BETEL, CASA DE DIOS

(-> templo). El texto clave de la tradición de Betel dice así­: “Jacob llegó a un cierto lugar y durmió allí­, porque ya el sol se habí­a puesto. De las piedras de aquel paraje tomó una para su cabecera y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo. Angeles de Dios subí­an y descendí­an por ella. Yahvé estaba en lo alto de ella y dijo: Yo soy Yahvé, el Dios de Abrahán, tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia… Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: Ciertamente Yahvé está en este lugar, y yo no lo sabí­a. Entonces tuvo miedo y exclamó: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo. Se levantó Jacob de mañana, y tomando la piedra que habí­a puesto de cabecera, la alzó por señal y derramó aceite encima de ella” (Gn 28,10-18). Este es un texto etiológico que quiere explicar, desde la perspectiva israelita, el sentido sagrado de un lugar, llamado Bet-El (Casa de Dios), con una piedra que se supone lugar de presencia de Dios, signo cultual donde se vinculan tierra y cielo. Las religiones anteriores contarí­an el origen y sentido sagrado de aquel lugar de otra manera. Pero en un momento determinado los israelitas asumieron el valor “divino” del santuario de la piedra o roca de Betel, elaborando desde esa perspectiva esta “leyenda cultual”, conforme a la cual el mismo Yahvé, protector de Jacob y padre del pueblo, aparece como fundador de este lugar sagrado. El santuario israelita (o preisraelita) de Betel se cita, por ejemplo, en Gn 12,8; 31,13; 35,1; 1 Sm 7,16; 10,3). El culto de Betel ha sido mirado con recelo por la tradición deuteronomista (Pentateuco*) y profética, que lo considera vinculado a los toros* idolátricos, opuestos a Yahvé (cf. 1 Re 12-13; cf. Am 3,14; 4,4; 5,5-6; 7,1013; Os 12,4). Por otra parte, hay numerosos textos árameos del siglo VII a.C. en los que se cita un Dios Betel, como figura independiente. Quizá existí­a en los profetas ese recuerdo de que Betel era un Dios que habí­a sido parcialmente asimilado a Yahvé, pero que conservaba elementos paganos, no israelitas. En esa lí­nea deben entenderse algunos textos proféticos como Jr 48,13; Am 5,5; Os 4,15; 10,15. Sea como fuere, la palabra betel o betilu se ha empleado y se sigue empleando para aludir a unos santuarios en los que se veneran especialmente las piedras sagradas. Al lado de la piedra o roca sagrada, conocida en muchas religiones, hay otros betilns, como son un árbol o un rí­o, una cueva o un monte… Desde la nueva perspectiva bí­blica, la señal básica de Dios ya no es la piedra del santuario de Betel (donde los israelitas siguieren adorando a Dios hasta la unificación del culto en Jerusalén, en los años que preceden y siguen al exilio), sino el mismo Jacob fugitivo. El signo de Dios no es ya la piedra, sino Jacob, un hombre débil y fuerte, astuto y creyente, que huye de la persecución de su hermano. En esa lí­nea se podrá decir que la “casa de Dios” son los hombres, como ha puesto de relieve el evangelio de Juan, cuando interpreta a Jesús como el auténtico “Betel”: “Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y bajan sobre el Hijo del Hombre” (Jn 1,51).

Cf. M. ELIADE, Tratado de Historia de las religiones, Cristiandad, Madrid 1981, 227250; M. OLIVA, Jacob en Betel: visión y voto. Estudio sobre la fuente E, Monografí­as Bí­blicas, Verbo Divino, Estella 1975.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra