CALENDARIO LITURGICO – Diccionario Enciclopédico de Biblia y Teología

CALENDARIO LITURGICO

SUMARIO: I. Calendario y cómputo eclesiástico – II. Historia del calendario litúrgico – III. El calendario romano de 1969: 1. La obra del “Consilium”; 2. Los puntos fundamentales de la revisión – IV. El calendario particular de España.

I. Calendario y cómputo eclesiástico
“La ordenación de la celebración del -> año litúrgico se rige por el calendario, que puede ser general o particular, según esté concebido para uso de todo el rito romano o para alguna iglesia particular o familia religiosa” (NUALC 48). Estas palabras de las Normas universales sobre el Año litúrgico y el Calendario definen el objeto del calendario litúrgico y establecen el ámbito de su contenido, según se trate del calendario general o de los calendarios particulares.

El calendario general contiene el ciclo total de las celebraciones del -> misterio de Cristo, es decir, el propio del tiempo, que constituye la estructura fundamental del año litúrgico (cf SC 102), al que se une el santoral (cf SC 103-104). Los calendarios particulares han de combinarse con el calendario general y recogen aquellas celebraciones propias o más relevantes de lasiglesias particulares -y también de las naciones y regiones- y de las familias religiosas, generalmente en honor de los santos y beatos que tienen alguna vinculación especial con aquéllas y éstas. El calendario general es obligatorio para todos los fieles del rito romano, mientras que los calendarios particulares lo son en el ámbito que les es propio.

La -> reforma litúrgica del Vat. II se ocupó de la revisión del calendario general y dio normas para la confección de los calendarios particulares de acuerdo con el siguiente principio: “Para que las -> fiestas de los -> santos no prevalezcan sobre los misterios de la salvación, déjese la celebración de muchas de ellas a las iglesias particulares, naciones o familias religiosas, extendiendo a toda la iglesia aquellas que recuerden a santos de importancia realmente universal” (SC 111).

El calendario litúrgico ha estado siempre formado por el conjunto de fiestas observadas por la iglesia, dispuestas en los dí­as propios del año. Ahora bien, algunas fiestas no han tenido nunca dí­a fijo. Son las llamadas fiestas movibles, que varí­an cada año juntamente con la solemnidad de la pascua, de la cual dependen. Las fiestas fijas se celebran todos los años en el mismo dí­a del mes, salvo traslado accidental.

La solemnidad de la pascua de resurrección, cuya fecha ha estado siempre ligada a la pascua de los judí­os -celebrada el 14 de nisán, mes que cae entre el 13 de marzo y el 11 de abril-, sufre una oscilación que va desde el 22 de marzo como fecha más temprana al 25 de abril como fecha más tardí­a, ambos dí­as inclusive. Esta movilidad afecta no sólo a las fiestas que están relacionadas con pascua, sino también al número de semanas del -> tiempo ordinario entre el domingo del bautismo del Señor y el comienzo de la -> cuaresma, y después del domingo de pentecostés.

La fijación cada año de la fecha de la fiesta de pascua y de las restantes celebraciones del calendario dio lugar al llamado cómputo eclesiástico o conjunto de cálculos para determinar la correspondencia entre los ciclos lunar (del que depende la fecha de la pascua), solar y litúrgico, resolviendo también otros datos como la epacta, el número áureo, la indicción y las letras dominicales del martirologio. Las nociones principales del cómputo eclesiástico se recogí­an en los libros litúrgicos anteriores al Vat. II. Actualmente el -> misal y la -> liturgia de las horas insertan al principio, junto con el calendario general y la tabla de la precedencia de los dí­as litúrgicos, las tablas de las principales -> fiestas movibles del año -> litúrgico para un perí­odo de años.

II. Historia del calendario litúrgico
El uso de un calendario estrictamente eclesiástico se remonta a los primeros siglos cristianos. Probablemente su origen se encuentra en los elí­pticos o tablillas donde estaban escritos los nombres de los mártires y de los obispos de cadaiglesia, con la indicación del dí­a de su muerte (el dies natalis) o sepultura (la depositio). Los dí­pticos tuvieron uso litúrgico en las intercesiones de la -> plegaria eucarí­stica (rito romano) y en las preces por los oferentes (rito hispánico). También dieron origen al martirologio, catálogo de -> santos dispuestos según el orden del calendario y en el que están inscritas además las fiestas celebradas en fecha fija.

El más antiguo calendario eclesiástico de la iglesia de Roma llegado hasta nosotros es el extracto copiado por Furio Dionisio Filocalo hacia el año 354. El documento se remonta, no obstante, al año 336, y contiene la Depositio Martyrum romana y la Depositio Episcoporum romana, catálogo de los mártires y papas venerados en Roma a mediados del s. Iv. En la cabecera de la lista de los mártires figura una indicación preciosa: VIII Kal. Ian.: Natus Christus in Betleem ludae, la primera noticia existente sobre la fiesta de -> navidad el 25 de diciembre. También figura el 29 de junio, el (dies natalis) Petri in Catacumbas et Pauli Ostiense.

Más rico aún que el calendario de Filocalo son el calendario de Polemio Silvio (s. v) y el Kalendarium Carthaginiense (s. vi), que contiene los natalicios y las depositiones de los mártires y obispos africanos, junto con los nombres de santos romanos y de otras regiones. Todas las iglesias de la antigüedad, hasta bien entrada la edad media, contaban con sus catálogos de dies fastos y de aniversarios de santos, entre los que predominaban los mártires.

En España se conoce el Ordo sanctorum martyrum, de los ss. v-vi, llamado también calendario de Carmona, esculpido en dos columnas, desgraciadamente con la mitad de la lista: desde navidad hasta san Juan Bautista (24 de junio). Contiene doce fiestas, además de la natividad del Señor, en las que son celebrados, además de san Esteban, san Juan Evangelista y san Juan Bautista, los mártires hispanos Fructuoso y compañeros de Tarragona, Vicente de Zaragoza, Félix de Sevilla y otros. Después hay que esperar hasta los ss. x-xi para encontrar los calendarios propiamente litúrgicos, correspondientes a los -> libros de la -> liturgia hispánica. Fueron publicados por primera vez por M. Ferotin en su edición del Liber Ordinum, y modernamente por J. Vives. El santoral de estos calendarios abarca un mí­nimo de cien celebraciones comunes a todos ellos. Después de la desaparición del rito hispánico, los calendarios romanos en España siguieron conservando algunos de los santos más venerados de la liturgia hispánica.

En la liturgia romana se puede seguir la evolución del calendario litúrgico a través de los sacramentarios y de los comes y capitularia de las lecturas. La caracterí­stica frecuente de estos testimonios, que llegan hasta finales del s. viii, es la no separación, como ocurre en los libros litúrgicos actuales, de las celebraciones del propio del tiempo y las del santoral; las fiestas de los santos se intercalan entre el propio del tiempo, y siempre tienen lugar en el dies natalis. Cuando en un mismo dí­a coinciden varios santos, cada uno tiene su misa, a no ser que tengan relación entre sí­. En esta época de la liturgia no habí­an entrado aún en el calendario las celebraciones de santos marcados por la leyenda.

A partir del siglo Ix y durante toda la baja edad media el calendario se multiplica por influjo de actas y pasionarios de mártires, apócrifos muchas veces. Al mismo tiempo se produce una sistematización de las categorí­as de los santos y se procura completar éstas: por ejemplo, todos los apóstoles debí­an tener su fiesta, se ampliaban las listas de papas santos -a muchos se les suponí­a mártires- y se formaban colecciones de santos sin apenas rigor histórico. Las reformas del -> Misal Romano, publicado en 1570, y del Breviario de 1568 supusieron una drástica simplificación del calendario litúrgico de acuerdo con los principios de la ciencia histórica y hagiográfica de aquel tiempo. Sin embargo, a pesar de que desde san Pí­o V los -> libros litúrgicos estaban bajo la autoridad suprema de la iglesia y solamente la Sagrada Congregación de Ritos (creada en 1578) podí­a autorizar la misa y el oficio propios de un santo, el hecho es que, en ví­speras del Vat. II, el santoral amenazaba con ahogar la celebración de los misterios del Señor, no habiendo bastado las reformas parciales de los años 1671 (Clemente X), 1714 (Clemente XI), 1914 (san Pí­o X) y 1960 (Juan XXIII).

En efecto, en los cuatro siglos que transcurren desde la promulgación de los -> libros litúrgicos reformados según las disposiciones del concilio de Trento hasta el Vat. II, se habí­an introducido ciento cuarenta y cuatro santos en el misal y el breviario. Entre ellos estaban las grandes figuras de esta época, pero también numerosos santos cuyo culto era muy restringido; por ejemplo, los santos pertenecientes a las casas reales europeas. Por otra parte, la inmensa mayorí­a de los santos con misa y oficio eran religiosos, con enorme predominio de los italianos y franceses. El calendario litúrgico, en estas condiciones, ni era verdaderamente universal ni siquiera representativo de la santidad reconocida en la iglesia.

III. El calendario romano de 1969
Ante este panorama era inevitable una reforma a fondo del calendario, sobre todo si se querí­an llevar a la práctica los principios señalados por el Vat. II referentes al -> año litúrgico en general y a la primací­a del -> misterio de Cristo en las celebraciones de la iglesia (cf SC 102-111). La revisión del calendario constituye, por sí­ sola, un capí­tulo propio de la -> reforma general de la liturgia emprendida por el último concilio y uno de los aspectos menos comprendidos por algunos pastores y por no pocos fieles, mal informados y bastante desorientados, por ejemplo, por los cambios de fecha de la conmemoración de algunos santos.

1. LA OBRA DEL “CONSILIUM”. Mons. Bugnini ha contado en su monumental obra La riforma liturgica (1948-1975) (cf Bibl.), la historia de la revisión del calendario, historia llena de incidencias y de presiones, tanto de algunos episcopados como de asociaciones y grupos de todo tipo. Aunque la revisión del calendario comprendí­a principalmente la estructuración de todo el año -> litúrgico, especialmente el propio del tiempo, lo cierto es que fue el santoral lo que más trabajo dio.

El grupo de estudio, el coetus, que se ocupó del’calendario litúrgico hací­a el número uno de toda la organización del Consilium, dado que de él dependí­a el trabajo de los coetus encargados de la revisión del -> misal y de la -> liturgia de las horas. El primer relator o ponente de los trabajos fue mons. Bugnini, más tarde sustituido por P. Jounel. Se elaboraron un total de veinticinco proyectos de trabajo o esquemas (cf “Notitiae” 195-196 [1982] 604-612) y se hicieron dos grandesinformes (relaciones), que fueron estudiados y aprobados en otras tantas sesiones plenarias del Consilium en abril de 1965 y en octubre de 1967. Después vino el examen de todo el proyecto del calendario por las Congregaciones para la Doctrina de la Fe y de Ritos. La primera hizo muchas observaciones, especialmente en relación con las fiestas de devoción y el culto de los santos. Para estudiarlas se constituyó una comisión mixta por parte de la Congregación y el Consilium, comisión que se ocupó también de las observaciones enviadas por Pablo VI. El trabajo común resultó muy positivo.

Finalmente, el papa aprobó el calendario revisado y anunció su publicación juntamente con el nuevo Ordo Missae el 28 de abril de 1969. La promulgación del Calendarium Romanum Generale tuvo lugar por medio del motu proprio Mysterii paschalis, que lleva fecha del 14 de febrero del mismo año. La presentación de todo el volumen ocurrió el 9 de mayo. El calendario litúrgico todaví­a sufrió algunos retoques antes de aparecer definitivamente en la edición tí­pica del Missale Romanum de 1970.

Como complemento de la reforma del calendario, el 24 de junio de 1970 se publicó una instrucción para la revisión de los calendarios particulares y las misas y oficios propios.

2. Los PUNTOS FUNDAMENTALES DE LA REVISIí“N. La constitución sobre la sagrada liturgia expone muy claramente los dos criterios-base en los que se apoya la reforma del año litúrgico y el calendario: la primací­a de la -> celebración de la obra de la salvación, especialmente del -> misterio pascual (SC 107), y la no prevalencia de las -> fiestas de los -> santos por encima de aquélla (SC Ill). Por consiguiente, las fiestas de los santos debí­an ser consideradas como una proclamación del misterio pascual (cf SC 104), y no ocupar el puesto de la celebración de los misterios del Señor. Para ello no habí­a otro camino que reducir el santoral y remitir muchas conmemoraciones de santos a los calendarios particulares.

La celebración de la obra de la salvación se estructura en torno a tres grandes tiempos: las celebraciones que-se mueven alrededor de la solemnidad de la pascua, la celebración de la manifestación del Señor y los tiempos que no celebran algún aspecto particular de la salvación y forman el -> tiempo ordinario.

El primer bloque tiene como núcleo el recuperado -> triduo pascual de Cristo crucificado, sepultado y resucitado (san Agustí­n, Efe 55:14 : PL 33,215), y abarca la -> cuaresma, iniciada el miércoles de ceniza hasta el jueves santo por la mañana, y la cincuentena pascual, que transcurre desde pascua hasta el domingo de pentecostés. Para dar unidad y sencillez a todo el perí­odo (cf SC 34), se suprimieron el tiempo de septuagésima y la octava de pentecostés, así­ como el denominado tiempo de pasión. La cuaresma se refuerza en su carácter penitencial y bautismal (cf SC 109), y la cincuentena pascual se apoya en los domingos elevados de categorí­a litúrgica.

El segundo bloque, de la manifestación del Señor, se articula sobre las cuatro semanas del -> adviento, con sus domingos respectivos, y sobre las solemnidades de -> navidad y epifaní­a y la fiesta del bautismo del Señor. Adviento queda perfilado en dos momentos, escatológico el primero (hasta el 17 de diciembre) y de preparación para la navidad el segundo. Se mantiene la octava de navidad con las fiestas del “cortejo del Rey”; pero el dí­a de la octava recupera la antiquí­sima celebración de la Madre de Dios, sin perder el contenido cristológico de la circuncisión y del nombre de Jesús. El domingo siguiente a navidad se destina a fiesta de la Sagrada Familia. El domingo después de la octava se denomina domingo II de navidad. Desaparece también el tiempo de epifaní­a. El ciclo de la manifestación del Señor termina el domingo siguiente a la epifaní­a, en el que se ha situado a la fiesta del bautismo del Señor.

Por último, el tercer bloque ya no se divide en “tiempo después de epifaní­a” y “tiempo después de pentecostés”, sino que forma una serie única y ordenada de domingos per annum, con un total de treinta y cuatro semanas. La caracterí­stica de este tiempo es no celebrar un aspecto particular del misterio de salvación. Dentro de este perí­odo se inscriben algunas solemnidades del Señor que no cambian de puesto, a excepción de la solemnidad de Cristo Rey, asignada al último domingo de la serie. Las otras solemnidades son la Santí­sima Trinidad, el Corpus y el Sagrado Corazón de Jesús.

Las otras celebraciones tradicionales del propio del tiempo, las témporas y las rogativas quedaron asignadas al momento que señalasen las conferencias episcopales.

En cuanto al santoral, los criterios directivos de la revisión del calendario se reducen esencialmente a tres: elección de los -> santos de mayor relieve para toda la iglesia, universalización del calendario y restitución del santo a su dies natalis, salvo que el dí­a fuese impedido.

El primer criterio permitió fijarse en los santos que ejercieron un influjo mayor en la vida de la iglesia, en los que continúan ofreciendo un mensaje actual y en los que representan los diversos tipos de santidad (martirio, virginidad, vida pastoral, vida conyugal, etc.). El segundo criterio ha mostrado la universalidad de la santidad tanto en el tiempo como en la geografí­a. El calendario general contiene sesenta y cuatro santos de los diez primeros siglos y setenta y nueve de los otros diez. Los siglos más representados son el iv (veinticinco), el xii (doce), el xvi (diecisiete) y el xviii (diecisiete). Geográficamente, hay ciento veintiséis santos de Europa, ocho de ífrica, catorce de Asia, cuatro de América y uno de Oceaní­a. Estos datos pertenecen al momento de aparecer el calendario litúrgico en 1969. La reforma realizada años después en el procedimiento para las causas de los santos está permitiendo universalizar un poco más el calendario. El tercer criterio es fruto, a su vez, de la investigación sobre la vida y la muerte de algunos santos. Este punto, que ha sido uno de los menos comprendidos de la revisión del calendario, revela, sin embargo, un gran esfuerzo de fidelidad histórica. En muchos casos el traslado de la fiesta se ha producido al dí­a exacto de la muerte del santo; en otros, al de su sepultura definitiva o traslado de reliquias; en otros, cuando no habí­a noticias seguras, al dí­a de su ordenación episcopal, etcétera.

Por otra parte, el calendario utiliza una triple categorí­a de celebración de los santos: la solemnidad, la fiesta y la memoria, y en esta última distingue entre memoria obligatoria y memoria facultativa. Estas distinciones permiten celebrar a. los santos según el grado de su importancia y, sobre todo, conjugar su celebración con los diferentes tiempos litúrgicos. Estas categorias no establecen clases entre lossantos, porque aquí­ entran en juego también los calendarios particulares: un santo que tiene memoria obligatoria en el calendario general puede ser celebrado como solemnidad en el calendario propio de una iglesia particular o de una familia religiosa.

Sabido es que el santoral se ha resentido siempre del influjo de la leyenda áurea. Pues bien, uno de los mayores méritos del calendario litúrgico ha sido el rigor con que ha procedido en el servicio a la verdad. Hay ejemplos concretos de santos que han sido tachados del calendario porque se ha comprobado que no existieron más que en la leyenda. Son casos muy concretos, que han sido objeto de amplios dossiers. Los afectados no han sido solamente presuntos santos medievales; también han sido examinados los mártires de la antigüedad, conservándose únicamente aquellos de los que se tiene alguna noticia además del nombre: sermones sobre ellos de los santos padres, basí­licas dedicadas, etc.

IV. El calendario particular de España
El 1 de enero de 1972 entró en vigor el calendario particular para toda España, preparado de acuerdo con la instrucción romana de 24 de junio de 1970. Se trataba de insertar en el calendario litúrgico general las celebraciones propias de la iglesia de España. El calendario fue preparado por un grupo de expertos en historia, liturgia, hagiografí­a y derecho litúrgico, tomando parte activa también los obispos españoles, que fueron consultados repetidamente y, al final de los trabajos, tuvieron que expresar individualmente su juicio sobre el proyecto de los peritos.

Los criterios seguidos fueron en lí­neas generales los mismos del calendario litúrgico romano. La prioridad de la celebración del misterio de Cristo obligó a que la celebración de san Isidoro de Sevilla, elevada a la categorí­a de fiesta, no pudiese dejarse el 4 de abril por la proximidad de la semana santa, trasladándose al dí­a 26 del mismo mes. El criterio de la representatividad motivó la incorporación de tres mujeres de nuestro tiempo: santa Marí­a Micaela del Santí­simo Sacramento, santa Joaquina Vedruna y santa Soledad Torres Acosta, y una mujer de la antigüedad: santa Eulalia de Mérida, virgen y mártir. Con este mismo criterio se añadieron san Pelayo, un niño, y san Eulogio de Córdoba, presbí­tero de la España mozárabe.

La -> devoción popular fue tenida en cuenta también al elevar de categorí­a las memorias del diácono san Vicente y de la Virgen del Carmen. Naturalmente, no todos los santos españoles están en el calendario particular de España, pero para incluir a los que no están existen todaví­a los calendarios diocesanos y de las familias religiosas. En una relación del santoral propio de las diócesis, publicado en 1980 (“Pastoral Litúrgica” 111) y no completo, figuran las siguientes celebraciones particulares: tres del Señor, cincuenta y dos de la Santí­sima Virgen, ciento ochenta y tres de santos y cincuenta de beatos.

El calendario particular de España contaba, en el momento de su promulgación, con una solemnidad (Santiago apóstol), tres fiestas (san Isidoro, Nuestra Señora del Pilar y santa Teresa de Jesús), cuatro memorias obligatorias, quince memorias libres y la feria mayor del 5 de octubre. Posteriormente se agregaron la fiesta de Jesucristo sumo y eterno sacerdote y la memoria obligatoria de santa Teresa de Jesús Jornet.

J. López Martí­n

D. Sartore – A, M. Triacca (eds.), Nuevo Diccionario de Liturgia, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia