ABBA

Mar 14:36 decía: Abba Padre, todas las cosas son…
Rom 8:15 por el cual clamamos: ¡Abba Padre!
Gal 4:6 el Espíritu .. el cual clama: ¡Abba Padre!


Abba (gr. abbá, “padre”, “padre mí­o [nuestro]”, “Abbá padre!”; una transliteración del aram. ‘âbbâ’, ‘abî o ‘âbînû [formas de ‘âb, “padre”]). Tí­tulo que, en el trato í­ntimo, significa “padre”. Como la forma aramea se encuentra en la literatura rabí­nica, se nota que era una expresión familiar usada corrientemente para indicar una relación estrecha entre el padre terrenal y sus hijos. Pero en las primitivas oraciones cristianas se usó para dirigirse a Dios como nuestro Padre (Rom 8:15; Gá. 4:6), siguiendo el ejemplo de nuestro Señor (Mar 14:36). En cada uno de los 3 pasajes, al gr. abbá le sigue la frase ho pater, “el Padre” o “¡Padre!”.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Dios Padre Oracion

Véase: Abbá: una nueva comprensión de la sociedad y la religión palestinense en Jesús (Lectura complementaria)

Arameo ab, padre, palabra filial con que los hijos tratan al padre. Trato dado a Dios por Cristo Mc 14,36, y por los cristianos Rm 8,15; Ga 4,6.

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Palabra aramea para padre, transliterada al gr. y luego al castellano. Se encuentra tres veces en el NT (Mar 14:36; Rom 8:15; Gal 4:6). La palabra heb. correspondiente es Ab.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(“Papá” en arameo). Dios es mi “Abba”, mi papá. Mar 14:36; Rom 8:15; Mat 6:9, Mat 6:25-34, Mat 10:30. Esta es la mayor grandeza y el resumen del cristianismo. No soy hijo de un Senador, ni del Presidente de la nación, !soy mucho más! “Hijo de Dios”, hermano de Cristo y coheredero con él, gracias a la redención del mismo Cristo. Rom 8:15; Gal 4:4-6.

Yo le pido al Senor que esto que sabemos lo vivamos un poquito. No tengo que envidiar nada a nadie. Mi Papá es Dios, me da todo lo que necesito, y se preocupa tanto por mí­, que hasta los cabellos de mi cabeza tiene contados !aleluya! Mat 10:30.

Todos somos hermanos. El mismo Dios que hizo el corazón del católico, hizo el del protestante, y el del judí­o, y el del musulmán, y el del ateo. Entre todos los cientí­ficos juntos han sido incapaces de hacer ni siquiera un cabello de nuestras cabezas. Queramos o no queramos, todos somos hermanos, nacidos del mismo Padre y por eso es que todos tenemos que amarnos.

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Palabra de origen arameo. Manera familiar de llamar al progenitor (padre o papá). No aparece en el AT ni en la literatura intertestamentaria, pero sí­ en papiros o en documentos de carácter no religioso. En el NT, cuando se usa esta palabra se le acompaña con su traducción al griego (Abba, Padre), quizás pensando quien oraba (mayormente el Señor Jesús) en el bilingüí­smo de sus amigos. El Señor Jesús la utilizó para expresar su í­ntima relación con el Padre celestial (Mar 14:36). Pablo utiliza el término, lo cual significa que era de uso común en la iglesia primitiva. Con él se manifiesta †œel espí­ritu de †¢adopción†, pues †œel Espí­ritu mismo da testimonio a nuestro espí­ritu, de que somos hijos de Dios† (Rom 8:15; Gal 4:6).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

Ver, PADRE Palabra aramea que Jesús emplea frecuentemente para dirigirse al Padre (Mr. 14:36). También los cristianos de la primera generación la usaban (Ro. 8:15; Gá. 4:6) para expresar una relación muy í­ntima entre Dios y sus hijos. El Señor Jesús usó probablemente esta palabra muchas veces, aun en algunas en que los pasajes bí­blicos han transmitido la versión griega: “Padre”, “Padre mí­o”, y también “mi Padre”. Es una expresión de plena confianza y adhesión con la voluntad del Padre, que Jesús quiere comunicar a sus discí­pulos. La palabra no aparece en la literatura profana ni rabí­nica del tiempo, y es caracterí­stica del vocabulario de Cristo. En los evangelios se la usa siempre acompañada de su respectiva traducción con la palabra “Padre”. Es sólo por medio de Cristo que recibimos el espí­ritu de adopción y aprendemos a llamar a Dios “Padre nuestro” (Jue. 11:2: Jn. 17:11; 20:17). La palabra se usaba solamente en el lenguaje familiar antes de Jesús. En el Antiguo Testamento figura en varios nombres hebreos como radical, por ejemplo: Abimelec, Abner, Ardénago, Eliab.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Es palabra bí­blica aramea, que sintetiza la idea de dependencia divina. Alude al sentido amoroso de Dios, a quien se le debe tratar como padre cercano, cariñoso, digno de toda confianza. Los comentarios ascéticos desde época apostólica, siguiendo a San Pablo, dieron énfasis singular al amor divino para el hombre y a la necesidad de una respuesta de confianza y ternura en el cristiano elegido.

El término resalta en las catequesis paulinas, según la recomendación de llamar a Dios “abba, es decir padre” (Mc. 14.36; Rom. 8.15; Gal. 4.6). De las 415 veces que en el Nuevo Testamento se emplea la palabra griega “pater”, sólo en esas tres citadas se repite la expresión aramea “abbas”, colocada detrás de “pater”, reiterando o reclamando el mismo sonido arameo que Jesús debió pronunciar en ocasiones cuando hablaba de su Padre.

Es dudoso si esa expresión recogí­a verdaderamente una forma usual en ámbitos israelitas, semejante a la familiar, cariñosa y diminutiva forma de “papá o papaí­to”, expresión de intimidad o confianza en nuestros entornos. Acaso se tratara sólo de una expresión especí­ficamente paulina, con cierto eco en ambientes en que dominaba ya el griego “koine” (común, popular) en el que se redactó el Nuevo Testamento y se formularon las catequesis en el primer siglo. De lo que no cabe duda es del sesgo que tomaron los comentarios desde los tiempos apostólicos. Se reclamó la palabra “abbas” como especial eco del amor divino y de la necesidad de responder con fidelidad y amor, ejes esenciales de las primeras catequesis apostólicas.

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

SUMARIO: . EL HIJO: 1. “Padre”, “mi Padre”, “El padre”. 2. El Unigénito. 3. Los idénticos y los inmanentes. 4. El enviado del Padre. 5. La voluntad del Padre. 6. El revelador del Padre. 7. El apoderado el Padre. 8. El camino hacia el Padre. – II. LOS HIJOS: 1. Hijos adoptivos. 2. Herederos del Padre. 3. Dios, nuestro Padre. 4. La oración filial. -III. EL PADRE: 2. El Padre invisible. 3. El Padre celestial. 4. El Padre de las luces. 5. El Padre de la gloria. 6. El Padre de todo y de todos. 7. Padre santo y justo. 8. Padre de las misericordias. 9. Padre providente. 10. El único Padre.

Abba es una palabra aramea que significa “papá”, la primera palabra que el niño pronuncia. Esto dice el Talmud: “Tan pronto como el niño prueba el gusto del cereal (cuando lo destetan), aprende a decir ABBA e IMMA papá y mamá”.

Jesús llamó a Dios ABBA. Antes de él nadie se atrevió a hacerlo, pues haberlo hecho, hubiera sido considerado como una blasfemia. Justamente porque Cristo lo hizo, fue condenado por blasfemo (Jn 5, 18; 10, 25-32; Mc 12, 6-7).

Abba es un término familiar del hijo al padre, no sólo del niño pequeño, de los hijos mayores. Emplearlo para dirigirse a Dios, hubiera sido una falta de respeto y hasta un sacrilegio.

Abba es la palabra más importante del N. T., pues nos revela la paternidad, el misterio de Dios en Jesucristo. Es prácticamente el resumen del Evangelio. Dios es padre de Jesús y padre nuestro y, por tanto, todos somos hermanos.

Abba es un vocablo perteneciente a los orí­genes de la tradición evangélica, no inventada por la comunidad primitiva, sino transmitida por ella. Su uso fue cada vez más frecuente, hasta llegar a convertirse en substitutiva de Dios o como el nombre propio de Dios. El único texto evangélico, que conserva la palabra es Mc 14, 36, y lo hace, porque es la palabra original pronunciada por Jesucristo.

El N. T. llama padre a Dios unas 250 veces. 190 en los evangelios: 4 en Marcos 15 en Lucas, 42 en Mateo; unas veces se refiere a Dios como padre de Jesucristo, otras como padre de los hombres y otras como nombre absoluto de Dios o con un calificativo. En el evangelio de Juan aparece 109 veces, once como “padre”, sin artí­culo, y casi siempre en boca de Jesucristo, al comenzar sus oraciones, pues, al hablar directamente con Dios, como un hijo can su padre, el artí­culo sobra; 23 veces como “mi padre”, referido a Dios en boca de Jesucristo; 75 veces como “el padre” con artí­culo, como el nombre propio de Dios.

1. El Hijo
1. “Padre”, “mi Padre”, “El padre”
Jesús, cuando se dirigí­a a Dios, decí­a “padre”, pero las traducciones evangélicas lo hacen indistintamente por Padre, mi Padre, el Padre, como claramente aparece en el texto paralelo de los Sinópticos de la oración de Getsemaní­: Mc 14, 36: “El Padre”; Mt 26, 39: “Mi Padre”; Lc 22, 42: “Padre”.

Lo hace una vez en Marcos, tres en Mt y Lc juntos, dos veces en Lc solo, una en Mt solo, nueve en Jn. Sólo en la oración de la cruz no le llama “Padre”, sino Dios, pero esta oración estaba condicionada por el salmo que recita (Sal 22, 2). La expresión “el Padre”, sin pronombre y sin calificativo, es prácticamente de Juan como el nombre propio de Dios.

Llama también a Dios “mi Padre”, al hablar con sus discí­pulos. Lo hace una vez en Mt y Lc juntos, tres en Lc solo, trece en Mt, una en Mc y veintitrés en Jn. Al decir “mi Padre” está diciendo que es hijo natural de Dios, está haciendo la gran revelación del N. T., algo absolutamente desconocido en el A. T., cuando el monoteí­smo en Israel no podí­a admitir, ni siquiera pensar, que Dios tuviera un igual a él.

Jesús toma conciencia de su filiación divina en el bautismo, cuando se rasga el cielo y se oye la voz del Padre: “Este es mi “. La voz del Padre la oyó sólo él, lo que significa la experiencia religiosa que tuvo de su filiación. A partir de este momento el sentido de la paternidad divina domina toda su vida. Jesús se siente Hijo de Dios. Aunque no lo dijera al gran público, lo decí­a a sus discí­pulos, a los que iba preparando, poco a poco, para que comprendieran y aceptaran esta filiación divina, la revelación más importante de cuanto salió de su boca.

. El Unigénito
Dios Padre sólo tiene un hijo natural y no puede tener más, pues en ese hijo se agota su poder generativo. Todo lo que es el Padre quedó volcado en el Hijo. Por eso el es “el resplandor de la gloria del Padre y la impronta de su ser” (Heb 1, 3). Resplandor e impronta son dos metáforas que afirman la consubstancialidad con el Padre. La gloria del Padre es la misma naturaleza divina que resplandece en el , el cual es como el espejo que refleja a Dios, porque él mismo es Dios, “la imagen de Dios” (2 Cor 4, 4; Gal 1, 15).

Sabemos que el Padre tiene un Hijo, porque nos lo ha dicho el mismo Hijo hecho hombre, Jesucristo, el cual es “El Unigénito” “monogenes”, “el Dios Unigénito” -monogenes Zeos- (Jn 1, 14. 18), igual al Padre, y desde toda la eternidad está “en el seno del Padre”. Jesús es “el Hijo de Dios” (Rom 1, 3), “el Hijo de sus amores” (Col 1, 13), su predilecto (Mc 1, 11; 9, 7).

3. Los énticos y los inmanentes
El centro de gravitación de la cristologí­a joánica descansa en la unidad del Padre y del Hijo. He aquí­ sólo unos textos: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30). Se dice uno hen- en neutro, una sola cosa, lo que indica que entre el Padre y el Hijo hay una unidad perfecta. Tienen la misma naturaleza, los mismos conocimientos, los mismos quereres. La unidad de todos los creyentes, fundamento primordial de la Iglesia, como testimonio evangelizador, tiene como paradigma y como ideal la unidad del Padre y del Hijo: “Que sean uno, como nosotros somos uno” (Jn 17, 11).

Como son idénticos, al conocer al jo, se está conociendo al Padre (Jn 14, 7) y, si ignoramos al Padre, es porque también ignoramos al Hijo. El que ve al Hijo está viendo al Padre (Jn 14, 9). Y el que odia al Hijo está odiando al Padre (Jn 15, 23). La hostilidad y el odio del mundo contra Jesucristo, en definitiva, es una hostilidad contra su Padre, contra Dios (Jn 8, 31-59).

De la misma manera que el Hijo conoce al Padre es conocido por el Padre (Jn 10, 15). Este conocimiento recí­proco supone y es un misterio que los relaciona y los unifica de tal forma que el Hijo encarnado se atribuye el tí­tulo de “YO SOY” (Jn 8, 24. 28), hasta entonces reservado para el Padre Dios (Is 43, 10. 12. 13; Ex 3, 14). Hay entre ambos tal interpenetración que bien podemos decir que el vive en el corazón del Padre y el Padre en el corazón del Hijo. Uno está dentro del otro. Esta mutua inmanencia está muy atestiguada: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mi” (Jn 14, 11). “El Padre está en mí­ y yo en el Padre” (10, 38; 17, 21). “Yo estoy en mi Padre, vosotros en mí­ y yo en vosotros” (14, 20). Esta triple inmanencia del Padre, del Hijo de los hijos, está expresada en la alegorí­a de la vid (Jn 15, 1-7). El Padre es el viñador, el Hijo es la vid y los hijos son los sarmientos. La vid esté existencialmente vinculada con el viñador y los sarmientos lo están vitalmente con la vid, con la cepa.

El Hijo es el pléroma del Padre, en un sentido pasivo, está lleno de Dios, y es, a la vez, el pléroma de la Iglesia, en sentido activo, llena de Dios a los creyentes.

4. / enviado del Padre
Jesús proclama que ha venido a este mundo como el enviado del Padre (Jn 5, 36; 6, 57; 10, 36). El Padre actúa en él y a través de él. “Lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo” (Jn 5, 19). El que le ha enviado está siempre con él (Jn 8, 24. 28). Ha venido en calidad de legado divino y así­ hay que aceptarle y creerle (Jn 6, 29).

Manifiesta una dependencia omní­moda del Padre. No habla por su propia cuenta. Es la voz del Padre: “Esta doctrina no es mí­a, sino del que me he enviado” (Jn 7, 16). “No hablo por mi propia cuenta, el Padre me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar” (Jn 12, 49). Realiza una función de mensajero y no puede excederse en su misión y en sus atribuciones.

Dice que el Padre y él son una misma cosa y, al propio tiempo, dice que “el Padre es mayor” que él (Jn 14, 28). No se trata de una inferioridad o de una subordinación del respecto al Padre, en el sentido de que sea una criatura, aunque s”a primera, del Padre, como pensaban los arrí­anos. Es el enviado del Padre y “el enviado no es más que el que le í­a” (Jn 13, 16), antes al contrario, está en dependencia del que le enví­a, sometido a él cumpliendo su misión de glorificarle y de darle a conocer. Sólo en este sentido es inferior a él.

. La voluntad del Padre
Jesús es el Hijo ideal, entregado absolutamente al Padre, en amor, en obediencia y en fidelidad. Hace lo que el Padre le ha ordenado (Jn 14, 31), su alimento Es hacer la voluntad del Padre (4, 34); “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (6, 38), “hago siempre lo que le agrada” (8, 29). No procede en nada por voluntad propia, ni siquiera en el momento de juzgar a los hombres. Es un juez que “oye” al Padre y pronuncia su sentencia después de oí­rle: “Yo juzgo como me lo ordena el Padre” (5, 30). Y su sentencia no es condenatoria: “Dios no envié a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo” (3, 17).

Hizo la voluntad del Padre hasta el final, hasta beber el cáliz que le habí­a servido el Padre (18, 11). “Se entregó a sí­ mismo por nuestros pecados… conforme a la voluntad de Dios y Padre nuestro” (Gal 1, 4). Con razón podí­a decir en la cruz: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30). Ha hecho siempre lo que el Padre querí­a.

. El revelador del Padre
Jesús es la última y definitiva Palabra del Padre, la Palabra hecha carne (Jn 1, 14). Revela la vida interior de Dios, de manera exhaustiva, pues “nos ha dado a conocer todo lo que ha oí­do al Padre” (Jn 15, 15). Es el manifestador manifestado y revela al Padre, revelándose a si mismo, poniendo al descubierto el misterio de su persona, dándose a conocer a si mismo, pues al conocerle a él, conocemos al Padre (Jn 8, 19).

Habla del Padre en lenguaje figurado. Sólo al llegar su hora, la hora de la muerte, de su resurrección y de su exaltación gloriosa, habla del Padre con toda claridad (Jn 16 25), abiertamente, con absoluta libertad. Cuando les hablaba en imágenes, no entendí­an nada (Jn 10, 16). Ahora lo entienden todo (16, 29-30). La hora de Jesús les abre el entendimiento y les hace llegar a la verdad plena, comprenden el misterio que es él, el mismo de Dios Padre.

. El apoderado el Padre
Jesús es el plenipotenciario. Está revestido de la autoridad del Padre, con la que habla (Mc 1, 22-27), no como los escribas que únicamente enseñaban repitiendo lo que habí­an dicho otros: “fulano dice esto, mengano dice esto, Yavé dice esto”. Jesús dice: “Yo digo esto”, enseña con autoridad una doctrina nueva. El Padre le encomendó todas sus cosas y todos sus quereres. Y el querer máximo del Padre es que “todos los hombres se salven” (1 Tim 2, 4). Este querer lo realizará redimiendo al mundo, pues para ese fin el Padre le ha dado “todo el poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18).

7. camino hacia Padre
“Salí­ del Padre y vine al mundo; dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16, 28). Con estas palabras Jesús afirma su existencia en la eternidad y su encarnación en el tiempo. Tras haber realizado su misión, podí­a decir: “Yo me voy al Padre” (Jn 14, 12). Pero estas palabras no son el final de su obra, sino el comienzo de una nueva actuación, glorificado ya “al lado de su Padre, siempre vivo intercediendo por nosotros” (Heb 7, 25). Es nuestro defensor ante el Padre (1 Jn 2, 1).

En el pasaje de Jn 14, 4-11, la palabra “padre” aparece diez veces y siempre en torno a la idea de que Jesús es el único camino para ir al Padre: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (14, 6). Es el camino que conduce a la verdad y a la vida que están en el Padre; es el camino que, por la verdad, es decir, por la Palabra de Dios revelada por él, lleva a la vida que es el Padre; Jesús es el camino, porque es la verdad y la vida. La mejor traducción serí­a esta: “Yo soy el camino verdadero que conduce a la vida”. En todo caso, es el único mediador entre el Padre y nosotros, el puente que une a la divinidad y a la hu
manidad. “Sin mí­ no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Y si nadie puede ir al Padre, sino a través de Jesucristo, nadie puede ir a Jesucristo, si el Padre no le lleva (Jn 6. 44).

II. Los hijos
1. adoptivos
Dios ha querido hacernos hijos suyos. Sabemos que somos hijos porque el Espí­ritu, que está en nosotros, nos hace llamar “ABBA – PADRE” a Dios. Si no fuésemos. de verdad, hijos, no podrí­amos llamarle padre. Esta filiación es fruto del infinito amor del Padre (Ef 1, 5; 1 Jn 3, 1).

Dios es Padre de Jesucristo y lo es también de nosotros, pero de manera totalmente distinta. Esto lo dejó muy claro Jesús al distinguir, y casi contraponer, su filiación a la nuestra, pues dice: “Mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20, 17). Nunca dice “nuestro Padre” y “nuestro Dios”.

Nuestra filiación es una filiación adoptiva recibida en el nacimiento nuevo por medio “del agua y del Espí­ritu” (Jn 3, 5) y por la palabra de la verdad (Sant 1, 18) que nos hace “partí­cipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4).

2. del Padre
Hemos sido elegidos por Dios para ser “hijos en el Hijo”. Y a su Hijo le constituye “heredero de todas las cosas” (Heb 1, 2). Y con el “primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8, 29), nosotros somos también herederos. Dios puede, o no, darnos la gracia de la filiación, pero, si nos la da, tenemos derecho a todo lo que de esa gracia se deriva, como es la gracia de la vida eterna: “Si somos hijos, somos también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo” (Rom 8, 17).

El derecho a la herencia lo tienen igual los hijos naturales y los adoptivos: “Si eres hijo, eres también heredero por la gracia de Dios” (Gal 4, 7). Los creyentes “deben heredar la salvación” (Heb 1, 14).

.   Dios, Padre
Jesús nos dijo: “Rezad así­: Padre nuestro…” (Mt 6, 5). Debemos relacionarnos con él con la familiaridad y la confianza de hijos. Dios es nuestro padre, porque a él le debemos el ser y el subsistir, el don de la nueva vida en Cristo (Rom 8, 15), el don de la fe, garantí­a de nuestra salvación (Ef 2, 8). El nos ha engendrado (Sant 1, 18).

Al llamar padre a Dios, estamos reconociendo que es la fuente de la vida el poder supremo, la misericordia infinita; que nos dirigimos a él con amor y con respeto. La palabra “padre” habla, por sí­ misma, de amor, y, referida a Dios, de su amor infinito a los hombres, manifestado al entregar a su Hijo por la salvación del mundo (1 Jn 4, 11). Y, como es un padre lleno de bondades, satisface nuestros deseos, aguanta nuestras impertinencias y comprende nuestras debilidades. Así­ lo decí­a Santa Teresa: “El, siendo padre, nos ha de sufrir, por graves que sean las ofensas, si nos tornamos a él, como el hijo pródigo, hanos de perdonar, hanos de consolar…, hanos de regalar, hanos de sustentar” (C 44, 1).

.   oración filial
Jesús empezaba siempre su oración con la palabra “Padre”: “Padre, si es posible, que pase de mí­ este cáliz” (Mt 26, 39; Lc 23, 24). Nos manda que nosotros hagamos también la oración desde la confianza filial; como hací­a Santa Teresa: “Con toda humildad, hablarle como Padre, pedirle como Padre, regalarse con él como con Padre” (C 46, 2).

Esto es lo que Jesús nos quiere decir con estas palabras: “Todo lo que pidáis en mi nombre al Padre, os lo concederá” (Jn 16, 23). “Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre” (Jn 16, 24). Jesús es el nombre del Padre, como se desprende de estas frases de idéntico sentido: “Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12, 28); “Padre, glorifica a tu Hijo” (Jn 17, 1). Juan 1, 14 podrí­a traducirse así­: “El Nombre se hizo carne y habitó con nosotros”.

La misión reveladora de Jesús consiste fundamentalmente en la manifestación del nombre del Padre: “He manifestado tu nombre a los hombres” (Jn 17, 6), lo que equivale a manifestar que Dios es Padre.

Pedir en nombre de Jesús significa dirigirnos a Dios como aun padre, pedirle en su calidad de padre, con lo cual captamos su benevolencia y aseguramos la concesión de lo que le pedimos “porque, ¿qué padre, entre vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?” (Lc 11, 11).

Hasta ahora no se habí­a pedido de este modo, porque la paternidad de Dios era un secreto escondido. Pero después de la revelación de Jesucristo, hay que acudir a él, como se acude a un padre. No se trata de pedir a Dios en nombre de Jesucristo, apoyándonos en sus palabras, poniéndole por intermediario, acudir a sus méritos, sino de pedir directa y confiadamente al Padre.

III. El Padre
1. ¿Qué es lo que podemos decir, qué es lo que sabemos de Dios? Sabemos mucho y no sabemos nada. Cristo nos habló de él, nos contó cosas acerca de su ser y de su obrar. Nos descubrió el misterio de su paternidad. La Sagrada Escritura también nos dice muchas cosas y nos refiere sus intervenciones en la historia humana. A pesar de todo, Dios sigue siendo un misterio insondable, porque es el inaccesible, el inabarcable, el totalmente otro. No es posible comprenderle, tener un conocimiento pleno y objetivo de lo que es.

Sabemos que envió a su propio Hijo para salvar al mundo. Pero también la salvación sigue siendo un misterio. Del más allá prácticamente no sabemos nada. Tampoco sabemos nada, o casi nada, sobre el último dí­a (Mt 24, 36), sobre la predestinación de los elegidos (Rom 8, 29-30; 1 Cor 2, 7), sobre los puestos de honor reservados para sus preferidos (Mt 20, 23). Todo eso lo sabe únicamente él. A nosotros sólo nos cabe aceptar el misterio.

.Padre invisible
Dios es invisible. Otra razón para que sepamos tan poco de él. Nadie le ha visto, ni le puede ver. Las visiones de Moisés (Ex 33, 11) y de Isaí­as (Is 6, 1) no eran visiones directas de Dios. Dios se les apareció a través de una imagen o de su propia gloria (Jn 12, 4).

La trascendencia de Dios estaba tan acentuada en el A. T., que se rehuí­a la visión de Dios, como inminente peligro de muerte (Ex 33, 19). Esa invisibilidad pertenece también al N. T.: “Nadie ha visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios” (Jn 6, 46). Sólo él, Jesucristo, que está en seno del Padre, le ha visto y nos lo ha revelado (Jn 1, 18). Es verdad que el que ha visto al Hijo, ha visto al Padre (Jn 14, 19), pero esta visión pertenece al ámbito de la fe.

.Padre celestial
Esta es una advocación propia de Mateo que la emplea veinte veces. Unas como “mi Padre celestial”, otras como “vuestro Padre celestial” y otra como “Padre nuestro que estás en los cielos”. Pero no es original de Mateo, pues aparece una vez en Marcos y otra en Lucas. No vuelve a aparecer en el N. T.

La expresión “padre celestial”, que equivale a “Padre que está en los cielos o en El cielo”, se usó, por primera vez, en el judaí­smo del s. 1 a. C. Los evangelios la emplean en la catequesis, en la oración y en la liturgia. Quizá el origen de la expresión sea la oración del “Padre Nuestro” (Mt 6, 1).

Dios es un padre que habita más allá del cielo estrellado, en lo más alto del cielo. El cielo es su trono, su morada regia (Mt 5, 34), desde donde lo trasciende todo y lo gobierna todo (Is 55, 9). Se trata de un lenguaje metafórico que designa la excelsitud divina, la augusta majestad de Dios. El cielo es un lugar muy distante que nos habla de la lejaní­a inalcanzable por el hombre.

La fórmula asocia dos ideas contrapuestas: el infinitamente distante, el más lejano, al hacerse nuestro padre, se ha hecho el más cercano y el más intimo.

.Padre de
“Todo don excelente y todo don perfecto viene de lo alto, del Padre de las luces, en el que no hay cambio, ni sombra de variación” (Sant 1, 17). Dios es padre de los astros que adornan el firmamento y de las grandes luminarias que iluminan la tierra (Gn 1, 14-15). Las innumerables estrellas del universo son pálidos reflejos de la luz infinita de su ser.

San Juan nos da una definición bellí­sima y poética de Dios: “Dios es luz…, está en la luz” (Jn 1, 5. 7). Esta definición, por una parte implica una idea soteriológica en la voluntad de Dios, y, por otra, requiere en el hombre una atención moral a sus actos humanos, pues le exige que se deje iluminar por él.

Jesucristo, el Logos, es también luz, la luz recibida del Padre, para iluminar a los hombres (Jn 1, 9). Ha venido para ser luz del mundo (Jn 12, 46), para iluminar el camino que conduce hacia el Padre, para que “andemos en la luz” (1 Jn 1, 17) y no nos perdamos en la oscuridad de las tinieblas.

Sin luz, no hay vida. La vida es la luz (Jn 1, 4) y el camino de la luz es el amor: “El que ama a su hermano está en la luz” (1 Jn 2, 10), tiene “la luz de la vida” (Jn 8, 12), está en la verdad, está en Dios (Jn 3, 21). No estar en la luz, es estar en las tinieblas, no haber entrado en el camino de la vida, andar desquiciado “sin saber adonde va” (Jn 12, 35). El pecado contra la luz es el peor de todos, pues es un pecado radical la ceguera espiritual del que camina en la noche dando tropezones (Jn 11, 1), perdido en el mundo del Maligno.

.Padre de la
He aquí­ otra definición de Dios: “El padre de la gloria” (Ef 1, 17), el Padre glorioso y el Padre glorificador.

La gloria de Dios es Dios mismo manifestado. Dios manifestó su gloria a través de la creación y de manera singular en el Arca de la Alianza, en el Tabernáculo y en el Templo.

Jesucristo es el nuevo templo, morada permanente de la gloria de Dios. El Padre le ha llenado de gloria, le ha glorificado, es la gloria del Padre, la divinidad manifestada. El Padre ha glorificado por el testimonio que ha dado de él declarándole su Hijo (Jn 5, 36; Mt 3, 17; Lc 9, 35); por el poder que le ha conferido para realizar milagros (Jn 5, 36), por haberle resucitado de entre los muertos.

Jesucristo, a su vez, ha glorificado al Padre, ha manifestado su divinidad con sus palabras y con sus obras y, de manera especial, entregándose a la muerte para cumplir su voluntad. Esta mutua glorificación es la declaración que cada uno hace sobre la divinidad del otro: “Padre, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti” (Jn 17, 1).

.El Padre de todo y de todos
“Todo fue hecho por él y sin él nada se hizo” (Jn 1, 3). Todo lo hace el Padre por el Hijo. “Para nosotros no hay más que un Dios, el Padre del que proceden todas las cosas y por el que hemos sido creados” (1 Cor 8, 6).

Dios lo ha creado todo y [o sigue recreando, vivificando: “Todo lo que ha sido hecho es vida en él” (Jn 1, 4). Sin su asistencia vivificadora, todo volverí­a a la nada. El Padre es el origen y la fuente constante de la vida. En el orden fí­sico todo salió de su Palabra creadora y todo está sostenido por sus manos paternales. Y eso mismo ocurre en el orden espiritual. El reino, su instalación en el mundo, su desarrollo misterioso, los tiempos, las circunstancias, todo está en sus manos (He 1, 1). “¿Por qué llamamos Padre a Dios? Primero, porque nos crió… después, porque nos conserva… tercero, porque nos redimió… cuarto, porque por la gracia nos regenera” (L. Maldonado).

Es el Padre universal, “el Padre de todos, que está sobre todos y en todos” (Ef 4, 6). Su paternidad se extiende sobre todos los seres humanos, sean cuales sean, sin distinción de raza, de sexo o de religión. “Un padre no ama sólo a los hijos buenos y obedientes, ama también a los traviesos y a los dí­scolos. El es nuestro Padre celestial que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). Que nadie se crea más amado por él, o más hijo de él, pues Dios no hace acepción de personas (Lc 20, 21).

. Padre santo justo
Así­ le llamó Jesucristo: “Padre santo” (Jn 17, 11), “padre justo” (1?, 25). Dos definiciones coincidentes, idénticas. Dios es el único Padre Santo, con mayúscula. Todos los demás son padres pecadores. Dios es el tres veces santo, es decir, el santí­simo. Es santo y santificador, irradia santidad, imanta de santidad a todo y a todos los que con él se relacionan. Si el Padre es santo, los hijos también deben serlo: “Vosotros debéis ser santos, porque yo soy santo” (Lev 11, 44).

La Iglesia debe ser la esposa “santa y perfecta” (Ef 5, 27) y sus miembros “santos e irreprochables” (Ef 1, 4), a tí­tulo de hijos del Dios santo (Lc 20, 56. Los primeros cristianos eran llamados “los santos” (He 9, 13. 32) porque estaban llamados a serlo (1 Cor 1, 2) y porque respondieron a esa llamada.

Dios es el Padre justo. Así­ le definió Jeremí­as: “Yavé, justicia nuestra” (Jet 23, 6). Es el Señor de la justicia. Sus obras son justicia, todo lo gobierna con justicia. Los planes de Dios sobre los hombres se concretan en establecer la justicia y el derecho como norma de convivencia. Cumplir la justicia es practicar la verdad, la bondad, la misericordia, la magnanimidad y el amor, estar en Dios.

En última instancia la justicia es la salvación, la liberación, del que está en peligro. Hacer justicia a uno es salvarle, declararle justo. La justicia es siempre un bien salví­fico. He aquí­ la primera y más fundamental obligación del hombre: “Buscar primero el reino de Dios y su justicia” (Mt 6, 33).

. Padre de las
Dios es “el padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo” (2 Cor 1, 3). Demuestra su misericordia a mil generaciones, a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los espacios. Su justicia es eterna, durará para siempre, “de generación en generación” (Lc 1, 50).

Una misericordia que está de antemano aseguradas como lo reveló Jesús en la parábola del hijo pródigo, una de las paginas más bellas de la literatura universal.

Dios no limita nunca su perdón. Lo perdona todo y a todos. El heraldo de la Buena Noticia predica “un bautismo para la conversión y el perdón de los pecados. Jesucristo vino a liberarnos del pecado” (Mt 1, 4), perdona (Mt 9, 5) y manda perdonar (Jn 20, 23) hasta setenta veces siete, es decir, siempre. Fue enviado por el Padre para salvarnos y para perdonarnos.

. providente
La Biblia dice que Dios terminó la maravilla de la creación en seis dí­as. Pero a partir del séptimo dí­a comenzó una obra más maravillosa todaví­a, la de llevar a la creación a su descanso, al equilibrio perfecto en el concierto de todas las criaturas.

Dios cuida especialmente del hombre, al que ha hecho rey de la creación y le ha dotado de todos los poderes para que lo sea, para que la domine y para que la cuide, no para que la destruya.

El hombre debe tener fe en Dios fiarse de él y no afanarse y angustiarse por el mañana, pues ahí­ están las aves del cielo que no siembran ni cosechan, y, sin embargo, Dios las alimenta. Y ahí­ están los lirios de los campos que Dios reviste de tanta hermosura. Pues si Dios hace eso con las aves y con los lirios, ¿qué no hará por el hombre? ¿A qué viene tanta preocupación por la comida, la bebida y el vestido? De todas esas cosas se preocupan y se afanan los que no tienen fe: “Vuestro Padre celestial sabe que lo necesitáis” (Mt 6, 32), “antes de pedí­rselo” (6, 8) ¿A qué vienen tantas inquietudes y tantos agobios por la vida; cuando todo depende radicalmente de Dios? Todo está en sus manos: “Ni un pajarillo cae en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre” (Mt 10, 29). El hombre debe fiarse plenamente de Dios. Ponerlo todo en sus manos, su vida y su destino.

. único Padre
“A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo”” (Mt 23, 9). Jesucristo quiere que la palabra se la reservemos para Dios. Es tan sagrada que no puede emplearse en el lenguaje ordinario, sin ton ni son y a la ligera. A nadie más se puede llamar padre y nadie puede dejarse llamar padre, pues eso supone apropiarse el nombre propio de Dios. Como él es padre, reclama para sí­ el tí­tulo de .

Esto decí­a Santa Teresa: “Buen padre tenéis que os dio el buen Jesús, no se conozca aquí­ otro padre” (C 45, 2).

Los dirigentes de la Iglesia, de las comunidades cristianas, son eso, dirigentes. Si las gentes les llaman padres (más bí­blico serí­a llamarles pastores o ministros-servidores), no es porque lo sean, sino para recordarles que deben comportarse como padres, como fieles y solí­citos servidores de todos. En la iglesia nadie debe pretender los tí­tulos de “padre, señor, jefe o maestro”, pues eso, de ordinario, es pura vanidad. “El que de vosotros quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos” (Mt 20, 27). “Y el más grande de vosotros que sea vuestro servidor” (23, 11).

En todo caso, cuando Jesús dice a sus discí­pulos que no llamen padre a nadie, insiste en la humildad que deben tener, frente a la soberbia de los fariseos, engreí­dos de su autoridad doctrinal, por lo que se hací­an llamar “Rabí­” o “Padre”. Si ellos se hacen llamar “Padre”, se están equiparando a los fariseos. -> revelación padre; padrenuestro; oración; hijo de Dios; padre; providencia; hijo pródigo.

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> Padre, Dios, Jesús, Hijo de Dios). Abba es una palabra aramea que significa “papá”. Con ella se dirigen los niños a sus padres, pero también las personas mayores, cuando quieren tratarles de un modo cariñoso. Jesús la ha utilizado en su oración, al referirse al Padre Dios (cf. Mc 14,26 par), y la tradición posterior ha seguido utilizando esa palabra aramea como nota distintiva de su plegaria (cf. Rom 8,14; Gal 4,6). De todas formas, en la mayorí­a de los casos, los evangelios han traducido esa palabra y así­ la utilizan en griego: Patér. Entre los lugares en que Jesús llama a Dios “Padre” pueden citarse los siguientes: Mc 11,25; 13,32; Mt 6,9.32; 7,11.21; 10,20; 11,25; 12,50; 18,10; Lc 6,39; 23,46; etc. Una parte significativa de los dichos en los que Jesús se dirige a Dios como Padre, especialmente en el evangelio de Mateo, son creaciones de la Iglesia primitiva. Pero en el fondo de esa expresión late una profunda experiencia de Jesús, que podemos destacar como sigue.

(1) Sentido básico. La singularidad de esta palabra consiste, precisamente, en su falta de formalismo y distancia objetiva. Esta palabra expresa la absoluta inmediatez, la total cercaní­a del hombre antiguo respecto a su ser más querido, al que concibe como fuente de su vida. No es una palabra misteriosa, cuyo sentido deba precisarse con cuidado (como sucede quizá con el Yahvé de la tradición israelita). No es palabra sabia, de eruditas discusiones, que sólo se comprende tras un largo proceso de aprendizaje escolar. Es la más sencilla, aquella que el niño aprende y comprende al principio de su vida, al referirse cariñosamente al padre (madre) de este mundo. No es palabra que sólo puede referirse al padre en cuanto separado de la madre (o superior a la misma madre), sino que alude sobre todo al padre materno: a un padre con amor de madre, como alguien cercano para el niño. Precisamente en su absoluta cercaní­a se encuentra su distinción, su diferencia. Los hombres y mujeres del entorno buscaban las palabras más sabias para referirse a Dios. Podí­an llamarle Nuestro Padre, Nuestro Rey, le invocaban como Señor*, dándole el tí­tulo de Dios y Soberano… Es como si la palabra Abba, papá, propia del niño que llama en confianza a su padre querido, les pareciera irreverente, demasiado osada. Pues bien, Jesús ha osado: él se ha atrevido a dirigirse a Dios con la primera y más cercana de todas las palabras, con aquella que los niños confiados y gozosos utilizan para referirse al padre (madre) bueno de este mundo.

(2) Experiencia de Jesús. Conocer a Dios resulta, para Jesús, lo más fácil y cercano. No necesita argumentos para comprender su esencia. No tiene que emplear demostraciones: Dios Padre resulta, a su juicio, lo más inmediato, lo más conocido, lo primero que aprenden y saben los niños. Para hablar así­ de Dios hay que cambiar mucho (¡si no os volvéis como niños!: cf. Mt 18,3), pero, al mismo tiempo, hay que olvidar o desaprender muchas cosas que se han ido acumulando en la historia religiosa de los pueblos. Jesús nos pide volver a la infancia, en gesto de neotenia crea dora, es decir, de recuperación madura de la niñez, en apertura a Dios. Para muchos de sus contemporáneos, la religión era ascender mí­sticamente hacia la altura suprahumana, o cumplir unas normas sacrales y/o sociales. Por el contrario, como niño que empieza a nacer, como hombre que ha vuelto al principio de la creación (cf. Mc 10,6), Jesús se atreve a situar su vida y la vida de aquellos que le escuchan en el mismo principio de Dios, a quien descubre y llama ¡Padre! La religión es para él una especie de parábola de hijo y padre (cf. Mt 11,25-27); no trata de algo que está fuera, sino que expresa el sentido de su misma vida como presencia de Dios. La religión no es algo que se sabe y resuelve de antemano, sino misterio en que se vive, camino que se recorre, gracia que se va acogiendo y cultivando dí­a a dí­a. Por eso, la experiencia de Dios como Padre se encuentra entrelazada con el mismo camino concreto, diario, de su vida. Jesús se ha confiado en Dios Padre y de esa forma ha vivido. Ha dialogado con la tradición de su pueblo y de su entorno religioso, pero, de un modo especial, él ha descubierto personalmente el sentido y don del Padre-Dios, en la tarea y gracia de su vida. Para ello ha necesitado la más honda inteligencia, la más clara y decidida voluntad… Pero esta inteligencia y voluntad son para él, al mismo tiempo, un amor de niño: algo que se sabe y siente desde el fondo de la propia vida.

(3) Camino de Padre. Descenso y ascenso. Partiendo de esa base, Jesús ha podido trazar eso que pudiéramos llamar el camino del padre, que ahora presentamos de manera descendente y ascendente. Este es un camino que viene de Dios, desciende del gran Padre, fundando en su don nuestra vida. Pero es, al mismo tiempo, un camino que sube hacia Dios, que nos permite buscarle y hallarle, a partir de la vida y personas del mundo, (a) Dirección descendente. El Dios de Jesús es Abba, Padre, porque alimenta, sostiene y ofrece un futuro de vida a los niños y, con ellos, a todos los hombres. Este es un Padre materno, que alienta la vida de los hombres que corrí­an el riesgo de hallarse perdidos en el mundo. Filón*, el más sabio judí­o, contemporáneo de Jesús, interpretaba a Dios como Padre cósmico, creador y ordenador de cielo y tierra, dentro de un esquema ontológico que distinguí­a ní­tidamente las funciones del padre y de la madre. En contra de eso, Jesús le presenta como padre-materno, amigo de los pobres y excluidos de la sociedad, de los niños y necesitados, (b) Dirección ascendente. El modelo para hablar de ese Dios Padre no son los grandes padres varones de este mundo, sacerdotes y rabinos, presbí­teros y sanedritas, en general muy patriarcalistas, sino aquellos varones y mujeres que, como Jesús, han abierto un espacio de vida para los demás y especialmente los niños. Interpretado así­, el mensaje de Jesús sobre el Padre resulta revolucionario. No es mensaje de intimidad, que avala el orden establecido. No es anuncio de verdad interior, certeza contemplativa que los hombres y mujeres de este mundo pueden descubrir y cultivar de forma aislada. Siendo Padre de todos los humanos, Dios viene a mostrarse como iniciador de reino.

(4) El Padre Dios es gracia creadora. El es ante todo “El que Hace Ser”, es el que actúa siempre de manera creadora, gratuita, gozosa, abierta a la comunión de todos los hombres. No controla, no vigila, no calcula: simplemente ama, haciéndonos libres. Es Creador de libertad, por eso le llamamos Padre. Esto lo sabí­an los antiguos israelitas, pero algunos habí­an mezclado y confundido esta experiencia, concibiendo muchas veces a este Padre Dios como alejado, justiciero, impositivo o vengador de injurias. Jesús le ha descubierto de nuevo y presentado, de manera muy sencilla y profunda, como amor creador: como Madre que da su propia vida, haciendo que surjan sus hijos, como Padre que luego les alienta y sostiene (les acoge y perdona) porque les ama. De forma consecuente, Jesús llama a Dios “Padre”. Podrí­a haberle llamado Padre/Madre, pues le concibe como Voluntad de Amor. Es amor universal y creativo, que no mueve simplemente las estrellas (como Aristóteles decí­a), sino que atrae y potencia, mantiene y eleva a los pobres y pequeños de la tierra, fundando en ellos la existencia y plenitud de todo lo que existe; por eso le llama Padre. El Dios pagano, y a veces el mismo Señor del judaismo, corrí­a el riesgo de identificarse con el orden cósmico, apareciendo de forma impersonal o fatalista. Por el contrario, Jesús presenta al Padre Dios como realidad í­ntima y cercana: es Señor que funda nuestra vida, Amigo que llega hasta nosotros porque quiere iluminar nuestra existencia; viene porque lo deseo, se acerca gozosamente y en gozo nos asiste, para que podamos nacer, crecer y morir en su compañí­a. Actúa de esa forma porque quiere, porque nos quiere. Por todo eso, le llamamos Fuente de amor.

(5) El Padre acompaña impulsándoles a vivir en amor de Alianza. No se limita a hacernos, sino que “hace que hagamos”: que podamos asumir la propia tarea de la vida y así­ nos realicemos, de manera personal. Eso significa que es fuente de Ley, como sabe todo el judaismo: pero de Ley que se hace gracia y se hace vida en nuestra misma vida, dentro de nosotros, como Libertad de amor, para que nosotros nos hagamos, existiendo así­ en su mismo seno materno. Por eso, la Buena Noticia del Padre se expande y expresa como Buena Noticia de fraternidad creadora para los hombres. No estamos condenados a existir y morir bajo una norma externa, para fracasar al fin, envueltos en pecados. No somos impotentes, simples niños en manos de un padre envidioso, siempre impositivo (que nos impide crecer), sino amigos y colaboradores de ese Padre, en alianza de amor, en compromiso de vida compartida. Dios se define, por tanto, como principio de realización e impulso vital para aquellos que le acogen. No es señor que está cerrado en sí­, cuidando su grandeza. No es un tirano que actúa y sanciona a capricho a quienes le están sometidos, ni un tipo de ley que se impone de modo inflexible en la vida del pueblo. En la raí­z de su mensaje, Jesús ha presentado al Padre/Madre, Dios de amor, como fuente y creador de vida para todos los humanos, a partir de los pobres y perdidos de la tierra. Por eso, la palabra “hay Dios, existe y viene el Padre” (¡viene Dios!) debe traducirse de esta forma: ¡podéis vivir y realizaros como humanos-hijos, en libertad filial y esperanza!

(6) El Padre es principio de futuro (promesa). No estamos condenados a mirar hacia el pasado, a retomar hacia el origen, para allí­ perdemos de nuevo en la inconsciencia, como si no hubiéramos sido. Al contrario, lo que Dios hace en nosotros y lo que nosotros hacemos con él permanece y culmina en la vida, de forma que Dios vendrá a mostrarse en verdad como Padre al engendrarnos al fin, para la vida eterna. Por eso decimos que es promesa de futuro. De esa forma, el Padre del principio viene a presentarse como Padre final, fuente y fuerza de futuro. Jesús le ha presentado como Aquel que viene hacia nosotros, ofreciendo su Reino a los humanos, haciendo que ellos puedan venir y realizarse plenamente. Eso significa que nuestra vida no está hecha, no se encuentra todaví­a terminada. El valor primordial de nuestra existencia, aquella plenitud que buscamos, nos viene del futuro: de la acción plena del Padre y sólo puede desvelarse en la medida en que sigamos abiertos a su gracia. Eso significa que Dios no ha llegado a engendrarnos plenamente todaví­a. Lo hará cuando se exprese plenamente como Padre/Madre, realizando en nosotros aquello que ha empezado a realizar en Cristo, su Hijo.

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Expresión aramea con la que el niño identifica a su papá. Teológicamente, es de suma importancia porque se remonta a Jesús de Nazaret, que, con esta expresión, se dirigí­a a Dios y enseñaba a hacer lo mismo a sus discí­pulos.

En la historia de las religiones se encuentra fácilmente el apelativo “padre” para dirigirse a la divinidad: existe particularmente esta tradición en Egipto: el faraón, en el momento de su entronización, se convierte en hijo del dios Sol y es igualmente dios. También el Antiguo Testamento, que estuvo históricamente muy ligado con Egipto, adoptó esta misma perspectiva. En los relatos del Exodo se crea varias veces un paralelismo entre la filiación de 1srael y la de los egipcios para contraponer sus diferencias étnico-religiosas (Ex 4,22). Por temor a que se le interpretara indebidamente en sentido mí­tico, Israel usará con prudencia este tí­tulo aplicado a Yahveh. En diversas épocas históricas hubo varios personajes calificados con el tí­tulo de “hijo” de Dios: en primer lugar, el pueblo: luego, los ángeles que constituyen su corte: finalmente, algunos hombres concretos que mantuvieron pura y sólida su fe.

De todas formas, fue sobre todo el rey-mesí­as el que mantuvo el privilegio de una relación particular con Dios (2 Sm 7,14). Por primera y única vez en toda la historia de Israel se le aplicó la expresión: “Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7). Es evidente que, debido a su fuerte caracterización monoteí­sta, Israel se interesaba sólo y exclusivamente por una filiación del rey en sentido adoptivo. De todas formas, nunca se atreve el israelita en el Antiguo Testamento a pronunciar una oración dirigiéndose a Yahveh con el vocativo “abba”. A la prudencia del Antiguo Testamento se opone el uso abundante de esta palabra en el Nuevo Testamento.

La expresión aparece más de 250 veces, hasta el punto de que se identifica con la fórmula tí­pica con que los cristianos se dirigen a Dios. El fundamento de esta costumbre es la actuación misma de Jesús. Desde las capas más primitivas y arcaicas de la tradición. Es posible ver en el †œabba† el lenguaje peculiar con que él se dirigí­a a Yahveh, demostrando así­ que tení­a con Dios una relación de filiación natural (Mc 13,32). En varios textos se advierte el uso peculiar que hací­a Jesús de esta palabra: no sólo en la invocación †œabba† que Marcos se siente en la obligación de trasladar literalmente del arameo, añadiendo inmediatamente después su traducción griega (Mc 14,36), sino también en la Calificación de “padre mí­o” (Mt 2,27). Esta relación filial es única, hasta el punto de que se utiliza también la fórmula diferente “padre vuestro” dirigida a los discí­pulos (Lc 11,13). El uso de “padre nuestro”, por su parte, es sólo para los discí­pulos, ya que se trata de una oración que les enseña Jesús (Mt 6,9). Así­ pues, “abba” encierra las notas de intimidad, de confianza y de amor, pero expresa también claramente el motivo de la condenación de Jesús: ” No es por ninguna obra buena por lo que queremos apedrearte. sino por haber blasfemado: pues tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn 10,34): esta pretensión era tan absurda para sus contemporáneos que jamás habrí­an podido concebir la relación con Dios en estos términos.

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Los evangelios nos presentan la figura de Jesús bajó la denominación clara de Hijo de Dios. Establecen una cristologí­a explí­cita de un modo programático. Así­ el evangelio de Marcos, ya desde el primer versí­culo, esboza cuanto será desarrollado a lo largo de su obra: “Jesús, Cristo, Hijo de Dios” (1,1). Juan formula la misma tesis, en la conclusión, como la finalidad que ha buscado al escribir su evangelio: “que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios” (20,3,1). Los evangelistas, para llegar a esta fórmulación abierta, parten de una cristologí­a implí­cita encerrada en la conducta de Jesús, en sus palabras y predicación, en la realización de su obra. Un punto básico para llegar a esta fe en Jesús como Hijo de Dios es el uso que Jesús mismo hizo del término Abba, Padre, con el que expresa su relación con Dios. Para captar la dimensión que adquiere este término en labios de Jesús es necesario contrastarlo con los precedentes del mundo judaico en el que estaba insertada su vida.

1. Patrimonio común en la historia de las religiones es designar la divinidad como Padre. También en el Antiguo Testamento, entre otras muchas denominaciones, se presenta a Dios con el término áb, Padre. Pero la religiosidad judaica reviste caracterí­sticas especiales. Dios es padre, no por ser progenitor, sino en cuanto creador (Dt 32,6; Mal 2,10). La experiencia de Dios padre y de sentirse primogénito suyo la tuvo el pueblo de Israel a través de una historia de salvación que comenzó significativamente en la salida y liberación de Egipto (Ex 4,22; Is 63,16; Jer 31,9). A partir de entonces nace el pueblo creado por Dios. A lo largo de la historia Dios demostró al pueblo un amor de padre (Os 11,1-4.8). La paternidad de Dios queda circunscrita de este modo excepcional a Israel. Sin embargo, se muestra una gran reserva en el uso del nombre “padre” aplicado a Dios, tal vez por el peligro de mala inteligencia con sabor mitológico. Sólo unas 15 veces se denomina así­ a Dios en el AT (Dt 32,6; 2Sam 7,14; 1 Crón 17,13; 22,10; 28,6; Sal 68,6; $9,27; Is 63,16 [bis]; 64,7; Jer 3,4.19; 31,9; Mal 1,6; 2,10). Dentro del pueblo es el rey el que conserva una relación especial de filiación con Dios, y Dios mantiene con él una actitud particular de padre (2Sam 7,14). Como expresión_de una adopción de predilección se dice del rey que Dios lo engendra en el dí­a de su entronización proclamándolo: “Tú ere mi hijo” (Sal 2,7); de este modo el rey del salmo llega a revestir un carácter mesiánico, preanunciando así­ una figura escatológica. Tan sólo en escasos textos, y ya en la literatura más reciente del AT, se aborda el tema de Dios padre en relación personal con el individuo (Si 23,1.4; Sab 14,3). En estos textos del judaí­smo helení­stico, brotados en ambiente griego, no sólo se da la denominación de Dios como padre, sino también la invocación de Dios como “Señor, padre y dueño de mi vida” (Si 23,1), “Señor, padre y Dios de mi vida” (Si 23,4); aunque siempre queda la duda de si en el punto de partida el sentido serí­a más bien, no la invocación personal de Dios como padre, sino Dios, “Señor de mi padre”, en armoní­a con el canto de los hijos de Israel (Ex 15,2) y la expresión del mismo Sirácida (51,10). Es el libro de la Sabidurí­a el que ofrece la primera y única invocación en el AT de Dios como padre (pater), cuando, al hablar de cuanto la sabidurí­a construye, se dirige a Dios y le dice: “Tu providencia, Padre, es quien lo guí­a” (Sab 14,3). Es como una excelente preparación al camino nuevo que abrirá Jesús.

2. Al pasar del Antiguo al Nuevo Testamento nos encontramos con un panorama diverso, aunque siguiendo una lí­nea ya iniciada. Primero, en el uso del término “padre”; aplicado a Dios, aparece unas 250 veces. También el cambio es radical en la proyección de la paternidad de Dios, ya que no está circunscrita sólo a Israel, sino a todos los hombres. Sobre todo, la novedad fundamental radica en el sentido excepcional y único que se da al establecer la relación existente entre Jesús como Hijo y Dios como Padre; esta novedad de sentido tiene su ampliación a los hombres al insistir en que éstos, al igual que Jesús, no sólo llamen a Dios padre, sino que lo invoquen también con el mismo nombre.

a) La frecuencia en el uso del término “padre” en el NT puede tener su fundamento en el empleo que Jesús mismo hizo de él para referirse a Dios. En realidad, los evangelios colocan con frecuencia asombrosa en labios de Jesús la expresión “padre” en alusión a Dios (no menos de 170 veces); Marcos lo aduce cuatro veces; Lucas, unas 15; Mateo, 42; Juan, 109. Se puede observar un uso creciente según avanza la tradición, como lo patentiza el salto abismal entre el empleo de Marcos y el de Juan. Esto deja, entrever que muchos de los textos en que Jesús llama a Dios padre son fruto redaccional del evangelista.

b) La denominación de Dios como padre se remonta, sin embargo, a Jesús mismo; ya que se encuentra en los estratos más primitivos de la tradición, como serí­an Marcos y la fuente común a Mateo y Lucas. Esto no sólo para la denominación de Dios com “padre” de modo absoluto (Mc 13,32; Lc 11,13) o con la adición del posesivo “vuestro” (Mc 11,25; Mt 5,48 [par. Lc 6,361; 6,32 [par. Lc 12,30]), sino también, y sobre todo, con el posesivo “mí­o”; así­, en los textos comunes de Mateo (11,27) y Lucas (10,22) e incluso, tal vez, en el evangelio de Marcos (8,38). Está expresión de Jesús para denominaa a Dios “Padre mí­o” apenas si tiene paralelos en los precedentes del AT y la literatura rabí­nica; ello nos da más garantí­as de su procedencia de Jesús mismo por lo que tiene de originalidad e innovación.

c) La invocación de Dios como padre por parte de Jesús está aún más garantizada. Todos los estratos de tradición en los evangelios están conformes en presentar la invocación personal que Jesús hace como padre; semejante invocación la transmiten Marcos (14,36 [par. Mt 26,39; Lc 22,42]), Mateo en un texto exclusivo suyo (26,42), Lucas en dos ocasiones (23,34.46) y Juan nueve veces (11,41; 12,27.28; 17,1.5.11.21.24.25). La suma de estos textos nos da como conclusión que toda oración de Jesús está iniciada con la invocación de Dios como padre, a excepción de la oración en la cruz (Mc 15,34 [par. Mt 27,46]), en que se citan las palabras del salmo: “Dios mí­o, Dios mí­o, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 22,2). Pero además podemos saber la forma concreta como Jesús invocaba a Dios; nos la transmite sólo Marcos al conservar en la oración de Getsemaní­ la palabra aramaica en su transliteración griega abba, seguida del correspondiente término griego ho patér (Mc 14,36). La yuxtaposición de la invocación en aramaico y en griego puede dejar entrever que en las otras oraciones de Jesús la forma de invocación está sustituyendo a la palabra habitual para dirigirse a Dios: abba. El arraigo de esta invocación de Jesús nos consta por san Pablo al hablar de la exclamación de los fieles de su propia comunidad que, impulsados por el Espí­ritu, invocaban también a Dios como abba (Gál 4,6); e igualmente en otra comunidad no fundada por él (Rom 8,15).

d) La garantí­a mayor de la invocación que Jesús hace de Dios como padre nos la ofrece el término mismo abba; podemos saber que realmente fue usado por él. La palabra abba; originalmente refleja el lenguaje infantil para dirigirse el niño a su padre, aunque posteriormente fuese también utilizado por personas adultas para hablar a personas ancianas. Si en algún momento, en el ámbito del judaí­smo helení­stico, se invocó a Dios con el término pater (cf Sab 14,3), el término abba en cualquier ambiente judí­o era absolutamente impensable, por irrespetuoso, como medio de comunicación con Dios. Este sentido de discontinuidad con el uso de la época del evangelio nos ofrece un criterio seguro de historicidad del empleo que hizo de él Jesús.

e) La relación de intimidad filial que se establece entre Jesús y el Padre la podemos vislumbrar a través del término abba. El contenido de esta relación ha quedado plasmado en el himno de júbilo que pronuncia Jesús invocando a Dios “padre”, evocación del aramaico abba; con una doble invocación de Jesús al Padre, le da gracias por su acción reveladora a los sencillos (Mt 11,25-26 [par. Lc 10,21]). A continuación se establece la relación que une a Jesús, Hijo, con Dios, su Padre. Afirma Jesús: “Todo me ha sido dado por mi Padre” (Mt 11,27a; Lc 10,22a). Teniendo en cuenta la acción de gracias precedente de Jesús; en esto que el Padre ha dado al Hijo entra la revelación plena y total; mientras que para los escribas y fariseos su fuente de información eran las tradiciones de los mayores (cf Mc 7,39), para Jesús, en cambio, la fuente de su conocimiento es lo que ha recibido de Dios, su Padre. El conocimiento entre Jesús y el Padre es recí­proco, ya que “ninguno conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo” (Mt 11,27b.c. [par. Lc 10,22b.c.]). En este conocimiento mutuo, sin excluir el aspecto noético, se incluye cuanto implica el conocer bí­blico; queda afectada también la voluntad en una comunión de vida. Se supone el amor de predilección que el Padre tiene por el Hijo, el Hijo amado (Mt 3,17; Mc 1,11), y el amor del Hijo, que le lleva a la actitud de sumisión y obediencia al Padre (Lc 2,49; Mt 26,39; Mc 14,6). Por ser Jesús el que conoce al Padre es el que le puede revelar; el Padre se revela a los sencillos por complacencia (Mt 11,25-26 par.); el Hijo revela al Padre a quien quiere (Mt 11,27d par.). Esta cristologí­a, iniciada ya por los sinópticos, adquirirá su total y pleno desarrollo en la cristologí­a del cuarto evangelio: “Dios unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer” (Jn 1,18). Tanto Juan como los sinópticos, partiendo de la denominación e invocación que Jesús hace de Dios como Padre y de la sumisión y obediencia que manifiesta, llegarán a la formulación clara y explí­cita de Jesús como Hijo de Dios (Mc 1,1; Jn 20,31).

f) Nuestra denominación e invocación de Dios como padre proviene de la exhortación de Jesús (Mt 6,9; Lc 11,2); por acción del Espí­ritu nos dirigimos a él también como abba (Rom 8,15; Gál 4,6). Pero siempre quedará la diferencia abismal que Jesús mismo establece al no introducirse él en nuestra invocación “Padre nuestro”, o al separar “su Padre” y “nuestro Padre”: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20,17). Sin embargo, tanto Jesús como nosotros quedamos envueltos en el mismo amor del Padre, según la petición que Jesús le hace por sus discí­pulos: “Para que el amor con que tú me has amado esté en ellos” (Jn 17,26).

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental

La palabra aramea ´ab·bá´ es la forma enfática o definida de ´av, y literalmente significa †œoh, padre† o †œel padre†. Era el nombre cariñoso que usaban los niños al referirse a sus padres, y combina algo de la intimidad de la palabra española †œpapᆝ con la dignidad de la palabra †œpadre†, de modo que es una expresión informal y a la vez respetuosa. Por lo tanto, más bien que un tí­tulo, era una forma cariñosa de expresarse y una de las primeras palabras que un hijo aprendí­a a decir.

Esta palabra aramea aparece tres veces en las Escrituras, y siempre en su forma transliterada al griego, como también la transliteran la mayorí­a de las traducciones españolas. En todos los casos viene seguida inmediatamente de su traducción al griego ho pa·ter, cuyo significado literal es †œel padre† o, usado como vocativo, †œoh, padre†. Siempre se emplea con referencia al Padre celestial, Jehová.

Marcos registra que Jesús utilizó esta expresión al orar a Jehová Dios en el jardí­n de Getsemaní­ poco antes de su muerte, cuando dijo: †œAbba, Padre, todas las cosas te son posibles; remueve de mí­ esta copa. No obstante, no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres†. (Mr 14:36.) He aquí­ un ferviente ruego dirigido por un hijo a un padre amado, seguido inmediatamente de una afirmación de obediencia incondicional.

Las otras dos veces que aparece esta expresión es en las cartas de Pablo, en Romanos 8:15 y Gálatas 4:6. En ambos lugares se usa con relación a los cristianos a quienes se llama para que sean hijos de Dios engendrados por espí­ritu, y denota la intimidad de su relación con el Padre. Aunque son †œesclavos de Dios† y †œcomprados por precio†, también son hijos en la casa de un Padre amoroso, condición de la que se les hace plenamente conscientes por medio del espí­ritu santo a través de su Señor Jesús. (Ro 6:22; 1Co 7:23; Ro 8:15; Gál 4:6.)

Más que una simple traducción al griego del vocablo arameo, hay quien ve en la yuxtaposición de las palabras Ab·bá y †œPadre† la confianza, intimidad y sumisión propias de un niño, junto con un aprecio maduro de la relación filial y sus responsabilidades. De estos textos parece desprenderse que en los tiempos apostólicos los cristianos usaban el término ´Ab·bá´ en sus oraciones a Dios.

En los primeros siglos de la era común, la palabra Ab·bá llegó a usarse como un tí­tulo honorí­fico aplicado a los rabinos judí­os, y en ese sentido se usa en el Talmud Babilonio (Berajot, cap. II, 16b). El que actuaba en calidad de vicepresidente del Sanedrí­n judí­o ya ostentaba el tí­tulo ´Av, o Padre del Sanedrí­n. Posteriormente también se asignó este tí­tulo a los obispos de las iglesias copta, etí­ope y siria, y, de manera más particular, llegó a ser el tí­tulo del obispo de Alejandrí­a, tí­tulo que lo convirtió en el †œpapa† de esa parte de la Iglesia oriental. Las palabras españolas †œabad† y †œabadí­a† se derivan de la expresión aramea ab·bá. Jerónimo, el traductor de la Vulgata latina, objetó al uso que en su dí­a se hací­a del tí­tulo †œabad† para referirse a los monjes católicos, alegando que violaba las instrucciones de Jesús registradas en Mateo 23:9: †œAdemás, no llamen padre de ustedes a nadie sobre la tierra, porque uno solo es su Padre, el Celestial†.

Fuente: Diccionario de la Biblia

Abba es una palabra aramea, que se halla en Mc 14.36; Rom 8:15 y Gl 4.6. En la Gemara (comentario rabí­nico sobre la Misná, la enseñanza tradicional de los judí­os) se afirma que los esclavos tení­an prohibido dirigirse al padre de familia con este tí­tulo. Se aproxima a un nombre personal, en contraste a “padre”, vocablo con el que siempre se halla unido en el NT. Esto es probablemente debido al hecho de que al haber llegado “abba” a convertirse en la práctica en un nombre propio, personal, los judí­os de habla helénica añadieron la palabra griega pater, padre, del lenguaje que usaban comúnmente. Abba es la palabra formada por los labios de los niños de pecho, e implica una confianza total; “padre” expresa un entendimiento inteligente de la relación. Las dos palabras juntas expresan el amor y la confianza inteligente del hijo.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

La palabra aparece tres veces en el NT. Marcos la usa en su relato de la oración de Jesús en Getsemaní (Mr. 14:36). Pablo la emplea dos veces para referirse al clamor del Espíritu en el corazón del cristiano (Ro. 8:15; Gá. 4:6). En cada caso la palabra se hace acompañar de su equivalente griego, ho patēr.

Abba viene del arameo abba. Dalman (Words of Jesus, T & T Clark, Edimburgo, 1909, p. 192) piensa que significa «mi padre». La palabra no aparece en la LXX. Quizá Jesús sólo dijo «Abba» (HDCG, I, p.2), pero Sanday y Headlam creen que se usaron ambos términos, el arameo y el griego (ICC, Romans, p. 203). El uso que Pablo le da a la palabra sugiere que ella podría haber llegado a ser una fórmula casi litúrgica.

Véase también, Padre, Paternidad de Dios.

Ralph Earle

LXX Septuagint

HDCG Hastings’ Dictionary of Christ and the Gospels

ICC International Critical Commentary

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (1). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Palabra aramea, en el estado enfático, que significa ‘padre’. Este término pasó al hebreo, y aparece frecuentemente en TB, donde lo usa el niño para dirigirse a su padre, además de ser la forma que se usaba cuando alguien se dirigía a los rabinos. Comunicaba un sentido de afectuosa intimidad y también de respeto filial; pero en los círculos judíos nunca se ha usado como forma para dirigirse al Todopoderoso.

En el NT esta palabra aparece tres veces, con transliteración al gr.; en todos los casos es término vocativo, dirigido a Dios, y lleva agregado el equivalente gr. (Mr. 14.36; Ro. 8.15; Gá. 4.6). Parecería que la frase doble era común en la iglesia de habla griega, en la que su uso bien puede haber tenido sentido litúrgico. (El Padrenuestro en su forma aramea probablemente comenzaba con ˒abba.)

Parecería que fue Jesús quien aplicó el término a Dios, y quien dio a sus discípulos la autorización para usarlo. Pablo ve en su uso un símbolo de la adopción del creyente como hijo de Dios y de su posesión del Espíritu.

Bibliografía.°J. Jeremias, Abba, el mensaje central del Nuevo Testamento, 1981; O. Hofius, “Padre”, °DTNT; A. Stöger, “Padre”, °DTB.

J. Jeremias, The Central Message of the NT, 1965, pp. 9–30; id., Abba, 1996, pp. 1–67; TDNT 1, pp. 5ss; 5, pp. 1006; NIDNTT 1, pp. 614ss.

D.F.P.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Abbá es la palabra aramea para “padre”. La palabra aparece tres veces en el Nuevo Testamento (Mc. 14,36; Rm. 8,15; Gál. 4,6). En cada caso tiene su traducción en griego adjuntada; lee abba ho pater en el texto griego; abba pater en la Vulgata Latina, y “Abbá, Padre”, en la versión en español. San Pablo hizo uso de esta doble expresión imitando a los primeros cristianos, quienes, a su vez, la usaron en imitación a la oración de Cristo.

Las opiniones difieren en cuanto a la razón de la doble expresión en la plegaria del Señor:

  • Jesucristo mismo la usó;
  • San Pedro añadió la traducción griega en su predicación, reteniendo la alocución directa arcaica;
  • el Evangelista añadió la traducción griega;
  • San Marcos la incorporó a la existente costumbre cristiana de orar a la manera de hysteron proteron.

Fuente: Maas, Anthony. “Abba.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/01006d.htm

Traducido por Armando Llaza Corrales. rc

Fuente: Enciclopedia Católica