ANIQUILACIONISMO

La palabra viene del latín nihil «nada», y expresa la posición de aquellos que sostienen que algunas almas de los hombres, si no todas, cesan de existir después de la muerte. Tal como Warfield lo ha dicho (en SHERK, I, p. 183), este punto de vista puede tomar tres formas: (a) que todos los hombres inevitablemente cesan de existir totalmente en el momento de la muerte (materialismo); (b) que, mientras el hombre es naturalmente mortal, Dios le imparte a los redimidos el don de la inmortalidad y permite que el resto de la humanidad se hunda en la nada (inmortalidad condicional); (c) que el hombre, habiendo sido creado inmortal, cumple su destino en la salvación, mientras que los reprobados caen en el estado de la no-existencia, sea por un acto directo de Dios, o por el efecto corrosivo del mal (aniquilacionismo propiamente tal). La distinción que hay entre el condicionalismo y el aniquilacionismo (como indicamos arriba) con frecuencia no se toma en cuenta, y se usan esos dos términos como si fueran prácticamente sinónimos. Una cuarta forma de defensa de la idea de la extinción final del mal es el concepto de que Dios al fin redimirá a todos los seres racionales (universalismo). En contra de todas la posiciones presentadas arriba, la ortodoxia histórica ha mantenido siempre que las almas humanas existirán por la eternidad y que su destino es irrevocablemente sellado por la muerte.

El asunto de si el hombre es inmortal o no por naturaleza es un tema que pertenece al tópico Inmortalidad (véase). En el presente artículo nos limitaremos a establecer y evaluar muy brevemente la evidencia principal que se presenta a favor de la aniquilación de los impíos.

  1. Dios solo, se argumenta, tiene inmortalidad (1 Ti. 6:16; 1:17). De probar algo este argumento, probaría demasiado. En efecto, Dios quien él sólo tiene inmortalidad en sí mismo, la comunica a alguna de sus criaturas.
  2. Se esgrime el argumento de que la inmortalidad se representa como un regalo conectado con la redención en Cristo Jesús (Ro. 2:7; 1 Co. 15:53–54; 2 Ti. 1:10). Lo mismo puede decirse de la vida, o la vida eterna (Jn. 10:28; Ro. 6:22–23; Gá. 6:8; etc.). Con toda libertad se reconoce que en todos estos pasajes se presenta la vida y la inmortalidad como un privilegio de los redimidos, pero también se sostiene que en esos textos no se tiene en cuenta una mera continuación de la existencia, sino que se tiene en consideración una existencia que es el cumplimiento gozoso del elevado destino del hombre en una verdadera comunión con Dios (Jn. 17:3).
  3. Se arguye que hay varios términos escriturales que se aplican al destino de los impíos que implican una cesación de la existencia, términos tales como muerte (Ro. 6:23; Stg. 5:20; Ap. 20:14, etc.), destrucción (Mt. 10:28), perdición (Mt. 7:13; 2 Ts. 1:9; Jn. 3:16). Pero todas estas expresiones no comunican tanto la idea de destrucción, sino más bien privación completa de algún elemento esencial para una existencia normal. La muerte física (véase) no indica que tanto el cuerpo como el alma desaparecen, sino que se efectúa una separación anormal que rompe la relación natural que hay entre alma y cuerpo, hasta el tiempo determinado por Dios. La muerte espiritual, o la «muerte segunda» (Ap. 20:14; 21:8), no quiere decir que el alma o la personalidad cae en la no-existencia, sino que es total y finalmente privada de la presencia de Dios y de la comunión con él, que es el fin principal del hombre y la condición esencial de una existencia que valga la pena. Ser privado de ella es perecer, ser reducido a la insignificancia total, ser arrojado al abismo de la futilidad. Se dice que un automóvil ha sido arruinado, deshecho, destruido, no sólo cuando las partes que lo componen son fundidas, pero también cuando ha sido tan dañado y deformado que el automóvil se ha vuelto inservible.
  4. Se dice que es inconsistente con el amor de Dios que él permita que sus criaturas sufran un tormento eterno. Además, que el mal continúe sería una indicación que hay un área de permanente fracaso para la soberanía divina, un rincón oscuro que estaría opacando permanentemente la gloria de su universo. Estas consideraciones son de peso, y en el presente estado de nuestro conocimiento quizá no sea posible tener una respuesta completa. La ortodoxia tradicional cree, sin embargo, que no son razones suficientes para anular el peso sustancial de la evidencia escritural sobre que los impíos serán confinados a un tormento consciente e interminable. Esto es evidente por frases como «fuego que nunca se apagará» (Is. 66:24; Mt. 3:12; Lc. 3:17), o «fuego que no puede ser apagado» (Mr. 9:43, cf. v. 45), el gusano que no muere (Is. 66:24; Mr. 9:48), «la ira de Dios permanece sobre él» (Jn. 3:36 TA), y también por el uso de palabras como «eterno» «para siempre», «perpetuo», «por los siglos de los siglos» (Is. 33:14; Jer. 17:4; Dn. 12:2; Mt. 18:8; 25:41, 46; 2 Ts. 1:9; Jud. 6–7; Ap. 14:11; 19:3; 20:10). Todas estas palabras en los pasajes que acabamos de mencionar se aplican a cosas como llamas, fuego, vergüenza, confusión, castigo, perdición, prisiones, tormento. Es digno de hacerse notar que, en las Escrituras, los que más hablan acerca de un castigo futuro en una forma irrevocable y final son Jesús y Juan, que son precisamente los que presentan en la forma más resplandeciente la suprema gloria del amor de Dios y la certeza inmovible de su triunfo final.

Para una discusión sobre la historia del aniquilacionismo, consúltese el artículo de B.B. Warfield citado arriba, el cual mostrará ser de mucho provecho.

BIBLIOGRAFÍA

B.B. Warfield en SHERK, reimpreso en Theological Studies; G.C. Joyce en HERE. Estos dos artículos mencionados incluyen bibliografía de mucha ayuda. Además de las obras mencionadas, podemos enumerar: (a) a favor del aniquilacionismo, H. Constable, The Duration and Nature of Future Punishment; C.H. Hewitt, A Classbook in Eschatology; Eric Lewis, Life and Inmortality; F.L. Piper, Conditionalism; (b) en oposición al aniquilacionismo, H. Buis, The Doctrine of Eternal Punishment; R. Garriguo-Lagrange, Life Everlasting; W.G.T. Shedd, Dogmatic Theology, II. pp. 591–640, 667–754.

Roger Nicole

SHERK The New Schaff-Herzog Encyclopaedia of Religious Knowledge

TA Biblia Torres de Amat

HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (32). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología