CRONICAS

dos libros del Antiguo Testamento, sobre la historia de Israel y Judá, desde el primer hombre, hasta mediados del siglo VI a. C., comienzos del reinado de David. El nombre hebreo de los dos libros de las C., en hebreo significa †œhistoria de los tiempos†. En la versión griega Septuaginta y en la latina Vulgata se les designa Paralipómenos, esto es, sobre las †œcosas omitidas†, pues recapitulan y complementan la historia relatada en los dos libros de los Reyes y en el segundo de Samuel. Las C. fueron los últimos escritos incluidos en el canon palestino o hebreo, y forman parte del grupo de los libros Hagiográficos. Inicialmente, estos libros formaban un todo junto con los de Esdras y Nehemí­as, por lo que se concluye que el autor de los cuatro es el mismo, posiblemente un levita de Jerusalén, otros afirman que el mismo Esdras, pues el estilo y las ideas son los mismos, así­ como el hecho de que el libro de Esdras comienza repitiendo los versos con que termina el segundo libro de las C. En general, al autor se le denomina el †œCronista†. Algunos estudiosos los datan entre el siglo VI y el II a. C., pero parece más probable la fecha se aproximadamente el año 300 a. C. Las C. fueron divididas en dos tomos en las versiones griega y latina, como las conocemos en las biblias actuales.

La base de los nueve capí­tulos iniciales del primer libro de las C. está en la información de los libros del Génesis y Números, donde se encuentran las genealogí­as de las tribus de Israel desde el primer hombre hasta el reinado de David. Lo que sigue de 1 Co y 2 Co, es, en su mayorí­a, historia paralela al libro segundo de Samuel y a los dos de los Reyes.

El carácter de estos libros es sacerdotal por eso el eje central es el Templo, la organización del culto en Jerusalén, que comienza con el traslado del Arca a la Ciudad de David, por establecer las funciones del clero, de los levitas; la preparación de los materiales, así­ como los planos, por parte de David para la construcción del Santuario, así­ como todo lo llevado a Cabo por su hijo Salomón para levantarlo. El Cronista añade datos, recorta otros, como los relativos al cisma o división del reino, según su interés sacerdotal; cita libros sobre los reyes de Israel y Judá, desconocidos, palabras y oráculos de profetas. También se encuentran episodios, hechos, que no concuerdan con lo dicho en Samuel o en el los libros de los Reyes, pero se debe tener en cuenta, que antes que historia, la intención del Cronista estaba en recordarles a sus connacionales que la permanencia de la nación dependí­a de su fidelidad a Dios, del cumplimiento de la Ley y del verdadero culto.

El autor tras el cisma del reino, se ocupa únicamente de Judá, del linaje de David. Las acciones de los reyes las califica según su fidelidad a la alianza, a Dios, de acuerdo con las pautas de David; de los reyes que se apartaron de esta lí­nea, de los que hicieron las reformas religiosas, como los reyes Ezequí­as y Josí­as, los impí­os que sucedieron a éstos en el trono, y que precipitaron el caos, hasta terminar con el edicto de Ciro, rey de Persia, por el que se autoriza a los judí­os a volver de la cautividad en Babilonia a Judá y reconstruir el Templo. Cruz, latí­n crux. Patí­bulo formado por dos maderos, latí­n lignum, al que se ataban los reos. Este suplicio fue corriente entre los pueblos antiguos, especialmente entre los romanos, que lo imponí­an por determinados crí­menes a los esclavos y a los extranjeros, considerado ignominioso, y con el que se proponí­an escarmentar a la población; en la Escritura se lee que para los judí­os era una maldición este suplicio, Ga 3, 13. Una vez condenado, el reo era sometido a los azotes, se le conducí­a por las calles de la ciudad hacia las afueras de la misma, donde el culpado era desnudado y sus ropas se las repartí­an los soldados; las de Jesús las echaron a la suerte, según el oráculo, Sal 22 (21), 19; Mt 27, 35; Lc 23, 34; Mc 15, 24; Jn 19, 23-24; para luego colgarlo amarrado, o clavado, como Cristo, en la c., en cuya parte superior se poní­a una tablilla en la que se escribí­a el nombre del reo y el delito por el que habí­a sido condenado a tal suplicio; la inscripción de Jesús estaba escrita en hebreo, latí­n y griego, Mt 27, 37; Mc 15, 26; Lc 23, 38; Jn 19, 19; la c. tení­a, como se dice el latí­n, sedile, esto es, un apoyo para las asentaderas. El crucificado podí­a demorar varios dí­as en morir, y se le suministraba vinagre a manera de alivio, que Jesús no quiso recibir, Mt 27, 42; Mc 15, 36; Lc 23, 36; Jn 19, 29-30; a fin de acelerar la muerte, se le quebraban las piernas; esto pidieron los judí­os, a Pilato, que se hiciera con Jesús y los dos ladrones, pues era el dí­a de la Preparación de la Pacua, Parasceve en griego, a fin de que no permaneciesen los ejecutados en la c., en sábado, de acuerdo, también, con lo que se manda en Dt 21, 23, para estos casos, Jn 19, 31; lo cual ocurrió con los dos ladrones, mas no con Cristo, pues los soldados vieron que ya estaba muerto, Jn 19, 32-33; sin embargo, un soldado le atravesó el costado con su lanza, del cual salió sangre y agua, Jn 19, 34; 1 Jn 5, 6; pues, según se lee en los Evangelios, la agoní­a de Cristo duró tres horas, †œDesde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona†, es decir, desde el medio dí­a hasta las tres de la tarde, cuando expiró, Mt 27, 45; Mc 15, 33-39; Lc 23, 44-46.

En el camino de Jesús al monte Gólgota, Simón, natural de Cirene, le ayudó a cargar la c., Mt 27, 32; Mc 15, 21; Lc 23, 26. Jesús habí­a anunciado a sus discí­pulos que serí­a sometido a este suplicio Mt 20, 18( button) 19; 26, 2; Jn 12, 23-33. Si los judí­os hubiesen ejecutado a Cristo, no lo hubieran crucificado, sino lapidado, pues según ellos habí­a blasfemado, según Lv 24, 16, al declarar su divinidad, Jn 8, 59; 10, 31; y a los judí­os, por otro lado, los romanos les habí­an quitado el derecho de vida o de muerte, Jn 18, 31, y Jesús fue sometido al suplicio romano.

Jesús figuradamente, dice que cada uno debe tomar su cruz, si quiere seguirlo, refiriéndose al desprendimiento de las cosas materiales por su causa, Mt 10, 38; 16, 24; Mc 8 34; Lc 9, 23-24; 14, 27. Cristo, siendo Dios, para redimir al género humano, se despojó de su gloria, asumiendo la naturaleza humana, se rebajó y se hizo humilde hasta sufrir la muerte, y la muerte de c., Flp 2, 6-8. Fue clavado y muerto en una cruz, la cual, paradójicamente, se convirtió en sí­mbolo de vida y de salvación para los cristianos, Rm 4, 25; 8, 34; 10, 8-9; 1 Co 15, 3; Ga 1, 3-4; 1 Ts 1, 10. Por su muerte en la c., Jesús lo reconcilió todo, Col 1, 20; a los hombres, al judí­o y al gentil, Ef 2, 16; Col 3, 10-11; Cristo clavó en la c., esto es abrogó la Ley antigua, que separaba a los judí­o de los gentiles, Col 2, 14; gráficamente, Pablo dice que derribó el muro, aludiendo al que separaba en el Templo el atrio de los gentiles del de los judí­os, Ef 2, 14; es decir, desaparece toda distinción racial, cultural, social, religiosa entre los hombres, por la muerte en la c. y resurrección de Cristo. La unidad vuelve en él y todos tenemos acceso al Padre, Ef 2, 28. Por el bautismo, crucificamos al hombre viejo, para destruir el cuerpo de pecado y liberarnos de la esclavitud de éste, para resucitar con Crito a la vida; por la inmersión en el agua bautismal, según el simbolismo paulino, se sepulta el cuerpo pecador en la muerte de Cristo, de la que emerge por la resurrección con él, Rm 6, 1-11; como un hombre nuevo, una criatura nueva, 2 Co 5, 16-17; Ef 2, 15. La c. fue un paso necesario para la glorificación de Jesucristo, tal como él mismo lo dijo, cuando puso a sus discí­pulos el sí­mil del grano de trigo, que debe caer y morir en la tierra para dar fruto, Jn 12, 23-24 y 27-28; 13, 31-32; 17, 4-5; Hch 3, 13; Hb 12, 2; según el oráculo, Is 52, 13-15. Jesús en la c. venció al mundo, Jn 16, 33. San Pablo dice que la c. por la fe es la fuente del poder y la sabidurí­a divina, mientras para los judí­os fue un fracaso, pues exigí­an señales, y para los griegos estulticia, pues exigí­an sabidurí­a, pero humana; a esto se refiere el apóstol Pablo cuando usa la expresión locura, o escándalo, de la c.†, 1 Co 1, 17-31; 2, 14; 2 Co 11, 1 y 17; Ga 5, 11; por lo que le pide a Dios que lo libre de gloriarse en otra cosa que no sea la c., Ga 6, 14.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Dos libros de la Biblia, que tratan de los Reyes, desde el punto de vista religioso.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(-> historia, sacerdote, Esdras-Nehemí­as). Los libros llamados de las Crónicas (1 y 2 Cr) están vinculados a la tradición* sacerdotal de Jerusalén y a las obras de Esdras y Nehemí­as, con cuyos libros forman un tipo de unidad. Se han escrito básicamente para justificar la restauración sacerdotal y la implantación de la comunidad del templo, en un tiempo relativamente tardí­o (hacia el siglo III a.C.). Retoman gran parte de los motivos de los libros históricos anteriores (1 y 2 Sm, 1 y 2 Re), pero los reinterpretan desde las necesidades de la nueva comunidad sagrada que se ha establecido en torno a Jerusalén. Comienzan ofreciendo las genealogí­as de los israelitas legí­timos y centran toda la historia de Israel-Judá en torno a la figura de David y la instauración del culto del templo de Jerusalén. David (mesianismo real) y Jerusalén (culto sagrado) son los ejes de la historia israelita. De manera sistemática, las Crónicas condenan la polí­tica y las visiones religiosas del reino de Israel (Samarí­a*), por lo que han de verse como un intento de rechazar las pretensiones de los samaritanos y de su culto del monte Garizim.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra