CANAAN

v. Israel, Judá, Judea
Gen 9:25 y dijo: Maldito sea C; siervo de siervos
Gen 12:5 Abram .. salieron para ir a tierra de C
Gen 13:12 Abram acampó en la tierra de C, en
Gen 17:8 te daré a ti .. toda la tierra de C en
Gen 28:1 no tomes mujer de las hijas de C
Gen 36:2 Esaú tomó sus mujeres de las .. de C
Gen 37:1 habitó Jacob en la .. en la tierra de C
Exo 15:15 se acobardarán .. los moradores de C
Num 13:2 hombres que reconozcan la tierra de C


Canaán (heb. Kena’an, “comerciante”, “humilde [abatido]”; Cartas de Amarna, Kinahna, Kinahni y Kinahhi; inscripción en la estatua del rey Idrimi de Alalak [s XIV a.C.], mât Kinanim; egip. del 2º milenio, p3Kn’n; fen. Kn’n; gr. Janáan). Los comentadores antiguos explicaban Kena’an como “tierras bajas”. Sin embargo, esta interpretación no tiene apoyo lingüí­stico, y ha sido abandonada. En lengua horea la palabra kinahhu significa “rojo púrpura”, y este habrí­a sido el significado primitivo del término. Este punto de vista parece esar apoyado por el hecho de que cuando los griegos entraron en contacto con los cananeos* de junto al mar, encontraron que éstos se llamaban a sí­ mismos “fenicios” (del gr. fóinix, “rojo púrpura”). 1. Hijo de Cam (Gen 9:18-27) y patriarca de las tribus cananeas. 2. Nombre bí­blico de Palestina al oeste del Jordán. En la Biblia se la llama generalmente “tierra de Canaán” (excepto en algunos pocos pasajes poéticos como Isa 19:18; Sof. 2:5; etc.), y ocasionalmente aparece en expresiones como “hijas de Canaán” (Gen 28:1), “moradores de Canaán” (Exo 15:15), “guerras de Canaán” (Jdg 3:1), “rey de Canaán” (4:2), “í­dolos de Canaán” (Psa 106:38), etc. 196 Su frontera sur iba desde Gaza hasta el Mar Muerto (Gen 10:19), y el lí­mite oriental estaba formado por el rí­o Jordán (Num 32:32; 33:51; etc.). La frontera norte se ubicó en diversos lugares: en Sidón (Gen 10:19), en el Lí­bano y el Eufrates (Deu 11:24), en el Eufrates (Gen 15:18), en Baal-gad, en la falda del monte Hermón (Jos 11:17), y en Rehob, cerca de Hamat (Num 13:21). 108. Relieve de la conquista de la “Ciudad de Canaán” por el faraón Seti I. Los habitantes de la tierra fueron llamados cananeos. De acuerdo con Gen 10:6, eran descendientes de Canaán, uno de los vástagos de Cam. Once de los hijos de Canaán están en la lista de los vs 15-18; de ellos, 6 se encuentran entre los nombres de pueblos de Siria, y 4 entre los de Palestina. Bib.: W. F. Albright, en The Bible and the Ancient Near East [La Biblia y el antiguo Cercano Oriente], ed. por G. E. Wright (Garden City, NY, 1961), pp 328-362; K. M. Kenyon, Amorites and Canaanites [Amorreos y cananeos] (Londres, 1966); A. R. Millard, en Peoples of Old Testament [Gente del AT], ed. por D. J. Wiseman (Oxford, 1973), pp 29-52.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hijo de Cam y nieto de Noé, Gn 9, 18 y 22. C. recibió la maldición de su abuelo, ser siervo de sus hermanos Sem y Jafet, por haberlo visto desnudo, Gn 9, 26-27. C. es el epónimo de los pueblos cananeos, once, según Gn 10, 15-19; 1 Cro 1, 13-16. C. designa el territorio localizado al oeste del rí­o Jordán, posteriormente denominado Palestina, situado en territorio sirio y palestino: la costa siria y la tierra del interior de Transjordania. Es la tierra †œprometida† conquistada por los israelitas. Los israelitas salidos de Egipto conquistaron y ocuparon de una forma paulatina este territorio durante el segundo milenio o antes; según la Biblia, Dios les habí­a prometido la posesión de esta tierra fértil (de ahí­ su nombre de Tierra Prometida) los israelitas, durante el segundo milenio, subyugaron gradualmente a las ciudades cananeas. Hacia finales del reinado de Salomón, rey de Israel, los cananeos habí­an quedado prácticamente asimilados al pueblo hebreo, dentro del cual parecen haber ejercido una influencia religiosa reaccionaria. La propia religión cananea se basaba en la adoración de las divinidades Baal y Astarot (Ashtoret, Astarté). Los especialistas bí­blicos modernos creen que el idioma hebreo tiene su origen en fuentes cananeas, y que el fenicio era una forma primitiva de hebreo. Los especialistas bí­blicos modernos creen que el idioma hebreo tiene su origen en fuentes cananeas, y que el fenicio era una forma primitiva de hebreo.

Sus habitantes eran los cananeos gentilicio derivado del nombre de su fundador, Canaán Gn 10, 6; 15 ss. Aparece en documentos el nombre geográfico de C. hacia mediados del II milenio a. C. En una estela del rey egipcio Amenofis II se mencionan 640 cananeos como cautivos de Siria septentrional y que probablemente eran mercaderes. Los centros más importantes de la cultura cananea fueron ® Biblos ® Tiro y ® Ugarit. Cananeo, arameo el celoso. Así­ apodan al apóstol ® Simón, posiblemente por haber tenido parte en el movimiento nacionalista contra el Imperio romano de los ® zelotes, Mt 10, 4; Mc 3, 18.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

tip, BIOG HOMB HOAT

ver, CAM, MILAGRO, SOL

sit, a4, 176, 238

vet, = “bajo, llano”. Hijo de Cam, nieto de Noé (Gn. 9:18-27). De Canaán dijo Noé: “Maldito sea Canaán; siervo de siervos será a sus hermanos”, y después se añade que será siervo de Sem y de Jafet. Puede parecer extraño a primera vista que Noé no maldijera a Cam personalmente, puesto que habí­a sido él quien no habí­a respetado a su padre; pero la maldición y deshonra sobre el hijo recaí­a también sobre el padre. Añádase a esto que Dios ya habí­a bendecido a Cam juntamente con Noé, y habí­a hecho pacto con El. ¿Cómo podrí­a llevar a Noé a maldecirle directamente? (cp. Gn. 9:1, 8). Además, no todos los hijos de Cam vinieron a ser siervos de Sem; fue sólo sobre Canaán que cayó la maldición. Nimrod, hijo de Cam, fue el fundador de los grandes reinos de Oriente, y no leemos que nunca fuera tributario de Israel como sí­ lo fue Canaán. Dios, en Su sabio gobierno, condujo a Noé a pronunciar la maldición sobre Canaán (“Maldito sea Canaán….”: Gn. 9:25), en intenso contraste con la bendición de Jehová sobre Sem, que fue cumplida en Israel. CANAíN, LA TIERRA Y SU CONQUISTA. (A) GEOGRAFíA. Geográficamente, el nombre de Canaán no fue dado inicialmente más que a la costa baja de Palestina, para distinguirla de la región montañosa vecina (Nm. 13:29; Jos. 11:3). Más tarde, esta designación llegó a comprender el valle del Jordán, y finalmente toda la Palestina al oeste del rí­o. Canaán vino a ser uno de los nombres más corrientes para designar el paí­s que habitaban los hebreos, por mucho que en realidad no ocupaban más que la zona montañosa de Palestina y el valle del Jordán, y sólo una insignificante sección de la costa marí­tima (Gn. 11:31; Nm. 13:2). (B) LENGUA. El hebreo, la lengua del pueblo de Dios, pertenece al grupo nororiental de lenguas semí­ticas. Después de la conquista israelita, se impuso en Canaán con las inevitables acomodaciones, sin dificultad, debido a los estrechos lazos que lo uní­an con la lengua de los cananeos vencidos. Si recibe el nombre de “lengua de Canaán” (Esd. 19:18), no se debe solamente por el hecho de que se hablara en Canaán: era una lengua cananea. (C) CONQUISTA. Después de la muerte de Moisés, los hebreos, acaudillados por Josué, conquistaron Canaán. El plan de guerra incluí­a el establecimiento de un campamento permanente en Gilgal, al este de Jericó, en la llanura (Jos. 4:19; 5:10). Desde allí­, los israelitas subieron contra Hai y hacia Gabaón (Jos. 4:19; 5:10). La situación de este campamento ofrecí­a grandes ventajas. En Gilgal, Josué no tení­a enemigos a sus espaldas; abundaba el agua, y las dos tribus y media más allá del Jordán podí­an suministrar provisiones; además, los botines obtenidos quedaban protegidos. El campamento presentaba las siguientes caracterí­sticas: La presencia del tabernáculo (Jos. 6:24; cp. Jos. 9:23; 18:1; 22:19); del arca (Jos. 3:17; 6:11, etc., 7:6); del altar (Jos. 9:27; cp. Jos. 22:19, 28, 29); allí­ estaba Eleazar, el sumo sacerdote (Jos. 14:1, cp. Jos. 6); además, la presencia de otros sacerdotes (Jos. 6:6, 12, etc., Jos. 8:33); las 12 piedras colocadas sobre el lecho del Jordán, puestas allí­ para conmemorar el paso del rí­o (Jos. 4:20). El plan ulterior de Josué incluí­a una expedición preliminar contra los enemigos que amenazaban el campamento. Jericó dominaba la entrada de Canaán y el valle, y fue en seguida tomada. A continuación avanzó hacia el interior del paí­s montañoso, y tomó Hai. Esta ciudad se hallaba a la entrada del valle situado frente a Gilgal. Las tropas de Hai hubieran podido lanzarse contra el campamento. Después de estas operaciones preliminares, Josué, siguiendo las órdenes de Moisés, erigió un altar sobre el monte Ebal (Jos. 8:30-35; Dt. 27). Durante estas solemnidades se presentaron unos embajadores de Gabaón, pretendiendo venir de un lejano paí­s; Josué hizo alianza con ellos, sin consultar al Señor. Los sucesos posteriores muestran que esta fue una grave imprudencia (Jos. 9). Habiendo ya puesto un pie en el paí­s, Josué efectuó dos campañas para conseguir su conquista. La alianza de los 5 reyes provocó la expedición contra el sur (Jos. 10). El rey de Jerusalén reunió consigo a los reyes de Hebrón, de Laquis, de Eglón y de Jarmut para atacar Gabaón; Josué se vio obligado a socorrer a los gabaonitas, con los que acababa de celebrar un tratado de alianza. Los 5 reyes fueron derrotados, y se lanzaron en retirada por la bajada de Bet-horón. En su victoriosa persecución, Josué se apoderó de Maceda, ciudad que debí­a hallarse en la llanura marí­tima, o cerca de ella. Allí­ plantó un campamento provisional, tomó Libna, que se hallaba también en la llanura, y después Laquis, donde venció al rey de Gezer. Dirigidos por Josué, los israelitas tomaron también Eglón, donde levantaron otro campamento provisional; después tomaron Hebrón, desde donde se lanzaron hacia la región montañosa, y se apoderaron de Debir. Así­, Josué asumió el control de todo el paí­s comprendido entre Gabaón, Gaza y Cades-barnea, y después se dirigió de vuelta a Gilgal. Fue en el transcurso de esta campaña que Josué hizo detener el sol (Jos. 10:12-15). Este suceso tuvo lugar durante un perí­odo de milagros. (Véase MILAGRO). Este es mencionado en el libro de Jaser, una recopilación de poemas con notas en prosa (véase SOL). Ya bien debido a la presión de la coalición del norte, o debido a que él lo juzgara oportuno, Josué decidió dejar a un lado las ciudades poco importantes de la costa marí­tima al norte de Filistea, para dar un golpe decisivo contra el populoso y poderoso Norte (Jos. 11). El rey de Hazor, jefe de una confederación de reyezuelos, oyó de las victorias israelitas en el sur, y ordenó a todo el resto de reyes que se unieran a él para aplastar a Josué. Los ejércitos aliados se reunieron en las aguas de Merom. Josué se dirigió hacia allí­, y atacó a los reyes, derrotándolos y persiguiéndolos hasta Sidón al noroeste, y hasta Mizpa al este; después se dirigió a Hazor, tomándola e incendiándola, y se apoderó de las otras capitales de los pequeños reinos aliados. En Jos. 11:16-12:24 se resume esta fase de la conquista. Estas campañas quebrantaron el poder de los cananeos, pero no fueron totalmente destruidos. Quedaron muchos habitantes del paí­s y les quedaron ciudades importantes (Jos. 11:13; 15:53; 16:10, etc.). Incluso allí­ donde la destrucción habí­a sido total, una buena cantidad de gentes habí­a conseguido huir o esconderse; al retirarse los ejércitos (Jos. 10:43) retornaban, reconstruí­an sus ciudades destruidas, y volví­an a cultivar sus devastados campos. Años después, cuando las tribus de Israel se dispersaron por el paí­s para instalarse, encontraron resistencias por uno y otro lado (Jue. 1). (Véase HEBRí“N, JOSUE). (D) DURACIí“N DE LA CONQUISTA. Fue larga, ya que ninguna ciudad hizo paz con Israel, a excepción de las ciudades de los gabaonitas (Jos. 11:18, 19; cp. Jos. 9:17). Se puede calcular con precisión la duración de este perí­odo: desde el enví­o de los espí­as, el segundo año después de la salida de Egipto (cp. Nm. 10:11; 13:20; Dt. 1:3) hasta el momento de la entrega de Hebrón a Caleb, durante la partición del paí­s, transcurrieron 45 años; por otra parte, desde el enví­o de los espí­as hasta el tiempo en que se atravesó el torrente Zared (Dt. 2:14), hay 38 años; quedan, para la conquista del paí­s, al este y al oeste del Jordán, alrededor de 6 u 8 años. Falta deducir el tiempo que se precisó para la conquista de la parte oriental del paí­s, y los sucesos de Sitim. La muerte de Aarón (Nm. 33:38) sobrevino el dí­a 1º del 5º mes del año 40, y el paso del Jordán (Jos. 4:19) tuvo lugar el dí­a 10º del mes 1º. La conquista del paí­s de Sehón y de Og, y los acontecimientos de Sitim ocuparon algo más de 8 meses, 9 dí­as, porque se precisa de alrededor de 2 meses para los acontecimientos de Sitim (cp. Dt. 1, 3, 4 y Jos. 4:19; Dt. 34:8; Jos. 2:22, etc.; cp. Josefo, Ant. 5:1, 1-18), lo que deja entre 5 y 6 años para la conquista de la Palestina occidental. Dice Josefo que esta conquista tomó 5 años (Ant. 5:1, 9). (E) ERRORES TíCTICOS. Hay tres hechos que pueden ser considerados como errores tácticos que tuvieron graves consecuencias posteriores: la alianza con Gabaón, la dejación de Jerusalén en manos de los jebuseos (Jos. 15:63) y de la llanura costera en manos de los filisteos. Un vistazo al mapa muestra que estos tres errores dejaron a Judá y Simeón aislados del resto de la nación. La principal ruta de Judá hacia el norte estaba dominada por los jebuseos de Jerusalén, y las colonias gabaonitas la flanqueaban al oeste a lo largo de 16 kilómetros entre Jerusalén y Jericó; al este habí­a una región montañosa, agreste, desierta, cortada por gargantas infranqueables. De Jerusalén al Mediterráneo se extendí­a toda una serie de islotes cananeos: los gabaonitas, los cananeos de Dan, y los filisteos. Este aislamiento de Judá y de Simeón tendrí­a graví­simas repercusiones que pueden dar explicación a la historia de los años posteriores. (F) EXTERMINACIí“N DE LOS CANANEOS. ¿Es posible justificar la exterminación de los cananeos por parte de los israelitas? La expropiación de las tierras de los cananeos estaba conforme con el espí­ritu de aquella época. Los cananeos habí­an hecho a otros lo mismo que les hací­an ahora los israelitas. En tiempos de guerra, los hebreos se condujeron mucho mejor que lo autorizado por las costumbres de la antigüedad. Desde el punto de vista de la época, no eran ni sanguinarios ni crueles. Los asirios nos han dejado relatos de sus propias guerras. Frecuentemente decapitaban a los habitantes de las ciudades conquistadas, y hací­an montones con sus cráneos; crucificaban o empalaban a sus prisioneros, les sacaban los ojos con la punta de la lanza, o los despellejaban vivos. Los relatos de las batallas de Israel contra los cananeos hablan de muerte, pero no de tortura. La dificultad moral proviene del hecho de que la exterminación de los cananeos hubiera sido ordenada por Dios, con lo que para algunos Su carácter queda así­ en entredicho. Sin embargo, esta postura rechaza la soberaní­a de Dios, gobernada por Su conocimiento absoluto y designio justo (cp. Gn. 18:25 b). Recordemos aquí­ que Dios tení­a un doble propósito en la orden dada de destruir totalmente y expulsar a los cananeos. Dios querí­a arrojar sobre ellos un juicio (Gn. 15:16; Lv. 18:25; Dt. 9:3, 4; 18:12) y evitar el contagio del mal (Ex. 23:31-33; 34:12-16; Dt. 7:2-4). Se trataba de lanzar un castigo sobre la inicua perversidad de los cananeos y de evitar que contaminaran moralmente al pueblo de Dios. La Biblia no dice en absoluto que los cananeos fueran los más culpables de todos los hombres. Sus costumbres no eran peores que las descritas de los paganos en Ro. 1. Pero los cananeos idólatras se habí­an entregado a vicios infames, a cultos abominables, y sobrepasaban a otras naciones en la práctica de los sacrificios humanos. Todos los hombres deben morir. Dios tiene en cuenta la responsabilidad de los individuos, así­ como la de las naciones, y trata a todos en consecuencia. Así­, condenó a las naciones cananeas al exterminio, como castigo a su perversidad y para impedir que sedujeran a Su pueblo. En la época de Noé, Dios aniquiló, mediante el Diluvio, a una raza humana totalmente corrompida. Un cataclismo destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra, las inicuas ciudades de la llanura. Faraón y su ejército fueron arrojados al mar Rojo. Una convulsión de la tierra y un fuego hicieron desaparecer a Coré y a su grupo de rebeldes. En el caso de Canaán, Dios, en lugar de emplear las fuerzas de la naturaleza, se sirvió de los israelitas como ejecutores. Es de esta forma que Dios hací­a comprender de una manera solemne a los israelitas que ellos, como ejecutores de la justicia de Dios por los hechos abominables de los cananeos, no debí­an ser sus imitadores; en tal caso, la tierra los vomitarí­a a ellos, como vomitaba a los cananeos, bajo los juicios de Dios (cp. Lv. 18:24-30). Es así­ como se justifica la destrucción de los cananeos por parte de los israelitas bajo las órdenes de Dios. Según los designios de Dios, este juicio justo tuvo que ejecutarse en interés de Su justicia, del pueblo, y de la humanidad. Al no llevar a cabo las instrucciones de Dios de una manera puntual para eliminar esta infección que la amenazaba, Israel se dejó finalmente contaminar, atrayendo sobre sí­ los juicios de Dios. (G) DIVISIí“N DEL TERRITORIO. La división del territorio conquistado al oeste del Jordán se hizo en parte en Gilgal y en parte en Silo, adonde habí­a sido llevado el tabernáculo (Jos. 14-21). El sacerdote Eleazar, Josué y los diez jefes de las casas patriarcales (Jos. 17:4; cp. Nm. 34:17, 18) dirigieron las operaciones: se procedió a echar suertes (Jos. 18:6). Ya se habí­a precisado la ley de partición; las tribus más numerosas recibirí­an el mayor territorio, y cada uno deberí­a dirigirse a donde le hubiera tocado en suerte (Nm. 26:52-56; 33:54). Los rabinos afirman que se emplearon dos urnas, conteniendo una de ellas los nombres de las tribus, y la otra los nombres de los distritos. Se extraí­a el nombre de la tribu y el del territorio que iba a ser su posesión. El número de miembros de la tribu decidí­a a continuación la extensión real del distrito que habí­a caí­do en suerte. Es posible que la comisión de partición eligiera un distrito sin delimitarlo estrictamente, determinando solamente a qué tribu iba a corresponder. También, en el reparto, se tuvo que proceder a resolver problemas particulares; Caleb, p. ej., tení­a que poseer Hebrón, y ello independientemente de la heredad dada a Judá; también se debí­an respetar las palabras postreras de Jacob (Gn. 49). Así­, Zabulón recibió una parte del territorio que no incluí­a la costa marí­tima; indudablemente, se le dio también una franja costera para ajustarse a lo que habí­a indicado el patriarca. La zona asignada a Judá era considerable (Jos. 15:1-63); después que tuvo lugar el reparto efectivo, el territorio dado a Simeón se incluyó dentro del de Judá (Jos. 19:9). Efraí­n y Manasés tení­an que morar como vecinos, según el deseo de Jacob; por ello no se echaron sus suertes por separado, sino conjuntamente como hijos de José. (Véase PALESTINA).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[012]

Se denominó así­ a toda la tierra interior de Palestina, en donde la tradición situaba a los hijos de Canaán.

La maldición de Cam, que Noé fulminó por su falta de respeto y piedad filial (Gn. 9. 26-27), se dirigió a la persona de su primogénito. Afectó a sus descendientes, los cananeos habitantes del territorio del entorno del Jordán. Ellos fueron destrozados por los israelitas, justificando el expolio y la ocupación de la “tierra prometida, atada a aquella profecí­a de Noé y a las maldades de la población y de sus numerosos reyes y señores de las ciudadesestado en que se estructuraban.

En catequesis conviene resaltar el sentido mí­tico y simbólico de esa profecí­a y de esa situación de conquista y de guerra santa destructora (anatema), pues nada de aquellas leyendas pueden justificar hechos sociales, polí­ticos y económicos que se han dado en fechas posteriores y en otros lugares.

Por ejemplo, nada más alejado de la exégesis bí­blica correcta que basar en estos hechos mí­ticos y arcaicos los exterminios de los indios norteamericanos a manos de los colonizadores protestantes de ascendencia europea, que justificaban bí­blicamente en ocasiones las matanzas. Y mucho menos puede tener referencia religiosa lo que puede acontecer en tiempos recientes con el Estado de Israel y las pretensiones de los integrismos sionistas, en sus luchas con los habitantes de las tierras palestinas, de donde fueron expulsados sus habitantes en 1948.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(Tierra de Comercio; Tierra del Mercader), CANANEO.

1. El cuarto en la lista de los hijos de Cam y nieto de Noé. (Gé 9:18; 10:6; 1Cr 1:8.) Fue el progenitor de once tribus que con el tiempo poblaron la región del Mediterráneo oriental, entre Egipto y Siria, por lo que a esta se la llegó a llamar †œla tierra de Canaán†. (Gé 10:15-19; 1Cr 16:18; véase núm. 2.)
Después del incidente relacionado con la embriaguez de Noé, Canaán llegó a estar bajo la maldición profética de este, según la cual con el tiempo serí­a esclavo tanto de Sem como de Jafet. (Gé 9:20-27.) Ya que el registro solo menciona que †œCam el padre de Canaán vio la desnudez de su padre y se puso a informarlo a sus dos hermanos afuera†, surge la pregunta de por qué fue Canaán y no Cam el objeto de la maldición. Una nota al pie de la página de la traducción Nácar Colunga, edición de 1947, hace el siguiente comentario sobre el versí­culo 24: †œLa bendición de Sem es indudable y directamente mesiánica; la de Jafet lo es indirectamente. La maldición recae no sobre Cam, sino sobre Canán, su hijo. La razón de esto podrí­a ser que fuera Canán el autor del desacato a que parece referirse el hagiógrafo al decir: †˜Despierto Noé, supo lo que con él habí­a hecho el más pequeño de sus hijos†™, que ciertamente no era Cam, el segundo de los tres†. De manera similar, una publicación judí­a, The Pentateuch and Haftorahs, dice que la breve narración †œse refiere a algún acto abominable en el que Canaán parece haber estado implicado† (edición de J. H. Hertz, Londres, 1972, pág. 34), y después de indicar que la palabra hebrea que se traduce †œhijo† en el versí­culo 24 puede significar †œnieto†, esta obra expone: †œLa referencia probablemente sea a Canaán†. The Soncino Chumash también señala que hay quien cree que Canaán †œgratificó un deseo perverso en [Noé]†, y que la expresión †œhijo menor† se refiere a Canaán, que era el hijo menor de Cam (edición de A. Cohen, Londres, 1956, pág. 47).
Debe entenderse que estos puntos de vista son conjeturales, pues el registro bí­blico no da los detalles del incidente. Sin embargo, el que de repente se introduzca a Canaán en la narración antes de relatar la embriaguez de Noé (Gé 9:18), y el que el registro se refiera a Cam como †œel padre de Canaán† (Gé 9:22), parecen pruebas claras de que Canaán estuvo implicado de algún modo. Es razonable concluir que la expresión †œvio la desnudez de su padre† indique algún abuso o perversión por parte de Canaán, pues la mayorí­a de las veces que la Biblia habla de †˜poner al descubierto†™ o †˜ver la desnudez†™ de otra persona se refiere al incesto u otros pecados sexuales. (Le 18:6-19; 20:17.) Así­, es posible que Canaán cometiera, o intentara cometer, algún acto deshonesto con Noé mientras este estaba inconsciente, y que Cam, teniendo conocimiento de ello, no lo impidiera o no disciplinara a su hijo. Tampoco hizo nada para cubrir la desnudez de su padre, limitándose tan solo a darlo a conocer a sus hermanos.
También debe tenerse en cuenta el elemento profético de la maldición. No hay prueba que indique que Canaán mismo llegara a ser esclavo de Sem o Jafet en el transcurso de su vida. Pero como fue Dios quien inspiró la maldición que Noé pronunció, y El nunca expresa desaprobación sin causa justificada, es probable que ya se hubiera visto en Canaán algún rasgo claramente corrupto, quizás de naturaleza lasciva, y que Jehová hubiera previsto con su presciencia el mal efecto que esta caracterí­stica tendrí­a con el tiempo en sus descendientes. En el caso de Caí­n, un caso anterior, Jehová habí­a notado una mala actitud de corazón y le habí­a advertido del peligro de que lo venciera el pecado (Gé 4:3-7); Dios también habí­a discernido la irreformable inclinación hacia la iniquidad de la mayor parte de la población antediluviana, lo que justificaba su destrucción. (Gé 6:5.) La prueba más obvia de la justicia de la maldición pronunciada sobre Canaán se ve más tarde en la historia de sus descendientes, una historia sórdida de inmoralidad y depravación, como lo testifica tanto la historia bí­blica como la extrabí­blica. La maldición de Canaán vio su cumplimiento unos ocho siglos después que se pronunció, cuando los israelitas de origen semí­tico subyugaron a los descendientes de Canaán y, más tarde, cuando estos llegaron a estar bajo la dominación de las potencias jaféticas de Medo-Persia, Grecia y Roma.

2. El nombre Canaán también aplica a la raza que descendió del hijo de Cam y a la tierra donde residí­a. Canaán es el nombre antiguo de la parte de Palestina situada al O. del rí­o Jordán (Nú 33:51; 35:10, 14), aunque algún tiempo antes de la conquista israelita, los amorreos de Canaán invadieron la tierra que está al E. del Jordán. (Nú 21:13, 26.)

Lí­mites e historia primitiva. La descripción más antigua de los lí­mites de Canaán indica que esta tierra se extendí­a desde Sidón, al N., hasta Guerar, cerca de Gaza, al SO., y hasta Sodoma y las ciudades vecinas, al SE. (Gé 10:19.) Sin embargo, parece ser que en el tiempo de Abrahán, a Sodoma y a las otras †œciudades del Distrito† no se las consideraba parte de la tierra de Canaán propiamente dicha (Gé 13:12), como tampoco a los territorios posteriores de Edom y Moab, que habitaban descendientes de Abrahán y Lot. (Gé 36:6-8; Ex 15:15.) El territorio de Canaán tal y como se prometió a la nación de Israel se delimita con mayor detalle en Números 34:2-12. Empezaba al N. de Sidón y se extendí­a hacia el S. hasta †œel valle torrencial de Egipto† y Qadés-barnea. Los filisteos, que no eran cananeos (Gé 10:13, 14), habí­an ocupado la región costera que estaba al S. de la llanura de Sarón, pero antes a esta también se la habí­a †˜considerado†™ tierra cananea. (Jos 13:3.) Otras tribus, como los quenitas (una de cuyas familias se relaciona más tarde con Madián; Nú 10:29; Jue 1:16) y los amalequitas (descendientes de Esaú; Gé 36:12), también se habí­an asentado en este territorio. (Gé 15:18-21; Nú 14:45.)
La Biblia no especifica si los descendientes de Canaán emigraron a esta tierra y se afincaron en ella después de la división de Babel (Gé 11:9), o si primero acompañaron al grupo principal de camitas a ífrica y desde allí­ pasaron a la región de Palestina. De cualquier modo, para 1943 a. E.C., cuando Abrahán dejó Harán, en Padán-aram, y se dirigió a esta tierra, los cananeos ya se habí­an establecido en ella, y Abrahán tuvo ciertos tratos con amorreos e hititas. (Gé 11:31; 12:5, 6; 13:7; 14:13; 23:2-20.) Jehová repitió a Abrahán la promesa de que su descendencia heredarí­a esa tierra y le dijo que fuera †œde un sitio a otro en la tierra por su largo y por su ancho†. (Gé 12:7; 13:14-17; 15:7, 13-21; 17:8.) Sobre la base de esta promesa y por respeto a la maldición que Dios habí­a pronunciado, Abrahán se preocupó de que su hijo no se casara con una cananea. (Gé 24:1-4.)
La relativa facilidad con la que Abrahán y, más tarde, Isaac y Jacob viajaron por esta región con sus grandes manadas y rebaños muestra que aún no estaba densamente poblada. (Compárese con Gé 34:21.) Las investigaciones arqueológicas también dan prueba de que en aquel tiempo la población era bastante escasa y de que la mayorí­a de las ciudades se asentaban a lo largo de la costa mediterránea, en la región del mar Muerto, el valle del Jordán y la llanura de Jezreel. W. F. Albright dice que en la primera parte del II milenio a. E.C. prácticamente no habí­a ninguna población sedentaria en la región montañosa de Palestina, lo que corrobora la tradición bí­blica, según la cual los patriarcas vagaron por los amplios espacios de las colinas de la Palestina central y las tierras secas del S. (Archaeology of Palestine and the Bible, 1933, págs. 131-133.) Para ese tiempo, Canaán aún debí­a estar bajo la influencia y dominio elamita (y, por lo tanto, semita), como lo indica el registro de Génesis 14:1-7.
Algunas de las ciudades en cuyos aledaños acamparon Abrahán, Isaac y Jacob fueron Siquem (Gé 12:6), Betel y Hai (Gé 12:8), Hebrón (Gé 13:18), Guerar (Gé 20:1) y Beer-seba (Gé 22:19). Aunque no parece que los cananeos mostraron gran animosidad a los patriarcas hebreos, el factor principal por el que se vieron libres de ataques fue la protección divina. (Sl 105:12-15.) Así­, después que los hijos de Jacob asaltaron la ciudad hevea de Siquem, †œel terror de Dios† llegó a estar sobre las ciudades vecinas, †œde modo que no corrieron tras los hijos de Jacob†. (Gé 33:18; 34:2; 35:5.)
La historia muestra que Canaán estuvo sometida a Egipto por unos dos siglos antes de la conquista israelita. Unos mensajes, conocidos como las Cartas de el-Amarna, enviados por ciertos gobernantes vasallos de Siria y Palestina a los faraones Amenhotep III y Akhenatón, presentan un cuadro de considerable disensión e intriga polí­tica en la región durante ese perí­odo. Para cuando Israel llegó a su frontera (1473 a. E.C.), Canaán era una tierra de numerosas ciudades-estados o pequeños reinos que de algún modo estaban relacionados por lazos tribales. Los espí­as que habí­an explorado la tierra casi cuarenta años antes habí­an hallado que era muy productiva y que sus ciudades estaban bien fortificadas. (Nú 13:21-29; compárese con Dt 9:1; Ne 9:25.)

Distribución de las tribus de Canaán. Parece ser que la principal de las once tribus cananeas (Gé 10:15-19) era la de los amorreos. (Véase AMORREO.) Además de haber conquistado Basán y Galaad, al E. del Jordán, las referencias a los amorreos muestran que eran poderosos tanto en el N. como en el S. de la región montañosa de Canaán. (Jos 10:5; 11:3; 13:4.) A los amorreos quizás los seguí­an en poder los hititas. Esta tribu se hallaba en tiempos de Abrahán en la zona S., Hebrón y sus alrededores (Gé 23:19, 20), pero parece que más tarde se ubicaron sobre todo en las regiones del N., en dirección a Siria. (Jos 1:4; Jue 1:23-26; 1Re 10:29.)
De las otras tribus, las que se mencionan con mayor frecuencia durante la conquista son las de los jebuseos, los heveos y los guirgaseos. Los jebuseos habitaban la región montañosa de los alrededores de Jerusalén. (Nú 13:29; Jos 18:16, 28.) Los heveos estaban diseminados desde Gabaón, al S. (Jos 9:3, 7), hasta la base del monte Hermón, al N. (Jos 11:3.) No se especifica qué territorio ocupaban los guirgaseos.
Las seis tribus restantes —los sidonios, los arvadeos, los hamateos, los arqueos, los sineos y los zemareos— bien pueden incluirse en el término global †œcananeos†, usado con frecuencia con los nombres especí­ficos de otras tribus; también es posible que la expresión †œcananeos† se use sencillamente para referirse a ciudades o grupos de población cananea mixta. (Ex 23:23; 34:11; Dt 7:1; Nú 13:29.) Parece ser que esas seis tribus estaban asentadas al N. de la región que los israelitas conquistaron al principio y no se las menciona especí­ficamente en el relato de la conquista.

Israel conquista Canaán. (MAPAS, vol. 1, págs. 737, 738.) En el segundo año después del éxodo, los israelitas intentaron entrar en Canaán por el S., pero como carecí­an del apoyo divino, los cananeos y sus aliados amalequitas los derrotaron. (Nú 14:42-45.) Hacia el fin de los cuarenta años de vagar por el desierto, Israel de nuevo avanzó hacia la tierra de Canaán. El rey de Arad atacó a los israelitas en el Négueb, pero esta vez las fuerzas cananeas fueron derrotadas y destruidas sus ciudades. (Nú 21:1-3.) Después de esta victoria, los israelitas no iniciaron la invasión por el S., sino que dieron un rodeo para penetrar por el E. Esto los enfrentó a los reinos amorreos de Sehón y Og, pero la derrota de estos reyes dejó todo Basán y Galaad bajo control israelita. Tan solo en Basán habí­a sesenta ciudades †œcon muro alto, puertas y barras†. (Nú 21:21-35; Dt 2:26–3:10.) La derrota de estos reyes poderosos debilitó a los reinos cananeos del O. del Jordán, y el que después la nación israelita cruzara milagrosamente a pie enjuto el Jordán hizo que los corazones de los cananeos †˜empezaran a derretirse†™. De manera que los cananeos no atacaron el campamento israelita de Guilgal durante el perí­odo en que muchos de los varones israelitas se recuperaban de la circuncisión ni tampoco durante la posterior celebración de la Pascua. (Jos 2:9-11; 5:1-11.)
Los israelitas tení­an en Guilgal una buena base desde la que continuar la conquista de la tierra, pues entonces disponí­an de suficiente agua en el Jordán y podí­an conseguir suministros de alimento de la región conquistada al E. del rí­o. Su primer objetivo fue la cercana ciudad fronteriza de Jericó, bien cerrada a causa de los israelitas, pero cuyos poderosos muros cayeron por el poder de Jehová. (Jos 6:1-21.) Más tarde, las fuerzas invasoras subieron unos mil metros, hasta la región montañosa del N. de Jerusalén, y, después de sufrir una derrota, capturaron Hai y la quemaron. (Jos 7:1-5; 8:18-28.) Ante la amenaza israelita, los reinos cananeos de todo el paí­s formaron una importante coalición para repeler el ataque, aunque ciertas ciudades heveas buscaron la paz con Israel valiéndose de un subterfugio. Para los demás reinos cananeos, esta secesión de Gabaón y otras tres ciudades vecinas fue un acto de traición que poní­a en peligro la unidad de toda la †˜liga cananea†™, por lo que cinco reyes cananeos se aliaron para luchar contra Gabaón; no obstante, las tropas israelitas bajo el mando de Josué marcharon toda la noche para salvar la ciudad asediada. La derrota de los cinco reyes agresores estuvo acompañada de una precipitación milagrosa de enormes piedras de granizo, y fue en esa ocasión cuando Dios hizo que se retrasara la puesta del Sol. (Jos 9:17, 24, 25; 10:1-27.)
Las fuerzas victoriosas israelitas invadieron luego toda la mitad meridional de Canaán (con excepción de las llanuras de Filistea), conquistando ciudades de la Sefelá, la región montañosa y el Négueb, y más tarde volvieron a su campamento base de Guilgal, junto al Jordán. (Jos 10:28-43.) A continuación, los cananeos de la mitad septentrional, bajo el mando del rey de Hazor, concentraron sus tropas y carros de guerra, y reunieron sus fuerzas en las aguas de Merom, al N. del mar de Galilea. Sin embargo, el ejército de Josué atacó por sorpresa a la confederación cananea y la puso en fuga, tras lo cual pasó a capturar sus ciudades hasta Baal-gad, al N., al pie del monte Hermón. (Jos 11:1-20.) Parece ser que la campaña duró bastante tiempo y fue seguida por otra acción ofensiva en la región montañosa del S., esta vez contra los gigantescos anaquim y sus ciudades. (Jos 11:21, 22; véase ANAQUIM.)
Para entonces habí­an pasado unos seis años desde el comienzo de los enfrentamientos. Se habí­a realizado la mayor parte de la conquista de Canaán y se habí­a doblegado la fuerza de las tribus cananeas, lo que hací­a posible que se empezara a distribuir la tierra entre las tribus israelitas. (Véase LíMITE.) Sin embargo, todaví­a quedaban por subyugar varias regiones, algunas importantes, como el territorio de los filisteos, quienes, aunque no eran cananeos, habí­an usurpado parte de la Tierra Prometida a los israelitas: el territorio de los guesuritas (compárese con 1Sa 27:8), el territorio que iba desde los alrededores de Sidón hasta Guebal (Biblos) y toda la región del Lí­bano. (Jos 13:2-6.) Por otra parte, habí­a focos de resistencia diseminados por todo el paí­s, algunos de los cuales más tarde sofocaron las tribus de Israel que heredaron aquella tierra. A otros no se les conquistó y a algunos se les obligó a realizar trabajos forzados para los israelitas. (Jos 15:13-17; 16:10; 17:11-13, 16-18; Jue 1:17-21, 27-36.)
Aunque muchos cananeos sobrevivieron a la conquista y no fueron subyugados, aún podí­a decirse que †˜Jehová habí­a dado a Israel toda la tierra que habí­a jurado dar a sus antepasados†™, que les habí­a dado †œdescanso todo en derredor† y que no habí­a fallado †œni una promesa de toda la buena promesa que Jehová habí­a hecho a la casa de Israel; todo se [habí­a realizado]†. (Jos 21:43-45.) El temor habí­a hecho presa de todos los pueblos vecinos y enemigos de los israelitas, por lo que no supusieron una amenaza verdadera a su seguridad. Dios habí­a dicho con anterioridad que expulsarí­a a los cananeos †œpoco a poco† para que no se multiplicaran las bestias salvajes en una tierra desolada súbitamente. (Ex 23:29, 30; Dt 7:22.) A pesar de que los cananeos disponí­an de un armamento superior, como carros de guerra con hoces de hierro, no se puede decir que Jehová falló con respecto a su promesa porque en algunas ocasiones los israelitas fueron derrotados. (Jos 17:16-18; Jue 4:13.) Más bien, el registro bí­blico muestra que las pocas derrotas que sufrieron los israelitas se debieron a su infidelidad. (Nú 14:44, 45; Jos 7:1-12.)

¿Por qué decretó Jehová el exterminio de los cananeos?
El registro histórico muestra que las poblaciones de las ciudades cananeas que conquistaron los israelitas fueron destruidas por completo. (Nú 21:1-3, 34, 35; Jos 6:20, 21; 8:21-27; 10:26-40; 11:10-14.) Por este motivo algunos crí­ticos han acusado a las Escrituras Hebreas o †œAntiguo Testamento† de estar imbuidas de un espí­ritu de crueldad y matanza desenfrenada. No obstante, la cuestión es si se reconoce o no la soberaní­a de Dios sobre toda la Tierra y sus habitantes. Mediante un pacto juramentado, habí­a entregado el derecho de tenencia de la tierra de Canaán a la †˜descendencia de Abrahán†™. (Gé 12:5-7; 15:17-21; compárese con Dt 32:8; Hch 17:26.) No obstante, Dios se proponí­a más que solo desahuciar o desposeer a los habitantes de aquella tierra. El tiene el derecho de actuar como †œJuez de toda la tierra† (Gé 18:25) y decretar la sentencia de pena capital sobre los que, según El, lo merezcan, como también de hacer cumplir la ejecución de tal sentencia por los medios que desee emplear.
Las condiciones que habí­an llegado a existir entre los cananeos para el tiempo de la conquista israelita prueban fuera de toda duda la justicia de la maldición profética de Dios sobre Canaán. Jehová habí­a permitido que pasaran cuatrocientos años desde el tiempo de Abrahán para que †˜quedase completo el error de los amorreos†™. (Gé 15:16.) El hecho de que las esposas hititas de Esaú fuesen una †œfuente de amargura de espí­ritu para Isaac y Rebeca† hasta el punto de que esta habí­a †˜llegado a aborrecer su vida a causa de ellas†™, ciertamente es una prueba de la maldad que ya manifestaban los cananeos. (Gé 26:34, 35; 27:46.) En los siglos siguientes, la tierra de Canaán llegó a estar saturada de prácticas detestables de idolatrí­a, inmoralidad y derramamiento de sangre. La religión cananea era degradada en extremo, sus †œcolumnas sagradas† posiblemente eran emblemas fálicos y en muchos de los ritos que practicaban en los †œlugares altos† se entregaban a la lujuria y a otras formas de depravación. (Ex 23:24; 34:12, 13; Nú 33:52; Dt 7:5.) El incesto, la sodomí­a y la bestialidad formaban parte de †˜la manera de obrar de la tierra de Canaán†™; estas prácticas hicieron inmunda la tierra, por cuyo error era inevitable que se †˜vomitara a sus habitantes†™. (Le 18:2-25.) La magia, la hechicerí­a, el espiritismo y el sacrificio de los hijos en el fuego eran algunas de las prácticas detestables cananeas. (Dt 18:9-12.)
Baal era la deidad más importante que adoraban los cananeos. (Jue 2:12, 13; compárese con Jue 6:25-32; 1Re 16:30-32.) Un texto egipcio representa a las diosas cananeas Astoret (Jue 2:13; 10:6; 1Sa 7:3, 4), Aserá y Anat como diosas madre y, a la vez, prostitutas sagradas, que, paradójicamente, no perdí­an su virginidad (literalmente, †œlas grandes diosas que conciben, pero no dan a luz†). Su adoración al parecer siempre incluí­a la prostitución en los templos. Las diosas no solo simbolizaban la lujuria, sino también la guerra y la violencia sádica. Por ello, en el Poema de Baal hallado en Ugarit se dice que la diosa Anat realizó una gran matanza y luego se adornó con las cabezas de los muertos y colgó de su cinto las manos de estos, mientras se bañaba gozosamente en su sangre. Las figurillas de la diosa Astoret descubiertas en Palestina la representan desnuda y con los órganos sexuales groseramente exagerados. El arqueólogo W. F. Albright hace la siguiente observación sobre su adoración fálica: †œEn su peor momento, […] el aspecto erótico de su culto debe haberse sumido en profundidades extremadamente sórdidas de degradación social†. (Archaeology and the Religion of Israel, 1968, págs. 76, 77; véanse ASTORET; BAAL núm. 4.)
Además de otras prácticas degradantes, también se hací­an sacrificios de niños. Según Merrill F. Unger, †œlas excavaciones realizadas en Palestina han puesto al descubierto montones de cenizas y restos de esqueletos infantiles en cementerios situados cerca de altares paganos, lo que indica lo extendida que estaba esta práctica cruel y abominable†. (Archaeology and the Old Testament, 1964, pág. 279.) La obra Compendio Manual de la Biblia (de Henry H. Halley, 1985, pág. 157) dice: †œLos cananeos, pues, adoraban cometiendo excesos inmorales en presencia de sus dioses, y luego asesinando a sus hijos primogénitos como sacrificio a estos mismos dioses. Parece que en gran parte, la tierra de Canaán habí­a llegado a ser una especie de Sodoma y Gomorra en escala nacional. […] ¿Tení­a derecho a seguir viviendo una civilización de semejante inmundicia y brutalidad? […] Los arqueólogos que cavan en las ruinas de las ciudades cananeas se preguntan por qué Dios no las destruyó mucho antes†. (GRABADO. vol. 1, pág. 739.)
En algunas ocasiones Jehová ha ejercido su derecho soberano de ejecutar la sentencia de muerte sobre gente inicua: en el diluvio global tal sentencia incluyó a casi toda la población humana, aniquiló el entero distrito de las ciudades de Sodoma y Gomorra debido al †˜clamor de queja acerca de ellas y su graví­simo pecado†™ (Gé 18:20; 19:13), destruyó las fuerzas militares de Faraón en el mar Rojo y hasta exterminó las casas de Coré y otros rebeldes israelitas. En estos casos, Dios utilizó fuerzas naturales para llevar a cabo la destrucción; sin embargo, en el caso de Canaán asignó a los israelitas el deber sagrado de ser los ejecutores principales de su decreto divino, guiados por su mensajero angélico y respaldados por su fuerza todopoderosa. (Ex 23:20-23, 27, 28; Dt 9:3, 4; 20:15-18; Jos 10:42.) Por otra parte, para los cananeos los resultados fueron exactamente los mismos que si Dios los hubiera destruido mediante algún fenómeno natural, como un diluvio, un fuego o un terremoto, y el hecho de que fuesen agentes humanos los que dieran muerte a los pueblos condenados, por muy desagradable que pudiera parecer su misión, no altera la justicia de esa acción ordenada por Dios. (Jer 48:10.) Al usar a los israelitas como instrumento humano para luchar contra †œsiete naciones más populosas y más fuertes† que ellos, se enalteció el poder de Jehová y se demostró su divinidad. (Dt 7:1; Le 25:38.)
Los cananeos no ignoraban las muchas pruebas de que Israel era el pueblo de Dios y el instrumento que El habí­a escogido. (Jos 2:9-21, 24; 9:24-27.) Sin embargo, con la excepción de Rahab, su familia y las ciudades de los gabaonitas, no hubo quien buscara misericordia ni se valiera de la oportunidad de huir. Todos los que fueron exterminados habí­an decidido endurecerse rebeldemente contra Jehová. El no los obligó a someterse y rendirse ante su voluntad expresada, sino, más bien, †œ[dejó] que se les pusiera terco el corazón, para que declararan guerra contra Israel, a fin de que él los diera por entero a la destrucción, para que no llegaran a recibir consideración favorable, sino para que los aniquilara† al ejecutar su juicio contra ellos. (Jos 11:19, 20.)
Con sabidurí­a, Josué †œno quitó una palabra de todo lo que Jehová habí­a mandado a Moisés† en cuanto a la destrucción de los cananeos. (Jos 11:15.) Sin embargo, la nación israelita no siguió su buena dirección y no eliminó por completo lo que contaminaba la tierra. Se toleró la presencia de los cananeos, presencia que afectó a Israel y que con el tiempo sin duda provocó más muertes (sin mencionar la violencia, inmoralidad e idolatrí­a) que las que se hubieran producido si el decreto de exterminio de todos los cananeos se hubiera efectuado con fidelidad. (Nú 33:55, 56; Jue 2:1-3, 11-23; Sl 106:34-43.) Jehová habí­a advertido a los israelitas que Su justicia y Sus juicios no serí­an parciales, de modo que si se relacionaban con los cananeos, se casaban con ellos, aceptaban su religión y adoptaban costumbres religiosas y prácticas degeneradas, no podrí­an evitar recibir la misma sentencia de aniquilación y también serí­an †˜vomitados de la tierra†™. (Ex 23:32, 33; 34:12-17; Le 18:26-30; Dt 7:2-5, 25, 26.)
Jueces 3:1, 2 dice que Jehová permitió que algunas de las naciones cananeas permaneciesen †œpara probar a Israel mediante ellas, es decir, a cuantos no habí­an tenido la experiencia de pasar por ninguna de las guerras de Canaán; fue solamente para que las generaciones de los hijos de Israel tuvieran la experiencia, para enseñarles la guerra, es decir, solo a aquellos que antes de eso no habí­an experimentado tales cosas†. Esta declaración no está en contradicción con los versí­culos anteriores (Jue 2:20-22), que dicen que Jehová permitió que estas naciones se quedaran debido a la infidelidad de los israelitas y para †˜probar a Israel mediante ellas, para ver si serí­an personas que guardaran el camino de Jehovᆙ. Por el contrario, muestra que debido a la permanencia de algunas naciones cananeas, las generaciones posteriores de israelitas tendrí­an la oportunidad de demostrar obediencia a los mandamientos de Dios con respecto a los cananeos, poniendo a prueba su fe hasta el punto de arriesgar la vida guerreando contra ellos.
En vista de lo antedicho, se hace patente que el punto de vista de algunos crí­ticos sobre la incompatibilidad de la destrucción de los cananeos con el espí­ritu de las Escrituras Griegas Cristianas no armoniza con los hechos, como también demuestra un examen de los siguientes textos: Mateo 3:7-12; 22:1-7; 23:33; 25:41-46; Marcos 12:1-9; Lucas 19:14, 27; Romanos 1:18-32; 2 Tesalonicenses 1:6-9; 2:3; Revelación 19:11-21.

Historia posterior. Después de la conquista, los cananeos y los israelitas con el tiempo lograron una coexistencia relativamente pací­fica, aunque en detrimento de Israel. (Jue 3:5, 6; compárese con Jue 19:11-14.) Unos tras otros, los gobernantes sirios, moabitas y filisteos consiguieron dominar por un tiempo a los israelitas, pero los cananeos no estuvieron en posición de subyugar a Israel durante veinte años hasta el tiempo de Jabí­n, llamado †œel rey de Canaán†. (Jue 4:2, 3.) Después que Barac infligió una derrota definitiva a Jabí­n, las amenazas a Israel procedieron sobre todo de pueblos no cananeos, como los madianitas, los ammonitas y los filisteos. Del mismo modo, la única tribu cananea que se menciona brevemente durante el tiempo de Samuel son los amorreos. (1Sa 7:14.) El rey David expulsó a los jebuseos de Jerusalén (2Sa 5:6-9), pero sus mayores campañas se dirigieron contra los filisteos, los ammonitas, los moabitas, los edomitas, los amalequitas y los sirios. Así­ se ve que los cananeos, aunque todaví­a poseí­an ciudades y ocupaban tierras en el territorio de Israel (2Sa 24:7, 16-18), habí­an dejado de ser una amenaza militar. David incluso tuvo dos guerreros hititas en sus fuerzas de combate. (1Sa 26:6; 2Sa 23:39.)
Durante su gobernación, Salomón sometió a trabajos forzados a los que quedaban de las tribus cananeas (1Re 9:20, 21), y llegó con sus obras de construcción incluso hasta la ciudad cananea de Hamat, situada muy al N. (2Cr 8:4.) Sin embargo, más tarde las esposas cananeas contribuyeron a la caí­da de Salomón, a que su heredero perdiera gran parte del reino y a la corrupción religiosa de la nación. (1Re 11:1, 13, 31-33.) Desde el reinado de Salomón (1037-998 a. E.C.) hasta el de Jehoram de Israel (c. 917-905 a. E.C.), al parecer solo la tribu de los hititas siguió siendo importante y gozando de poder militar, aunque debió estar situada al N. de Israel, cerca de la frontera siria o ya dentro de territorio sirio. (1Re 10:29; 2Re 7:6.)
Los matrimonios con cananeas siguieron constituyendo un problema para los israelitas después del exilio babilonio (Esd 9:1, 2), pero parece ser que los reinos cananeos, incluso los hititas, se habí­an desintegrado ante las agresiones de Siria, Asiria y Babilonia. El término †œCanaán† llegó a referirse sobre todo a Fenicia, como en la profecí­a de Isaí­as sobre Tiro (Isa 23:1, 11, nota) y en el caso de la mujer †œfenicia† (literalmente, cananea [gr. kja·na·nái·a]) de la región de Tiro y Sidón que se dirigió a Jesús. (Mt 15:22, nota; compárese con Mr 7:26.)

Importancia comercial y geopolí­tica. El territorio de Canaán conectaba Egipto con Asia y, en particular, con Mesopotamia. Aunque básicamente la economí­a del paí­s era agrí­cola, también se practicaba el comercio. Las ciudades portuarias de Tiro y Sidón, por ejemplo, se convirtieron en importantes centros comerciales, con flotas que se hicieron famosas por todo el mundo conocido de aquel entonces. (Compárese con Eze 27.) Por este motivo, ya en tiempo de Job la palabra †œcananeo† llegó a ser sinónima de †˜comerciante†™ o †˜mercader†™, y así­ es como se traduce. (Job 41:6, NM; Sof 1:11, NC; obsérvese también la referencia a Babilonia como †œla tierra de Canaán† en Eze 17:4, 12.) Canaán ocupaba un lugar muy estratégico en la Media Luna Fértil y fue el objetivo de los grandes imperios de Mesopotamia, Asia Menor y ífrica, que intentaban controlar los pasos militares y el tráfico comercial por sus confines. De este modo, el que Dios situara a su pueblo escogido en esta tierra con toda seguridad atraerí­a la atención de las naciones y tendrí­a efectos de largo alcance; en sentido geográfico, y en especial en sentido religioso, se podí­a decir que los israelitas moraban †œen el centro de la tierra†. (Eze 38:12.)

Idioma. Aunque el registro bí­blico muestra con claridad que los cananeos eran de origen camí­tico, la mayorí­a de las obras de referencia les atribuyen un origen semita. Esto se debe a la creencia de que hablaban un idioma semí­tico, creencia basada en la gran cantidad de textos encontrados en Ras Shamra (Ugarit) escritos en un lenguaje o dialecto semita, siendo los más antiguos posiblemente del siglo XIV a. E.C. Sin embargo, parece ser que Ugarit no estaba dentro de los lí­mites bí­blicos de Canaán. Un artí­culo de A. F. Rainey en The Biblical Archaeologist (1965, pág. 105) dice que sobre la base étnica, polí­tica y, probablemente, lingüí­stica, †œahora es una clara equivocación llamar ciudad †˜cananea†™ a Ugarit†. Además, presenta otras pruebas que muestran que †œUgarit y la tierra de Canaán eran entidades polí­ticas separadas y distintas†. De modo que las susodichas tablillas no proveen ninguna pauta clara para determinar qué lenguaje hablaban los cananeos.
Muchas de las tablillas de el-Amarna halladas en Egipto proceden de ciudades de Canaán, y estas tablillas, que son anteriores a la conquista israelita, están escritas sobre todo en babilonio cuneiforme, un lenguaje semí­tico. No obstante, este era el lenguaje diplomático de todo el Oriente Medio en aquel tiempo, usado incluso para escribir a la corte egipcia. Es de particular interés notar que The Interpreter†™s Dictionary of the Bible (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 495) dice que †œlas Cartas de el-Amarna contienen indicios de que en Palestina y Siria se asentaron elementos étnicos no semitas desde fechas bastante tempranas, pues varias de estas cartas muestran una notable influencia de lenguas no semitas† (cursivas nuestras). En definitiva, aún hay incertidumbre en cuanto a cuál era el lenguaje original que hablaban los primeros habitantes de Canaán.
Es cierto, no obstante, que el relato bí­blico mismo parece mostrar que Abrahán y sus descendientes podí­an comunicarse con los habitantes de Canaán sin necesidad de intérpretes, y también puede notarse que, aunque se usan algunos nombres geográficos no semitas, la mayorí­a de las ciudades y los pueblos que conquistaron los israelitas ya tení­an nombres semitas. Por otra parte, a los reyes filisteos del tiempo de Abrahán, y probablemente también a los del tiempo de David, se les llamaba †œAbimélec† (Gé 20:2; 21:32; Sl 34, encab.), un nombre, o tí­tulo, totalmente semita, y nunca se ha alegado que los filisteos fueran una raza semita. Así­ que lo que posiblemente sucedió es que las tribus cananeas cambiaron su lenguaje camí­tico original a una lengua semí­tica en los siglos posteriores a la confusión de las lenguas en Babel. (Gé 11:8, 9.) Esto pudo suceder debido a la relación que tuvieron con los pueblos de habla aramea de Siria durante el perí­odo de dominación mesopotámica o por otras razones desconocidas en la actualidad. Un cambio como este no serí­a mayor que el que sufrieron otros pueblos de la antigüedad, como el persa, que aunque pertenecí­a a la familia indoeuropea (jafética), más tarde adoptó tanto el lenguaje arameo semí­tico como su escritura.
†œEl lenguaje de Canaán† al que se hace referencia en Isaí­as 19:18 serí­a para entonces (siglo VIII a. E.C.) el hebreo, el idioma principal que se hablaba en la zona.

[Fotografí­a en la página 409]
Estelas encontradas en Hazor. La inscripción de la estela central puede que simbolice una petición al dios-luna

Fuente: Diccionario de la Biblia

Hijo de Cam, nieto de Noé, quien lo maldijo (Gn. 9.18, 22–27). En Gn. 10.15–19 están registrados como sus descendientes once grupos que históricamente habitaban la Fenicia en particular y la Siropalestina en general. Véase tamb. el artículo que sigue.

K.A.K.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico