(-> apocalíptica, Henoc, autoridad, posesión diabólica, exorcismos). La apocalíptica judía pensaba que el verdadero causante de los pecados del mundo era el Diablo. Jesús fue un apocalíptico especial, que actuaba como exorcista, interpretando y realizando su tarea mesiánica en forma de lucha contra el Diablo. Los judíos del entorno creían en la acción destructora de los malos espíritus (dirigidos por Satán*, Belcebú, Azazel o Mastema, es decir, por el Diablo) y esperaban su destrucción final; muchos de ellos eran considerados en el mundo grecorromano como expertos exorcistas y así los presentan numerosos papiros de Egipto.
(1) La batalla final de los exorcismos. El judío Jesús fue también un exorcista, pero se distinguía de otros por la forma de situarse ante lo diabólico. La tradición sinóptica lo ha presentado como exorcista escatológico y maestro de exorcistas (cf. Mc 3,15; 6,12 par), empeñado en derrotar a Satán para que llegue el Hijo del Hombre. En este contexto ofrece unas novedades muy significativas, (a) En general, los apocalípticos judíos tendían a interpretar sus exorcismos desde la experiencia de la ley nacional judía, como parte de la batalla decisiva contra el Diablo al final de la historia, (b) Jesús, en cambio, plantea y despliega la batalla contra el Diablo dentro de la misma historia, no a manera de combate militar, sino como gesto de liberación y de ayuda que se dirigía a los impuros y posesos, pecadores y excluidos del entorno. Así lo han entendido aquellos que le acusan: ¡expulsa a los demonios con el poder de Belcebú, príncipe de los demonios! Esta acusación y la res puesta de Jesús nos sitúa en el centro de la disputa apocalíptica, planteada en torno a la autoridad* que está en el fondo de los exorcismos. Algunos escribas piensan que Jesús realiza su obra con el poder de Belcebú, príncipe de los demonios (Mc 3,20-22; Mt 12,22-24 par). Jesús les responde diciendo que él no lucha bajo el poder de Belcebú, sino contra Belcebú, y que dispone para ello de una Fuerza mayor que la del Diablo (Mc 3,23-26; cf. Mt 12,25-26 par), la Fuerza del Espíritu (Lucas pone Dedo) de Dios (Mt 12,2728; Lc 11,19-20).
(2) Interpretaciones modernas. Así se plantea el sentido de la batalla apocalíptica de los exorcismos. Algunos exegetas de nuestro tiempo siguen interpretando a Jesús como mago al estilo pagano (M. Smith) o como carismático judío de tipo heterodoxo, hechicero ingenuo, pero peligroso, que seduce al pueblo (G. Vermes). Otros le miran como incauto, un hombre perdido en una selva de conjuros, incapaz de enfrentarse con la racionalidad del mundo. En contra de eso, los evangelios afirman que los exorcismos de Jesús son la expresión más alta de su experiencia apocalíptica: como exorcista de Dios, al servicio de los más pobres de la sociedad (de los posesos), él está librando la batalla contra el Diablo. La acción de Jesús constituye la victoria escatológica de Dios sobre las fuerzas de Satán, que tenían dominado al ser humano. Satán era el Fuerte que había ocupado la casa del mundo y todos sus habitantes se hallaban dominados, oprimidos, por su imperio. Ha llegado el Más Fuerte, el Dios que actúa por Jesús, para vencerlo y cautivarlo. De esa forma tan intensa y radical ha interpretado y presentado el Evangelio la lucha final que los apocalípticos habían proyectado en formas militares y celestes, para el fin del tiempo. El lenguaje apocalíptico (casa y derrota del Fuerte o Satán, victoria del Más Fuerte y liberación de los humanos) ha venido a ponerse al servicio de la interpretación del mensaje y obra de Jesús. Jesús no es un sencillo vidente o escritor apocalíptico, sino agente apocalíptico de Dios, el vencedor del Diablo.
Cf. M. SMITH, Jesús el Mago, Martínez Roca, Barcelona 1988; G. VERMES, Jesús el judío, Muchnik, Madrid 1977; La religión de Jesús el judío, Muchnik, Madrid 1996.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra