CREATIVIDAD

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Concepto psicológico que alude a la cualidad de la inteligencia humana de ser creadora de situaciones nuevas. Es idea promocionada desde la psicologí­a y sobre todo en base a la pedagogí­a y a la inquietud por hacer al hombre más libre en el pensamiento como lo es en la vida.

Pero en diversos terrenos ya fue estudiada por diversidad de pensadores interesados por la energí­a original de los genios en las artes, las ciencias, la música, la literatura.

La creatividad ha sido relacionada, especialmente desde el Renacimiento, con las bellas artes. El interés por estudiar este rasgo del hombre viene de lejos: Bardieff, Chateaubriand, Freud, Binet, Karl Jung, etc. La idea común se asentaba en la creatividad como don natural al servicio del progreso.

En el aspecto psicopedagógico interesa resaltar su dimensión humana. Ya en 1860 aparecí­a un libro de Galton con el tí­tulo «Hereditary Genius». En 1892 Burnham señaló la necesidad de diferenciar imaginación reproductora e imaginación creadora. Simpson en 1922 construyó un test para medir habilidad creativa y la definió como la capacidad de apartarse de la secuencia común de pensamiento. Spearman, hacia 1930, defendí­a la existencia de una capacidad creativa que podí­a aplicarse a diversos contenidos: sensoriales, ideacionales, etc.

Wertheimer interpretó la creatividad en el contexto de la teorí­a de la Gestalt, y para él, el proceso creador implicaba el pasar de una situación estructuralmente inestable o insatisfactoria y otra constructiva para sí­ y para los demás.

El término se popularizó desde la conferencia del psicólogo de Harvard Joy Paul Guilford en 1950, titulada «Creativity». Con ella originó una explicación del llamado pensamiento divergente, necesario en los tiempos actuales, sobre el pensamiento convergente, propio de las culturas estables.

El pensamiento divergente o creativo se empeña en buscar nuevos planteamientos y nuevas soluciones para los problemas de la vida. Es novedoso, dinámico y original; viene promovido por la imaginación creadora. Es hoy más necesario que el convergente, repetitivo, orgánico y acumulativo, el cual está alentado por la memoria.

Los niveles de creatividad o capacidad de respuesta original, según Guilford, son diversos y van desde la simple originalidad hasta la genialidad, pasando por la inventividad, la investigación o la productividad. Y los campos en los que se manifiesta la fuerza creadora son múltiples y van desde el musical, el plástico o el dinámico hasta el pictórico, escultórico o arquitectónico, pasando por el literario, el filosófico, el social o el cientí­fico.

Los estudios de Guilford y sus libros posteriores, sobre todo «Estructura de la Inteligencia» y su concepto factorial de la mente (con contenidos, productos y operaciones) se divulgaron mucho y formaron la escuela creativista que tuvo su mayor resonancia en los modelos educativos de la segunda parte del silo XX.

Con todo la idea de Guilford no fue más que un eslabón entre los diversos autores creativistas. El movimiento se vio engrosado con interesantes investigadores como Taylor que en 1959 señalaba los cinco niveles diferentes: a) la creatividad expresiva, sin referencia a la calidad del producto; b) la creatividad productiva, que implica la producción de un objeto; c) la creatividad inventiva, que requiere el nuevo uso de viejas partes; d) la creatividad innovadora, cuando se desarrollan nuevas ideas o principios; y e) la creatividad naciente, que requiere la «capacidad de absorber las experiencias que son comúnmente aportadas y, a partir de ello, produce algo que es totalmente distinto».

En catequesis y en educación religiosa la visión del hombre creativo es de suma importancia y preferible a la del hombre receptivo y pasivo. Hay que entender que el catequizando no es un consumidor de doctrinas sino un creador de vida espiritual. Si en el mensaje recibido no se puede inventar nada nuevo en lo esencial, en los caminos didácticos para exponerlo y compartirlo, en los psicológicos para comprenderlo y asimilarlo y en los espirituales para expresarlo, hay que hacer hombres fuertes y creyentes para el mañana y no simples niños, dóciles y crédulos, que se apoyan sobre todo en el ayer.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

SUMARIO: I. Enfoque cultural: 1. Orí­genes, significados, desarrollo: a) En el campo profano, b) En el campo religioso y litúrgico; 2. Valoración global – II. La creatividad en la tradición litúrgica: 1. Era apostólica; 2. Entrada en la cultura greco-latina; 3. Epoca medieval; 4. De la reforma tridentina al Vat. II – III. El tema de la creatividad litúrgica en el Vat. II y en el posconcilio: 1. Fundamentos generales: unidad y pluralismo; 2. Unidad y pluralismo en liturgia: espacio para la adaptación y la creatividad – IV. Perspectivas oficiales de creatividad en la liturgia reformada: 1. En los actuales libros litúrgicos; 2. Otras posibilidades de desarrollo – V. Presupuestos y criterios para una correcta metodologí­a de la creatividad litúrgica: 1. Presupuestos relacionados con la liturgia misma: a) La liturgia es expresión de un dato que ella no crea, sino que acoge, b) La liturgia asume y transforma el dato humano, c) La liturgia es ontológicamente una e históricamente variable en las formas; 2. Indicaciones metodológicas: a) Conocimiento a fondo del contexto histórico-cultural y asunción «critica» del mismo, b) Relectura «soteriológica» de la relación rito-cultura, e) Respeto equilibrado de las exigencias de «universalidad» y «particularidad», d) Implicación de las comunidades locales, e) Recurso a otras disciplinas, f) Experimentación progresiva y gradual – VI. Diversos niveles de competencia: 1. Competencia de autorización; 2. Competencia de ejecución; 3. Legislación y creatividad – VII. Perspectivas pastorales: 1. El uso inteligente de los textos y de los ritos disponibles; 2. Implicación de la comunidad local; 3. Búsqueda de formas de celebración adecuadas a los diversos niveles de fe; 4. Creación de formas nuevas para una liturgia más «popular».

I. Enfoque cultural
El uso del término creatividad en el campo de la liturgia católica es bastante reciente; aparece con motivo del primer encuentro de la -> reforma litúrgica posconciliar con el mundo de la -> cultura actual. Y de esa misma cultura ha sido tomado el término. Por eso es importante, para comprender debidamente la problemática que a la liturgia se le plantea, tener presente lo que culturalmente está implicado en la noción de creatividad.

1. ORíGENES, SIGNIFICADOS, DESARROLLO. a) En el campo profano. El término nació en los Estados Unidos de América en la época siguiente a la segunda guerra mundial, y en el campo de las ciencias psicológicas, para designar la capacidad de reacción de la inteligencia del individuo frente a un problema completamente nuevo: si esa inteligencia, en vez de limitarse a dar una solución única (converger), consigue idear el máximo de soluciones posibles (diverger), se podrá hablar de inteligencia creativa. Utilizado inicialmente como í­ndice de un método especí­fico de medida de las capacidades intelectivas (test de creatividad), muy pronto el término entró en el campo de la pedagogí­a como clave de un nuevo planteamiento educativo que quiere privilegiar en el niño la actividad inventiva, el favorecimiento de la iniciativa personal, el estí­mulo de la imaginación creadora tanto en el aprendizaje escolar como en las manifestaciones lúdicas o en el comportamiento familiar y social. Sucesivamente el término y el correspondiente contenido se fueron extendiendo a ámbitos cada vez más numerosos de la actividad humana: desde la investigación cientí­fica hasta el desarrollo industrial, desde el sector artí­stico al de las relaciones interpersonales, la convivencia social, la cultura, el lenguaje, la concepción y praxis polí­tica o el comportamiento religioso. De este modo la creatividad termina presentándose como una manera nueva de ver e incluso de programar al hombre, su personalidad, su actividad, su sistema de relaciones a todo nivel; y no sólo esto, sino que influye también en la visión del grupo, de la colectividad, de la sociedad y de la cultura misma en la medida en que en todo este complejo de realidades se estimule y favorezca la aparición de comportamientos originales y más auténticos, superando o rompiendo con anteriores sistemas basados en concepciones monolí­ticas, en un igualitarismo general o en el convencionalismo y el conformismo.

Proyectado sobre una gama tan amplia de realidades, resulta difí­cil definir el término con precisión. Quizá sea más útil tener presentes los principales tipos en que se encarna: creatividad de expresión: una actividad buscada por sí­ misma, sin dar importancia a la habilidad, a la originalidad, a la calidadde la obra (por ejemplo, los dibujos espontáneos del niño); creatividad de producción: control y canalización de la actividad lúdica a consecuencia del progresivo aumento de los condicionamientos de la técnica; creatividad de invención: capacidad de captar la posibilidad de relaciones nuevas entre elementos hasta ahora disociados; creatividad de innovación: modificación de los fundamentos y postulados de un sistema determinado; creatividad de emergencia: aparición de una norma o una hipótesis completamente nueva, como en el caso del arte abstracto.

Múltiples han sido los factores que han presidido o favorecido el afirmarse de una pedagogí­a o de una filosofí­a de la creatividad: la reacción a la progresiva asfixia de la persona por la organización técnica e industrial, siempre en crecimiento; el retroceso de concepciones ideológicas y de modelos de comportamiento heredados del pasado y considerados incapaces de seguir orientando al individuo y a la sociedad en su conjunto; la confianza concedida -hasta hacer de ella un problema ético- a la espontaneidad, a la naturalidad en todos los campos, y el rechazo de toda idea o criterio-guí­a proveniente del exterior (la llamada no-directividad); la suspicacia frente a toda estructura jerarquizada que, entrometiéndose en el ámbito privado del individuo o en el sistema horizontal de relaciones de los grupos, amenaza la necesaria autonomí­a de las personas y de las formas asociativas; la creciente concepción del hombre como sujeto y protagonista del proyecto y de la creación de un futuro diverso, donde el papel de la imaginación creativa, abierta, flexible, ocupa el lugar de las ideologí­as y de los sistemas monolí­ticos y fixistas.

b) En el campo religioso y litúrgico. Las nuevas perspectivas ofrecidas por la creatividad han influido también en el campo religioso, considerado estable por su misma naturaleza gracias a su estructura dogmatizante, la normatividad de su tradición, la sustancial uniformidad de su disciplina y la repetitividad de su estructura ritual. Dos acontecimientos importantes, cada uno a su modo, han contribuido a poner en marcha la creatividad en este terreno especí­fico: el primero es la apertura realizada por el Vat. II al mundo real de la historia y al diálogo con las múltiples culturas; el segundo es el fenómeno de la desacralización o -> secularización, aparecido con fuerza a mitad de la década de los años sesenta. De la apertura conciliar trataremos más adelante. En cuanto al otro fenómeno, digamos simplemente que, en su forma radical (secularismo), negaba al cristianismo (y a toda religión) el derecho de presencia en la historia en nombre de la absoluta autonomí­a del hombre; a lo sumo, habrí­a reconocido a la religión el derecho a la existencia a cambio del abandono de los presupuestos metahistóricos y del compromiso radical de actuar eficazmente en la historia en orden a la transformación del mundo según módulos meramente humanos. El cristianismo, en concreto, no pudo menos de sentirse estimulado por todo esto a interrogarse sobre su relación con el mundo, con particular atención a las exigencias que le presentaban las legí­timas autonomí­as reivindicadas por el hombre en el campo de la cultura, de la polí­tica, del orden social, de la economí­a, de la educación, etc. Este estado de cosas apelaba de hecho a todos los recursos del cristianismo y de la iglesia, a su expresión histórica concreta, orientando hacia una renovada capacidad interpretativa y creativa de los mismos.

En tal situación, la liturgia se encontró en primera lí­nea: por haber sido el primer sector de la vida eclesial de que se ocupó el Vat. II y en el que éste introdujo sus fermentos renovadores, tuvo que afrontar a su debido tiempo el problema de la creatividad en virtud de la propia estructura y del propio modo de obrar, basados enteramente en un conjunto de elementos provenientes de ámbitos culturales históricamente identificables.

2. VALORACIí“N GLOBAL. La aceptación alcanzada en todos los campos por la idea de creatividad no es, sin más, prueba de validez incuestionable; como, por otra parte, los excesos a que ella pueda dar lugar no significan motivo de condena automática. Una valoración justa debe tener en cuenta el contexto del problema. Ahora bien, el hombre de hoy se caracteriza notablemente por una crisis que es fruto de un cambio de civilización: todo un mundo de viejas certezas está agonizando y todo un mundo de perspectivas, ya fascinantes, ya inquietantes, alborea en el horizonte de la historia. Es una situación que objetivamente, por necesidad intrí­nseca más que por elección deliberada, apela a todos los recursos de inventiva del hombre. Punto extremadamente delicado es el paso, quizá en la mayorí­a de los casos inevitable, de la toma de conciencia de una instancia objetiva a una teorización unilateral y absolutizante de su solución (ideologí­a). Tal es el caso de la creatividad, transformada de simple instrumento de investigación psicológica en un modo nuevo de proyectar y realizar la vida de la persona, los varios niveles de relaciones, las instituciones, la cultura. La palabra creatividad ejerce por sí­ misma una fascinación difí­cil de dominar, y, sin suficiente análisis crí­tico, se convierte con facilidad en eslogan. Más aún si se tiene en cuenta que a ella se acercan o con ella se confunden otros términos no menos deslumbrantes, aunque igualmente sujetos a ambigüedad, como improvisación, espontaneidad, gratuidad, fantasí­a, originalidad, no-directividad, etc. Es preciso no olvidar el peso de los orí­genes, es decir, aquella concepción pedagógica deudora de la utopí­a liberal, de cuño tí­picamente americano, extremadamente confiada en las posibilidades de autorrealización del individuo. A pesar de todo, por encima de ciertas sombras innegables, la creatividad sigue siendo una tarea histórica frente a problemas inéditos en sí­ mismos, o a causa de las situaciones en que se plantean o por sus enormes dimensiones (pensemos simplemente en el sector del desarrollo tecnológico y cientí­fico, con sus inevitables repercusiones en el campo de la ética, o incluso en la elección de tipo de civilización; pensemos asimismo en las dificultades que originan los nuevos equilibrios económicos, en el problema feminista, en las nuevas orientaciones educativo-escolares, etc.). Es necesario, sin embargo, que para afrontar tales desafí­os la creatividad no se plantee ante todo en términos de pura y simple supresión de los varios condicionamientos (desestructuración) y luego pretenda comenzar desde cero, sino que acepte reconocer que en realidad no se da desestructuración sino como reestructuración de los elementos que entran en juego. Tal reestructuración puede ser realmente liberadora y signo de crecimiento en la medida en que las nuevas opciones y los nuevos comportamientos continúen fundamentándose en valores considerados anacrónicos para muchas situaciones, pero debidamente reinterpretados y reformulados. La creatividad, algo completamente distinto de la improvisación, que es la aventura de una fantasí­a incontrolada, debe ir acompañada por el esfuerzo del análisis, la búsqueda de mediaciones entre lo viejo y lo nuevo, la sabidurí­a de una actitud de reserva crí­tica ante las propias creaciones, para poder ser realmente ella misma. Se podrá definir la creatividad como la búsqueda de las posibilidades óptimas de confirmar la propia identidad en la renovación, tanto a nivel personal como social, de instituciones, cultura, etc. Esto reconduce la creatividad a sus verdaderas dimensiones de instrumento de trabajo, pero asegurándole al mismo tiempo las mejores condiciones de eficacia.

Desde este punto de vista, la creatividad puede afrontar el mundo religioso en general, y el litúrgico en particular, con las precisiones ulteriores que la materia especí­fica exige.

II. La creatividad en la tradición litúrgica
Examinando el concepto de creatividad en referencia a épocas pasadas de la -> historia de la liturgia, es preciso advertir que, si no la sustancia, ciertamente el contexto cultural del pasado era muy distinto del actual. Mientras que hoy la instancia de la creatividad en liturgia requiere una justificación no sólo histórica, sino también de principio, de su misma legitimidad, siendo además exigida por estí­mulos culturales precisos; en otras épocas, sobre todo en los primeros siglos de la iglesia, era un hechoobvio, vivido espontáneamente, exigido por necesidades inmediatas de la celebración y de la pastoral. En una palabra, no existí­a una problemática de la creatividad comparable a la nuestra, nacida después de un largo perí­odo de fixismo litúrgico, que pretendí­a justificarse con argumentos doctrinales. Esta observación tiende a prevenir contra el peligro de una dogmatización de los testimonios a favor de la creatividad, que la lectura histórica de la tradición litúrgica proporciona indudablemente.

1. ERA APOSTí“LICA. La estructura sustancial de la liturgia cristiana fue creada prácticamente por los apóstoles sobre la base de los elementos primordiales proporcionados por la enseñanza y el ejemplo de Jesús. También en materia litúrgico-ritual se encontraron ante la necesidad de escanciar el vino nuevo en odres nuevos, es decir, de proclamar el acontecimiento salví­fico Cristo-Jesús no sólo en la predicación, sino también en formas culturales adecuadas. De estas últimas puede afirmarse con certeza que se remontan a la era apostólica las siguientes: baño-bautismo en el nombre de Jesús; la fracción del pan o cena del Señor; la imposición de manos para conferir el Espí­ritu junto al poder de presidir la comunidad local; la unción de los enfermos; la oración en diversas formas; el 1 domingo como dí­a de la memoria semanal del Resucitado. La creación de esta liturgia embrionaria tuvo lugar todaví­a en el contexto y bajo el influjo de la secular y riquí­sima tradición cultual (tanto pública como privada) del pueblo elegido; tradición que podí­a proporcionar no sólo modelos consagrados -como las oraciones del servicio divino del templo, las diversas horas de oración a lo largo del dí­a, las fórmulas de alabanza usadas frecuentemente en la vida cotidiana y, sobre todo, la liturgia de la palabra de tipo sinagogal-, sino también sólidos fundamentos en materia de libertad creativa. Especialmente en el campo de las fórmulas de oración, la tradición oral judí­a daba cabida a la variedad y espontaneidad, llegando incluso a prohibir la redacción escrita de fórmulas destinadas a la asamblea, con el fin de favorecer la implicación y participación personal de cada miembro. Sin embargo, la fuente y motivación principal de la creatividad litúrgica en la era apostólica será la nueva economí­a salví­fica inaugurada por Jesús mismo: su muerte y resurrección constituyen el acontecimiento salví­fico único, absoluto, definitivo, que, como tal, estimula y dirige la capacidad inventiva de los apóstoles y de las primeras comunidades reunidas en torno a ellos en orden a la creación de formas cultuales nuevas. La misma actitud personal del Maestro era determinante en el sentido de que él, continuando la tradición de los antiguos profetas, proclamaba la llegada de un culto «en espí­ritu y en verdad» (Jua 4:23-24), liberado, si no del elemento ritual en sí­, ciertamente del ritualismo y legalismo exteriores. Un punto firme e inconmovible, heredado del Maestro, condicionaba las opciones de los apóstoles: la nueva liturgia tení­a como motivo y centro especí­fico el hacer memoria de Jesús (Luc 22:19; 1Co 11:24s): ya no era la cena de la antigua pascua, sino la «cena del Señor» (1Co 11:20); no la circuncisión o el baño penitencial, sino el «bautismo en el nombre de Jesús» (Heb 2:38; Heb 8:16…); no la remisión de los pecados a través de los antiguos sacrificios expiatorios, sino la obtenida mediante la «sangre de la nueva alianza» (Mat 26:28); no la oración en contacto inmediato con Yavé, sino realizada «en el nombre del Señor Jesús, dando gracias al Padre por su intercesión» (Col 3:17; cf también Efe 5:20). Particularmente significativa es la aparición de himnos, oraciones, aclamaciones que centran toda su referencia especí­fica en Cristo y en su papel en la economí­a de la salvación: 1Ti 6:15-16; Flp 2:6-11; Apo 4:11; Apo 15:3-4; Apo 5:9-10; Apo 5:12, Rom 16:27; Heb 13:21, etc. Tener fe en esta herencia significaba para los apóstoles y la iglesia naciente emprender un camino completamente inédito en busca de signos rituales en los cuales la novedad de la llegada de la salvación en Cristo Jesús apareciese en toda su fuerza originaria, procurando que los elementos procedentes del contexto cultual judí­o no la oscureciesen ni la sofocasen.

En los escritos de san Pablo encontramos ya testimonios de la aparición de una tensión entre fidelidad a la tradición y empuje creativo en las primeras comunidades cristianas: algunos desórdenes (divisiones en la asamblea: 1Co 11:18s; confusión en el ejercicio de los carismas: 1Co 14:1-40) provocan llamadas al orden o, lo que es lo mismo, al firme respeto a una tradición ya reconocida como tal (cf 1Co 11:23). Estas llamadas al orden no significan, sin embargo, negación de la creatividad, sino subordinación de la misma al dato «recibido y transmitido» (ib) y a la «edificación» común (1Co 14:12. 26), en orden y concierto (1Co 14:40). La exhortación de Pablo mantiene siempre la puerta abierta al ejercicio, aunque regulado, de los dones personales en la asamblea (1Co 14:26; cf también Efe 5:18-20), especialmente del don de la oración espontánea (1Ti 2:1s). Y la enseñanza de Pablo no podí­a ser diferente, al menos en sus grandes lí­neas, de la de los demás apóstoles. En esta primitiví­sima era de la iglesia, por tanto, la creatividad en materia litúrgica se imponí­a con una necesidad tanto de principio como de hecho, debido al paso de la antigua a la nueva economí­a. Las decisiones del llamado concilio de Jerusalén (Heb 15:2-29) tienen un alcance liberador universal, incluido el ámbito cultual, por el abandono decidido de todo lo que habrí­a podido aprisionar la fuerza expansiva y creativa de la buena noticia: la carta de los apóstoles fue acogida con gozo por la comunidad de Antioquí­a: «Y habiéndola leí­do, se alegraron con este consuelo» (Heb 15:31). Pero esta apertura no podí­a eliminar por completo el fondo común a ambas experiencias, la judí­a y la cristiana, que sigue siendo patrimonio inalienable de nuestra espiritualidad y nuestra liturgia actual.

2. ENTRADA EN LA CULTURA GRECO-LATINA. Con la expansión misionera de la joven iglesia, también la liturgia tuvo que vérselas muy pronto con un universo cultural, el greco-latino, completamente distinto del mundo semí­tico judí­o. Los recursos de adaptación y creatividad fueron, por tanto, llamadas a una empresa más ardua y arriesgada.

Ya la presencia en las primeras comunidades de convertidos provenientes tanto del judaí­smo de la diáspora como del paganismo (Heb 2:8-11.41; Heb 11:20, Heb 11:1, Heb 11:46-48) planteó graves problemas, que no podí­an ignorar tampoco el aspecto cultual. Su influjo fue ciertamente determinante en las decisiones de apertura adoptadas ya por el concilio de Jerusalén. El gradual pero impresionante multiplicarse de iglesias con caracterí­sticas rituales diversificadas debe explicarse, en su raí­z, desde esta primera toma de conciencia oficial del universalismo cristiano, que implica el respeto a las costumbres de cada pueblo. Pero la fidelidad a la tradición era siempre el criterio-guí­a del esfuerzo de adaptación y creatividad. La aparición de las primeras desviaciones doctrinales (desde el gnosticismo y maniqueí­smo hasta las herejí­as cristológicas y trinitarias) obligó, por un lado, a la defensa y ulteriores precisiones de la fe cristiana y, por otro, a una particular vigilancia de la praxis litúrgica, considerada desde siempre como garantí­a de la autenticidad de la fe misma en cuanto testimonio objetivo de la tradición. Llamadas a una disciplina litúrgica las encontramos ya en la Didajé (cuya datación podrí­a remontarse incluso a antes del concilio de Jerusalén), en los cc. 9-11; pero en cuanto se refiere a una relación entre observancia de la tradición y libre creatividad, es determinante el testimonio de la Tradición apostólica de Hipólito de Roma (215 d.C. apte.). Queriendo oponerse a los innovadores de su tiempo, Hipólito compone una exposición de la antigua tradición litúrgica romana tal como era a comienzos del s. ni, pero según una formulación personal: no pretende recopilar un código ritual, sino más bien proponer un modelo enunciando al mismo tiempo un principio de importancia capital: «el obispo dé gracias según el modo que hemos Indicado arriba. Pero no es necesario que pronuncie las mismas palabras formuladas por nosotros y teniendo que esforzarse por repetirlas de memoria en su acción de gracias a Dios, sino más bien ore cada uno según su capacidad. Si alguien es capaz de componer convenientemente una oración solemne y elevada, esto está bien; pero si ora y recita una oración más modesta no se le impida, con tal que su oración sea correcta y conforme a la ortodoxia»‘. Hipólito es, pues, testigo de una liturgia al mismo tiempo fiel al dato tradicional en cuanto a las cosas esenciales y abierta a la inspiración creativa, especialmente en materia de formulación oral. Esta simbiosis será constante todaví­a durante mucho tiempo, apoyada por figuras como Tertuliano, Orí­genes, Agustí­n, Ambrosio, etc., y por concilios locales como el de Hipona, del año 393, y los dos de Cartago, de 397 y 407. Particularmente significativa es la afirmación de san Ambrosio en que dice que quiere seguir la tradición litúrgica romana, aunque reservándose el derecho de adoptar y conservar algunos usos diversos de los de Roma.

Tres hechos importantes favorecen decididamente un ulterior desarrollo de las relaciones entre tradición y creatividad: la libertad concedida al cristianismo por Constantino el Grande, el paso de la lengua griega a la latina, el afirmarse de iglesias-modelos. El edicto de Milán del año 313, al hacer salir a la iglesia del estado de persecución y de privación de todo derecho público, determinó, entre otras cosas, un desarrollo impresionante de la liturgia cristiana, la cual tuvo que modelarse ahora según las exigencias tanto de una celebración en ambientes públicos (basí­licas) como de una gran multitud de neoconversos (organización del l catecumenado). Una explosión de vitalidad creativa se manifestó también en el campo de los edificios sagrados (además de las basí­licas, los baptisterios, las memorias sobre las tumbas de los mártires, los cementerios) y del arte pictórico y musical. El paso, en Roma, del griego al latí­n en el uso litúrgico -paso que tuvo lugar probablemente bajo el papa Dámaso (366-384)- supuso de manera singularí­sima la inculturación romana de la liturgia misma, con las bien conocidas caracterí­sticas de sobriedad, claridad y racionalidad, y con la producción fecundí­sima y original de textos eucológicos. Entran en la liturgia, además, elementos provenientes del culto pagano y del ceremonial de la corte imperial: se trata, desde luego, de elementos secundarios y bien filtrados antes de su aceptación (vestidos, insignias, proskynesis o postraciones, expresiones técnicas del uso forense o asambleario, etc.), pero importantes en cuanto al principio subyacente a su adopción, o sea, el impulso encarnacional de la liturgia cristiana. El afirmarse, finalmente, de iglesias-guí­a (comenzando, en Occidente, por Roma) con motivo de su origen apostólico, o del prestigio de grandes obispos, o de su ubicación geográfica y polí­tica, dio origen a procesos de imitación por parte de las iglesias menores o en algún modo dependientes: ritos y fórmulas, particularmente apreciados por su consonancia con el dato de la fe o por su belleza literaria, fueron adoptados por estas últimas. A esto hay que añadir una razón de orden interno: siendo la liturgia (y en particular el corazón de la misma, es decir, la plegaria eucarí­stica) expresión del credo de la iglesia, su celebración constituye una auténtica proclamación de la fe misma, común a todos los creyentes; es lógico, pues, que la liturgia fuese convenientemente estructurada de modo que presentase una cierta homogeneidad por encima de las diferencias geográficas, étnicas, lingüí­sticas o rituales. Si todo esto implicaba el inicio de un proceso de gradual afinidad incluso exterior de las diversas expresiones litúrgicas, no significaba, sin embargo, la desaparición de la creatividad: tal proceso, en efecto, no se debe a una legislación positiva centralizadora y unificadora (impensable en esta época), sino a una convergencia natural siempre respetuosa, a pesar de todo, con las peculiaridades locales.

No pudiendo seguir aquí­ paso a paso, tanto para el Oriente como para el Occidente, el desarrollo creativo de las varias familias litúrgicas, nos limitaremos a precisar, a modo de sí­ntesis, el sentido genuino de la creatividad litúrgica en el perí­odo singularmente fecundo que se extiende desde mediados del s. iii hasta finales del s. vii. Es posible hablar de espontaneidad e improvisación, pero dentro de los lí­mites de convenciones (synthékai: Orí­genes) y de normas universalmente reconocidas y respetadas acerca de la estructura esencial de las formas litúrgicas, los contenidos doctrinales fundamentales y un vocabulario cultual especí­fico, por ejemplo en lo referente a la plegaria eucarí­stica (anáfora). Una creatividad absoluta, desligada de reglas y de puntos de referencia, no se dio jamás en la iglesia de los primeros siglos, pues era demasiado viva la conciencia de que la liturgia es en sí­ misma depositum y traditio de los misterios de la fe recibidos de Cristo y de los apóstoles. Por otra parte, la aparición, ya en esta época, de recopilaciones escritas (libelli sacramentorum y, luego, sacramentarios, antifonarios, pontificales…) no se debió en manera alguna a una presunta concepción fixista y uniforme de la liturgia. Ni siquiera la huella, en ciertas liturgias, de herejí­as doctrinales o la aparición de abusos en materia ritual fueron capaces de transformar las llamadas al orden, que tienen lugar ya frecuentemente en la época en cuestión, en prohibición de libertadcreativa (la tradición litúrgica posterior, hasta hoy, no ha vuelto a igualar en creatividad a aquellos cuatro siglos). La tradición misma era fuente de inspiración creativa mediante una adaptación pastoral a nivel local; esta última, a su vez, era concebida al servicio de una mayor eficacia del patrimonio de fe transmitido.

3. EPOCA MEDIEVAL. En la situación resultante de la caí­da del imperio romano de Occidente y al encontrarse con nuevos pueblos y culturas, la religión cristiana y su liturgia fueron el factor primario de aglutinación y de inspiración. Se asiste a la aparición de un doble fenómeno: por una parte, el surgir de una serie de usos litúrgicos propios de las iglesias locales (rito galicano, céltico, -> hispánico, -> ambrosiano, aquileyense…); por otra, la atención siempre creciente a la iglesia de Roma y su liturgia. La progresiva modelación de las liturgias locales según la romana deja amplio espacio a las particularidades regionales. La misma iglesia de Roma conoce en el primer medievo una intensa actividad creativa, de la que son claros testimonios sobre todo los sacramentarios veronense, gelasiano y gregoriano. En particular, la reforma de la liturgia realizada por Gregorio Magno para la ciudad de Roma con intentos claramente pastorales (retocando no sólo elementos rituales, sino también el mismo lenguaje), está acompañada de una viva sensibilidad por el respeto a las exigencias culturales y espirituales de los diversos lugares, sensibilidad que el mismo Gregorio en cierto modo codificó en una metodologí­a de adaptación pastoral cuya inspiración de fondo es perennemente válida. A las preguntas precisas que le dirigió el monje Agustí­n, misionero en Inglaterra, respondió él en el año 601 recomendándole que tuviese siempre en cuenta la costumbre de la iglesia romana, pero que recogiese también elementos útiles de las otras iglesias y los insertase en la de Inglaterra. En otra carta del mismo año, dirigida también a Agustí­n por medio del abad Melitón, sugiere utilizar elementos rituales paganos (templos, sacrificios, banquetes) insertando en ellos nuevas tentativas, de modo que gente todaví­a ignorante pueda convertirse a los nuevos valores cristianos gradualmente, sin choques, a partir de experiencias ya vividas’. Aun sin definiciones ni teorizaciones sistemáticas, tenemos aquí­ toda la sustancia de la problemática actual referente a la inculturación litúrgica (1 Adaptación, IV).

El fenómeno que caracteriza los ss. viii-xii, con las migraciones de los libros litúrgicos romanos a los territorios franco-germanos y las consiguientes mescolanzas de la liturgia romana con la galicana (floreciente ya desde hace siglos) -intercambio que dio origen a la liturgia llamada romana hasta la reforma del Vat. II-, puede ser considerado también como un hecho de creatividad, pero ciertamente en tono menor, pues se trata sobre todo de una serie de adaptaciones, compilaciones entrecruzadas de textos y de libros litúrgicos, en las que no se detecta una verdadera originalidad. Esta, todo lo más, se manifiesta en sectores periféricos de la liturgia, como oraciones privadas para los fieles o para el celebrante mismo (apologí­as), secuencias y oficios devocionales. Y todo ello en consonancia con el surgir de nuevas tonalidades en la teologí­a, en la espiritualidad y en la piedad: de la.consideración objetiva y global de los misterios de la fe se pasa a acentos más subjetivos, intimistas, apasionados, amantes de los detalles históricos y también de la acumulación y repetición de elementos secundarios. Y el conjunto fue favorecido enormemente por el progresivo apagarse de la -> participación activa en las acciones litúrgicas, determinado por la ininteligibilidad del latí­n en una época en que surgen ya las lenguas vulgares y por la creciente distancia entre celebrante y fieles. El perí­odo que comprende los ss. xul y xiv se caracteriza por un proceso de fijación de los formularios y de los ritos dentro de cada iglesia: nos ha quedado prueba de ello en la abundante producción de ordinarios y libros ceremoniales. Sin embargo, aunque falte creatividad, sigue habiendo pluralidad de formas litúrgicas, si bien se notan ya los signos de una profunda decadencia de la liturgia misma.

4. DE LA REFORMA TRIDENTINA AL VAT. II. Es sabido que si la decadencia litúrgica habí­a contribuido notablemente al nacimiento del protestantismo, la respuesta de Trento a los reformadores pasaba no sólo a través de las declaraciones dogmáticas, sino también a través de la restauración de las formas litúrgicas y de la correspondiente disciplina. Sin embargo, a pesar de uniformar toda la materia litúrgica, el concilio de Trento reconoce el derecho de existencia a los ritos antiguos de cada iglesia aprobados por la iglesia romana; y, por lo que toca al problema de la -> lengua litúrgica, el uso de las lenguas vulgares no es condenado en sí­ mismo, sino en relación con la afirmación de su necesidad intrí­nseca para la validez de las acciones litúrgicas. Es cierto, sin embargo, que Trento crea una mentalidad tal que, de hecho, la más rí­gida uniformidad ritual y el absoluto monopolio del latí­n se convirtieron, en la iglesia occidental, en una norma inderogable. La época siguiente, hasta la reforma del Vat. II, ya no fue de creatividad, sino de estricto rubricismo. La rigidez con que se entendió la uniformidad litúrgica apareció con particular evidencia en el sector misionero, donde no se concedió derecho de ciudadaní­a en la liturgia ni en otros sectores de la evangelización a los valores propios de culturas extraeuropeas. Pero esto revela exactamente el nudo central del problema, es decir, el progresivo distanciamiento entre la cultura de la iglesia, anclada en el modelo medieval, y la naciente cultura de la Europa moderna. Volviendo al tema litúrgico, si se afrontó alguna tentativa de reforma, como la proyectada por Benedicto XIV, y sobre todo la del sí­nodo de Pistoya (jansenista), no se llegó a ningún resultado. Sólo el -> movimiento litúrgico que caracterizó el medio siglo anterior al Vat. II representa una tendencia inversa a la iniciada con la era postridentina. Pero dicha tendencia se mueve no tanto en el sentido de una creatividad propiamente dicha cuanto en la de un reflorecimiento y revitalización de la liturgia existente. Mas así­ como la mentalidad dominante en Trento llevó al fixismo y al rubricismo, así­, en sentido opuesto, la mentalidad suscitada por el movimiento litúrgico terminarí­a preparando el terreno a la creatividad.

III. El tema de la creatividad litúrgica en el Vat. II y en el posconcilio
Apremiado por las instancias provenientes del mundo misionero y ecuménico en el marco de la multiplicidad de las culturas actuales a las que se dirige el mensaje cristiano, el Vat. II hizo de la apertura a esas diversas culturas y tradiciones una de las lí­neas maestras de su enseñanza.

1. FUNDAMENTOS GENERALES: UNIDAD Y PLURALISMO. Afirmando la unidad de la iglesia y en la iglesia, el concilio dejó también, autoritativamente, espacio para una legí­tima y necesaria diversidad en el ámbito de la expresión teológica, pastoral, jurí­dica, disciplinar y, por tanto, también litúrgica del único e idéntico depositum fidei. Y esto no sólo como reconocimiento de un dato de hecho ineludible o como simple adecuación exigida de vez en cuando por necesidades obvias, inmediatas, como surgiendo de una intuición instintiva más bien que de una reflexión global y sistemática, sino principalmente como un valor teológico en sí­, o sea, como exigencia de la misma catolicidad y apostolicidad de la iglesia, que está obligada a buscar formas y métodos diferentes para hacer conocer y experimentar los misterios divinos (cf LG 13; 23; GS 7; 44; 92; UR 2; 6; 17) sobre la base de una madura autoconciencia del valor de las culturas en el encuentro con el mensaje de la salvación.

2. UNIDAD Y PLURALISMO EN LITURGIA: ESPACIO PARA LA ADAPTACIí“N Y LA CREATIVIDAD. Según la constitución SC, principio fundamental en la apertura creativa es que, excluyendo toda rí­gida uniformidad en cosas no esenciales, sean valorados y asumidos los elementos positivos de las diversas culturas (37). De ahí­ se sigue la norma general según la cual, salvaguardando la unidad sustancial del rito romano, hay que dejar lugar a las legí­timas diversidades, que deben preverse e indicarse positivamente en el trabajo mismo de reforma (38). Esta apertura está esencialmente determinada por la preocupación pastoral que domina decisivamente todo el documento y que está atenta a asegurar sobre todo la participación inteligente y activa del pueblo de Dios en las diversas celebraciones (14 y 21). Así­ se explica que el texto de la constitución prescinda de un razonamiento expreso sobre el valor intrí­nseco de la encarnación cultural, limitándose a recoger su necesidad y oportunidad pastoral. Será el perí­odo sucesivo de aplicación de lo ordenado en la constitución el que prorrogue, a través del encuentro con las situaciones reales, una profundización en la temática cultural, apoyándose para ello en las aportaciones maduradas entre tanto en los otros documentos conciliares, sobre todo en la GS. Pero, ya por sí­ misma, la SC ofrece todas las premisas necesarias y suficientes para una legitimidad de la adaptación y de la creatividad en el campo litúrgico. La terminologí­a misma del documento -aptare, aptatio- contiene en sí­ una potencialidad de desarrollos que van más allá de la remodelación rubrical externa, para llegar, precisamente allí­ donde la celebración se inserta en un contexto vital preciso, a la creación de formas y de elementos nuevos. Adaptación y creación, aunque rigurosamente hablando puedan distinguirse, en realidad, sin embargo, se compenetran mutuamente: «toda adaptación exige creatividad, igual que toda creatividad es fruto y exigencia de una adaptación» Por eso, el trabajo realizado por la reforma litúrgica está en perfecta correspondencia con las intenciones de fondo y con las indicaciones tanto de método como de contenido que se encuentran en la SC.

IV. Perspectivas oficiales de creatividad en la liturgia reformada
Puesto que, como hemos visto, la acogida de legí­timas diversidades litúrgicas debe ser, según la SC 38, programada en la realización misma de la reforma, será útil hacer una presentación de conjunto de las posibilidades de creación expresamente contenidas en los -> libros litúrgicos y de las previstas en ulteriores documentos oficiales.

1. EN LOS ACTUALES LIBROS LITÚRGICOS. En general, la creatividad contemplada por esos libros es la entendida en sentido amplio, es decir, como facultad de adaptar los ritos oficiales o de elegir entre los propuestos ad libitum o pro opportuninate. Pero no falta la posibilidad de crear ritos y textos nuevos. Los elementos adaptables o también, en ciertos casos, recreables se refieren a todos y cada uno de los sacramentos y sacramentales, a la liturgia de las Horas y al calendario litúrgico. Posibilidades más amplias ofrece el ritual de la iniciación cristiana de los adultos, el rito del matrimonio y el de exequias, en cuanto que a ellos corresponde con bastante frecuencia una ya rica tradición religioso-civil en las diversas áreas culturales. Especialmente susceptibles de adaptación o de innovación son los -> gestos y las posturas del cuerpo, los utensilios sagrados [-> Objetos litúrgicos/ Vestiduras], el -> canto y la música, el -> arte sacro, la -> traducción de los libros litúrgicos’.
2. OTRAS POSIBILIDADES DE DESARROLLO. En esa misma lí­nea lógica inherente al camino de la reforma litúrgica, a las dos primeras etapas ya realizadas, de la adopción de las lenguas vivas y dela publicación de los nuevos libros litúrgicos, debe añadirse una tercera, bastante más exigente: la de una auténtica -> adaptación cultural, cuya profundidad puede extenderse hasta la creación propiamente dicha de elementos nuevos. En efecto, la admisión autoritativa del principio de la encarnación cultural en perspectiva pastoral contiene en germen un itinerario que, partiendo de los actuales libros litúrgicos, que reflejan la unidad sustancial del rito romano, preparará la asunción gradual, cada vez más decidida, de legí­timos valores culturales y de sus expresiones simbólicas concretas. El instrumento principal para realizar tal tarea se identifica siempre, en los documentos oficiales y en los libros litúrgicos mismos, con la autoridad eclesiástica local, es decir, con las conferencias episcopales y los -> organismos establecidos por ellas. En esta referencia a la tarea de la iglesia local está implí­cito el reconocimiento de que las lí­neas de la ya renovada legislación litúrgica universal [-> Derecho litúrgico] son necesariamente generales, y no pueden por ello considerar problemas estrictamente ligados a situaciones especí­ficas, de las que sólo la iglesia local puede hacerse cargo in situ. Desde esta perspectiva, las posibilidades de desarrollo de una válida creatividad litúrgica son inmensas, incluso teniendo en cuenta ciertos presupuestos imprescindibles, ciertas lí­neas metodológicas que hay que seguir y lí­mites que no deben traspasarse, a los que aludiremos más adelante. Tales posibilidades no revelan todaví­a una fisonomí­a concreta de su alcance, pues, en general, las iglesias locales no han aprovechado hasta el presente sino una mí­nima parte del espacio disponible que se les ofrece, habiéndose quedado mucho más acá del lí­mite.

V. Presupuestos y criterios para una correcta metodologí­a de la creatividad litúrgica
Puesto que la liturgia es tradición viviente y vivida de los misterios de fe de la iglesia, cualquier iniciativa que se ordene a crear nuevas sí­ntesis entre el revestimiento ritual de tales misterios y los múltiples contextos culturales de la historia en curso, debe prestar la debida atención a ciertos aspectos especí­ficos de la liturgia misma que inspiran también los criterios operativos de una válida y fructuosa creatividad.

1. PRESUPUESTOS RELACIONADOS CON LA LITURGIA MISMA. a) La liturgia es expresión de un dato que ella no crea, sino que acoge. En efecto, lo que la liturgia celebra en sus ritos y ritmos, es decir, el misterio de la salvación, es algo que no procede del hombre, sino de la libre iniciativa divina, y que como tal es propuesto a la fe de cuantos, por Cristo y en la iglesia, se acercan a Dios. De ahí­ se sigue que el primer deber de todo auténtico esfuerzo de creatividad en el ámbito de la liturgia es el perfecto respeto a esta primací­a de la intención y de la acción divina, evitandq indebidas superposiciones de significados meramente humanos, por muy dignos que en sí­ mismos puedan ser o por arraigada que esté su vivencia (un ejemplo de esa indebida superposición podrí­a ser la tendencia a ver en la eucaristí­a simplemente la sublimación de una fraternidad humana, o bien la celebración de la fraternidad en Cristo, olvidando que la eucaristí­a es ante todo celebración memorial de la pascua de Cristo, de la que brota la dimensión de caridad-fraternidad).

b) La liturgia asume y transforma el dato humano. Ya en elmomento mismo en que la liturgia cristiana asume elementos humanos realiza una obra de verdadera creatividad al darles un nuevo y más alto significado en relación con su contexto natural y cultural. Cada vez que situaciones históricas y pastorales especí­ficas exigen ulteriores intervenciones creativas, estas últimas deben moverse en el ámbito preciso de esa transfiguración, teniendo presente que la liturgia es el lugar primero de la transformación, en sentido salví­fico, de toda la realidad humana, en cuanto que en su estructura y en su dinamismo sacramental es donde tal realidad continúa siendo asumida.

c) La liturgia es ontológicamente una e históricamente variable en las formas. Esto no es sólo un dato de hecho que emerge de la historia de la liturgia misma, sino un aspecto constitutivo de esta última gracias a la í­ndole encarnacional del misterio que se autorrevela. La percepción de la oferta divina de gracia, tal como se manifiesta en un contexto histórico concreto, obliga a las formas que la liturgia paulatinamente va asumiendo a interrogarse tanto sobre su unidad de fondo como sobre su fidelidad a las exigencias de encarnación en respuesta a las llamadas divinas que actúan en la historia. Precisamente en esa necesidad de un constante examen de la doble fidelidad de la liturgia se fundan primariamente la exigencia de creatividad (que no debe confundirse, por tanto, con la simple espontaneidad, la cual hace referencia esencialmente a necesidades subjetivas) y la necesidad de distinguir entre partes inmutables y partes susceptibles de cambio (cf SC 21), distinción que delimita claramente el campo de acción de la adaptación y de la creatividad.

2. INDICACIONES METODOLí“GICAS. a) Profundo conocimiento del contexto histórico-cultural y asunción «crí­tica» del mismo. Es una necesidad indirectamente puesta de relieve por el hecho de que la falta o insuficiencia de auténticas mediaciones culturales, es decir, de -> signos-sí­mbolos válidos (lenguaje simbólico) tomados de las culturas corrientes, constituye en la actualidad la más grave laguna de la renovación litúrgica. Esta situación de hecho exige más que nunca que las iniciativas de creatividad se funden en un análisis serio y metódico de las múltiples áreas culturales en que deben encarnarse la palabra y el gesto litúrgico. Esto es tanto más necesario cuanto que todo aquello que en materia de valores humanos, lenguaje y simbolismo entra a formar parte de los ritos cristianos, asume consiguientemente una función sacramental, permitiendo a los ritos mismos una encarnación real en el ámbito de la experiencia humana, y a esta última una posibilidad real de inserción en la historia de la salvación. Es preciso, por tanto, que los valores y sus correspondientes expresiones sean atentamente acrisolados, rechazando todo lo que resulte indisolublemente unido a errores y supersticiones (SC 37), y aceptando cuanto sea susceptible de ser orientado hacia el misterio cristiano. A esto subyace la nueva comprensión de la misteriosa acción de Dios en la historia y en el mundo, que lleva a una consideración teológicamente más positiva de los fenómenos culturales y religiosos existentes incluso fuera del ámbito cristiano, aceptados ya como posibles vehí­culos de una manifestación de la acción divina encaminada a desvelar más plenamente la naturaleza misma del hombre y a abrir nuevas ví­as hacia la verdad (GS 44b).

b) Relectura «soteriológica» de la relación rito-cultura. Para evitar que adaptación y/o creatividad acaben reduciéndose a una mera operación cultural, será absolutamente necesario referir los elementos culturales, objeto de interés, a aquello de lo que la liturgia es directamente signo y actuación: el misterio salví­fico de Cristo. Por tanto, habrá que proceder a una reinterpretación de la presencia y del alcance de la acción de Cristo en el substrato antropológico del rito, de modo que se pueda dar una respuesta adecuada a la pregunta sobre cómo las múltiples y más auténticas manifestaciones de la experiencia humana puedan ser reconocidas, reexpresadas y vividas dentro de los actos salví­ficos de Cristo que la liturgia propone. De esa manera el -> rito, que se presenta como fruto de una nueva creación, se convierte, gracias a la eficacia intrí­nseca de la -> celebración, en el lugar primigenio en el que una -> asamblea actual puede captar el sentido nuevo, transfigurador, refundidor, que el misterio de Cristo da al patrimonio humano de que ella dispone y que, en cuanto parte de su condición existencial, también necesita ser salvado.
c) Respeto equilibrado de las exigencias de «universalidad» y `particularidad’: La liturgia, como la iglesia, es ontológicamente una, pero fenomenológicamente variada: una e idéntica, en cuanto que es siempre acción de la iglesia de Cristo, incluso en sus diferentes ritos, lugares y tiempos; variada, en cuanto caracterizada por peculiaridades propias de las diversas comunidades eclesiales en que se celebra. La creatividad estimulada por las diversas situaciones culturales debe salvaguardar el dato absolutamente primario, según el cual no hay iglesia local -y por tanto liturgia particular- que no sea epifaní­a y actuación sacramental de la iglesia católica, puesto que todos y cada uno de los fieles son llamados, cualquiera que sea la situación geográfica, cultural y nacional de que provengan, a ser y actuar como miembros de la iglesia una e indivisa de Cristo: la liturgia de las diversas iglesias y asambleas particulares sigue siendo siempre católica, es decir, universal. Pero debe salvaguardarse igualmente el valor de cada iglesia y asamblea en cuanto dotadas de una identidad espiritual propia, ligada a procesos históricos y culturales diferenciados: las diversas iglesias locales «tienen una disciplina propia, unos ritos litúrgicos y un patrimonio teológico y espiritual propios» (LG 23). La inevitable tensión entre estos dos polos, igualmente necesarios, encuentra un soporte equilibrador en un concepto renovado de lo universal, que, tomando muy en consideración las irreducibles diferencias que destacan el carácter de unicidad e irrepetibilidad de los diversos grupos humanos y de los individuos mismos, renuncia a proceder por generalizaciones teóricas y jurí­dicas, para captar, en cambio, en aquellos mismos sujetos la capacidad de contener y expresar en su peculiaridad valores de alcance humano. Un grupo humano culturalmente definido, cuanto más en contacto se pone con las auténticas raí­ces de su identidad (que brota de determinadas razones históricas, etnológicas, geográficas, polí­ticas, económicas, religiosas, etc.) y cuanto más fiel permanece a ellas, empeñado en su desarrollo, tanto más crece humanamente en todos los sentidos. Lo universal no aparece ya como suma de rasgos comunes, sino como un todo simultáneamente presente en todo tipo cultural. Desde este punto de vista, la creatividad litúrgica tendrá que partir del presupuesto de que una comunidad local, cuanto mejor consiga leer los valores auténticos del propio patrimonio cultural a la luz del misterio de Cristo operante en la liturgia y permanecer fiel a ellos como a una manifestación precisa de la gracia regeneradora del Señor, tanto mejor expresará desde dentro de su propia experiencia el valor universal de la potencia santificadora de la liturgia en cuanto «acción de Cristo y de la iglesia»: el significado y el alcance universal de su liturgia culturalmente encarnada serán los mismos de la iglesia católica. Propiamente hablando, no es la iglesia particular quien proyecta en dimensiones universales la propia experiencia especí­fica, sino que es la iglesia ontológicamente una e idéntica quien, en y mediante la actividad creativa desarrollada in loco por la iglesia particular, asume en su propio horizonte aquella misma experiencia y se reconoce en ella.

d) Implicación de las comunidades locales. Estas últimas, si son el sujeto integral de la celebración litúrgica, son también el sujeto integral del proceso creativo que a ella se refiere, dado que éste exige la puesta en ejercicio de vocaciones y carismas propios de la iglesia local, necesarios para su crecimiento y misión. Una creatividad que fuese fruto solamente del trabajo de expertos correrí­a el riesgo no sólo de ser un frí­o producto de laboratorio, sino que además no respetarí­a el papel activo del sensus fidei y de los carismas del pueblo de Dios (cf LG 12). El modo de realizar en la práctica esta implicación de todos se estudiará caso por caso, en diversos grados y formas: la responsabilidad primera compete al -> obispo, liturgo de su iglesia, y, en grado subordinado, a las personas y a los -> organismos encargados del trabajo de adaptación creativa. Pero habrá que idear el modo de convocar una amplia y representativa porción de la comunidad local a prestar su colaboración en las fases de consulta, estudio, experimentación, evitando cuidadosamente que la elaboración de una liturgia encarnada se quede en feudo de grupos particulares o de visiones personales.

e) Recurso a otras disciplinas. El respeto a las diversas competencias y disciplinas, sagradas y profanas, punto firme en el afrontamiento de cualquier objeto de estudio, lo es particularmente en el campo de la creatividad litúrgica, dado que ella está en relación directa con el encuentro entre la liturgia y los diversos mundos culturales. Por tanto, habrá que recurrir necesariamente, en el campo de las ciencias sagradas, a las aportaciones de la exégesis bí­blica, de la tradición patrí­stica, de la teologí­a en general y de la litúrgica en particular, de la -> historia de la liturgia y de la -> religiosidad popular; en el campo de las ciencias humanas, a las aportaciones de la -> antropologí­a, de la -> psicologí­a, de la -> simbologí­a, del -> lenguaje ritual, con atención especial a las culturas locales. El criterio de fondo que debe inspirar el recurso a tales disciplinas es doble: por una parte, debe respetarse la legí­tima autonomí­a de que ellas gozan, sin absorberlas en esquemas preestablecidos; por otra, particularmente a propósito de las disciplinas humanas, debe tenerse presente el carácter auxiliar de su aportación a los fines que la creatividad litúrgica se propone, ya que no pueden ser elevadas en sí­ mismas a criterio último de validez de los resultados obtenidos o que se quieran obtener; en efecto, el criterio último será siempre el espí­ritu especí­fico de la liturgia cristiana, que es el de celebrar el hoy de la salvación de Dios.

f) Experimentación progresiva y gradual. La complejidad de las investigaciones preliminares, el respeto a los tiempos de maduración de las diversas mentalidades, la atención a las necesidades espirituales reales de una comunidad determinada exigen un criterio prudente de gradualidad en la ejecución de un programa de creación litúrgica, tanto en cuanto a los tiempos de su realización como en lo que se refiere a los elementos rituales sobre los que hay que actuar. Las diversas etapas de este proceso creativo deben responder no tanto a un esquema preestablecido cuanto al grado de receptividad real de una asamblea o de una iglesia local: en último término, el verdadero examen de madurez al que debe someterse una determinada creación es el realizado por la misma comunidad a que se destina. Una intuición en sí­ misma excelente puede resultar de hecho suspendida por la reacción de la comunidad, que quizá la experimenta como desfasada en relación con sus exigencias objetivas. Esto puede suceder sobre todo cuando la creatividad se limita a incluir en la liturgia elementos importados de experiencias realizadas en otro lugar con óptimos resultados, pero extrañas al nuevo ambiente. Gradualidad significa, por tanto, paciente conocimiento del terreno, discreta animación de la sensibilidad del pueblo de Dios hacia un encuentro de su camino de fe con los objetivos reales de la participación litúrgica, propuesta motivada por las nuevasexpresiones rituales, reflexión crí­tica sobre las mismas. Aquí­ es donde interviene el criterio complementario de la experimentación: se trata de un instrumento verdaderamente nuevo en materia litúrgica que, con la debida autorización, se justifica por una necesaria cautela, y está confiado a la responsabilidad de la autoridad eclesiástica territorial y circunscrito a grupos cualificados y por tiempos determinados (SC 40, 2; cf también 44). La circunspección con que la SC trata de los necesarios experimentos está motivada no sólo por la extrema delicadeza de la materia en sí­, sino también por la necesidad de garantizar en la fase de experimentación el carácter de eclesialidad siempre exigido por la liturgia, de modo que el rito sometido a innovación no sea un momento cerrado en sí­ en la vida litúrgica de la iglesia, es decir, considerado únicamente como un producto en prueba, sino parte integrante de la misma. La experimentación debe asegurar que los nuevos elementos respondan no sólo a las exigencias culturales y ambientales, sino también al espí­ritu de la liturgia de la iglesia de Cristo: en los frutos de la creación litúrgica debe ser recognoscible tanto el hombre de hoy con sus propias aspiraciones como la iglesia de Cristo en su gesto de ofrecer al hombre de todos los tiempos el don de la salvación «no hecho por mano de hombre». Por tanto, el derecho a la experimentación no es reivindicable por el último advenedizo ni puede ejercitarse a capricho.

VI. Diversos niveles de competencia
Según la SC 22 y 39-40, para la adaptación creativa de la liturgia se requieren diversos grados de competencia. Para mayor claridad distingamos entre competencia de autorización (= los sujetos a quienes compete autorizar la creación y experimentación en materia litúrgica) y competencia de ejecución (= los sujetos a quienes se confí­a la función de traducir en hechos una y otra).

1. COMPETENCIA DE AUTORIZACIí“N. Corresponde sobre todo a las autoridades eclesiásticas territoriales, de hecho las conferencias episcopales, para las regiones sometidas a ellas, y en orden a una más profunda adaptación de la liturgia; en la práctica, en los casos en que la reforma realizada por los organismos centrales de la iglesia resulte insuficiente. Es el caso precisamente de aquella adaptación que se lanza en profundidad hasta crear nuevas sí­ntesis entre datos culturales y tradiciones litúrgicas, y que requiere en último término la anuencia de la sede apostólica para su implantación definitiva (cf SC 40,1 y 44). En cuanto a los obispos individualmente, es de su competencia promover y autorizar la creación litúrgica en el ámbito de las respectivas diócesis sobre la base de la plenitud del sacramento del orden, que los constituye «principales administradores de los misterios de Dios…, promotores y custodios de toda la vida litúrgica en la iglesia que les ha sido confiada» (CD 15). La tercera instrucción, Liturgicae instaurationes (1970), concretiza esta facultad hablando del papel mediador entre la norma general y las necesidades que surgen en la pastoral. En cuanto a los ministros, finalmente, la facultad de creación, además de estar limitada territorialmente, cuadra mejor en el ámbito de la adaptación (accommodatio) de elementos que forman ya parte de los esquemas celebrativos de los libros litúrgicos: en la práctica, se trata de posibilidades de elección, de reducción, omisión, añadidura, ampliación, sustitución, cambio de lugar, etc., allí­ donde los libros litúrgicos no sólo prevén tales cambios, sino que muy frecuentemente proporcionan ellos mismos los elementos que han de utilizarse.

2. COMPETENCIA DE EJECUCIí“N. Incumbe a todos aquellos organismos (comisiones) que las autoridades eclesiásticas destinan a la investigación, experimentación, propuesta, preparación y valoración de cuanto se orienta a enriquecer el patrimonio litúrgico con nuevas creaciones. Formados por personas cualificadas en las varias disciplinas de interés, tales organismos son, actualmente, los únicos autorizados para actuar en el sector de la creatividad propiamente dicha, en orden a garantizar la suficiente seriedad y continuidad; lo cual no quita, sino que más bien exige, que ellos se sirvan de todas aquellas personas y de todos aquellos instrumentos necesarios para asegurar el más amplio abanico posible de conocimientos y experiencias.

3. LEGISLACIí“N Y CREATIVIDAD. Se trata de un punto extremadamente delicado, en cuanto que la creatividad no parece hermanarse fácilmente con la idea de normatividad. Sin embargo, el análisis que acabamos de hacer acerca de la naturaleza y finalidad de la creatividad litúrgica ha dejado en claro que esta última no consiste en una pura y simple espontaneidad o improvisación entendida como ausencia de directividad, sino en un proceso de mediaciones regulado por principios y metodologí­as imprescindibles. El hecho de que tal proceso esté regulado también por diversos niveles de competencia jurí­dica es un criterio que se sigue de la misma visión de las cosas. Pero es un hecho también la presencia de complejas creaciones litúrgicas realiza das en autonomí­a respecto de las normas vigentes. La normativa arriba indicada y las numerosí­simas advertencias de estos últimos años contra abusos de todo género, sobre todo en materia de iniciativas locales en el campo de la creatividad litúrgica, declararí­a automáticamente tales creaciones contra legem. Pero consideraciones meramente jurí­dicas no agotan por sí­ solas la relación entre iniciativa local y norma universal, puesto que el fenómeno de la creatividad autónoma no puede ser etiquetado a la ligera y sin matizar como rechazo de la institución. Aun en medio de grandes ambigüedades y excesos de idealismo, hay valores que merecen consideración, como la búsqueda de autenticidad, el intento de recuperar la capacidad de expresar la fe a través de la multiplicidad de las sensibilidades y los testimonios, el actuar juntos, el escucharse y criticarse recí­procamente, etc. Para recuperar estos aspectos en sí­ positivos, actualmente se puede disponer de dos instrumentos jurí­dicamente fundados: la experimentación y la costumbre. De la primera, de reciente institución, ya hemos tratado; sólo hay que añadir que la experimentación, cuando se realiza con la debida autorización, debe poder ser utilizada con una amplitud y una flexibilidad tales que conduzcan realmente a algo nuevo y válido: deberí­a convertirse en una metodologí­a normal en la vida de las iglesias. En cuanto a la costumbre, se trata de un instrumento antiquí­simo en la tradición de la iglesia y de la misma vida litúrgica, aunque su aplicación al caso de la creatividad se ha hecho más difí­cil por la situación actual, caracterizada por rápidos cambios culturales y por la multiplicación de iniciativas locales: estamos muy lejos de los tiempos en que la institución de la costumbre presuponí­a una estabilidad sustancial del derecho y de la vida misma de la iglesia. Sin embargo, se podrí­a tener presente que el recurso a esta institución especí­fica invoca sobre todo la racionabilidad de la forma naciente, cuando ésta, aun configurándose contra la letra de la ley en vigor, tiende, sin embargo, a alcanzar los objetivos de la misma No se tratarí­a, pues, de un lenitivo complaciente, sino de un instrumento jurí­dico inspirado en el sentido de la economí­a pastoral de la iglesia, que induce a reconsiderar y modificar la letra de la ley cuando ésta pueda convertirse en obstáculo para lograr el verdadero objetivo. En todo caso, se trata por el momento no de un criterio operativo, sino de un proyecto que merece ser tomado en consideración en el actual proceso de renovación de la legislación canónica. Actualmente, el itinerario de la creatividad litúrgica está regulado por la normativa anteriormente expuesta, que tiene como único instrumento jurí­dico operativo la facultad de la experimentación legí­timamente autorizada. [-> Adaptación].

VII. Perspectivas pastorales
En el campo de la -> pastoral litúrgica ordinaria, la actual orientación normativa da estatuto privilegiado al uso inteligente y fiel de los instrumentos de celebración (textos y ritos) que la reforma ha puesto a disposición, reservando las iniciativas de creatividad propiamente dicha a los organismos y los modos explí­citamente autorizados.

Pero existe un tipo de creatividad posible, más aún, obligatorio, que, aunque no se refiere directamente a la producción de textos y ritos nuevos, se empeña en valorar al máximo la naturaleza de acontecimiento propia de la -> celebración, es decir, en tratar a esta última como creación efectiva cada vez del encuentro de una asamblea concreta con los misterios del Señor, aun cuando el marco ritual siga siendo sustancialmente el oficial. No nos referimos con esto simplemente a lo que se entiende por -> animación de la celebración, que, a pesar del acierto de la expresión, sugiere la idea de un esfuerzo orientado a dar vida a un cuerpo inerte, o que, en cualquier caso, insiste demasiado en una perspectiva espectacular de la celebración, sino más bien a la búsqueda de aquellas condiciones mediante las cuales una comunidad local, reunida en asamblea litúrgica, puede personalizar la celebración, captando su significado de fe y refiriéndolo a su propia situación de vida. Esta búsqueda puede realizarse a través de etapas progresivas, como, por ejemplo:
1. EL USO INTELIGENTE DE LOS TEXTOS Y DE LOS RITOS DISPONIBLES. Se trata de un punto de partida imprescindible, pues los nuevos libros litúrgicos representan, para todas las expresiones locales de la iglesia, una base unitaria de identificación, de comunión, de vinculación con la sustancia perenne de la tradición. Saber utilizar todas sus posibilidades de adaptación constituye, si no todaví­a una creatividad propiamente dicha, al menos sí­ su preparación necesaria, sobre todo si consigue suscitar en los pastores y en los fieles el sentido. de un camino progresivo y siempre parcialmente realizado hacia el objetivo real de la celebración, que hemos recordado más arriba. Esto hará aparecer la creación de nuevas formas como un paso exigido por la madurez de la comunidad local: la hará desearla y pedirla, estimulando al mismo tiempo la manifestación de los carismas pertinentes. Para moverse en esta dirección es preciso, sin embargo, considerar la flexibilidad ofrecida por los varios ritos en función no de la pura y simple vitalidad de la celebración, sino de la concentración en eI significado esencial del misterio celebrado. Siendo el -> rito en sí­ mismo, considerado en su globalidad, un hecho de lenguaje, será necesario exaltar todas sus posibilidades comunicativas, recurriendo al realce, en sus diversos momentos, de su esquema unitario, de los temas y de los sí­mbolosclave, de los pasos lógicos, de los contactos con la vida cotidiana. Esto exige, ante todo, una relectura previa y sabia del rito mismo no como esquema que hay que realizar, sino como propuesta o modelo que hay que encarnar con renovada sensibilidad; por consiguiente, la búsqueda de intervenciones de palabra (moniciones, sugerencias, didascalí­as, invitaciones…) que, oportunamente distribuidas a lo largo de la celebración, la ayuden a superar la repetitividad un poco mecánica de los esquemas rituales para convertirse en verdadero acontecimiento. Para evitar que estas intervenciones se estanquen en lo genérico o en tópicos, será preciso sintonizar con el mundo cultural ambiental, intercambiando con él, siempre con el debido filtro crí­tico, sensibilidades, esperanzas, lenguaje.

2. IMPLICACIí“N DE LA COMUNIDAD LOCAL. Esta viene exigida no sólo por la recuperada temática teológica del pueblo de Dios como sujeto-actor de la liturgia por su sacerdocio bautismal, sino también por el hecho de que el lenguaje (capacidad significativa y comunicativa) de la celebración y el lenguaje (mundo cultural) de la asamblea deben encontrarse y fundirse para permitir que se dé en realidad un acontecimiento salví­fico ví­vido. Ahora bien, la comunidad local, considerada tanto en su momento asambleario como en su condición ordinaria de diáspora propia de la vida social, es portadora de todo un potencial de capacidad, de actitudes, de carismas, que no puede ni debe permanecer inutilizado durante la asamblea. Mientras que en el sector de los -> ministerios litúrgicos se han obtenido buenos resultados, queda todaví­a por explorar el amplí­simo sector de los servicios desarrollados de hecho por numerosos fieles comprometidos en la animación cristiana del orden temporal y de la -> promoción humana, y que, puesto que como tales forman parte de la misión de la iglesia, podrí­an ser objeto de ministerio eclesial °. Para lograr una liturgia que sea verdadera expresión de una comunidad que crece solidariamente en la fe y en la caridad, es preciso que toda esta riqueza de formas ministeriales encuentre acogida en la celebración: la capacidad de diálogo, de análisis de la realidad circundante, de ayuda recí­proca material y espiritual, que en buena medida caracteriza la actividad de estos miembros de la comunidad local, debe poder ejercerse también en el ámbito propiamente litúrgico de múltiples maneras: en la preparación de la celebración, en la actualización de la palabra de Dios, en la individuación de los temas y de los gestos-clave del rito celebrado, en la cualificación más especí­fica de la oración de la asamblea (por ejemplo: oraciones, preces de los fieles, temática de la acción de gracias y del memorial en la plegaria eucarí­stica, etc.). Esta continuidad entre comunidad del testimonio y comunidad celebrante origina un impulso que es creativo tanto de unidad interna como de verdadera participación litúrgica. La comunidad-asamblea, manifestándose como sujeto interpretativo (y no sólo ejecutivo) de la propia celebración en referencia a la propia situación de fe y de vida, alcanza el objetivo más profundo de la creatividad, en el sentido de que, más bien que ser la creación de textos y ritos nuevos la que plasme la fisonomí­a de la comunidad-asamblea, es la renovación de la vitalidad de esta última quien confiere nuevo rostro y nuevo vigor al rito.

3. BÚSQUEDA DE FORMAS DE CELEBRACIí“N ADECUADAS A LOS DIVERSOS NIVELES DE FE. Las comunidades cristianas actuales viven situaciones de fe diversamente caracterizadas: además de los fieles en el sentido más verdadero del término, hay personas en crisis y en búsqueda, adolescentes y jóvenes en perí­odo de intranquilidad y de cambio, bautizados en situaciones irregulares (divorciados, ,amancebados); personas, en cualquier caso, incapaces por el momento de participar plenamente en la liturgia sacramental de la iglesia confesante. Para estas categorí­as de personas se plantea la necesidad pastoral de buscar formas de celebración que, respetando las exigencias propias de una fe todaví­a problemática, permitan, no obstante, un verdadero encuentro vital con la palabra y los signos de la liturgia de la iglesia; es un campo completamente abierto a la inventiva pastoral litúrgica. Propuestas como la de «asambleas de diversas entradas y salidas», o de la concesión de sacramentos a los divorciados (las condiciones podrán determinarse), necesitan todaví­a mayor madurez y profundización, además de la necesaria sanción por parte de quienes tienen la responsabilidad de decidir en materia tan delicada; pero es claro que será posible programar para esas categorí­as celebraciones de tipo precatecumenal o catecumenal, según los casos, en las cuales, incluso teniendo el papel preponderante de la palabra de Dios como fuente de anuncio, de catequesis y de confrontación, encuentren amplio espacio también gestos concretos de oración en común, de penitencia, de compromiso. Será una liturgia del todaví­a no, del aspecto crucificante del -> misterio pascual de la espera activa del momento de luz plena, pero, aun así­, testimonio siempre vivo de la capacidad de acogida por parte de la comunidad eclesial. Mas, incluso en este caso, es necesario que la comunidad local se haga cargo del camino de estos miembros suyos particulares.

4. CREACIí“N DE FORMAS NUEVAS PARA UNA LITURGIA MíS «POPULAR». Como es sabido, el relieve justamente concedido por la renovación litúrgica al primado y a la centralidad de la celebración eucarí­stica ha causado, aunque haya sido involuntariamente, un vací­o en el ámbito de los ejercicios de piedad y de las devociones populares, dejando insatisfechas algunas legí­timas esperanzas. Sin ceder a un nostálgico replegarse sobre el pasado, se abre a la creatividad un amplí­simo campo de trabajo en dar vida a nuevas expresiones de la auténtica piedad del pueblo de Dios, teniendo presentes los valores y las orientaciones procedentes de la renovación litúrgica: a) la liturgia por sí­ sola no agota todas las posibilidades de crecimiento de la vida espiritual (SC 12); b) es preciso que los ejercicios de piedad estén en consonancia con el espí­ritu de la liturgia, que se inspiren en ella y a ella conduzcan (SC 13); c) la posibilidad de ampliar la extensión del área litúrgica más allá de una distinción puramente jurí­dica entre lo litúrgico y lo no litúrgico, recurriendo al principio -ya utilizado para la liturgia de las Horas (cf OGLH 22)- según el cual un acto de culto realizado por fieles convocados y unidos con el presbiterio «visibiliza la iglesia que celebra el misterio de Cristo». La capacidad inventiva en este campo está facilitada por una mayor elasticidad normativa y, por tanto, por una más libre posibilidad de acoger valores culturales ligados a ambientes especí­ficos (urbano, rural, estudiantil, industrial, artí­stico…). Así­ podrí­an nacer liturgias diversificadas según acentos particulares: confesiones de fe, alabanza, penitencia, catequesis, circunstancias vinculadas a la vida de la comunidad local. Piénsese en las inmensas posibilidades ofrecidas por acontecimientos de fiesta, de luto, de solidaridad cí­vica…, así­ como por la reinvención de tradiciones populares como las procesiones [-> Procesión], peregrinaciones, bendiciones [-> Bendición; -> Libros litúrgicos]. La creatividad es solicitada aquí­, más que en cualquier otro campo, a mediar sabiamente en el encuentro entre el misterio de Cristo y la situación humana 12.

A. Pistoia
BIBLIOGRAFíA: Bellavista J., Ayer y hoy de la creatividad litúrgica, en «Phase» 103 (1978) 45-60; Bernal J.M., ¿Traducir o crear textos nuevos?, ib, 41 (1967) 446-458; Briones R., Creatividad y fidelidad en la celebración cristiana, en «Pastoral Misionera» 7-8 (1980) 602-614; Fernández L, La oración litúrgica frente a la creatividad, en «Liturgia» 254 (1971) 198-223; Goenaga J.A., Creatividad litúrgica (Historia, reflexión, pautas), en EE 51 (1976) 521-540; Marsili S., Textos litúrgicos para el hombre moderno, en «Concilium» 42 (1969) 219-236; Martí­n Pintado V., La creatividad en la liturgia, en «Salmanticensis» 27 (1979) 419-442; Rodrí­guez del Cueto C., Pequeñas comunidades y creatividad litúrgica, en «Studium Legionense» 19 (1978) 173-249; Rombold G., Arquitectura religiosa y libertad creadora de nuestras comunidades, en «Concilium» 62 (1971) 251-259; Urdeix J., Liturgia y creatividad, en «Phase» 76 (1973) 315-328; VV.AA., Creatividad litúrgica, en «Liturgia» 254 (1971) 185-291; VV.AA., La liturgia, una tradición creativa, en «Concilium» 182 (1983) 157-294; Velado B., Los himnos de la Liturgia de las Horas en su edición española, ib, 130 (1982) 325-355. Véase también la bibliografí­a de Adaptación.

D. Sartore – A, M. Triacca (eds.), Nuevo Diccionario de Liturgia, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia