ABRAHAM

(Abram) Nace, Gen 11:26;
se casa con Sarai, Gen 11:29;
emigra de Ur a Harán, Gen 11:31;
es llamado por Dios, Gen 12:1-5;
viaja a Egipto, Gen 12:10-20;
se separa de Lot, Gen 13:7-11;
rescata a Lot, Gen 14:13-16;
pacto de Dios con él, Gen 15:18; Gen 17:1-22;
recibe a los ángeles, Gen 18:1-21;
intercede por Sodoma, Gen 18:22-33;
despide a Agar e Ismael, Gen 21:9-21;
ofrece a Isaac, Gen 22:1-14;
entierra a Sara en la cueva de Macpela, Gen 23:1;
se casa con Cetura, Gen 25:1;
muere y es sepultado, Gen 25:8-9.
Mat 3:9; Luk 3:8 Dios puede levantar hijos a A
Mat 8:11 se sentarán con A e Isaac y Jacob en
Mar 12:26 soy el Dios de A, el Dios de Isaac
Luk 13:28 cuando veáis a A .. en el reino de Dios
Luk 16:22 llevado por los ángeles al seno de A
Joh 8:39 fueseis hijos de A, las obras de A haríais
Joh 8:58 os digo: Antes que A fuese, yo soy
Act 7:2 Dios .. apareció a nuestro padre A
Rom 4:3; Gal 3:6; Jam 2:23 creyó A a Dios
Rom 4:16 sino .. para la que es de la fe de A
Rom 9:7 ni por ser descendientes de A son .. hijos
Gal 3:7 los que son de fe, éstos son hijos de A
Heb 11:8 por la fe A .. obedeció para salir al
Jam 2:21 ¿no fue justificado por las obras A


(heb., †™avraham, padre de una multitud; nombre anterior, Abram, heb. †™avram, padre exaltado). Hijo de Taré, fundador de la nación hebrea y padre del pueblo de Dios, descendiente de Noé por parte de Sem (Gen 11:10 ss.) fue llamado de un trasfondo idólatra (Jos 24:2).

Después de la muerte de su hermano Harán (Gen 11:28), Abram se mudó en obediencia a una visión divina (Act 7:2-4) de Ur de los caldeos en Mesopotamia a la cuidad de Harán en el extremo norte de Palestina. Le acompañó su padre, Taré, su esposa y media hermana, Sarai, y su sobrino Lot (Gen 11:31-32).

Génesis describe el desarrollo de la fe de Abraham, una fe imperfecta (Génesis 12—13), una fe creciente (14—17) y una fe madura (Gen 18:1—Gen 25:10). A la edad de 75 años (Gen 12:4) Abraham recibió el mandato de dejarlo todo e ir a lo desconocido (Gen 12:1-3). En fe obedeció, pero sin acatar el mandato de dejar la casa de su padre, se llevó a su sobrino Lot con él, estableciendo el fundamento para muchos problemas futuros (capí­tulos 13, 19).

Cuando Abram llegó a Canaán (Gen 12:6), Dios confirmó la promesa de que ésta serí­a la tierra que los descendientes de Abram heredarí­an (Gen 12:7), pero la imperfección de la fe de Abram volvió a aparecer.

Aunque Dios le aseguró que estaba en el lugar correcto, Abram dejó Canaán para ir a Egipto en una época de hambre y, todaví­a inseguro de si el Señor podrí­a cuidarlo en tiempos difí­ciles, trató de pasar a Sarai como su hermana, esperando comprar su propia seguridad a costa de ella (Gen 12:10-20). Dios protegió a la familia escogida en Egipto (Gen 12:17-20) y luego, cuando Abram trató de resolver problemas familiares (Gen 13:7) dividiendo la Tierra Prometida, reafirmó (Gen 13:14-17) que ninguno más que Abram y sus descendientes podí­an heredar las promesas.

En Génesis 14 Abram primero se opuso a los reyes (Gen 14:13-16) y luego rehusó la riqueza del mundo (Gen 14:21-24). El Señor no tardó en responder en ambos casos (Gen 15:1). Pero la riqueza de la respuesta divina llevó a Abram a cuestionar el sentido de todo eso, pues no tení­a un hijo que heredara lo que Dios le darí­a. Esto llevó al momento culminante de la fe cuando Abram, plenamente consciente de que humanamente toda la situación parecí­a imposible (Rom 4:18-21), descansó completa y absolutamente en la promesa de Dios; ésta es la fe que justifica (Gen 15:4-6).

El Señor confirmó sus promesas de hijos y tierra en una gran señal o pacto (Gen 15:7-21), pero Abram y Sarai, cansados de esperar (cap. 16), se apartaron del camino de la fe y optaron por un recurso que las leyes del dí­a permití­an y aun esperaban: una pareja sin hijos podí­a tener †œhijos† a través de una segunda esposa. En su gracia tierna Dios recogió los pedazos de la vida quebrantada de Agar (Gen 16:7-16) y reafirmó su pacto con Abram (Gen 17:11 ss.).

Gen 17:17—Gen 22:19 es el relato de dos hijos. Abraham amaba entrañablemente a sus dos hijos Ismael e Isaac (Gen 17:18; Gen 21:11-12), sin embargo, se le mandó renunciar a ellos, abrigando la fe de que el Señor cumplirí­a su promesa en relación con ellos (Gen 21:11-13; Gen 22:1-18). El Señor no sorprendió a Abraham con estas importantes decisiones, sino que lo preparó para recibirlas por su experiencia con Lot y Sodoma (capí­tulos 18, 19).

Quietamente, la fe de Abraham sigue adelante: Sara fue sepultada por su esposo en la Tierra Prometida; él tení­a planes de ser enterrado allí­, esperando el cumplimiento de la promesa de posesión. Estrictamente se le prohibió al siervo de Abraham llevar a Isaac fuera del lugar de la promesa (Gen 24:6-7), pues aun cuando Isaac tení­a que casarse con una muchacha de Canaán (Gen 24:8), no debí­a irse de la tierra designada por Dios.

En el NT Pablo enfatiza la fe de Abraham como una confianza sencilla en las promesas de Dios (Rom 4:18-22); en Hebreos se hace notar la paciencia de la fe (Rom 11:8-16; compararRom 6:11-13); y Santiago destaca la obediencia de la fe (Rom 2:21-23).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Aunque los nombres de los patriarcas bí­blicos no aparecen fuera de la Biblia, la arqueologí­a ha podido arrojar luz sobre el perí­odo en el cual vivieron. Las excavaciones han revelado la naturaleza de la cultura material de la era patriarcal y algunos documentos escritos proveen detalles adicionales.
El nombre Abraham es semejante a nombres semí­ticos occidentales, tales como Abiram, Abamram y Abarama hallados en la literatura cuneiforme. Un documento de negocio de la antigua Babilonia afirma que un hombre llamado Abarama, hijo de Awel-Ishtar, alquiló un buey por un mes. Otra tablilla cuneiforme de veintiún lí­neas relata los términos bajo los cuales Abamrama arrendó una labranza. Una tercera tablilla fechada dos años después que el buey fue alquilado, es un recibo del pago de un siclo que Abamrama hizo como arrendamiento de su campo. Nombres con los mismos componentes se han encontrado en *Mari.
Abraham y sus descendientes representan étnicamente numerosas estirpes. *Labán, el nieto de Nacor, hermano de Abraham, es especí­ficamente denominado arameo (Gn. 25:20; 31:20, 24). Los israelitas después confesaron: †œUn arameo a punto de perecer fue mi padre †¦† (Dt. 26:5). La tierra a la cual Abraham enví­a a su siervo para conseguir la novia para Isaac era Mesopotamia o Aram-naharaim (Gn. 24:10). Jacob, al huir hacia la casa de su tí­o Labán, viajó al mismo lugar Padanaram, †œLos campos de Aram† (Gn. 28:5, 6).
Cerca del año 2000 a. de J.C. sucedieron grandes cambios por todo el Cercano Oriente debido a las incursiones de las gentes semí­ticas del nordeste conocidas como *amorreos (†œoccidentales†) por las gentes de Mesopotamia. Con la caí­da de Ur ( ca. 1950 a. de J.C. ) los amorreos presionaron hacia el sur de Mesopotamia y rápidamente controlaron sus principales ciudadesestados. Entre la edad del bronce antigua y media, existe la evidencia arqueológica de un receso en la ocupación de muchas ciudades palestinas. Las excavaciones de Albright en *Tell Beit Mirsim, el trabajo de Kathleen Kenyon en *Jericó y la exploración de Nelson Glueck en la Transjordania demuestran una declinación en la densidad de la colonización seguida antes del fin del siglo XX a. de J.C. por un virtual abandono del territorio a los pueblos nómadas (ver W. F. Albright, The Archaeology of Palestine, pág. 82). Similarmente, los textos egipcios de execración indican que pueblos nómadas y semi nómadas estuvieron en Palestina durante el siglo XX a. de J.C.
Entre los amorreos y pueblos relacionados, que presionaron en Canaán durante el siglo XX a. de J.C. , se debe probablemente colocar al patriarca Abraham. El término amorreo probablemente incluí­a un número de subgrupos como los *arameos con quienes la familia patriarcal estaba claramente relacionada. Al hablar del origen de Jerusalén, Ezequiel en su alegorí­a de la esposa infiel dice: †œTu origen, tu nacimiento es la tierra de Canaán; tu padre fue amorreo y tu madre hetea† (Ez. 16:3). Aunque el profeta no estaba haciendo un pronunciamiento en cuanto al origen nacional, se acordó de algo de la mezcla de antepasados del pueblo escogido.
Tan sólo en una ocasión (Gn. 14:13) a Abraham se le llama †œel hebreo†, palabra que parece estar relacionada con el *Habiru o Hapiru el cual apareció en varias partes de la fértil media luna durante el segundo siglo a. de J.C. Etimológicamente, la palabra puede significar †œlos que atraviesan† en el sentido de atravesar o emigrar. Probablemente el término †œhebreo† no se referí­a a un grupo racial en particular, sino a una clase social. Un hapiru-hebreo era un extranjero, y tal término a menudo tení­a malas connotaciones para los habitantes ya establecidos de un paí­s. En las *Cartas de Amarna los hapirues son descritos como invasores merodeantes que amenazaban la paz de las ciudades-estados de Siria y Palestina.
Aunque el área alrededor de Harán, designada como Padan-aram o Aram Naharaim, era la que los patriarcas consideraron como su hogar ancestral (Gn. 24:4, 10), se dice que los familiares inmediatos vinieron de †œUr de los caldeos† (Gn. 11:31). La versión Septuaginta habla de la †œtierra de los caldeos† sin referencia a Ur.
Una gran ciudad sumeria llamada *Ur estaba ubicada al sur de Mesopotamia en el territorio de al-Muqaiyar. Después de la Primera Guerra Mundial un grupo conjunto del Museo Británico y la Universidad de Pensilvania condujo una serie de expediciones allá bajo la dirección de Leonard Woolley. Siendo que esta Ur estaba en la tierra conocida en los tiempos neobabilónicos como Caldea, los eruditos bí­blicos fueron grandemente convencidos de que al-Mucaiyar era el sitio de la niñez de Abraham.
Una tableta acadia de Ugarit contiene una carta del rey heteo Hattusilis III ( ca. 1275–1250 a. de J.C. ) para el rey Niqmepa†™ de Ugarit. Los comerciantes son llamados †œhombres mercaderes, ciudadanos de la ciudad de Ura†. Que los caldeos eran conocidos en el noroeste tanto como en el sur de Mesopotamia ha sido atestiguado por Jenofón quien menciona a étos como vecinos de los armenios (Anabasis IV. iii. 4; V. v. 17; Cyropaedia III. i. 34). Cyrus H. Gordon presenta el caso de un Ur norteño e identifica a Abraham como un comerciante prí­ncipe en su artí­culo †œAbraham as a merchant prince† ( JNES , XVII, 1958, págs. 28–31). Una interpretación anterior identificaba a Ur con Urfa (Edesa) 32 kms. de Harán, hacia el noroeste. Pero esto no es muy posible sobre bases solamente lingüí­sticas. Varias ciudades en el Asia Menor eran llamadas Ura, pero Abraham, al viajar hacia Harán de cualquiera de ellas, se hubiera desviado si Canaán era su destino final como lo indica la Escritura (Gn. 11:31).
Aunque falta la prueba positiva, la mayorí­a de los eruditos aún identifican el Ur bí­blico con al-Muqaiyar. Tanto Ur como Harán estaban dedicados a Nannar, la diosa Luna y compartí­an el mismo énfasis religioso. Una emigración hacia Canaán desde al-Muqaiyar llevarí­a a Abraham a través de las tierras de la fértil media luna a la vecindad de Harán. Es posible que un grupo semita de clanes del nordeste hubiera emigrado hacia el sur de Ur y posteriormente (tal vez después de la caí­da de la dinastí­a del Ur III), haya emigrado hacia el norte otra vez al área de Harán donde se hubiera encontrado más cómodo. Este hecho podrí­a explicar la aversión de Taré para mudarse a Canaán e indica la razón del afecto que los patriarcas tení­an por Harán. Es de gran significado el hecho de que Ur mismo nunca se consideró como el hogar patriarcal, donde quiera que haya estado localizado.
Los patriarcas bí­blicos a menudo se describen como nómadas o seminómadas. Este es, por supuesto, un aspecto de sus vidas como aparece en el Génesis. Tienen manadas de ganado, rebaños de ovejas y de cabras y se mueven alrededor de las llanuras de Palestina entre Dotán y Beerseba buscando pastos y fuentes de agua. Por otra parte, la Biblia describe a los patriarcas como ricos en oro y plata. Cuando su sobrino Lot estaba en problemas, Abraham pudo levantar un ejército personal, desafiar las fuerzas combinadas de una confederación de reyes orientales y obtener una gran victoria militar (Gn. 14). Al morir Sara, Abraham paga por la parcela para su sepultura con †œcuatrocientos siclos de plata, de buena ley entre mercaderes† (Gn. 23:16). Aunque Abraham no poseí­a bienes raí­ces, fue un hombre de riqueza e influencia.
Durante el perí­odo de los patriarcas bí­blicos, la cordillera central de Palestina estaba escasamente poblada. Habí­a vastas áreas en las cuales los seminómadas como Abraham podí­an pastar sus rebaños y manadas. Las ciudades mencionadas en el relato bí­blico (Dotán, Betel, Siquem y Jerusalén) se sabe que existieron en la Edad Intermedia del Bronce. Los patriarcas a menudo viajaban cerca de las ciudades. Se dice de Lot que él †œhabitó en las ciudades de la llanura, y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma† (Gn. 13:12). De la misma manera, Abraham †œremoviendo su tienda, vino y moró en el encinar de Mamre, que está en Hebrón† (Gn. 13:18).
De acuerdo con el relato bí­blico, durante la época de Abraham existí­a gran movilidad. Abraham mismo viajó desde Ur hasta *Harán, Canaán, Egipto y de regreso hasta Canaán. Para el siglo XIX a. de J.C. , mercaderes asirios habí­an penetrado Capadocia en el Asia Menor con propósitos comerciales. Sus registros se han conservado en las tabletas de Capadocia. Los contactos entre Palestina y Egipto, cuya famosa dinastí­a XII empezó ca. 1991 a. de J.C. , fueron frecuentes. Las tumbas palestinas del perí­odo entre 2000–1800 a. de J.C. contienen numerosos artefactos egipcios. Los †œtextos de execración† muestran en forma negativa la relación entre Egipto y Palestina durante los siglos XX y XIX a. de J.C. En las series más antiguas, se inscribieron imprecaciones contra los varios enemigos en jarrones o tazones que eran luego quebrados para hacer efectiva la maldición. En las segundas series las imprecaciones fueron inscritas en figurines de barro que representaban cautivos atados. El primer grupo (conocido como los textos de Berlí­n) menciona a Jerusalén y a Ascalón como enemigos de Egipto; el segundo (o los textos de Bruselas) nombra a Jerusalén, Siquem, Aco (Acre), Acsaf (cerca de Acre), Tiro, Hazor, Astarot (en Basán) y Pella (al otro lado del Jordán desde Bet-sán).
Del siglo XX a. de J.C. , se tiene también la famosa *Historia de Sinuhé que cuenta cómo un noble de alto rango huyó de Egipto y viajó a Kedem (†œel oriente†). Fue recibido favorablemente por un prí­ncipe local en el alto Retenu (nombre egipcio para Siria y Palestina). Allí­ se radicó y vivió feliz prosperando hasta que fue invitado a regresar a Egipto. De este mismo perí­odo ( ca. 1900 a. de J.C. ) son las pinturas de las tumbas de *Beni Asan en Egipto las cuales describen a treinta y siete semitas que traen regalos y desean comerciar. El vestuario y equipo de estos asiáticos era probablemente similar al de Abraham quien visitó Egipto alrededor de esa misma época.
Antes de entrar a Egipto, Abraham instruyó a Sara para que dijera que era hermana de él, porque temí­a que los egipcios lo mataran si sabí­an que él era su esposo (Gn. 12:11-13). Subsecuentemente Faraón la incorporó a su harén hasta que vino una serie de plagas sobre su casa (Gn. 12:17-20). El tema de un Faraón que hace un gran esfuerzo para conseguir una mujer hermosa para esposa, aun cuando ella tiene marido, aparece en el cuento de los *Dos Hermanos. Faraón envió mensajeros al valle de Cedad (Lí­bano) para traerle la mujer. Bata, el marido, mató a todos los mensajeros, excepto uno que regresó para darle la noticia al Faraón. Faraón, sin embargo, envió una segunda expedición que incluí­a esta vez a una mujer quien llevó ornamentos que pudieran atraer a la joven a la corte egipcia. La mensajera, tuvo éxito porque †œla mujer regresó a Egipto con ella y hubo gran regocijo por ella en toda la tierra y su majestad la amó mucho y le dio el rango de la gran favorita†. Aunque el papiro que contiene el cuento egipcio data del siglo XII a. de J.C. , el extraño cuento que registra es sin duda mucho más antiguo. Un hombre como Abraham bien podí­a temer que el Faraón usara de todos los medios a su alcance para añadir una mujer bella a su harén.
Después de regresar de Egipto, Abraham y Lot se separaron, tomando Lot el valle del Jordán y Abraham radicándose en Canaán. Génesis 13:10 relata que Lot vio †œtoda la llanura del Jordán que toda era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto †¦† Esta área es ahora muy calurosa y estéril, la parte menos deseable de Palestina. La arqueologí­a, sin embargo, ha demostrado que no siempre fue así­. Entre 1932 y 1939, Nelson Glueck, en ese tiempo director de las Escuelas Americanas de Investigación Oriental en Jerusalén, hizo un estudio exhaustivo del sur de la Transjordania al oriente y al sur del mar Muerto. Descubrió que algunos pueblos nómadas se radicaron allí­ en villas, en los siglos antes del año 2000 a. de J.C. Repentinamente, aproximadamente entre el siglo XX o XIX a. de J.C. las villas fueron abandonadas y por alguna razón la gente en esa área se convirtió en nómada.
Se sabe que hubo una ciudad grande en Khirbet Karak al extremo sur del mar de Galilea entre 2500 y 2000 a. de J.C. *Bet-sán tiene una historia que data desde 3000 a. de J.C. Las una vez grandes ciudades de Sodoma, Gomorra y Zoar están probablemente debajo de aguas no profundas al extremo sur del mar Muerto. W. F. Albright excavó dos sitios en las cercaní­as y encontró que ellas fueron abandonadas aproximadamente en el siglo XX a. de J.C. , lo mismo que otras ciudades del sur de la Transjordania. Estos descubrimientos indican por qué Lot habrí­a escogido radicarse en el valle del Jordán y esto ayuda a situar a Abraham en los siglos XX o XIX a. de J.C.
El temor de Abraham de que su esclavo Eliezer llegara a ser su heredero (Gn. 15:1-4) puede ser explicado por los procedimientos de adopción descritos en las *Tabletas de Nuzi. Una pareja sin hijos podí­a adoptar un hijo, a menudo un esclavo favorito. Si después le nací­a un hijo a la pareja, el hijo adoptivo cederí­a sus derechos al hijo nacido a la pareja, aunque ciertos intereses del hijo adoptivo serí­an guardados. Es probable que Eliezer fuera el hijo adoptivo de Abraham pero que el patriarca quisiera un hijo propio para que fuera su heredero.
En los contratos matrimoniales de Nuzi se lee frecuentemente que a una mujer sin hijos se le requerí­a que proveyera de una concubina a su esposo la cual serí­a la madre de sus hijos. Una situación similar prevaleció en el código de *Hamurabi. †œSi un hombre toma a una sacerdotisa y ella no le concibe hijos y él decide tener una concubina, ese hombre puede tomar una concubina y traerla a su casa. Esa concubina no tendrá el rango de su esposa† (párrafo 145). Estas leyes y costumbres proveen el trasfondo cultural sobre el cual se puede entender la sugestión de Sara a Abraham,† †¦ te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella†. (Gn. 19:2).
El código de Hamurabi encaró la situación realí­sticamente en la cual tal sierva concebirí­a hijos al esposo de su ama y aspirarí­a a una posición más elevada en la casa: †œSi un hombre toma una sacerdotisa y ella concede su sierva a su esposo y la sierva le da hijos y después esa sierva toma rango con su ama porque ella ha dado hijos, su ama no podrá venderla por dinero, pero puede reducirla a esclavitud y contarla entre sus esclavas† (párrafo 146). Después que Agar hubo concebido, Sara †œla afligí­a y ella huyó de su presencia† (Gn. 16:6). Después Abraham se entristeció mucho cuando Sara le urge diciendo: †œEcha esta sierva y a su hijo† (Gn. 21:10, 11), un deseo en contra de la costumbre y leyes vigentes.
La compra por Abraham de la propiedad de Efrón el heteo, para el entierro, se puede entender a la luz del código de leyes heteo hallado en *Boghazkoy, Turquí­a. El código estipula que un comprador debe prestar ciertos servicios feudales si compra toda la propiedad del vendedor. Si se vende una porción de la propiedad, el vendedor continuará con la obligación. Aunque Abraham sólo requirió la cueva en la orilla del campo de Efrón como el lugar para sepultura (Gn. 23:9), Efrón insistí­a en que le comprara todo el terreno (Gn. 23:11). Efrón evidentemente vio la oportunidad de deshacerse de sus obligaciones, haciendo a Abraham feudatario de todo el campo.
BIBLIOGRAFIA: Leonard Woolley, Abraham: Recent Discoveries and Hebrew Origins, Faber and Faber, London, 1935. Dorothy B. Hill, Abraham: His Heritage and Ours, Beacon Press, Boston, 1957.

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

Su nombre era “Abram”, pero Dios le cambió el nombre por Abraham, que quiere decir “Padre de una muchedumbre de pueblos”, cuando Dios hizo su alianza: (Gen 17:120). Y ciertamente Abraham es el padre de las tres grandes religiones acuales: Judí­os, Cristianos, y Musulmanes.

San Pablo lo llama “Padre de todos los creyentes”: (Rom 4:11-12).

Se justificó por las obras hechas por la fe, Rom 4:1-5, Stg 2:20-26.

Su vida está en Génesis 11-26, y recapitulada en Hec 7:2-8.

En Gen 12, Dios le dijo a Abraham: Sal de tu tierra, deja tu parentela, vete a la tierra que te indicaré. Y le prometió cuatro cosas: 1- Te daré otra tierra.

2- Tendrás mucha descendencia.

3- Te bendeciré.

4- En ti serán bendecidas todas la familias de la tierra.

(Gen 12:1-3). por el Mesí­as de su descendencia: (Mat 1:1).

Abraham hizo lo que Dios le dijo: se marchó de la tierra de Ur, en el actual Irak, sin saber a dónde iba. Llegó a Canaan, con muchas riquezas con que Dios lo habí­a bendecido en Egipto: (11.31 a 13). Pero era anciano, y no tení­a hijos de su esposa Sara. ni siquiera uno. Al fin tuvo a Isaac, de anciano. y ahora Dios le pide que se lo ofrezca en sacrificio, que lo mate. y Abraham estaba dispuesto a obedecer. ¡Cómo probaba Dios su fe, por las obras! Gen. 22.

– En Egipto, Gen. 12.

– Se separa de Lot, y luego, lo rescata, Gen. 13-14.

– Pacto de Dios con Abraham, Gen 15:18, Gen 17:1-22.

– Los ángeles y Sodoma, Gen. 18.

– Despide a la esclava y a su hijo Ismael, pero Dios le promete una gran descendencia de él, ¡los musulmanes! Gen 21:13.

– Muere y es sepultado, Gen.25.

En el Nuevo Testamento.

– Dios puede hacer surgir de las piedra hijos de Abraham, Mat 3:9, Lc. 3.

– Abraham está en el cielo, Mat 8:11, Luc 13:28, Luc 16:22.

– Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Mar 12:26.

– Los hijos de Abraham hacen las obras de Abraham, Jua 8:29.

– Antes que fuese Abraham, soy yo. Jua 8:29.

– Vida en Hec 7:2-8.

– Justificación de Abraham por la fe, Rom. 4, Gal. 3.

– Descendencia de Abraham, Rom. 9.

– Héroe de la fe, Heb. 11.

– Justificado por las obras, Stg 2:20-26.

– Finalmente, en Abraham fueron bendecidas todas la familias de la tierra, porque Jesucristo es hijo: (descendencia) de Abraham: (Mat 1:1, Lc.3). Jesucristo es la bendición de todas las familias de la tierra, desde Adán, porque “antes que fuese Abraham, soy yo.”

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Hijo de †¢Taré, semita, que vino a ser padre de los patriarcas que iniciaron el pueblo israelita. Originalmente su nombre era Abram, cuyo significado podrí­a ser padre exaltado, pero Dios se lo cambió por el de A. que quiere decir padre de multitudes. Es el padre de los ismaelitas y de otras tribus semitas (Gen 25:1-6). A. era un habitante de †¢Ur de los caldeos, en la †¢Mesopotamia, cuando recibió el llamamiento de Dios para que abandonara su patria y la casa de su parentela para ir a una tierra que Dios le revelarí­a. Partió con su padre Taré hacia †¢Canaán, siguiendo la ruta de las buenas tierras llamadas en tiempos modernos la Media Luna Fértil, y se detuvo en Harán, donde quedaron un tiempo, hasta la muerte de su progenitor (Gen 11:27-32).

Continuó viaje con su sobrino †¢Lot hasta llegar a Canaán, donde vivió como peregrino adorando al Dios verdadero (Gen 12:7-9). A causa de un hambre en Canaán bajó a Egipto, donde cayó en el pecado de no decir la verdad sobre su relación con †¢Sara, lo cual trajo un conflicto con Faraón, que la tomó para su harén (Gen 12:10-20). Vuelto a Canaán, tuvo que separarse de su sobrino Lot en vista de la abundancia de ganado que tení­an, lo cual causaba a veces tropiezo entre sus siervos (Gn. 13). Lot habitó en †¢Sodoma. Y cuando ésta perdió una guerra y fueron tomados prisioneros sus habitantes, A. armó a sus siervos y vino y los rescató, no tomando para sí­ nada del botí­n y dando el diezmo a †¢Melquisedec (Gen 14:1-20).
A. un hombre viejo, recibió de Dios la promesa de un hijo (Gen 15:1-5), pero cayó en el error de buscarlo por medio de consejos humanos, atendiendo a la recomendación de Sara para que procreara con †¢Agar su sierva (Gen 16:1-4), que dio a luz a †¢Ismael (Gen 16:15). Al hacer Dios pacto con él, se dio como señal del mismo la circuncisión (Gen 17:10). Dios visitó a A. y le renovó la promesa de un hijo, hablándole también del juicio que harí­a sobre †¢Sodoma y Gomorra, lo cual abre la oportunidad para esfuerzos que hace A. para interceder por esas ciudades (Gen 18:16-33). A. habitó después en Gerar, donde vuelve a cometer el pecado de esconder sus verdaderas relaciones con Sara, lo cual provoca un incidente con †¢Abimelec el rey de aquel sitio, que tomó a Sara pero la devolvió cuando Dios le habló en sueños (Gen 20:1-14).
Sara dio a luz a †¢Isaac (Gen 21:1) y ésta pide que Agar sea echada de la casa, lo cual A. hace con mucho pesar y sólo tras haber recibido instrucciones de Dios sobre el particular (Gen 21:12). La gran prueba de la fe de A. viene cuando Dios le pide que sacrifique a su hijo Isaac, prueba de la cual sale victorioso porque creyó que Dios podí­a resucitar de entre los muertos a su hijo (Gen 22:1-13; Heb 11:17-19). El NT dice que A. fue justificado porque †œcreyó a Dios† (Rom 4:3) y es llamado por ello †œpadre de los creyentes† (Rom 4:11), en contraste con su relación con los israelitas, de los cuales es †œpadre según la carne† (Rom 4:1). Tanto los judí­os, como los mahometanos y los cristianos reconocen a A. como patriarca.
el Bautista advirtió que nadie debí­a envanecerse de su parentesco con A. (Mat 3:9) si no hací­a sus obras de fe. Los judí­os de su tiempo alardeaban de ser descendientes de A. (Jua 8:39), pero Jesús les dijo que si fueran hijos de A. harí­an sus obras (Jua 8:40). Una de las declaraciones de la deidad de Jesús fue la que hizo diciendo que él era antes que A. (Jua 8:58). San Pablo aclaró que la promesa no fue dada a A. por sus obras, sino por su fe (Rom 4:9) y, por tanto, †œlos que son de fe, éstos son hijos de A.† (Gal 3:7). Aclaró también que la promesa no fue hecha †œa las simientes† de A., sino †œa su simiente†, la cual es Cristo (Gal 3:16). La grandeza del sacerdocio de Melquisedec se prueba porque A. le dio los diezmos, estando todaví­a †¢Leví­ †œen los lomos† de A. (Heb 7:1-9). La fe de A. es lo que más resalta de su personalidad. Eso †œle fue contado por justicia† y por ello fue llamado †œamigo de Dios† (Stg 2:23).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG RELI TIPO HIST CRIT HOMB HOAT HSHA

ver, MELQUISEDEC, PACTO, FE, JUSTIFICACIí“N, SENO DE ABRAHAM, MARDIKH, TELL, NUZU (ABRAM) = “Padre de elevación”. Su nombre fue alterado por Dios, que lo llamó ABRAHAM. No se conoce una explicación etimológica del cambio de Abram a Abraham. El texto comenta así­ este cambio: “porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes”. En este nombre (Abraham) se asegura la bendición de los gentiles. La familia de Abraham moraba en Ur de los caldeos, y eran todos idólatras (Jos. 24:2). Con el paso del tiempo, las naciones, descendientes de Noé, habí­an dado la espalda al conocimiento de Dios, y Dios, en consecuencia, los habí­a entregado a una mente reprobada; en el desarrollo del sistema pagano, se pervirtieron y oscurecieron muchas verdades originalmente transmitidas por la lí­nea de los antiguos patriarcas, y se pervirtieron todas las relaciones naturales que Dios habí­a creado (Ro. 1:18-32). De este estado de cosas, Dios llamó soberanamente a Abram a que dejara no solamente la nación idolátrica a la que pertenecí­an sus antepasados, sino también a su familia y a la casa de su padre. Debí­a dirigirse a una tierra que Dios le mostrarí­a. Por su respuesta de fe, vino a ser el padre de los creyentes, y el amigo de Dios. 1. Su vida. Contaba con 75 años de edad cuando recibió la palabra de dirigirse a Canaán (Gn. 12:4), y la promesa de que los que le bendijeren serí­an bendecidos, y malditos los que le maldijeren; y que en él serí­an benditas todas las familias de la tierra (Gn. 12:3). En Ur de los Caldeos se habí­a casado con Sarai. Fue después de la muerte de su hermano Harán que Abram partió de Ur con su esposa; partió para Harán; obedeció sólo parcialmente al principio, por cuanto salió con su padre y su sobrino Lot, y permaneció varios años en Harán, hasta la muerte de su padre. A partir de entonces, parece que Abram empieza a obedecer. Dios le repite la orden en Harán. Pero otra vez su obediencia no fue total, pues se llevó consigo a Lot. No será hasta la separación de Lot que empezarán a cumplirse las promesas dadas a Abram (Gn. 13:14). Se desconoce si Abram fue el primogénito de Terá, aunque es citado el primero en la lista entre sus hermanos (Gn. 11:26-27). Es posible que este primer lugar le haya sido dado por su llamamiento, como padre del pueblo escogido. De Harán a Canaán habí­a la ruta de Damasco, que muy posiblemente tomara Abram al dirigirse al sur. Tení­a 75 años al salir de Harán, y habitó 10 años en Canaán antes de tomar a Agar como concubina (Gn. 16:3); cuando Agar tuvo a Ismael, Abram tení­a 86 años (Gn. 16:16). En consecuencia, el viaje de Harán a Canaán duró menos de un año. Durante los primeros diez años de sus peregrinaciones en Canaán, Abram plantó sus tiendas en Siquem, donde Dios le prometió aquella tierra para su descendencia. Allí­ edificó un altar a Jehová. Pasó después a Bet-el, donde erigió otro altar, invocando el nombre de Jehová (Gn. 12:6-8). Se desató un hambre, y Abraham descendió a Egipto, donde, temiendo por su vida, y faltándole la fe entonces, dijo que Sarai era su hermana; por su belleza, fue llevada a la casa del Faraón, pero Dios la protegió, y Abraham y Sarai fueron expulsados de Egipto después de una reprensión (Gn. 12:10-20). Volvió a Canaán, y plantó de nuevo sus reales en Bet-el, ante el altar que habí­a erigido antes (Gn. 13:3). Visto el gran incremento de sus riquezas en ganado, surgieron riñas entre sus pastores y los de Lot, por lo que decidieron separarse. Abraham cedió a Lot el derecho de elegir a dónde dirigirse (Gn. 13:9), y éste eligió el valle del Jordán (Gn. 13:11). Abram entonces puso sus reales en el encinar de Mamre, en Hebrón (Gn. 13 :18), declarando Jehová que le darí­a toda la tierra que podí­a

ver, a él y a su innumerable descendencia (Gn. 13:14-17). Abram moró en Mamre al menos 15 años, quizá 23 o 24. Habí­a entrado en alianza con unos prí­ncipes amorreos (Gn. 14:13). Junto con ellos, Abram emprendió una expedición guerrera contra Quedorlaomer y otros reyes coligados con él; éstos habí­an invadido Sodoma y Gomorra, y las habí­an saqueado, y se habí­an llevado cautivos a sus habitantes, incluyendo a Lot. Después de su victoria sobre estos reyes y la liberación de Lot y de todos los demás, Abram rehusó tomar ni un hilo del despojo que le ofrecí­a el rey de Sodoma; no querí­a enriquecerse de tal procedencia (Gn. 14:23); pero recibió la bendición de Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altí­simo, que salió con pan y vino a recibirle: a él le dio Abram diezmos de todo. Dios se le reveló ahora como su escudo y gran galardón. Lamentándose Abram de su falta de descendencia, Dios le confirma la promesa (Gn. 15:5). “Y [Abram] creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. Esta es la primera mención de la fe. A su pregunta de cómo iba a saber él que iba a poseer la tierra, Dios dispuso con él un pacto con sacrificio, como era la costumbre en Oriente (Gn. 15:9-10). Sin embargo, este pacto no fue confirmado por las dos partes, sino únicamente por Dios (Gn. 15:17-21) al ser solamente Dios, bajo la apariencia de una antorcha de fuego, quien pasó entre los animales divididos, habiendo quedado Abram sobrenaturalmente postrado. Así­, Dios se ligó incondicional y unilateralmente a Abram por este pacto. También se le dijo a Abram que su descendencia morarí­a en tierra ajena, donde serí­a afligida durante 400 años. Por sugerencia de Sarai, toma a su criada Agar, cohabitando con ella, y teniendo de ella un hijo, Ismael. Esto según las costumbres de la tierra (véase Gn. 16:2; cp. Gn. 30:3). Sin embargo, 13 años después la promesa se verificarí­a. Los esfuerzos del hombre, tratando de cumplir por si mismo la promesa, no cambian en absoluto el plan de Dios. Tenemos aquí­ una figura de la ley, esto es, el intento del hombre de conseguir la bendición mediante sus propios esfuerzos. Dios se reveló luego a Abraham, ya de 99 años de edad, como “el Dios Todopoderoso”, nombre que indica que los recursos se hallan en el mismo Dios. Entonces cambió su nombre de Abram por el de Abraham, debido a que iba a ser el padre de muchedumbre de gentes, o naciones. Jehová, renovando su pacto con Abraham, le prescribió el signo de la circuncisión (que es una figura de la no confianza en la carne), y que puso en práctica en el acto. También cambió Jehová el nombre de Sarai por el de Sara, porque iba a ser una princesa, e iba a tener un hijo (Gn. 17). Abraham acogió a tres visitantes. Dirigiéndose dos de ellos a Sodoma, el tercero (Jehová) dijo: “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?” Según Jn. 15:14, 15, aquí­ tenemos la clave de que Abraham sea llamado “el amigo de Dios” (2 Cr. 20:7; Is. 41:8; Stg. 2:23). Dios le reveló Sus propósitos, y Abraham se vio con libertad para interceder por los justos en Sodoma, si los hubiera, en un número que va reduciendo hasta 10, pero como no los hay, Sodoma es destruida, y sólo Lot y sus hijas escapan al ser sacados de la ciudad por los ángeles (Gn. 18,19). Al cabo de unos 15 años, durante la infancia de Isaac, en Gerar, nuevamente Abraham hace pasar a Sara por hermana suya. Por intervención de Dios se evita que la inclusión de Sara en el harén del rey de Gerar lleve al pecado, y Abraham es de nuevo reprendido, esta vez por Abimelec (Gn. 20:2). Nace Isaac (Gn. 21:2), y surge un conflicto entre el que era tipo de la carne (Ismael) y el que era tipo del hombre espiritual (Isaac). Ismael es descubierto incomodando a Isaac, y Agar e Ismael son expulsados (Gn. 21:9-21; cp. Gá. 4:22-31). Después de varios incidentes con los hombres de Abimelec acerca de pozos abiertos por Abraham, hacen un pacto, y Abraham llama a su pozo Beerseba (Gn. 21:31), “pozo del juramento”. Habiendo ya crecido Isaac (el historiador judí­o Flavio Josefo le supone una edad de 25 años), Dios prueba la fe de Abraham; le ordena que se lo ofrezca en holocausto. Abraham obedece, y si no hubiera intervenido la mano de Dios, hubiera dado muerte a su hijo, creyendo “que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos” (He. 11:19). Después de la muerte y resurrección en figura de Isaac, se confirma a Abraham la promesa incondicional de que en su simiente (que es Cristo) serán benditas todas las naciones de la tierra (Gn. 22:18; Gá. 3:14-18). Si alguno es de Cristo, simiente de Abraham es, y heredero, conforme a la promesa. Y esta promesa es firme a toda la simiente, no solamente a la que es de la ley, sino a la que es de la fe de Abraham, que es padre de todos nosotros los que creemos. (Ro. 4:16.) 20 años después, Sara muere a la edad de 127 años. Abraham era tan totalmente un peregrino, que tiene que comprar un terreno de los hijos de Het para tener un sepulcro en la tierra (Gn. 23). Se tomó gran cuidado en que Isaac no contrajera matrimonio con las hijas de los cananeos, enviando a su siervo (posiblemente Eliezer) a su propia familia para conseguir una esposa para Isaac, convencido de que Dios enviarí­a a Su ángel, y darí­a éxito a la misión, que resultó en que Rebeca vino a ser la esposa de Isaac (Gn. 24). Abraham pasó alrededor de 38 años en el Negev, después de la muerte de Sara, y se informa que tuvo otra esposa, Cetura, y varias concubinas, de las que tuvo hijos; a ellos les dio dones, y los envió al Oriente, para que Isaac pudiera morar pací­ficamente en la tierra prometida (Gn. 25). Murió a la edad de 175 años, y fue enterrado con Sara, en la cueva de Macpela. 2. Su fe. La religión en la baja Mesopotamia, en el perí­odo histórico, es muy compleja y desarrollada, apartándose de religiones tan degeneradas como el fetichismo, animismo, totemismo. En el panteón de los dioses de Mesopotamia se hallan los dioses del mundo, las divinidades astrales, los dioses de la naturaleza, y los dioses nacionales. El culto usaba templos, zigurats y un cuerpo sacerdotal, e incluí­a magia, astrologí­a y adivinación. Toda esta religión está centrada en una mitologí­a poética. Sin embargo, la religión de Abraham es totalmente diferente. Abraham creí­a en un Dios todopoderoso (Gn. 17:1), eterno (Gn. 21:33) y Altí­simo (Gn. 14:22); Señor y Creador de los cielos y de la tierra, dueño real y legí­timo de toda la creación (Gn. 24:3), Juez justo, administrador del mundo (Gn. 18:25). Abraham creyó a Jehová, al Dios único que le habí­a llamado (Gn. 15:6; cp. Ro. 4:3; Gá. 3:6); y lleno de fe en El, obedeció, adoró y mantuvo la honra a su Dios. Para fortalecer la fe de Abraham, Dios empleó dos medios: a) Se le reveló de manera personal a fin de que, mediante tal revelación, Abraham aprendiera a conocerle (Gn. 12:1-3; 13:14-18; 15; 17:1-21). b) Puso en acción la fe de Abraham, poniéndole en circunstancias en las que iba a tener que ejercitarla. Como ejemplo de ello, podemos ver la rotura de sus ví­nculos nacionales y familiares; las épocas de hambre y de riqueza; de lucha y de poder; la ansiosa espera del heredero, y la prueba suprema de la fe, por la que Abraham fue llamado a sacrificar a Isaac, el heredero de las promesas, su hijo tan amado. 3. El pacto. Toda la vida de Abraham se centra en el pacto que Dios celebró con él; y es de tal importancia que supera al pacto en Sinaí­ (Gá. 3:15-18). El pacto en Sinaí­ tení­a que ver con Israel; la promesa a Abraham con “todas las familias de la tierra”, incluyendo también, ciertamente, la promesa de la tierra a su descendencia fí­sica a través de la lí­nea de la promesa a perpetuidad, por cuanto Israel iba a ser instrumento de salvación (cp. Gn. 12:3; Is. 49:7). Suspendida ahora en cuanto a Israel por la desobediencia de la nación, verá su cumplimiento final cuando en la restauración de todas las cosas, en los tiempos mesiánicos, Israel, convertida a Cristo, será reinjertada, siguiendo el sí­mil del apóstol Pablo, a las prerrogativas del pacto (Ro. 11). 4. Tipologí­a. La historia de Abraham en Génesis se divide en tres secciones: a, caps. 12-14, su vida y testimonio público, como llamado por Dios; b, caps. 15-21, su andar privado y doméstico con Dios, ilustrando el crecimiento del alma; c, en los caps. 22 a 25 tenemos en tipo una secuencia profética de acontecimientos: el sacrificio de Cristo (cap. 22); la puesta a un lado de Israel por un tiempo (cap. 23); el llamamiento de la novia (cap. 24), y el final establecimiento de las naciones en bendición al final de los tiempos (cap. 25). 5. Conclusión. Abraham fue padre de Ismael, Madián y de muchos otros grupos orientales. No es de asombrarse que grandes multitudes lo aclamen como padre en aquel inmenso territorio del mundo, y que haya numerosas tradiciones con respecto a él. Su vida es para el cristiano digna de la más profunda atención, en vista de las maneras en que Dios se le reveló, en vista también de la formación de su carácter bajo las circunstancias en que Dios lo probó. También es digno de mucha atención como tipo de la vida del cristiano como peregrino y extranjero en esta tierra, buscando, como Abraham antaño, “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo artí­fice y constructor es Dios” (He. 11:9-10). 6. Su historicidad. Los crí­ticos destructivos han atacado la historicidad de la vida de Abraham con la peregrina razón de que no se hallan textos extrabí­blicos de aquella época que apoyen la credibilidad de los escritos bí­blicos. Sin embargo, el procedimiento correcto ya para los escritos meramente históricos, es su concordancia interna con el contexto histórico, arqueológico y documental de la época. Albright, una de las máximas autoridades en arqueologí­a del Antiguo Testamento, ya en el año 1926, demostró que la evidencia arqueológica concuerda con la pauta de vida afincada en ciudades y aldeas en los montes de Palestina en el perí­odo exigido por la Biblia para la época de los patriarcas, alrededor de 2.000-1.800 a.C. En todo caso, el centro de Canaán estaba punteado por ciudades, y toda la evidencia arqueológica sirve de espléndido marco para la narración bí­blica, cosa bien difí­cil si todo ello hubiera sido invento de un redactor en el perí­odo del exilio o postexí­lico, como pretenden los crí­ticos. Además, los recientes descubrimientos de Ebla (Telí­ Mardikh), investigada por Paolo Matthiae y Giovanni Pettinato, dan adicional e importante evidencia no sólo de las condiciones históricas, sociales, lingüí­sticas y culturales de la época patriarcal, sino que se ha conseguido evidencia escrita, anterior a Abraham, de la existencia de las cinco ciudades de la llanura: Sodoma, Gomorra, Adma, Zeboim y Bela (cp. Gn. 14:2), tenidas por los crí­ticos durante muchos años como creaciones legendarias o semilegendarias de algún escriba del periodo babilónico. Además, también se ha conseguido evidencia del uso del nombre de Canaán para la tierra de Palestina; los crí­ticos no creí­an que hubiera sido aplicado en fecha tan temprana. No hay razón alguna para rechazar la historicidad de los tempranos capí­tulos de la Biblia; no hay evidencia alguna en contra de ellos, aunque sí­ muchos ataques gratuitos, y toda la evidencia concuerda armónicamente con los registros bí­blicos.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Figura central del Génesis y de toda la Historia de la salvación. Peregrino situado “históricamente” entre los años 1900 y 1700 a. C., en el contexto de las emigraciones de nómadas conocidas en Siria o Canaán, procedentes de Egipto y de Mesopotamia.

Al margen de su valor posible como personaje histórico, está su indudable resonancia religiosa de emblema y origen de los pueblos emparentados con el Israel bí­blico. Es el emblema de la elección divina, origen de pueblos, peregrino elegido por Dios, de hombre fiel a la llamada. Es lo que importa resaltar en la educación de la fe y por lo tanto en los planteamientos catequí­sticos. Hay que buscar el Abraham bí­blico, el del Antiguo y el del Nuevo Testamento, no el Abraham arqueológico, aunque resulta tan apasionante su posible existencia. (Ver Partriarcas)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Elección y promesas

La elección y llamada de Dios a Abraham, y su respuesta fiel, constituyen el prototipo de la fe en el mismo Dios y en sus promesas. El pueblo de los descendientes de Abraham será el custodio de esas promesas y de la ejemplaridad de la fe para todos los pueblos.

El pueblo de Israel subraya la paternidad de Abraham, el “amigo” de Dios (cfr. Is 41,8). El cristianismo acentúa su fe (paternidad espiritual) y el significado para la historia de la salvación. Los musulmanes recalcan la “sumisión” al Dios único y la historicidad de la revelación.

Las narraciones bí­blicas sobre Abraham (Génesis, desde 11,29 hasta 25,10) recogen diversas tradiciones (yavista, eloí­sta, sacerdotal), conservando los datos esenciales históricos que dejan entrever su significación teológica.

El patriarca abandona su tierra (en Mesopotamia) para pasar a la tierra de Canaán (Mamré y Hebrón), movido por la promesa de bendición, que se extenderá “a todos los linajes de la tierra” (Gen 12,2). Dios probó su fidelidad pidiéndole la disponibilidad para sacrificar en el monte Moriá a su hijo Isaac, nacido de Sara por gracia especial de Dios.

La fe de Abraham

Resalta siempre la fe de Abraham (Gen 15,6) y su hospitalidad (Gen 18,1-15). Son también importantes para comprender esta fe, la ida a Egipto, la separación de Lot, la bendición y sacrificio de Melquisedec (rey de Salem), la renovación de las promesas y de la Alianza, las escenas del nacimiento de Ismael (del que descenderán pueblos “árabes”), la teofaní­a (los tres jóvenes) en Mambré (con la promesa del nacimiento de Isaac), la intercesión por Sodoma y Gomorra, el nacimiento de Isaac, la compra de la cueva de Makpelá para enterrar a su esposa Sara, el casamiento de Isaac, la descendencia de Ismael.

Según la fe cristiana, contenida en los escritos del Nuevo Testamento, la figura de Abraham es emblemática como modelo de la fe en las promesas (cfr. Rom 4,13-25; Gal 3,6-18). Jesús invita a imitar esta fe para creer en el Mesí­as que ya ha llegado (cfr. Jn 8,56-59). La fe de Abraham no tiene lógica humana, porque “esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rom 4,18).

Universalismo de la promesa

Redescubriendo esta fe de Abraham e insertándose más en ella, todos los pueblos (y especialmente las religiones monoteí­stas), caminarán hacia el encuentro con Cristo, que es el objetivo de todas las promesas y el verdadero heredero o “descendencia” de Abraham (cfr. Gal 3,16). Todo bautizado, procedente o no del antiguo pueblo de Israel, es heredero de las promesas e hijo de Abraham por la fe que le “injerta” en Cristo (cfr. Rom 6,3-5; Gal 3,15-29; Heb 11,17-19). Pero todo cristiano debe reflejar en su vida la fe de Abraham en su dimensión histórico-salví­fica hacia Cristo, para ser signo de que las promesas se han cumplido en el mismo Cristo.

Referencias Alianza, Antiguo Testamento, elección, hebraí­smo, Islam, Israel.

Lectura de documentos CEC 59-61, 145-146, 165, 2570-2572.

Bibliografí­a AA.VV., Abrahan, Père des croyents (Paris, Cahiers Sioniers, 1953) 2; H. CAZELLES, E. COTHENET, etc, Abraham, en Diccionario de las Religiones (Barcelona, Herder, 1987) 14-19; R. MARTIN-ACHARD, Actualité d’Abraham (Paris-Neuchâtel 1969); A. GONZALEZ NUí‘EZ, Abraham, Padre de los Creyentes (Madrid, Taurus, 1963); R. De VAUX, Historia antigua de Israel (Madrid, Cristiandad, 1975; S. VIRGULIN, Abrahán, en Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica (Madrid, Paulinas, 1990) 24-31.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Abraham, antepasado del pueblo escogido, ocupa un puesto privilegiado en la historia de la salvación. Su *vocación no constituye sólo la fase inicial del *designio de Dios, sino que fija ya sus orientaciones fundamentales.

1. VOCACIí“N DE ABRAHAM.

En lugar de una mera crónica sobre la existencia de Abraham, presenta el Génesis un relato religioso en el que se hallan ya las notas de las tres corrientes de tradición: la yahvista insiste en las bendiciones y en las promesas divinas, la elohista en la fe a toda prueba del patriarca, la tradición sacerdotal en la alianza y en la circuncisión. La figura de Abraham así­ iluminada aparece como la de un hombre, al que Dios atrajo a sí­ y luego lo probó, con miras a hacer de él el padre, increí­blemente colmado, de un pueblo innumerable.

1. Abraham, elegido de Dios. La vida entera de Abraham se desenvuelve bajo el signo de la libre iniciativa de Dios. Dios interviene el primero; escoge a Abraham entre la descendencia de Sem, le “hace salir” de Ur (Gén 11,10-31) y lo conduce por sus *caminos a un paí­s desconocido (Heb 11,8). Esta iniciativa es iniciativa de amor: desde los comienzos manifiesta Dios para con Abraham una generosidad sobre toda medida. Sus promesas delinean un porvenir maravilloso. La expresión que se repite constantemente es: “yo daré”; Dios dará a Abraham una tierra (Gén 12,7; 13,15ss; 15,18; 17,8); lo colmará, lo hará extremadamente fecundo (12,2; 16,10; 22,17). A decir verdad, las circunstancias parecen contrarias a estas perspectivas: Abraham es un nómada, Sara no está ya en edad de tener hijos. Así­ resalta todaví­a mejor la gratuidad de las promesas divinas: el porvenir de Abraham depende completamente del poder y de la bondad de Dios. Así­ Abraham resume en sí­ mismo al pueblo de Dios, *elegido sin mérito precedente. Todo lo que se de pide es una fe atenta e intrépida, una acogida sin reticencia otorgada al designio de Dios.

2. Abraham, probado. Esta fe se debe purificar y fortificar en la prueba. Dios tienta a Abraham pidiéndole que le sacrifique a su hijo Isaac, en el que precisamente estriba la promesa (Gén 22, 1s). Abraham “no rehusa su hijo, el único” (22,12.16) -es sabido que en los cultos cananeos se practicaban sacrificios de niños-; pero Dios preserva a Isaac, asumiendo él mismo el cuidado de “proporcionar el cordero para el holocausto” (22,8.13ss). Asi se manifestó la profundidad del “*temor de Dios” en Abraham (22,12). Por otra parte, con la misma ocasión revelaba Dios que su designio no está ordenado a la muerte, sino a la vida. “No se regocija de la pérdida de los vivientes” (Sab 1,13; cf. Dt 12,31; Jer 7,31). La muerte será un dí­a vencida; el “sacrificio de Issac” aparecerá entonces como una escena profética (Heb 11l,l9; 2,14-17; cf. Rom 8,32).

3. Abraham, padre colmado. La obediencia de Abraham acaba en la confirmaciónn de la promesa (Gén 22,16ss), cuya confirmaciónn ve él mismo esbozarse: “Yahveh bendijo a Abraham en todo” (Gén 24,1). “Nadie le igualó en gloria” (Eclo 44,19). No se trata de una bienandanza individual: la vocación de Abrabam está en ser *padre. Su *gloria está en su descendencia. Según la tradición sacerdotal, el cambio de nombre (Abram se cambia por Abraham) atestigua esta orientación, pues al nuevo nombre se le da la interpretación de “padre de multitudes” (Gén 17,5). El destino de Abraham ha de tener amplias repercusiones. Como Dios no le oculta lo que piensa hacer, el patriarca asume el empeño de interceder por las ciudades condenadas (18,16-33); su paternidad extenderá todaví­a su influencia, cuya irradiación será universal: “Por tu posteridad serán benditas todas las *naciones” (22,18) La tradición judí­a, meditando sobre este oráculo, le reconocerá un sentido profundo: “Dios le prometió con juramento bendecir a todas las naciones en su descendencia” (Eclo 44,21; cf. Gén 22,18 LXX). Asi pues, si en Adán se esbozaron los destinos de la humanidad pecadora, en Abraham se esbozaron los de la humanidad salva.

II. POSTERIDAD DE ABRAHAM.

1. Fidelidad de Dios. Con Abraham, las promesas se refieren, pues, también a su posteridad (Gén 13,15; 17,7s). Dios las repite a Isaac y a Jacob (26,3ss; 28,13s), los cuales las transmiten como herencia (28,4; 48,1Ss; 50.24). Cuando los descendientes de Abraham se ven oprimidos en Egipto, Dios presta oí­dos a sus lamentos, porque “se acuerda de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob” (Ex 2,23s; cf. Dt 1,8). “Recordando su palabra sagrada para con Abraham, su siervo, hizo salir a su pueblo en medio de la alegrí­a” (Sal 105,42s). Más tarde alienta a los exiliados Ilamándolos “raza de Abraham, mi amigo” (Is 41,8). En perí­odos de apuro, en que se ve amenazada la existencia de Israel, los profetas restauran su confianza recordando la vocación de Abraham: “considerad la roca de que habéis sido tallados, la cantera de que habéis sido sacados. Mirad a Abraham, vuestro padre…” (Is 51,1s; cf. Is 29,22; Neh 9,7s). Y para obtener los favores de Dios la mejor oración consiste en apelar a Abraham: “Acuérdate de Abraham…” (Ex 32, 13; Dt 9,27; IRe 18,36), “otorga… a Abraham tu gracia” (Miq 7,20).

2. Filiación carnal. Pero hay una manera mala de apelar al patriarca. En efecto, no basta con provenir fí­sicamente de él para ser sus verdaderos herederos; hay que enlazar con él también espiritualmente. Es falsa la *confianza que no va acompañada de una profunda docilidad a Dios. Ya Ezequiel lo dice a sus contemporáneos (Ez 33,24-29). Juan Bautista, anunciando el juicio de Dios se enfrenta con la misma ilusión: “No os forjéis ilusiones diciendo: Tenemos a Abraham por padre. Porque yo os digo que Dios puede hacer de estas piedras hijos de Abraham”. (Mt 3,9). El rico avariento de la parábola, por mucho que clama “¡Padre Abraham!”, no obtiene nada de su antepasado: por su culpa hay un abismo zanjado entre ambos (Lc 16,24ss). El cuarto evangelio hace la misma afirmación: Jesús, desenmascarando los proyectos homicidas de los judí­os, les echa en cara que su calidad de hijos de Abraham no les habla impedido convertirse en hijos del diablo (Jn 8,37-44). La filiación carnal no vale nada sin la fidelidad.

3. Las obras y la fe. Para que sea auténtica esta fidelidad hay que evitar otra desviación. En el transcurso de las edades ha celebrado la tradición los méritos de Abraham, su *obediencia (Neh 9,8; Eclo 44,20), su heroí­smo (1 Mac 2,52; Sab 10,5-6); continuando en esta dirección ciertas corrientes del judaí­smo acabaron por realzar este aspecto: poní­an toda su confianza en las *obras humanas, en la perfecta observancia de la ley, con lo cual llegaban a olvidar que lo esencial es apoyarse en Dios. Esta pretensión orgullosa, combatida ya en la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18,9-14), queda completamente destruida por san Pablo. Este se apoya en Gén 1 5,6: “Abraham creyó a Dios y le fue reputado por justicia”, para demostrar que la *fe, y no las obras, constituye el fundamento de la salvación (Gál 3,6; Rom 4,3). El hombre no tiene por qué gloriarse, pues todo le viene de Dios “a titulo gratuito” (Rm 3-27; 4,1-4). Ninguna obra antecede al favor de Dios, sino que todas son fruto del mismo. Desde luego, este fruto no debe faltar (Gál 5,6; cf. ICor 15,10), como no faltó en la vida de Abraham; Santiago lo hace notar a propósito del mismo texto (Sant 2,20-24; cf. Heb 11,8-19).

4. La única posteridad. ¿Cuál es, pues, en definitiva la verdadera posteridad de Abraham? Es Jesucristo, hijo de Abraham (Mt 1,1); más aún: entre los descendientes del patriarca es el único en quien recae con plenitud la *herencia de la promesa: es la descendencia por excelencia (Gál 3,16). Por su vocación estaba Abraham ciertamente orientado hacia el advenimiento de Jesús, y su gozo consistió en percibir, en vislumbrar este *dí­a a través de las bendiciones de su propia existencia (Jn 8,56; cf. Lc 1,54s.73). Esta concentración de la promesa en un descendiente único, lejos de ser una restricción, es la condición del verdadero universalismo. Todos los que creen en Cristo, circuncisos o incircuncisos, israelitas o gentiles, pueden tener participación en las *bendiciones de Abraham (Gál 3,14). Su *fe hace de ellos la descendencia espiritual del que creyó y vino a ser ya “el padre de todos los creyentes” (Rm 4,11ss). “Todos sois uno en Cristo Jesús. Y si todos sois de Cristo, luego sois descendientes de Abraham, herederos según la promesa” (Gál 3,28s). Tal es el coronamiento de la revelación bí­blica, llevada a su término por el Espí­ritu de Dios. Es también la última palabra sobre la “gran recompensa” (Gén 15,1), anunciada al patriarca: su paternidad se extiende a todos los elegidos del cielo. La patria definitiva de los creyentes es “el seno de Abraham” (Lc 16,22), al que la liturgia de difuntos hace votos por que lleguen las almas.

-> Bendición – Elección – Fe – Herencia – Padre – Promesa – Vocación.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Las promesas de Dios dadas a Abraham contienen los primeros esbozos del pacto de gracia, en cuyos términos se desarrolla y llega a su plenitud la historia redentiva. En lugar de subrayar las condiciones Abraham debe asentir para gozar las bendiciones prometidas, las afirmaciones más antiguas de estas promesas enfatizan lo que Dios hará en el cumplimiento de sus promesas (note la repetición del «yo haré» en Gn. 12:1–3, 7; 13:14–17; 15:5–6, 18–20). Cuando el pacto se establece formalmente en Gn. 15:1–20, no es Abraham, sino la teofanía que representa a Dios que pasa entre las partes divididas de los animales para confirmar el pacto. En consecuencia, este pacto no debe entenderse como un acuerdo o contrato hecho entre dos partes iguales, sino como una disposición o testamento en el que Dios declara sus bondadosos propósitos para el hombre (cf. Gá. 3:15, 17). Las promesas muestran que la redención será al fin universal en su alcance, porque todas las naciones encontrarían bendición en la simiente de Abraham (Gn. 12:3; 18:18; 22:17–18).

Unos trece años después del pacto de Gn. 15, Dios instituyó el rito de la circuncisión, no como una condición para entrar a poseer las bendiciones del pacto, sino como una señal para Abraham, su familia y posteridad, señal que indicaba que tales bendiciones ya estaban siendo gozadas (Gn. 17:9–14). De este modo, Pablo concluye que la circuncisión, o cualquier obra por la que los hombres busquen distinguirse, no tiene ningún valor para ganar las bendiciones del pacto de gracia (Ro. 4:1–12). Por tanto, de ahí se sigue que la simiente de Abraham a la que pertenecen las promesas no es coextensiva con la descendencia física de Abraham, que recibió la circuncisión (Ro. 9:6–8), sino que con aquellos que, estén circuncidados o no, imitan la fe de Abraham (Gá. 3:7). Es propio llamarles, entonces, «la simiente de Abraham», porque la fe que exhiben fluye de su unión con Cristo, quien era en su naturaleza humana descendiente físico de Abraham (Gá. 3:16, 29).

El relato del Génesis nos muestra cómo fue que Dios obró para desarrollar la fe de Abraham hasta el punto en que llegó a confiar en que Dios cumpliría sus promesas, aun si eso significara tener que vencer el carácter casi muerto de su cuerpo y el de Sara (Ro. 4:17–22) y la muerte que se ordenó para Isaac (Heb. 11:17–19). Desde la encarnación, los escogidos tienen una fe que es cualitativamente igual a la de Abraham en el sentido que creen en Dios, que levantó de los muertos a Jesús (Ro. 4:23–25). Las obras de amor son un concomitante necesario de tal fe (Gá. 5:6; Stg. 2:14–26), y así no sorprende que, al reiterar las promesas del pacto en los últimos relatos sobre Abraham, las bendiciones sean expresadas como si estuviesen condicionadas a la obediencia de Abraham (Gn. 18:17–19; 22:15–18; cf. 26:3–5). Por consiguiente, la vida de Abraham muestra cómo la gracia de Dios opera para producir tanto las bendiciones de la redención como las condiciones necesarias para recibir tales bendiciones.

BIBLIOGRAFÍA

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Fuente: Diccionario de Teología

Descendiente de Sem e hijo de Taré; esposo de Sara y, como padre de Isaac, antepasado del pueblo hebreo y, a través de Ismael, de otros pueblos semitas (Gn. 17.5; 25.10–18). Judíos, cristianos y musulmanes consideran su vida (Gn. 11.26–25.10; resumida en Hch. 7.2–8) como notable ejemplo de una extraordinaria fe en Dios (He. 11.8–12).

I. Nombre

La etimología del nombre de Abram (heb. ˒aḇrām; empleado en Gn. 11.26–17.4 y rara vez en otras partes, p. ej. 1 Cr. 1.27; Neh. 9.7) es incierta. Probablemente significa ‘el padre es exaltado’, y es una forma típica y específica del nombre personal Ab(i)ram entre los primitivos semitas occidentales. Después del pacto en Gn. 17.5 su nombre se convierte en Abraham (˒aḇrāhām), que se explica como “padre de una multitud” de naciones. Ambos nombres se encuentran en textos cuneiformes y egipcios a partir del ss. XIX a.C., pero no como personas idénticas. Esta última forma, posiblemente como etimología popular, generalmente se considera como variante dialectal de Abram, aunque tiene el sentido de un nombre nuevo y diferente (que puede incorporar una forma primitiva del ár. rhm = ‘multitud’).

II. Carrera

Abraham nació en *Ur pero se fue con su esposa Sarai, su padre, sus hermanos Nacor y Harán, y su sobrino Lot a Harán (Gn. 11.26–32). A la edad de 75 años, cuando murió su padre, Abraham se trasladó sucesivamente a Palestina (Canaán), cerca de Bet-el, a Mamre, cerca de Hebrón, y a Beerseba. En cada uno de estos lugares erigió un altar y una tienda-santuario.

Sus relaciones con extranjeros mientras vivió cerca de Siquem, y en Egipto, Gerar y Macpela, lo muestran como el respetado jefe de un grupo, al cual trataban en un plano de igualdad. Fue el jefe reconocido de una coalición que rescató a su sobrino Lot, capturado en Sodoma por un grupo de “reyes” (Gn. 14). El acento recae sobre su vida, no tanto como “peregrino”, sino como “inmigrante-residente” (gēr) sin ciudad capital. Era rico, tenía sirvientes (14.14) y posesiones (13.2), y vivió pacíficamente entre los cananeos (12.6), los ferezeos (13.7), los filisteos (21.34) y los egipcios; tuvo trato con los heteos o hititas (23).

III. *Pactos

De acuerdo con el estilo de los primitivos pactos-tratados, el “gran Rey” Yahvéh concertó un pacto-tratado con Abraham (15.17–21), el que también concertó tratados paritarios con potencias contemporáneas.

(i) La tierra

Por medio del pacto, Yahvéh prometió a Abraham y a sus sucesores la tierra a partir del río Eufrates hacia el SO para siempre. La fe de Abraham se mostró tanto en su disposición para hacer suya esa cesión divina de tierras desde Beerseba (21.33) hasta Dan (14.14) mediante actos simbólicos, o por el hecho de tomarlas como “jefe” de sus habitantes multirraciales luego de derrotar a los que anteriormente las habían poseído. Pero no estableció capital, y tuvo que comprar un lugar para sepultar a su mujer (Gn. 23).

(ii) La familia

El mismo pacto divino le prometía y confirmaba una familia y naciones como sucesores (13.16). Como no tenía hijos, primero nombró heredero a su mayordomo Eliezer de Damasco (15.2). Trató a su sobrino como heredero, y le dio una parte preferencial en la tierra “prometida”, hasta que Lot decidió irse a Sodoma (13.8–13). A la edad de 86 años tuvo un hijo, Ismael, de una concubina egipcia, Agar, que le dio su esposa. Ambos fueron expulsados posteriormente. Más tarde, a la edad de 99 años, se le repitió la promesa de familia, nación y ley, y Yahvéh le cambió el nombre y le dio la señal del pacto: la circuncisión de los varones (17). Nuevamente se confirmó la promesa por medio de otra teofanía en Mamre, a pesar del descreimiento de Sara (18.1–19). Un año más tarde nació Isaac.

La gran prueba de la fe de Abraham fue la orden de Yahvéh de sacrificar a Isaac en Moríah. Obedeció, y en el momento del sacrificio el ángel detuvo su mano cuando le fue proporcionado un carnero como sustituto (22.1–14). En esa ocasión se reafirmó el pacto entre Yahvéh y Abraham (vv. 15–20). Sara murió a la edad de 127 años, y fue sepultada en la cueva de Macpela, que Abraham había comprado a Efrón (23). Cuando Abraham sintió que se aproximaba su propia muerte, hizo jurar a Eliezer que obtendría esposa para Isaac entre sus parientes cerca de Harán. De este modo, su sobrina nieta Rebeca se convirtió en esposa de Isaac (24).

Ya en edad avanzada, Abraham se casó con Centura, cuyos hijos fueron los antepasados de las tribus de Dedán y Madián. Después de haberle dado a Isaac “todo cuanto tenía”, y de hacer regalos a sus otros hijos, Abraham murió a la edad de 175 años y fue sepultado en *Macpela (25.1–10).

Dios reconoció que Abraham era capaz de “[mandar] a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio” (18.19). Era hospitalario, y agasajaba a los extranjeros con respeto (18.2–8; 21.8).

IV. Personalidad

Abraham declaró abiertamente su fe en Dios como el Todopoderoso (Gn. 17.1), eterno (21.33), Altísimo (14.22), creador y poseedor (Señor) de los cielos y de la tierra (14.22; 24.3), y justo juez de las naciones (15.14) y de toda la tierra (18.25). Para él Yahvéh era justo (18.25), sabio (20.6), recto (18.19), bueno (19.19), y misericordioso (20.6). Aceptaba el juicio de Dios sobre el pecado (18.19; 20.11), y sin embargo intercedió ante él por Ismael (17.20) y Lot (18.27–33). Abraham tuvo estrecha comunión con Dios (18.33; 24.40; 48.15), y recibió de él revelación especial en visiones (15.1), y visitas en forma humana (18.1) o angélica (o de “mensajero”) (22.11, 15). Abraham adoraba a Yahvéh, llamándolo por ese nombre (13.4) y construyendo un altar para dicho fin (12.8; 13.4, 18). Su claro monoteísmo contrasta con el politeísmo de sus antepasados (Jos. 24.2).

La fe de Abraham puede verse particularmente en su disposición a obedecer los llamados de Dios. Por fe abandonó Ur en la *Mesopotamia (11.31; 15.7), acto que destacó Esteban (Hch. 7.2–4). En forma similar fue guiado a abandonar Harán (Gn. 12.1, 4).

Vivió cien años en Canaán, la tierra que se le había prometido (Gn. 13.12; 15.18); pero este fue un cumplimiento parcial, ya que sólo ocupó una pequeña parcela de tierra en Macpela y disfrutó de ciertos derechos cerca de Beerseba. La prueba suprema de su fe se presentó cuando se le pidió que sacrificara a Isaac, su único hijo, que era, humanamente hablando, el único medio de que se cumplieran las promesas divinas. Su fe descansaba en su creencia en la capacidad de Dios para levantar a su hijo de entre los muertos (Gn. 22.12, 18; He. 11.19) si fuese necesario.

Se ha comparado su papel con el de un gobernador o estadista que, como los reyes posteriores, aplicaba la justicia en sujeción al “Juez de toda la tierra, [que] ¿no ha de hacer lo que es justo?” (18.25). Como ellos, tenía la responsabilidad de la ley y el orden, de rescatar personas secuestradas, de derrotar a los enemigos del gran Rey, y de asegurar la libertad del culto local (14.20). Era lo suficientemente capaz y valiente como para ir a la guerra contra enemigos superiores en número (14.5), y obraba con generosidad sin buscar ganancia personal (13.9; 14.23).

Los incidentes en la vida de Abraham que se han considerado debilidades graves son el aparente engaño al rey de Egipto y a Abimelec de Gerar, cuando hizo pasar a Sara por hermana suya para salvar su propia vida (Gn. 12.11–13; 20.2–11). Sara era hermanastra de Abraham (20.12; cf. 11.29). Debe rechazarse cualquier supuesto paralelo con los matrimonios hurritas entre hermano y hermana. En las Escrituras se considera que Sara fue fiel a su esposo y a su Dios (Is. 51.2; He. 11.11; 1 P. 3.6), de modo que, si bien esto puede ser un ejemplo de la forma en que aquéllas describen la fortuna, aun de los más grandes héroes (cf. *David), podríamos preguntarnos si se ha llegado a comprender bien este incidente.

La respuesta de Abraham a Isaac (Gn. 22.8) se ha considerado engañosa en virtud del sacrificio que se preparaba. Sin embargo, puede considerársela como un ejemplo supremo de su fe (“volveremos a vosotros”, 22.5; cf. He. 11.17–19). Este incidente es, además, una temprana condenación de los sacrificios de niños, que por otra parte eran poco frecuentes en el antiguo Cercano Oriente.

V. Significación teológica

Se consideraba a Israel como “la simiente de Abraham”, y la acción de Yahvéh de hacer descender muchos pueblos de un solo hombre se consideraba como un significativo cumplimiento de su palabra (Is. 51.2; Ez. 33.24). “El Dios de Abraham” designa a Yahvéh en toda la Escritura, y es el nombre con el que Dios mismo se reveló a Moisés (Ex. 3.15). El monoteísmo que Abraham en medio de la idolatría (Jos. 24.2), la manera en que Dios se le apareció (Ex. 6.3), lo eligió (Neh. 9.7), lo redimió (Is. 29.22) y lo bendijo (Mi. 7.20), como también su fe, fueron tema constante de exhortación y consideración (1 Mac. 2.52).

También en la época del NT se reverenciaba a Abraham como el antepasado de Israel (Hch. 13.26), del sacerdocio levítico (He. 7.5), y del mismo Mesías (Mt. 1.1). Aunque Juan el Bautista (Mt. 3.9) y Pablo (Ro. 9.7) refutan la superstición popular judía de que la descendencia racial de Abraham traía aparejada la bendición divina, la unidad de los hebreos como sus descendientes constituía una ilustración de la unidad de los creyentes en Cristo (Gá. 3.16, 29). El juramento (Lc. 1.73), el pacto (Hch. 3.13), la promesa (Ro. 4.13), y la bendición (Gá. 3.14) que Dios dio a Abraham por propia y libre decisión, todo lo heredan sus hijos por la fe. La fe de Abraham es tipo de la que lleva a la justificación (Ro. 4.3–12), una proclamación precristiana del evangelio universal (Gá. 3.8). Su obediencia por fe al llamado a abandonar Ur para vivir la vida nómada de “extranjero y peregrino” y su ofrecimiento de Isaac figuran como notables ejemplos de la fe en acción (He. 11.8–19; Stg. 2.21).

Como gran profeta y receptor del pacto divino, Abraham representa un papel único en la tradición judía (Ecl. 44.19–21; Bereshith Rabba; Pirqe Aboth 5.4; Jos., Ant. 1.7–8) y la musulmana (188 refs. en el Corán).

VI. Antecedentes arqueológicos

Las instituciones sociales, las costumbres, los nombres de personas y de lugares, y las situaciones generales, tanto literarias como históricas, concuerdan en buena medida con otras pruebas correspondientes a principios del 2º milenio a.C. Sin embargo, aunque muchos eruditos consideran que el relato patriarcal es sustancialmente histórico, y factible de fechar, desde la ocupación conocida de sitios reconocidos hasta la edad del bronce media, ca. ss. XX-XIX (Albright, de Vaux), o posteriormente, XIX-XVII (Rowley), o XV-XIV a.C. (Gordon), otros adhieren a la teoría de que estos relatos provienen de la época de David (Emerton, Clements), aunque algunos argumentan, basándose en indicios histórico-tradicionales, a favor de una fecha posterior (Thompson, van Seters), en razón de supuestos anacronismos entre los movimientos seminomádicos, la historia (esp. en Gn. 12), y las referencias a los filisteos, a camellos y a ciertos nombres de lugares (*Ur “de los caldeos”), todo lo cual hace pensar en el 1º milenio a.C. Para ellos la tradición es composición posterior (Thompson, van Seters). La mayor parte de estos puntos puede contestarse individualmente o tomando como base todas las pruebas disponibles (algunos detalles de los textos de *Ebla, ca. 2300 a.C., podrían proporcionar información adicional). Debemos destacar que los detalles precisos, la ausencia de la personificación legendaria de Abraham como tribu, y el hecho de que la mayor parte de las acciones de Abraham están registradas como las de una sola persona, son indicación de fuentes primitivas.

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D.J.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

La forma original del nombre, Abram , es aparentemente el término asirio Abu-ramu. Es dudoso si el significado usualmente atribuido a esa palabra, “padre excelso”, es correcto. El significado que se da al nombre Abraham en Génesis 17,5 es un juego popular de palabras, y se desconoce su significado real. El asiriólogo Hommel sugiere que en el dialecto minoico, se escribe la letra hebrea Hê (“h”) para alargar la letra a. Quizás aquí podemos tener la derivación real de la palabra, y Abraham puede ser solamente una forma dialéctica de Abram.
La historia de Abraham aparece en el Libro del Génesis, 11,26 a 25,18. Primero daremos un breve resumen de la vida del patriarca, como se relata en esa parte del Génesis, luego discutiremos en secuencia el tema de Abraham desde los puntos de vista del Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, historia profana y leyenda.

Contenido

  • 1 Breve resumen de la vida de Abraham
  • 2 Punto de vista del Antiguo Testamento
  • 3 Punto de vista del Nuevo Testamento
  • 4 A la luz de la Historia Profana
  • 5 Punto de vista de la Leyenda

Breve resumen de la vida de Abraham

DoréTéraj tuvo tres hijos: Abram, Najor y Harán. Abram se casó con Saray. Téraj tomó a Abram y su esposa Saray, y a Lot, el hijo de Harán, quien había muerto, y dejando Ur de los caldeos, vino a Jarán y vivió allí hasta su muerte. Entonces, respondiendo al llamado de Dios, Abram, con su esposa Saray, y Lot, y el resto de sus posesiones, fueron a la tierra de Canaán, entre otros lugares a Siquem y Betel, donde construyó altares al Señor. Una hambruna estalló en Canaán y Abram viajó hacia el sur a Egipto, y cuando había entrado al país, temiendo ser asesinado a causa de su esposa, le rogó a ésta que dijera que era su hermana. La noticia de la belleza de Saray llegó hasta el Faraón, y él la condujo a su harén, y honró a Abram en consideración a ella. Después, sin embargo, encontrando que ella era la esposa de Abram, la despachó ilesa, y reprendiendo a Abram por lo que había hecho, lo expulsó de Egipto.
De Egipto, Abram vino con Lot hacia Betel, y allí, encontrando que sus rebaños y ganados habían crecido mucho, propuso que se separaran y fueran por sus propios caminos. Así, Lot escogió el país alrededor del Jordán, mientras que Abram vivió en Canaán, y vino y habitó en el valle de Mambré en Hebrón. Ahora, a causa de una sublevación de los reyes de Sodoma y Gomorra y otros reyes contra Kedorlaomer, rey de Elam, después de haberle servido durante doce años, éste en el año décimo cuarto hizo una guerra contra ellos con sus aliados, Tidal, rey de naciones, Amrafel, rey de Senaar, y a Aryok, rey de Ponto.
El rey de Elam salió victorioso, y había ya llegado a Dan con Lot como prisionero, y cargado con el botín, cuando fue alcanzado por Abram. Con 318 hombres, el patriarca lo sorprende, lo ataca y lo derrota, rescata a Lot y el botín y regresa triunfante. En su camino a casa, se encuentra con Melquisedec, rey de Salem quien presenta pan y vino, y lo bendice, y Abram le da el diezmo de todo lo que tiene; pero no reserva nada para sí mismo. Dios promete a Abram que su descendencia será como las estrellas del cielo y que él poseerá la tierra de Canaán. Pero Abram no ve cómo será eso, porque ya se ha vuelto viejo. Entonces la promesa es garantizada por un sacrificio entre Dios y Abram, y por una visión y una intervención sobrenatural durante la noche. Saray, quien había envejecido y había abandonado la idea de tener hijos, persuadió a Abram a tomar a su sierva Agar. El así lo hace, y Agar, estando encinta, desprecia a la estéril Saray. Saray la maltrata por esto, así que ella huye al desierto, pero es persuadida a regresar por un ángel que la conforta con promesas de grandeza del hijo que va a dar a luz. Ella regresa y da a luz a Ismael. Trece años más tarde, Dios se aparece a Abram y le promete un hijo de Saray, y que su posteridad será una gran nación. Como signo, le cambia el nombre de Abram por Abraham, el de Saray por Sara, y ordena el rito de circuncisión. Un día después, estando sentado Abraham en su tienda, en el valle de Mambré, Yahveh se le aparece con dos ángeles en forma humana. Él les muestra su hospitalidad. Entonces se le renueva a Abraham la promesa de un hijo llamado Isaac. La anciana Sara escucha con incredulidad y se ríe. Entonces se le informa a Abraham sobre la inminente destrucción de Sodoma y Gomorra debido a sus pecados, pero obtiene de Yahveh la promesa de que no las destruirá si encuentra diez justos allí. Luego sigue una descripción de la destrucción de las dos ciudades y el escape de Lot.
A la mañana siguiente, Abraham, mirando desde su tienda hacia Sodoma, ve subiendo al cielo el humo de la destrucción. Después de esto, Abraham se desplaza hacia el sur a Guerar, y temiendo nuevamente por su vida dice de su esposa, “ella es mi hermana”. El rey de Guerar, Abimelec, envía por ella y la toma, pero conociendo en un sueño que ella es la esposa de Abraham, la regresa sin tocarla, y lo reprende y le da regalos. En su ancianidad Sara da a Abraham un hijo, Isaac, y es circuncidado en el octavo día. Mientras él es todavía joven, Sara está celosa, viendo a Ismael jugando con el pequeño Isaac, así que procura que Agar y su hijo sean arrojados fuera. Entonces, Agar habría dejado a Ismael perecer en el desierto, si un ángel no la hubiese animado hablándole del futuro de su hijo. Abraham está próximo a sostener una disputa con Abimelec acerca de un pozo en Berseba, la cual termina en un convenio entre ellos.

Fue después de esto que tiene lugar la gran prueba de fe de Abraham. Dios le manda sacrificar a su único hijo Isaac. Cuando Abraham tiene su brazo levantado y está en el acto de golpear, un ángel del cielo detiene su mano y le hace la más maravillosa promesa de la grandeza de su posteridad como consecuencia de su completa fe en Dios. Sara muere a la edad de 127 años, y Abraham, habiendo comprado a Efrón el hitita la cueva en Macpelá cerca de Mambré, la sepulta allí. Su propia carrera no está aún enteramente terminada, pues primero que todo toma una esposa para su hijo Isaac, Rebeca, de la ciudad de Najor en Mesopotamia. Luego él se casa con Queturá, vieja como él, y de ella tiene seis hijos. Finalmente, dejando todas sus posesiones a Isaac, muere a la edad de 170 años, y es sepultado por Isaac e Ismael en la cueva de Macpelá.

Punto de vista del Antiguo Testamento

Abraham puede ser considerado el punto de arranque o fuente de la religión del Antiguo Testamento. De modo que desde los días de Abraham, los hombres se acostumbraron a hablar de Dios como el Dios de Abraham, mientras que no encontramos a Abraham refiriéndose en la misma forma a cualquiera anterior a él. Así tenemos al criado de Abraham hablando de “el Dios de mi padre Abraham” (Génesis 24,12). Yahveh, en una aparición a Isaac, habla de sí mismo como el Dios de Abraham (Gen. 26,24), y para Jacob El es “el Dios de mi padre Abraham” (Gen. 31,42). Así, también, mostrando que la religión de Israel no comienza con Moisés, Dios dice a Moisés: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham” etc. (Ex. 3,6). La misma expresión se usa en los Salmos [47(46),10] y es común en el Antiguo Testamento. Abraham es así escogido como el comienzo o fuente de la religión de los hijos de Israel y el origen de su cercana relación con Yahveh, a causa de su fe, confianza y obediencia a y en Yahveh, y por las promesas de Yahveh a él y a su descendencia. Así, en Génesis, 15,6, se dice: “Abram creyó en Dios, el cual se lo reputó por justicia”. Esta fe en Dios fue demostrada por él cuando dejó Jarán y viajó con su familia al país desconocido de Canaán. Fue probada fundamentalmente cuando estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo Isaac, en obediencia a un mandato de Dios. Fue en esa ocasión cuando Dios dijo: “Porque tú no has perdonado a tú único hijo engendrado por amor a mí, Yo te bendeciré” etc. (Gen. 22,16-17). Es a ésta y otras promesas hechas tan a menudo por Dios a Israel, que los escritores del Antiguo Testamento se refieren una y otra vez en confirmación de sus privilegios como el pueblo escogido. Estas promesas, que se registra haber sido hechas no menos de ocho veces, son que Dios dará la tierra de Canaán a Abraham y su descendencia (Gen., 12,7); que su descendencia crecerá y se multiplicará como las estrellas del cielo; que él mismo será bendito y que en él “serán benditas todas las naciones de la tierra” (12,3). En consecuencia, la opinión tradicional de la vida de Abraham, como se registra en el Génesis, es que es historia en el estricto sentido de la palabra. Así el Padre von Hummelauer, S.J., en su comentario sobre el Génesis en el “Cursus Scripture Sacrae” (30), en respuesta a la pregunta sobre de qué autor procedió primero la sección sobre Abraham, replica, de Abraham como la primera fuente. En efecto, él igualmente dice que está todo en un mismo estilo, como una prueba de su origen, y que el pasaje, 25,5-11, concerniente a los bienes, muerte, y sepultura de Abraham viene de Isaac. Debe, sin embargo, añadirse que es dudoso si el Padre Hummelauer se adhiere todavía a estas opiniones, escritas antes de 1895, puesto que él ha modificado mucho su posición en el volumen sobre el Deuteronomio.

Una opinión bastante diferente sobre la sección del Génesis que trata de Abraham, y en efecto de todo el Génesis, es asumida por eruditos críticos modernos. Ellos, casi unánimemente, sostienen que la narración de la vida del patriarca está compuesta prácticamente en su totalidad de tres escrituras o escritores llamados el yahvista, el eloísta, y el escritor sacerdotal, y denotados por las letras J, E y P. J y E consistían de colecciones de historias relativas al patriarca, algunas de origen más antiguo, otras más recientes. Quizá las historias de J muestran una mayor antigüedad que las de E. No obstante, los dos autores son muy semejantes y no siempre es fácil distinguir uno del otro en el relato combinado de J y E. A partir de lo que podemos observar, ni el yahvista ni el eloísta fue un autor personal. Ambos son más bien escuelas, y representan las colecciones de muchos años. Ambas colecciones fueron cerradas antes del tiempo de los profetas; J en algún momento en el siglo IX a.C., y E en los comienzos del siglo VIII, el primero probablemente en el Reino del Sur, el último en el Norte. Luego, hacia el final del reino, tal vez debido a la inconveniencia de tener dos relatos rivales de las historias de los patriarcas, etc., un redactor R.JE (?) combinó las dos colecciones en una, conservando en lo posible las palabras de sus fuentes, haciendo tan pocos cambios como fuese posible para ajustarlas una a la otra, y tal vez siguiendo principalmente a J en el relato de Abraham. Entonces, en el siglo V, un escritor que evidentemente pertenecía a la casta sacerdotal, puso por escrito nuevamente un relato de la historia primitiva y patriarcal, desde el punto de vista sacerdotal. Le asignó gran importancia a la claridad y la exactitud; sus relatos de cosas son a menudo moldeados en la forma de fórmulas (cf. Gén. 1); es muy peculiar acerca de las genealogías, como también de las notas cronológicas. La vivacidad y el color de las narraciones patriarcales más antiguas, J y E, son deficientes en la última, que en su mayor parte es tan formal como un documento legal, aunque a veces no carece de dignidad y aún de majestad como es el caso del primer capítulo del Génesis. En fin, la moral que puede sacarse de los diferentes eventos narrados, es más claramente expresada en este tercer escrito y, según los críticos, el punto de vista moral es aquel del siglo V a.C. Finalmente, después del tiempo de Esdras, esta última historia, P, fue unificada con la ya combinada narración J.E. por un segundo redactor R.JEP, siendo el resultado la actual historia de Abraham, y en realidad el libro actual del Génesis; aunque con toda probabilidad se hicieron inserciones en una fecha aún posterior.

Punto de vista del Nuevo Testamento

San Mateo remonta la genealogía de Jesucristo hasta Abraham, y aunque en la Genealogía de Cristo, según San Lucas, se señala que desciende según la carne no sólo de Abraham sino también de Adán, no obstante, San Lucas muestra su apreciación de los frutos del linaje de Abraham, atribuyéndole todas las bendiciones de Dios sobre [[israelitas|Israel a las promesas hechas a Abraham. Esto hace en el Magnificat, 1,55, y en el Benedictus, 1,73. Más aún, en la medida que el Nuevo Testamento sigue la huella de Jesucristo desde Abraham, así lo hace de todos los judíos; no obstante, cuando hace esto, lo acompaña de una nota de advertencia, no sea que los judíos se imaginen que tienen derecho a poner su confianza en el hecho de su descendencia carnal de Abraham, sin nada más. Así (Lucas, 3,8), San Juan el Bautista dice: “No comencéis a decir: Tenemos a Abraham por nuestro padre, porque yo os digo que de estas piedras puede Dios hacer nacer hijos a Abraham”. En Lucas, 19,9 el Salvador llama al pecador Zaqueo un hijo de Abraham, así como de igual forma llama hija de Abraham a una mujer a quien Él había sanado (Lucas, 13,16); pero en éste y muchos casos similares, ¿no es simplemente otra manera de llamarlos judíos e israelitas, exactamente como a veces se refiere a los Salmos bajo el nombre general de David, sin implicar que David escribió todos los Salmos, y como llama al Pentateuco los Libros de Moisés, sin pretender zanjar la cuestión de la autoría de esa obra?

No es a la descendencia carnal de Abraham a lo que se le atribuye importancia; más bien, es a la práctica de las virtudes atribuidas a Abraham en el Génesis. Así en Juan 8 los judíos, a quienes Nuestro Señor estaba hablando, alardean (33): “Nosotros somos hijos de Abraham”, y Jesús les replica (39): “Si sois hijos de Abraham, obrad como Abraham”. San Pablo también muestra que él es hijo de Abraham y se gloría en ese hecho como en 2 Cor. 11,22, cuando exclama: “Ellos son los hijos de Abraham, también yo lo soy”. Y de nuevo (Rom. 11,1): “Yo también soy un israelita, del linaje de Abraham”, y se dirige a los judíos de Antioquía en Pisidia (Hch. 13,26) como “hijos de la raza de de Abraham”. Pero, siguiendo la enseñanza de Jesucristo, San Pablo no atribuye demasiada importancia a la descendencia carnal de Abraham; pues él dice (Gal. 3,29): “Si sois de Cristo, entonces sois herederos de Abraham”, y de nuevo (Rom. 9,6): “No todos los descendientes de Israel son israelitas; ni todos los que son descendientes de Abraham, sus hijos”.

Así también podemos observar en todo el Nuevo Testamento la importancia atribuida a las promesas hechas a Abraham. En los Hechos de los Apóstoles, 3,25, San Pedro recuerda a los judíos la promesa, “en tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra”. Lo mismo hace San Esteban en su discurso ante el concilio (Hch. 7), y San Pablo en la Epístola a los Hebreos, 6,13. No fue la fe del anciano patriarca inferior a la elevada idea de ella expresada por los escritores del Nuevo Testamento. El pasaje del Génesis que estaba más prominentemente ante ellos era 15,6: “Abraham creyó en Dios, el cual se lo reputó por justicia”. En Romanos 4 San Pablo arguye vigorosamente por la supremacía de la fe, de la cual dice que justificó a Abraham, “si Abraham obtuvo la justicia por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no delante de Dios”. La misma idea es inculcada en la Epístola a los Gálatas (cap. 3) donde se discute la cuestión: “Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por la fe en la predicación?” San Pablo decide que es por la fe y dice: “Luego los que tienen fe serán justificados con el fiel Abraham”. Es claro que este lenguaje, tomado tal cual, y separadamente de la absoluta necesidad de buenas obras sostenida por San Pablo, es propenso a descarriar y efectivamente ha descarriado a muchos en la [[historia eclesiástica. Por consiguiente, a fin de apreciar por completo la doctrina católica de la fe, debemos suplementar a San Pablo con Santiago. En 2,17-22, de la epístola católica leemos: “Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma. Pero alguien dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras, muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré mi fe por las obras. Tú crees que hay un solo Dios. Haces bien; también lo creen los demonios y tiemblan. Pero quieres saber, ¡oh hombre vano!, que la fe sin obras está muerta? ¿No fue nuestro padre Abraham justificado por sus obras, y por las obras su fe se hizo perfecta?”

En la Epístola a los Hebreos (cap. 7), San Pablo entra en una larga discusión concerniente al sacerdocio eterno de Jesucristo. El recuerda las palabras del Salmo 110(109) más de una vez, en el cual se dice: “Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec”. Recuerda el hecho de que Melquisedec es etimológicamente el rey de justicia y también rey de paz; y más aún, que no solamente es rey, sino también sacerdote del Altísimo Dios. Entonces, teniendo en cuenta que no se tiene conocimiento de su padre, madre o genealogía, ni registro alguno de sus herederos, se asemeja a Cristo rey y sacerdote; no levita ni de acuerdo al orden de Aarón, sino un sacerdote eterno de acuerdo al orden de Melquisedec.

A la luz de la Historia Profana

Uno se inclina a preguntar, cuando considera la luz que la historia profana puede arrojar sobre la vida de Abraham: ¿No es increíble la vida del patriarca? La pregunta puede ser, y es contestada en diferentes formas, de acuerdo al punto de vista del interrogador. Tal vez no carezca de interés citar la respuesta del Profesor Driver, un hábil y representativo exponente de las opiniones críticas moderadas:

“¿Contienen las narraciones patriarcales improbabilidades históricas intrínsecas? O, en otras palabras, ¿hay algo intrínsecamente improbable en las vidas de los distintos patriarcas, y las vicisitudes por las cuales respectivamente pasaron? Al considerar esta interrogante, debe hacerse una distinción entre las diferentes fuentes de las cuales están compuestas estas narraciones. Aun cuando detalles particulares en ellas pueden ser improbables, y aunque la representación puede, en algunas partes, estar coloreada por lo religioso y otras asociaciones de la edad en la que fueron escritas, no puede decirse que las biografías de los tres primeros patriarcas, como se exponen en J y E, sean, generalmente hablando, históricamente improbables; si se toman en conjunto, los movimientos y vidas generales de Abraham, Isaac y Jacob son creíbles”. (Génesis, p. 46).

Tal es la opinión moderada; la postura avanzada es algo diferente. “La opinión asumida por el paciente criticismo reconstructivo de nuestros días es que, no sólo religiosamente, sino aún en un sentido cualitativo, históricamente también, las narraciones de Abraham merecen nuestra atención” (Cheyne, Encyc. Bib., 26). Volviendo ahora a mirar la luz arrojada por la historia profana sobre los relatos de la vida de Abraham como se dan en el Génesis, tenemos primero que todo, las narraciones de historiadores antiguos, como Nicolás de Damasco, Beroso, Hecateo y similares. Nicolás de Damasco dice cómo Abraham, cuando salió de Caldea vivió por varios años en Damasco. En efecto, en Josefo se dice que él fue el cuarto rey de esa ciudad. Pero entonces no hay duda práctica de que este relato se basa en las palabras del Génesis, 14,15, en el cual se menciona el pueblo de Damasco. En cuanto al gran hombre al cual se refiere Josefo como mencionado por Beroso, no hay nada para mostrar que ese gran hombre fue Abraham. En la “Praeparatio Evang.” de Eusebio hay extractos de numerosos escritores antiguos, pero no se les puede atribuir ningún valor histórico. En efecto, en lo que concierne a los historiadores antiguos, podemos decir que todo lo que conocemos de Abraham está contenido en el libro del Génesis.

Un asunto mucho más importante e interesante es el valor atribuible a los recientes descubrimientos arqueológicos de exploradores bíblicos y otros en el Oriente. Arqueólogos como Hommel, y más especialmente Sayce, están dispuestos a asignarles una gran importancia. Ellos dicen, en efecto, que estos descubrimientos arrojan un serio elemento de duda sobre muchas de las conclusiones de los críticos más prominentes. De otra parte, críticos avanzados como Cheyne al igual que moderados como Driver, no tienen en muy alta estima las deducciones hechas por estos arqueólogos a partir de la evidencia de los monumentos, sino que las consideran como exageraciones. Para dejar el asunto más claro, citamos lo siguiente del Profesor Sayce, para capacitar al lector a ver por sí mismo, lo que él piensa (Early Hist. Of the Hebrews, 8): “Se han encontrado tablillas cuneiformes relativas a Kedorlaomer y los otros reyes de Oriente mencionados en el capítulo 14 del Génesis, mientras que en las Tablas de Tell el-Amarna]], el rey de Jerusalén declara que él había sido elevado al trono por el ‘brazo’ de su Dios, y fue por consiguiente, un sacerdote-rey como Melquisedec. Pero Kedorlaomer y Melquisedec hacía mucho tiempo habían sido proscritos al campo mítico y el criticismo no admitiría que un descubrimiento arqueológico los hubiese restituido a la historia real. Por consiguiente, escritores en satisfecha ignorancia de los textos cuneiformes, dijeron a los asiriólogos que sus traducciones e interpretaciones eran igualmente erróneas”. Ese pasaje dejará en claro el gran desacuerdo en que están los críticos y los arqueólogos.

Pero nadie puede negar que la asiriología ha arrojado alguna luz sobre las historias de Abraham y los otros patriarcas. Así el nombre de Abraham era conocido en aquellos tiempos remotos; pues entre otros nombres cananeos y amorreos encontrados en escrituras de venta de ese período están los de Abi-ramu, o Abram, Jacob-el (Ya’qub-il), y Josef-el (Yasub-il). Así, también, respecto al capítulo catorce del Génesis, que relata la guerra de Kedorlaomer y sus aliados en Palestina, no hace tanto tiempo que la crítica lo relegó a la región de la fábula, bajo la convicción de que babilonios y elamitas en Palestina y la tierra circundante era un burdo anacronismo en esa fecha remota. Pero ahora el Profesor Pinches ha descifrado ciertas inscripciones relativas a Babilonia en las que los cuatro reyes, Amrafel rey de Senaar, Aryok rey de Ponto, Kedorlaomer rey de los elamitas, y Tidal rey de naciones, son identificados con el rey Hammurabi de Babilonia, Eri-aku, Kudur-laghghamar, y Tuduchula, hijo de Gaza, y que habla de una campaña de estos monarcas en Palestina. Así que nadie puede seguir asegurando que la guerra de la que se habla en el Génesis 14 puede ser solamente una reflexión tardía de las guerras de Senaquerib y otros en los tiempos de los reyes. De las tablas de Tell el-Amarna sabemos que la influencia babilónica era predominante por aquellos días en Palestina. Más aún, tenemos luz, arrojada por las inscripciones cuneiformes, sobre el incidente de Melquisedec. En Génesis 14,18 dice: “Melquisedec, rey de Salem, presentando pan y vino, porque era el sacerdote del Dios Altísimo, lo bendijo”. Entre las cartas de Tell el-Amarna hay una de Ebed-Tob, rey de Jerusalén (la ciudad es Ursalim, es decir, ciudad de Salim, y se habla de ella como Salem). El es sacerdote designado por Salem, el dios de Paz, y es por tanto rey y sacerdote. De la misma manera, Melquisedec es sacerdote y rey, y naturalmente viene a saludar a Abraham que regresa en paz; y por tanto, también Abraham le ofrece a él como sacerdote un diezmo del botín de guerra. De otra parte, debe decirse que el Profesor Driver no admitirá las deducciones de Sayce a partir de las inscripciones en cuanto a Ebed-Tod, y no reconocerá ninguna analogía entre Salem y el Altísimo Dios.

Tomando la arqueología en conjunto, es indudable que no se han logrado resultados definitivos en cuanto a Abraham. Lo que ha salido a la luz es susceptible de diferentes interpretaciones. Pero no hay duda de que la arqueología está poniendo fin a la idea de que las leyendas patriarcales son un simple mito. Se muestra que ellas son algo más que eso. Se está descubriendo un estado de cosas en los tiempos patriarcales muy consistente con mucho de lo que se relata en el Génesis, y a veces, hasta confirmando aparentemente los hechos de la Biblia.

Punto de vista de la Leyenda

Llegamos ahora a la cuestión: hasta dónde la leyenda juega una parte en la vida de Abraham como se registra en el Génesis. Es una pregunta práctica e importante, porque es muy discutida por críticos modernos y todos creen en ella. Al establecer la opinión crítica sobre el asunto, no se me debe interpretar como que estoy dando mis propias opiniones también.

Hermann Gunkel, en la Introducción a su Comentario sobre el Génesis (3) escribe: “Es innegable que hay leyendas en el Antiguo Testamento, considérese por ejemplo las historias de Sansón y Jonás. En consecuencia no es asunto de creencia o escepticismo, sino meramente un asunto de obtener mejor conocimiento, para examinar si las narraciones del Génesis son historia o leyenda.” Y de nuevo: “En un pueblo con una facultad poética tan altamente desarrollada como Israel tendría que existir también un lugar para la leyenda. La confusión absurda de ‘leyenda’ con ‘mentira’ ha inducido a gente buena a vacilar en admitir que hay leyendas en el Antiguo Testamento. Pero leyendas no son mentiras; por el contrario, son una forma particular de poesía.” Estos pasajes dan una muy buena idea de la posición actual del Alto Criticismo relativo a las leyendas del Génesis, y de Abraham en particular.

El primer principio enunciado por los críticos es que los relatos de las épocas primitivas y de los tiempos patriarcales se originaron entre gente que no practicaba el arte de la escritura. Entre todos los pueblos, dicen ellos, la poesía y la leyenda fueron el primer comienzo de la historia; así fue en Grecia y Roma, así fue en Israel. Estas leyendas fueron puestas en circulación y transmitidas por tradición oral, y sin duda, contenían un núcleo de verdad. Muy a menudo, donde se usan nombres individuales, estos nombres no se refieren en realidad a individuos, sino a tribus, como en Génesis 10, y los nombres de los doce patriarcas, cuyas migraciones son las de las tribus que ellos representan. Por supuesto, no se debe suponer que estas leyendas no son más antiguas que las colecciones J, E y P en las cuales ellas ocurren. Ellas estuvieron en circulación siglos antes y por largos períodos de tiempo, siendo más cortas aquellas de origen más antiguo, más largas aquellas de origen posterior, a menudo más bien cuentos que leyendas, como aquella de José. No todas ellas eran de origen israelita; algunas eran babilónicas, algunas egipcias. En cuanto a cómo surgieron las leyendas, esto sucedió, dicen ellos, en muchas formas. A veces la causa fue etimológica, para explicar el significado de un nombre, como cuando se dice que Isaac recibió su nombre porque su madre reía (cahaq); algunas veces fueron etnológicas, para explicar la posición geográfica, el infortunio o prosperidad de una cierta tribu; algunas veces histórica, algunas veces ceremonial, como el relato que explica la alianza de la circuncisión; algunas veces geológica, como la explicación de la apariencia del Mar Muerto y sus alrededores. Leyendas etiológicas de este género forman una clase de aquellas que se encuentran en las vidas de los patriarcas y otras partes en el Génesis. Pero hay otras, además, que no nos interesan aquí.

Cuando tratamos de descubrir la época de la formación de las leyendas patriarcales, nos confrontamos con un asunto de gran complejidad. Porque no es solamente el asunto de la formación de las simples leyendas separadamente, sino también de la combinación de estas en leyendas más complejas. El criticismo nos enseña que ese período habría terminado alrededor del año 1200 A.C. Luego habría seguido el período de reconstrucción de las leyendas, así que hacia 900 A.C., habrían asumido sustancialmente la forma que ahora tienen. Después de esa fecha, mientras las leyendas conservaron en esencia la forma que habían recibido, fueron modificadas de muchas maneras para colocarlas en conformidad con el patrón moral del día, empero, no tan completamente que las ideas más antiguas y menos convencionales de una época más primitiva no se asomaran de vez en cuando a través de ellas. Al presente, también, muchas colecciones de las leyendas antiguas parecen haber sido hechas casi en la misma forma que, según nos lo dice San Lucas al comienzo de su Evangelio, muchos habían escrito relatos sobre la vida de Nuestro Salvador basados en su propia autoridad.

Entre otras colecciones, estaban aquellas de J en el Sur y E en el Norte. Mientras que otras perecieron, éstas dos sobrevivieron, y fueron suplementadas hacia el final del cautiverio por la colección de P, que se originó en medio de ambientes sacerdotales y fue escrita desde el punto de vista ceremonial. Aquellos que sostienen estas opiniones afirman que es la fusión de estas tres colecciones de leyendas, lo que ha conducido a confusión en algunos acontecimientos de la vida de Abraham como por ejemplo el caso de Saray en Egipto, donde su edad parece inconsistente con su aventura con el Faraón. Hermann Gunkel escribe (148): “No es extraño que la cronología de P despliegue por todas partes las más absurdas rarezas cuando se introduce en las leyendas antiguas; como un resultado, Sara es todavía a los sesenta años, una hermosa mujer a quien los egipcios buscan capturar, e Ismael es cargado en hombros por su madre después de que es un joven de diez y seis años.”

La colección de P estaba destinada a tomar el lugar de la antigua colección combinada de J y E. Pero la vieja narración tenía un firme arraigo en la imaginación y el corazón del pueblo. Y así, la colección más reciente fue combinada con las otras dos, utilizándose como fundamento de todo, especialmente en la cronología. Es esa narración combinada la que ahora poseemos.

Fuente: Howlett, James. “Abraham.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/01051a.htm

Traducido por Daniel Reyes V.
JMGK

Fuente: Enciclopedia Católica