AGUA

Gen 1:2 Espíritu .. se movía sobre la faz de las a
Gen 21:15 y le faltó el a del odre, y echó al
Gen 24:11 la hora en que salen las doncellas por a
Exo 4:9 tomarás de las a del río y las derramarás
Exo 7:20 todas las a .. se convirtieron en sangre
Exo 15:22 tres días por el desierto sin hallar a
Exo 17:6 golpearás la peña, y saldrán de ella a
Num 19:9 las guardará .. para el a de purificación
Num 20:2 no había a .. se juntaron contra Moisés
Deu 8:15 él te sacó a de la roca del pedernal
1Sa 26:12 y la vasija de a de la cabecera de Saúl
2Sa 14:14 morimos, y somos como a derramadas
2Sa 22:17; Psa 18:16 me sacó de las muchas a
1Ki 22:27; 2Ch 18:26 pan .. y con a de aflicción
2Ki 2:8 y golpeó las a, las cuales se apartaron
2Ki 2:21 sané estas a, y no habrá más en ellas
2Ki 3:17 este valle será lleno de a, y beberéis
Job 14:19 las piedras se desgastan con el a
Job 22:7 no diste de beber a al cansado, y .. pan
Job 26:8 ata las a en sus nubes, y las nubes no se
Job 29:19 mi raíz estaba abierta junto a las a
Psa 23:2 junto a a de reposo me pastoreará
Psa 58:7 sean disipados como a que corren
Psa 69:1 sálvame, oh Dios, porque las a han
Psa 78:20 he aquí ha herido la peña, y brotaron a
Psa 114:8 cambió .. en fuente de a la roca
Psa 124:4 entonces nos habrían inundado las a
Pro 20:5 como a profundas es el consejo en el
Pro 25:21 pan, y si tuviere sed, dale de beber a
Pro 25:25 como el a fría al alma sedienta, así son
Pro 27:19 como en el a el rostro corresponde al
Pro 30:4 ¿quién ató las a en un paño?
Ecc 11:1 echa tu pan sobre las a .. lo hallarás
Ecc 11:3 si las nubes fueren llenas de a, sobre
11:9


Agua (heb. mayim; gr. húdí‡r). Lí­quido -un compuesto de oxí­geno e hidrógeno- transparente, inodoro e insí­pido que forma la lluvia o corre por los rí­os y arroyos; también forma, con ciertas sales, el contenido de los mares. El agua era de gran valor en el Oriente, y se apreciaba mucho el de manantial o fuente, corriente o viva (Gen 26:19-22; Pro 5:15). Existen metáforas hermosas sobre el agua (Jer 2:13; 17:13; Joh 7:38; 4:14), pero a veces se refieren al peligro y al desaliento (Job 27:20; Psa 18:16; 32:6; 69:2; Lam 2:19). También existe una estrecha relación entre el agua y el viento (o espí­ritu; Gen 1:6-9; Joh 3:5). Jesús pidió 2 veces agua (Joh 4:7; 19:28) y prometió premiar a quien diere un vaso de agua en su nombre (Mat 10:42).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

latí­n aqua. Elemento considerado entre los judí­os d origen divino Gn 1, y, por tanto, don de Dios, como se lee en Jn 4, 10, debido a su escasez en tierra palestina, por su situación geográfica y por estar circuida de zonas semidesérticas, las lluvias poco abundantes y el clima seco. Las quebradas y fuentes de agua que crecen en invierno, en verano son lechos áridos. La fuente de agua más importante era el rí­o ® Jordán que bañaba el fértil valle de su mismo nombre. Esto llevó a los israelitas a la construcción de ® pozos, ® cisternas, sistemas subterráneos, a veces secretos para evitar su corte en tiempos de guerra, para conducir el lí­quido. Todo esto hace que el agua sea un tema recurrente a través de las Sagradas Escrituras, al cual se acude metafóricamente Sal 63, 1; Is 32, 2 y 35, 6-8; Jr 2, 13; Jn 4, 5, 19 y 7, 37-39; Ap 21, 6 y 22, 17; así­ como un elemento importante en las costumbre cotidianas Jn 2, 6; Mc 7, 3, en los ritos y ceremonias de purificación Ex 29, 4; Lv 11, 40, 13, 56, 14, 8 y 15, 5-27; Nm 31, 23; 1 R 18, 34-40. ® Bautismo.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., mayim; gr., hydor). El agua es muy apreciada en Palestina debido a su escasez. La falta de agua era muy grave (1Ki 17:1 ss.; Jer 14:3; Joe 1:20) y la lluvia era una indicación del favor divino.

Los rí­os de Palestina son pequeños en su mayorí­a; si tienen algo de agua en el verano es poca. Por tanto, en tiempos bí­blicos el paí­s dependí­a de la lluvia como su fuente de agua. Las cisternas eran necesarias para almacenar agua, pero si el agua quedaba mucho tiempo en ellas se tornaba salobre, sucia y una amenaza para la salud. No habí­a lluvia en verano, de modo que la vegetación dependí­a de los copiosos rocí­os. Donde habí­a suficiente agua, se irrigaba.

Cuando el agua escaseaba, como durante un tiempo de sitio, debí­a ser racionada. El agua para beber, llevada en cueros de cabra, se vendí­a a menudo en las calles. Los pozos y estanques eran comparativamente escasos (Gen 21:19; Gen 24:11; Joh 4:6; Joh 9:7). El agua se usaba para lavamientos ceremoniales antes de las comidas y en ceremonias en el templo judí­o (Lev 11:32; Lev 16:4; Num 19:7). La Biblia la utilizaba como un sí­mbolo del lavado del pecado del alma (Eze 16:4, 9:Eze 36:25; Joh 3:5, Eph 5:26; Heb 10:22; 1Jo 5:6, 1Jo 5:8). Ver MINERALES.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Formada, Gen 1:2-9.

– Sí­mil de los dones del Espí­ritu Santo, Jua 4:14, Jua 7:37, Isa 41:17, Isa 44:3, Ex. 36.

– Materia del Bautismo, Mat 3:11, hechos 8:36, 10:47, Rom. 6, Col. 2.

– Sí­mil de la Purificación, Za. 13:1: – De lo gratuí­to del Evangelio, Isa 55:1, Rev 21:6.

Prodigios y milagros con el agua.

– Diluvio, Gen. 7.

– Provista milagrosamente, Gen 21:19, Exo 15:23, Exo 17:6, Num 20:7, Jue 15:19.

– Dividida en el Mar Rojo y en el Jordán, Exo 14:21, Jos 3:14, 2Re 2:8-14.

– Hierro flota en el agua, 2Re 6:6.

– Jesús camina sobre agua, Mat 14:25, Mar 6:48, Jua 6:19.

– Convertida en vino, en Caná, Jn. 2.

– En sangre, Ex,Jua 7:19, Sal 78:44, Rev 16:6.

– Virtudes curativas, 2 Rom. 5:14, Ez. 47, Jua 5:4, Jua 9:7.

– Agua Santa: El agua que usaba el sacerdote para mezclar con tierra y formar las “aguas amargas”, para probar la fidelidad de una acusada, Num 5:11-31.

– Agua amarga en dulce, Exo 15:23-25.

– Agua de expiación, con la que se lavaba a los levitas en su consagración, Num 8:7.

– Agua de purificación, para limpiar toda impureza de pecado, Num 19:9, Num 19:13, Num 19:20-21, Num 31:23.

– Puerta de las aguas en Jerusalén, Neh 8:1.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Israel es, en general, una tierra seca, con abundancia de zonas desérticas y un régimen de lluvias escaso. No tiene rí­os caudalosos, con excepción del Jordán. Los arroyos generalmente permanecen secos la mayor parte del tiempo y cuando viene la temporada de lluvias vierten su caudal con mucha rapidez. De ahí­ que el a. sea doblemente preciada y buscada, para lo cual se construyen cisternas y pozos. †¢Isaac se distinguió por los muchos pozos que cavaba (Gen 26:18-33). La hija de †¢Caleb, cuando casó, pidió a su padre que le diera una heredad que tuviera a. (Jue 1:15).

En el AT los sacerdotes tení­an que usar agua para lavar parte de los sacrificios y en otros ritos de purificación (Exo 29:4; Lev 1:9; Lev 15:10; Num 8:7). En los Salmos se utiliza la figura del a. en muchos sentidos. Unas veces como bendición: el justo es como un †œárbol plantado junto a corrientes de a.† (Sal 1:3). También se le relaciona con la abundancia (Sal 73:10). El a. que Dios dio de la roca en el desierto era demostración de la providencia divina (Sal 78:15; Sal 105:41). Pero en ocasiones, †œlas muchas a.† simbolizan la aflicción: †œme sacó de las muchas a.† (Sal 18:16; Sal 32:6; Sal 69:1-2). El justo desea la presencia de Dios como un sediento el a. (Sal 63:1). En el dí­a de la redención de Israel †œa. en abundancia serán extraí­das para ellos† (Sal 73:10), pues †œel lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de a.† (Isa 35:7). Para señalar la majestad y soberaní­a de Dios se dice que él tiene sus †œsendas en las muchas a.†, hablando del mar (Sal 77:19) y que †œen las alturas es más poderoso que el estruendo de las muchas a., más que las recias ondas del mar† (Sal 93:4-5).
los profetas Dios se presenta como el a. que satisface a todos los que la toman. Así­, él será †œcomo arroyos de a. en tierra de sequedad† (Isa 32:2). Todos deben venir a él para beber (Isa 55:1). Se queja de que su pueblo le deje para buscar en †œcisternas rotas que no retienen a.† (Jer 2:13). En el NT, Cristo es el a. de vida (Jua 4:10). También se utiliza el lenguaje simbólico del a. para referirse al Espí­ritu Santo, pues el que cree en Cristo †œde su interior correrán rí­os de a. viva† (Jua 7:38). Juan bautizaba en a. pero el que vení­a tras él bautizarí­a †œen Espí­ritu Santo y fuego† (Mat 3:11). Hay que nacer †œde a. y del Espí­ritu† (Jua 3:5). Asimismo el a. es sí­mbolo de la Palabra de Dios (Efe 5:26).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, TIPO ELEM En Oriente es uno de los presupuestos más importantes de la vida. El agua en la Sagrada Escritura significa dicha y seguridad (Ez. 47:1). El israelita se dirige a Dios como a la fuente de agua viva (Jer. 17:13), en cuya cercaní­a el piadoso puede vivir (Sal. 1:3; Jer. 17:8); también Jesús se llama a sí­ mismo agua viva (Jn. 4:10, 13 s); quien cree en El, se convertirá asimismo en fuente de vida (Jn. 7:37 s). El agua que se vierte o que pasa corriendo son sí­mbolos de la vanidad de la vida y de su caducidad (Sal. 22:15; 2 S. 14:14). El hombre pecador se traga los pecados como quien bebe agua (Jb. 15:16). En hebreo, la palabra “agua” se usa siempre en plural (“mayim”). Las aguas cubrieron la tierra en el caos primitivo (Gn. 1:2), y después, cuando Dios las separó, quedaron las aguas superiores o del cielo (Gn. 1:7; 7:10; Sal. 148:4) y las inferiores (Gn. 1:6). El agua también aparece en la Escritura en las múltiples formas como existe en la tierra: el agua del mar (Is. 11:9; Am. 5:8), de un rí­o (Jos. 3:8), de un estanque o de un pozo (Jn. 4:7), agua de lluvia o de nieve (Jb. 24:19), de una fuente (Stg. 3:11); el agua dulce es llamada agua viva o corriente (Gn. 26:19; Lv. 14:5). Son notables las aguas del Diluvio (Gn. 7:7; Is. 54:9; 1 P. 3:20; 2 P. 3:6). En Palestina, como en la Antigüedad, el agua era de mucho valor; así­, cada uno se preocupaba de tener su propia agua, y los extranjeros y los pobres tení­an que comprarla (Nm. 20:19; 2 R. 19:24; Is. 55:1; Lm. 5:4; Pr. 5:15; 9:17). El agua de las fuentes era libre. El agua se empleaba para el riego de la tierra (Ez. 17:7; Sal. 1:3; 65:10; 104:10). Así­ como para lavatorios higiénicos religiosos. Algunas expresiones del hebreo son difí­ciles de traducir al castellano, pero pueden ser interpretadas así­: “agua de cabeza” significa agua de dormidera; “agua de las rodillas” quiere decir orines (Is. 36:12). En sentido figurado se le llama agua a un peligro de muerte (Sal. 18:17; 32:6; Jb. 27:20); también al desaliento se le llama aguas (Jer. 7:5). El agua es un sí­mbolo de limpieza espiritual, pero nunca puede regenerar por sí­ sola. Los hebreos la usaban en las abluciones, que eran bastante frecuentes. La secta de Qumram practicaba estas abluciones varias veces al dí­a, ciñéndose estrictamente a las prescripciones del ritual de la ley de Moisés. Juan el Bautista practicó el bautismo para perdón de pecados, precursor del bautismo cristiano, que es bautismo de creyentes y que sigue a la fe, porque el agua no puede lavar los pecados si no hay arrepentimiento previo.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

DJN
 
El agua es un don de Dios, fuente y poder de vida, necesaria para la tierra, las plantas, los animales y los hombres. Hay también aguas de muerte, tormentas que lo arrasan todo, inundación devastadora. Dios es el dueño y señor de las aguas, que las enví­a a la tierra como divina bendición olas retiene como prueba desoladora. Pero esta doble manera de actuar no responde al puro capricho de Dios, sino que está condicionada por la conducta de su pueblo, según se mantenga o no fiel a la Alianza. El agua en el A. T. se convierte en señal de bendición divina para los que sirven con lealtad a Dios (Sal 133,3), y, por el contrario, la sequí­a es la consecuencia de la maldición divina a causa de las infidelidades de los hombres (Is 5,13; 19,5-6). El israelita pide con apremio a Dios las aguas temporales para que se logren frutos y sembrados y puedan abrevar fácilmente los ganados. La falta de agua constituye una enorme desgracia (Ex 17,3; Is 19,5). El agua sirve también para limpiar, para remover impurezas. Un rito de humildad y de hospitalidad con el huésped que se recibe en casa era el lavarle los pies (Gén 18,4; 19,2; Lc 7,44). Jesucristo, en la última cena, quiso realizar esta obra de servicio y de amor (Jn 13,2-15). El agua se empleaba en múltiples purificaciones externas, pero con un simbolismo de limpieza espiritual: se emplea para lavarse las manos como signo de inocencia (Mt 27,24). Jesús, en las bodas de Caná, cambia el agua de las purificaciones judaicas en el vino generoso del amor evangélico; la caridad, frente a la frialdad del legalismo y de las prescripciones ritualistas, el calor del espí­ritu que renueva por dentro (Jn 2,6). El profeta Ezequiel anuncia unas aguas abundantes y fertilizadoras (Ez 47), aguas mesiánicas, al estilo de las aguas milagrosas, que surgieron de la roca del desierto, sí­mbolo de Jesucristo, manantial y roca (Jn 19,34) del que brotan chorros de agua viva (Jn 7,38), a las que deben acercarse cuantos tengan sed. Son las aguas del espí­ritu (Jn 20,22); son también sus mismas palabras, su mensaje vivificador (Jn 4,10-14). Las aguas simbólicas adquieren la plenitud de significado en el bautismo: Juan bautizaba con agua para perdón de los pecados (Mt 3,11); el nacimiento nuevo, la plena renovación interior, se consigue a través de las aguas bautismales, vehí­culo por donde se comunica el espí­ritu (Jn 3,1-20). Jesús seguramente aludí­a a todo esto cuando efectuaba curaciones utilizando agua (Jn 9, 6ss; cf. 5,1-8). Del costado abierto de Jesús salió agua y sangre, el agua del bautismo y la sangre de la ->Eucaristí­a, sacramentos de vida para quien los recibe (Jn 19,34). El agua es tan valiosa que, ofrecida con amor al sediento, es garantí­a de la eterna felicidad: “Tuve sed y me disteis de beber” (Mt 25,35). -> ; sacramentos.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> creación, éxodo, Jerusalén, Jesús). El agua tiene en la Biblia muchos sentidos, desde la primera página del Génesis (aguas-caos de Gn 1,1-2) hasta la culminación de la historia y la llegada de la nueva Jerusalén, con las aguas de vida que brotan del trono de Dios en Ap 22,1-2.

(1) Las diversas aguas. Entre los testimonios más significativos de la Biblia sobre el agua están los siguientes, (a) Aguas de la creación. Conforme a Gn 1, Dios ha creado el mundo sobre un caos de aguas, que él ha separado, poniendo una especie de cubierta o firmamento, para separar las aguas de arriba y las de abajo; ese mismo Dios ha separado las aguas del mar y la tierra firme, haciendo así­ posible el surgimiento de seres terrestres (cf. Gn 1,69). En este contexto puede citarse la lucha y victoria de Yahvé contra los monstruos de las aguas, como Tehom* y Leviatán. (b) Aguas del diluvio (Gn 6-8). Ellas son como un signo de la vuelta al caos; allí­ donde los hombres se pervierten Dios deja que se rompan las compuertas que separan a las aguas superiores e inferiores, de manera que el mundo corre el riesgo de que dar aniquilado, (c) Aguas del mar Rojo. Uno de los relatos más significativos y simbólicos de la historia bí­blica es el paso de los israelitas por el mar Rojo: el mismo Dios les protege, abriendo un camino entre las olas, mientras los egipcios se hunden en ellas (Ex 14-15); una variante del tema aparece en el paso del rí­o Jordán, en Jos 4,1-19. (d) Aguas de la tentación. Ofrecen uno de los temas básicos del camino por el desierto. Los hebreos carecen de agua y murmuran contra Moisés tentando a Dios. Yahvé responde diciendo a Moisés: “Pasa delante del pueblo y toma contigo algunos ancianos de Israel; toma también en tu mano la vara con que golpeaste el Nilo y camina. Allí­ estaré yo ante ti sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrán de ella aguas para que beba el pueblo. Moisés lo hizo así­ en presencia de los ancianos de Israel. Y dio a aquel lugar el nombre de Massá y Meribá (= tentación y disputa), porque los hijos de Israel habí­an disputado y tentado a Yahvé diciendo: ¿Está o no está Yahvé entre nosotros?” (cf. Ex 17,1-7). Este motivo ha sido desarrollado por Nm ll-14yporDt8,15; 32,51; 38,8). Precisamente allí­ donde la prueba es mayor (en el desierto) se vuelve más grande el signo de la presencia de Dios.

(2) Las aguas de la promesa. Aparecen en dos contextos básicos: las aguas del retorno a la tierra prometida y las aguas del templo, (a) Aguas del retorno. El Segundo Isaí­as proyecta sobre el retorno de los israelitas cautivos en Babilonia algunas de las imágenes del éxodo: “En las alturas abriré rí­os, y fuentes en medio de los valles; abriré en el desierto estanques de aguas, y manantiales de aguas en la tierra seca” (Is 41,18). En ese contexto alude el profeta a la victoria de Yahvé contra los monstruos de las aguas: “Despierta, despierta, ví­stete de poder, oh brazo de Yahvé; despierta como en el tiempo antiguo, en los siglos pasados. ¿No eres tú el que cortó a Rahab, y el que hirió al Dragón? ¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos?” (Is 51,9-10). El agua caótica se pondrá al servicio de la vida, lo mismo que el desierto, convertido en vergel, (b) Aguas del templo, aguas mesiánicas. Por otra parte, aprove chando el signo de las aguas de la fuente de Siloé, que brotan debajo del templo de Jerusalén, la tradición profética ha desarrollado una preciosa visión de las aguas sagradas, que definirá la llegada del tiempo escatológico. El tema aparece ya en un texto antiguo de condena: “Por cuanto desechó este pueblo las aguas de Siloé, que corren mansamente, y se regocijó con Rezí­n y con el hijo de Romelí­a…” (Is 8,6). Las aguas de Siloé corren desde debajo del templo, apareciendo como signo de la protección de Dios, que los judí­os desprecian, buscando alianzas militares peligrosas, en el tiempo de la guerra siroefraimita (a mediados del siglo VIII a.C.). Pues bien, después que Jerusalén ha caí­do ya en manos de los babilonios y ha sido destruida, eleva Ezequiel su profecí­a: “Del interior del templo manaba el agua hacia el oriente… El agua iba bajando por el lado derecho del templo… y crecí­a hasta convertirse en un gran rí­o” (Ez 47,lss). Esta será la verdadera fuente y rí­o de los tiempos mesiánicos, signo de presencia de Dios y de transformación de la misma tierra desierta, que va de Jerusalén hasta el mar Muerto. En esa lí­nea se sitúa Zacarí­as: “Aquel dí­a brotará un manantial de Jerusalén; la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar occidental, lo mismo en verano que en invierno” (Zac 14,8-9). Este será el rí­o final del paraí­so (Ap 22,1-2; cf. Gn 2,10). Desde esta base se puede afirmar que Dios mismo es la roca (lo más estable, lo más firme), siendo al mismo tiempo fuente perdurable: el origen del agua de la vida. Lógicamente, esta tradición de la roca de Dios en el desierto o en el templo de Jerusalén, roca de la que brota el agua de la vida, ha cautivado y enriquecido a los israelitas a lo largo de los siglos.

(3) Interpretación cristiana. Los textos cristianos han evocado algunas de las tradiciones anteriores, interpretándolas desde la nueva situación mesiánica. Estos son algunos de los ejemplos más significativos, (a) Sinópticos: andar sobre las aguas, tempestad calmada. Diversos textos de la tradición sinóptica (Mc 4,25-41; 6,45-52 par) evocan los temas del éxodo, con el paso por el mar Rojo y la victoria de Dios sobre las aguas, (b) Juan: el agua de la vida. En dos momentos fundamentales, el evangelio de Juan presenta a Je sús como fuente de agua de vida, en Siquem (junto al pozo de Jacob) y en el templo de Jerusalén en el entorno de las aguas de Siloé (cf. Jn 4,7-15 y 7,38). (c) Pablo: la roca de agua. Retomando quizá una interpretación israelita antigua, Pablo dirá que la roca de Dios, de la que brotaba el agua, iba acompañando a los hijos de Israel por el desierto, precisando después que ella se identificaba con Cristo: “Todos nuestros padres bebieron la misma bebida espiritual, porque bebí­an de la roca espiritual que les seguí­a. Esa roca era el Cristo” (1 Cor 10,4-5). (d) Apocalipsis: presenta el agua en dos formas (en fuentes-rí­os y en mares), formando con tierra y cielo los cuatro elementos cósmicos, amenazados por el juicio (cf. Ap 8,10; 14,7; 16,4). El Dragón antiguo es dueño del agua destructora (de muerte) con la que pretende ahogar a la Mujer (cf. Ap 12,5); en esa lí­nea, el cauce sin agua del rí­o puede convertirse en signo de condena, paso abierto para los poderes de la muerte (cf. 16,2), y las muchas aguas son un signo de los pueblos, multitud de gentes amenazadoras de la tierra (17,1.15). Pero, en otra perspectiva, el rumor de grandes aguas aparece como sonido y signo de la multitud de los salvados (cf. 1,15; 14,2,19,6); en esa lí­nea ha de entenderse el sí­mbolo final del Agua de vida que brota del trono de Dios y el Cordero, en la Ciudad salvada de la Nueva Jerusalén (Ap 7,17; 21,6; 22,1.17; cf. Ez 47,1-12 y Zac 14,8).

Cf. G. BACHELARD, El agua y los sueños, FCE, México 1993; E. BOISMARD, “Agua”, en X. LEON-DUFOUR, Vocabulario de teologí­a bí­blica, Herder, Barcelona 1967, 47-51; E. DREWERMANN, Strukturen des Bósen I-III, Schonningh, Paderborn 1977; M. ELIADE, Tratado de Historia de las religiones, Cristiandad, Madrid 1981, 200-223.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

SUMARIO
Introducción.
I. El agua, elemento de la creación:
1. El agua para la vida;
2. El agua para la purificación.
3. Las grandes aguas.
II. El agua como signo y como sí­mbolo:
1. El agua para la sed del alma;
2. El agua para la purificación del corazón;
3. “Como las grandes aguas”.
Conclusión.

INTRODUCCIí“N. La voz “agua” (hebr. mayí­m, siempre en plural; gr. hydór) aparece más de 580 veces en el hebreo del AT y cerca de 80 veces en el griego del NT, de las cuales casi la mitad en los escritos de la tradición joanea. Pero en torno al término agua aparece toda una constelación de términos (el más frecuente es “mar”, hebr. yam, 395 veces; gr. thálassa, 92 veces en el NT), que expresan más directamente la experiencia humana del agua. Así­ pues, en la Biblia se encuentra: a) la terminologí­a meteorológica: lluvia (de otoño, de invierno, de primavera), rocí­o, escarcha, nieve, granizo, huracán; b) la terminologí­a geográfica: océano, abismo, mar, fuente (agua viva), rí­o, torrente (inundación, crecida); c) la terminologí­a del aprovisionamiento: pozo, canal, cisterna, aljibe; d) la terminologí­a del uso del agua: abrevar, beber, saciar la sed, sumergir (bautizar), lavar, purificar, derramar.
Dada la inseparable conexión con todas las formas de vida y con la existencia del hombre en particular, el agua asume en todas las áreas geográfico-culturales un valor simbólico-evocativo, que en el mundo bí­blico reviste tonalidades propias. En conjunto, para el AT el tema del agua afecta a unos 1.500 versí­culos, y a más de 430 para el NT. Es una masa enorme de textos, que atestigua la casi continua presencia de ese elemento en la Biblia, en sus diversas expresiones y valoraciones.

En este artí­culo podemos solamente dar algunas indicaciones y orientaciones generales sobre el tema del agua como elemento de la creación y como elemento simbólico, indicando que no todos los textos se pueden catalogar exclusivamente bajo una u otra categorí­a.

I. EL AGUA, ELEMENTO DE LA CREACIí“N. La Biblia se abre y se cierra sobre un fondo de “visiones”, en donde el agua es un elemento dominante. Las dos tradiciones del Pentateuco (P: Gén l,lss; J: Gén 2:4bss), que se remontan a los orí­genes -aunque desde puntos de vista correlativos y diversos-, ponen en escena el agua como elemento decisivo de la protologí­a; lo mismo hace el Apocalipsis con la escatologí­a (Ap 21-22), inspirándose, por lo demás, en temas de la escatologí­a profética (cf Eze 47:1-12; Joe 4:18; Zac 14:8…). Parece como si la protologí­a y la escatologí­a no pudieran pensarse para el hombre bí­blico sin asociar de algún modo a ellas este elemento que envuelve y transmite sensaciones y exigencias, problemas y afanes encarnados en él a lo largo de siglos de historia, vivida en una tierra sustancialmente avara de agua, en donde su búsqueda y su aprovisionamiento era un problema constante y una cuestión de vida o muerte.

En estas visiones de los orí­genes y del cumplimiento, el agua está presente en las dimensiones fundamentales en que las percibe el hombre bí­blico: a) el agua que depende de la iniciativa de Dios y del hombre; el agua benéfica, condición de bienestar y de felicidad, indispensable a la vida del hombre, de sus ganados y de sus campos, necesaria para las abluciones profanas y rituales; el agua doméstica, que éste está en disposición de dominar; el agua a medida del hombre, podrí­a decirse (cf Gén 2:6.10; Apo 22:1-2); b) el agua del océano terrestre y celestial [/Cosmos 11,2], del mar, de los grandes rí­os con posibles inundaciones, o sea, el agua no sólo está fuera del poder del hombre, sino que es además una amenaza potencial y puede convertirse en agua de muerte y no de vida, de devastación y no de fecundidad y crecimiento (cf Gén 1:2.6-10; Gén 6:11.21-22).

1. EL AGUA PARA LA VIDA. “Indispensables para la vida son el agua, el pan, el vestido y una casa” (Sir 29:21; en 39,26 añade otros alimentos, pero el agua sigue siendo lo primero); “El que camina en justicia… tendrá pan y no le faltará el agua” (Isa 33:15-16). El pan y el agua representan una asociación espontánea para indicar garantí­a de vida en regiones áridas. En nuestras regiones de clima templado el agua es sustituida fácilmente por el “acompañamiento” o por el “vino”, o es omitida (“ganarse el pan”), puesto que normalmente no constituye ningún problema para la vida. En Exo 17:1-7; Núm 20:2-11 (perí­odo de la peregrinación por el desierto) se leen páginas que atestiguan de forma dramática la necesidad de agua para la supervivencia misma de Israel. En el episodio de Ex 17, Israel, exasperado por la sed, se pregunta: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” La falta de agua que pone en peligro la supervivencia del pueblo recién liberado de la esclavitud del faraón, pone también en cuestión la presencia providencial de Yhwh, su poder salvador y el sentido mismo de la liberación; pero, en realidad, lo que pone en cuestión es la falta de fe de Israel, su maní­a de tentar a Dios (Deu 6:16; Sal 95:9), a pesar de la reciente liberación prodigiosa.

Mas también la vida en la tierra de Canaán imponí­a la búsqueda, la recogida y la atenta conservación del agua procedente de la lluvia o de las fuentes. La arqueologí­a ha puesto de manifiesto sistemas hidráulicos a veces imponentes y complejos, construidos para asegurar el agua a la ciudad, sobre todo en caso de asedio. Los más grandiosos son los de Jerusalén, Gabaón, Meguido (cf J.B. Pritchard, Agua, en Enciclopedia de la Biblia 1, Garriga, Barcelona 1963, 243-252). La Biblia alude sólo ocasionalmente a estos sistemas, el más conocido de los cuales es ciertamente el que forma un túnel de unos 540 m. en forma de S, excavado en tiempos de Ezequí­as bajo la colina Ofel, para llevar el agua de la fuente de Guijón, en el valle del Cedrón, hasta dentro de Jerusalén, en el estanque o piscina de Siloé (cf 2Re 20:20; 2Cr 32:30). Una famosa inscripción en la pared del túnel -conservada actualmente en el Museo Arqueológico de Estambul- exalta la obra realizada por las escuadras de excavadores, que partieron de los dos extremos del túnel hasta encontrarse. La excavación de pozos es muy conocida desde el tiempo de los patriarcas (cf Gén 26:1822.32; Núni 21,17s), aun cuando del célebre pozo de la samaritana (Jua 4:5-6.12) no hay ninguna alusión en la historia patriarcal de Jacob.

Para la vegetación en general, y especialmente para el cultivo, la situación de Palestina está bien caracterizada por Deu 11:10-12 : “La tierra a la que vais a entrar para poseerla no es como la tierra de Egipto…, donde sembrabas la semilla y la regabas con tu pie, como se riega una huerta. La tierra en que vais a entrar para poseerla es una tierra de montes y de valles que riega la lluvia del cielo. Esta tierra depende del cuidado del Señor; sobre ella tiene fijos sus ojos el Señor desde el comienzo hasta el final”: El texto continúa exhortando a la fidelidad a la alianza, que garantizará la lluvia a su tiempo y la abundancia y poniendo en guardia contra la infidelidad, que obligarí­a a “cerrarse los cielos” y provocarí­a “la carestí­a y la muerte” (vv. 13-17; en Palestina las precipitaciones anuales apenas son suficientes para la agricultura). En el texto del Deuteronomio se siente el eco de situaciones como la que describe 1Re 17:1-16 (la sequí­a en tiempos de Elí­as), vividas dramáticamente por Israel en su tierra, y de las que el Deuteronomio hace una lectura teológica.

Dada la conformación geográfica de Palestina, la promesa de una tierra en la que “mana leche y miel” (Exo 3:8; Núm 13:27) -aun cuando la expresión idealice esta tierra, especialmente para los que entraban en ella después de varios años de desierto, como las tribus de Josué- tení­a que incluir alguna referencia a la lluvia fecundante, como parte integrante del don de la tierra, uno de los pilares de la alianza. En efecto, la lluvia y la sequí­a son uno de los elementos de las bendiciones y maldiciones que forman parte del “protocolo” de la alianza (cf Lev 26:34.1920; Dt 28 12.22-24; cf también la oración de Salomón: I Apo 8:35s; 2Cr 6:26s). El texto de Deu 8:7s ofrece una descripción idí­lica de la tierra prometida, “tierra de torrentes, de fuentes, de aguas profundas”, que revela el afecto y desea suscitar el entusiasmo de Israel por su tierra, más que reflejar una situación objetiva; por eso la describe como un jardí­n de Dios (cf Gén 13:10). Más realista es Sal 65:10-14, que describe la fiesta de la tierra cuando Dios “abre su maravilloso tesoro, los cielos” (Deu 28:12): sólo entonces “las praderas se cuajan de rebaños y los valles se cubren de trigales”, ya que la lluvia es una visita de Dios, signo de su benevolencia y complacencia. Los territorios montañosos de Samarí­a y de Judea no conocen otros modos de vestirse de fiesta.

En el NT el agua en este sentido es mencionada muy raras veces, y siempre en función de otros temas determinantes; recordemos el vaso de agua fresca ofrecido al discí­pulo de Jesús, que no quedará sin recompensa (Mar 9:41); la lluvia que manda el Padre misericordioso (junto con el sol) para la vida de buenos y malos (Mat 5:45); el agua que la samaritana tiene que sacar del pozo cada dí­a, porque nunca apaga plenamente la sed (Jua 4:13).

2. EL AGUA PARA LA PURIFICACIí“N. El agua como medio de limpieza y de higiene es recordada pocas veces en la Biblia. Aparte de la escasez, que imponí­a restricciones en todo lo que iba más allá de las necesidades fundamentales para la vida de las personas y de los animales, y aparte de la mentalidad y de las costumbres en cuestiones de higiene, el carácter profano de este uso del agua no presenta en sí­ mismo ningún interés. Se leen luego algunas indicaciones ocasionales sobre el ofrecimiento de agua a los huéspedes para lavar y refrescar los pies cansados del viaje (cf, p.ej., Gén 18:4), práctica que seguí­a vigente en tiempos del NT (cf Luc 7:44; Jua 13:5). Por otros motivos siguen siendo famosos los baños de Betsabé (2Sam 11) y de Susana (Dan 13), ¡que tuvieron algún espectador de más!
El empleo del agua como medio de purificación ritual está presente en casi todas las religiones y se relaciona con lo que es considerado “impuro” y debe volver al estado de pureza, es decir, purificado para ser empleado en el culto, mediante abluciones realizadas según determinadas modalidades y normas rituales.

La normativa que más interesa atañe a las personas que pueden ponerse voluntariamente, o incurrir involuntariamente, en situaciones que las hacen “impuras”, es decir, indignas de estar en la presencia de Dios en el templo, en la asamblea sagrada, en la guerra santa. El documento P ha recogido y codificado normas de purificación por medio de abluciones para los sacerdotes (Ex 29 b,Jua 30:1821), para el sumo sacerdote ei dí­a del kippur (Lev 16:4.24), para impurezas derivadas de fenómenos sexuales normales o patológicos (Lev 15), para impurezas contraí­das al tocar un cadáver (Núm 19:2-10), para purificar el botí­n de guerra (Núm 31:23-24)…El agua de los celos (Núm 5:1131) no se refiere a un rito de purificación; obligaban a tragarla a la mujer sospechosa de adulterio para revelar su inocencia o su culpabilidad. Era una especie de ordalí­a o juicio de Dios. La expresión “agua santa” (única en el AT) indica quizá que el agua era sacada de una fuente sagrada, o más simplemente que era de un manantial, es decir, que se trataba de agua viva.

En el NT son raras las alusiones a estas abluciones rituales. La tradición sinóptica (cf Mar 7:2-4; Mat 23:25; Luc 11:38) alude a ellas en tono polémico contra la proliferación e imposición de lavatorios y de abluciones en detrimento de una religiosidad más auténtica o comprometida. Jua 2:6 tiene una indicación aparentemente ocasional (“Habí­a allí­ seis tinajas de piedra para los ritos de purificación de los judí­os…’, pero que dentro de su estilo caracteriza a un mundo que está para acabar frente a la irrupción de la nueva era mesiánica, representada por el vino que surge de pronto prodigiosamente en aquellas vasijas. El gesto de Jesús que lava los pies a “los doce” (Jua 13:1-15) va ciertamente más allá del significado de un acto de caridad humilde que se propone como ejemplo. Este lavatorio no tiene ningún carácter ritual; es un servicio; sin embargo, el signo orienta hacia una purificación. Las palabras de Jesús contienen una referencia al bautismo (“el que se ha bañado… “:Jua 13:10) como purificación, que es el camino normal en la Iglesia de acoger el servicio que hizo Jesús a los suyos, aun cuando la purificación sea una de las categorí­as -no la única- en el NT para la comprensión de la realidad cristiana del l bautismo (cf Jua 3:5; Rom 6), y para Juan lo que purifica radicalmente es la palabra de Jesús (Jua 15:3) acogida con fe.

3. LAS GRANDES AGUAS. Esta expresión hebrea (mayí­m rabbí­m = lit. las muchas aguas) es una fórmula fija, que indica el agua cósmica que rodea y envuelve al mundo (a menudo en paralelismo con yam, el mar, y tehóm/tehóm rabbah, el abismo, el gran abismo, el mabbül, el océano celestial que rodea y pende sobre la tierra), y también las aguas de los grandes rí­os. Esta concepción del cosmos implica una amenaza constante para la vida del hombre. En la Biblia está presente esta concepción, pero las reacciones que suscita asumen tonalidades propias; efectivamente, también esta realidad es percibida, casi filtrada, a través de la fe que hunde sus raí­ces en la experiencia histórico-religiosa original que Israel como pueblo realizó en el mar Rojo. No es fácil reconstruir qué es lo que sucedió concretamente, pero en aquel acontecimiento fundador para la fe de Israel (Exo 14:31) -cuyos ecos se perciben en toda las Biblia, incluido el NT, hasta el Apocalipsis (Exo 15:3)- el pueblo constató el poder de su Dios frente a las grandes aguas.

Una experiencia análoga se registró para la entrada en la tierra prometida con el paso del Jordán durante la época en que iba lleno (Jos 3:15). Así­, la marcha del pueblo elegido desde la tierra de la esclavitud hasta la tierra de la libertad queda encuadrada por las gestas del poder de Yhwh sobre las grandes aguas: realmente “el Señor hace todo lo que quiere.en el cielo y en la tierra, en el mar y en todos los abismos” (Sal 135:6).

Esta fe influyó sin duda, aunque de diversas formas, en el doble lenguaje que se observa en la Biblia en conexión con el agua cósmica: un lenguaje más imaginativo, emotivo y poético, que recurre a expresiones de la mitologí­a medio-oriental; y otro lenguaje desmitificado, que podrí­a llamarse más teológico. Se leen, por consiguiente, textos que aluden a una lucha victoriosa de Yhwh con las aguas cósmicas, personificadas a menudo en monstruos del caos primordial (cf, p.ej., Sal 74:12-14; Sal 77:17-19; Sal 89:10-11; Job 7:12; Job 26:13; Isa 51:9), y otros textos que eluden esta escenografí­a y hablan de las aguas del mar o del abismo como de cualquier otro elemento de la creación (Gén 1:1-910.20-21; Sal 29:10; Sal 33:6-7; Sal 104:2426; Pro 8:28-29; Job 38:16). El lenguaje que utiliza imágenes de la mitologí­a reevoca a menudo de forma explí­cita o alusiva el acontecimiento del mar Rojo (cf, p.ej., Sal 74:13-14; Isa 51:9-10). El recurso a imágenes mitológicas aparece siempre como un artificio literario para exaltar el poder de Yhwh; por eso la coherencia de las imágenes es secundaria, como puede verse en la alusión al Leviatán de Sal 74:13s, donde el monstruo, compendio de todo lo que es hostil a Dios, queda despedazado y destruido; y en Sal 104:26 donde aparece como una criatura de Dios, igual a las demás, que se divierte en el mar, que es también obra de Dios.

El lenguaje más desmitificado aparece de manera inesperada más a menudo en conexión con el vocablo tehóm (36 veces, traducido normalmente al griego por ábyssos). A pesar de la semejanza fonética, los filólogos niegan la derivación directa de tehóm del acádico Tiarnat, el caos primordial en lucha con Marduk, el campeón de los dioses del orden (cf C. Westermann, tehóm en DTAT II, 1286-1292). En la Biblia, tehôm designa la gran masa de agua del mar, su inmensa superficie o su insondable profundidad, como dato geográfico en un sentido puramente objetivo, sin personificación alguna. En el judaí­smo indicará también la profundidad de la tierra (o se ól), independientemente de la presencia o no del agua. Es interesante ver cómo esta palabra, a pesar de ser tan afí­n a la Tiamat babilonia, no se utiliza nunca en el sentido de una potencia hostil a Dios, ni siquiera con motivo literario de antí­tesis para exaltar la fuerza de Yhwh; en Isa 51:10 su uso parece ser un correctivo de la imagen mitológica del dragón Rajab despedazado. La tehóm es un elemento de la creación, y está tan lejos de indicar una fuerza hostil a Dios que es. más bien una fuente de bendiciones, ya que está también en el origen de las fuentes de agua de la tierra firme (cf Gén 49:25; Deu 8:7; Sal 78:15; Eze 31:4). También el relato del diluvio -independientemente de la mezcla de fuentes y de su incongruencia- puede ser ejemplar en este sentido: la narración presenta al gran abismo (tehóm rabbah) y al océano celestial (el mabbúl) como masas de agua de las que Yhwh dispone a su gusto y según su voluntad (Gén 7:11; Gén 8:2). La misma solemne berit pactada con Noé es un signo de este dominio pací­fico (Gén 9:1 l). El hombre bí­blico evoca con frecuencia las tradiciones del diluvio; pero -no se siente amenazado por las aguas, a pesar de que la tierra está rodeada y envuelta por ellas. La experiencia histórico-religiosa que está en la base de su fe engendra la convicción más profunda de que la relación hombre-Yhwh e Israel-Yhwh es la realidad primera y decisiva para la seguridad de su existencia respecto a la relación hombre-creación. Esto se expresa de forma casi didáctica en el libro de la Sabidurí­a, último escrito del AT: en la lectura midrásica que el autor hace de algunos momentos del éxodo (Sab 10-12; 16-19) descubre en los acontecimientos el orden admirable de la Providencia, que coordina los elementos creados por ella pj1a la salvación de Israel y el castigo de sus opresores (en particular para el agua, cf, p.ej.,Gén 11:6-14).

En el NT, si exceptuamos algunos recuerdos del AT (mar Rojo) y el uso simbólico que hace de él el Apocalipsis, el mar está presente en algunos momentos de los Hechos (viajes de Pablo) y en los evangelios, que (excepto Lucas) utilizan este nombre para el lago de Genesaret. Algunos episodios, como la tempestad calmada (Mar 4:36-41 y par) o los puercos invadidos por los demonios que se precipitan en el mar (Mar 5:11-13 y par), pueden presentar el “mar”, en la intención de los evangelistas, como la sede de las potencias hostiles al reino de Dios, de los demonios, sobre los cuales Jesús tiene de todas formas el poder soberano de Yhwh (cf Sal 65:8 : “Tú, que acallas el estruendo de los mares”; cf también Sal 89:10; Sal 107:29). Pero éste es también el mar en el cual y del cual viví­an varios discí­pulos, a los que Jesús habí­a llamado de las barcas para que lo siguieran; es el mar por el que camina con menos peligro que por los senderos de Palestina (Mat 14:25-27) y por el que también Pedro puede caminar mientras confí­e en Jesús (vv. 28-31); es el mar donde tiene lugar la pesca milagrosa (Luc 5:4-11; Jua 21:1-14). Los episodios evangélicos que tienen como escenario el “mar” de Galilea podrí­an eventualmente indicar la situación de la comunidad de Jesús en el mundo, con las fatigas, los peligros y también los éxitos que esa situación habrá de suponer.

II. EL AGUA COMO SIGNO Y SíMBOLO. Para las indicaciones conceptuales y terminológicas relativas a “signo y sí­mbolo” en la moderna antropologí­a, cf l Sí­mbolo. El uso simbólico de una realidad natural tiene una función cognoscitiva y comunicativa: más que una ayuda, es una condición para expresar percepciones o experiencias interiores que el sujeto intenta formularse a sí­ mismo, aun antes de comunicárselas a los demás, captando en los objetos de su conocimiento sensible ciertas sintoní­as y correspondencias con esas personas y experiencias. En la concepción bí­blica, toda la creación y la historia vivida por Israel están en estrecha dependencia de Dios; por consiguiente, todo (cosas, personas, acontecimientos) puede convertirse en signo de su presencia, en instrumento de su acción, en indicio de algún aspecto de esa relación tan compleja y no siempre fácilmente descifrable de Dios con el hombre. El agua en sus diversos valores se ha convertido fácilmente en sí­mbolo de realidades más profundas, que Israel viví­a como pueblo de Dios. La abundancia de aguas con que se describen la protologí­a y la escatologí­a representa ya atávicas nostalgias y aspiraciones, temores y repulsas del hombre bí­blico (y en general del medio-oriental), pero interpretadas a la luz de su relación con Yhwh, con el Dios de la alianza, que da un colorido particular a este elemento simbólico fundamental.

1. EL AGUA PARA LA SED DEL ALMA. La protologí­a y la escatologí­a enmarcan la historia, y especialmente la historia del pueblo de la alianza con Dios, llamado a vivir cada dí­a de una realidad que deduce toda su necesidad del simbolismo del agua, comprendida su penuria. Los hebreos tení­an que comprar también el agua (Isa 55:1; cf Lam 5:4), lo mismo que se compraban normalmente otros alimentos; pero el profeta invita: “¡Id por agua, aunque no tengáis dinero!” El agua que Dios ofrece por labios del profeta no se compra realmente con dinero; la invitación a coger agua es una invitación a escuchar: “Prestad oí­do…, escuchad, y vivirá vuestra alma” (Isa 55:3). El agua es la “palabra”, que es verdaderamente la vida de Israel (Deu 8:3; Deu 32:47), sin la cual ni siquiera existirí­a. De la palabra de Dios dirigida a Abrahán, de la palabra que le promete una descendencia, nace Israel (Gén 12:1-2). En un tiempo en que esta “palabra”, que no sólo dio origen, sino que acompañó a Israel a lo largo de su historia, todaví­a no habí­a sido fijada ni codificada,. sino que resonaba en la viva voz de los hombres de Dios, su falta provocaba “hambre y sed”, lo mismo que la falta de pan y agua. Amós amenaza con esta “carestí­a y sequí­a”, por la que las “bellas muchachas y los jóvenes apuestos” se marchitarán por la sed e irán vagando anhelantes en busca de esa agua (Amó 8:11-13). El silencio de Dios forma parte de su castigo, es una especie de destierro del alma de Israel alejada de la “palabra” por haber prestado oí­dos a otras palabras, por haber buscado otras aguas. Algunos decenios después de Amós, Isaí­as en el reinado de Judá se lamentaba de que el pueblo hubiera “despreciado las plácidas aguas de Siloé” (Isa 8:6), para recurrir a las aguas impetuosas y abundantes del rí­o por antonomasia el Eufrates. La humildad y la placidez de las aguas de Siloé (la fuente que aseguraba el agua, y por tanto la vida, a Jerusalén) y la masa de aguas caudalosas del gran rí­o señalan la desproporción de poder y de seguridad, por motivos polí­ticos, entre una “palabra” fiable y la alianza con un gran imperio como el asirio de aquellos tiempos, frente a la coalición siro-efraimita que preocupaba a Ajaz (734). Vendrá el emperador Teglatfalasar y aniquilará a Efraí­n y a Damasco; pero será como una inundación también para Judá, según las palabras de Isaí­as (Isa 8:78). Unos decenios más tarde, Jerusalén pudo constatar también la eficacia infalible de la “palabra” que garantizaba su salvación frente a Senaquerib (701 a.C.), siempre con la condición de un acto de fe, que esta vez no vaciló en hacer Ezequí­as, sostenido una vez más por Isaí­as (cf Is 37). La fuente de agua viva, abandonada por Judá, volverá otra vez bajo la pluma de Jeremí­as, en contraposición a las cisternas resquebrajadas, rotas, que no contienen agua (Jer 2:13); estos sí­mbolos se aclaran unos versí­culos más adelante. Judá ha abandonado al Señor, su Dios, y va intentando beber de las aguas del Nilo y del Eufrates (Jer 2:17-18), buscando su seguridad en unas alianzas que se revelarán siempre inútiles y desastrosas, hasta la tragedia del 586 a.C. No cabe duda de que el anónimo profeta del final del destierro, el Déutero-Isaí­as, se inspiraba también en la experiencia profética de su gran maestro y modelo del siglo viii y de otros profetas, cuando afirmaba la eficacia infalible de la palabra de Dios, parangonándola con la lluvia: después de caer, produce infaliblemente sus efectos sobre la tierra que la acoge (Isa 55:10-11).

Estos versí­culos situados al final del Déutero-Isaí­as parecen ser el sello de todo lo que habí­a ido anunciando apasionadamente a lo largo de 16 capí­tulos: el final del destierro y el retorno a la patria de los desterrados será como un nuevo éxodo. Su lenguaje, rico en imágenes deslumbradoras y de un intenso pathos, está totalmente orientado hacia una reactivación de la fe en el Dios de los padres, presente y de nuevo en acción para rescatar a su pueblo y conducirlo otra vez a su tierra; invita a mirar hacia adelante, al futuro; el sentido del retorno a la tierra de los padres está precisamente en el hecho de que la historia de la alianza entre Dios y su pueblo no se ha agotado, sino que ha de continuar. La imagen del agua, que aparece con frecuencia, va acompañada del motivo del camino que hay que recorrer para regresar: habrá que recorrer regiones desiertos, pero éstas se transformarán en tie’,, as surcadas de arroyos, y por tanto ricas en vegetación y en frutos, dispuestas a ofrecer solaz y descanso a los desterrados en marcha: “Sí­, en el desierto abriré un camino y rí­os en la estepa…, para abrevar a mi pueblo, a mi elegido” (Isa 43:19-20; cf Isa 41:17-20; Isa 44:34; Isa 48:21; Isa 49:10; Isa 51:3 : “Hace el desierto como al Edén…, la estepa como el jardí­n del Señor”). También Is 35 se inspira en el Segundo Isaí­as, representándose el retorno de los “rescatados” del Señor como una solemne procesión litúrgica que se desarrolla por la ví­a sacra que conduce a Sión a través de un desierto transformado por fuentes y arroyos (Isa 35:6-7). El agua, condición de vida de las caravanas, que programaban su recorrido según la distancia de los oasis y de los pozos, sigue siendo el sí­mbolo de una palabra que garantiza lo que anuncia, que crea condiciones de vida y la renueva incluso donde parece imposible y destinada a extinguirse.

En la lí­nea de este simbolismo se sitúan los textos que se refieren al individuo, concretamente al “justo”, el hombre que asume la posición justa delante de Dios: es como los árboles plantados junto a las corrientes de agua, que están en condición de sobrevivir incluso en tiempos de sequí­a (Sal 1:3; Jer 17:8; Isa 58:11; Eze 19:10…). A la imagen estática del árbol acompaña la dinámica del rebaño, al cual el pastor proporciona agua guiándolo a las fuentes (Sal 23:2; Jer 31:9; cf Apo 7:17). El agua está siempre entre, las primeras realidades que afloran a la fantasí­a como sí­mbolo de vida segura y feliz, tanto presente como futura. Por eso el salmista percibe el deseo del encuentro con Dios, de vivir cerca de su santuario, como una sed ardorosa (Sal 42:23 : “Como la cierva busca corrientes de agua, así­ mi alma te busca a ti, Dios mí­o; mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente…”; Sal 63:2 : “¡Oh Dios, tú eres mi Dios…, mi alma tiene sed de ti…”).

La literatura sapiencial conoce y utiliza el agua como sí­mbolo de la sabidurí­a. Está presente en algunas sentencias proverbiales (cf Pro 13:14; Pro 18:4; Pro 20:5; Sir 15:3; Sir 21:13), que de ordinario ponen en primer plano al sabio, más que la sabidurí­a. Sólo en Sir 24:23-32 encontramos de forma más amplia y refleja el uso simbólico del agua. Después de identificar la sabidurí­a con el libro de la ley del Altí­simo, el Sirácida dice que la ley contiene tanta sabidurí­a como agua hay en los rí­os del paraí­so (Gén 2:1014), que más allá del jardí­n riegan toda la tierra (¡añadiendo a ellos el Jordán y quizá el Nilo!). De esta abundancia Ben Sirá ha sacado un canal para regar su huerto… Pero la imagen no prosigue coherentemente; dice que este canal se ha convertido en un rí­o y un mar…, ¡y no se sabe ya qué habrá podido suceder con su huerto! La fantasí­a se ha detenido en el agua, que pasa a ser sí­mbolo de toda la sabidurí­a recogida en su libro como fruto de su estudio, de su meditación y de su reflexión sobre la tórah, además de la oración al Altí­simo y de la observación del mundo (cf Sir 39:1-3.5-8: ¡el autorretrato del autor!).

En el NT la presencia del agua con este valor simbólico aparece solamente en los escritos de la tradición joanea. Si en el Apocalipsis hay una perspectiva escatológica (Apo 7:17; Apo 21:6; Apo 22:1.17), la del cuarto evangelio es claramente actual o eclesial. En el diálogo con la samaritana (Jua 4:715), el agua simboliza un don no muy precisado, que parece posible identificar con la revelación de Dios, del Padre, que Jesús hace a los hombres. En la invitación dirigida a la gente en la fiesta de los tabernáculos (Jua 7:3739), el agua se identifica con el Espí­ritu que recibirí­an los creyentes en Cristo desde el momento de su “exaltación”, según el comentario del evangelista en 7,39. Es conocida la doble posibilidad de lectura de Jua 7:37b38, tomando como base la puntuación adoptada: a) “El que tenga sed, que venga a mí­; el que cree en mí­ que beba, como dice la Escritura…”; b) “El que tenga sed, que venga a mí­ y que beba el que cree en mí­. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán rí­os de agua viva”. Las dos lecturas encierran algunas dificultades sintácticas (cf G. Segalla, Giovanni, Ed. Paoline 1976, 262s); de todas formas, la interpretación más joanea es ciertamente la cristológica en los dos casos, ya que es de Jesús de donde brota el agua viva y es él quien la da. Jua 19:34 es el texto que en la óptica de Juan parece dar cumplimiento a los demás que hablan del don del agua viva como revelación suprema y definitiva de Dios en Jesús levantado en la cruz y como Espí­ritu, dones que están ligados a la muerte de Jesús (Jua 7:39; cf 8,28). La simbologí­a más directamente sacramental parece secundaria o implí­cita en el agua viva que Jesús da y que sale al encuentro de la sed de conocimiento y de salvación definitiva: “El que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás” (Jua 4:14). Las modalidades concretas a través de las cuales se recoge esta agua no se excluyen en el texto, pero no se muestran en primer plano.

2. EL AGUA PARA LA PURIFICACIí“N DEL CORAZí“N. También como elemento esencial de muchos ritos de purificación, el agua sufre un proceso de simbolización a medida que el conocimiento de Israel, sobre todo bajo el impulso de la predicación profética, profundiza en el concepto de pecado y en la idea de que la impureza de la criatura humana o su indignidad para estar en presencia de Dios es una situación interior, esto es, “del corazón”, más que exterior: no hay ningún agua natural ni rito alguno que pueda purificarlo. De todas formas, el agua seguirá siendo el sí­mbolo evocativo más inmediato y comprensible de una intervención que sólo Dios puede realizar. Por eso el orante de Sal 51 pide directamente a Dios la purificación: “Lávame…, purifí­came” (v. 4), “purifí­came…, lávame” (v. 9), y concreta luego su sentimiento invocando a Dios para que quiera crear en él un corazón nuevo (v. 12). Aparece aquí­ el verbo bará, que la Biblia reserva para la acción de Dios; el verbo de la creación (Gén 1:1), de donde se deduce la convicción de que una verdadera purificación interior, una verdadera liberación del pecado, equivale a una creación y que esta operación es únicamente obra de Dios. Resuena en estas expresiones del salmista su meditación sobre algunos textos proféticos, como los de Isa 1:18; Jer 31:3334; sobre todo Eze 36:25-27 (cf también Zac 13:1 : “En aquel dí­a brotará un manantial…, para lavar los pecados e impurezas’, los textos clásicos que anuncian una nueva relación con Dios, que originará una purificación interior, un cambio del corazón, ese corazón nuevo que será el único capaz de acoger por entero una nueva alianza.

3. “COMO LAS GRANDES AGUAS”. El agua del océano o de los grandes rí­os, exorcizada en el plano cosmológico, sigue siendo la imagen simbólica de los grandes peligros que acechan la vida del pueblo o del individuo, frente a los cuales uno es tan impotente como la barquilla a merced del mar tempestuoso o un territorio ante una inundación que lo derriba y lo sumerge todo. Esta imagen aparece en los l Salmos de lamentación (cf Sal 18:4.5.16; Sal 69:2-3.15-16; Sal 88:17-18; Sal 124:4) para presentar a Dios una situación sin otra salida que la intervención de su omnipotencia misericordiosa.

A veces la imagen de las aguas desbordadas aparece en los profetas para indicar la invasión de una nación por los enemigos. La llegada ya recordada de los asirios, llamados por el rey de Judá, Ajaz, será como una inundación del gran rí­o (Isa 8:68): Samarí­a se verá arrastrada por poderosas aguas que la anegarán, contra las que no servirá ningún refugio (Isa 28:2.17; véase esta misma imagen para la región de los filisteos en Jer 47:2 y para Babilonia en Jer 51:52).

La corriente apocalí­ptica remitifica a su vez el mar en cierto sentido, enlazando con la mentalidad semí­tica ancestral. La masa caótica de las aguas vuelve a ser la morada terrible e insidiosa de las potencias enemigas de Dios. De ella suben los monstruos de la destrucción (cf Dan 7:3ss; Apo 11:7; Apo 13:1; Apo 17:5.8-18), que tienden a destruir o impedir el “cosmos” que Dios va realizando en la historia de la salvación (“el cielo nuevo y la tierra nueva” Apo 21:1; cf Isa 65:17; 1Pe 3:13), el pueblo nuevo que él se va formando (“el resto de la descendencia de la mujer”, Apo 12:17, contra el que el dragón vomita su riada de agua). El “Sitz ¡in Leben” de este género es la lucha, la persecución contra el pueblo de Dios, los santos del Altí­simo (Dan 7:25). La transposición simbólica hace de ella un combate cósmico entre dos campos claramente contrapuestos. La escenificación utiliza algunos elementos que en la tradición anterior de Israel habí­an servido como motivo literario para exaltar la potencia de, Yhwh, y que ahora se convierten en sí­mbolo de personas, de acontecimientos, de instituciones que forman el “campo enemigo” de Dios y de su pueblo. Por eso el mar con sus monstruos, sí­mbolo una vez más de toda entidad que en el curso de los siglos se ha opuesto al designio de Dios, desaparecerá (Apo 21:1); mientras que seguirá vigente el don de aquel agua que es sí­mbolo de todo lo que Dios ha creado para la vida y la felicidad plena de las criaturas que han acogido su propuesta de salvación, su amor redentor (cf Apo 22:12, que recoge el tema del agua que devuelve la salud y da la vida, de Eze 47:1-12).

Otros simbolismos secundarios, podrí­amos decir ocasionales, aparecen también en la Biblia en relación con el agua: en Pro 5:15-18 (“Bebe el agua de tu propia cisterna…”); el sabio exhorta a apreciar el amor conyugal, poniendo en guardia contra la infidelidad; en 2Sa 14:14 la mujer de Técoa apela al agua derramada en tierra como imagen de la vida que transcurre inexorable e irrecuperable. Está claro que este último simbolismo está ligado a la caracterí­stica de la “liquidez más que al agua en sí­ misma; además el Cantar prefiere el vino al agua como imagen del amor entre los esposos (cf Cnt 1:4; Cnt 2:4), o la miel y la leche (Cnt 4:11), pero sin olvidar el agua (Cnt 4:15).

Un gesto simbólico ligado más propiamente al agua es el “lavarse las manos” para declarar la propia inocencia en hechos de sangre (Deu 21:6; cf Sal 26:6), gesto que hizo célebre Pilato en otro sentido, sustrayéndose a su obligación concreta de juez, que le imponí­a dejas en libertad a un acusado reconocido como inocente (Mat 27:24).

CONCLUSIí“N. Es significativo que en la Jerusalén celestial el vidente de Patmos no vea ningún templo ni fuente alguna de luz, ya que Dios y el Cordero son su templo y su luz (Apo 21:22-23), mientras que se le muestra el rí­o de agua viva (Apo 22:1-2). Siguiendo en la tradición joanea, podemos recordar que el cuarto evangelio identifica a Jesús con la luz (Jua 8:12) y, de algún modo, con el templo (Jua 2:19-23), pero no lo identifica con el agua; el agua pertenece, en su realidad creada, así­ como en su valor simbólico, a la categorí­a del “don”, incluso del don por excelencia, el Espí­ritu derramado en los que creen en Cristo (Jua 7:39; cc. 14 y 16, passim; Rom 5.,5; 2Co 1:22; Gál 4:4-7). La presencia del agua en la visión de Juan sirve para significar -al parecer- que la vida eterna con Dios y en Dios existe como don perennemente acogido, que no anula, sino que supone la alteridad entre el que da y el que recibe, entre el Dios de Jesucristo, el Padre, y sus hijos, hechos definitivamente conformes con la imagen del hijo mediante este don del Espí­ritu (Rom 8:16ss.29). El misterio de la paternidad de Dios envolverá a sus hijos, sin anularlos, sin absorberlos o consumirlos en sí­, como en cierto sentido las misteriosas e insondables aguas cósmicas envuelven también el universo en la perspectiva bí­blica.

A. Girlanda

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Lí­quido que constituye uno de los componentes principales de toda la materia viva. Jehová es el creador de este lí­quido esencial para la vida humana, animal y vegetal. (Rev 14:7; Ex 17:2, 3; Job 8:11; 14:7-9; Sl 105:29; Isa 1:30.) El lo proporciona y puede controlarlo. (Ex 14:21-29; Job 5:10; 26:8; 28:25; 37:10; Sl 107:35.) Dios les suministró agua a los israelitas de manera milagrosa cuando la necesitaron (Ex 17:1-7; Ne 9:15, 20; Sl 78:16, 20; Isa 35:6, 7; 43:20; 48:21), les dio una tierra en la que abundaba el agua (Dt 8:7) y les prometió bendecir su suministro siempre y cuando le obedeciesen. (Ex 23:25.)
Jehová fue quien dispuso que en un principio la tierra se regase por medio de una neblina que subí­a del suelo, y también fijó las leyes que rigen la evaporación del agua y su precipitación en forma de lluvia. (Gé 2:5, 6; Job 36:27; Am 5:8; véanse LLUVIA; NEBLINA; NUBE.) En el segundo dí­a creativo, produjo una expansión haciendo que parte del agua quedase sobre la tierra y al mismo tiempo elevando un gran dosel por encima del globo. Debió ser la precipitación de ese dosel lo que dio lugar al Diluvio del dí­a de Noé, con el que se destruyó a los inicuos. (Gé 1:6-8; 7:11, 17-24; Isa 54:9.)
La Ley dada en el monte Sinaí­ prohibí­a hacer imágenes de cosas que estuvieran †œen las aguas debajo de la tierra†, al parecer una referencia a las criaturas acuáticas que hay en las aguas de la tierra, las cuales están por debajo del nivel del terreno. Esto incluirí­a los rí­os, lagos, mares y aguas subterráneas. (Ex 20:4; Dt 4:15-18; 5:8.)

Como ilustración y en sentido figurado. En las Escrituras muchas veces se alude al agua como ilustración y en sentido figurado. A las personas, en especial a las masas agitadas y alejadas de Dios, se las compara a aguas. Se dice que Babilonia la Grande se sienta †œsobre muchas aguas†, refiriéndose a su dominación mundial, y en la visión de Juan sobre esta gran ramera se explica que estas aguas †œsignifican pueblos y muchedumbres y naciones y lenguas†. (Rev 17:1, 15; compárese con Isa 57:20.)
Debido al poder destructor del agua (anegando, derrubiando, etc.), se suele utilizar este término como sí­mbolo de fuerza destructiva. (Sl 69:1, 2, 14, 15; Sl 144:7, 8.) En Jeremí­as 47:2 se usa para representar una fuerza militar.
El agua se empleó en el tabernáculo tanto para la limpieza fí­sica como de un modo simbólico. Cuando se instaló el sacerdocio, se lavó con agua a los sacerdotes y, simbólicamente, se salpicó sobre los levitas †œagua limpiadora de pecado†. (Ex 29:4; Nú 8:6, 7.) Los sacerdotes se lavaban antes de ministrar en el santuario de Jehová y antes de acercarse al altar de la ofrenda quemada. (Ex 40:30-32.) Se empleaba el agua para lavar los sacrificios (Le 1:9) y en las purificaciones ceremoniales. (Le 14:5-9, 50-52; 15:4-27; 17:15; Nú 19:1-22; véase LIMPIO, LIMPIEZA.) El †œagua santa† usada en caso de celos —cuando se sospechaba que la esposa habí­a cometido adulterio— debió ser agua pura, fresca, en la que se disolví­a un poco de polvo del tabernáculo antes de que la mujer la bebiera. (Nú 5:17-24.)

Agua dadora de vida. Jehová es la †œfuente de agua viva†. Los hombres solo pueden recibir vida eterna de El y por medio de su Hijo, Jesucristo, el Agente Principal de la vida. (Jer 2:13; Jn 17:1, 3.) En una ocasión, Jesús le dijo a una mujer samaritana que estaba junto a un pozo, cerca de Sicar, que el agua que él darí­a se convertirí­a en quien la bebiera en †˜una fuente de agua que brotarí­a para impartir vida eterna†™. (Jn 4:7-15.)
El apóstol Juan registra su visión de †œun nuevo cielo y una nueva tierra†, en la que vio fluir desde el trono de Dios un †œrí­o de agua de vida†. A ambos lados de este rí­o habí­a árboles que producí­an fruto, y sus hojas se utilizaban para la curación de las naciones. (Rev 21:1; 22:1, 2.) Finalizada esta descripción, Jesús le explicó a Juan por qué le habí­a dado la visión mediante el ángel. Entonces Juan oyó la proclamación: †œY el espí­ritu y la novia siguen diciendo: †˜Â¡Ven!†™. Y cualquiera que oiga, diga: †˜Â¡Ven!†™. Y cualquiera que tenga sed, venga; cualquiera que desee, tome gratis el agua de la vida†. Los siervos de Dios extenderí­an esta invitación para que los sedientos empezasen a beber de las provisiones divinas a fin de conseguir vida eterna por medio del Cordero de Dios. (Jn 1:29.) Obtendrí­an lo que actualmente está disponible de esta agua de vida. La invitación tiene que extenderse a todo el mundo, aunque no con fines lucrativos, pues todo el que la desee puede tomar de ella gratis. (Rev 22:17.)
Antes de su muerte y resurrección, cuando Jesús mencionó que sus seguidores iban a recibir espí­ritu santo a partir del Pentecostés del año 33 E.C., dijo que de sus partes más interiores fluirí­an †œcorrientes de agua viva†. (Jn 7:37-39.) En las Escrituras Griegas Cristianas se halla abundante prueba de la inmensa labor que realizaron los apóstoles y discí­pulos, impulsados por la fuerza del espí­ritu de Dios, al llevar las aguas dadoras de vida a otras personas, empezando en Jerusalén y llegando con el tiempo a todo el mundo conocido de aquel entonces.

Nutrición de la palabra implantada. El apóstol Pablo usó una figura diferente cuando escribió a la congregación de Corinto, al comparar la obra del ministro cristiano a la de un labrador, quien primero planta la semilla, la riega y la cultiva, y luego espera que Dios la haga crecer hasta alcanzar la madurez. Pablo llevó las buenas nuevas del Reino a Corinto, plantando así­ la semilla en el †œcampo† corintio. Después llegó Apolos, quien con su enseñanza nutrió y cultivó la semilla que se habí­a sembrado, pero fue Dios quien produjo el crecimiento con su espí­ritu. El apóstol utilizó esta ilustración para recalcar el hecho de que ningún ser humano en particular es importante en sí­ mismo, sino que todos son ministros que trabajan juntos como colaboradores de Dios. El es el Único importante, y bendice este trabajo altruista y unido. (1Co 3:5-9.)

La palabra de verdad de Dios. La palabra de verdad de Dios se asemeja al agua que limpia. La congregación cristiana está limpia a la vista de Dios, como una novia casta a quien Cristo ha limpiado †œcon el baño de agua por medio de la palabra†. (Ef 5:25-27.) Al dirigirse a sus compañeros cristianos que tienen la esperanza de ser subsacerdotes de Cristo en los cielos, Pablo se expresa en términos similares. Cuando se refiere al tabernáculo, donde los sacerdotes tení­an que lavarse con agua antes de entrar en el santuario, pasa a decir: †œPuesto que tenemos un gran sacerdote [Jesucristo] sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazones sinceros en la plena seguridad de la fe, pues […] los cuerpos se nos han lavado con agua limpia†. (Heb 10:21, 22.) Esta limpieza no solo abarca el conocimiento de la Palabra de Dios, sino también su aplicación en la vida cotidiana.

El agua del bautismo. Jesús le explicó lo siguiente a Nicodemo: †œA menos que uno nazca del agua y del espí­ritu, no puede entrar en el reino de Dios†. (Jn 3:5.) Al parecer, Jesús hablaba del agua del bautismo, cuando la persona se arrepiente de sus pecados, se vuelve de su anterior proceder en la vida y se presenta a Dios por medio del bautismo en el nombre de Jesucristo. (Compárese con Ef 4:4, 5, donde se habla de †œun bautismo†.)
Después el apóstol Juan escribió: †œEste es el que vino por medio de agua y sangre, Jesucristo […]. Porque hay tres que dan testimonio: el espí­ritu y el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo†. (1Jn 5:5-8.) Cuando Jesús vino al †œmundo†, es decir, cuando empezó su derrotero ministerial y de sacrificio como el Mesí­as de Dios, se presentó ante Juan el Bautista para ser sumergido en agua (no en señal de arrepentimiento de pecados, sino como presentación de sí­ mismo a Dios para cumplir Su voluntad). (Heb 10:5-7.) Después, el espí­ritu de Dios descendió sobre Jesús como testimonio de que era el Hijo de Dios y el Mesí­as. (Lu 3:21, 22.) Por lo tanto, el agua de su bautismo, la sangre de su sacrificio y el espí­ritu de Dios †œestán de acuerdo† para testificar unánimemente en cuanto a esta gran verdad sobre Jesús.

Otros usos figurados. David dijo sobre los inicuos: †œDisuélvanse como en aguas que van corriendo†. (Sl 58:7.) Puede que haya pensado en los valles torrenciales de Palestina, muchos de los cuales se llenan amenazadoramente de agua como consecuencia de una lluvia torrencial repentina, para luego bajar con rapidez y desaparecer, y de nuevo dejar el valle seco.
Los israelitas atacaron la ciudad de Hai con una pequeña fuerza militar y fueron derrotados. Esta derrota tuvo un efecto desmoralizador en ellos, pues el relato explica que el corazón del pueblo de Israel †œempezó a derretirse y se hizo como agua†, con lo que se quiere decir que los israelitas percibieron que habí­an incurrido de alguna manera en el disfavor de Jehová y no contaban con su ayuda. Josué manifestó una gran preocupación debido a que Israel, el ejército de Jehová, habí­a huido presa del temor delante de sus enemigos, lo que habí­a acarreado reproche al nombre de Jehová. (Jos 7:5-9.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: Introducción. 1. El agua, elemento de la creación: 1. El agua para la vida; 2. El agua. para la purificación. 3. Lasgrandesaguas.il. El agua como signo y como sí­mbolo: 1. El agua para la sed del alma; 2. El agua para la purificación del corazón; 3. †œComo las grandes aguas†™. Conclusión.
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INTRODUCCION.
La voz †œagua†™(hebr. mayim, siempre en plural; gr. hy†™ddr) aparece más de 580 veces en el hebreo del AT y cerca de 80 veces en el griego del NT, de las cuales casi la mitad en los escritos de la tradición joanea. Pero en torno al término agua aparece toda una constelación de términos (el más frecuente es †œmar, hebr. yam, 395.veces; gr. thalassa, 92 veces en el NT), que expresan más directamente la experiencia humana,del agua. Así­ pues, en la†™ Biblia se encuentra: a) la terminologí­a meteorológica: lluvia (de otoño,- de invierno, de primavera), rocí­o, escarcha, nieve, granizo, huracán; b) la terminologí­a geográfica:
océano, abismo, mar, fuente (agua viva), rí­o, torrente (inundación, crecida); c) la terminologí­a del aprovisionamiento: pozo, canal, cisterna, aljibe; d) la terminologí­a del uso del agua: abrevarí beber, saciar la sed, sumergir (bautizar), lavar, purificar, derramar.
Dada la inseparable conexión con todas las formas de vida y con la existencia del hombre en particular, el agua asume en todas las áreas geo-gráfico-culturales un valor simbóli-co-evocativo, que en el mundo bí­blico reviste tonalidades propias. En conjunto, para el AT el tema del agua afecta a unos 1.500 versí­culos, y a más de 430 para el NT. Es una masa enorme de textos, que atestigua la casi continua presencia de ese elemento en la Biblia, en sus diversas expresiones y valoraciones.
65 En este artí­culo podemos solamente dar algunas indicaciones y orientaciones generales sobre el tema del agua como elemento de la creación y como elemento simbólico, indicando que no todos los textos se pueden catalogar exclusivamente bajo una u otra categorí­a.
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1. EL AGUA, ELEMENTO DE LA CREACION.
La Biblia se abre y se cierra sobre un fondo de †œvisiones†, en donde el agua es un elemento dominante. Las dos tradiciones del Pentateuco (P: Gn 1,1 Ss; J: Gen 2,4bss), que se remontan a los orí­genes -aunque desde puntos de vista correlativos y diversos-, ponen en escena el agua como elemento decisivo de la protologí­a; lo mismo hace el Apocalipsis con la escatologí­a (Ap 21-22), inspirándose, por lo demás, en temas de la escatologí­a profética (Ez 47,1-12; JI 4,18; Za 14,8; Za 14, Za 14, ). Parece como si la protologí­a y la escatologí­a no pudieran pensarse para el hombre bí­blico sin asociar de algún modo a ellas este elemento que envuelve y transmite sensaciones y exigencias, problemas y afanes encarnados en él a lo largo de siglos de historia, vivida en una tierra sustan-cialmente avara de agua, en donde su búsqueda y su aprovisionamiento era un problema constante y una cuestión de vida o muerte.
En estas visiones de los ormenAs ? del cumplimiento, el agua está presente en las dimensiones fundamentales en que las percibe el hombre bí­blico: a) el agua que depende de la iniciativa de Dios y del hombre; el agua benéfica, condición de bienestar y de felicidad, indispensable a la vida del hombre, de sus ganados y de sus campos, necesaria para las abluciones profanas y rituales; el agua doméstica, que éste está en disposición de dominar; el agua a medida del hombre, podrí­a decirse (Gn 2,6; Gn 2,10; Ap 22,1-2); b) el agua del océano terrestre y celestial [1 Cosmos 11,2], del mar, de los grandes rí­os con posibles inundaciones, o sea, el agua no sólo está fuera del poder del hombre, sino que es además una amenaza potencial y puede convertirse en agua de muerte y no de vida, de devastación y no de fecundidad y crecimiento (Gn 1,2; Gn 1,6-10; Gn 6,11; Gn 6,21-22).

1. El agua para la vida.

†œIndispensables para la vida son el agua, el pan, el vestido y una casa† (Si 29,21 en Si 39,26 añade otros alimentos, pero el agua sigue siendo lo primero); †œEl que camina en justicia… tendrá pan y no le faltará el agua† (Is 33, 15-16). El pan y el agua representan una asociación espontánea para indicar garantí­a de vida en regiones áridas. En nuestras regiones de clima templado el agua es sustituida fácilmente por el †œacompañamiento† o por el †œvino†, o es omitida (†œganarse el pan†), puesto que normalmente no constituye ningún problema para la vida. En Ex 17,1-7; Núm 20,2-11 (perí­odo de la peregrinación por el desierto) se leen s que atestiguan de forma dramática la necesidad de agua para la supervivencia misma de Israel. En el episodio de Ex 17, Israel, exasperado por la sed, se pregunta: †œ,Está ono está el Señor en medio de nosotros?† La falta de agua, que pone en peligro la supervivencia del pueblo recién liberado de la esclavitud del faraón, pone también en cuestión la presencia providencial de Yhwh, su poder salvador y el sentido mismo de la liberación; pero, en realidad, lo que pone en cuestión es la falta de fe de Israel, su maní­a de tentar a Dios (Dt 6,16; SaI 95,9), a pesar de la reciente liberación prodigiosa.
Mas también la vida en la tierra de Canaán imponí­a la búsqueda, la recogida y la atenta conservación del agua procedente de la lluvia o de las fuentes. La arqueologí­a ha puesto de manifiesto sistemas hidráulicos a veces imponentes y complejos, construidos para asegurar el agua a la ciudad, sobre todo en caso de asedio. Los más grandiosos son los de Je-rusalén, Gabaón, Meguido (cf J.B. Pritchard, Agua, en Enciclopedia de la Biblia 1, Garriga, Barcelona 1963, 243-252). La Biblia alude sólo ocasionalmente a estos sistemas, el más conocido de los cuales es ciertamente el que forma un túnel de unos 540 m. en forma de 5, excavado en tiempos de Ezequí­as bajo la colina Ofel, para llevar el agua de la fuente de Guijón, en el valle del Cedrón, hasta dentro de Jerusalén, en el estanque o piscina de Siloé (2R 20,20; 2Cr 32,30). Una famosa inscripción en la pared del túnel -conservada actualmente en el Museo Arqueológico de Estambul- exalta la obra realizada por las escuadras de excavadores, que partieron de los dos extremos del túnel hasta encontrarse. La excavación de pozos es muy conocida desde el tiempo de los patriarcas Gn 26,18-22; Gn 26,32 Núm 21,17s), aun cuando del célebre pozo de la samaritana (Jn 4,5-6;Jn 4,12) no hay ninguna alusión en la historia patriarcal de Jacob.
Para la vegetación en general, y especialmente para el cultivo, la situación de Palestina está bien caracterizada por Dt 11,10-12: †œLa tierra en que vais a entrar para poseerla no es como la tierra de Egipto…, donde echabas la semilla y la regabas con tu pie, como se riega una huerta. La tierra en que vais a entrar para poseerla es una tierra de montes y de valles que riega la lluvia del cielo. Esta tierra depende del cuidado del Señor; sobre ella tiene fijos sus ojos el Señor desde el comienzo hasta el final†. El texto continúa exhortando a la fidelidad a la alianza, que garantizará la lluvia a su tiempo y la abundancia, y poniendo en guardia contra la infidelidad, que obligarí­a a †œcerrarse los cielos† y provocarí­a †œla carestí­a y la muerte† (vv. 13-17; en Palestina las precipitaciones anuales apenas son suficientes para la agricultura). En el texto del Deuterono-mio se siente el eco de situaciones como la que describe 1R 17,1-16 (la sequí­a en tiempos de Elias), vividas dramáticamente por Israel en su tierra, y de las que el Deuteronomio hace una lectura teológica.
Dada la conformación geográfica de Palestina, la promesa de una tierra en la que †œmana leche y miel† Ex 3,8 Núm. Ex 13,27) -aun cuando la expresión idealice esta tierra, especialmente para los que entraban en ella después de varios años de desierto, como las tribus de Josué- tení­a que incluir alguna referencia a la lluvia fecundante, como parte integrante del don de la tierra, uno de los pilares de la alianza. En efecto, la lluvia y la sequí­a son uno de los elementos de las bendiciones y maldiciones que forman parte del †œprotocolo† de la alianza (Lv 26,34; Lv 26,19-20; Dt 28,12; Dt 28,22-24 cf también la oración Salomón: 1 R 8,35s; 2Ch 6,26s). El texto de Dt 8,7s ofrece una descripción idí­lica de la tierra prometida, †œtierra de torrentes, de fuentes, de aguas profundas†, que revela el afecto y desea suscitar el entusiasmo de Israel por su tierra, más que reflejar una situación objetiva; por eso la describe como un jardí­n de Dios (Gn 13,10 ). Más realista es Ps 65,10-14, que describe la fiesta de la tierra cuando Dios †œabre su maravilloso tesoro, los cielos† (Dt 28,12): sólo entonces †œlas praderas se cuajan de rebaños y los valles se cubren de trigales †œ, y a que la lluvia es una visita de Dios, signo de su benevolencia y complacencia. Los territorios montañosos de Samarí­a y de Judea no conocen otros modos de vestirse de fiesta.
En el NT el agua en este sentido es mencionada muy raras veces, y siempre en función de otros temas determinantes; recordemos el vaso de agua fresca ofrecido al discí­pulo de Jesús, que no quedará sin recompensa (Mc 9,41); la lluvia que manda el Padre misericordioso (junto con el sol) para la vida de buenos y malos (Mt 5,45); el agua que la samaritana tiene que sacar del pozo cada dí­a, porque nunca apaga plenamente la sed (Jn 4,13).

2. El agua para la purificación.

El agua como medio de limpieza y de higiene es recordada pocas veces en la Biblia. Aparte de la escasez, que imponí­a restricciones en todo lo que iba más allá de las necesidades fundamentales para la vida de las personas y de los animales, y aparte de la mentalidad y de las costumbres en cuestiones de higiene, el carácter profano de este uso del agua no presenta en sí­ mismo ningún interés. Se leen luego algunas indicaciones ocasionales sobreseí­ ofrecimiento de agua a los huéspedes para lavar y refrescar los pies cansados del viaje (cf, p.ej. Gn 18,4), práctica que seguí­a vigente en tiempos del NT (Lc 7,44; Jn 13,5 ). Por otros motivos siguen siendo famosos los baños de Betsabé (2S 11) y de Susana (Dn 13), que tuvieron algún espectador de más!
El empleo del agua como medio de purificación ritual está presente en casi todas las religiones y se relaciona con lo que es considerado †œimpuro† y debe volver al estado de pureza, es decir, purificado para ser empleado en el culto, mediante abluciones realizadas según determinadas modalidades y normas rituales.
La normativa que más interesa atañe a las personas que pueden ponerse voluntariamente, o incurrir involuntariamente, en situaciones que las hacen †œimpuras†, es decir, indignas de estar en la presencia de. Dios en el templo, en la asamblea sagrada, en la guerra santa. El documento? ha recogido y codificado normas de purificación por medio de abluciones para los sacerdotes (Ex 29,4; Ex 30,18-21), para el sumo sacerdote el dí­a del kippur(Lv 16,4; Lv 16,24), para impurezas derivadas de fenómenos sexuales normales o patológicos (Lv 15), para impurezas contraí­das al tocar un cadáver (Nm 19,2-10), para purificar el botí­n de guerra (Nüm 31,23-24)… El agua de los celos (Nm 5,11-31) no se refiere a un rito de purificación; obligaban a tragarla a la mujer sospechosa de adulterio para revelar su inocencia o su culpabilidad. Era una especie de ordalí­a o juicio de Dios. La expresión †œagua santa† (única en el AT) indica quizá que el agua era sacada de una fuente sagrada, o más simplemente que era de un manantial, es decir, que se trataba de agua viva.
En el NT son raras las alusiones a estas abluciones rituales. La tradición sinóptica (Mc 7,2-4; Mt 23,25; Lc 11,38) alude a ellas en tono polémico contra la proliferación e imposición de lavatorios y de abluciones en detrimento de una religiosidad más auténtica o comprometida. Jn 2,6 tiene una indicación aparentemente ocasional (†œHabí­a allí­ seis tinajas de piedra para los ritos de purificación de los judí­os…†™), pero que dentro de su estilo caracteriza a un mundo que está para acabar frente a la irrupción de la nueva era mesiánica, renresentada Dor el vino aue aparece de pronto prodigiosamente en aquellas vasijas. El gesto de Jesús que lava los pies a †œlos doce† (Jn 13,1-15) va ciertamente más allá del significado de un acto de caridad humilde que se propone como ejemplo. Este lavatorio no tiene ningún carácter ritual; es un servicio; sin embargo, el signo orienta hacia una purificación. Las palabras de Jesús contienen una referencia al bautismo (†œel que se ha bañado…†: 13,10) como purificación, que es el camino normal en la Iglesia de acoger el servicio que hizo Jesús a los suyos, aun cuando la purificación sea una de las categorí­as -no la única- en el NT para la comprensión de la realidad cristiana del / bautismo (Jn 3,5; Rm 6 ), y para Juan lo que purifica radicalmente es la palabra de Jesús (15,3) acogida con fe.
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3. Las grandes aguas.
Esta expresión hebrea (mayí­m rabbim – lit. las muchas aguas) es una fórmula fija, que indica el agua cósmica que rodea y envuelve al mundo (a menudo en paralelismo con yam, el mar, y tehómi tehóm rabbah, el abismo, el gran abismo, el mabbül, el océano celestial que rodea y pende sobre la tierra), y también las aguas de los grandes rí­os. Esta concepción del cosmos implica una amenaza constante para la vida del hombre. En la Biblia está presente esta concepción, pero las reacciones que suscita asumen tonalidades propias; efectivamente, también esta realidad es percibida, casi filtrada, a través de la fe que hunde sus raí­ces en la experiencia histórico-religiosa original que Israel como pueblo realizó en el mar Rojo. No es fácil reconstruir qué es lo que sucedió concretamente, pero en aquel acontecimiento: fundador para la fe de Israel (Ex 14,31) -cuyos ecos se perciben en toda las Biblia, incluido el NT, hasta el Apocalipsis (15,3)- el pueblo constató el poder de su Dios frente a las grandes aguas.
Una experiencia análoga se registró para la entrada en la tierra prometida con el paso del Jordán durante la época en que iba lleno (Jos 3,15). Así­, la marcha del pueblo elegido desde la tierra de la esclavitud hasta la tierra de la libertad queda encuadrada por las gestas del poder de Yhwh sobre las grandes aguas:
realmente †œel Señor hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra, en el mar y en todos los abismos† SaI 135,6).

Esta fe influyó sin duda, aunque de diversas formas, en el doble lenguaje que se observa en la Biblia en conexión con el agua cósmica: un lenguaje más imaginativo, emotivo y poético, que recurre a expresiones de la mitologí­a medio-oriental; y otro lenguaje desmitificado, que podrí­a llamarse más teológico. Se leen, por consiguiente, textos que aluden a una lucha victoriosa de Yhwh con las aguas cósmicas, personificadas a menudo en monstruos del caos primordial (cf, p.ej. SaI 74,12-14; SaI 77,17-19; SaI 89,10-11; Jb 7,12; Jb 26,13; Is 51,9), y otros textos que eluden esta escenografí­a y hablan de las aguas del mar o del abismo como de cualquier otro elemento de la creación (Gn 1,1-9). El lenguaje que utiliza imágenes de la mitologí­a reevoca a menudo de forma explí­cita o alusiva el acontecimiento del mar Rojo (cf, p.ej. SaI 74,13-14; Is 51,9-10). El recurso a imágenes mitológicas aparece siempre como un artificio literario para exaltar el poder de Yhwh; por eso laeoherencia de las imágenes es secundaria, como puede verse en la alusión al Leviatán de Ps 74,13s, donde el monstruo, compendio de todo lo que es hostil a Dios, queda despedazado y destruido; y en Ps 104,26, donde aparece como una criatura de Dios, igual a las demás, que se divierte en el mar, que es también obra de Dios.
El lenguaje más desmitificado aparece de manera inesperada más a menudo en conexión con el vocablo tehóm (36 veces, traducido normalmente al griego por ábyssos). A pesar de la semejanza fonética, los filólogos niegan la derivación directa de tehóm del acádico Tiamai, el caos primordial en lucha con Marduk, el campeón de los dioses del orden (cf C. Westermann, tehóm en DTA? II, 1286-1 292). En la Biblia, tehóm designa la gran masa de agua del mar, su inmensa superficie o su insondable profundidad, como dato geográfico en un sentido puramente objetivo, sin personificación alguna. En el judaismo indicará también la profundidad de la tierra (o se ol), independientemente de la presencia o no del agua. Es interesante ver cómo esta palabra, a pesar de ser tan afí­n a la Tiamai babilonia, no se utiliza nunca en el sentido de una potencia hostil a Dios, ni siquiera con motivo literario de antí­tesis para exaltar la fuerza de Yhwh; en Is 51,10 su uso parece ser un correctivo de la imagen mitológica del dragón Rajab despedazado. La tehóm es un elemento de la creación, y está tan lejos de indicar una fuerza hostil a Dios que es más bien una fuente de bendiciones, ya que está también en el origen de las fuentes de agua de la tierra firme (Gn 49,25; Dt 8,7; SaI 78,15; Ez 31,4). También el relato del diluvio -independientemente de la mezcla de fuentes y de su incongruencia- puede ser ejemplar en este sentido: la narración presenta al gran abismo (tehóm rab-bah)j, al océano celestial (el mabbül) como masas de agua de las que Yhwh dispone a su gusto y según su voluntad (Gn 7,11; Gn 8,2). La misma solemne beri pactada con Noé es un signo de este dominio pací­fico (Gn 9,11). El hombre bí­blico evoca con frecuencia las tradiciones del diluvio; pero no se siente amenazado por las aguas, a pesar de que la tierra está rodeada y envuelta por ellas. La experiencia histórico-religiosa que está en la base de su fe engendra la convicción más profunda de que la relación hombre-Yhwh e lsrael-Yhwh es la realidad primera y decisiva para la seguridad de su existencia respecto a la relación hombre-creación. Esto se expresa de forma casi didáctica en el libro de la Sabidurí­a, último escrito del AT: en la lectura midrásica que el autor hace de algunos momentos del éxodo (Sb 10-12; Sb 16-19) descubre en los acontecimientos el orden admirable de la Providencia, que coordina los elementos creados por ella para la salvación de Israel y el castigo de sus opresores (en particular para el agua, cf, p.ej., 11,6-14).
En el NT, si exceptuamos algunos recuerdos del AT (mar Rojo) y el uso simbólico que hace de él el Apocalipsis, el mar está presente en algunos momentos de los Hechos (viajes de Pablo) y en los evangelios, que (excepto Lucas) utilizan este nombre para el lago de Genesaret. Algunos episodios, como la tempestad calmada (Mc 4,36-4 1 y par) o los puercos invadidos por los demonios que se precipitan en el mar (Mc 5,11-13 y par), pueden presentar el †œmar, en la intención de los evangelistas, como la sede de las potencias hostiles al reino de Dios, de los demonios, sobre los cuales Jesús tiene de todas formas el poder soberano de Yhwh (SaI 65,8, †œTú, que acallas el estruendo de los mares†; cf también SaI 89,10; SaI 107,29). Pero éste es también el mar en el cual y del cual viví­an varios, discí­pulos, a los que Jesús habí­a llamado de las barcas para que lo siguieran; es el mar por el que camina con menos peligro que por los senderos de Palestina (Mt 14,25-27) y por el que también Pedro puede caminar mientras confí­e en Jesús (vv. 28-31); es el mar donde tiene lugar la pesca milagrosa (Lc 5,4-11; Jn 21,1-14). Los episodios evangelicos que tienen como escenario el †œmar de Galilea podrí­an eventualmente indicar la situación de la comunidad de Jesús en el mundo, con las fatigas, los peligros y también los éxitos que esa situación habrá de suponer.
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II. EL AGUA COMO SIGNO Y SIMBOLO.
Para las indicaciones conceptuales y terminológicas relativas a †œsigno y sí­mbolo† en la moderna antropologí­a, cf / Sí­mbolo. El uso simbólico de una realidad natural tiene una función cognoscitiva y comunicativa: más que una ayuda, es una condición para expresar percepciones o experiencias interiores que el sujeto intenta formularse a sí­ mismo, aun antes de comunicárselas a los demás, captando en los objetos de su conocimiento sensible ciertas sintoní­as y correspondencias con esas personas y experiencias. En la concepción bí­blica, toda la creación y la historia vivida por Israel están en estrecha dependencia de Dios; por consiguiente, todo (cosas, personas, acontecimientos) puede convertirse en signo de su presencia, en instrumento de su acción, en indicio de algún aspecto de esa relación tan compleja y no siempre fácilmente descifrable de Dios con el hombre. El agua en sus diversos valores se ha convertido fácilmente en sí­mbolo de realidades más profundas, que Israel viví­a como pueblo de Dios. La abundancia de aguas con que se describen la pro-tologí­a y la escatologí­a representa ya atávicas nostalgias y aspiraciones, temores y repulsas del hombre bí­blico (y en general del medio-oriental), pero interpretadas a la luz de su relación con Yhwh, con el Dios de la alianza, que da un colorido particular a este elemento simbólico fundamental.
1. El agua para la sed del alma.
La protologí­a y la escatologí­a enmarcan la historia, y especialmente la historia del pueblo de la alianza con Dios, llamado a vivir cada dí­a de una realidad que deduce toda su necesidad del simbolismo del agua, comprendida su penuria. Los hebreos tení­an que comprar también el agua (Is 55,1; Lm 5,4), lo mismo que se compraban normalmente otros alimentos; pero el profeta invita: †œild por agua, aunque no tengáis dinero!† El agua que Dios ofrece por labios del profeta no se compra realmente con dinero; la invitación a coger agua es una invitación a escuchar: †œPrestad oí­do…, escuchad, y vivirá vuestra alma† (Is 55,3). El agua es la †œpalabra†, que es verdaderamente la vida de Israel (Dt 8,3; Dt 32,47), sin la cual ni siquiera existirí­a. De la palabra de Dios dirigida a Abrahán, de la palabra que le promete una descendencia, nace Israel (Gn 12,1-2). En un tiempo en que esta †œpalabra†, que no sólo dio origen, sino que acompañó a Israel a lo largo de su historia, todaví­a no habí­a sido fijada ni codificada, sino que resonaba en la viva voz de los hombres de Dios, su falta provocaba †œhambre y sed†, lo mismo que la falta de pan y agua. Amos amenaza con esta †œcarestí­a y sequí­a†, por la que las †œbellas muchachas y los jóvenes apuestos† se marchitarán por la sed e irán vagando anhelantes en busca de esa agua (Am 8,11-13). El silencio de Dios forma parte de su castigo, es una especie de destierro del alma de Israel alejada de la †œpalabra† por haber prestado oí­dos a otras palabras, por haber buscado otras aguas. Algunos decenios después de Amos, Isaí­as en el reinado de Judá se lamentaba de que el pueblo hubiera †œdespreciado las plácidas aguas de Silo醝 (Is 8,6), para recurrir a las aguas impetuosas y abundantes del rí­o por antonomasia, el Eufrates. La humildad y la placidez de las aguas de Siloé (la fuente que aseguraba el agua, y por tanto la vida, a Jerusalén) y la masa de aguas caudalosas del gran rí­o señalan la desproporción de poder y de seguridad, por motivos polí­ticos, entre una †œpalabra† fiable y la alianza con un gran imperio como el asirio de aquellos tiempos, frente a la coalición siro-efraimita que preocupaba a Ajaz (734). Vendrá el emperador Teglatfalasar y aniquilará a Efraí­n y a Damasco; pero será como una inundación también para Judá, según las palabras de Isaí­as (Is 8,7-8). Unos decenios más tarde, Jerusa-lén pudo constatar también la eficacia infalible de la †œpalabra† que garantizaba su salvación frente a Sena-querib (701 a.C), siempre con la condición de un acto de fe, que esta vez no vaciló en hacer Ezequí­as, sostenido una vez más por Isaí­as (Is 37). La fuente de agua viva, abandonada por Judá, volverá otra vez bajo la pluma de Jeremí­as, en contraposición a las cisternas resquebrajadas, rotas, que no contienen agua (Jr2,13); estos sí­mbolos se aclaran unos versí­culos más adelante. Judá ha abandonado al Señor, su Dios, y va intentando beber de las aguas del Nilo y del Eufrates (2,17-18), buscando su seguridad en unas alianzas que se revelarán siempre inútiles y desastrosas, hasta la tragedia del 586 a.C. No cabe duda de que el anónimo profeta del final del destierro, el Déu-tero-lsaí­as, se inspiraba también en la experiencia profética de su gran maestro y modelo del siglo vm y de otros profetas, cuando afirmaba la eficacia infalible de la palabra de Dios, parangonándola con la lluvia: después de caer, produce infaliblemente sus efectos sobre la tierra que la acoge (Is 55, 10-11).
Estos versí­culos situados al final del Déutero-lsaí­as parecen ser el sello de todo lo que habí­a ido anunciando apasionadamente a lo largo de 16 capí­tulos: el final del destierro y el retorno a la patria de los desterrados. será como un nuevo éxodo. Su len-euaie. rico en imágenes deslumbradoras y de un intenso pathos, está totalmente orientado hacia una reactivación de la fe en el Dios de los padres, presente y de nuevo en acción para rescatar a su pueblo y conducirlo otra vez a su tierra; invita a mirar hacia adelante, al futuro; el sentido del retorno a la tierra de los padres está precisamente en el hecho de que la historia de la alianza entre Dios y su pueblo no se ha agotado, sino que ha de continuar. La imagen del agua, que aparece con frecuencia, va acompañada del motivo del camino que hay que recorrer para regresar: habrá que recorrer regiones desiertas, pero éstas se transformarán en tierras surcadas de arroyos, y por tanto ricas en vegetación y en frutos, dispuestas a ofrecer solaz y descanso a los desterrados en marcha: †œSí­, en el desierto abriré un camino y rí­os en la estepa…, para abrevar a mi pueblo, a mi elegido† (Is 43,19-20; Is 41,17-20; Is 44,3-4; Is 48,21; Is 49,10; Is 51,3, †œHace el desierto como al Edén…, la estepa como el jardí­n del Señor†). También Is 35 se inspira en el Segundo Isaí­as, representándose el retorno de los †œrescatados† del Señor como una solemne procesión litúrgica que se desarrolla por la ví­a sacra que conduce a Sión a través de un desierto transformado, por fuentes y arroyos (35,6-7). El agua, condición de vida de las caravanas, que programaban su recorrido según la distancia de los oasis y de los pozos, siguesiendo el sí­mbolo de una palabra que garantiza lo que anuncia, que crea condiciones de vida y la renueva incluso donde parece imposible y destinada a extinguirse.
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En la lí­nea de este simbolismo se sitúan los textos que se refieren al individuo, concretamente al †œjusto†™, el hombre que asume la posición justa delante de Dios: es como los árboles plantados junto a las corrientes de agua, que están en condición de sobrevivir incluso en tiempos de sequí­a (SaI 1,3; Jr 17,8; Is 58,11; Ez 19,10; Ez 19, Ez 19, ) A la imagen estática del árbol acompaña la dinámica del rebaño, al cual el pastor proporciona agua guiándolo a las fuentes (SaI 23,2; Jr 31,9; Ap 7,17). El agua está siempre entre las primeras realidades que afloran a la fantasí­a como sí­mbolo de vida segura y feliz, tanto presente como futura. Por eso el salmista percibe el deseo del encuentro con Dios, de vivir cerca de su santuario, como una sed ardorosa (SaI 42,2-3, †œComo la cierva busca corrientes de agua, así­ mi alma te busca a ti, Dios mí­o; mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente…†; SaI 63,2, †œOh Dios, tú eres mi Dios…, mi alma tiene sed de ti…).
La literatura sapiencial conoce y utiliza el agua como sí­mbolo de la sabidurí­a. Está presente en algunas sentencias proverbiales (Pr 13,14; Pr 18,4; Pr 20,5; Si 15,3; Si 21,13), que de ordinario ponen en primer plano al sabio, más que la sabidurí­a. Sólo en Si 24,23-32 encontramos de forma más amplia y refleja el uso simbólico del agua. Después de identificar la sabidurí­a con el libro de la ley del Altí­simo, el Sirácida dice que la ley contiene tanta sabidurí­a como agua hay en los rí­os del paraí­so (Gn 2,10-14), que más allá del jardí­n riegan toda la tierra (jañadiendo a ellos el Jordán y quizá el Nilo!). De esta abundancia Ben Sirá ha sacado un canal para regar su huerto… Pero la imagen no prosigue coherentemente; dice que este canal se ha convertido en un rí­o y un mar…, ¡y no se sabe ya qué habrá podido suceder con su huerto! La fantasí­a se ha detenido en el agua, que pasa a ser sí­mbolo de toda la sabidurí­a recogida en su libro como fruto de su estudio, de su meditación y de su reflexión sobre la tórah, además de la oración al Altí­simo y de la observación del mundo (Si 39,1-3; Si 39,5-8, autorretrato del autor!).
En el NT la presencia del agua con este valor simbólico aparece solamente en los escritos de la tradición joanea. Si en el Apocalipsis hay una perspectiva escatológica (Ap 7,17; 21,6; 22,1.17), la del cuarto evangelio es claramente actual o eclesial. En el diálogo con la samaritana (Jn 4,7-15), el agua simboliza un don no muy precisado, que parece posible identificar con la revelación de Dios, del Padre, que Jesús hace a los hombres. En la invitación dirigida a la gente en la fiesta de los tabernáculos (Jn 7,3 7-39), el agua se identifica con el Espí­ritu que recibirí­an los creyentes en Cristo desde el momento de su †œexaltación†, según el comentario del evangelista en 7,39. Es conocida la doble posibilidad de lectura de Jn 7,37b-38, tomando como base la puntuación adoptada: a) †œEl que tenga sed, que venga a mí­; el que cree en mí­ que beba, como dice la Escritura..†; b) †œEl que tenga sed, que venga a mí­ y que beba el que cree en mí­. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán rí­os de agua viva†™. Las dos lecturas encierran algunas dificultades sintácticas (cf G. Segalla, Giovanni, Ed. Paoline 1976,262s); de todas formas, la interpretación más joanea es ciertamente la cristológica en los dos casos, ya que es de Jesús de donde brota el agua viva y es él quien la da. Jn 19,34 es el texto que en la óptica de Juan parece dar cumplimiento a los demás que hablan del don del agua viva como revelación suprema y definitiva de Dios en Jesús levantado en la cruz y como Espí­ritu, dones que están ligados a la muerte de Jesús (Jn 7,39 cf Jn 8,28). La simbo-logí­a más directamente sacramental parece secundaria o implí­cita en el agua viva que Jesús da y que sale al encuentro de la sed de conocimiento y de salvación definitiva: †œEl que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás† (Jn 4,14). Las modalidades concretas a través de las cuales se recoge esta agua no se excluyen en el texto, pero no se muestran en primer plano.
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2. El agua para la purificación del corazón.
También como elemento esencial de muchos ritos de purificación, el agua sufre un proceso de simbolización a medida que el conocimiento de Israel, sobre todo bajo el impulso de la predicación profética, profundiza en el concepto de pecado y en la idea de que la impureza de la criatura humana o su indignidad para estar en presencia de Dios es una situación interior, esto es, †œdel corazón†™, más que exterior: no hay ningún agua natural ni rito alguno que pueda purificarlo. De todas formas, el agua seguirá siendo el sí­mbolo evocativo más inmediato y comprensible de una intervención que sólo Dios puede realizar. Por eso el orante de Ps 51 pide directamente a Dios la purificación: †œLávame…, purifí­came† (y. 4), †œpurifí­came…, lávame†™ (y. 9), y concreta luego su sentimiento invocando a Dios para que quiera crear en él un corazón nuevo (y. 12). Aparece aquí­ el verbo bará, que la Biblia reserva para la acción de Dios; el verbo de la creación (Gn 1,1), de donde se deduce la convicción de que una verdadera purificación interior, una verdadera liberación del pecado, equivale a una creación y que esta operación es únicamente obra de Dios. Resuena en estas expresiones del salmista su meditación sobre algunos textos profé-ticos, como los de Is 1,18; Jer 31,33-34; sobre todo Ez 36,25-27 (cf también Za 13,1, †œEn aquel dí­a brotará un manantial…, para lavar los pecados e impurezas†), los textos clásicos que anuncian una nueva relación con Dios, que originará una purificación interior, un cambio del corazón, ese corazón nuevo que será el único capaz de acoger por entero una nueva alianza.
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3. †œCOMO LAS GRANDES AGUAS.
El agua del océano o de los grandes rí­os, exorcizada en el plano cosmológico, sigue siendo la imagen simbólica de los grandes peligros que acechan la vida del pueblo o del individuo, frente a los cuales uno es tan impotente como la barquilla a merced del mar tempestuoso o un territorio ante una inundación que lo derriba y lo sumerge todo. Esta imagen aparece en los / Salmos de lamentación (SaI 18,4; SaI 18,5; SaI 18,16; SaI 69,2-3; SaI 69,15-16; SaI 88,17-18; SaI 124,4) para presentara Dios una situación sin otra salida que la intervención de su omnipotencia misericordiosa.
A veces la imagen de las aguas desbordadas aparece en los profetas para indicar la invasión de una nación por los enemigos. La llegada ya recordada de los asirios, llamados por el rey de Judá, Ajaz, será como una inundación del gran rí­o (Is 8,6-8): Samarí­a se verá arrastrada por poderosas aguas que la anegarán, contra las que no servirá ningún refugio (Is 28,2; Is 28,17 véase esta misma imagen para la región los filisteos en Jr47,2 y para Babilonia en Jr51,52).
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La corriente apocalí­ptica remitifica a su vez el mar en cierto sentido, enlazando con la mentalidad semí­tica ancestral. La masa caótica de las aguas vuelve a ser la morada terrible e insidiosa de las potencias enemigas de Dios. De ella suben los monstruos de la destrucción (cf Dan 7,3ss; Ap 11,7 Ap 13,1;Ap 17,5; Ap 17,8-18), que tienden adestruiro impedir el †œcosmos† que Dios va realizando en la historia de la salvación (†œel cielo nuevo y la tierra nueva†, Ap 21,1; Is 65,17; IP 3,13), el pueblo nuevo que él se va formando (†œel resto de la descendencia de la mujer†, Ap 12,17, contra el que el dragón vomita su riada de agua). El †œSitz im Leben† de este género es la lucha, la persecución contra el pueblo de Dios, los santos del Altí­simo (Dn 7,25). La transposición simbólica hace de ella un combate cósmico entre dos campos claramente contrapuestos. La escenificación utiliza algunos elementos que en la tradición anterior de Israel habí­an servido como motivo literario para exaltar la potencia de Yhwh, y que ahora se convierten en sí­mbolo de personas, de acontecimientos, de instituciones que forman el †œcampo enemigo† de Dios y de su pueblo. Por eso el mar con sus monstruos, sí­mbolo una vez más de toda entidad que en el curso de los siglos se ha opuesto al designio de Dios, desaparecerá (Ap 21,1), mientras que seguirá vigente el don de aquel agua que es sí­mbolo de todo lo que Dios ha creado para la vida y la felicidad plena de las criaturas que han acogido su propuesta de salvación, su amor redentor (cf Ap 22,1-2, que recoge el tema del agua que devuelve la salud y da la vida, de Ez 47,1-12).
Otros simbolismos secundarios, podrí­amos decir ocasionales, aparecen también en la Biblia en relación con el agua: en Pr 5,15-18 (†œBebe el agua de tu propia cisterna…†); el sabio exhorta a apreciar el amor conyugal, poniendo en guardia contra la infidelidad; en 2S 14,14 la mujer de Técoa apela al agua derramada en tierra como imagen de la vida que transcurre inexorable e irrecuperable. Está claro que este último simbolismo está ligado a la caracterí­stica de la †œliquidez† más que al agua en sí­ misma; además el Cantar prefiere el vino al agua como imagen del amor entre los esposos (Ct 1,4; Ct 2,4), o la miel y la leche (4,11), pero sin olvidar el agua (4,15).
Un gesto simbólico ligado más propiamente al agua es el †œlavarse las manos† para declarar la propia inocencia en hechos de sangre (Dt 21,6; SaI 26,6), gesto que hizo célebre Pilato en otro sentido, sustrayéndose a su obligación concreta de juez, que le imponí­a dejar en libertad a un acusado reconocido como inocente (Mt 27,24).
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Conclusión.
Es significativo que en la Jerusalén celestial el vidente de Patmos no vea ningún templo ni fuente alguna de luz, ya que Dios y el Cordero son su templo y su luz (Ap 21,22-23), mientras que se le muestra el rí­o de agua viva (Ap 22,1-2). Siguiendo en la tradición joanea, podemos recordar que el cuarto evangelio identifica a Jesús con la luz (Jn 8,12) y, de algún modo, con el templo (Jn 2,19-23), pero no lo identifica con el agua; el agua pertenece, en su realidad creada, así­ como en su valor simbólico, a la categorí­a del †œdon†, incluso del don por excelencia, el Espí­ritu derramado en los que creen en Cristo (7,39; ce. 14 y 16, passim; Rm 5,5; 2Co 1,22; Ga 4,4-7). La presencia del agua en la visión de Juan sirve para significar -al parecer- que la vida eterna con Dios y en Dios existe como don perennemente acogido, que no anula, sino que supone la al-teridad entre el que da y el que recibe, entre el Dios de Jesucristo, el Padre, y sus hijos, hechos definitivamente conformes con la imagen del Hijo mediante este don del Espí­ritu (Rom 8,l6ss.29). El misterio de la paternidad de Dios envolverá a sus hijos, sin anularlos, sin absorberlos o consumirlos en sí­, como en cierto sentido las misteriosas e insondables aguas cósmicas envuelven también el universo en la perspectiva bí­blica.
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BIBL.: Audet J.P., La soif, l†™eau et ¡aparóle, en †˜RB66 (1959) 379-386; Boismard, M.E., De son ventre couleront des fleuves d†™eau (Jo., V1138), en†RB†™65 (1958) 523-546; Braun F.M., L†™eau et l†™esprit, en †œRevue Thomiste† 49 (1949) 5-30; Casado Contreras C, Las aguas bí­blicas, Analecta Calasanctiana 14, Madrid 1972; Dambrine L., L†™eauetl†™Ancien Testament, Cahiers bibliques 7, Parí­s 1969; Daniélou J., Le symbolisme de l†™eau vive, en†RSR 32 (1958) 335-346; Eliade M., Las aguas y el simbolismo acuático, en Tratado de Historia de las religiones 1, Cristiandad (Epifaní­a 7), Madrid 1974, 222-252; Goppelt L., Hy†™dor, en GLNTXI y, 53-91; Grelot P., L†™inlerpretazionepenitenzialedella lavando deipiedi, en L †˜uomo davantia Dio, Ed. Paoline, Roma 1966, 93-118 (con amplia y documentada panorámica sobre las diversas interpretaciones de Jn 13; Jn 4; Jn 1-17); Grelot P., †œDe son ventre couleront des fleuves
d†™eau†. La citation scripturaire de Jean VII, 38, en †˜RB 66 (1959) 369-374 (observaciones sobre el mencionado artí­culo de Boismard, seguidas de una réplica del mismo Boismard, IB 374-378); Kaiser O., Dic mystische Bedeutung des Meeres in Aegypten, Ugarit und Israel, Beihefte ZAW 78, 19622; Luciani F., L†™acqua nel mondo antico, en †œParole di vita†™ 13(1968)200-208; Marton J.L., A Studyofthe Significance of Water in Biblical Literature, Dissertatio, Melbourne 1972; May H., Some cosmic connotations ofMaym rabbim †œmany waters†, en †˜JBL (1955) 9-21; Nola A. di, Acqua, en Enciclopedia delle Religionil, Vallecchi, Florencia 1970, 22-32; Raymond P., L†™eau, sa vie et sa signification dans ¡†˜Anclen Testamenl, en VTS VI, Leid 1958.
A. Girlanda
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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

mayim (µyIm’ , 4325), “agua; torrente”. El término tiene cognados en ugarí­tico y en sudarábigo. Aparece unas 580 veces y durante todos los perí­odos del hebreo bí­blico. Primero, “agua” es una de las sustancias básicas originales. Este es su significado cuando aparece por vez primera, en Gen 1:2 “Y el Espí­ritu de Dios se moví­a sobra la faz de las aguas”. En Gen 1:7 Dios separó las “aguas” de encima de las “aguas” debajo (cf. Exo 20:4) de la bóveda celeste (lvp). Segundo, el vocablo representa aquello que está dentro de un pozo, por ejemplo, “agua” para beber (Gen 21:19). Las “aguas vivas” son las que fluyen: “Cuando los siervos de Isaac cavaron en el valle †¦ hallaron un pozo de aguas vivas” (Gen 26:19). Al agua que se bebe en la prisión se le denomina “agua de aflicción”: “Echad a este en la cárcel, y mantenedle con pan de angustia y con agua de aflicción, hasta que yo vuelva en paz” (1Ki 22:27). Job 9:30 habla de agua de nieve: “Aunque me lave con aguas de nieve, y limpie mis manos con la limpieza misma”. Tercero, mayim puede representar figuradamente cualquier lí­quido: “Dios nos ha destinado a perecer, y nos ha dado a beber aguas de hiel, porque hemos pecado contra Jehová” (Jer 8:14). La frase, en 2Ki 18:27, mereglayim (“agua de los pies”) significa orina: “¿Me ha enviado mi señor para decir estas palabras a ti y a tu señor, y no a los hombres que están sobre el muro, expuestos a comer su propio estiércol y beber su propia orina con vosotros?” (cf. Isa 25:10). Cuarto, en el culto de Israel el “agua” se vertí­a o rociaba (no se sumergí­a a nadie) simbolizando la purificación. Es así­ como Aarón y sus hijos debí­an lavarse ritualmente con “agua” como parte del rito de consagración al sacerdocio: “Y llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua” (Exo 29:4). Ciertas partes del animal sacrificado debí­an lavarse con “agua” durante el culto: “Y lavará con agua los intestinos y las piernas” (Lev 1:9). Los ritos israelitas a veces incluí­an “agua santificada”: “Luego tomará el sacerdote del agua santa en un vaso de barro; tomará también el sacerdote del polvo que hubiere en el suelo del tabernáculo y lo echará en el agua” (Num 5:17). En el ritual de Israel también se usaban “aguas amargas”: “Y hará el sacerdote estar en pie a la mujer delante de Jehová, y descubrirá la cabeza de la mujer, y pondrá en sus manos la ofrenda recordativa, que es la ofrenda de celos; y el sacerdote tendrá en la mano las aguas amargas que acarrean maldición” (Num 5:18). Esta era “agua” que causaba maldición y amargura a quien la bebí­a (Num 5:24). Quinto, en nombres propios el vocablo se usa en relación con fuentes, arroyos o mares, y las regiones que están en el vecindario inmediato de estas aguas: “Di a Aarón: Toma tu vara, y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre sus rí­os, sobre sus arroyos y sobre sus estanques, y sobre todos sus depósitos de aguas, para que se conviertan en sangre” (Exo 7:19). Sexto, el término se usa en sentido figurado de muchas maneras. Mayim alude al peligro o aflicción: “Envió de lo alto y me tomó; me sacó de las muchas aguas” (2Sa 22:17). En 2Sa 5:20 Mayim representa una fuerza que irrumpe: “Quebrantó Jehová a mis enemigos delante de mí­, como corriente impetuosa”. Las “muchas aguas” pueden referirse a la insurgencia de las naciones impí­as en contra de Dios: “Los pueblos harán estrépito como de ruido de muchas aguas” (Isa 17:13). El vocablo, por tanto, describe un í­mpetu violento y sobrecogedor: “Se apoderarán de él terrores como de aguas; torbellino lo arrebatará de noche” (Job 27:20). En otros pasajes “agua” se usa para representar la timidez: “Por lo que el corazón de ellos desfalleció y vino a ser como agua” (Jos 7:5). Relacionado un poco con este sentido está la connotación de “transitorio”: “Y olvidarás tu miseria, o te acordarás de ella como de aguas que pasaron” (Job 11:16). En Isa 32:2 “agua” representa refrigerio: “Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de agua en tierras de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa”. Los remansos apacibles o las aguas quietas simbolizan el descanso y la paz: “Junto a aguas de reposo me pastoreará” (Psa 23:2). Se usan términos semejantes para describir los encantos de la esposa como “aguas de vida” o “aguas vivificantes”: “Bebe el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo” (Pro 5:15). El “agua” derramada representa derramamiento de sangre (Deu 12:16), ira (Hos 5:10), justicia y juicio (Am 5.24) y sentimientos de dolor (Job 3:24). tehoí†m (µ/T] , 8415), “aguas profundas, océano; abismos, agua subterránea, aguas, diluvios y torrentes”. Se encuentran cognados de esta palabra en ugarí­tico, acádico (desde Ebla, alrededor de 2400—2250 a.C.) y arábigo. En las 36 veces que aparece el término es en su mayorí­a en pasajes poéticos en todos los perí­odos históricos. El término representa las “aguas profundas” cuyas superficies se congelan por el frí­o: “Las aguas se endurecen a manera de piedra, y se congela la faz del abismo” (Job 38:30). En Psa 135:6 tehoí†m significa el océano en oposición a los mares: “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos [en todos los océanos]” (cf. Psa 148:7 ). El vocablo se refiere de manera particular a los torrentes profundos o fuentes de las aguas. Cuando los marineros se aventuran al mar en medio de una violenta tormenta, “suben a los cielos, descienden a los abismo” (Psa 107:26). Esta es una expresión hiperbólica o de exageración poética, pero presenta los “abismos” como lo contrario a los cielos. Este énfasis está bien presente en el Cántico de Moisés, en donde el término representa la amenaza de las “profundidades”. Los “abismos”, que siempre han existido (sin ser eternos), son un elemento de la naturaleza esencialmente peligroso: “Los abismos los cubrieron; descendieron a las profundidades como piedra” (Exo 15:5). Por otro lado, tehoí†m puede significar nada más que “aguas profundas” en las que los objetos pesados se hunden rápidamente. Tehoí†m puede representar también una fuente inacabable de agua o, a manera de comparación poética, de bendición: “Con bendiciones de los cielos de arriba, con bendiciones del abismo que está debajo” (Gen 49:25). En estos casos el término se refiere a “aguas subterráneas” que siempre están disponibles: que se podí­an explotar cabando pozos de los que brotaban manantiales y que formaban parte de las aguas debajo de océanos, lagos, mares y rí­os. Esto fue lo que Dios abrió junto con las aguas por encima de la bóveda celeste (Gen 7:11; cf. 1.7) y que más tarde cerró para terminar el gran diluvio (Gen 8:2; cf. Psa 37:7; 104.6; Eze 26:19). En tales contextos la palabra denota un “montón de aguas”: “El junta como montón las aguas” (Psa 33:7). En Gen 1:2 (primer caso del término) tehoí†m se refiere a “todas las aguas” que en el comienzo cubrí­an todo el globo terrestre: “Las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” (cf. Pro 3:20; 8.24, 27–28).

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

1. udor (udwr, 5204), de donde proviene el prefijo castellano hidro-. Se usa: (a) del elemento lí­quido natural, con frecuencia en los Evangelios; en el plural especialmente en el Apocalipsis; en otros pasajes (p.ej., Heb 9:19; Jam 3:12); en 1 Joh 5:6 que Cristo “vino mediante agua y sangre”, puede ya referirse. (1) a los elementos que fluyeron de su costado en la cruz después de su muerte, o (2) en vista del orden de las palabras y de las preposiciones aquí­ utilizadas, a su bautismo en el Jordán y a su muerte en la cruz. En cuanto a (1), el agua serí­a el sí­mbolo de la purificación moral y práctica efectuada por la eliminación de las impurezas al dar oí­do a la Palabra de Dios en el corazón, en la vida, y en los hábitos; cf. Lev_14, en cuanto a la purificación del leproso. En cuanto a (2), Jesús el Hijo de Dios vino en su misión por, o mediante, el agua y la sangre, esto es, en su bautismo, cuando El entró públicamente en su misión y fue declarado ser el Hijo de Dios por el testimonio del Padre, y en la cruz, cuando El dio término a su testimonio públicamente. La afirmación del apóstol contradice así­ la doctrina de los gnósticos de que el Logos divino se unió con el Hombre Jesús en su bautismo, y que lo dejó en Getsemaní­. Al contrario, aquel que fue bautizado y aquel que fue crucificado fue el Hijo de Dios totalmente en su Deidad y humanidad combinadas. La palabra agua se usa simbólicamente en Joh 3:5, ya (1) de la Palabra de Dios, como en 1Pe 1:23 (cf. el uso simbólico en Eph 5:26), o, a la vista de la preposición ek, fuera de, (2) de la verdad que expresa el bautismo, siendo este la expresión, no el medio, el sí­mbolo, y no la causa, de la identificación del creyente con Cristo en su muerte, sepultura, y resurrección. Así­ que el nuevo nacimiento es, en un sentido, el dejar a un lado todo lo que el creyente era en cuanto a la carne, porque es evidente que tiene que haber un nuevo principio por entero. Los hay que consideran a kai, “y”, en Joh 3:5, como epexegético, “aún”, en cuyo caso el agua serí­a emblema del Espí­ritu, como en Joh 7:38 (cf. 4.10,14), pero no en 1 Joh 5:8, donde se hace distinción entre el Espí­ritu y el agua. “El agua de vida” (Rev 21:6 y 22.1,17), es emblemática de la preservación perpetua de la vida espiritual. En Rev 17:1 las aguas son un sí­mbolo de naciones, pueblos, etc. 2. dithalassos (diqavlasso”, 1337) significa principalmente dividido entre dos mares (dis, dos veces, y thalassa, mar); después, dividir el mar, como lo puede hacer un arrecife o una proyección rocosa hacia dentro del mar (Act 27:41, “un lugar de dos aguas”).¶ 3. ombros (o[mbro”, 3655) denota una fuerte lluvia tormentosa (Luk 12:54).¶ 4. anudros (ajnuvdro”, 504), sin agua (a, negación; n, partí­cula eufónica; udor, agua) se traduce “seco” en Mat 12:43; Luk 11:24; y “sin agua” en 2Pe 2:17 y Jud 12: Véase SECO.¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

El agua es, en primer lugar, fuente y poder de vida: sin ella no es la tierra más que un desierto *árido, paí­s del hambre y de la sed, en el que hombres y animales están destinados a la muerte. Sin embargo, hay también aguas de *muerte: la inundación devastadora que trastorna la tierra y absorbe a los vivientes. Finalmente, el culto, trasponiendo un uso de la vida doméstica, se sirve de las abluciones de agua para *purificar a las personas y a las cosas de las manchas contraí­das a lo largo de los contactos cotidianos. Asi el agua, alternativamente vivificadora o temible, pero siempre purificadora, está í­ntimamente unida con la vida humana y con la historia del pueblo de la Alianza.

I. LA CRIATURA DE DIOS.

Dios, señor del universo, dispensa el agua a su arbitrio y tiene así­ en su poder los destinos del hombre. Los israelitas, conservando la representación de la antigua cosmogonia babilónica, parten las aguas en dos masas distintas. Las “aguas de arriba”‘ son retenidas por el firmamento, concebido como una superficie sólida (Gén 1,7; Sal 148,4; Dan 3,60; cf. Ap 4,6). Ciertas compuertas dejan al abrirse que esas aguas caigan a la tierra en forma de lluvia (Gén 7,11; 8,2; 1s 24,18; Mal 3,10) o de rocio que por la noche se deposita sobre la hierba (Job 29,19; Cant 5,2, Ex 16,13). En cuanto a los manantiales y a los rí­os, no provienen de la lluvia, sino de una inmensa reserva de agua, sobre la que reposa la tierra: son las “aguas de abajo”, el abismo (Gén 7,11; Dt 8,7; 33,13; Ez 31,4). Dios, que instituyó este orden, es el dueño de las aguas. Las retiene o las deja en libertad a su arbitrio, tanto a las de arriba como a las de abajo, provocando así­ la sequí­a o la inundación (Job 12,15). “Derrama la lluvia sobre la tierra” (Job 5,10; Sal 104,10-16), lluvia que viene de Dios y no de los hombres (Miq 5,6; cf. Job 38,22-28). Dios le ha “impuesto leyes” (Job 28,26). Cuida de que caiga regularmente, “a su tiempo” (Lev 26,4; Dt 28,12): si viniera demasiado tarde (en enero), se pondrian en peligro las siembras, como también las cosechas si cesara demasiado temprano, “a tres meses de la siega” (Am 4,7). Por el contrario las lluvias de otoño y de primavera (Dt 11,14; Jer 5,24) cuando Dios se digna otorgarlas a los hombres aseguran la prosperidad del paí­s (Is 30,23ss). Dios dispone igualmente del abismo según su voluntad (Sal 135,6; Prov 3,19s). Si lo deseca, se agotan las fuentes y los rí­os (Am 7,4; Is 44,27; Ez 31,15), provocando la desolación. Si abre las “compuertas” del abismo, corren los rí­os y hacen prosperar la vegetación en sus riberas (Núm 24,6; Sal 1,3; Ez 19,10), sobre todo cuando han sido raras las lluvias (Ez 17,8). En las regiones desérticas las fuentes y los pozos son los únicos puntos de agua que permiten abrevar a las bestias y a las personas (Gén 16,14; Ex 15,23.27) representan un capital de vida que las gentes se disputan encarnizadamente (Gén 21,25; 26,20s; Jos 15,19). El salmo 104 resume a maravilla el dominio de Dios sobre las aguas: él fue quien creó las aguas de arriba (Sal 104,3) como las del abismo (v. 6); él es quien regula el suministro de sus corrientes (v. 7s), quien las retiene para que no aneguen el paí­s (v. 9), quien hace manar las fuentes (v. 10) y descender la lluvia (v. 13), gracias a lo cual se derrama la prosperidad sobre la tierra aportando gozo al corazón del hombre (v. 11-18).

II. LAS AGUAS EN LA HISTORIA DEL PUEBLO DE DIOS.

1. Aguas y *retribución temporal. Si Dios otorga o niega las aguas según su voluntad, no obra, sin embargo, en forma arbitraria, sino conforme al comportamiento de su pueblo. Según que el pueblo se mantenga o no fiel a la alianza, le otorga o le rehúsa Dios las aguas. Si los israelitas viven según la ley divina, *obedeciendo a la voz de Dios, abre Dios los cielos para dar la lluvia a su tiempo (Lev 26,3ss.10; Dt 28,1.12). El agua es, pues, efecto y signo de la *bendición de Dios para con los que le sirven fielmente (Gén 27,28; Sal 133,3). Por el contrario, si Israel es infiel, lo *castiga Dios haciéndole “un cielo de hierro y una tierra de bronce”. (Lev 26,19; Dt 28,23), a fin de que comprenda y se *convierta (Am 4,7). La sequí­a es, pues, efecto de la *maldición divina para con los *impí­os (Is 5,13; 19,5ss; Ez 4,16s; 31,15), como la que devastó el paí­s bajo Ajab por haber Israel “abandonado a Dios para seguir a los Baales”. (IRe 18,18).

2. Las aguas aterradoras. El agua no es solo un poder de vida. Las aguas del *mar evocan la inquietud demoniaca con su agitación perpetua, y con su amargura, la desolación del sêol. La crecida súbita de los cauces del desierto, que en el momento de la *tormenta arrastran la tierra y a los vivientes (Job 12,15; 40,23), simboliza la desgracia que se apresta a lanzarse sobre el hombre de improviso (Sal 124), las intrigas que urden contra el justo sus *enemigos (Sal 18,5s.17; 42,8; 71,20; 144,7), que con sus maquinaciones se esfuerzan por arrastrarlo hasta el fondo mismo del abismo (Sal 35,25; 69,2s). Ahora bien, si Dios sabe proteger al justo contra estas aguas devastadoras (Sal 32,6; cf. Cant 8,6s), puede igualmente hacer que las olas se rompan sobre los impí­os en justo *castigo de una conducta contraria al amor del prójimo (Job 22,11). En los profetas el desbordamiento devastador de los grandes rí­os simboliza el *poder de los imperios que van a anegar y destruir los pequeños pueblos; poder de Asiria, comparado con el Eufrates (Is 8,7) o de Egipto, comparado con su Nilo (Jer 46,7s). Dios va a enviar estos rí­os para castigar tanto a su pueblo culpable de falta de confianza en él (Is 8,6ss) como a los enemigos tradicionales de Israel (Jer 47,1s). Sin embargo, este azote brutal no es ciego en las manos del Creador: el *diluvio, que devora a un mundo impí­o (2Pe 2,5), deja subsistir al justo (Sab 10,4). Asimismo las aguas del mar Rojo distinguen entre el pueblo de Dios y el de los í­dolos (Sab 10,18s). Las aguas aterradoras anticipan, pues, el *juicio definitivo por el fuego (2Pe 3,5ss; cf. Sal 29.10; Lc 3,16s) y dejan a su paso una tierra nueva (Gén 8,11).

3. Las aguas purificadoras. El tema de las aguas de la ira converge con otro aspecto del agua bienhechora: ésta no es solo poder de vida, sino que es también lo que lava y hace desaparecer las impurezas (cf. Ez 16,4-9; 23,40). Uno de los ritos elementales de la *hospitalidad era el de lavar los pies al huésped para limpiarlo del polvo del camino (Gén 18,4; 19,2; cf. Lc 7,44; ITim 5,10); y Jesús, la ví­spera de su muerte, quiso desempeñar personalmente esta tarea de servidor como signo ejemplar de humildad y de caridad cristiana (Jn 13,2-15). El agua, instrumento de limpieza fí­sica, es con frecuencia sí­mbolo de pureza moral. Se usa lavarse las manos para significar que son inocentes y que no han perpetrado el mal (Sal 26,6; cf. Mt 27,24). El pecador que abandona sus pecados y se convierte es como un hombre manchado que se lava (Is 1,16); asimismo Dios “lava’ al pecador, al que *perdona sus faltas (Sal 51,4). Por el diluvio “purificó” Dios la tierra exterminando a los impí­os (cf. IPe 3,20s). El ritual judí­o prescribí­a numerosas *purificaciones por el agua: el sumo sacerdote debí­a lavarse para prepararse a su investidura (Ex 29,4; 40,12) o al gran dí­a de la *expiación (Lev 16,4.24); habí­a prescritas abluciones por el agua si se habí­a tocado un cadáver (Lev 11,40; 17, 1 5s), para purificarse de la *lepra (Lev 14,8s) o de toda impureza sexual (Lev 15). Estas diferentes purificaciones del cuerpo debí­an significar la purificación interior del *corazón, necesaria a quien quisiera acercarse al Dios tres veces *santo. Pero eran impotentes para procurar eñcazmente la pureza del alma. En la nueva alianza, Cristo instituirá un nuevo modo de purificación; en las bodas de Caná lo anuncia en forma simbólica cambiando el agua destinada a los purificaciones rituales (Jn 2,6) en *vino, el cual simboliza ya el Espiritu, ya la palabra purificadora (Jn 15,3; cf. 13,10).

III. LAS AGUAS ESCATOLí“GICAS.

1. Finalmente, el tema del agua ocupa gran lugar en las perspectivas de restauración del pueblo de Dios. Después de la reunión de todos los *dispersos, derramará Dios con abundancia las aguas purificadoras, que lavarán el corazón del hombre para permitirle cumplir fielmente toda la ley de Yahveh (Ez 36,24-27). Ya no habrá, pues, maldición ni sequí­a; Dios “dará la lluvia a su tiempo” (Ez 34,26), prenda de prosperidad (Ez 36,29s). Los sembrados germinarán asegurando el pan en abundancia; los pastos serán pingües (Is 30 23s). El pueblo de Dios será conducido a aguas manantiales, ‘hambre y sed desaparecerán para siempre (Jer 31,9; Is 49,10). Al final del exilio en Babilonia el recuerdo del Exodo se mezcla con frecuencia en estas perspectivas de restauración. El retorno será, en efecto, un nuevo *éxodo con prodigios todaví­a mas espléndidos. En otro tiempo Dios, por mano de Moisés, habí­a hecho brotar agua de la roca para apagar la sed de su pueblo (Ex 17,1-7; Núm 20,1-13; Sal 78, 16.20; 114,8; Is 48,21). En adelante va Dios a renovar el prodigio (Is 43, 20) y con tal magnificencia que el *desierto se cambie en un vergel abundoso (Is 41,17-20) y el paí­s de la sed en fuentes (Is 35,6s). *Jerusalén, término de esta peregrinación, poseerá una fuente inagotable. Un rí­o brotará del *templo para correr hacia el mar Muerto; derramará vida y salud a todo lo largo de su curso, y los *árboles crecerán en sus riberas, dotados de una fecundidad maravillosa: será el retorno de la dicha *paradisí­aca (Ez 47,1-12; cf. Gén 2,10-14). El pueblo de Dios hallará en estas aguas la pureza (Zac 13,1), la vida (J1 4,18; Zac 14,8), la santidad (Sal 46,5). En estas perspectivas escatológicas reviste el agua de ordinario un valor simbólico. En efecto, Israel no detiene su mirada en las realidades materiales, y la dicha que entrevé no es solo prosperidad carnal. El agua que Ezequiel ve salir del templo simboliza el poder vivificador de Dios, que se derramará en los tiempos mesiánicos y permitirá a los hombres producir fruto con plenitud (Ez 47 12; Jer 17,8; Sal 1,3; Ez 19,10s). En Is 44,3ss, el agua es sí­mbolo del *Espiritu de Dios, capaz de transformar un desierto en vergel floreciente, y al pueblo infiel en verdadero Israel’. En otros lugares se compara la *palabra de Dios con la lluvia que viene a fecundar la tierra (Is 55,10s; cf. Am 8,11s), y la doctrina que dispensa la *sabidurí­a es un agua vivificadora (Is 55,1; Eclo 15, 3; 24,25-31). En una palabra, Dios es fuente de vida para el hombre y le da la fuerza de desarrollarse en el amor y en la fidelidad (Jer 2,13 17,8). Lejos de Dios, el hombre no es sino una tierra árida condenada a la muerte (Sal 143,6); suspira, pues, por Dios, como el ciervo suspira por el agua viva (Sal 42,2s). Pero si Dios está con él, entonces viene a ser como un huerto que posee la fuente misma que le hace vivir (Is 58,11).

IV. EL NUEVO TESTAMENTO.

1. Las aguas vivificadoras. Cristo vino a traer a los hombres las aguas vivificadoras prometidas por los profetas. Es la *roca que, golpeada (cf. Jn 19, 34), deja correr de su flanco las aguas capaces de apagar la sed del pueblo que camina hacia la verdadera tierra prometida (ICor 10,4; Jn 7,38; cf. Ex 17,1-7). Es asimismo el *templo (cf. Jn 2,19ss) del que parte el rí­o que va a irrigar y vivificar a la nueva *Jerusalén (Jn 7,37s, Ap 22 1.17; Ez 47,1-12), nuevo *paraí­so. Estas aguas no son otras que el *Espí­ritu Santo, poder vivificador del Dios creador (Jn 7,39). En Jn 4,10-14 el agua, sin embargo, parece más bien simbolizar la doctrina vivificadora aportada por Cristo Sabiduria (cf. 4,25). De todos modos, en el momento de la consumación de todas las cosas, el agua viva seré el sí­mbolo de la felicidad sin fin de los elegidos, conducidos a los pingües pastos por el *cordero (Ap 7,17; 21,6; cf. Is 25,8; 49,10). 2. Las aguas bautismales. El simbolismo del agua halla su pleno siignificado en d *bautismo cristiano. En los origenes se empleó el agua en el bautismo por su valor purificador. Juan bautiza en el agua “para la remisión de los pecados” (Mt 3, 11 p), utilizando a este objeto el agua del Jordán que en otro tiempo habia purificado a Naamán de la lepra (2Re 5,10-14). El bautismo, sin embargo, efectúa la purificación, no del cuerpo, sino del alma, de la “conciencia”. (IPe 3,21). Es un baño que nos lava de nuestros pecados (ICor 6,11; Ef 5,26 ; Heb 10,22 ; Act 22,16) aplicándonos la virtud redentora de la *sangre de Cristo (Heb 9,13s; Ap 7,14; 22,14). A este simbolismo fundamental del agua bautismal añade Pablo otro: inmersión y emersión del neófito simbolizan su sepultura con Cristo y su resurrección espiritual (Rm 6, 3-11). Quizá vea Pablo aquí­ en el agua bautismal una representación del *mar, morada de los poderes maléficos y sí­mbolo de muerte, vencida por Cristo como en otro tiempo el mar Rojo por Yahveh (ICor 10ss; cf. Is 51,10). Finalmente, el bautismo, al comunicarnos el Espiritu de Dios, es también principio de *vida nueva. Es posible que Cristo quisiera hacer alusión a ello efectuando diferentes curaciones por medio del agua (Jn 9,6s; cf. 5,1-8). Entonces el bautismo se concibe como un “baño de regeneración y de renovación del Espí­ritu Santo”. (Tit 3,5; cf. Jn 3,5). -> Bautismo – Diluvio – Espí­ritu – Mar – Muerte – Puro – Vida

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El presente estudio pretende clasificar algunos de los usos simbólicos y literales del agua en la Biblia. En algunos casos la línea de demarcación entre estos usos es muy fina.

El uso literal del agua se ve en los siguientes casos: (1) el agua de la creación (Gn. 1:2, 6–10, 20–23; Sal. 18:15; 33:6s.; 104:2–9); (2) el agua de la gracia común (Job 5:10; 36:27–29; 37:6–13; 38:25–30, 34–38; Sal. 65:9; Jer. 10:13; 51:16); (3) el agua de la gracia especial, milagros (Ex. 7:14–25; 14:21–31; Jos. 3:13–17; 4:15–18; 1 R. 18:33–38; 2 R. 2:8; Jon. 1:12–17; Mt. 14:28s.; Lc. 8:24; Jn. 2:7); (4) el agua del juicio, el diluvio (Gn. 6–8; Is. 54:9; 1 P. 3:20; 2 P. 3:5s.).

Los usos simbólicos son ilustrados en los siguientes ejemplos: (1) simbolizando la Trinidad, el Padre (Jer. 2:13), el Hijo (Jn. 7:37; Ap. 1:15), el Espíritu Santo (Is. 32:15; Ez. 36:25–27; Jn. 3:5; 7:38s.); (2) simbolizando el estado del pecado del hombre, su condición pecaminosa (Is. 57:20), apostasía (Jer. 2:13), obstinación (Is. 8:6), castigo (Is. 1:30; 8:7; Jer. 8:14; 23:15), muerte (Job 24:19; 26:5; 27:20); (3) simbolizando el estado de gracia del hombre, la invitación del evangelio (Is. 55:1; Ap. 21:6; 22:17), dolor a causa del pecado (Jer. 9:1; Lm. 2:19), regeneración (Ez. 47:1–12; Jl. 3:18; Jn. 3:5; Tit. 3:5s.; Heb. 10:22), el bautismo y permanencia del Espíritu (Is. 32:15; 44:3; Ez. 36:25–27; Jl. 2:28; Jn. 7:37s.; 1 Jn. 5:6–8), vida eterna (Jn. 4:14), santificación (Jn. 13:5, 10; Ef. 5:26), pruebas (Is. 30:20; 43:2), fertilidad (Sal. 1:3; Jer. 17:8; Ez. 47:12), perseverancia (Is. 58:11; Jer. 31:9); (4) simbolizando el estado eternal del hombre, el perdido, sin agua (Lc. 16:24); el salvado, con el agua de vida (Ap. 7:17; 22:1s.).

El uso del agua en el sistema ceremonial del AT (Ex. 29:4; 40:7, 12, 30) indudablemente tiene un significado simbólico.

BIBLIOGRAFÍA

James Patrick en HDB; John Reid en DCG; James Strahan en HDAC.

Wick Broomall

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

HDAC Hastings’ Dictionary of the Apostolic Church

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (17). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

(heb. mayim, gr. hydōr). En una región del mundo donde el agua escasea, es natural que dicho elemento ocupe lugar prominente en la vida del pueblo de la Biblia. Nada es tan serio para ellos como la ausencia de agua (1 R. 17.1ss; Jer. 14.3; Jl. 1.20; Hag. 1.11) y, a la inversa, la lluvia es señal del favor y la bondad de Dios. Amenaza igualmente seria para la vida es el agua que ha sido contaminada o envenenada y por lo tanto se vuelve no potable. Esta fue una de las plagas de Egipto (Ex. 7.17ss). Los israelitas descubrieron que el agua de Mara era amarga (Ex. 15.23), y en los días de Eliseo (2 R. 2.19–22) el pozo de Jericó tenía agua mala.

Era práctica común en época de guerra que el ejército invasor cortara el suministro de agua de las ciudades sitiadas, como hizo Josafat con los pozos de Moab (2 R. 3.19, 25), y Holofernes en Betulia (Judit 7.7ss). Ezequías conjuró este peligro mediante la construcción del túnel que existe hasta hoy en Jesuralén, y que va desde la fuente de la virgen (Gihón), fuera de los muros de la ciudad en esa época, hasta el estanque de *Siloé (2 Cr. 32.30). En circunstancias en que el agua debía ser racionada (Lm. 5.4; Ez. 4.11, 16), se justificaba el uso de la frase “agua de angustia” o “de aflicción” (Is. 30.20), pero el contexto generalmente sugiere castigo (1 R. 22.27; 2 Cr. 18.26).

Frecuentemente el agua es símbolo de la bendición de Dios y de refrigerio espiritual, como en Sal. 23.2; Is. 32.2; 35.6–7; 41.18, etc. y anhelarlo indica necesidad espiritual (Sal. 42.1; 63.1; Am. 8.11). En la visión que tuvo Ezequiel de la casa de Dios (47.1–11) las aguas que salían de debajo del umbral representaba un ilimitado fluir de las bendiciones de Yahvéh sobre su pueblo (cf. Zac. 14.8). Jeremías describe a Yahvéh como la “fuente de agua viva” (2.13; 17.13), frase de la que se hace eco Jn. 7.38 al referirse al Espíritu Santo. En el NT el agua está relacionada con la vida eterna, como la bendición suprema dada por Dios (Jn. 4.14; Ap. 7.17; 21.6; 22.1, 17), mientras que en Ef. 5.26; He. 10.22, la idea central es la del lavamiento bautismal para el perdón de los pecados.

La idea de limpieza sigue a la de refrigerio. En el régimen ceremonial el lavamiento ocupaba un lugar prominente. Los sacerdotes debían ser lavados antes de ser consagrados (Ex. 29.4); a los levitas también se los rociaba con agua (Nm. 8.7). Abluciones especiales se le exigían al sumo sacerdote en el día de la expiación (Lv. 16.4, 24, 26), al sacerdote en el ritual del “agua de purificación” (Nm. 19.1–10), y a todos los hombres para eliminar la contaminación ceremonial (Lv. 11.40; 15.5ss; 17.15; 22.6; Dt. 23.11). La fuente de bronce delante del *tabernáculo constituía un recordatorio constante de la necesidad de purificación para acercarse a Dios (Ex. 30.18–21). La secta de Qumrán y diversas sectas judías bautistas que florecieron antes y después de los comienzos de la era cristiana, practicaban una forma evolucionada de ablución ritual. Estos antecedentes proporcionan el trasfondo para el bautismo de arrepentimiento de Juan, y el *bautismo cristiano de purificación, iniciación, e incorporación en Cristo.

Un tercer aspecto es el del peligro y la muerte. El relato del diluvio, el ahogamiento de los egipcios en el mar Rojo, y el temor general que expresa el salmista del mar y las aguas profundas (18.16; 32.6; 46.3; 69.1ss, etc.) indican que en manos de Yahvéh el agua podía constituir un instrumento de juicio, si bien al mismo tiempo estaba el pensamiento de la disponibilidad de salvación en medio del peligro para el pueblo que se mantuviese fiel a Dios (cf. Is. 43.2; 59.19). Resulta difícil saber hasta qué punto dichas ideas fueron moldeadas por los mitos cananeos de la lucha de Baal con las tiránicas aguas del mar, que se relatan en los textos de Ras Shamra. Eruditos escandinavos y la escuela “mítica y ritual” de Hocke vieron en estas referencias veterotestamentarias, especialmente en los Salmos, una indicación de la existencia en Israel de un festival real anual en el que se representaba la victoria de Yahvéh, personificado por el rey. Es evidente que el pensamiento y la poesía hebreos evocaban el lenguaje de la mitología del Cercano Oriente (cf. las referencias a Rahab, Leviatán, el dragón, etc.), pero es ir más allá de lo que aconsejan los indicios sostener que los rituales cananeos mismos o las creencias doctrinales en que se apoyaban fueron adoptados por la religión de Israel. Los puntos de vista de Gunkel, Mowinckel, y otros se analizan inteligentemente por A. R. Johnson en el capítulo sobre “Los salmos” en OTMS, 1951.

Bibliografía.C. Westermann, “Océano”, °DTMAT, t(t). II, cols. 1286–1292; O. Böcher, “Agua”, °DTNT, t(t). I, pp. 67–73; J. Mateos, J. Barreto, Vocabulario teológico del evangelio de Juan, 1980, pp. 22–26; W. Kornfeld, “Agua”, °DTB, 1967, cols. 25–27; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985.

O. Böcher, R. K. Harrison, en NIDNTT 3, pp. 982–993.

J.B.Tr.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico