ha perdonado a los hombres de manera totalmente gratuita en el Cristo: no les lleva primero a convertirse para perdonarles luego, sino que les ama en su pecado, muriendo por ellos. La misericordia cristiana afirma que el mismo Cristo de Dios asume en su Cruz el pecado de los hombres; no les obliga a convertirse, muere por ellos. De esa forma llegamos al espacio de lo que pudiera llamarse gracia-gracia. No es que Dios espere a que nos convirtamos para perdonarnos, sino que nos perdona de antemano, muriendo por nosotros; esto puede parecer y es injusticia a los ojos de un judaismo centrado en la exigencia de la Ley, pero es misterio de Vida universal para otros judí­os y para los cristianos.

Cf. A. DíEZ MACHO (ed.), Apócrifos del Antiguo Testamento III, Cristiandad, Madrid 1982, 101-117; J. H. CHARLESWORTH, Prayer of Manasseh, en Harper’s BibCom, Harper, San Francisco 1988, 872-874; H. E. RYLE, «Prayer of Manasses», en R. H. Charles, Apocrypha o the Oí­d Testament, Clarendon, Oxford 1971, 612-624.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra