ARREPENTIMIENTO

v. Dolor, Tristeza
Mat 3:8; Luk 3:8 haced, pues, frutos dignos de a
Mat 3:11 a la verdad os bautizo en agua para a
Mar 1:4; Luk 3:3 predicaba el bautismo de a para
Luk 24:47 predicase en su nombre el a y el perdón
Act 5:31 dar a Israel a y perdón de pecados
Act 11:18 a los gentiles ha dado Dios a para
Act 20:21 testificando .. acerca del a para con
Act 26:20 a Dios, haciendo obras dignas de a
Rom 2:4 ignorando que su benignidad te guía al a?
2Co 7:9 sino porque fuisteis contristados para a
2Co 7:10 la tristeza .. produce a para salvación
Heb 6:1 el fundamento del a de obras muertas
Heb 6:6 recayeron, sean otra vez renovados para a
Heb 12:17 no hubo oportunidad para el a, aunque
2Pe 3:9 perezca, sino que todos procedan al a


Arrepentimiento (heb. generalmente nâjam,”sentir pesar [disgusto]”, “estar triste”, “consolarse”; también nôjam, “arrepentirse”, y shûb, “volver[se]”, “retornar”; gr. metanoéí‡, “cambiar de opinión [mente, dirección]”, “sentir remordimiento”, “arrepentirse”, “convertirse”; y metánoia, “cambio de opinión [mente, dirección]”, “arrepentimiento”, “conversión”). Como término teológico es el acto de abandonar el pecado, aceptar el gratuito don de Dios de la salvación e iniciar el compañerismo con Dios. El verdadero arrepentimiento implica un cambio radical en la actitud hacia el pecado y hacia Dios. Es su generosa bondad la que lleva a los hombres al arrepentimiento (Rom 2:4), operando en ellos “el querer como el hacer” (Phi 2:13). Está precedido por la convicción del Espí­ritu Santo que impresiona el corazón del pecador con la infinita justicia de Dios y su condición perdida (cf Isa 6:5; Act 2:37). A la convicción sigue la contrición, y un reconocimiento interior de nuestra necesidad de la gracia divina, unida a una disposición de permitir que Dios obre su justicia en nuestra vida (cf Psa 34:18; 51:17; Isa 57:15; 66:2). El arrepentimiento se integra a la conversión y en ésta alcanza su culminación (Act 3:19). Arrepentirse se usa también con el matiz no teológico de “cambiar de opinión”, “lamentar”. En este sentido se habla de que Dios se “arrepiente” de algo (Gen 6:6; 1Sa 15:11; Jer 18:8; etc.). El no cambia su propósito, pero el hombre, como ser moralmente libre, puede revertir el resultado de la intención de Dios.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

conciencia de haber caí­do en el error, en un acto injusto, rechazo al pecado, propósito de enmendar la falta, de reparar el daño ocasionado. En sentido figurado, y, por tanto, no se debe interpretar el texto literalmente, la Escritura dice que Dios se arrepiente, como cuando al ver la corrupción del hombre, le pesa haberlo creado y quiere destruirlo Gn 6, 6-7; también Dios se arrepiente cuando apacigua su cólera y cesan sus amenazas contra el hombre Jr 18, 7-10; 26, 6-13. En la Escritura se habla tanto del a. individual como colectivo; en el primer caso, el a. iba acompañado de signos externos como rasgar las vestiduras, vestirse de saco, ayunar, etc. 1 R 21, 27-29. Los profetas recalcan al hombre que el a., antes que en manifestaciones externas, implica circuncidar el espí­ritu Dt 10, 16, consiste en hacerse a un corazón nuevo, Jr 4, 4; Ez 18, 31.

En este mismo sentido encontramos alusiones en N. T. al a., comenzando por la predicación a la conversión de Juan Bautista Mt 3, 8-10; Mc 1, 4; Lc 3, 8. Cristo, como los profetas, reclama la pureza interior, la conversión pues el Reino de Dios está cerca Mc 1, 15; Lc 13, 1-5; Jn 3, 5; es necesario hacerse como un niño para merecer el Reino de Dios Mt 18, 3; Mc 10, 15; Lc 18, 17. En los primeros años del cristianismo, los apóstoles predican el a. que implica un cambio de vida, la conversión, Hch 3, 19; el bautismo debe ir acompañado del a., de la conversión Hch 2, 38. Arsaces VI, o Mitrí­dates I (171-138 a. C.), fundador del imperio parto, le quitó a Demetrio la Media y Persia. Ca. 140-139 a. C., el seléucida Demetrio II arma una contraofensiva en Irán, es derrotado por los partos y encarcelado en Hircania 1 M 14, 2.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., naham, de-sistir, subh, volverse; gr., metanoia, de meta, cambio, y noieo, ejercicio de la mente). Es el proceso por el cual uno cambia de parecer o de opinión. A Dios se le describe como arrepintiéndose (Exo 32:14; 1Sa 15:11; Jon 3:9-10; Jon 4:2, usando naham), en el sentido de que él cambió su actitud hacia un pueblo por causa de un cambio dentro del pueblo. Dios como deidad perfecta no cambia en su naturaleza esencial, mas cambia su relación y actitud de ira a misericordia y de bendición a juicio, como lo requiera la ocasión. El arrepentimiento humano es un cambio para lo mejor, y es un cambio consciente del mal o de la desobediencia o pecado o idolatrí­a hacia el Dios viviente (2Ki 17:13; Isa 19:22; Jer 3:12, Jer 3:14, Jer 3:22; Jon 3:10, usando subh).

En el NT, el arrepentimiento y la fe son los dos lados de una misma moneda (Act 20:21). Ellos son una respuesta a la gracia. Jesús predicó la necesidad que tení­an los judí­os de arrepentirse (Mat 4:17), y requirió que sus apóstoles/discí­pulos predicaran el arrepentimiento a los judí­os y a los gentiles (Luk 24:47; Act 2:38; Act 17:30). El arrepentimiento es un profundo cambio de mente que involucra el cambio de dirección de vida. El lado positivo del arrepentimiento es la conversión, el genuino volverse a Dios o a Cristo en busca de gracia.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Dolor de corazón de haber pecado. Es algo esencial para el perdón de los pecados.

– Según Dios, Hec 17:30.

– Según Jesús, Mat 4:17, Mat 18:3, Mar 1:15.

– Según el Bautista, Mat 3:2.

– Según los Apóstoles, Hec 2:38, Hec 20:21.

– Hay gozo en el cielo por cada pecador que se arrepiente, y Jesús vino a llamar a los pecadores al arrepentimiento, Luc 15:7-10, Mt:Luc 9:13.

– Arrepiéntete “ahora”. Ahora es el tiempo de la salvación, Heb 3:7, Heb 4:7, Heb 3:15, 2Co 6:2, Sal 95:7-8, Pro 29:1.

– Los “malos” son los que no se arrepienten, no creyendo en Jesús, Mat 21:32.

– No son movidos ni aun por los milagros, ni aun si ven resucitar a un muerto, Luc 16:31, Jua 11:53.

– Dejan pasar el tiempo concedido para el arrepentimiento, Rev 2:21.

– Reprobados por no haber creí­do viendo milagros, Mat 11:20-24, Rev 2:5-16.

– Negado a los apóstatas. Heb 6:4-6.

Perdón de los Pecados: Cinco condiciones.

– Examen de Conciencia, por obra del Espí­ritu Santo, Jua 16:8-11.

– Dolor de Corazón. Arrepentirse de haber cometido pecado, y de no creer y confiar en Cristo.

(Sentirse muy apenado de no ir en el tren verdadero).

– Enmendarse, cambiar de vida.

(Coger el tren verdadero). Mat 18:3.

– Confesar el pecado al sacerdote de Cristo, Jua 20:23, para que él dé la absolución, lo perdone, o no lo perdone, si no ve arrepentimiento y propósito de enmendarse. Es como pedir el billete del tren verdadero.

– Cumplir la penitencia que mande el sacerdote: (es pagar el billete del nuevo tren que cogemos). Luc 13:3, Luc 13:5. Los ninos no necesitan arrepentirse, porque no pecaron voluntariamente. Con el bautismo se les perdona el “pecado original”, de herencia, por los padres.Nunca jamás dice la Biblia que los ninos no puedan bautizarse, ni ser critianos, ante al contrario: Bautizad a todos, Mat 28:19, Hech. 16:Hec 156:33. Si en su iglesia no hay poder para bautizar a un nino, es que es una iglesia sin poder, no es la Iglesia de Cristo.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

El término hebreo naham, que se utiliza mucho en el AT, significaba sentir una pena por algo con tal fuerza que conduzca a un cambio de actitud frente al objeto por el cual se siente la pena. En ese sentido, Dios †œse arrepintió … de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón†, por lo cual decidió hacer juicio en tiempos de †¢Noé (Gen 6:5-7). Dios también puede desistir de algún juicio anunciado. Así­, cuando el incidente del becerro de oro, por la intercesión de Moisés †œJehová se arrepintió del mal que dijo que habí­a de hacer a su pueblo† (Exo 32:14). En muchas ocasiones Dios se ha arrepentido de hacer juicio, pero advierte que puede llegar el dí­a en que diga: †œEstoy cansado de arrepentirme† (Jer 15:6). Sin embargo, el Señor nunca se arrepiente para no cumplir las promesas de bendición que hace, pues él †œno es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta† (Num 23:19; Deu 32:36; 1Sa 15:29), †œporque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios† (Rom 11:29).

En varios lugares del AT se usa también el término para referirse al a. del hombre, o de la nación, por pecados cometidos. Casi siempre se pone el a. como condición de las promesas de bendición. Así­, si el pueblo se arrepintiere †œ… en medio de todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios … entonces Jehová hará volver a tus cautivos† (Deu 30:1-3). Cuando hubo una guerra civil entre los israelitas y murieron muchos de la tribu de Benjamí­n, †œlos hijos de Israel se arrepintieron a causa de ello†, pues vieron que esa tribu iba a desaparecer. Decidieron, por tanto, buscar una solución para que esto no aconteciera (Jue 21:6-7). También Job, cuando recibió la revelación de Dios †œdesde un torbellino†, le dijo al Señor: †œMe arrepiento en polvo y ceniza† (Job 38:1; Job 42:6). En todos estos casos citados está presente el dolor de corazón por los hechos cometidos. Pero el verdadero a. va más allá, puesto que procede inmediatamente a un cambio de actitud, como puede verse en la amonestación de Eze 14:6 (†œAsí­ dice Jehová el Señor: Convertí­os, y volveos de vuestros í­dolos…†).
términos griegos que se utilizan en el NT apuntan a la idea de †œtornarse de algo y volverse hacia otra cosa†, en el sentido religioso. Se emplea el sustantivo metanoia, que significa un cambio de mente con una consiguiente modificación de conducta. En esa forma se utiliza la palabra en Mat 3:8 : †œHaced, pues, frutos dignos de a.†, o en Hch 11:18 : †œDe manera que también a los gentiles ha dado Dios a. para vida†. El verbo †œarrepentirse† es metanoeö, muy usado en el NT, como en Mar 1:15 : †œArrepentí­os, y creed en el evangelio†, o en Luc 15:7 : †œHabrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente…† Pero el énfasis neotestamentario, sin excluir la idea de dolor por el pecado, se coloca sobre el acto de la voluntad que se inclina o se decide a cambiar, a volverse hacia Dios. Judas, por ejemplo, †œdevolvió arrepentido las treinta piezas de plata†, pero su a. no le llevó a la determinación de volverse hacia Dios, sino al suicidio.
manera que el a. viene a ser el acto del hombre mediante el cual siente pena y dolor por los pecados cometidos contra Dios, los confiesa, y decide volverse por completo hacia él para ponerse bajo su señorí­o. El a. forma parte fundamental de la doctrina cristiana (Heb 6:1). Este era el mensaje central de Juan el Bautista: †œArrepentí­os, porque el reino de los cielos se ha acercado† (Mat 3:2). Y con esas mismas palabras comenzó su ministerio el Señor Jesús (Mat 4:17), que vino a llamar los pecadores al a., pues los que se creen justos piensan que no lo necesitan (Luc 5:32; Luc 15:7). El bautismo es una señal externa que se da para confesar que realmente ha ocurrido el hecho del a., por lo cual Juan el Bautista hablaba del †œbautismo de a.† (Mat 3:11; Mar 1:4; Luc 3:3). †œDelante de los ángeles de Dios† se produce un gran regocijo cuando un pecador se arrepiente (Luc 15:10). La simple profesión de cristianismo, no precedida de verdadero a. es algo vano, porque hay que hacer †œobras dignas de a.† (Hch 26:20). El deseo de Dios es que †œtodos procedan al a.† (2Pe 3:9).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DOCT

ver, CONVERSIí“N Palabras que en las lenguas modernas expresan una verdad central en la historia de la Revelación de Dios a los hombres. Tanto en el hebreo como en el griego bí­blicos hay varias palabras para expresar la conversión del pecador a Dios. La necesidad del arrepentimiento para entrar en el reino de Dios es algo que el Nuevo Testamento afirma tajantemente (Mt. 3:8; Lc. 5:32; Hch. 5:31; 11:18; 26:20; Ro. 2:4, etc.). En el Antiguo Testamento, este término se aplica también a Dios, mostrando cómo Dios, en su gobierno sobre la tierra, expresa su propio sentimiento acerca de los sucesos que tienen lugar sobre ella. Pero esto no choca con Su omnipresencia. Son dos los sentidos en que se habla del arrepentimiento con respecto a Dios. (1) En cuanto a Su propia creación o designación de objetos que después no corresponden a Su gloria. Se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra y de haber puesto a Saúl como rey sobre Israel (Gn. 6:6, 7; 1 S. 15:11, 35). (2) En cuanto a castigos de los que ha amenazado o bendiciones que ha prometido. Cuando Israel se apartaba de sus malos caminos y buscaba a Dios entonces Dios se arrepentí­a del castigo que El habí­a dispuesto (2 S. 24:16, etc.). Por otra parte, las promesas de bendecir al pueblo de Israel cuando estaba en la tierra fueron condicionadas a su obediencia, de manera que Dios, si ellos hací­an lo malo, se arrepentirí­a del bien que El les habí­a prometido. tanto a Israel como, de hecho, a cualquier otra nación (Jer. 18:8-10). Entonces alterarí­a el orden de Sus tratos hacia ellos. En cuanto a Israel. el Señor llega a decir: “Estoy cansado de arrepentirme” (Jer. 15:6). En todo esto entra la responsabilidad humana, así­ como el gobierno divino. Pero las “promesas incondicionales” de Dios, dadas a Abraham, Isaac y Jacob, no están sujetas a arrepentimiento. “Porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables” (Ro. 11:29). “Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre, para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Nm. 13:19; 1 S. 15:29; Mal. 3:6). Y esto tiene que mantenerse así­ con respecto a cada propósito de Su voluntad. Con respecto al hombre, el arrepentimiento es el necesario precursor de su experiencia de la gracia de Dios. Se presentan dos motivos para el arrepentimiento: la bondad de Dios que guí­a al arrepentimiento (Ro. 2:4), y el juicio que se avecina, en razón del cual Dios manda a todos los hombres ahora que se arrepientan (Hch. 17:30, 31); pero es de Su gracia y para Su gloria que se abre esta puerta de retorno a El (Hch. 11:18). El allega para sí­ al hombre en Su gracia en base a que Su justicia ha quedado salvaguardada por la muerte de Cristo. De ahí­ que el testimonio divino es “del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hch. 20:21). El arrepentimiento ha sido definido como “un cambio de mente hacia Dios que conduce al juicio de uno mismo y de los propios actos” (1 R. 8:47; Ez. 14:6; Mt. 3:2; 9:13; Lc. 15:7; Hch. 20:21; 2 Co. 7:9, 10, etc.). Esto no serí­a posible si no fuera por el reconocimiento de que Dios es misericordioso. También se habla de arrepentimiento en relación con un cambio de pensamiento y de acción allí­ donde no hay mal del que arrepentirse (2 Co. 7:8). En la predicación apostólica el arrepentimiento es uno de los temas centrales; ya desde la predicación de Jesús lo encontramos como una de las exigencias del reino, y el dí­a de Pentecostés, en su sermón, Pedro termina invitando a los oyentes a arrepentirse de sus pecados y convertirse a Cristo (Hch. 3:19; 2 Co. 7:9; He. 6:1; Ap. 2:21). En el Nuevo Testamento la palabra “arrepentimiento” es, por lo general, la traducción de la palabra “metanoia”, que significa cambio de actitud, cambio de modo de pensar o de plan de vida (Mt. 3:2; 4:17; 11:20; Mr. 1:15; 6:12; Lc. 10:13; 11:32; Hch. 2:38; 8:22; 17:30; 2 Co. 12:12; Ap. 2:5, 16). Estos y muchos otros pasajes del Nuevo Testamento nos indican la centralidad de esta realidad y de esta doctrina en el mensaje de Cristo y de los apóstoles. La traducción de “metanoia” por “penitencia” que hacen algunas ediciones catolicorromanas no solamente es un error, sino que contradice el Nuevo Testamento. (Véase CONVERSIí“N).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[432]

Sentimiento de pesar por la acción o la omisión que se ha tenido más o menos consentidamente. Religiosamente alude a la pena o dolor por el pecado cometido. Se llama contrición, pues tiene por motivo prioritario la ofensa a Dios mismo. Y se llama atrición cuando se halla motivado por el temor al castigo (infierno, purgatorio) o por el sentimiento de haber perdido la recompensa (cielo).

(Ver Penitencia, sacramento 2.1)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DJN
 
No hay en el Nuevo Testamento un único y especí­fico término que equivalga al “arrepentimiento” castellano, sino que este concepto se expresa con diversas palabras.

Hay un arrepentimiento en la esfera meramente humana que aparece circunstancialmente en los Evangelios (Mt 21,30 sobre el hijo que no quiere hacer lo que su padre le pide pero que luego “se arrepiente” y lo hace o Mt 27,32 referido a Judas que se arrepiente de su traición a Jesús). Sin embargo, el arrepentimiento que aquí­ interesa es el que se da en contexto religioso. Tal arrepentimiento, está de tal forma unido con los conceptos de > penitencia y conversión, perdón, que resulta difí­cil separarlos.

Penitencia y conversión se piden al pueblo ya en la predicación de Juan el Bautista (Mc 1,4 y par. Mt 3,2 Lc 3,3; Mt 3,8; Lc 3,8-14). También este tema está presente en la presentación evangélica de la inicial predicación de Jesús sobre el Reino (Mc 1, 15; Mt 4, 17).

Como algo distinto de esos conceptos, pero vinculado estrechamente con ellos, el arrepentimiento acentúa el momento de reconocimiento de algo negativo, erróneo o simplemente malo en uno mismo, el tener pesar o dolor de ello y, por tanto, el querer cambiarlo y esforzarse en hacerlo realmente.

Lo caracterí­stico en la predicación evangélica es suponer que el ser humano vive, en ocasiones al menos, de una forma tal que ofrece materia para arrepentirse de ella y que el reconocimiento de tal situación es una especie de condición indispensable para el cambio hacia una existencia acorde con la predicación de Jesús.

Un texto claro es la parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32) donde se reprocha a sus adversarios no haber hecho caso a Juan el Bautista y no haberse arrepentido y cambiado.

Por lo que publicanos y prostitutas, que sí­ lo hicieron, les precederán en el Reino.

Esta actitud de Jesús supone, como mí­nimo dos cosas que los seres humanos cometemos errores teóricos y prácticos y aun tenemos claras actitudes y obras negativas, simplemente malas. Y, además, que somos capaces de reconocer esos errores, defectos, pecados… como tales y de cambiar a mejor. El no hacerlo incluye responsabilidad, porque la ayuda de Dios para ese cambio Jesús la da por supuesto.

Para arrepentirse hará falta humildad y realismo para vernos a nosotros mismos tal como somos y actuamos en los aspectos negativos de nuestra vida y esperar y pedir el auxilio divino. -> ón.

Pastor

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

El verbo †œarrepentirse† significa †œsentir pesar, contrición o compunción, por haber hecho o haber dejado de hacer alguna cosa†. También entraña la idea de †œcambiar de actitud con respecto a cierta acción o conducta del pasado (o a algo que se pretendí­a hacer) debido a pesar o descontento†. En muchos textos esta es la idea de la palabra hebrea na·jám, término que puede significar †œsentir pesar; estar de duelo; arrepentirse† (Ex 13:17; Gé 38:12; Job 42:6), y también: †œconsolarse† (2Sa 13:39; Eze 5:13), †œliberarse† o †œdesembarazarse (por ej.: de los enemigos)†. (Isa 1:24.) Sea que se refiera a sentir pesar o a sentir consuelo, el término hebreo implica un cambio en la actitud mental o el sentir de la persona.
En griego se usan dos verbos en conexión con el arrepentimiento: me·ta·no·é·o y me·ta·mé·lo·mai. El primero se compone de me·tá, †œdespués†, y no·é·o (relacionado con nous, mente, disposición o consciencia moral), que significa †œpercibir; discernir; captar; darse cuenta†. Por consiguiente, el significado literal de me·ta·no·é·o es †œconocer después† (en contraste con †œpre-conocer†), y se refiere a un cambio en la manera de pensar, la actitud o el propósito de una persona. Por otro lado, me·ta·mé·lo·mai viene de mé·lo, que significa †œpreocupar; interesar†. El prefijo me·tá (después) le da al verbo el sentido de †œsentir pesar† (Mt 21:30; 2Co 7:8) o †œarrepentirse†.
Por consiguiente, me·ta·no·é·o recalca el cambio de punto de vista o disposición: el rechazo del modo de proceder pasado o que se ha pensado emprender por considerarlo indeseable (Rev 2:5; 3:3); por otro lado, me·ta·mé·lo·mai subraya el sentimiento de pesar que experimenta la persona. (Mt 21:30.) El Theological Dictionary of the New Testament (edición de G. Kittel, vol. 4, pág. 629; traducción al inglés de G. Bromiley, 1969) dice: †œPor lo tanto, cuando el Nuevo Testamento separa los significados de [estos términos], muestra un claro discernimiento de la naturaleza incambiable de ambos conceptos. En contraste, el uso helení­stico acercó el significado de las dos palabras†.
Por supuesto, un cambio de punto de vista suele ir acompañado de un cambio de sentimientos, o es posible que sea el sentimiento de pesar el que provoque un decidido cambio en el punto de vista o la voluntad de la persona. (1Sa 24:5-7.) Se deduce, entonces, que estos dos vocablos, aunque de distinto significado, son muy afines.

Arrepentimiento humano de los pecados. El pecado, el no cumplir con los justos requisitos de Dios es lo que hace necesario el arrepentimiento. (1Jn 5:17.) Ya que Adán vendió a toda la humanidad al pecado, todos sus descendientes han tenido la necesidad de arrepentirse. (Sl 51:5; Ro 3:23; 5:12.) Como se muestra en el artí­culo RECONCILIACIí“N, el arrepentimiento (seguido de la conversión) es un requisito previo para reconciliarse con Dios.
Puede ser que el arrepentimiento afecte el proceder de la vida de una persona, es decir, un derrotero de vida contrario al propósito y la voluntad divinas y, por lo tanto, en armoní­a con el mundo controlado por el adversario de Dios (1Pe 4:3; 1Jn 2:15-17; 5:19), o quizás solo afecte un aspecto en particular de la vida, una práctica impropia que estropea y mancha un derrotero que de otra manera serí­a aceptable; es posible que se sienta arrepentimiento debido a un solo acto de mala conducta o hasta por una tendencia, inclinación o actitud incorrecta. (Sl 141:3, 4; Pr 6:16-19; Snt 2:9; 4:13-17; 1Jn 2:1.) Por consiguiente, las faltas que lo causan pueden ser o bien de carácter muy general o bien bastante especí­ficas.
De manera similar, una persona puede desviarse de la justicia mucho o poco, y, como es lógico, el grado de pesar estará en proporción al grado de desviación. Los israelitas fueron †œa lo profundo en su sublevación† contra Jehová y se †˜pudrieron†™ en sus transgresiones. (Isa 31:6; 64:5, 6; Eze 33:10.) Por otro lado, el apóstol Pablo aconseja que cuando un †œhombre dé algún paso en falso antes que se dé cuenta de ello†, los que tienen las debidas cualidades espirituales han de tratar †œde reajustar a tal hombre con espí­ritu de apacibilidad†. (Gál 6:1.) Ya que Jehová tiene misericordia de las debilidades carnales de sus siervos, estos no necesitan estar en una constante condición de remordimiento debido a los errores que cometen por su imperfección inherente. (Sl 103:8-14; 130:3.) Si andan concienzudamente en los caminos de Dios, pueden sentirse gozosos. (Flp 4:4-6; 1Jn 3:19-22.)
Entre los que necesitan arrepentimiento puede que estén aquellos que ya han disfrutado de una relación favorable con Dios, pero que se han desviado y han sufrido la pérdida de su favor y bendición. (1Pe 2:25.) Israel estaba en una relación de pacto con Dios, eran un †œpueblo santo†, escogido de entre todas las naciones (Dt 7:6; Ex 19:5, 6); los cristianos también llegaron a estar en una posición justa ante Dios mediante el nuevo pacto mediado por Cristo. (1Co 11:25; 1Pe 2:9, 10.) En el caso de aquellos que se desviaron, el arrepentimiento los conducí­a a la restauración de su buena relación con Dios y a los consiguientes beneficios y bendiciones que les reportarí­a esa relación. (Jer 15:19-21; Snt 4:8-10.) Para los que no han disfrutado con anterioridad de tal relación con Dios —como los pueblos paganos de naciones no israelitas durante el tiempo en que estuvo en vigor el pacto de Dios con Israel (Ef 2:11, 12) y todas aquellas personas de cualquier raza o nacionalidad que están fuera de la congregación cristiana—, el arrepentimiento es un paso principal y esencial para llegar a estar en una posición justa delante de Dios, con vida eterna en mira. (Hch 11:18; 17:30; 20:21.)
El arrepentimiento puede ser tanto colectivo como individual. Por ejemplo: la predicación de Jonás movió a toda la ciudad de Ní­nive a arrepentirse, desde el rey hasta †œel menor de ellos†, pues a los ojos de Dios todos habí­an participado en la maldad. (Jon 3:5-9; compárese con Jer 18:7, 8.) A instancias de Esdras, la entera congregación formada por los israelitas que regresaron del exilio reconoció su culpabilidad colectiva ante Dios y expresó arrepentimiento por medio de sus prí­ncipes representantes. (Esd 10:7-14; compárese con 2Cr 29:1, 10; 30:1-15; 31:1, 2.) Asimismo, la congregación de Corinto se arrepintió de haber tolerado la presencia de alguien que practicaba males crasos. (Compárese con 2Co 7:8-11; 1Co 5:1-5.) Incluso los profetas Jeremí­as y Daniel no se eximieron por completo de culpabilidad cuando confesaron los males que habí­a cometido Judá y que resultaron en su caí­da. (Lam 3:40-42; Da 9:4, 5.)

Qué requiere el verdadero arrepentimiento. El arrepentimiento envuelve tanto la mente como el corazón. Hay que reconocer lo malo del proceder o la acción, y para ello se precisa aceptar como justas las normas y la voluntad divinas. Ignorar u olvidar su voluntad y normas es una barrera para el arrepentimiento. (2Re 22:10, 11, 18, 19; Jon 1:1, 2; 4:11; Ro 10:2, 3.) Por esta razón, Jehová, en su misericordia, ha enviado a profetas y predicadores para que hagan una llamada al arrepentimiento. (Jer 7:13; 25:4-6; Mr 1:14, 15; 6:12; Lu 24:27.) Al hacer que se publiquen las buenas nuevas por medio de la congregación cristiana, y en particular desde el tiempo de la conversión de Cornelio en adelante, Dios ha estado †œdiciéndole a la humanidad que todos en todas partes se arrepientan†. (Hch 17:22, 23, 29-31; 13:38, 39.) La Palabra de Dios (escrita o hablada) es el medio para †˜persuadirles†™, para convencerles de lo justo del camino del Creador y de lo incorrecto de sus propios caminos. (Compárese con Lu 16:30, 31; 1Co 14:24, 25; Heb 4:12, 13.) La Ley de Dios es †œperfecta, hace volver el alma†. (Sl 19:7.)
El rey David habla de †˜enseñar a los transgresores los caminos de Dios para que se vuelvan a El†™ (Sl 51:13), obviamente una referencia a sus compañeros israelitas. A Timoteo se le dijo que no pelease cuando tratase con los cristianos de las congregaciones a las que serví­a, sino que †˜instruyese con apacibilidad a los que no estuvieran favorablemente dispuestos†™, ya que Dios tal vez les darí­a †˜arrepentimiento que conducirí­a a un conocimiento exacto de la verdad, y recobrarí­an el juicio fuera del lazo del Diablo†™. (2Ti 2:23-26.) Por consiguiente, la llamada al arrepentimiento se puede dar tanto dentro de la congregación del pueblo de Dios como fuera de ella.
La persona debe entender que ha pecado contra Dios. (Sl 51:3, 4; Jer 3:25.) Esto puede ser bastante obvio cuando existe blasfemia pública contra el nombre de Dios o adoración de otros dioses, como por medio de imágenes idolátricas. (Ex 20:2-7.) Sin embargo, hasta en lo que se pudiera considerar como un †œasunto privado† o algo entre dos personas, ha de reconocerse que los males cometidos son pecados contra Dios, una falta de respeto a Jehová. (Compárese con 2Sa 12:7-14; Sl 51:4; Lu 15:21.) Hay que admitir que incluso las faltas en las que se incurre por ignorancia o equivocación hacen que se sea culpable ante el Gobernante Soberano, Jehová Dios. (Compárese con Le 5:17-19; Sl 51:5, 6; 119:67; 1Ti 1:13-16.)
Una parte importante de la labor de los profetas consistió en convencer a Israel de sus pecados (Isa 58:1, 2; Miq 3:8-11), bien de idolatrí­a (Eze 14:6), injusticia, opresión de un semejante (Jer 34:14-16; Isa 1:16, 17), inmoralidad (Jer 5:7-9) o falta de confianza en Jehová al apoyarse en el hombre y en el poderí­o militar de las naciones. (1Sa 12:19-21; Jer 2:35-37; Os 12:6; 14:1-3.) El mensaje que Juan el Bautista y el propio Jesucristo dirigieron al pueblo judí­o fue una llamada al arrepentimiento. (Mt 3:1, 2, 7, 8; 4:17.) Ambos pusieron al descubierto la condición pecaminosa de la nación al despojar a la gente y a sus guí­as religiosos del halo de santurronerí­a que les amparaba y del embozo de tradiciones humanas y simulaciones hipócritas que les encubrí­a. (Lu 3:7, 8; Mt 15:1-9; 23:1-39; Jn 8:31-47; 9:40, 41.)

Captar el sentido con el corazón. Por consiguiente, para que exista arrepentimiento, primero debe haber un corazón receptivo que posibilite el que la persona vea y escuche con entendimiento. (Compárese con Isa 6:9, 10; Mt 13:13-15; Hch 28:26, 27.) La mente puede percibir y recoger lo que el oí­do escucha y el ojo ve, pero es mucho más importante que la persona que se arrepiente †˜capte el sentido [†œla idea†, Jn 12:40] de ello con el corazón†™. (Mt 13:15; Hch 28:27.) De esa manera no solo se produce un reconocimiento intelectual del proceder pecaminoso, sino también una respuesta apreciativa, desde el corazón. Para los que ya conocen a Dios, tal vez solo sea necesario †˜hacer volver a su corazón†™ el conocimiento de Dios y de sus mandamientos (Dt 4:39; compárese con Pr 24:32; Isa 44:18-20) con el fin de †˜recobrar el juicio†™. (1Re 8:47.) Si tienen una recta motivación de corazón, serán capaces de †˜rehacer su mente y probar para sí­ mismos la buena, acepta y perfecta voluntad de Dios†™. (Ro 12:2.)
Si una persona tiene fe y amor a Dios en su corazón, sentirá un pesar sincero y tristeza debido a su mal proceder. El aprecio por la bondad y la grandeza de Dios hará que los transgresores sientan un profundo remordimiento por haber ofendido Su nombre. (Compárese con Job 42:1-6.) Por otra parte, el amor al prójimo les hará lamentar el daño que han causado a otros, el mal ejemplo que han puesto y quizás hasta la manera de manchar la reputación del pueblo de Dios ante los de afuera. Dichos transgresores buscan el perdón porque desean honrar el nombre de Dios y trabajar para el bien de su prójimo. (1Re 8:33, 34; Sl 25:7-11; 51:11-15; Da 9:18, 19.) Arrepentidos, se sienten †œquebrantados de corazón†, †˜aplastados y de espí­ritu humilde†™ (Sl 34:18; 51:17; Isa 57:15), están †˜contritos de espí­ritu y tiemblan ante la palabra de Dios†™ (Isa 66:2), palabra que hace un llamamiento hacia el arrepentimiento, y, en realidad, †˜van retemblando a Jehová y a su bondad†™. (Os 3:5.) Cuando David obró tontamente al ordenar un censo, su †œcorazón […] empezó a darle golpes†. (2Sa 24:10.)
Por consiguiente, es necesario que haya un rechazo definitivo, que se sienta un odio de corazón y una gran repugnancia por el mal proceder. (Sl 97:10; 101:3; 119:104; Ro 12:9; compárese con Heb 1:9; Jud 23.) Esto es así­ porque †œel temor de Jehová significa odiar lo malo†, y eso incluye odiar el ensalzamiento propio, el orgullo, el mal camino y la boca perversa. (Pr 8:13; 4:24.) Además, tiene que haber amor a la justicia y una firme determinación de adherirse a partir de entonces a un proceder justo. Sin este odio a lo que es malo y amor a la justicia, el arrepentimiento no tendrí­a ninguna fuerza genuina que llevara a la verdadera conversión. Debido a esto, aunque el rey Rehoboam se humilló ante la expresión de la cólera de Jehová, después †œhizo lo que era malo, porque no habí­a establecido firmemente su corazón en buscar a Jehovᆝ. (2Cr 12:12-14; compárese con Os 6:4-6.)

Tristeza piadosa, no como la del mundo. En la segunda carta que Pablo escribe a los corintios, el apóstol hace referencia a la †œtristeza de manera piadosa† que estos expresaron como resultado de la reprensión que les habí­a dado en la primera carta. (2Co 7:8-13.) Habí­a †˜sentido pesar†™ (me·ta·mé·lo·mai) por haberles tenido que escribir con tanta severidad y como consecuencia haberles causado dolor, pero dejó de sentirlo al ver que su reprensión habí­a producido en ellos tristeza piadosa, una tristeza que les habí­a llevado a un arrepentimiento sincero (me·tá·noi·a) de su actitud y proceder incorrectos. Sabí­a que el dolor que les habí­a causado habí­a obrado para su bien y no les harí­a ningún †œdaño†. La tristeza que conducí­a al arrepentimiento no era algo por lo que ellos tuvieran que sentir pesar, pues les mantení­a en el camino de la salvación, evitando que reincidieran o apostataran, y les daba la esperanza de vida eterna. Contrasta esta tristeza con †œla tristeza del mundo [que] produce muerte†, tristeza que no se deriva de la fe y del amor que se le tiene a Dios y a la justicia, sino que nace del fracaso, la decepción, la pérdida, el castigo por el mal y la vergüenza (compárese con Pr 5:3-14, 22, 23; 25:8-10), y suele dar lugar a amargura, resentimiento y envidia, por lo que no conduce a beneficio duradero alguno, ni a mejoras ni a una esperanza genuina. (Compárese con Pr 1:24-32; 1Te 4:13, 14.) La tristeza del mundo se lamenta por las consecuencias desagradables del pecado, pero no por el pecado en sí­ ni por el oprobio que este le ocasiona al nombre de Dios. (Isa 65:13-15; Jer 6:13-15, 22-26; Rev 18:9-11, 15, 17-19; contrástese con Eze 9:4.)
El caso de Caí­n sirve de ejemplo, pues fue la primera persona a la que Dios instó al arrepentimiento. Lo instó, advirtiéndole que se dirigiese †œa hacer lo bueno†, para que el pecado no llegase a dominarlo. Sin embargo, en lugar de arrepentirse de su odio asesino, Caí­n dejó que este lo impulsara a matar a su hermano. Cuando Dios lo interrogó, respondió con evasivas y solo manifestó algún pesar al escuchar la sentencia que recayó sobre él, un pesar debido a la severidad del castigo, no al mal cometido. (Gé 4:5-14.) Al obrar de ese modo, demostró que se †˜originaba del inicuo†™. (1Jn 3:12.)
También manifestó la tristeza propia del mundo Esaú, cuando supo que su hermano Jacob habí­a recibido la bendición de primogénito (derecho que él habí­a vendido desdeñosamente a Jacob). (Gé 25:29-34.) Esaú clamó †œde una manera extremadamente fuerte y amarga†, buscando con lágrimas un †œarrepentimiento† (me·tá·noi·a), no el suyo, sino un †œcambio de parecer† de su padre. (Gé 27:34; Heb 12:17, NTI.) Sintió pesar por la pérdida, no por la actitud materialista que le hizo †˜despreciar la primogenitura†™. (Gé 25:34.)
Después de haber traicionado a Jesús, Judas †œsintió remordimiento [forma de me·ta·mé·lo·mai]†, intentó devolver el soborno que habí­a concertado y después se ahorcó. (Mt 27:3-5.) Por lo visto le abrumó la monstruosidad de su delito y probablemente también la espantosa seguridad de que recibirí­a el juicio divino. (Compárese con Heb 10:26, 27, 31; Snt 2:19.) Sintió remordimiento por su culpabilidad, abatimiento, desesperación, pero no hay nada que muestre que expresara la tristeza piadosa que genera arrepentimiento (me·tá·noi·a). Para confesar su pecado no buscó a Dios, sino a los lí­deres judí­os, y es probable que les devolviera el dinero con la idea equivocada de que así­ atenuarí­a hasta cierto grado su delito. (Compárese con Snt 5:3, 4; Eze 7:19.) Al delito de traición y de contribuir a la muerte de un hombre inocente, añadió el de suicidio. Su proceder está en marcado contraste con el de Pedro, cuyo amargo llanto después de haber negado a su Señor fue el reflejo de su arrepentimiento de corazón, lo que hizo posible que se le restableciese. (Mt 26:75; compárese con Lu 22:31, 32.)
Como puede verse, el pesar, el remordimiento y las lágrimas no son en sí­ mismos pruebas de arrepentimiento genuino; el factor determinante es el motivo del corazón. Oseas dice que Jehová denunció a Israel debido a que en su aflicción †œno clamaron a [El] por socorro con su corazón, aunque siguieron aullando en sus camas. A causa de su grano y vino dulce siguieron holgazaneando […]. Y procedieron a regresar, no a nada más elevado […]†. Era el egoí­smo lo que estaba detrás de su ruego por alivio en tiempo de calamidad, y si se les concedí­a ese alivio, no aprovechaban la oportunidad para mejorar su relación con Dios adhiriéndose más estrechamente a sus elevadas normas (compárese con Isa 55:8-11); eran como un †œarco flojo† que nunca da en el blanco. (Os 7:14-16; compárese con Sl 78:57; Snt 4:3.) El ayuno, el llanto y el plañir eran manifestaciones válidas, pero solo si los arrepentidos †˜rasgaban sus corazones†™ y no simplemente sus prendas de vestir. (Joe 2:12, 13; véanse AYUNO; DUELO.)

La confesión del mal. La persona arrepentida se humilla y busca el rostro de Dios (2Cr 7:13, 14; 33:10-13; Snt 4:6-10), suplicando su perdón. (Mt 6:12.) No es como el fariseo santurrón de la ilustración de Jesús, sino como el recaudador de impuestos a quien describió golpeándose el pecho y diciendo: †œOh Dios, sé benévolo para conmigo, que soy pecador†. (Lu 18:9-14.) El apóstol Juan dice: †œSi hacemos la declaración: †˜No tenemos pecado†™, a nosotros mismos nos estamos extraviando y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia†. (1Jn 1:8, 9.) †œEl que encubre sus transgresiones no tendrá éxito, pero al que las confiesa y las deja se le mostrará misericordia.† (Pr 28:13; compárese con Sl 32:3-5; Jos 7:19-26; 1Ti 5:24.)
La oración que pronunció el profeta Daniel y que se halla en Daniel 9:15-19 es un modelo de confesión sincera, en la que la principal preocupación es el buen nombre de Jehová y la súplica se basa, no en †œnuestros actos justos […], sino según tus muchas misericordias†. Véase, además, la humilde confesión del hijo pródigo. (Lu 15:17-21.) Las personas arrepentidas sinceramente †˜elevan a Dios su corazón y las palmas de sus manos†™, para confesarle sus transgresiones y buscar Su perdón. (Lam 3:40-42.)

Confesar los pecados los unos a los otros. El discí­pulo Santiago aconseja: †œConfiesen abiertamente sus pecados unos a otros y oren unos por otros, para que sean sanados†. (Snt 5:16.) Esta confesión no significa que algún humano tenga que servir como †œayudante [†œabogado†, NC]† para el hombre delante de Dios, ya que solo Cristo desempeña ese papel en virtud de su sacrificio propiciatorio. (1Jn 2:1, 2.) Los humanos no son capaces de enderezar por sí­ mismos el mal que hayan cometido contra Dios, ni a favor suyo ni a favor de otros, ya que no pueden proporcionar la expiación necesaria. (Sl 49:7, 8.) No obstante, los cristianos pueden ayudarse los unos a los otros, y aunque sus oraciones a favor de sus hermanos no afecten la manera de aplicar Dios la justicia (ya que solo el rescate de Cristo sirve para perdonar los pecados), sí­ pueden servir para pedir a Dios que El dé la ayuda y la fuerza necesarias al que ha pecado y busca dicha ayuda. (Véase ORACIí“N [La respuesta a las oraciones].)

La conversión: un volverse. El arrepentimiento cambia el proceder incorrecto de la persona, hace que rechace el mal camino y se determine a emprender un proceder correcto. Al arrepentimiento genuino le sigue la †œconversión†. (Hch 15:3.) Tanto en hebreo como en griego, los verbos relacionados con la conversión (heb. schuv; gr. stré·fo; e·pi·stré·fo) significan simplemente †œvolver; volverse; retroceder†. (Gé 18:10; Pr 15:1; Jer 18:4; Jn 21:20; Hch 15:36.) Usados en sentido espiritual, pueden referirse a un apartarse de Dios, y por lo tanto volverse a un proceder pecaminoso (Nú 14:43; Dt 30:17), o a un volverse a Dios de un mal camino anterior. (1Re 8:33.)
La conversión implica más que una simple actitud o expresión verbal; debe haber †œobras propias del arrepentimiento†. (Hch 26:20; Mt 3:8.) Hay que †˜buscar†™ a Jehová e †˜inquirir†™ de El de manera activa, con todo el corazón y el alma. (Dt 4:29; 1Re 8:48; Jer 29:12-14.) Esto significa forzosamente buscar el favor de Dios †˜escuchando su voz†™ según se expresa en su Palabra (Dt 4:30; 30:2, 8), †˜mostrar perspicacia en su apego a la verdad†™ por medio de un mejor entendimiento y aprecio de sus caminos y voluntad (Da 9:13), observar y †˜poner por obra†™ sus mandamientos (Ne 1:9; Dt 30:10; 2Re 23:24, 25), †˜guardar bondad amorosa y justicia†™ y †œesperar en […] Dios constantemente† (Os 12:6), abandonar el uso de imágenes religiosas o el culto a la criatura para †˜dirigir el corazón inalterablemente a Jehová y servirle solo a El†™ (1Sa 7:3; Hch 14:11-15; 1Te 1:9, 10) y andar en sus caminos y no en el camino de las naciones (Le 20:23) ni en el de uno mismo. (Isa 55:6-8.) Las oraciones, los sacrificios, los ayunos y la observancia de fiestas sagradas carecen de sentido y de valor para Dios a menos que vayan acompañados de buenas obras, se busque la justicia, se elimine la opresión y la violencia y se ejerza misericordia. (Isa 1:10-19; 58:3-7; Jer 18:11.)
Esto exige †œun corazón nuevo y un espí­ritu nuevo† (Eze 18:31); y si una persona cambia su modo de pensar, sus motivos y su propósito en la vida, tendrá otro estado de ánimo o disposición, una fuerza moral nueva. El que modifica su proceder de vida consigue una †œnueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad† (Ef 4:17-24), libre de inmoralidad, de codicia y de habla y conducta violentas. (Col 3:5-10; contrástese con Os 5:4-6.) Para estos, Dios hace que el espí­ritu de sabidurí­a †œsalga burbujeando†, dándoles a conocer sus palabras. (Pr 1:23; compárese con 2Ti 2:25.)
Por lo tanto, el arrepentimiento genuino tiene un verdadero impacto, genera fuerza e impulsa a la persona a †˜volverse†™. (Hch 3:19.) Por consiguiente, Jesús pudo decir al cuerpo de cristianos de Laodicea: †œSé celoso y arrepiéntete†. (Rev 3:19; compárese con 2:5; 3:2, 3.) También conlleva †˜gran solicitud, librarse de la culpa, temor piadoso, anhelo y corrección del abuso†™ (2Co 7:10, 11), mientras que la falta de interés por rectificar los males cometidos revela una falta de arrepentimiento verdadero. (Compárese con Eze 33:14, 15; Lu 19:8.)
La expresión †œhombre recién convertido†, †œneófito† (Mod), significa literalmente en griego †œrecién plantado† o †œrecién crecido† (ne·ó·fy·tos). (1Ti 3:6.) A tal hombre no se le deberí­an dar responsabilidades ministeriales en la congregación para que no †œse hinche de orgullo y caiga en el juicio pronunciado contra el Diablo†.

¿Qué son las †œobras muertas† de las que han de arrepentirse los cristianos?
Hebreos 6:1, 2 muestra que †œla doctrina primaria† comprende el †œarrepentimiento de obras muertas, y fe para con Dios†, la enseñanza acerca de bautismos, la imposición de las manos, la resurrección y el juicio eterno. La expresión †œobras muertas† (que solo se repite en Hebreos 9:14) por lo visto no solo se refiere a obras pecaminosas de maldad, obras de la carne caí­da que llevan a una persona a la muerte (Ro 8:6; Gál 6:8), sino a todas las obras que en sí­ mismas están muertas en sentido espiritual, son vanas e infructí­feras.
Esto incluirí­a obras de autojustificación, esfuerzos humanos por establecer su propia justicia aparte de Cristo Jesús y su sacrificio de rescate. Por lo tanto, la observancia formal de la Ley por parte de los lí­deres religiosos judí­os y de otras personas resultaba ser †œobras muertas†, porque carecí­a del ingrediente vital de la fe (Ro 9:30-33; 10:2-4), y por eso ellos tropezaron en lugar de arrepentirse cuando vino Cristo Jesús, el †œAgente Principal† de Dios, †œpara dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados†. (Hch 5:31-33; 10:43; 20:21.) Así­ también, la observancia de la Ley, como si todaví­a estuviese en vigor después de que Cristo la cumplió, resultarí­a ser †œobras muertas†. (Gál 2:16.) De igual manera, si el móvil verdadero no es el amor —a Dios y al prójimo—, todas las obras que se hagan, y que de otro modo pudieran ser de valor, llegan a ser †œobras muertas†. (1Co 13:1-3.) El amor, a su vez, debe ser †œen hecho y verdad†, en armoní­a con la voluntad y los caminos de Dios revelados mediante su Palabra. (1Jn 3:18; 5:2, 3; Mt 7:21-23; 15:6-9; Heb 4:12.) El que se vuelve a Dios en fe por medio de Cristo Jesús se arrepiente de todas las obras clasificadas correctamente como †œobras muertas†, y después las evita, limpiando de este modo su conciencia. (Heb 9:14.)
Excepto en el caso de Jesús, el bautismo (inmersión en agua) era un sí­mbolo que Dios proveyó relacionado con el arrepentimiento, tanto por parte de los de la nación judí­a, que habí­an dejado de guardar el pacto que tení­an con Dios mientras aún estaba en vigor, como por parte de las personas de las naciones que se habí­an †˜vuelto†™ para rendir servicio sagrado a Dios. (Mt 3:11; Hch 2:38; 10:45-48; 13:23, 24; 19:4; véase BAUTISMO.)

Los que no se arrepienten. La falta de arrepentimiento verdadero fue lo que llevó a Israel y Judá al exilio, lo que provocó las dos destrucciones de Jerusalén y por fin el rechazo completo de la nación por parte de Dios. Cuando se les reprendió, no se volvieron a Dios, sino que continuaron †œvolviéndose al proceder popular, como caballo que va lanzándose con í­mpetu a la batalla†. (Jer 8:4-6; 2Re 17:12-23; 2Cr 36:11-21; Lu 19:41-44; Mt 21:33-43; 23:37, 38.) Debido a que en su corazón no deseaban arrepentirse y †˜volverse†™, lo que oí­an y veí­an no producí­a ningún †˜entendimiento ni conocimiento†™; habí­a un †œvelo† sobre sus corazones. (Isa 6:9, 10; 2Co 3:12-18; 4:3, 4.) Los lí­deres religiosos y los profetas infieles, así­ como las falsas profetisas, contribuyeron a ello respaldando al pueblo en su mal proceder. (Jer 23:14; Eze 13:17, 22, 23; Mt 23:13, 15.) Las profecí­as cristianas predijeron que muchos también rechazarí­an la acción divina futura de reprender y llamar al arrepentimiento a los hombres, y que las cosas que estos sufrirí­an solo los endurecerí­a y amargarí­a hasta el punto de blasfemar contra Dios, aunque la causa y raí­z de todos sus problemas y plagas fuera su propio rechazo de los caminos justos de Dios. (Rev 9:20, 21; 16:9, 11.) Esas personas †˜acumulan ira para sí­ mismos en el dí­a de la revelación del juicio de Dios†™. (Ro 2:5.)

Los que ya no pueden arrepentirse. Aquellos que †˜voluntariosamente practican el pecado†™ después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad ya no pueden arrepentirse, pues han rechazado el mismí­simo propósito por el que murió el Hijo de Dios y por consiguiente se han unido a las filas de los que le sentenciaron a muerte, de hecho, †˜fijan de nuevo al Hijo de Dios en el madero para sí­ mismos y lo exponen a vergüenza pública†™. (Heb 6:4-8; 10:26-29.) Por lo tanto, este proceder constituye un pecado imperdonable. (Mr 3:28, 29.) Les hubiera sido mejor †œno haber conocido con exactitud la senda de la justicia que, después de haberla conocido con exactitud, apartarse del santo mandamiento que les fue entregado†. (2Pe 2:20-22.)
Ya que Adán y Eva eran criaturas perfectas y el mandato que Dios les habí­a dado era explí­cito y ambos lo entendieron, es evidente que su pecado fue deliberado y no se les podí­a perdonar sobre la base de alguna debilidad humana o imperfección. Por consiguiente, las palabras que Dios les dirigió después no ofrecen ninguna invitación al arrepentimiento. (Gé 3:16-24.) Lo mismo le sucedió a la criatura espí­ritu que les indujo a la rebelión. Su final y el final de las otras criaturas angélicas que se unieron a él será el de destrucción eterna. (Gé 3:14, 15; Mt 25:41.) Judas, aunque imperfecto, habí­a vivido en estrecha asociación con el propio Hijo de Dios y sin embargo se volvió traidor; Jesús mismo se refirió a él como †œel hijo de destrucción†. (Jn 17:12.) Al apóstata †œhombre del desafuero† también se le llama †œel hijo de la destrucción†. (2Te 2:3; véanse ANTICRISTO; APOSTASíA; HOMBRE DEL DESAFUERO.) Todos los clasificados como †œcabras† figurativas en el tiempo en que Jesús juzgue como rey a la humanidad, también partirán †œal cortamiento eterno† y ya no se les extenderá la oportunidad de arrepentirse. (Mt 25:33, 41-46.)

La resurrección presupone una oportunidad. Diferente serí­a la perspectiva de ciertas ciudades judí­as del siglo I que Jesús mencionó y relacionó con un dí­a de juicio futuro que les atañerí­a. (Mt 10:14, 15; 11:20-24.) La referencia de Jesús significa que al menos algunas personas de esas ciudades serán resucitadas y que, pese a que su anterior actitud impenitente hará muy difí­cil que se arrepientan, tendrán la oportunidad de manifestar su humilde arrepentimiento y †˜volverse†™ para convertirse a Dios por medio de Cristo. Aquellos que no se arrepientan sufrirán destrucción eterna. (Véanse Rev 20:11-15; DíA DEL JUICIO.) Sin embargo, las personas que hoy sigan un proceder semejante al de los escribas y fariseos, que deliberadamente y con conocimiento de causa se opusieron a la manifestación del espí­ritu de Dios por medio de Cristo, no tendrán oportunidad alguna de resurrección, por lo que no podrán †œhuir del juicio del Gehena†. (Mt 23:13, 33; Mr 3:22-30.)

El ladrón colgado del madero. Por haber manifestado una cierta medida de fe en Jesús, a este hombre se le prometió estar en el paraí­so. (Lu 23:39-43; véase PARAíSO.) Hay quienes han creí­do que en esta promesa se le garantiza la vida eterna, pero todas las referencias bí­blicas consideradas hasta ahora no dan lugar a esta conclusión. Aunque es cierto que al compararse con la conducta inocente de Jesús (Lu 23:41), reconoció lo impropio de su comportamiento delictivo, no hay nada que indique que llegase a †˜odiar la maldad y a amar la rectitud†™. Está claro que en la condición moribunda en que se hallaba no podí­a †˜volverse†™ y hacer †œobras propias del arrepentimiento†; además, no se habí­a bautizado. (Hch 3:19; 26:20.) Por consiguiente, todo parece indicar que será al tiempo de su resurrección de entre los muertos cuando tendrá la oportunidad de dar estos pasos. (Compárese con Rev 20:12, 13.)

¿Cómo puede Dios †œsentir pesar† si es perfecto?
La mayorí­a de las veces en las que se utiliza la palabra hebrea na·jám en el sentido de †œsentir pesar† se hace referencia a Jehová Dios. Génesis 6:6, 7 dice que †œJehová sintió pesar por haber hecho a hombres en la tierra, y se sintió herido en el corazón†, pues la iniquidad de ellos era tan grande que decidió borrarlos de la superficie del suelo por medio de un diluvio global. Es imposible que esto signifique que Dios sintió pesar por haber cometido un error en su obra creativa, pues †œperfecta es su actividad†. (Dt 32:4, 5.) El pesar es lo opuesto a la satisfacción y al regocijo. Por consiguiente, en el caso de Dios, ha de referirse a que sintió pesar porque, después de haber creado a la humanidad, se veí­a obligado a destruirla justificadamente debido a su mala conducta, con la excepción de Noé y su familia, pues Dios †˜no se deleita en la muerte de los inicuos†™. (Eze 33:11.)
A este respecto, la Cyclopædia, de M†™Clintock y Strong, comenta: †œDel propio Dios se dice que se arrepiente [na·jám, siente pesar]; pero esto solo es posible entenderlo en el sentido de que modifica su proceder hacia sus criaturas, bien por haberles otorgado un bien o infligido castigo; no obstante, esta modificación responde al cambio que se produce en el comportamiento de sus criaturas. Es así­ como, en términos humanos, se dice de Dios que se arrepiente† (1894, vol. 8, pág. 1042). Las normas justas de Dios permanecen constantes, estables, inmutables y sin la más mí­nima variación. (Mal 3:6; Snt 1:17.) Ninguna circunstancia puede hacer que cambie de opinión en cuanto a sus normas o que se aparte de ellas o las abandone. Sin embargo, la actitud y la reacción de sus criaturas inteligentes para con dichas normas perfectas y cómo las aplica Dios puede ser buena o mala. Si es buena, agrada a Dios, pero si es mala, le causa pesar. Por otra parte, la actitud de la criatura puede cambiar de buena a mala y viceversa, y como Dios no altera sus normas, su complacencia (con las consecuentes bendiciones) puede convertirse en pesar (con la consecuente disciplina o castigo) y viceversa. Por lo tanto, sus juicios y decisiones no están sometidos al capricho, la inconstancia, la inestabilidad o el error. Nadie puede culpar a Dios de una conducta voluble o excéntrica. (Eze 18:21-30; 33:7-20.)
Un alfarero puede comenzar a hacer un determinado modelo de vasija, y luego, †˜si su mano la echa a perder†™, hacer otro modelo con la misma arcilla. (Jer 18:3, 4.) Con este ejemplo, Jehová ilustra, no que sea como el alfarero cuya mano †˜echa a perder la vasija†™, sino que tiene autoridad sobre la humanidad para cambiar el modo de tratarla, ajustándolo a cómo esta responde o no responde, a su justa misericordia. (Compárese con Isa 45:9; Ro 9:19-21.) Se entiende, entonces, que pueda †˜sentir pesar por la calamidad que haya pensado ejecutar†™ contra una nación o †˜por el bien que se hubiese propuesto hacerle†™, todo dependerí­a de cómo hubiera reaccionado antes esa nación a los tratos de Dios. (Jer 18:5-10.) Luego, no es que Jehová, el Gran Alfarero, yerre, sino que la †œarcilla† humana sufre una †œmetamorfosis† (cambio de forma o composición) en la disposición de su corazón, que ocasiona que Jehová sienta pesar o modifique de algún modo sus sentimientos.
Esto es cierto tanto en el caso de personas como de naciones, y el que Jehová diga de sí­ mismo que †˜siente pesar†™ a causa de que algunos siervos suyos —como el rey Saúl— se aparten de la justicia, es prueba de que no predestinó su futuro. (Véase PRESCIENCIA, PREDETERMINACIí“N.) El que Dios sintiese pesar a causa de la desviación de Saúl no significa que su elección como rey hubiese sido un error ni que Jehová se hubiese arrepentido de Su acción. Dios debió sentir pesar porque Saúl, si bien tení­a libre albedrí­o, no aprovechó de la manera debida el magní­fico privilegio que El le habí­a otorgado ni la oportunidad que le proporcionaba, y porque, además, el cambio en el comportamiento de Saúl propició un cambio en cómo le trataba Dios. (1Sa 15:10, 11, 26.)
Cuando el profeta Samuel pronunció la decisión adversa de Dios contra Saúl, dijo: †œLa Excelencia de Israel no resultará falso, y no sentirá pesar, pues El no es hombre terrestre para que sienta pesar†. (1Sa 15:28, 29.) La persona humana suele faltar a su palabra, incumplir sus promesas o los términos de sus acuerdos. Por ser imperfecto, incurre en errores de juicio de los que luego se arrepiente. Dios jamás obra así­. (Sl 132:11; Isa 45:23, 24; 55:10, 11.)
Por ejemplo: el pacto postdiluviano de Dios con †œtoda carne† garantizó sin condiciones que nunca se repetirá un diluvio de aguas sobre toda la Tierra. (Gé 9:8-17.) Por consiguiente, no existe posibilidad alguna de que Dios cambie de parecer respecto a ese pacto o se arrepienta de haberlo hecho. De igual manera, cuando Dios hizo el pacto abrahámico, †œintervino con un juramento†, que sirvió de †œgarantí­a legal†, con el fin de †œdemostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo†; su promesa y su juramento son, por lo tanto, †œdos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta†. (Heb 6:13-18.) Así­ mismo, el pacto juramentado que Dios ha hecho con su hijo para un sacerdocio como el de Melquisedec se halla entre aquello por lo que Dios †œno sentirá pesar†. (Heb 7:20, 21; Sl 110:4; compárese con Ro 11:29.)
Ahora bien, hay que tener en cuenta que cuando Dios hace una promesa o establece un pacto, puede fijar los términos o condiciones que la otra parte debe satisfacer. Le prometió a la nación de Israel que llegarí­a a ser su †œpropiedad especial†, †œun reino de sacerdotes y una nación santa†, si obedecí­a estrictamente su voz y guardaba el pacto. (Ex 19:5, 6.) Dios se atuvo a lo pactado, pero Israel no: violó el pacto repetidas veces. (Mal 3:6, 7; compárese con Ne 9:16-19, 26-31.) Por consiguiente, cuando Dios por fin invalidó aquel pacto, pudo hacerlo con todo derecho, pues la responsabilidad por el incumplimiento de su promesa recaí­a en su totalidad sobre los israelitas, quienes lo habí­an pasado por alto. (Mt 21:43; Heb 8:7-9.)
También es cierto que Dios puede †˜sentir pesar†™ y †˜volverse†™ de infligir castigo cuando, una vez que ha advertido a los transgresores de lo que se propone hacer, se produce en estos un cambio de actitud y comportamiento. (Dt 13:17; Sl 90:13.) Al obrar así­, ellos se vuelven a Dios y Dios †˜se vuelve†™ a ellos. (Zac 8:3; Mal 3:7.) En lugar de †˜afligirse†™, Dios se regocija, ya que no encuentra satisfacción en dar muerte a los pecadores. (Lu 15:10; Eze 18:32.) Sin jamás alejarse de sus normas justas, Dios les extiende ayuda para que les sea posible volver a El; les infunde el ánimo para hacerlo. Con bondad, les invita a regresar, †˜extendiendo sus manos†™ y diciéndoles por medio de sus representantes: †œVuélvanse, por favor, […] para que yo no les cause calamidad a ustedes†. †œNo hagan, por favor, esta clase de cosa detestable que he odiado.† (Isa 65:1, 2; Jer 25:5, 6; 44:4, 5.) Les concede suficiente tiempo para cambiar (Ne 9:30; compárese con Rev 2:20-23) y manifiesta gran paciencia y longanimidad, pues †œno desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento†. (2Pe 3:8, 9; Ro 2:4, 5.) Según lo ha considerado conveniente, Dios ha hecho que su mensaje haya ido acompañado de obras poderosas, o milagros, a fin de acreditar el carácter divino de la comisión delegada a sus mensajeros y fortalecer la fe de los oyentes. (Hch 9:32-35.) Cuando no ha habido respuesta a su mensaje, ha empleado la disciplina: ha retirado su favor y protección, de modo que ha dejado que los impenitentes sufran privaciones, hambre y opresión por parte de sus enemigos. Esta medida divina puede dar lugar a que estas personas recobren el buen juicio y el debido temor a Dios o que reconozcan que su proceder era estúpido, y su sentido de valores, equivocado. (2Cr 33:10-13; Ne 9:28, 29; Am 4:6-11.)
Sin embargo, la paciencia de Dios tiene un lí­mite, y cuando este se alcanza, †˜se cansa de sentir pesar†™; es entonces cuando su decisión de infligir castigo llega a ser irreversible. (Jer 15:6, 7; 23:19, 20; Le 26:14-33.) Deja de solo †œpensar† o †œformar† calamidad contra los transgresores (Jer 18:11; 26:3-6), pues su decisión es inamovible. (2Re 23:24-27; Isa 43:13; Jer 4:28; Sof 3:8; Rev 11:17, 18.)
La predisposición de Dios de perdonar a los que se arrepienten, así­ como de misericordiosamente mantener expedita la ví­a hacia la consecución de su perdón —a pesar de sus reiteradas ofensas—, es para todos sus siervos un ejemplo notable. (Mt 18:21, 22; Mr 3:28; Lu 17:3, 4; 1Jn 1:9; véase PERDí“N.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

I. Concepto
Arrepentimiento es un momento (o un aspecto) de la totalidad de aquel acto de la salvación individual llamado usualmente -> metanoia, -> conversión, -> penitencia, -> justificación. Por tanto, el a. sólo puede entenderse y valorarse justamente en este marco más amplio. Sobre la doctrina de la sagrada Escritura, véase -> metanoia y -> conversión I. Como repulsa al pecado el a. presupone también una intelección teológicamente exacta del -> pecado y de la culpa.

II. La doctrina de la Iglesia
El a. es descrito por el concilio de Trento como “dolor del alma y detestación de los pecados cometidos, con el propósito de no pecar más en el futuro” (Dz 897, 915). La doctrina eclesiástica enseña que para quien ha pecado personalmente este a. es siempre necesario para alcanzar el perdón de la culpa (Ibid.), debiendo estar unido a la confianza en la –>misericordia divina. Enseña además que no puede consistir solamente en el propósito y comienzo de una vida nueva, sino que en principio ha de incluir también la repulsa explí­cita y libre a la vida pasada. El mismo Tridentino distingue entre contrí­tio caritate perfecta y contritio imperfecta = attritio, según que el motivo explí­cito de la detestación del pecado cometido sea el de la virtud teologal del –>amor a Dios u otro motivo moral que, aun siendo inferior al amor, tenga un valor éticamente positivo (maldad intrí­nseca del pecado, el pecado como causa de la pérdida de la salvación, etc.), sea elegido bajo el impulso de la ->gracia de Dios y excluya claramente la voluntad de pecar (Dz 898). Por tanto, el mero temor del castigo como mal fí­sico todaví­a no es un “a. imperfecto”, no es “atrición”; serí­a aquel “a. ante la horca” que Lutero rechaza con razón, pero que falsamente considera como la concepción católica de la atrición. La contrición perfecta (por lo menos si incluye la voluntad implí­cita de recibir el sacramento de la -> penitencia) justifica inmediatamente al hombre, incluso antes de la recepción actual del ->bautismo o del sacramento de la penitencia; la contrición imperfecta justifica al hombre sólo en unión con la recepción del sacramento (Ibid.). Ese a. libre (Dz 915) no es (en contra de la doctrina de los reformadores, tal como la entendí­a el Concilio) el intento de una autojustificación del hombre por sus propias fuerzas, intento que harí­a al hombre más pecador todaví­a, sino un don de la gracia, por la que el hombre se confí­a al Dios que le perdona (Dz 915, 799, 798).

El magisterio prohibió (Dz 1146) que “contricionistas” y “atricionistas” se impusieran mutuamente censuras teológicas.

III. Reflexión teológica
1. Presupuestos antropológicos
Para una comprensión teológica del a. tiene importancia en primer lugar el pensamiento antropológico de que el hombre, como libre e histórica persona espiritual, es el ente que adopta un comportamiento consciente y libre consigo mismo, y, por cierto, bajo el aspecto de su pasado, de su presente y de su futuro en medio de la concatenación de esos tres momentos (-> historia e historicidad). En consecuencia el hombre no puede dejar tras él su pasado con plena indiferencia, como si éste hubiera dejado de ser real; el pasado sigue existiendo como un momento de su presente, que él mismo ha producido con libertad personal. Y, en cuanto el hombre adopta un comportamiento consigo mismo, lo adopta con su pasado y, con su toma de posición actual, le da una nueva (y a veces totalmente distinta) orientación hacia el futuro. La intensidad de estas interrelaciones varí­a en cada hombre y en sus diversas edades y situaciones vitales. Mas de lo dicho se desprende que el hombre no puede rechazar en principio y de antemano una consciente toma de posición respecto de su pasado como momento de la relación consigo mismo en el instante actual, o sea, que un a. “formal” está lleno de sentido y es de suyo necesario. Pero en circunstancias puede bastar un a. meramente virtual, por el que el hombre se convierte a Dios con fe, esperanza y caridad sin enfrentarse explí­citamente con su pasado, pues, en ese caso, semejante decisión fundamental de la existencia implica una toma de posición no refleja con relación al pasado.

2. La fenomenologí­a del arrepentimiento
El no que el hombre da por el a. a su acción libre del pasado (dolor et detestatio) debe ser interpretado cuidadosa y esmeradamente para que resulte inteligible en nuestro tiempo. Ante todo, esa repulsa nada tiene que ver con un schock psicológico y emocional (angustia, depresiones), que a veces se sigue (pero no necesariamente) de la acción mala, por motivos psicológicos o fisiológicos o sociales (pérdida de prestigio, miedo a las sanciones sociales, abatimiento, antagonismo de mecanismos psí­quicos, etc.). Se trata más bien de un no libre de la persona espiritual al valor moralmente negativo de la acción pasada y a la actitud que dio como fruto tal acción. Pero esto tampoco significa una huida y represión del pasado, sino que es la manera adecuada como un sujeto espiritual se enfrenta con su pasado, lo reconoce y se hace responsable de él. Ni es una mera ficción y una hipótesis irreal (“desearí­a haber obrado de otro modo”), sino que tiene por objeto una auténtica realidad: la constitución actual del sujeto en su decisión y actitud fundamentales, en cuanto éstas están con-constituidas por la acción del pasado. Y ese “no” tampoco pone en duda el hecho teórica y prácticamente innegable de que la mala acción del pasado pretendí­a también algo “bueno” y, en muchos casos, ha producido abundantes bienes, p. ej., madurez humana, etcétera (bienes que a veces es imposible separar de la vida de quien hizo tal acción). Así­, psicológicamente, el a. se encuentra con frecuencia ante un problema que parece casi insoluble, pues ha de darse un “no” a un acto que, por sus consecuencias buenas, apenas permite imaginar que el no estuviera en el hombre. El mejor camino para el a. será aquí­, no el análisis reflexivo del pasado, sino la conversión incondicional por el amor al Dios que perdona.

3. EL arrepentimiento como respuesta
El a. nace de la iniciativa divina, y por eso ha de ser concebido, como una respuesta. Lo mismo que todo –> acto moral de orden salví­fico, el a. en su esencia y en su realización práctica ha de tener como soporte la gracia de Dios. El a. no causa, pues, la voluntad salví­fica de Dios, la cual en Cristo ha alcanzado su definitiva manifestación histórica, sino que la acepta y le da una respuesta, pero teniendo conciencia a la vez de que la misma aceptación libre es también obra de la voluntad salví­fica de Dios. Por eso el a. sólo produce la justificación en tanto la recibe de Dios como puro don, pues todo “carácter meritorio” del a., como quiera que se lo conciba según sus distintas fases, procede en último término de una primera gracia eficaz de Dios, la cual precede a todo mérito y obra del hombre. Y cuantas veces hablamos de un “valor meritorio” (ya sea de condigno ya de congruo), en último término queremos decir que Dios mismo obra en nuestra libertad lo que es digno de él. Hemos de rechazar la idea de que nuestras acciones libres no proceden de Dios en la misma medida que las sufridas necesaria y pasivamente.

4. El objeto formal del arrepentimiento
La motivación del “no” que por el a. se da al propio pasado puede ser muy diverso, pues, en conformidad con la realidad múltiple que Dios ha querido en su variedad, hay distintos valores morales, los cuales pueden ser afirmados como inmediato fin positivo del a., haciendo así­ posible un no a sus respectivos contrarios. Mas aquí­ no podemos ignorar cómo ese mundo múltiple de valores, que posibilita las distintas motivaciones del a., constituye una unidad en que cada motivo particular apunta hacia el todo y está abierto a él, y cómo todos los motivos y las respuestas a ellos sólo se consuman en Dios y en su –>amor. De suyo habrí­a que distinguir también entre el objeto formal, que especifica internamente un acto, y el motivo externo de la realización del mismo (si bien ambos pueden identificarse). En el fondo, en el a. en cuanto tal el objeto formal (que puede no ser muy explí­citamente reflejo) es siempre la contradicción del pecado al Dios santo, o sea, en términos más positivos, a las exigencias de Dios -del Santo- con relación al hombre. Los motivos (de tipo moral) que “mueven” a poner este acto con su objeto formal pueden ser muy variados (y pueden ser “inferiores” al objeto formal del acto hacia el cual “mueven”), hasta alcanzar el objeto formal del amor de Dios, que así­ se convierte en motivo de la contrición perfecta. Pero a continuación renunciaremos a esta distinción más precisa.

5. Atricionismo y contricionismo
A base de lo dicho se puede comprender el problema del atricionismo y del contricionismo. El atricionismo es la doctrina según la cual la atrición (a. imperfecto por razón de su motivo, que, aun siendo éticamente bueno, religiosamente se halla por debajo del –> amor desinteresado, de la caridad teologal para con Dios) es suficiente para la recepción del sacramento de la penitencia. El concepto aparece por primera vez en el s. xi7, designando al principio un esfuerzo insuficiente en orden a la justificación, aun unido con el sacramento, por la contrición como a. que justifica. Más tarde se entendió por atrición un a. propiamente dicho, basado en serios motivos morales (principalmente el temor de la justicia divina), pero todaví­a no en el amor. Lutero la combatió como si fuera un mero temor al castigo, identí­ficándola con el timor serviliter servilis (mero temor al castigo como mal fí­sico) y con el timor simpliciter servilis (alejamiento real de la culpa por miedo al castigo). Antes del concilio de Trento la discusión se centraba en si la fuerza del sacramento mismo convierte la atrición en contrición (a. por amor). El Tridentino afirma la atrición como preparación moralmente buena para el sacramento (Dz 898). Después del Concilio se siguió discutiendo si la atrición es suficiente como disposición próxima para el sacramento o, además, se requiere por lo menos un acto débil de amor (que a su vez fue interpretado de diversas maneras; cf. Dz 798). El contricionismo exige como necesaria disposición próxima el sacramento de la penitencia por lo menos un amor inicial a Dios (un amor benevolentiae en contraposición al amor concupiscentiae), aunque pueda tratarse de un amor que por sí­ mismo no sea suficiente para la justificación. Esta forma de contricionismo fue defendida sobre todo en los s. xvii y XVIII. La Iglesia nunca decidió la disputa entre atricionismo y contricionismo bajo esta modalidad (Dz 1146). En realidad esa disputa teórica y pastoralmente carece de objeto. En efecto, donde no se da un alejamiento claro del pecado, tampoco existe ninguna atrición. Y ese alejamiento incluye necesariamente la voluntad de cumplir de todo corazón los mandamientos divinos, sobre todo el del amor a Dios. Pero ¿cómo esa voluntad de amar a Dios ha de distinguirse concreta y prácticamente del amor a Dios? La atrición real y la contrición pueden distinguirse concretamente por el grado en que estos o los otros motivos aparecen explí­citamente en el primer plano de la conciencia refleja u objetivamente, pero no por la global motivación irreflexiva de la decisión fundamental de la existencia. La discusión se basa, pues, por ambas. partes en un falso objetivismo de los motivos, en el presupuesto de que sólo actúa como” motivo lo que está explí­citamente en el plano de la reflexión. Pero en realidad la última libertad fundamental de los hombres no puede estabilizarse en un transitorio estado neutral e indeterminado, pues, el Dios amado en la decisión fundamental del hombre, o es el verdadero Dios – al que se ama efectivamente -, o es un í­dolo del pecado. Por tanto, si en el camino de alejamiento del pecado y de acercamiento a Dios se traspasa claramente con verdadera moralidad y religión el limite de la muerte, no hay peligro alguno de que, a pesar de todo, Dios no sea amado (aun cuando pueda admitirse un proceso que sigue desarrollándose temporalmente). A esto se añade que se deberí­a distinguir entre la disposición próxima para la recepción del sacramento (sacramentum) y la disposición próxima para la recepción de la gracia del sacramento (res sacramenti). Y entonces cabrí­a referir la doctrina del atricionismo a la recepción del sacramento y la del contricionismo a la recepción de la gracia del sacramento. Pues parece totalmente razonable afirmar con Tomás que la recepción de la gracia justificante (la < infusión de la virtud teologal de la caridad") en los adultos libres sólo puede realizarse mediante un acto de libre aceptación de la misma, o sea en un acto de amor, y, en todo caso, que en el sacramento ex attrito f it contritus. Esta concepción no significa ninguna dificultad psicológica para entender el proceso de un hombre que se aleja realmente del pecado y se convierte a Dios, presuponiendo, naturalmente, que un motivo no sólo influye en el sujeto cuando se reflexiona conceptualmente sobre él. Karl Rahner K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

En el AT el verbo «arrepentirse» (nifal de nāḥam) aparece unas treinta y cinco veces. Usualmente se emplea para significar un cambio contemplado en los tratos de Dios con los hombres, para bien o para mal, en conformidad con su justo juicio (1 S. 15:11, 35; Jonás 3:9–10) o, negativamente, para certificar que Dios no cambiará el propósito que ha anunciado (1 S. 15:29; Sal. 110:4; Jer. 4:28). En cinco lugares nāḥam se refiere al arrepentimiento humano o al hecho de ceder. La LXX traduce nāḥam con metanoeō y metamelomai. Cualquiera de estos verbos griegos puede aparecer designando el arrepentimiento humano o divino.

Sin embargo, el trasfondo de la idea de arrepentimiento del NT no está primariamente en las formas de nāḥam (salvo en Job 42:6; Jer. 8:6; 31:19); sino en formas de šûḇ, que significa «volver atrás, apartarse de o hacia» en el sentido religioso. La LXX uniformemente traduce šûḇ con formas de epistrefō y apostrefō. El arrepentimiento sigue a un volverse que es un don de Dios (Jer. 31:18–20; Sal. 80:3, 7, 19). Is. 55:6–7, hace un típico llamado veterotestamentario al arrepentimiento y la conversión. El pesar de corazón por el pecado, y la conversión a veces se ponen en un contexto escatológico, siendo relacionados con la remisión del juicio, el regreso de la cautividad, la venida del gran tiempo de la salvación y la venida de pentecostés (Jer. 31:17–20; 31:31–34; Jl. 2:12–32).

En el NT, metanoia (sustantivo) aparece veintitrés veces y metanoeō (verbo) treinta y cuatro veces. Metamelomai aparece raras veces y se usa casi exclusivamente en el sentido de «lamentarse, sentir remordimiento». Metanoeō (metanoia) casi siempre se usa en sentido favorable.

El arrepentimiento es el tema de la predicación de Juan el Bautista (Mt. 3:1; Mr. 1:4; Mt. 3:8). El bautismo con agua para arrepentimiento es acompañado por la confesión de pecados (Mt. 3:6; cf. 1 Jn. 1:8–9). Jesús continúa el tema de Juan, pero añade significativamente, «El tiempo se ha cumplido» (Mr. 1:15). Su venida es la venida del reino en persona y es decisiva (Mt. 11:20–24; Lc. 13:1–5). Todas las relaciones de la vida deben ser alteradas radicalmente (Mt. 5:17–7:27; Lc. 14:25–35; 18:18–30). Los pecadores, no los justos, son llamados a metanoia (Mt. 9:13; Mr. 2:17; Lc. 5:32), y el cielo se regocija por su arrepentimiento (Lc. 15). La predicación del arrepentimiento y la remisión de pecados debe unirse a la proclamación de la cruz y la resurrección (Lc. 24:44–49). Los apóstoles son fieles a esta comisión (Hch. 2:38; 3:19; 17:30; 20:21). Las iglesias infieles deben arrepentirse (Ap. 3:5, 16). Los apóstatas crucifican de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y no pueden ser renovados para arrepentimiento (Heb. 6:5, 6).

Los escritores del NT con frecuencia distinguen entre arrepentimiento y conversión (Hch. 3:19; 26:20), y entre arrepentimiento y fe (Mr. 1:15; Hch. 20:21). «[Epistrefō tiene una significación algo más amplia que metanoeō … [y] siempre incluye un elemento de fe. Metanoeō y pisteuein pueden darse juntos, lo que no ocurre con epistrephō y pisteuein» (Louis Berkhof, Teología sistemática, TELL, Grand Rapids, 1976, p. 575). No es necesario enfatizar la distinción entre metanoeō y epistrefō. Metanoia, por lo menos, se usa para significar todo el proceso de cambio. Dios ha concedido a los gentiles arrepentimiento para vida (Hch. 11:18) y la tristeza que es según Dios obra «arrepentimiento para salvación» (2 Co. 7:10). Sin embargo, se puede decir que metanoia denota ese cambio interior de mente, afectos, convicciones y entrega, que está arraigado en el temor de Dios y el pesar por las ofensas cometidas en su contra, el cual, cuando es acompañado por la fe en Jesucristo, resulta en un cambio exterior del pecado hacia Dios y su servicio en toda la vida. De ello no hay que arrepentirse (ametamēleton, 2 Co. 7:10) y es dado por Dios (Hch. 11:18). Metanoeō señala un cambio interior consciente mientras epistrefō dirige la atención particularmente hacia el centro determinativo que ha sido transformado para toda la vida (Hch. 15:19; 1 Ts. 1:9).

Calvino enseña que el arrepentimiento brota de un serio temor de Dios y consiste en la mortificación del viejo hombre y la vivificación del Espíritu. La mortificación y la renovación se obtienen por la unión con Cristo en su muerte y resurrección (Institución, III. iii. 5, 9).

Beza (siguiendo a Lactancio y Erasmo) objetaba la traducción de metanoeō por poenitentiam agite pero el intento de reemplazar ésta con resipiscentia (una vuelta en sí) fue infeliz. Lutero ocasionalmente usaba «Thut Busse!» pero su tesis era que Jesús, al dar este mandamiento, quería decir que toda la vida debía ser pesar delante de Dios.

El catolicismo romano enseña que el sacramento de la penitencia consiste materialmente de la contrición, confesión y satisfacción. Pero para que estos elementos tengan real validez se necesita el pronunciamiento judicial de absolución de parte de la iglesia.

BIBLIOGRAFÍA

Arndt; J. Behm en TWNT; L. Berkhof, Teología sistemática, pp. 573–589; J. Calvino, Institución de la religión cristiana, III, iii–v; W. D. Chamberlain, The Meaning of Repentance, pp. 1–80; B.H. De Ment en ISBE; R.B. Girdlestone, Synonyms of the Old Testament, pp. 87–93; HR; O. Michel en TWNT; J. Schniewind, Die Freude der Busse, pp. 9–33; G. Spykman, Attrition and Contrition at the Council of Trent; Trench; E. Wuerthwein en TWNT; G. Vos, The Teaching of Jesus Concerning the Kingdom of God and the Church, pp. 169–190.

Carl G. Kromminga

LXX Septuagint

TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

HR Hatch and Redpath, Concordance to the Septuagint

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (59). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

En el AT “arrepentirse”, o algún equivalente, es invariablemente la traducción de dos términos: nāḥam (‘lamentar, cambiar de idea’) y šûḇ (en el sentido de “volverse, retornar”).

Es infrecuente el uso de nāḥam para el hombre (Ex. 13.17; Job 42.6; Jer. 8.6; 31.19), pero se aplica regularmente a Dios, cuando a menudo se dice que Dios “se arrepiente del mal” propuesto o iniciado. Este lenguaje vigoroso proviene de la comprensión israelita de la actitud de Dios hacia el hombre en función de una relación personal. Este lenguaje no significaba, naturalmente, que Dios fuera inconstante o arbitrario sino simplemente que la relación era cambiante. En particular, cuando el hombre se aleja voluntariamente de la dirección y el cuidado de Dios descubre que la consecuencia, determinada por Dios, de su mal proceder es un mal aun mayor (Gn. 6.6s; 1 S. 15.11, 35; 2 S. 24.16; Jer. 18.10). Pero la persona que se arrepiente, aun a última hora, la persona que se vuelve (nuevamente) a Dios, encuentra a un Dios de misericordia y amor, y no de juicio (Jer. 18.8; 26.3, 13, 19; Jon. 3.9s; en Ex. 32.12–14 y Am. 7.3, 6 vemos destacada la importancia del intercesor dispuesto a presentarse delante de Dios en nombre de su pueblo). De modo que aunque no se pone en tela de juicio la firmeza del juicio de Dios en contra del *pecado (Nm. 23.19; 1 S. 15.29; Sal. 110.4; Jer. 4.28; Ez. 24.14; Zac. 8.14), una y otra vez se ha mostrado como un Dios benevolente, fiel a su pueblo aun cuando este le haya sido infiel; un Dios, en otras palabras, “que se arrepiente del mal” (Ex. 32.14; Dt. 32.36; Jue. 2.18; 1 Cr. 21.5; Sal. 106.45; 135.14; Jer. 42.10; Jl. 2.13s; Jon. 4.2).

El llamado al arrepentimiento es, en lo que respecta al hombre, un llamado para que vuelva (šûḇ) a colocarse bajo la dependencia de Dios, a la que se debe por su carácter de criatura (y por el compromiso del pacto). Estos llamados eran particularmente frecuentes en los profetas preexílicos. Am. 4.6–11 muestra claramente que el mal determinado por Dios como consecuencia del pecado de Israel no es rencoroso ni vengativo, sino que más bien está destinado a hacer que Israel se arrepienta. El que hace el mal se da con un mal mayor determinado por Dios. Pero el que se arrepiente de su maldad encuentra un Dios que también se arrepienee de su mal. Una de las súplicas más elocuentes tocante al arrepentimiento aparece en Os. 6.1–3 y 14.1–2: es de una súplica en la que alternan la esperanza y la desesperanza (3.5; 5.4; 7.10), siendo particularmente conmovedor 11.1–11. Igualmente conmovedoras son las esperanzas de Isaías expresadas en el nombre de su hijo Sear-jasub (“un remanente volverá”, 7.3; véase tamb. 10.21s; 30.15; cf. 19.22) y las súplicas de Jeremías (3.1–4.4; 8.4–7; 14.1–22; 15.15–21); en ambos casos vemos una mezcla de presagios y desesperanza (Is. 6.10; 9.13; Jer. 13.23).

Otras expresiones vigorosas son Dt. 30.1–10; 1 R. 8.33–40, 46–53; 2 Cr. 7.14; Is. 55.6–7; Ez. 18.21–24, 30–32; 33.11–16; Jl. 2.12–14. Véase tamb. esp. 1 S. 7.3; 2 R. 17.13; 2 Cr. 15.4; 30.6–9; Neh. 1.9; Sal. 78.34; Ez. 14.6; Dn. 9.3; Zac. 1.3s; Mal. 3.7. El ejemplo clásico de arrepentimiento nacional fue el que encabezó Josías (2 R. 22–23; 2 Cr. 34–35).

En el NT las voces trad. “arrepentimiento” son metanoeō y metamelomai. En gr. generalmente significan “cambiar de pensamiento” y también “lamentar, sentir remordimiento” (e. d. acerca de lo que se sostenía anteriormente). Encontramos esta nota de remordimiento en la parábola del publicano (Lc. 18.13), probablemente en Mt. 21.29, 32; 27.3 y Lc. 17.4 (“Me arrepiento”), y más explícitamente en 2 Co. 7.8–10. Pero el uso neotestamentario se ve influido en mayor medida por la voz veterotestamentaria šûḇ; o sea que el arrepentirse no es simplemente lamentar o cambiar de pensamiento sino hacer un vuelco completo, producir una completa y total alteración de la motivación básica y la dirección de la vida del individuo. Por ello, la mejor trad. de metanoeō es a menudo “convertirse”, o sea “volverse” (* Conversión). También nos ayuda a explicar por qué Juan el Bautista exigía el *bautismo como expresión de este arrepentimiento, no sólo para los “pecadores” evidentes sino también para los judíos “justos”: el bautismo como acto decisivo de volverse de la antigua forma de vida y entregarse a la misericordia de aquel que ha de venir (Mt. 3.2, 11; Mr. 1.4; Lc. 3.3, 8; Hch. 13.24; 19.4).

El llamado de Jesús al arrepentimiento poco se menciona explícitamente en Mr. (1.15; cf. 6.12) y Mt. (4.17; 11.20s; 12.41); mientras que Lc. se encarga de destacarlo (5.32; 10.13; 11.32; 13.3, 5; 15.7, 10; 16.30; 17.3s; cf. 24.47). Sin embargo, otros dichos e incidentes en los tres evangelios mencionados expresan muy claramente el carácter del arrepentimiento que exigió Jesús a lo largo de todo su ministerio. Su naturaleza radical, como un vuelco y un retorno completos, se pone de manifiesto en la parábola del hijo pródigo (Lc. 15.11–24). Su carácter incondicional surge de la parábola del fariseo y el publicano; el arrepentimiento significa reconocer que uno no tiene absolutamente ningún derecho ante Dios, y entregarse sin excusas o intentos de justificación a la misericordia de Dios (Lc. 18.13). El acto de dar las espaldas a los valores y el estilo de vida anteriores queda evidenciado en el encuentro con el joven rico (Mr. 10.17–22) y con Zaqueo (Lc. 19.8). Por sobre todas las cosas, Mt. 18.3 aclara muy bien que convertirse significa llegar a ser como un niño, es decir, reconocer la propia inmadurez y la incapacidad de vivir alejado de Dios, y aceptar una total dependencia de él.

El llamado al arrepentimiento (y la promesa del perdón) es un rasgo constante del relato que hace Lucas de la predicación de los primeros cristianos (Hch. 2.38; 3.19; 8.22; 17.30; 20.21; 26.20). Aquí el término metanoeō se complementa con epistrefō (‘darse vuelta, retornar’, Hch. 3.19; 9.35; 11.21; 14.15; 15.19; 26.18, 20; 28.27) donde metanoeō significa más bien alejarse (del pecado), y epistrefō volverse hacia (Dios) (véase esp. Hch. 3.19; 26.20), aunque los dos términos pueden incluir ambos sentidos (como en Hch. 11.18; 1 Ts. 1.9).

Según Hch. 5.31 y 11.18, resulta claro que no hubo dificultad en describir el arrepentimiento como un don de Dios y al mismo tiempo como responsabilidad del hombre. Al mismo tiempo se cita varias veces Is. 6.9–10 como explicación de la razón por la cual los hombres no se convierten (Mt. 13.14s; Mr. 4.12; Jn. 12.40; Hch. 28.26s).

El autor de la Carta a los Hebreos también indica la importancia del arrepentimiento inicial (6.1), pero si bien cuestiona la posibilidad de un segundo arrepentimiento (6.4–6; 12.17), otros son aun más categóricos en su creencia de que los cristianos pueden y necesitan arrepentirse (2 Co. 7.9s; 12.21; Stg. 5.19s; 1 Jn. 1.5–2.2; Ap. 2.5, 16, 21s; 3.3, 19).

Hay pocas referencias adicionales al arrepentimiento en el NT (Ro. 2.4; 2 Ti. 2.25; 2 P. 3.9; Ap. 9.20s; 16.9, 11). No debemos dar por supuesto que el tema del arrepentimiento y el *perdón surgía invariablemente en la predicación primitiva. Pablo en particular raramente usa estos dos conceptos, y no aparecen para nada en el evangelio y las epístolas de Juan, mientras que ambos recalcan fuertemente que la vida cristiana comienza con una entrega decisiva en un acto de *fe.

Bibliografía. °J. Jeremias, Teología del Nuevo Testamento, 1974; °J.-J. von Allmen, Vocabulario bíblico, 1973; °G. Bornkamm, Jesús de Nazaret, 1975; J. Baillie, Regeneración y conversión, 1956; J. A. Soggin, “Volver”, °DTMAT, t(t). II, cols. 1110–1118; F. Laubach, J. Goetzmann, L. Coenen, “Conversión, penitencia, arrepentimiento”, °DTNT, t(t). I, pp. 331–338; C. G. Kromminga, “Arrepentimiento”, °DT, 1985, pp. 65–66; L. Berkhof, Teología sistemática, 1972, pp. 580ss; K. Rahner, “Arrepentimiento”, Sacrameatum mundi, 1976, t(t). I, cols. 413–420; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II, pp. 460–469; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1975,t.III, pp. 111–124.

G. Bertram, epistrephō, TDNT 7, pp. 722–729; G. Bornkamm, Jesus of Nazareth, 1960, pp. 82–84; J. Jeremias, New Testament Theology, 1: The Proclamation of Jesus, 1971, pp. 152–158; O. Michel, metamelomai, TDNT 4, pp. 626–629; J. P. Ramseyer, en J. J. von Allmen (eds.), Vocabulary of the Bible, 1958, pp. 357–359; A. Richardson, An Introduction to the Theology of the New Testament, 1958, pp. 31–34; E. Würthein y J. Behm, metanoeō, TDNT 4, pp. 975–1008; F. Laubach, J. Goetzmann, NIDNTT 1, pp. 353–359.

J.D.G.D.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico